Sesshomaru notó que la piel de Rin enrojecía y se cubría de pequeñas ronchas a medida que se rascaba el brazo con creciente desesperación.
—No te rasques —demandó con tono firme, pero un brillo de preocupación en su mirada al observar como sus uñas arañaban con vehemencia la piel irritada—. Te lastimarás.
—¡Es que me pica tanto! —se quejó Rin.
Examinando más de cerca, Sesshomaru vio que el brazo de la niña presentaba un intenso sarpullido rojo e hinchado. Era evidente que había entrado en contacto con alguna planta venenosa del bosque.
—Has tenido un encuentro con una hiedra venenosa —explicó—. Debes evitar seguir rascándote, o empeorarás la inflamación.
Rin asintió comprendiendo, mordiéndose el labio mientras luchaba por contener el impulso de clavar sus uñas en su piel mientras trataba de obedecer a su señor, quien podía notar como esa orden era una tortura para la niña que sufría de un intenso picor.
—Jaken —ordenó Sesshomaru a su sirviente—, encárgate de esto.
Los ojos de Jaken se iluminaron con entusiasmo desmedido.
—¡Por supuesto, amo! ¡Quemaré todas las hiedras venenosas que osaron en hacer sufrir a la niña! —exclamó, apresurándose a tomar su bastón de dos cabezas que empezó a lanzar llamaradas.
—No, Jaken —reprendió Sesshomaru con frialdad—. Busca algo que pueda aliviar el picor de Rin.
Jaken, visiblemente decepcionado, salió a toda prisa en busca de plantas medicinales apropiadas.
Pronto regresó con unas hojas y raíces que aplicó con delicadeza sobre el brazo de Rin. El alivio fue casi instantáneo, y la niña soltó un suspiro de gratitud.
—Gracias, Sesshomaru—sama, Jaken—sama.
Sesshomaru asintió levemente, complacido de ver a Rin recuperada. Luego se volvió a su sirviente.
—Ahora sí, ve y asegúrate de eliminar toda esa hiedra venenosa del área.
—¡Como ordene, amo bonito! —exclamó Jaken, saliendo disparado con su bastón en llamas.
