Ya era entrada la noche cuando el carruaje dejó a Roy Mustang en la entrada del caserón. Despidió al cochero con una inclinación de cabeza y se giró para mirar la imponente fachada de la casa. Hacía más de tres meses que no aparecía por allí, y sabía que al entrar le esperaba una buena reprimenda.
El caserón, una estructura elegante, se alzaba majestuoso bajo la luz de la luna. Las sombras se proyectaban sobre las paredes de piedra, dando al lugar una atmósfera misteriosa y solemne. Las ventanas altas, con sus marcos de madera oscura, parecían observarle con ojos críticos.
Roy respiró hondo, preparándose para lo que venía. Subió los escalones de la entrada principal y empujó la pesada puerta de madera, que se abrió con un leve chirrido. Al entrar, el vestíbulo iluminado por candelabros de bronce le recibió con una mezcla de familiaridad y tensión.
La casa estaba en silencio, pero el ambiente estaba cargado de una expectativa palpable. Avanzó por el pasillo, sus botas resonando en el suelo de mármol, hasta que llegó a la puerta del salón principal. Con una última respiración profunda, empujó la puerta y entró.
Sentada en un sillón junto a la chimenea, con el rostro iluminado por las llamas danzantes, estaba la figura imponente de su tía, Madame Christmas. Su mirada severa y penetrante se clavó en él en el momento en que cruzó el umbral. La mujer con una presencia que llenaba la habitación, tenía el cabello oscuro recogido en un elaborado moño y vestía un elegante vestido de terciopelo verde oscuro.
—Roy Mustang —dijo ella, su voz severa—. Tres meses sin una sola carta, sin una visita. Y ahora, decides aparecerte en medio de la noche.
Roy inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto y nervioso como un niño esperando ser castigado después de una travesura.
—Tía, mis disculpas por la tardanza. He estado ocupado con asuntos importantes.
Madame Christmas alzó una ceja, sus ojos brillando con una mezcla de enfado y curiosidad.
—¿Asuntos importantes, dices? ¿Tanto que te impiden escribir una carta? Un simple "querida tía, no he muerto en el sur, nos vemos" me habría bastado, Roy.
Roy Mustang se encogió ligeramente ante el tono afilado de su tía, sintiendo la punzada de culpa. Sabía que su ausencia había sido prolongada y su falta de comunicación injustificable.
—Lo siento, tía —dijo, para después sonreírle de esa forma que el sabía que bajaba sus defensas—. Como puedes ver estoy sano y salvo.
Madame Christmas suspiró, su mirada suavizándose un poco mientras observaba a su sobrino.
—Bien, Roy. Estoy acostumbrada a tus aventuras y responsabilidades, pero no puedo evitar preocuparme. Especialmente cuando desapareces durante tanto tiempo.
Roy, avanzó y pazo junto a la chimenea, se volvió y miró a su fiel y amorosa tía que se hallaba cómodamente en su sillón favorito. La habitación estaba iluminada por la luz cálida de la chimenea, que proyectaba sombras danzantes en las paredes cubiertas de retratos familiares. El ambiente, tenía una sensación de hogar que siempre lo había reconfortado.
—Bueno, ¿cuánto tiempo te quedas? —preguntó Madame Christmas su tono mucho más suave.
—Una semana, creo. Puede que menos —respondió Roy, mirando a su tía con una mezcla de gratitud y cansancio.
—¿Menos? ¿Es que no estás de permiso? —inquirió ella, alzando una ceja.
Roy negó con la cabeza.
—No. El general Grumman me pidió que llevase a la señorita Hawkeye con su padre y la estoy cuidando hasta que él pueda venir, y hacerse cargo.
Madame Christmas cruzó los brazos, parpadeó varias veces, se inclinó hacia delante y contempló a Roy.
— No lo entiendo, francamente, a esa chica debería cuidarla su marido, el cual tendría si Grumman no le hubiese permitido rechazar a todos sus pretendientes, rechazo hasta al duque Alex Louis Armstrong con lo buen hombre que es, seguro que la habría hecho feliz.
Roy se apoyó contra la repisa de mármol de la chimenea en una postura relajada, en vivo contraste con el inexplicable desasosiego que lo acuciaba al escuchar a si tia.
—Pues yo creo que el Mayor Armstrong no es precisamente el tipo de la señorita Hawkeye.
Se recostó contra el respaldo y observó a Roy con los ojos entornados
—Claro que lo es, es duque, es un hombre agradable y si, puede que su aspecto sea un tanto… peculiar pero no es mal parecido, si le hubiese aceptado ahora tendría unos preciosos niños rubios de ojos azules. — Al ver a Roy tensarse en la chimenea sus ojos se abrieron como platos. ‐ ¡Que el diablo me lleve!, no estarás poniendo el ojo en Elisabeth ¿verdad?
Roy abrió la boca para negarlo, pero antes de que pudiera decir nada, Madame Christmas exclamó golpeando los brazos del sillón con sus manos.
— Maldita sea, muchacho, ¿acaso has perdido el juicio? No es la clase de mujer que te gusta.
Roy se sintió herido por aquella observación
— ¿La que me gusta a mí? ¿Qué significa eso?
— Oh, vamos, no te hagas el tonto conmigo Roy. Yo te quiero como a un hijo, es sólo que... —Sus ojos se ensombrecieron y dejó la frase sin terminar.
Roy enarcó una ceja.
‐ Lo que mi fama me precede… es eso ¿no?
— Te tengo en más alta estima que nadie, y lo sabes —replicó con mirada serena y firme‐. pero la Elisabeth no es una mujer corriente. No es una de esas mujeres con tanta experiencia de la vida con las que has estado, es la clase de mujer con la que un hombre se casa.
— ¿Y crees que no lo sé? —Volvió a mesarse el pelo‐. Maldita sea, lo dices como si estuviera a punto de seducirla. Resulta insultante y molesto que pienses siquiera algo así. ¿Es que no te fías de mí?
La dura expresión de Christmas se suavizó. Se incorporó y cruzó la estancia para ponerle una mano en el hombro.
— Claro que sí. Con toda mi alma. Eres el mejor hombre que conozco, ojalá decidieses por fin sentar cabeza, y si es Elisabeth la persona con la que crees que podrías hacerlo, yo te apoyo. Pero si no es más que mera atracción te insto a que no te acerque a ella Roy, es... una joven buena. Decente. Y además es inocente. Es justo la clase de mujer que podría ver en tus intenciones más de lo que pretendes.
Se miraron a los ojos y entre ambos fluyó una corriente de entendimiento
—Esta totalmente fuera de mi alcance.
Madame Christmas lo miró con una mezcla de ternura y severidad.
—Valórate más, sobrino. Eres un coronel. Tu posición no es insignificante, y esta claro que los títulos no le importan a Elisasebht o de lo contrario estarías ahora hablando de la duquesa Armstrong. Solo piénsalo bien.
Roy asintió y Mademe pareció satisfecha, volvió al sillón y mientras sus ojos volvían a Roy dudó por un momento decir las palabras que se acumulaban en su boca.
—Hace unas semanas fui a ver a tu hermana y a los niños. Alphonse ha crecido mucho, ya es más alto que Edward, y Edward... bueno, tan incorregible como siempre.
El rostro de Roy se ensombreció y sintió que su cuerpo se tensaba.
—¿Y Trisha? —preguntó, su voz estaba llena ansiedad.
—Trisha está bien, me dio recuerdos para ti y que ojalá la visitases más a menudo —respondió Madame Christmas, observándolo con atención. —Hohenheim no ha vuelto a ponerle una mano encima.
Roy apretó los puños con fuerza, su mirada se llenó rápidamente de odio y su mandíbula se tensó. El recuerdo de la violencia que su hermana había sufrido a manos de Hohenheim siempre le provocaba una rabia profunda.
—Debí matar a ese desgraciado cuando tuve la oportunidad —dijo entre dientes, su voz cargada de veneno.
Madame Christmas lo miró fijamente, su expresión una mezcla de comprensión y severidad.
—Y ahora Trisha sería viuda y a ti te habrían ahorcado, ¿qué sería de ella y los niños entonces?, ¿Quién los protegería? Tranquilo, Roy. Desde aquella paliza que le diste, ha captado que no le darás una segunda oportunidad para ser un hombre decente.
El ambiente en la sala, iluminado por la cálida luz de la chimenea, parecía más pesado mientras la tensión de la conversación aumentaba.
Roy intentó relajarse, tomando una respiración profunda. Pero la imagen de su hermana con el cuerpo magullado y el rostro amoratado estaban gravabas a fuego en su mente, haciendo que su mirada pareciera aún más intensa.
—Espero que tengas razón—murmuró finalmente, su voz ronca por la emoción contenida—. No soportaría ver a Trisha sufrir de nuevo.
Madame Christmas se levantó de su silla y se acercó a Roy, colocando una mano firme y reconfortante en su hombro. Su figura, aunque imponente, emanaba una calidez que siempre había reconfortado a Roy.
—Lo sé, Roy. Todos queremos proteger a los que amamos. Hiciste lo correcto, y tu hermana está a salvo gracias a ti.
—No estará completamente a salvo mientras viva junto a ese animal —dijo Roy con amargura, su voz llena de resentimiento—. ¿Por qué padre tuvo que casarla con un hombre tan despreciable?
Madame Christmas suspiró, su expresión reflejando el peso de la historia familiar. Su mano reconfortante aun en el hombro de Roy, sus ojos mostrando tanto comprensión como tristeza.
—Las decisiones de tu padre fueron... complicadas, Roy. A veces, la sociedad y las expectativas pesan más que el bienestar personal. Sé que eso no lo hace más fácil de aceptar.
Las sombras proyectadas en las paredes parecían contar historias de tiempos pasados, de decisiones difíciles y de sacrificios. Roy sentía el peso de esas decisiones como si fueran propias, una carga que había llevado durante años.
—Complicadas o no, fue una decisión equivocada —dijo Roy, su voz temblando ligeramente por la emoción contenida—. Trisha merece algo mejor que vivir con un hombre como Hohenheim.
Madame Christmas apretó suavemente su hombro, tratando de transmitirle fuerza y consuelo.
—Lo sé, Roy. Ninguna mujer merece un destino semejante, pero la vida es así para nosotras. Es nuestro deber soportar esa carga por muy dura que sea. Ninguna mujer de la alta sociedad se libra de un matrimonio arreglado —la mente de Christmas se sumergió brevemente en recuerdos dolorosos de su propia tragedia personal—. Solo podemos esperar que el hombre al que estaremos atadas el resto de nuestras vidas nos trate con el respeto que merecemos.
Roy vio cómo la mirada de su tía se volvía distante, visiblemente tocada por las sombras de su pasado. Las llamas de la chimenea proyectaban un cálido resplandor en su rostro, acentuando las líneas de sufrimiento y fortaleza que habían sido talladas con los años. La sala, con su decoración opulenta y muebles antiguos, parecía un santuario de memorias y luchas silenciosas.
—Eres un buen hombre, Roy —continuó Madame Christmas, regresando al presente—. Me salvaste a mí y, aunque lo dudes, también salvaste a tu hermana. Ojalá todos fueran como tú.
Roy se sentía reconfortado por las palabras de su tía, aunque la amargura de la situación de Trisha aún pesaba en su corazón. Sus pensamientos se desplazaron a su infancia, recordando las veces que había observado a su tía lidiar con las imposiciones de la sociedad y las expectativas de la nobleza, una mujer repudiada por no poder tener hijos.
—Gracias. Significa mucho para mí escuchar eso —dijo Roy con voz suave, tratando de mantener la compostura—. Pero no puedo evitar sentir que podría hacer más.
Madame Christmas lo miró con ternura, reconociendo en él la misma nobleza y valentía que había visto en su juventud.
—Es natural, siempre has sido así, Roy.
Miró a su sobrino con preocupación. Tenía muchas cargas encima: la baronía, el ejército, el cuidado de ella y de Trisha, y ahora Grumman le había impuesto una más. Conociendo como conocía a su sobrino, sabía que se implicaría más de lo que sus deberes le obligaban, si no es que ya lo había hecho.
—Ahora, descansa, Roy. Necesitarás toda tu fuerza y claridad para mañana.
Roy se levantó, inclinándose una vez más en señal de respeto.
—Gracias, tía Christmas. Haré lo mejor que pueda.
Mientras se dirigía a su habitación, Roy sintió una mezcla de alivio y determinación.
El corredor hacia su habitación estaba iluminado por la luz suave de las lámparas de pared, cada una emitiendo un resplandor cálido que guiaba su camino. Las puertas de madera maciza, con sus marcos tallados, reflejaban la elegancia y la historia de la casa. Roy se detuvo un momento antes de entrar en su habitación, mirando el pasillo y sintiendo una conexión profunda con su hogar.
Al llegar a su habitación, se quitó el abrigo y lo colgó cuidadosamente en el perchero. Se dejó caer en la cama, el colchón firme y la ropa de cama de algodón ofreciéndole un confort familiar. A pesar de la reprimenda, se sentía más motivado que nunca. Sabía que su tía tenía razón: cada decisión tiene sus consecuencias. Pero estaba dispuesto a asumirlas.
Antes de cerrar los ojos, sus pensamientos volvieron a Riza. Se preguntó cómo estaría lidiando con la noche en la finca. Finalmente, el cansancio del día lo venció y se dejó llevar por el sueño.
Aún no había amanecido cuando Roy Mustang ensilló su caballo y partió hacia la finca Hawkeye. El aire fresco de la madrugada estaba impregnado con el olor a rocío y tierra húmeda, y los cascos del caballo resonaban rítmicamente en el camino de grava. Casi una hora después, los primeros rayos del alba despuntaban en el este, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados, cuando atravesó las grandes rejas que daban paso a los terrenos del conde.
Apenas había cruzado el arco enrejado, el carruaje de Grumman pasó a su lado. El cochero, un hombre robusto y de rostro amable, elevó su sombrero a modo de saludo. Roy inclinó la cabeza, devolviendo el gesto cortés.
—Buenos días, Robert. ¿Va a ir la señorita a la ciudad?
El hombre se encogió de hombros, ajustando las riendas del carruaje.
—Lo desconozco, milord, pero ayer me pidió que le trajese a su perro y ya sabe que no puedo decirle que no a esa muchacha.
Roy rió, una risa que resonó en el tranquilo aire matutino.
—No creo que haya hombre en todo Amestris que pueda hacerlo.
El carruaje continuó su camino, y Roy espoleó suavemente a su caballo para seguir adelante. Los terrenos de la finca Hawkeye se extendían ante él, mostrando jardines ligeramente descuidados, y árboles majestuosos que bordeaban el camino. El sol, aún bajo en el horizonte, proyectaba largas sombras que danzaban suavemente con la brisa matutina.
Al acercarse a la casa principal, una imponente estructura de piedra con ventanas de vidrio emplomado y un techo de tejas rojas, notó el movimiento en el porche. La figura del ama de llaves, Esther, se destacaba mientras daba instrucciones a su marido en sus tareas matutinas. La casa, que podría ser descrita más bien como un palacete se alzaba majestuosa incluso a pesar de su evidente desgaste, un recordatorio del poderío del que había gozado la familia Hawkeye en el pasado.
Roy desmontó con agilidad, entregando las riendas de su caballo a Tomas, el mozo de cuadra, que se acercó rápidamente.
—Gracias, Tomas —dijo Roy, palmeando el lomo del caballo antes de dirigirse hacia la entrada.
Esther levantó la vista al verlo acercarse, esbozando una sonrisa de bienvenida.
—Buenos días, coronel Mustang. ¿Ha venido a ver a la señorita?
—Buenos días, Esther. Así es. ¿Está ella en casa?
Esther asintió, señalando hacia la parte trasera de la casa.
—Está en el salón, se ha adueñado de él y ha llenado la mesa de libros. No sabía que había tantos en esta casa. Se ha levantado temprano para revisar los libros de cuentas o algo así ha dicho. Si me disculpa, coronel, debo atender unos asuntos dentro.
Roy agradeció la información y se dirigió hacia el salón. Al acercarse, notó la puerta entreabierta y se detuvo en el umbral, observando la escena que se desarrollaba dentro.
Riza estaba sentada a la gran mesa de roble en el centro del salón, completamente absorta en sus quehaceres. La luz del sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas, bañando la habitación en un suave resplandor dorado. Pila tras pila de libros de cuentas y documentos se apilaban en la mesa, algunos abiertos y otros marcados con pequeños trozos de papel.
Ella tenía una expresión de concentración absoluta, con el ceño ligeramente fruncido y los labios apretados en una línea de determinación. Su cabello dorado, recogido en una cola alta, caía sobre su hombro mientras inclinaba la cabeza para leer más de cerca un documento. Los dedos de su mano derecha jugaban con un lápiz, girándolo distraídamente mientras sus ojos recorrían las cifras y anotaciones.
Roy no pudo evitar sentir una punzada de admiración al verla trabajar con tanta diligencia. Había algo profundamente atractivo en su dedicación y fortaleza. Sabía que ella estaba luchando no solo por mantener el legado de su familia, sino también por demostrar que podía manejar las responsabilidades que se le habían impuesto.
Decidió no interrumpirla de inmediato, permitiéndose unos momentos más para observarla. Cada movimiento suyo, cada gesto, le atraían y el momento en el que paso su pulgar por el labio inferior, aquel gesto tan sencillo le hizo sentir mas de lo que debería "deja de mirarla o te volverás loco" dijo una voz en su cabeza.
Aclaró suavemente la garganta para anunciar su presencia. Riza levantó la vista, sus ojos caoba brillando con una mezcla de sorpresa y gratitud al verlo.
—Buenos días, señorita Hawkeye —dijo Roy, esbozando una sonrisa—. Parece que ha estado ocupada.
Riza sonrió, dejando el lápiz a un lado y levantándose para saludarlo.
—Buenos días, coronel. Sí, hay mucho que revisar y organizar. Estos libros de cuentas son un desastre.
Roy avanzó hacia la mesa, observando los documentos dispersos.
—Puedo imaginarlo. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte?
Riza lo miró, pero negó con la cabeza inicialmente.
—Realmente agradecería su ayuda. Pero creo que tendré que contratar a algún letrado. Estos préstamos me parecen abusivos. Creo que se han estado aprovechando del estado de mi padre. ¿Conoce algún jurista en la ciudad?
Roy asintió, tomando asiento junto a ella.
—Conozco uno aquí mismo —dijo mientras tomaba uno de los contratos—. Y lo mejor de todo es que no le cobraré nada.
Riza lo miró, sorprendida y aliviada, pero sobre todo curiosa.
—¿De verdad? —preguntó, su tono reflejando gratitud—. ¿Tienes experiencia con temas legales?
Roy asintió, sus ojos brillando con determinación.
—Sí, en realidad, hubo un tiempo en que quise ser magistrado antes de unirme al ejército. Déjame echar un vistazo a estos documentos.
Mientras Roy revisaba los contratos, Riza observó sus movimientos. A pesar de la situación, tenía mil preguntas en su mente, pensó en saciar su curiosidad más tarde. Roy se inclinó sobre los papeles, sus cejas fruncidas en concentración.
—Tiene razón, estos préstamos son abusivos —dijo finalmente, levantando la vista para encontrarse con los ojos de Riza—. Parecen haber aprovechado cada oportunidad para sacar ventaja de la situación de tu padre.
Riza asintió, sintiendo una mezcla de rabia y tristeza.
—Lo sospechaba, pero no estaba segura. ¿Qué podemos hacer al respecto?
Roy se enderezó en su asiento, su mirada fija y decidida.
—Voy a ser sincero, Riza. Podría gastarse un dineral en denunciar estos contratos y ganaría, esos usureros irían a la cárcel, pero aun así el dinero que obtuvo su padre tendría que devolverlo. Mi consejo es que los negocie en términos más justos.
Riza frunció el ceño, sus dudas reflejándose en su mirada.
—¿Se dignarán a negociar con una mujer? Lo dudo mucho.
Roy asintió, comprendiendo su preocupación.
—Pueden que no te tomen en serio. Sin embargo, podemos usar eso a nuestro favor. Podemos hacer que piensen que estás dispuesta a tomar medidas legales si no cooperan. Y, si es necesario, puedo acompañarte y apoyar tu posición.
Riza reflexionó sobre sus palabras.
—Está bien. Lo haremos así, me gustaría zanjar estas deudas lo antes posible. No quiero acreedores llamando a la puerta. Ojalá cedan y tomen el dinero para no tener que volver a verlos nunca.
Roy por un momento pareció dudar.
—No es que quiera socavar su optimismo, señorita Hawkeye, pero… ¿de dónde piensa sacar los quince mil cenz? Es una pequeña fortuna.
Riza sonrió, su mirada mostrando un destello de confianza.
—Ah, pero yo tengo un pequeño tesoro.
Antes de que Roy pudiera preguntar a qué se refería, un fuerte ladrido resonó en la estancia y los ojos de Riza se iluminaron.
—¡Hayate! —exclamó Riza mientras un enorme cachorro de mastín negro y blanco entraba corriendo en la habitación, su cola moviéndose con entusiasmo—. ¡Que te he echado de menos!
El perro se abalanzó sobre Riza, quien se agachó para recibirlo, acariciando su pelaje suave mientras Hayate lamía su rostro con alegría. La escena se llenó de una energía contagiosa, y Roy no pudo evitar sonreír al ver la felicidad de Riza.
Apresurada, Esther entró en el salón, con una expresión de ligera preocupación.
—Señorita, dijo que era un perrito.
Riza, aún acariciando a Hayate, parecía confundida.
—Hayate es un cachorro, solo tiene siete meses. Un perrito.
Esther miró al enorme cachorro, que casi llegaba a la altura de la cintura de Riza incluso sentado.
—Sí, pero... es un mastín. Ya es más grande que algunos perros adultos.
Riza rió, levantando la vista para mirar a Esther.
—Sí, es grande, pero sigue siendo un cachorro. Y es el mejor compañero que podría pedir.
Roy se acercó y observó al perro con interés. El pelaje de Hayate era una mezcla de negro azabache y blanco puro, y sus ojos oscuros brillaban con inteligencia y afecto. A pesar de su tamaño, se movía con la torpeza encantadora de un cachorro, su entusiasmo palpable en cada movimiento.
—Es un perro impresionante —dijo Roy, agachándose para acariciar a Hayate, quien inmediatamente comenzó a lamer su mano—. Pero comprendo a Esther, cuando me encontré a Robert esta mañana y me dijo que le traía a su perro, yo también pensé en algo así como un Yorkshire como el de la señorita Gutterman, tal vez un Corgi como el de la señorita Anderson o un King Charles Spaniel como el de la señorita Baxxter.
—¿Está insinuando que soy una solterona? —preguntó Riza, sus ojos centelleando con un destello de humor, aunque su tono era serio.
Roy se giró rápidamente hacia Riza, estupefacto por el comentario. ¿Eso había parecido?
—¡Jamás! ¿Qué le hace pensar eso?
—Las mujeres que ha mencionado lo son —respondió Riza, una pequeña sonrisa asomando en sus labios.
Roy se quedó sin palabras por un momento, luego rió suavemente, aliviado de que ella no estuviera ofendida de verdad.
—Touché, señorita Hawkeye —dijo, haciendo una exagerada reverencia con mucha pompa—. No fue mi intención insinuar eso en absoluto, le ruego dispense a este maleducado.
Riza ocultó una carcajada con una mano, sus ojos brillando de diversión. Cuando sus miradas se encontraron, sintió un ligero rubor cubrir sus mejillas.
—Disculpado, coronel —dijo Riza, sonriendo—. ¿Me acompañaría a dar un paseo?
Antes de que Roy pudiera responder, Esther intervino rápidamente.
—¿Usted sola, señorita? —había cierta advertencia en su tono, reflejando su preocupación y sentido del decoro.
Riza entendió la preocupación de Esther y la importancia de mantener las apariencias, especialmente en una sociedad que siempre estaba lista para juzgar.
—No te preocupes, Esther. Solo daremos un paseo por los jardines. Además, Alice puede acompañarnos —dijo Riza, mirando a la joven que había estado observando la escena con curiosidad.
Alice asintió rápidamente, entusiasmada por la idea de un paseo.
—Sí, me encantaría acompañarlos.
Esther pareció relajarse un poco, aunque todavía mostraba una expresión de cautela.
—Está bien, señorita. Pero recuerde ser prudente.
Riza sonrió y tomó del brazo a Roy, quien no pudo evitar sentir una chispa de alegría al contacto.
—Gracias, Esther. Lo seremos.
Salieron al jardín, con Alice y Hayate siguiendo de cerca. El sol brillaba cálidamente, y una suave brisa hacía que las hojas de los árboles susurraran. El jardín estaba en plena floración, con flores de todos los colores que decoraban los caminos de grava.
Roy y Riza caminaron en silencio por un momento, disfrutando del entorno y la compañía mutua. Alice, caminando unos pasos detrás, observaba con interés las plantas y flores, a veces deteniéndose a admirar alguna en particular.
—¿Y qué pasó? —preguntó Riza, llena de curiosidad, rompiendo el silencio—. ¿Por qué no es magistrado?
Roy suspiró, su mirada perdiéndose momentáneamente en la distancia.
—Mi padre pensó que el ejército me daría más opciones de ascender y más prestigio —respondió Roy, su voz teñida de una mezcla de nostalgia y resignación.
Riza lo miró con comprensión, sintiendo una conexión más profunda con él. Sabía lo que era tener expectativas impuestas por los demás, especialmente por la familia.
—Es muy interesante, coronel. Estoy segura de que habría sido un excelente magistrado si le hubiesen dado la oportunidad.
Roy sonrió, agradecido por sus palabras.
—Gracias, Riza. A veces me pregunto cómo habría sido mi vida si hubiera seguido ese camino. Pero el ejército también me ha dado muchas oportunidades y me ha enseñado mucho sobre el mundo y sobre mí mismo.
—Si el ejército no era tu primera opción, ¿qué te mantiene en él ahora? ¿Qué te hace seguir adelante?
Roy se quedó en silencio por un momento, considerando su respuesta. Finalmente, la miró a los ojos y habló con sinceridad.
—Lo que me mantiene en el ejército ahora es la esperanza de poder hacer una diferencia. De cambiar las cosas desde dentro. He visto demasiadas injusticias y sufrimientos, y quiero ser parte de la solución, no del problema.
Riza asintió lentamente, asimilando su repuesta.
Riza asintió lentamente, asimilando su respuesta.
—Es una razón noble. La vida de un militar no es fácil: largos periodos lejos de casa y la posibilidad de perder la vida en combate. No es una vida que envidie.
Riza miró a Roy con tristeza.
—La vida de su familia tampoco es fácil. Cada vez que mi abuelo se marcha, pienso si es la última vez que lo veré. Le he suplicado que se jubile, pero su sentido del deber es más fuerte que mis palabras.
Roy sintió una punzada de empatía y comprensión. Sabía lo que era cargar con el sentido del deber, incluso cuando las personas que amaba sufrían por ello.
Llegaron a un pequeño estanque rodeado de lirios y juncos, donde el agua reflejaba el cielo azul y las nubes esponjosas. Un enorme roble se erguía orgulloso en el lugar, sus ramas extendiéndose majestuosas sobre el agua. Riza se detuvo y se agachó para tocar el agua, sintiendo su frescura en la punta de los dedos.
—Este era mi lugar favorito —dijo Riza, mirando el estanque con una sonrisa—. Pasaba horas aquí.
Roy observó el entorno, comprendiendo por qué este lugar tenía un significado especial para ella. La tranquilidad y la belleza del estanque, combinadas con la imponente presencia del roble, creaban un ambiente de paz y serenidad.
Riza se levantó y señaló hacia el roble.
—Pero para lo que realmente le he pedido que me acompañara es por eso —dijo, señalando el hueco en el tronco del roble—. ¿Ve el hueco de allí? Ahí está lo que espero sea la solución a los problemas financieros de mi padre.
Roy siguió su mirada y vio el hueco oscuro en el tronco del roble. Intrigado, se acercó junto a Riza, quien ya se dirigía hacia el árbol. Al llegar al roble, pasó la mano por la rugosidad de la corteza, sintiendo la solidez y la historia que emanaba de aquel majestuoso árbol.
—Esta un poco alto —dijo Roy, levantando una ceja con una sonrisa divertida—. ¿He de suponer que quiere que suba?
Riza rió, una melodiosa carcajada que resonó en el tranquilo entorno del jardín. Señaló su atuendo con un gesto elegante.
—Como verá, con este vestido me resultaría complicado subir. En cambio, usted es perfecto para esta empresa.
Roy la observó, llevaba un elegante vestido azul marino con detalles dorados que resaltaban su figura. La blusa blanca que llevaba debajo del vestido tenía un delicado encaje en el cuello, añadiendo un toque de sofisticación. Un corsé oscuro ceñía su cintura, destacando su silueta, irradiaba elegancia y gracia. El contraste entre su delicadeza y la robustez del árbol era notable. Se rió suavemente, sintiendo una cálida conexión en el momento.
—Está bien, me ha convencido —dijo, quitándose la chaqueta y entregándosela a Riza—. Sujeta esto, por favor.
Riza tomó la chaqueta, sus dedos rozando los de Roy por un breve instante. Una corriente de electricidad recorrió sus cuerpos, una sensación inesperada que ambos notaron pero no comentaron. Los ojos de Riza siguieron a Roy mientras él comenzaba a trepar el árbol con agilidad, mostrando una facilidad que solo alguien con entrenamiento militar podría tener.
—Tenga cuidado, por favor —dijo Riza, su voz mezclada con preocupación y suplica.
—No se preocupe, he hecho cosas mucho más peligrosas que esto —respondió Roy con una sonrisa, su tono tranquilo mientras se encaramaba más alto.
Roy llegó al hueco del árbol y metió la mano en su interior. La madera del roble era fría y sólida, y el hueco estaba lo suficientemente profundo como para ocultar la caja de latón segura. Sacó la caja y vio que estaba sellada con cera, con cuidado, descendió del árbol, asegurándose de no dañarla ni a sí mismo.
Una vez de vuelta en el suelo, Roy le entregó la caja a Riza. Sus ojos se encontraron, y durante un breve instante, el tiempo pareció detenerse. Había entre ellos, una sensación que iba más allá de la de gratitud o la confianza y algo más profundo que ninguno de los dos podía ignorar.
Riza tomó la caja con cuidado, sus dedos rozando los de Roy una vez más. Retiro la cera y abrió la caja, revelando las joyas que brillaban con un resplandor cálido bajo la luz del sol. Cada pieza era un testimonio de la riqueza y el legado de su familia.
—¿Cómo sabias que esto estaba aquí?—dijo Roy, admirando las joyas—. Es como si el roble hubiera estado guardando este tesoro para el momento en que más lo necesitaras.
Riza asintió, sus ojos llenos de determinación y esperanza.
—Cuando mi padre empezó a deshacerse de todas las pertenencias de mi madre, cogí sus joyas y las escondí. Sellé con cera la caja para que no se estropearan. Ahora, catorce años después, aquí están.
Entre las joyas, había un pequeño retrato de Riza con su madre, un recuerdo que no recordaba haber guardado. Miró el retrato con una mezcla de sorpresa y nostalgia. En la imagen, su madre la sostenía con cariño, y ambas sonreían con una felicidad que parecía tan lejana.
—Dudo mucho que el joyero quiera esto —dijo, sacando el retrato de la caja y volviéndola a cerrar con cuidado.
Roy observó el retrato con detenimiento, notando los rasgos familiares que se reflejaban en las dos figuras. La semejanza entre Riza y su madre era asombrosa, casi como si fueran la misma persona en diferentes etapas de la vida. Los mismos ojos caoba, la misma sonrisa suave y la misma elegancia natural. Al mirar el retrato, Roy pudo entender lo que Grumman, su tía e incluso Esther habían mencionado en alguna ocasión: la señorita Hawkeye y su madre eran prácticamente idénticas. Una bendición y una maldición a partes iguales.
Roy levantó la vista del retrato y miró a Riza, quien lo observaba con una mezcla de curiosidad y aprehensión. Sabía que la semejanza física con su madre debía de ser un recordatorio constante y doloroso de la pérdida que había sufrido.
—La semejanza entre es asombrosa —dijo Roy suavemente—. Ahora entiendo lo que todos decían. Es como si ella siguiera viva a través de usted.
Riza asintió lentamente, su expresión reflejando una mezcla de orgullo y tristeza.
—Sí, a veces es difícil, porque siento que nunca podré escapar de su sombra, sobre todo cuando me presentan a alguien que la conocía. Me miran como si viesen su fantasma vuelto a la vida. Pero también es un consuelo, porque siento que ella está conmigo de alguna manera —dijo, guardando el retrato en el bolsillo interior de su vestido—. Por eso mi padre no puede ni mirarme.
Roy sintió un nudo en la garganta al escuchar sus palabras. La profunda tristeza en su voz, combinada con su inquebrantable fortaleza, lo conmovió profundamente. Dio un paso más cerca, su mirada fija en la de ella, llena de comprensión y empatía.
Riza bajó la mirada, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas. Sentía el peso de sus recuerdos y el dolor de la ausencia de su madre y la indiferencia de su padre.
—Es como si siempre estuviera atrapada entre el amor que siento por ella y el rechazo que siento de él. A veces no sé cómo soportarlo.
Roy, como un hombre en trance, se acercó lentamente a ella. Riza lo miró con ojos cada vez más grandes a cada paso que daba él. Cuando se detuvo casi encima de ella, lo contempló con expresión confusa.
Roy apoyó un brazo en el tronco del roble, junto al hombro de ella, y con la mirada la recorrió de arriba abajo. Era obvio que su proximidad la ponía nerviosa, hecho que no debería haberlo complacido, pero así fue. Se veía a las claras que no era el único que experimentaba aquella... sensación, fuera lo que fuese.
Los ojos agrandados de Riza reflejaban desconcierto, y sus mejillas se tiñeron de color. Su pulso latía de forma visible en la base de su delicada garganta y el pecho le subía y bajaba con inspiraciones cada vez más rápidas.
—Es usted la persona más maravillosa que he conocido, señorita Hawkeye, nunca se sienta incomoda en su propia piel —dijo en tono suave.
Ella parpadeó dos veces y después sonrió ligeramente.
—Vaya, gracias, coronel. Sin embargo, será mejor que le advierta que esos cumplidos tan floridos podrían subírseme a la cabeza.
Incapaz de contenerse, Roy se acercó todavía más, hasta quedar a escasos centímetros de ella. La cercanía entre ellos era casi palpable, el aire cargado de una tensión que ninguno de los dos podía ignorar. Los ojos de Roy se fijaron en los de Riza, y en ese instante, sintió como si pudiera ver directamente en su alma.
—¡Hayate no! —el grito de Alice se coló entre los dos, rompiendo el hechizo del momento.
Aquella oportuna intervención de Alice, que estaba regañando al mastín mientras este seguía escarbando entre los rosales, hizo que ambos se separaran abruptamente. Riza se deslizó fuera de la cercania, su rostro todavía sonrojado, mientras Roy se aclaraba la garganta, tratando de recomponerse.
—Parece que Hayate está disfrutando demasiado de los jardines —dijo Roy, intentando romper la tensión con una sonrisa.
Riza rió nerviosamente, agradecida por la distracción.
—Sí, es un cachorro curioso. —Riza se recompuso y adoptó una pose más autoritaria—. ¡Hayate!
El mastín acudió a ella obediente en un trote rápido y se sentó a su lado. La pobre Alice le seguía sin aliento.
—Lo siento, señorita. Hayate no deja de escarbar.
Riza acarició la cabeza del perro, sus manos temblando ligeramente por las emociones del momento anterior.
—No te preocupes, Alice. Gracias por mantenerlo bajo control.
Roy miró a Riza, su expresión más serena pero todavía con una chispa en los ojos.
—Deberíamos regresar. Tenemos mucho que preparar.
Riza asintió, Sintió una oleada de vergüenza. ¿Se habría dado cuenta él? ¿Habría visto el anhelo en sus ojos?
—Sí, vamos.
Mientras se dirigían de vuelta a la casa, la conversación volvió a temas más prácticos, aunque ambos sabían que algo había cambiado. La conexión que habían sentido bajo el roble era innegable.
Cuando llegaron al salón, Riza colocó la caja de joyas sobre la mesa y la abrió de nuevo, dejando que Roy examinara las piezas más de cerca. Las joyas brillaban bajo la luz del sol que se filtraba por las ventanas, revelando su exquisita artesanía y valor intrínseco.
—Son realmente impresionantes —dijo Roy, tomando un collar de perlas entre sus manos—. ¿Está segura de que quiere venderlas?
Riza asintió, su determinación clara en su mirada.
—Estas joyas son todo lo que nos queda de mi madre. Quiero asegurarme de que su sacrificio no sea en vano. Ella hizo todo lo posible por nuestra familia, y ahora es mi turno de proteger lo que nos queda.
Roy colocó el collar de nuevo en la caja con cuidado, respetando la importancia de cada pieza.
Roy la miró con ternura y determinación.
—Haremos todo lo posible para que así sea. Su madre estaría orgullosa de ver cómo lucha por mantener su legado y proteger este lugar.
Riza asintió, sintiendo una mezcla de gratitud y confusión. Necesitaba poner una distancia necesaria o sentía queque perdería la cordura. Desde aquel… lo que fuese, aquel momento bajo el roble, había encontrado mil tareas que requerían su atención.
Necesitaba alejar su mente de aquel casi, casi beso. ¿Había sido eso? Intentó no pensar en ello. Fue solo un acercamiento inoportuno, solo eso. Recordó la fama de mujeriego del coronel Mustang. ¿Era eso lo que estaba pasando? No, no podía juzgarlo sin saber la verdad, pero al mismo tiempo lo juzgaba.
Mientras Roy continuaba examinando las joyas y tomando notas para la negociación con los acreedores, Riza se movía nerviosamente por la casa. Dirigió a Esther en la preparación de la comida, se aseguró de que Hayate estuviera calmado y supervisó a Alice en varias tareas menores.
—¿Está todo bien, señorita Hawkeye? —preguntó Alice con un tono preocupado al verla tan agitada.
—Sí, sí, todo está bien, Alice —respondió Riza, su voz algo tensa—. Solo hay mucho que hacer.
Alice asintió, aunque sus ojos reflejaban dudas. Se alejó para continuar con sus tareas, dejando a Riza sola en el pasillo. Riza respiró hondo, tratando de calmarse. No podía dejar que sus emociones interfirieran con sus responsabilidades.
Cuando llegó la hora del almuerzo, Riza se sentó a la mesa con Roy. La atmósfera era un poco tensa, con Riza esforzándose por mantener la conversación en temas triviales y alejados de cualquier implicación personal.
—Esther, por favor, siéntese con nosotros —dijo Riza, tratando de sonar casual—. Alice también puede hacerlo.
Esther levantó una ceja, sorprendida por la invitación poco usual.
—Gracias, señorita, pero prefiero atender a la mesa. Es mi deber —Esther se encargó de remarcar la palabra "deber".
Riza entendió el mensaje. Estaba acostumbrada a comer con el servicio en el Central College o con los profesores, pero ya no estaban allí. Este era su hogar, y las normas eran diferentes.
—Lo comprendo, Esther —dijo Riza suavemente—. Pero me gustaría que hoy nos acompañaran. Le prometo que no se convertirá en una costumbre.
Esther miró a Riza con una mezcla de sorpresa y comprensión. Finalmente, asintió con una leve sonrisa.
—Como desee, señorita.
Alice, un poco nerviosa pero también emocionada por la invitación, se unió a la mesa con una sonrisa tímida. La atmósfera en el comedor comenzó a relajarse mientras la comida avanzaba. Las historias y anécdotas que compartían Esther y Alice trajeron una sensación de calidez y normalidad.
Riza, aunque todavía luchaba con sus sentimientos internos, encontró consuelo en la conversación y el apoyo de aquellos que la rodeaban. La cercanía de Roy la afectaba más de lo que quería admitir, pero la presencia de Esther y Alice le proporcionaba un equilibrio necesario.
Roy, por su parte, notó la distancia que Riza intentaba poner entre ellos. No podía culparla; Elisabeth Hawkeye sin duda era una persona mucho más sensata que él.
Después del almuerzo, mientras Esther y Alice recogían la mesa, Roy se acercó a Riza.
—¿Podemos hablar un momento, Riza? —preguntó con suavidad, su voz cargada de seriedad.
Riza asintió, sintiendo un nudo en el estómago. Se dirigieron a la biblioteca, un lugar tranquilo y privado. Pero Riza se quedó en el umbral de la puerta congelada, no podía estar a solas con él. No quería. ¿No quiero? Esa pregunta le trajo más desasosiego. El decoro y la prudencia le gritaban que se alejase de Roy Mustang.
Al darse la vuelta, Roy la vio allí, clavada y pálida, los ojos que lo habían mirado con anhelo ahora parecían llenos de pánico. Necesitaba aclarar las cosas.
—¿Qué he hecho para que me tenga en tan baja estima que no se atreva a entrar? —Su voz sonó más dura de lo que pretendía. "Sabes muy bien lo que has hecho," dijo una voz en su cabeza.
Riza parpadeó, luchando por encontrar las palabras. La confusión y el miedo la envolvían, y no estaba segura de cómo expresarlos.
—No es eso…—empezó a decir, su voz temblando—. Solo puedo estar agradecida que todo lo que esta haciendo…
Roy dio un paso hacia ella, pero se detuvo al ver que ella daba uno hacia atrás. Su expresión se suavizó, mostrando comprensión y preocupación.
—No quería hacerte sentir incómoda. Solo quería hablar, aclarar las cosas. Lo que pasó bajo el roble... no fue un juego para mí.
Riza respiró hondo, tratando de calmarse. Miró a Roy, viendo la sinceridad en sus ojos. Quería creerle, pero las dudas seguían ahí. Sabía que era un buen hombre, no tenía motivos para pensar lo contrario, pero ¿era el hombre adecuado para ella? Definitivamente no. Ya tenía bastante con soportar las largas ausencias de su abuelo, nada de militares. No soportaría ni uno más dentro de su vida.
—No hay nada de qué hablar, porque no pasó nada y es mejor así, Coronel Mustang —dijo, sus palabras ahogándose en su garganta.
Roy sintió un dolor punzante en su pecho al escucharla, pero sabía que no podía forzar nada.
—Si eso es lo que realmente siente, respetaré su decisión. Pero quiero que sepa que no le estaba engañando. Mis sentimientos son genuinos.
Riza asintió, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que estaba siendo injusta, pero el miedo a otro abandono era demasiado fuerte.
—Y yo no puedo corresponderlos, lo siento —dijo, su voz temblando ligeramente. "Mentirosa," le recriminó su propia consciencia.
No podía seguir allí. Su resolución no era tan alta como creía y sentía que, a la más mínima insistencia, caería. Hizo una elegante reverencia y se alejó. Posiblemente Roy Mustang, de todos los hombres que habían mostrado interés en ella, era el único al que habría estado dispuesta a aceptar, y aun así, lo había rechazado. De hecho, ni siquiera le había dado la oportunidad de hacer una declaración formal.
Roy se quedó mirando cómo se alejaba, su corazón pesado con una mezcla de tristeza y aceptación. Sabía que forzar la situación solo causaría más dolor a ambos. Observó su figura desaparecer por el pasillo.
Riza, por su parte, caminó rápidamente hacia su habitación, sintiendo que cada paso era una lucha contra las lágrimas que amenazaban con desbordarse. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó contra ella, cerrando los ojos y tomando profundas respiraciones para calmarse.
"Lo hice para protegerme," se dijo a sí misma, aunque sabía que era una verdad a medias. Roy había sido honesto con ella, y la culpa de rechazarlo sin darle una verdadera oportunidad la carcomía por dentro.
