Disclaimer: Ni One Piece ni sus personajes me corresponden, puesto que pertenecen a Eiichiro Oda; todo lo demás me pertenece.

Esta historia está hecha sin fines lucrativos.

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6.- El rastro de la luciérnaga.

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Nami boqueó, estupefacta, ante las docenas de barcos atracados en el puerto marítimo. Afligida, llego a la conclusión de que el atraque iba a costarles un maldito ojo de la cara. Sintió a sus espaldas como los demás miembros de la tripulación miraban a todas partes, excitados y asombrados a partes iguales, ante la imponente estructura portuaria. Era de madera noble, con enredaderas y lozanas hojas verdes y resplandecientes por todas partes, dándole un aspecto arrebatador.

Jinbe dejó escapar un silbido. —Verdaderamente, el mundo es enorme, a la par que curioso… —divagó.

Ussop y Franky se limitaron a asentir, dándole al gyojin la silenciosa razón.

El capitán de la tripulación apenas podía mantenerse quieto, con la mirada revoloteando por todas partes. —¡Quiero bajar ya!

—¡Y yo, y yo! —canturreo el pequeño reno de la tripulación.

Nami suspiró, pero no dijo palabra alguna. La verdad es que desde que su capitán había abandonado la cocina la noche anterior, apenas había cruzado palabra con ella, provocando que el desayuno se le tornara verdaderamente incómodo. Sin embargo, no podía quejarse. Ella se lo había ganado a pulso y si los demás se habían dado cuenta de algo, tampoco habían hecho mención alguna al respecto; al menos, no delante de ella.

—Creo que podríamos dar una vuelta hasta la hora del almuerzo. Reconozcamos la zona y busquemos al responsable, de modo que podremos dejar pagado el atraque del Sunny y así aprovechar y tantear también un poco el panorama. —divagó la navegante en voz alta.

Sanji, Robin y Zoro cabecearon en acuerdo.

—Hohoeee~ —canturreó Luffy asomado por una de las barandas, contemplando como trabajadores movían cajas de un lado a otro sin parar—, yo creo que aquí están preparando algo gordo. —presagió con una sonrisa llena de dientes, tras observar como de los arcos de madera también colgaban banderines y guirnaldas de vivos colores.

Tras lo que le pareció una eternidad, y sin poder contenerse más, Nami estrelló un sonoro capón contra la cabeza del capitán, que solo atinó a cabecear rápidamente gracias a las propiedades de su cuerpo de goma.

—¡Haz el favor de prestar atención, aunque solo sea por una vez! —exclamó desatada— ¡deberíamos centrarnos primero en reconocer el panorama, aquí podría haber marines y hasta Almirantes, Luffy!

El joven miró a la navegante con ojos entrecerrados, y con un gracioso y pequeño chichón en la cabeza echándole humo. —¿Y qué con eso? —cuestionó poniendo morritos.

Nami alzó los brazos y los dejó caer al instante, signo inequívoco de exasperación. —¡Que deberíamos evitar meternos tan pronto en líos ¡apenas acabamos de llegar! —reclamó al punto de ponerle dientes de tiburón.

Él desvió la mirada para otro lado, aburrido. —Pse…

La joven de cabellos anaranjados tuvo que pelear fuertemente contra las ganas de retorcer su gomoso cuello entre sus manos, hasta que Robin se apiadó de la navegante, apaciguando sus instintos homicidas.

—Nosotros podemos encargarnos de esto —intervino la erudita, poniendo una mano sobre el hombro de Nami—, así nos repartiremos las tareas.

Luffy no lo pensó dos veces. —¡Bien dicho, Robin! ¡Ussop! —estiró un brazo y enganchó al tirador prácticamente por el cuello— ¡Chopper! —enrolló el otro brazo alrededor del reno, que solo atinó a boquear sorprendido— ¡NOS VAMOS!

Y con el capitán impulsándose sobre sus piernas, los tres salieron disparados de la cubierta del Sunny, con los gritos de Ussop de fondo. El pequeño grupo se ganó varias miradas asombradas por parte de los trabajadores cercanos, tras un aterrizaje más que escandaloso sobre el muelle de madera. Hasta que se perdieron entre la multitud, sin más.

Nami apoyó ambas manos contra la baranda del Sunny, y dejó caer la cabeza, agotada y exasperada a partes iguales. Sintió como la arqueóloga le dio unas palmaditas sobre el hombro, buscando confortar sus desquiciados nervios, a causa del usuario de la nika-nika. Quiso agradecerle el gesto, pero solo atinó a soltar un sonoro lamento y medio ahogado ante la personalidad arrolladora y temible de su capitán.

Robin miró a Sanji. —Deberíamos dar una vuelta y tantear un poco.

El cocinero asintió tras encenderse un cigarrillo y Zoro echó a andar con dirección a la pasarela, conforme con la sugerencia de la erudita. —Buscaremos un bar. —anunció con simpleza.

Sanji enarcó una ceja. —Oh, si, un bar. Seguro que te enteras de mucho después de un par de jarras de alcohol. —expuso irónicamente.

Zoro le miró por encima del hombro con su único ojo sano. —¿Algún problema, ero-cook? —musitó desganado.

Nami suspiró e intervino, cortando la posible discusión entre ambos chicos de raíz. —Iré a organizar el atraque del Sunny. Entiendo que con unos días tendremos más que suficiente. —divagó en voz alta.

—¿Quieres que te acompañe?

La joven de cabellos anaranjados, que ya había echado a andar, miró por unos instantes a la usuaria de la hana-hana. La erudita parecía observarla con cierto aire inquieto de ansiedad. Nami presentía que uno de los motivos por los cuales Robin se había ofrecido a acompañarla, era por si ella sintiese la necesidad de hablar libremente, tener la oportunidad de hacerlo. Lo cierto es que hacía tiempo de su última charla de chicas, y súbitamente echó una de menos. Aunque sospechase que la mujer conocía de sobra, y de un tiempo acá, lo que se estaba fraguando entre ella y el imprudente de su capitán, no había hecho amago de decir nada al respecto. Dudó por un segundo y a continuación, le esbozó una sonrisa tranquila de vuelta, decidiendo que había llegado el momento.

—Otra tarde hablaremos con más tranquilidad. Y añadiremos unos cuantos cócteles de por medio —añadió, animada—, ¿te parece?

Robin le sostuvo la mirada por unos instantes y finalmente sonrió ampliamente. —Me parece una idea magnífica, navegante-san.

—¿Podemos irnos ya? —acució Zoro, visiblemente aburrido.

El aura de Sanji se encendió, enojado súbitamente. —¿Quieres dejarlas en paz, estúpido marimo del copón? ¿¡no ves que están afianzando los lazos de la camaradería!?

Zoro arqueó la ceja de su único ojo sano. —¿Y no pueden hacerlo en el bar? —cuestionó impasible.

Nami miró al espadachín con ojos entrecerrados, mientras que Robin no pudo evitar una sonrisilla, ante el poco tacto del primero de abordo. —¿Es que quieres que revise los términos de tu deuda? Estoy segura de que podemos ajustar el porcentaje de los intereses… —sugirió la navegante de manera velada.

Ahora fue Zoro quien la miró de vuelta, entrecerrando su único ojo sano. Terminó resoplando y mirando hacia otro lado. —Bruja del clima… —masculló por lo bajini.

Aunque la joven de cabellos anaranjados siempre se defendía y desafiaba con las mismas formas, Zoro era perfectamente consciente de que nunca terminaba haciendo nada de lo que amenazaba. Aunque nunca lo reconociese en voz alta, el joven de cabellos verdes era perfectamente consciente de que era gracias a ella que siempre disponían de recursos más que suficientes.

Robin echó a andar resuelta por la pasarela, adelantando al espadachín por uno de los lados. —Vamos, cocinero-san.

El aura de Sanji se apagó de repente y de sus ojos rebotaron pequeños corazoncitos. —¡Claro que sííí~, mi Robin-chwaaa~n! —exclamó, siguiendo los pasos de la mujer de cabellos negros en un torbellino encantado.

Zoro quedó paralizado en el sitio, viendo a la mujer que pasaba por al lado suya, estupefacto. —¿¡Eh!?

Nami se llevó una mano a la boca y tuvo que contener fuertemente las ganas de reír, ganándose que Zoro la mirase con los ojos afilados como cuchillas. —Tú a callar, bruja, ni una palabra al respecto. —advirtió, de manera intimidante.

Falló estrepitosamente. Y Nami no puedo hacer otra cosa salvo salir corriendo también por la pasarela, intentando salvar su vida del instinto homicida de su compañero de tripulación.

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La navegante suspiró y removió su refresco, adornado con una alegre sombrillita, con la pajita de manera innecesaria. El responsable portuario había resultado ser un tipo agradable, pero había sido imposible regatearle. El hombre se había mantenido en su postura de manera estoica durante una y otra vez, por lo que no le había dejado alternativa. Nami sospechaba que había aprovechado para inflar las tarifas, sobre todo, por el festival en ciernes.

¡Pero como! —exclamó el hombre, anotando los datos del Thousand Sunny en el enorme libro de cuentas— ¿es que no habéis venido a propósito del festival? —había cuestionado él, asombrado, como si no fuese capaz de creérselo.

La navegante se limitó a negar suavemente con la cabeza, cosa que provocó que el responsable del puerto hinchase el pecho con orgullo, cual pavo real.

¿El festival? —repitió ella— ¿es que hay uno?

El hombre casi se vio insultado. —¡Por supuesto! ¡es uno de los festivales mas famosos a este lado del mar! —espetó, herido visiblemente en el orgullo.

Nami abrió la boca dibujando una perfecta «o». —Oh, no lo sabía… —reconoció con sencillez—, y ¿qué se celebra exactamente?

El hombre se llevo una mano al pecho, justo como si fuese a ponerse a recitar una obra de Shakespeare. —Hotaru Matsuri.

¿El qué?

Él la miro con ojos entrecerrados, y repitió, mascullando. —El «Hotaru Matsuri».

La joven de cabellos anaranjados solo atinó a parpadear. —¿Y qué es eso?

El responsable del puerto casi echo humo por la nariz. —¡Mas respeto, jovencita!

Nami exclamó, contrariada. —¡Pero si estoy teniendo respeto! —replicó estupefacta.

El hombre chasqueó la boca, murmurando por lo bajini algo sobre que los jóvenes de hoy en día no se enteraban de nada. La navegante intentó no poner los ojos en blanco y esperó a que el tipo se volviera a animar en aflojar la lengua. —Ahora mismo os encontráis en la isla de Shōdoshima y dentro de un par de días se celebrará el Festival de las Luciérnagas. Viene gente de todas partes con tal de verlo, jovencita, de ahí el motivo por el cual ahora mismo apenas quede hueco en el puerto como para recibir mas barcos. Además, hemos sufrido una tormenta como pocas se recuerdan hace apenas unos días, de modo que habéis tenido suerte. —reconoció.

Se dio la vuelta y cogió un pequeño plano de uno de los estantes. Tras abrirlo sobre la mesa, cogió un marcador y se dispuso a dibujar—. Ahora mismo estamos aquí —dibujó un circulo sobre el plano—, aquí se encuentra el pueblo, Tonoshō —marcó una equis—, y aquí se encuentra el lago Shōzu. —trazó una línea desde el pueblo hasta una de las zonas mas interiores y apartadas—. Toda esta zona está rodeada por espesos bosques y frondosa vegetación -vistas espectaculares, por cierto-, ideal para pasar el día de excursión. —añadió a título personal.

Nami arqueó las cejas y asintió asombrada. No le extrañaba ni un ápice el motivo por el cual ese hombre era el responsable portuario. Ese señor era capaz de vender arena en el desierto.

Ya que estáis aquí, no podéis perderos la festividad de ninguna de las maneras. De las cosas mas bonitas que veréis, será La Procesión de las Luces. —Nami volvió a escuchar con atención—. Todo el pueblo queda a oscuras y los lugareños, encabezados por la sacerdotisa, acudimos en procesión al lago, iluminados únicamente por el tenue resplandor de las velas que portamos, con el fin de dejar nuestras ofrendas y buenos deseos a los espíritus que allí reposan, con las luciérnagas como sus únicas guardianas. —terminó con un suspiro, completamente encandilado por la imagen—. Tenemos una especie única de luciérnagas autóctonas ¿sabías?

Ella estuvo a punto de boquear, alucinada.

Nami volvió a suspirar, y echó un vistazo en derredor. Se encontraba sentada en una de las muchas terrazas del pueblo. No le había tomado más de veinte minutos andando desde el puerto, y aunque los cielos estaban despejados en su mayoría y no hacía mucho calor, había llegado sedienta. Tampoco había visto a Robin o a los demás, de modo que había optado por descansar en una de ellas. Decir que el pueblo estaba abarrotado, era quedarse corta. Había sido incapaz de distinguir a Ussop o a Chopper de entre la multitud. El camarero que atendía el bar de la terraza donde ella se encontraba iba fatigado de un lado a otro sin parar, puesto que no paraba de llegar gente. Y sintió lastima del muchacho.

—Deberías probar el refresco de sabor cereza. Mucho mejor que el de naranja, donde va a parar. Además, son producto local ¿sabes?

Nami pegó un respingo del susto, sin poder evitarlo. —¡Dios mío, ¿pero qué-?!

La mujer mayor que se encontraba sentada al lado suya, como recién salida de la nada, rió entre dientes viendo como la joven de cabellos anaranjados casi se había puesto en pie tras saltar de su asiento.

Nami miró frenética a su alrededor, como si estuviese siendo la víctima de una broma pesada. —¿¡Qué demonios!?

La mujer volvió a carcajearse animada. —Vamos, vamos, tranquila… —hizo un pequeño gesto con la mano, invitando a la navegante a sentarse de nuevo al lado suya—. Ven, siéntate, déjame que te vea.

Nami miró a la anciana como si estuviera loca y hubiese perdido el tornillo que le quedaba. —¿Se puede saber quién eres tú? y ¿¡de donde narices has salido!? —cuestionó sin aliento. Se llevó una mano a la altura del corazón, sintiendo como aun le rebotaba contra las costillas haciéndole daño.

La mujer volvió a reír con suavidad. —No sabía que te asustarías tanto, querida. —afirmó con sinceridad, pero como si el asunto le divirtiese a más no poder.

—Claro —ironizó Nami, sin poder evitarlo—, es lo más normal del mundo encontrarte de repente sentada con gente que no conoces.

La mujer mayor volvió a reír con fuerza. —Tienes sentido del humor… —los ojos le brillaron—, me gusta. —musitó.

La joven de cabellos anaranjados apenas le prestó atención, ocupada buscando con la mirada a su alrededor quien sería la acompañante de la anciana. Sospechaba que esa mujer no andaría sola, de modo que quien estuviese con ella no podía estar muy lejos. Puede que incluso ese alguien estuviese preocupado buscándola. Nami volvió a mirar a la mujer, quien seguía contemplándola con aire divertido, y volvió a sentarse en su silla.

—¿Estás sola, abuela?

La anciana arqueó una ceja. —¿Es que es obligatorio ir acompañada? —la mujer señaló a la más joven con la mano—. Tú también estabas aquí sola.

Nami arqueó una ceja. —No estoy sola, es solo que… —dudó por un segundo—, bueno, ahora mismo lo estoy. No obstante, yo sé cuidarme solita. —añadió convencida.

La abuela arqueó ambas cejas en respuesta. —¿Y quien te dice a ti que yo no?

La navegante boqueó como pez fuera del agua. —En serio ¿qué quieres? ¿te has perdido o algo?

La vieja frunció levemente el ceño. —¿Te parezco perdida o algo así? —objetó resuelta—. Por el contrario, tú sí que me pareces perdida.

Nami volvió a mirarla con intensidad y cruzó una pierna sobre la otra, al tiempo que se cruzó de brazos. —¿Es que vas a limitarte a responder las preguntas con otras? —cuestionó, empezando a perder la paciencia.

Los ojos de la mujer centellearon por un instante. —Depende.

Nami suspiró fuertemente, decidiendo entrar finalmente en el juego de la vieja. —De acuerdo, vale, voy a entrar al trapo. —la mujer mayor esbozó media sonrisilla—. ¿Qué quieres?

La mujer la contempló durante unos instantes en silencio, antes de hablar de nuevo. —¿Cómo te llamas?

La navegante ni siquiera lo pensó dos veces. —Nami.

—Bonito nombre. ¿Es solo Nami o hay algo más?

Nami evitó poner los ojos en blanco. —Nami, sin más. Si hay algo más, lo desconozco. —reconoció con sinceridad.

—Oh, ya veo… —la mujer puso un codo sobre la mesa y dejó reposar su cara sobre su mano—. No te reconozco de por aquí, de modo que ¿de dónde eres?

Nami dudó un par de segundos. —De ninguna parte en especial.

La anciana la miró silenciosamente, con curiosidad. —Entiendo… —la mujer tomó aire y cruzó las manos sobre la mesa—. ¿A qué has venido, Nami de-ninguna-parte?

La navegante se encogió de hombros. —Pasaba por aquí. —respondió vagamente.

Los ojos de la vieja la contemplaron con un brillo inusual. —O sea, que tenemos a una navegante perdida y sin rumbo. Esto si que es bueno. Ahora ya puedo decir que lo he visto todo…

Nami giró lentamente la cabeza para mirarla con profundidad. —Yo no he dicho que sea navegante, vieja.

La boca de la anciana se curvó en una mueca mucho mas astuta. —Y, sin embargo —murmuró—, no has negado que estés perdida y sin rumbo. —respondió implacable.

Nami abrió la boca para replicar, pero se encontró momentáneamente sin palabras. El corazón le dio un inexplicable vuelco en el pecho y dejó caer una mano con fuerza sobre la mesa, llamando la atención de la gente que se encontraba sentada a su alrededor.

—Basta. —replicó con fuerza y sintiéndose al limite de su temple—. ¿Nos conocemos? —volvió a mirar en derredor, buscando a quien quiera que fuese estar gastándole una broma pesada con aquella vieja loca como cómplice.

La anciana la miró entretenida, viendo como su paciencia caía en picado. —Yo diría que no. —argumentó con sencillez.

Nami volvió a la carga. —Entonces ¿qué demonios quieres de mí?

Los ojos de la vieja brillaron de nuevo en astucia. —Eso dependerá de ti. —respondió firmemente—. Búscame cuando estés preparada.

La joven de cabellos anaranjados enterró la cara entre sus manos, exasperada por completo. —Mira, vieja, ¡ya he tenido más que suficien-!

Paró abruptamente. Tras levantar de nuevo la cara de entre sus manos, vislumbró estupefacta como no había nadie sentado al lado suya. Se levantó de golpe del asiento, buscando por todas partes. Se sintió observada por la gente sentada a su alrededor en otras mesas. Con el corazón encogido en un puño, enganchó del brazo al camarero que justo pasaba por al lado suya, con la bandeja repleta de refrescos y snacks.

—¡Eh, eh, espera! —Nami lo miró con la mandíbula casi desencajada— ¿has visto a la anciana que estaba aquí sentada conmigo? ¿sabes dónde ha ido?

El camarero, un chico joven por su aspecto y un tanto novato, abrió varias veces la boca, pero sin llegar a articular palabra alguna. —Y-Yo n-no he… n-no sé…

Nami casi enganchó la camisa del muchacho entre su puño, desesperada de repente. —¿¡donde ha ido!? —repitió errática— ¡estaba justo aquí sentada conmigo! ¡no ha podido desaparecer de repente! —argumentó fuera de sí— ¡pelo blanco recogido, piel clara —apenas dio al chico tiempo a respirar—, vestido a juego con chaqueta de punto, NO PUEDE SER TAN DIFICIL!

El chico lució aterrado ante la imagen desatada de Nami. —L-Lo siento, n-no he-

—Pero bueno, ¿se puede saber que ocurre aquí? ¿hay algún problema, Toshinori-kun?

Nami levantó la mirada del chico y encontró un hombre mucho mas mayor con delantal, parado delante de ellos y con los brazos en jarra. Con el corazón galopándole como un loco, y un sentimiento de desesperación enroscándose fuertemente sobre la boca de su estómago, cayó en la cuenta de que había asustado al chico al punto de que el dueño del establecimiento había hecho acto de presencia. Soltó al muchacho lentamente, sintiéndose observada por los demás comensales en medio de un silencio abrumador.

El dueño la continuó mirando con ojos despiadados, como si fuese un inconveniente de cabello anaranjado. —¿Tienes algún problema? Aquí no queremos líos. —defendió con arrojo.

Sin embargo, el chico que se hacia llamar Toshinori, habló con voz temblorosa. —S-Shinomori-san… n-no hay n-ningún problema —Nami contempló al chico con un potente sentimiento de culpa—, l-la señorita busca a una anciana q-que estaba con ella. Es p-posible que s-se haya perdido y-

El dueño miró a Nami como si alguien hubiese recibido un disparo. —¿Una anciana? —dudó.

La navegante miró al dueño sin aliento y solo se limitó a asentir. Sin saber el motivo, el dueño parecía estar contemplándola con algo parecido al recelo. La gente de alrededor comenzó a cuchichear y el dueño pareció despertar de un sueño. —Toshinori-kun —el chico se irguió, como un soldado de infantería esperando instrucciones—, hay mesas esperando. —el chico se acordó de repente de su bandeja y salió disparado. —Tú —señaló a Nami—, acompáñame, por favor.

Y sin más, el hombre se dio la vuelta hacia el interior del local. Nami no dudó dos veces. Echó un último vistazo en derredor, y con las entrañas encogidas en un nudo, siguió al dueño hacia el interior del establecimiento.

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Nami contempló con sospecha la alegre casita amarilla que se alzaba frente a ella. Según las indicaciones que le había dado el dueño del establecimiento, en teoría ésta era la casa que estaba buscando. En realidad, y si lo pensaba detenidamente, desconocía qué hacía aquí. Bueno, sospechaba que la vieja loca vivía aquí, pero no sabía a ciencia cierta por qué andaba buscándola. Ni siquiera la conocía, y únicamente había conseguido ponerla de los nervios, apareciendo y despareciendo a su antojo. Suspiró con profundidad. No estaba segura de que esperaba conseguir de aquella visita. Tal vez, solo asegurarse de que la anciana, por loca que estuviera, estaba bien.

Con determinación recorrió el caminito empedrado en dirección a la puerta principal. El dueño la había orientado hasta prácticamente las afueras del pueblo. Según le había comentado, debía venir aquí y preguntar por una tal Naru. Supuestamente, ella era la mujer que estaba buscando. Y, sin embargo, en todo momento aquel tipo la había mirado como si estuviera hablando con una especie de vándalo o algo por el estilo, cosa que a Nami había conseguido molestarla bastante.

Contempló como en el jardín delantero había unos pequeños columpios, junto a un pequeño huerto. De modo que ahí vivían niños pequeños. Suspiró, evocándole recuerdos que en el fondo no deseaba evocar. Su infancia no había sido muy agradable, que dijésemos. Había sido un bonito obsequio de Arlong y compañía. Y si bien era cierto que las cosas con su hermana y su padre adoptivos habían mejorado muchísimo, ella no había terminado de reconectar con todo aquello. Agitó suavemente la cabeza buscando despejarse y, una vez estuvo en el umbral de la puerta, dejo caer suavemente los nudillos varias veces contra ella.

Reconoció el ruido de cacharros de, sospechaba, la cocina, y como unos pasos se acercaban, hasta que finalmente abrieron la puerta, apareciendo la imagen de una mujer delgada, de cabellos castaños recogidos en una coleta alta y limpiándose las manos con un trapo.

La joven que, en teoría, era Naru, la miró con la curiosidad pintada en el rostro.

—¿Sí?

Nami abrió la boca, y se sintió ridícula y perdida de repente. —Eh… h-hola.

La chica ladeó la cabeza hacia un lado. —Hola.

Nami se llevó una mano al cuello, azorada de golpe. —V-Verás… —no sabía cómo continuar—. ¿E-Eres Naru-san?

La chica la miró durante unos segundos y luego terminó asintiendo. —Así es… —dudó—, ¿y tú eres…?

La navegante se sintió avergonzada de repente. —Nami. —respondió con rapidez—. Me llamo Nami. —se aseguró de que quedase aclarado. Tomó aire, reuniendo todo el aplomo que pudo—. El dueño de uno de los establecimientos, Shinomori-san, me ha remitido hasta ti. Verás… —intentó buscar las palabras adecuadas—, he conocido a una mujer mayor y no sé cómo ha pasado, pero ha desaparecido de repente. —el rostro de la chica se tensó de golpe—. N-no se como ha ocurrido —intentó Nami excusarse como pudo—, ¡p-pero estoy buscándola para asegurarme de qué este bien, y me han dicho que debía venir aquí!

La mujer de cabellos castaños la miró con la boca medio abierta, estupefacta. Parpadeó varias veces. —Dices… ¿que ella ha desaparecido de repente?

Nami volvió a asentir, un poco azorada. En su defensa, debía decir que ella no estaba acostumbrada a ir perdiendo ancianas, la verdad.

La joven mujer suspiró, haciéndose a un lado, e invitando finalmente a Nami a entrar. —Pasa, por favor, adelante.

Nami cabeceó levemente, agradecida con la chica. No parecía estar enfadada, o que la joven fuese a clavarle un cuchillo, en cuanto ella se diera la vuelta, por haber perdido a su abuela. Siguió a la chica hasta la cocina, quien la invitó a sentarse. Nami se concedió la oportunidad de echar un vistazo rápido. La cocina, de bonitos azulejos y pequeñas florecitas, tenía un encanto hogareño que no pasaba desapercibido. Casi pudo escuchar las risas matutinas de los niños sobrevolando por aquella cocina. Observó a Naru-san disimuladamente. Apenas parecía rozar la treintena, y por lo que parecía, ya tenía familia e incluso niños pequeños. Una parte de ella, una muy rebelde, había divagado en si algún día ella tendría la misma oportunidad. Sin embargo, la realización de que era una pirata había continuado a esa reflexión, inevitablemente. Además, eso conllevaría, probablemente, a tener que separarse de sus nakamas, y lo cierto era que no se encontraba preparada, de ninguna de las maneras, para ello. La imagen de una niña pequeña, de cabellos negros como el tizón y penetrantes ojos castaños destelleó con fuerza en su mente por un segundo. Se obligó a cabecear con fuerza, despejando todo aquello.

Sin preguntarle, Naru-san puso una taza frente a ella y le sirvió lo que parecía té recién hecho. Quiso negarse, pero no llegó a pronunciar palabra. Bastante había conseguido con perder a la vieja.

—¿Puedo hacerte una pregunta de índole personal, Nami-san? —la jovencita tomó asiento frente a ella, tras servirse su propio té, y la contempló con ojos inquietos.

La navegante la miró un tanto curiosa. —Eh… sí, claro que sí.

—¿Crees en lo sobrenatural?

Nami sólo atinó a mirarla de vuelta, sin responder en un primer momento. La chica continuó. —Me refiero a cosas que no tengan una explicación evidente y puedan escapar, a priori, de nuestra comprensión básica.

Nami no pudo evitar boquear levemente y lo consideró por un momento. Lo cierto era que nunca se había parado a pensarlo detenidamente, pero si decía que no, estaría pecando de irónica. Mas que nada, porque uno de sus nakamas era sencillamente un esqueleto con afro, de modo que incurriría en una potente contrariedad. Y si lo pensaba detenidamente, también estaba acompañada de un reno parlante, un hombre pez tiburón-ballena, un joven de goma y una mujer que podía hacer surgir extremidades. Tuvo que retener un suspiro resignado.

—Supongo que… en cierto modo sí. —se encontró reconociéndolo con naturalidad.

La chica pareció soltar un leve suspiro de alivio. Tomó un sorbo de su té y continuó, luciendo un poco más tranquila. —Así que has conocido a mi abuela, Saiko.

—¿Saiko? ¿es así como se llama? —Nami volvió a sentirse un tanto incómoda—. Lo cierto es que no la he preguntado… —musitó.

—Te pido disculpas de antemano. —la joven Naru lució un tanto avergonzada—. Mi abuela es… un tanto caprichosa.

Nami parpadeó, perpleja. —¿Qué? ¿por qué te disculpas? He venido… —dudó—, bueno, no sé a qué he venido —reconoció nerviosa—, pero seguro que no ha sido a quejarme.

La chica esbozó una pequeña sonrisa tímida. —Eres muy amable. Hay gente que no es tan tolerante, Nami-san.

La joven de cabellos anaranjados sintió como un leve sonrojo le trepaba por las mejillas, aunque un tanto perdida ante las palabras de su anfitriona. —¿Por qué dices eso? —preguntó con curiosidad—. ¿es que se ha perdido más veces?

La chica suspiró y pareció tomarse unos segundos, como preparándose para lo que estaba por venir. —Lo importante no es el porqué, Nami-san, sino el cuándo.

Nami se perdió del todo. —¿El cuándo?

La chica la miró fijamente, sin apenas pestañear, y asintió. —Sí. —el mundo de Nami se paró de repente—. Mi abuela falleció hace cinco años.

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N/A: bueno... creo que acabamos de llegar a la mitad del camino.

Acabamos de entrar en el meollo de la cuestión. Queda por ver cómo continuará.

Tengo que reconocer que apenas he recibido comentarios sobre el último capítulo, lo cual me ha sorprendido mucho, sobre todo cuando la expectación era bastante alta, así que me ha hecho dudar si no ha sido lo que esperabais.

No sé, tengo que reconocer que tengo muchas dudas al respecto y le he dado muchas vueltas.

No voy a añadir mucho más, pero no dudéis en preguntarme cualquier duda o pregunta.

Intentaré responder en la medida de mis posibilidades.

Como siempre, gracias a todos los que me leéis, marcáis y seguís y, sobre todo, a los que os tomáis un momento de vuestro tiempo para dejar un comentario.