La noche había oscurecido el pueblo hacía ya varias horas, normalmente él se encontraría lejos de allí, después de un viaje en barco a través del mar, en la Isla de los Juegos. Pero esas últimas noches sus viajes no eran fructíferos, la ausencia de niños en las calles no era buena para su negocio y la presencia de la policía tampoco era un beneficio para él, todo por culpa del idiota del alcalde, desde hacía un par de semanas se había impuesto un toque de queda nocturno para los niños del pueblo y apenas cinco o seis muchachos lo desobedecían cada ciertas podía disponer del parque solo para un pequeño grupo de muchachos, no merecía la pena transformarlos en burros por tan poco.
Tamborileó los dedos con malicia sobre la mesa mientras jugueteaba con la pipa que tenía en su otra mano, la cual desprendía una leve nubecilla de humo que se disipaba junto a las luces de las velas del establecimiento antes de dirigir la mirada de sus ojos verdes hacia los dos delincuentes de rango bajo que estaban frente a él, notablemente nerviosos y asustados.
-No... no hemos podido reunir a ningún niño antes de reunirnos con usted.- titubeó alterado Juan mientras agarraba con su mano derecha fuertemente su bastón.
Notaba el sudor recorriendo su nuca y empapando su pelaje anaranjado mientras un nudo en la garganta le hacía tragar con dificultad.
-Lo sé.- dijo el cochero sin emociones en su voz.- Por eso os he llamado.- Miró alrededor de la taberna, ni un alma, estaban completamente solos.-Tengo un plan para que el alcalde levante el toque de queda y así los niños vuelvan a salir por las calles.-
-¡Ah bueno!- dijo Juan algo más calmado sabiendo que la hombreo no deseaba hacerles daño.- Por supuesto, haremos lo que pidas... pero... queremos algo a cambio.-
El cochero rondó los ojos antes de soltar una bolsa de oro incluso más grande que la que dio a Juan y Gideon aquella noche en la taberna hacía ya unos zorro abrió los ojos, sorprendido y algo preocupado, el cochero ya les pagaba abundantemente por llevar niños a su carruaje, si era capaz de darles más dinero era porque deseaba que hicieran algo incluso más peligroso.
-El festival de primavera es esta noche.- dijo el villano de abrigo rojo.- El alcalde acudirá a dar un discurso e irá con su familia.-
-¿Familia? Pero su mujer falleció hace años.-
-Tiene una hija.- el cochero entonces lanzó sobre la mesa la impresión de un periódico de unos meses atrás donde se veía la retrato del alcalde al lado de una joven de pelo largo oscuro.- Se llama Dalila, pelo castaño, piel blanca y ojos azules, tiene diecinueve años y su padre la lleva a todos los eventos sociales con la esperanza de encontrarla marido. Solo tenemos que alejarla de la plaza y será nuestra.-
-Y...¿qué haremos después?-
-La retendréis en el sótano de una vieja cabaña lejos del pueblo, la que está al lado del viejo molino, llevo usándola para esconderme años cuando necesito desaparecer, hace décadas que nadie del pueblo va cerca de allí y está lo bastante lejos como para que nadie del pueblo piense en acercarse buscarla.-
-¿qué harás con ella en la cabaña?- dijo con miedo el zorro de pelaje rojizo.
-No sé lo que piensas Foulfellow, pero nada raro, de hecho, sois vosotros los que os vais a encargar de ella.-
-¡¿Qué!?-
-Yo me quedaré por el pueblo y os informaré de vez en cuando, os llevaré suministros para que os encarguéis de ella mientras yo me ocupo de que se derogue el toque de queda, cuando lo consiga la dejamos de nuevo inconsciente y la devolvemos a la ciudad.-
-Pero si la devolvemos informará a su padre, ¡es el alcalde nos colgará delante de todo el pueblo!-
-No... no... yo me encargaré de que ninguno de nosotros sea ajusticiado por ese ricachón sediento de poder, siempre y cuando vosotros no estropeéis los planes, porque si no...- el cochero hizo un gesto con su mano como si degollase a una persona.-...seríais unas bonitas alfombras.- bromeó el villano mientras los dos animales antropomórficos temblaban de terror.-Tranquilo Juan... os daré algo para que no estéis tan nerviosos.- El cochero dejó sobre la mesa un saco de oro enorme de tela raída oscura y vieja que contrastaba con su dorado y reluciente contenido de monedas. - Os daré la mitad ahora y el resto después de acabar el trabajo, no falléis.-
