4.

Tsunade se encontraba en su oficina revisando unas misiones, pero no podía concentrarse. Por enésima vez, su mente divagó hacia la chica. Le había encargado a Shizune su cuidado, pero no podía evitar sentirse mal, la abuela de la chiquilla se la había encomendado a ella, después de todo.

El ruido de la puerta la sacó de sus pensamientos. Era Shizune.

—Lady Tsunade, vengo del hospital, Athena ya despertó —dijo con algo de alivio en la voz.

Tsunade se recostó en la silla.

—Jum, al menos es resistente. Pensé que no se despertaría hasta mañana.

Shizune la miro con seriedad. Tsunade supo de inmediato lo que le iba a preguntar, o más bien, reprochar, así que alzó la mano para detener las palabras.

—No, Shizune, no creo que haya sido fuerte con ella. Quería que me mostrara algo de osadía, por eso la empujé todo lo que pude. Si hubiese tenido, aunque solo fuera una pizca de valor para atacarme, no le habría ido tan mal.

—Pero...

—Sin embargo, reconozco que pudo esquivar unos cuantos golpes. —Sonrió con ironía—. Eso le enseñará a ser más decidida.

Cuando terminó de pronunciar esas palabras, hubo un alboroto afuera de su oficina; segundos después, una enfermera entró y, casi sin aliento, le hizo saber a Shizune que la paciente que había llevado esa mañana se había marchado.

—¡¿Cómo que se fue?! —gritó Shizune.

—No está en la camilla. Nadie la vio irse.

—¡Tenemos que encontrarla! Aún necesita tratamiento médico. —Miró a Tsunade—. Milady...

Pero no llegó a completar la frase, pues Tsunade ya se había puesto de pie y estaba llamando a unos de sus ANBU. Cuando este apareció, le preguntó:

—¿Dónde se está quedando Athena?

—En la posada de Azumi Tanaka.

Tsunade asintió y él desapareció.

—Shizune, ya vuelvo. —Miró a la enfermera—. Puedes volver al hospital. Yo me haré cargo.

Su asistente la observó con la boca abierta mientras salía de su oficina.

De camino a la posada, Tsunade iba barajando las posibilidades, esa chica iba a ser un problema. Si con esas heridas se había escapado del hospital, eso quería decir que no debía subestimarla. Avistó el lugar y entró a grandes zancadas. La mujer, Azumi, Tsunade asumió que se trataba de ella, se puso de pie de golpe, apenas la vio.

—Lady Hokage. —Hizo una reverencia.

—¿La chica está aquí? —preguntó sin rodeos.

—Sí, señora. Llegó hace una media hora; no se le ve muy bien.

—¿En qué cuarto está?

—En el 11.

Tsunade asintió y dirigió sus pasos a las escaleras. Sentía cómo le hervía la sangre. ¿Athena no tenía determinación para pelear, pero sí para ser imprudente y ponerse en peligro? Cuando llegó a la puerta, tomó una bocanada de aire, su temperamento siempre sacaba lo peor de ella; tenía que tranquilizarse un poco para no asustarla. Tocó. Esperó unos instantes, pero no hubo respuesta.

—Athena, ábreme —dijo con su tono de Hokage.

Escuchó un quejido, así que la impaciencia le ganó, rompió el pomo y forzó la puerta. Cuando la abrió, encontró a Athena tratando de ponerse en pie. Corrió a auxiliarla y la volvió a acostar con suavidad en la cama.

—Eres una tonta —dijo con los dientes apretados.

Athena la miró, y sus mejillas se tiñeron de rosa.

—M-me disculpo, señora Hokage —murmuró. Luego, fijó la mirada en la puerta y su rostro se transformó en una mueca de terror.

Tsunade frunció el ceño.

—La pagaré. Ahora dime, ¿por qué te fuiste del hospital? ¿Acaso no ves el estado en el que estás?

—S-señora Hokage —empezó Athena con voz suave—, puedo cuidarme sola. En un par de días estaré bien, y podré marcharme de su aldea.

—¿Estás loca? Esas costillas aún necesitan tratamiento médico. Ahora deben de estar en peores condiciones. —Se arrodilló al lado de la cama—. Déjame ver.

Athena negó con la cabeza.

Tsunade le dio la mirada más fulminante de su arsenal, esa que hacía temblar a todos sus subordinados.

—No era una pregunta.

Athena se estremeció.

Tsunade le levantó la bata, y comenzó a palpar. Sí, tal como lo sospechaba.

—Te estás muriendo del dolor, ¿no es así? —Suspiró—. Eres una chica muy terca.

Athena cerró los ojos y apretó la mandíbula.

Tsunade empezó el tratamiento con su chakra. Después de eso, el dolor disminuiría, pero aún necesitaría cuidados y quietud.

—No puedes quedarte aquí sola. Te llevaré de nuevo al hospital.

—N-no, por favor. No quiero ser una molestia. Ya bastante mal me he sentido con lo de esta mañana —respondió la chica aún con los ojos cerrados.

—¿Te fuiste del hospital por vergüenza?

El silencio de Athena respondió su pregunta.

—Repito: eres una tonta.

Tsunade continuó administrando sus cuidados y, después de unos instantes, Athena abrió los ojos y rompió el silencio.

—¿Cómo supo dónde estaba?

Tsunade sonrió con indulgencia.

—¿Olvidas con quién estás tratando? Soy la Hokage, desde que apareciste en la mansión, te han estado vigilando.

Athena la miró con confusión.

—¿C-cree que soy una amenaza?

—Athena, en el mundo ninja no se puede fiar de nadie. Aun con esa carita de niña buena podrías ser una espía o asesina. —El chakra de sus manos desapareció. Le bajó la bata—. Creo que ya puedes moverte un poco. ¿El dolor ya cesó?

Athena asintió.

—Los enfermeros vendrán a llevarte de vuelta al hospital.

—No... —trató de protestar.

—Athena, las órdenes de un Hokage no se discuten, solo se acatan.

Athena sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal al ver la mirada penetrante de la Hokage mientas pronunciaba esas palabras. Su abuela tenía razón, Tsunade Senju era muy intimidante, así que solo se limitó a asentir.

La Hokage tomó asiento en la silla que estaba junto a la cama.

—Athena, necesito que me respondas unas cuantas preguntas —dijo mientras cruzaba las piernas—. Me dijiste que no eras ninja, sin embargo, esta mañana durante la prueba, no pude evitar notar que tienes experiencia en el combate cuerpo a cuerpo. —Arqueó una ceja.

Athena suspiró. Sabía que debía ser totalmente sincera.

—Creo que es de su conocimiento que el arte ninja no es el único que existe. Hay escuelas donde se enseñan artes marciales. Mi abuela me envió a una de ellas.

Tsunade reflexionó por un momento.

—También he notado que, a pesar de tu timidez y de tu procedencia humilde, eres muy articulada y educada para hablar.

Athena se pasó la mano por la frente para quitarse el cabello que se le había pegado a la piel debido al sudor.

—No tuve educación formal, mi madre nunca lo quiso. Sin embargo, mi abuela trató de enseñarme, era una mujer muy sabia. También me inculcó el amor por la lectura.

La Hokage la examinó. Athena se sentía casi desnuda bajo ese escrutinio.

—La cuestión, Athena, es que no logro comprender por qué tu abuela te envió a buscarme. Sobre todo, por qué, a cambio de mi deuda, me pidió que te ayudara a controlar tu chakra. Puede que sepas algo de combate, pero no veo ninguna habilidad especial en ti.

Ay. Athena intentó no mostrar la desilusión que esas palabras le despertaban. Se sintió hasta tonta por dejar que la afectara. ¿Acaso no era eso de su conocimiento? ¿Su madre y varias personas a su alrededor no le habían dicho que no valía mucho como persona? No importaba que en la escuela no le hubiese ido mal, sabía que nunca sería suficiente para nada.

Sus pensamientos debieron de mostrarse en su rostro, pues la Hokage alzó una mano y dijo:

—Para. No te estoy despreciando. Estoy hablando de tu habilidad con las técnicas ninja. Tienes 20 años, ¿verdad?

Athena negó con la cabeza.

—Tengo 21, casi 22.

—Ah, pareces un poco menor. Como te había dicho, los ninjas son educados desde niños en la academia. Con tu edad, no sé si sea posible desarrollar esa habilidad. —Se puso la mano en el mentón—. Pero podríamos trabajar en las habilidades que ya posees.

Athena abrió mucho los ojos. ¿La Hokage iba a aceptarla como su aprendiz?

—No puedo ser tu maestra. Sin embargo, puedo asignarte a alguien que termine de desarrollar tus habilidades en combate cuerpo a cuerpo.

Athena no sabía qué decir, la voluntad de su abuela era que Tsunade Senju fuera su maestra, no otra persona. Pero ¿y si su abuela estaba empeñada en algo imposible? Al menos, si aceptaba la oferta de la Hokage, podría seguir con su entrenamiento, algo que echaba mucho de menos.

—Aunque no esté allí enseñándote, estaría pendiente de tu progreso —prosiguió la Hokage—. También quiero que vengas algunos días a mi oficina por material para leer.

Athena tenía que reconocer que aquello era algo muy considerado de parte de la líder de la aldea. Pero, en ese momento, recordó las palabras que la Hokage había pronunciado antes: «... por qué, a cambio de mi deuda, me pidió que te enseñara a controlar el chakra», así que todo tenía sentido, Athena solo era una deuda que debía saldar.

Apretó la mandíbula.

—No tiene por qué hacer eso —hasta a ella le sorprendió el hierro en su voz—. Si es por la deuda con mi abuela, por favor, no lo haga.

La Hokage abrió un poco los ojos, parecía que sus palabras la habían tomado con la guardia baja. Después, relajó la expresión y dijo:

—No voy a negar que en parte es por eso. No obstante, tú eres parte del País del Fuego y es mi deber hacerme cargo de ti. Además, pareces una buena chica y hay posibilidades de potenciar tu talento. Estoy segura de que los aldeanos y ninjas de Konoha estarán contentos de tenerte. —Sonrió ampliamente.

Athena sintió un leve calor en su pecho. ¿De verdad podría ser bienvenida?

—Ahora, necesito que te recuperes. En unos días, empezarás tu entrenamiento. —La Hokage se puso de pie.

Instantes después, aparecieron cuatro enfermeros con una camilla. No había manera de luchar contra las órdenes y la amabilidad de la Hokage.