Capítulo 2: Poblado Viento Libre.
Habían pasado tres días desde que empezaron a navegar por las salobres aguas de Mil Agujas en dirección al Poblado Viento Libre, y por fortuna no habían hallado ninguna amenaza más allá de algunos peces y tortugas que se querían pasar de listos. Uno de los mayores temores de los mellizos era caer víctimas de saqueadores, comerciantes hostiles, o de miembros de la tribu Tótem Siniestro que supuestamente rondaban en las cavidades de formaciones rocosas, atacando a cualquiera que se atreva a navegar "sus aguas".
Por desgracia, tampoco hallaron a nadie amigable, o señales de vida más allá de algunas algas, peces y tortugas con las que se alimentaban, siendo Powaq el que los cazaba cuando tenían hambre, y Koya el que los cocinaba al instante con sus poderes, a falta de combustible para una fogata. Lo único que tenían a la vista eran rocas y agua salada… al menos, hasta que llegaron a "la Granja del Viento".
Años posteriores a la caída de Garrosh, y tras el descubrimiento de los goblin y gnomos del uranio, pronto surgió el maravilloso invento del reactor nuclear que prometía energía eléctrica en gran cantidad y accesible a todos; decir que tanto la Horda como la Alianza estaban extasiados es limitarse: por desgracia, los desechos que producían eran tan peligrosos que amenazaban la naturaleza y la salud de las personas. Los tauren -y los elfos, tanto nocturnos como de sangre- advirtieron esto, y prohibieron la construcción de dichas instalaciones en sus territorios y en las cercanías, lo que los mantuvo tecnológicamente algo retrasados respecto a sus aliados. Por fortuna, un goblin -de quien no se recuerda el nombre- tuvo la idea de combinar los molinos de viento de los tauren con una caja de engranajes y un generador eléctrico; el aparato funcionó tan bien, que Baine de inmediato solicitó que se construyeran los necesarios en las regiones más ventosas de su nación, entre ellas, Mil Agujas: varios aerogeneradores se irguieron sobre las mesas y las costas rocosas del cañón, aprovechando las fuertes corrientes de aire, abasteciendo de energía no sólo a los tauren, sino incluso a algunos de sus vecinos, como los elfos nocturnos y los humanos de Nueva Theramore, satisfaciendo parte de sus necesidades.
Actualmente, quedaban muy pocos de aquellos innovadores molinos; no por la Guerra, sino por más de un siglo de abandono que pasaron factura: torres solitarias y oxidadas, varias derribadas por los fuertes vientos, algunas aspas sobresalientes en el agua… Powaq dio un buen vistazo, y para sorpresa de su hermano, adoptó su forma voladora y se elevó en el aire, volando hacia la cima de una de las mesas donde quedaban algunos molinos. Veinte minutos después, en los que Koya pasó por unos terribles nervios, Powaq regresó como si hubiera salido a dar una vuelta.
— ¿Qué demonios fuiste a hacer allá arriba?
— A recoger chatarra. -respondió el tauren de ojos dorados, mostrándole parte de su botín a través de su dispositivo- Rescaté muchos componentes y piezas que podríamos vender en el pueblo.
— No sé por qué lo veo como pérdida de tiempo.
— Porque no tienes una mente despierta. -Koya volvió a fruncir el ceño: odiaba cuando su hermano lo hacía quedar como un idiota- No sabemos que vamos a encontrarnos allí, necesitamos más provisiones, algunas armas o una mejor armadura, y los goblin y gnomos de seguro tienen cosas buenas, pero no las darán gratis.
— Claro… -asintió Koya, con la expresión más relajada- De los gnomos no sé, pero los goblin serían capaces de vender a su madre por unas monedas: así reza el dicho. Y con las cosas escasas en estos días… Por la Madre Tierra: esos miserables enanitos verdes se están aprovechando.
— ¡Exacto! Y nada mejor que ofrecerles algo bueno para cambiar. -miró hacia el cielo: el sol se ocultaría en unas horas- Creo que será mejor dormir ahora; cálculo que llegaremos al poblado mañana al alba. Descansa tú primero mientras yo hago guardia.
— Gracias, hermano.
Bajo el abrigo de unas rocas, los mellizos armaron un improvisado campamento: no hicieron una fogata, pues no había madera, siendo el tótem de fuego de Koya la única fuente de luz, calor y de seguridad. Powaq miraba de vez en cuando el cielo estrellado con las dos lunas en su cuarto creciente, cuya luz cenicienta se reflejaba en las aguas y bañaba las rocas, otorgándoles una tonalidad azulada. También miraba a su hermano dormitar tranquilamente, y como el aire entraba y salía por los pulmones, hinchando su pecho: costaba creer que hace unas semanas, su hermano hubiera acabado en una camilla inconsciente a causa de sus visiones. Koya era el más duro de roer de los dos; casi nunca se enfermaba, ni se lamentaba o lloraba si se lastimaba; si alguien buscaba pelea con Koya, él se lo enfrentaba cara a cara. Y su habilidad con los elementos era admirable: había quedado entre los mejores chamanes de la ciudad, siendo el orgullo de su padre.
Y ahora, su hermano había iniciado esta marcha al mundo exterior: no podía dejarlo solo.
Si nacieron juntos, morirían juntos.
Cuando llegó el turno de Koya de hacer vigilia, cerró sus ojos y pensó en ese firmamento.
Koyaanisqatsi mientras tanto, pensaba en lo que llegarían a ver en el mundo exterior: ¿Con qué o quienes se encontrarían en el Pueblo Viento Libre? ¿Los recibirán bien? ¿Qué hay del Yermo Central? ¿Qué criaturas habrá allí? ¿Qué tan desolador sería ver el hogar ancestral de los tauren reducido a un páramo estéril? Y lo más importante, ¿Qué era "eso" que lo estaba llamando, y que afortunadamente no se había manifestado desde que salieron de casa? Siempre había mostrado un carácter fuerte frente a todos: sus amigos, su familia, sus maestros, como el carácter que caracterizaría a un chamán que manipula los cuatro elementos de la naturaleza, pero en el fondo, llegaba a sentir un profundo miedo frente a lo desconocido y una soledad abrumadora. Y luego miraba a su hermano druida: tan ansioso, de mente abierta, casi ingenuo, de gustos raros y sumamente pacifista y sensible, pero increíblemente ingenioso, diplomático y de algún modo… valiente, y con una autoconfianza increíble.
Powaqqatsi era un druida graduado al que le faltaba experiencia -como a su hermano-, pero era sumamente paradójico e inusual que le gustara trabajar con máquinas, dispositivos mecánicos, electrónicos y hasta robots desde niño -y que fuera increíblemente bueno-, lo que desconcertó a su madre, quien le recordaba incontables veces que el deber del druida era proteger todas las formas de vida ante todo, y no jugar con "juguetitos de latón" como los llamaba ella. No importaba: Powaq siempre se salía con la suya y trabajaba con sus aparatos en sus ratos libres.
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Las primeras luces del alba fueron la señal para continuar la marcha: los mellizos subieron al bote y se disponían a continuar su camino, cuando advirtieron un problema... Se acabó el combustible del motor.
— ¡Powaq! No trajiste combustible de repuesto, ¿Verdad?
— Eh… A decir verdad, no.
— ¡¿Y cómo piensas que vamos a…?!
— El motor es híbrido.
— ¿Qué?
— Lánzale un rayo durante un minuto y se pondrá en marcha de nuevo.
— A ver… ¿Quieres que use mis poderes chamánicos sobre los elementos para cargar de energía ese insignificante motor? -su hermano asintió sin mostrarse impresionado por la violenta reacción- ¿Cuándo los chamanes nos convertimos en centrales eléctricas?
— No nos vamos a mover hasta que hagas algo, Koya…
— Ni modo… -las manos de Koya empezaron a lanzar chispas- ¡Cadena de Relámpagos!
Tal y como el druida predijo, el motor quedó lo suficientemente cargado como para continuar el viaje, que trascurrió relativamente tranquilo, hasta llegado el mediodía, cuando llegaron a las cercanías del poblado: varios robots voladores de pequeño tamaño, pero en gran número y fuertemente armados los rodearon en pocos segundos.
— ¡Alto! -gritó uno que tenía una luz intermitente roja en la cabeza- ¡Identifíquese inmediatamente, así como sus intenciones o serán erradicados: está en territorio de la Tecnocracia!
— Somos comerciantes de la Mancomunidad Hyjal. -respondió Powaq con total tranquilidad, mostrando la mercancía que había reunido el día anterior; por su parte, Koya estaba lanzando chispas de sus manos, listo para atacar- Hemos venido a hacer negocios.
— ¡No es habitual que individuos de esas tierras vengan aquí! -volvió a gritar el robot- ¡Serán escoltados a la ciudad de inmediato, y no intenten nada!
No tenían alternativa, pues mostrar algún signo de rebeldía hubiera significado una respuesta claramente ofensiva: bajo la atenta vigilia de los robots voladores, los mellizos continuaron navegando hasta llegar a su destino: el poblado Viento Libre.
Los cambios eran más que evidentes: en el pasado, previo a la Devastación de Alamuerte, Viento Libre era una pequeña comunidad tauren asentada en la cima de una meseta en medio del desértico cañón, abasteciéndose de los frutos de la caza y la modesta minería a la par que vigilaban las incursiones de los centauros, jabaespines y arpías, actualmente extintos. Tras la Devastación y la consecuente Inundación, los Tótem Siniestro tomaron el poblado y lo hicieron suyo; sólo tras la caída de Garrosh fue posible expulsar a los invasores y recuperar el asentamiento para la Horda.
Sin embargo, el destino del pueblo era incierto: ahora que el cañón se había inundado, eliminando o desplazando la caza, con los Grandes Elevadores destruidos y las menas minerales inaccesibles, Viento Libre era un pueblo sumamente aislado y sin sustento. Mas los tauren no son de los que se rendían, y a pesar de lo insignificante que era este pueblo, era un asentamiento que denotaba la presencia de la Horda en Mil Agujas. Se pensó en la pesca como nueva fuente de rubros y se pidió ayuda a los goblin para reconstruir el elevador y construir un muelle en la parte baja de la meseta; a pesar de ello, y de las señales de prosperidad, nunca sobrepasó los 1000 habitantes, ni volvió a conocer su gloria pasada.
Al menos hasta la invención de los aerogeneradores, cuando se descubrió el gran potencial de la naturaleza de Mil Agujas para producir energía limpia construyéndolos: varias mesas solitarias, e incluso los bordes de los riscos y la abandonada guarida del Martillo Crepuscular se llenaron de molinos de viento, paneles solares, redes eléctricas, puentes y muelles. Así, el Poblado Viento Libre alcanzó los 7000 habitantes, que si bien era una modesta población, era una comunidad próspera gracias al comercio y a la producción de energía. Durante la Guerra Crepuscular, la seguridad del pueblo no se vio inicialmente comprometida -lo cual era extraño-, hasta que los orcos enviaron un portaviones y dos destructores para sitiar el pueblo y conquistarlo, mas no lo lograron, pues los tauren lograron hundir los destructores, dejando indefenso al portaviones. Durante el intercambio nuclear, Viento Libre se libró de ser blanco del ataque, pero el bombardeo de los Baldíos del Sur alarmó a los tauren, forzándolos a abandonar el poblado en busca de un lugar seguro. Actualmente, un pequeño número de pobladores tauren de la Mancomunidad Hyjal desciende de esos refugiados.
Con el Pueblo Viento Libre abandonado, su deterioro era inminente, hasta que semanas después de su abandono, los gnomos y goblin, refugiados que sobrevivieron al naufragio del Barcódromo por causa de la flota orca, se reasentaron en el pueblo abandonado y lo reconstruyeron de acuerdo a sus necesidades, utilizando inclusive el abandonado portaviones orco como anexo de su ciudad. Poco después, se fundaría la Tecnocracia.
La Tecnocracia tenía sus orígenes incluso antes de la Guerra Crepuscular, cuando la Sociedad Científica y Tecnológica de Azeroth (SCTA) fue fundada por goblin y gnomos con el fin de promocionar descubrimientos científicos y técnicos, así como elevar el nivel tecnológico de todas las sociedades del mundo… a la par de recaudar más dinero -al menos, por parte de los goblin, quienes veían sus negocios en peligro tras el final de las hostilidades- Fueron ellos los responsables del descubrimiento y uso de nuevos materiales como el aluminio y el uranio. También inventaron, patentaron y difundieron varios avances técnicos como la radio, el teléfono, el cine, la conservación de alimentos, nuevos medicamentos, la imprenta, los así llamados "electrodomésticos" para facilitar la vida diaria, el gramófono, el motor de combustión interna y la generalización de su uso en automóviles y autobuses, las carreteras y vías férreas, la difusión del ferrocarril, las líneas y plantas de energía eléctrica a partir de las centrales hidroeléctricas, solares, térmicas y nucleares, las computadoras, los robots, y un sinfín de inventos más, entre ellos, el Gnoblin 5000.
Y también fueron responsables de su empleo en actividades militares como el diseño de nuevos aviones y girocópteros, carros de combate blindados -tanques-, artillería pesada y antiaérea, acorazados, submarinos, portaviones, cohetes, y posteriormente, las tan temidas armas nucleares. En cierto modo, la Sociedad fue responsable de la Guerra Crepuscular, por más que haya intentado detenerla, pero la naturaleza destructiva de los humanos y orcos, y su ferviente odio recíproco fueron fuerzas más difíciles de controlar que el poder del átomo: tanto gnomos como goblin se vieron atrapados en sus respectivas facciones cuando el conflicto entre ambas potencias se acrecentó, y no tuvieron más remedio que en ayudarlos con apoyo técnico y logístico.
Cuando la Guerra terminó, la mayoría de los sobrevivientes fueron proscritos por los humanos y orcos que quedaban, culpándolos del Holocausto; los pocos que permanecieron junto a ellos, quedaron reducidos a meros ciudadanos de segunda clase. Los que ahora estaban por su cuenta, desesperados por encontrar un hogar: mientras que los goblin conservaban al menos las ciudades de Bahía del Botín y Gadgetzan salvadas casi de milagro, los gnomos se habían quedado nuevamente sin Gnomegaran ni Ciudad Manitas, y en vista de haber sido rechazados en su mayor parte por sus antiguos amigos humanos y enanos, buscaron refugio con sus antiguos rivales. Los goblin, en vista de que compartían con ellos muchos intereses en común, y de que incluso ellos se hallaban desesperados por encontrar nuevos aliados para sobrevivir en este mundo cambiante, los recibieron en sus hogares; pronto, incluso goblin de tierras lejanas vendrían a refugiarse en aquellas ciudades que eran verdaderos bastiones de civilización y orden en el caos del Azeroth post-holocausto. Menos de un año después de ocurrido el Holocausto, la Tecnocracia era fundada de los remanentes de la Sociedad Científica y Tecnológica de Azeroth.
La Tecnocracia ahora abarcaba la Vega de Tuercaespina, el desierto de Tanaris y parte del Cráter de Un'Goro, extrayendo y explotando los recursos naturales de esos territorios, pero también posee algunos enclaves en otras regiones: Viento Libre era uno de ellos, pero a pesar de la tecnología que se veía, era una pequeña aldea en comparación a lo que se podría ver en Bahía del Botín o Gadgetzan.
Actualmente, el Poblado Viento Libre se veía mucho más moderno: edificaciones antiguas de los tauren ahora tenían accesorios gnómicos o goblin, torres y placas de metal, antenas, cañones, carteles de negocios, luces de neón, entre otras cosas. Cuando los hermanos Qatsi llegaron a la plataforma del elevador, dieron un vistazo al portaviones: había más robots que gnomos o goblin en la pista; el elevador también había sido modificado al añadirle una cabina de acero reforzado.
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Al llegar a la cima de la mesa y abrirse las compuertas, y tras darles sus escoltas el paso libre, los hermanos quedaron aún más asombrados: la ciudad rebosaba de actividad por donde se viera. Negocios abiertos con cartelería y luces de neón, comerciantes que ofrecían sus variados productos anunciando precios y ofertas a todo pulmón: desde comida de diverso origen hasta ropas de variada calidad, joyas, armas de todo calibre, artefactos tecnológicos tanto reciclados como rescatados de tiempos previos a la Guerra, chatarra, juguetes, mujeres y muchas otras cosas. Powaq miraba todo con los ojos de un niño ante una dulcería, con esa mirada de ojos fulgurantes como diamantes a la luz del sol a causa de la curiosidad; Koya no compartía ese sentimiento, deseando solo irse lo más pronto posible.
Algo que llamó la atención de los tauren era la gran presencia de robots, algunos de los cuales no sólo eran sirvientes o ayudantes de los comerciantes de baja estatura, sino que otros parecían ser verdaderamente propietarios de sus propios locales; lo otro era la escasez de otras especies, pero había cierto número de humanos, algunos humanos no-muertos producto del bombardeo de la Plaga en Nueva Theramore, y un número aún más reducido de orcos, que por fortuna, se mostraban pacíficos.
Lo otro llamativo era que la mayoría de los vendedores -incluidos robots- y habitantes comunes llevaban una especie de uniforme color celeste grisáceo con tonalidades más oscuras. Y lo más importante: todos -usen el uniforme o no- llevaban una insignia con el escudo de la Tecnocracia: un engrane gris de doce dientes en los cuales se veía la cabeza de un tornillo, y un par de llaves, un par de pistones y un par de chimeneas metálicas cruzando el engrane central. Para rematar, había una bombilla dorada coronando el engrane.
Los escoltas robots guiaron a los mellizos hasta un edificio de ladrillo rojo -como las rocas del cañón- y una puerta enmarcada por dos tótems que alguna vez fue un centro de reuniones tauren, y ahora era un bar llamado "Los Tótem Carmesí" con una gran concurrencia. De seguro Koya odiaba esa rehabilitación.
— Este bar puede ser considerado como punto de información. -habló el robot con cabeza de luz roja intermitente; esta vez con un tono más suave- Los dueños del bar son un goblin llamado Kaspar Radium y una gnoma llamada Titha Mechaperno, y el bartender es Gok: si tienen alguna pregunta acerca de donde poder realizar sus transacciones comerciales o de algún otro punto de interés en la ciudad, pregúnteselo a ellos. -los demás robots se alejaron retomando sus puestos- Sigan todas las reglas y mantengan un comportamiento apropiado. Disfruten de su estancia en la ciudad.
— Estos robots no detectan la ironía. -se rió en voz baja-
— Koya… -lo regañó Powaq en voz baja- No hagas que se enojen.
— Ya, ya… Ahora busquemos al bartender: tengo algo de sed y me quiero ir de aquí pronto.
Powaq se adelantó, pidiendo permiso a varios clientes para llegar a destino: sus labios ansiaban probar un sorbo de agua fresca no desalinizada, o algún jugo de frutas local. -ni él ni su hermano eran muy afines a los licores- Llegó a la barra y tocó un par de veces la campanilla, esperando a que apareciera el encargado. Apenas este llegó, se dio la amabilidad de ahogar un grito que podría haber resultado muy incómodo, y de retroceder un par de pasos. Koya había notado el silencio de su hermano y fue a verificar que le había pasado, cuando sintió lo mismo que él.
Lo que habían visto del bartender en verdad los había alterado. Gok parecía a primera vista un tauren, pero era sumamente diferente: su piel estaba seca y descascarada, como la vieja piel de una serpiente, mostrando parte de su carne desnuda; sus ojos apenas se veían entre tanta carne expuesta de su rostro; algunos de sus dientes se habían caído; algunos trozos de carne de su cuerpo se habían perdido, dejando expuestos parte de sus huesos; su pelaje era casi inexistente, reduciéndose solo a parches en su cuerpo y mechones en su crin. El aspecto del tal Gok era el de un auténtico tauren no-muerto, algo nunca imaginado antes, con excepción de los caballeros de la muerte.
— ¿Qué les sirvo? -preguntó Gok con sequedad- ¿Agua, Néctar de fruta, Licor añejo? ¡Vamos, que no tengo todo el día, pieles suaves!
— Ah… Ag… agua. -contestó entrecortado el druida- Só… sólo agua.
— ¿Qué… demonios… eres tú? -preguntó Koya sin salir de su asombro- ¿Eres un tauren? ¿Un no-muerto?
— ¿Y que es un piel suave?
— Adivino… Son extranjeros… -Gok se quedó en un silencio incómodo, seguido de una aguzada mirada a los hermanos- Pues claro que lo son; no hay muchos de ustedes por aquí. Deben ser de esos tauren de Feralas. Meh… Y no, jovencito; no soy un tauren: soy un necrotauren. Un tauren que mutó por culpa de la radiación de las bombas y la maldita Plaga, mientras que los pieles suaves son los no-afectados. -gruñó, y después fue en busca del pedido de los mellizos mientras continuaba hablando- Malditos Renegados.
— ¿Usted tiene más de 100 años? -preguntaron los hermanos- ¿Cómo?
— Si, y no sé… -respondió a secas mientras servía el agua- Los enanitos dicen que la combinación de la radiación nuclear y la contaminación de la plaga activaron ciertas sustancias que crearon un tipo de no-muerto diferente que no se relaciona con el Rey Exánime. Pero eso a mí no me importa: yo vi la Gran Guerra, la viví, morí, y sobreviví como esta cosa. -entregó los vasos a sus clientes- ¿Y bueno? ¿Alguna otra pregunta? ¿Qué hacen aquí dos mozalbetes de todos modos? ¿No estarían mejor en su bosque verde?
— ¿Sabe dónde podemos vender chatarra? -preguntó Koya; el solo ver al necrotauren lo incomodaba. Como si su actitud arisca no fuera suficiente- Recogimos algunas cosas en el camino y quisiér…
— Con Titha si tiene tiempo. -respondió a secas- O con el goblin de la tienda de junto: se llama Mac Ferrosucio.
— Ay, que confiable -se decía Koya- Gracias.
— Señor Gok, ¿Sería tan amable de decirnos como llegó aquí? ¿Qué le pasó durante la Gran Guerra?
— Powaq, déjalo. De seguro no q…
— Para ser un druida, estás muy interesado en este cadáver andante. Pues bien, jovencito. Te diré, pero solo porque comienzas a caerme bien…
Koya se resignó a sentarse y escuchar la historia de Gok junto a su hermano, a quien no le podía creer semejante actitud ingenua y curiosidad tan infantil.
Al parecer, Gok era el dueño de una vieja gasolinera en las afueras de Nueva Taurajo durante la Guerra Crepuscular. Cuando la batalla llegó hasta los Baldíos del Sur, Gok se ofreció a suministrar combustible a la caballería motorizada del ejército tauren, y auxiliar a los soldados que lo necesitaran con agua, comida y algo de primeros auxilios. Gok dijo haber presenciado como las bombas nucleares emergieron en el horizonte de los Baldíos del Sur: tres o cuatro hacia el este, dos hacia el sur, una hacia el norte, y otra justo sobre la ciudad de Nueva Taurajo. Relató como él y algunos refugiados -soldados heridos y población civil- se habían resguardado en el sótano de la gasolinera, donde escucharon el crepitar de la estructura, el estallido de los cristales, la explosión de las bombas de combustible, los gritos de aquellos que no lograron entrar a tiempo… el calor. Gok describió la oscuridad del refugio, y como se habían mantenido allí una semana, para después salir al exterior y comprobar que todo había quedado incinerado: detalló el estado de los escombros, del suelo cubierto de ceniza que ignoraban era radiactiva, del cielo ceniciento y con una tonalidad verdosa, de los cadáveres carbonizados.
Luego de salir, comenzaron a vagar por los páramos, a comer cualquier cosa que hallaran en el camino. -incluyendo cadáveres- Gok relató que en una ocasión asesinaron a dos soldados orcos sobrevivientes que los habían atacado, y luego que comieron su carne. Al preguntar por su estado actual, Gok explicó a los mellizos que semanas después de salir del refugio, varios de los refugiados comenzaron a enfermar y morir, quedando muy pocos al final de nueve meses. Pero Gok no murió: sufrió un tipo de transformación extraña que a su debido tiempo, lo hizo apartarse de los demás: su piel comenzó a cuartearse, como si lo afectara una terrible sequedad, el pelaje se le caía a mechones, su carne comenzó a verse expuesta, e incluso parte de sus huesos se quedaron a simple viste al caerse parte de sus músculos.
Cuando el cambio era muy severo, Gok fue exiliado del grupo, y obligado a vagar solo por el Yermo Central de Kalimdor, donde un año y medio después de abandonar la gasolinera, se encontró con los goblin y gnomos de Viento Libre, donde halló trabajo y estadía.
— Y todo por la maldita Plaga. -rechinó los dientes- Quisiera tener a la perra de Sylvanas entre mis manos y exprimir su cabeza. Por culpa de esa asquerosa elfa psicópata, soy un desdichado que ya no puede oír a la Madre Tierra. Pero bueno; ella debe de estar casi tan muerta como yo.
— ¡La Madre Tierra no está muerta! -lo interrumpió Powaq, sonaba como un niño que trataba de transmitir su luz de esperanza en los rincones más sombríos- ¡Vive en todos nosotros! ¡Algún día regresará a como era antes!
— Sigue creyendo eso, chico… Tal vez se te cumpla tu deseo. Pero mientras tanto, aprende a vivir la horrible realidad.
— Ya lo oíste, Powaq: vamos a vender tu chatarra con la dueña.
— Koya, tu no crees que la Madre Tierra esté muerta… ¿Koya?
— No adelantemos conclusiones. -le respondió; en el fondo deseaba que no fuera así- Debemos ver más del mundo para llegar a esa respuesta.
Koya prefería evitar una discusión con su hermano; ya estar en aquel poblado otrora tauren y ahora un centro de comercio que va de lo más simple a lo vulgar, y de ver a una "abominación de la naturaleza" -Gok, el necrotauren- lo hacían sentirse incómodo. ¿Cómo Powaq lo toleraba, siendo él un druida que respetaba las leyes de la Naturaleza y la Vida? Más que repulsión, mostraba admiración por todo lo que veía. Prefería dejarlo para otro día: primero reunir provisiones, vender la chatarra y luego abandonar el pueblo. Ese era el plan.
— Hola, -saludó Koya con amabilidad a la dueña, una gnoma de cabello rosa recogido en una cola de caballo para atrás, gafas de cristales naranja, una camisa blanca e impecable, unos pantalones oscuros y unos zapatos lustrosos- Usted debe de ser la dueña del local. Dígame, queremos venderle algunos productos, ¿Estaría interesada?
— ¿Alguien dijo dinero? -grito un goblin, salido de la nada; se veía más andrajoso que la gnoma; de seguro era un mecánico- ¡Dinero, dinero!
— Mac; te dije que yo me encargaría de las Relaciones Públicas y tú de la parte mecánica. -ordenó- Regresa al taller.
— Ay, pero mujer… -la gnoma lo miraba imperativa- Agh, ni modo.
— Disculpen a Mac; es un socio algo compulsivo. Siendo un goblin es algo normal, supongo. ¿Dijeron tener mercancías? Muéstrenmelas por favor.
Powaq se dispuso a mostrárselas con la ayuda de su dispositivo especial de la muñeca, cuando la gnoma de inmediato se percató de lo que traía en su muñeca: sus pequeños ojos brillaron como diamantes bañados a la luz del sol tras esos lentes naranja.
— ¡¿Eso es un Gnoblin 5000 auténtico?! ¡Como lo conseguiste! ¡Se creían perdidos después de la Cuarta Gran Guerra!
— Eh… Pu…pues... lo hice yo.
— ¿Tú? ¿Un tauren? -preguntó desconfiada- En serio… ¿Lo hiciste tú?
— Si, lo hice yo. Tenía un manual que enseñaba como construirlos y… bueno; hice dos: uno para mí y otro para mi hermano.
— Es impresionante. ¿Sabes lo valioso que es eso que tienes ahí?
— Mucho dinero, supongo.
— ¡Bah! -chilló la gnoma; Powaq quedó consternado, y de seguro el goblin también, si la hubiera oído- Siempre habrá dinero, pero el conocimiento es algo invaluable que deja al oro más fino como chatarra oxidada. Te diré algo, querido: no pienso pedirte que me entregues tu aparato o el de tu hermano, porque imagino lo duro que habrá sido para ti fabricarlo.
— Ni tiene idea.
— Así que haré un trato: te facilitaré todo lo que esté a mi alcance si me ayudas a fabricar uno. Comida, ropa, armas, equipo médico: todo eso a tu alcance.
— Es que… me tomó mucho tiempo fabricarlo. Y tenemos que irnos lo más pronto posible.
— ¿No tienes los planos?
— Eso sí se los puedo facilitar. -tecleó unos comandos e hizo aparecer una copia de los mismos- Siempre llevo unas cuantas copias conmigo.
— ¡Ya está! -exclamó la gnoma al tiempo que tomaba los planos con sus manitas- Tenemos un trato: en un momento les preparo todo lo que requieran para su viaje. Mientras tanto, disfruten su estadía: la comida y bebida del bar es a cuenta mía.
La gnoma volvió a su despacho para guardar su nueva adquisición y buscar todo lo que creía que los mellizos necesitarían. Los hermanos permanecían junto al mostrador, mirando a su alrededor con algo de timidez ante la hospitalidad de la encargada. Koya, que había permanecido callado durante la "transacción", rompió el silencio.
— ¿Cómo lo haces?
— ¿Hacer que, hermano?
— Soportar todo esto: esta… "blasfemia". -dijo la última frase en voz muy baja de modo a no causar problemas- Deberías de reaccionar de otra manera.
— Sigo sin entender a qué te refieres, Koya.
— Basta.
— ¿Basta de qué? -cuchicheó-
— Basta de hacerte el bobo; siempre lo haces con mamá y papá. Eres mucho más inteligente que yo, y lo sabes; lo peor es que lo ocultas con una falsa modestia; no lo soporto.
— ¿Qué quieres que diga, Koyaanisqatsi? ¿Que grite e insulte a todos aquí solo porque son diferentes o no hallaron otro lugar donde vivir? ¿Qué me ofenda Gok por ser un muerto viviente contra su voluntad? Koya: creo que tú aun no captas la realidad. Estamos fuera de casa, y el mundo es diferente al que conocieron nuestros ancestros.
— Eso ya lo sé.
— ¿Lo sabes? ¿O no lo quieres aceptar?
— Mejor dejamos esta conversación para otro momento; no vamos a ninguna parte.
— Como tú quieras.
Koya fue a la barra a pedir algo de comer a Gok; en parte le asqueaba que un no-muerto tocara sus alimentos, pero su estómago se mostraba mucho más tolerante: una cazuela de sopa de tortuga y dos hogazas de pan serían más que suficiente… por el momento.
Por su parte, Powaq dio un paseo por los alrededores para disfrutar de las "melodías locales", como él llamaba al cuchicheo del bar: dos goblin bebían y discutían entre sí por negocios, y uno de los robots hacía lo posible por mantenerlos a raya; otro robot echaba a patadas a un gnomo por pasarse de listo con una bailarina de su especie -además de pasarse de copas-; dos humanos que regateaban con otro goblin por el precio de una vieja arma que otrora perteneció al Ejército Orco; un gnomo que presentaba a un comerciante troll una rareza de los tiempos previos a la Guerra -una bombilla de bajo consumo, la cual llamó su atención- y a un orco anciano que conversaba con un no-muerto y un par de gnomos sobre algo extraño que había visto en el Yermo.
— Les juro, ¡Los Titanes está de regreso!
— Solo dices locuras, viejo verde. -respondió uno de los no-muertos- A los Titanes no les importa Azeroth, y menos ahora que está casi muerto.
— ¿Pero entonces que podría haber sido?
— Yo sé que: tu cabeza. -rió uno de los gnomos- Demasiada exposición a la radiación de hace que tus pocos sesos se pudran y te hagan ver cosas.
— ¡Pero yo juro que lo vi! ¡Por los espíritus que lo vi!
— Si, si… Lo viste. -sisearon los tres al unísono- Una esfera metálica y puntiaguda flotante. Por favor…
Powaq no pudo evitar levantar las orejas de curiosidad ante tan curiosa noticia. ¿Un misterioso objeto flotando en medio del Yermo? Probablemente este "viaje espiritual" no sea tan monótono como esperaba. Se lo hubiera comunicado a Koya de inmediato, pero entonces Mac, el goblin de junto, estiró de su manga.
— Hey… Eres un druida, ¿No?
— Eh… Si, lo soy. ¿Por qué?
— Tengo un trabajito para ti; acompáñame.
El goblin y el tauren acabaron fuera del "Tótem Carmesí" y fueron hasta una diminuta plazoleta oculta entre otros edificios: la plazoleta aparentaba ser un lugar de recreación donde uno podría estar en contacto con la naturaleza, pero solo era una fachada: los "árboles" y "arbustos" estaban hechos de chatarra perfectamente ensamblada y pintada, pero metal de resíduo a fin de cuentas. Todo era artificial allí, excepto por un diminuto brotecillo raquítico en medio de aquel espacio, rodeado de piedrecillas.
— ¿Y esto?
— Es un árbol, oh "gran druida". -se burló el goblin- ¿No sabes lo que es un árbol?
— Claro que sí, pero… ¿Qué hace aquí?
— Lo encontré en una de mis salidas en el Yermo, no muy lejos de aquí. Como no tenemos árboles en el pueblo, pensé que sería buena idea plantarlo; pero no crece. Y de eso hace ya tres años.
— ¿Tres años y sigue así de pequeño? -exclamó sorprendido- Eso no puede ser.
— Capaz sea la radiación de esta zona, o el suelo rocoso; yo que sé. El punto es, que los niños de la ciudad quieren tener un árbol en su parquecito, y el fabricarlos con chatarra no es suficiente. Quiero que hagas que este árbol crezca hasta que sea enorme; o cuando menos, decentemente grande y de algo de sombra. ¿Puedes o no?
— Pues…
— Si lo haces, te daré algo que los ayudará a llegar al Yermo.
— ¿Cómo es eso?
— ¿De verdad creían que con una balsa de plástico van a llegar hasta el Yermo de Kalimdor? El elevador está destruido, la vieja carretera entre las mesas también, y no existe camino seguro hasta la cima del barranco. Pero si logras lo que te pedí, tú y tu hermano tendrán su boleto de salida gratis.
— De acuerdo; lo intentaré.
— ¡Perfecto! Avísame cuando acabes.
########
Koya acababa de satisfacer su hambre, pero permanecía en el mostrador, pensativo, mientras escuchaba la música de la rockola de la taberna, que reproducía viejos éxitos anteriores a la Guerra Crepuscular: varias de esas melodías ya las había escuchado; otras no.
— Yo oí esa cuando era niño. -dijo Gok mientras fregaba un brazo con un trapo- A mi padre le encantaban esos discos ventormentanos: decía que eran lo más bello que habían hecho los humanos.
— Al mío también le agradan esos discos… y los cuida como si su vida dependiera de ello. Me dijo que su tatarabuelo los trajo luego de abandonar su hogar tras la Gran Guerra.
— Ja… El mundo se venía cayendo a pedazos y no duda de salvar sus discos de vinilo. Se ve que tenía sus prioridades.
— ¿Puedo preguntarte algo?
— Si es sobre cómo se siente ser necrotauren, te ahorro la respuesta: horrible.
— Eh, no. -corrigió Koya- Quisiera saber…
Antes de poder acabar la pregunta, la música se detiene sorpresivamente: uno de los robots ayudantes de Titha detuvo la rockola y se mantuvo atento a la radio. Inmediatamente comenzó una transmisión bastante inusual. Koya apenas recordó que había una torre de radio en el poblado Viento Libre.
— "Empleados, Clientes y visitantes de la Tecnocracia. Les habla su Queridísimo Presidente TecnoCorporativo Jastor Galliwix."
— ¿Galliwix está vivo? -preguntó Koya en voz alta- ¿Cómo?
— Shh… -lo calló Gok- Luego te digo.
— "En estos tiempos difíciles, cuando el mundo parece caer inevitablemente al foso de la barbarie, nosotros somos la luz de la esperanza: la luz de la civilización. El Holocausto ha destruido nuestro mundo, pero lo reconstruiremos: tengo a nuestros mejores científicos e ingenieros trabajando arduamente para llegar a ese objetivo. Las aguas volverán a ser limpias; las tierras serán nuevamente fértiles; las ciudades y pueblos serán reconstruidas y habitadas nuevamente; ya no vivirán entre chabolas ni vestirán harapos. Todos seremos beneficiados: desde la Mancomunidad Hyjal a los Reinos Unidos de Uldum, desde el Magisterium a la Cruzada Solar, desde la Confederación Exodar hasta la Nueva República de Pandaria, y las tribus desperdigadas en los Yermos... y por supuesto, nosotros. ¡El Nuevo Mundo está cada día más cerca!"
— ¿De qué habla Galliwix? ¿"El Nuevo Mundo"?
— Últimamente da ese discurso. -contestó Gok- Casi siempre cumple con lo que dice, pero… en fin. Se las trae con ser optimista.
— "Ustedes, estimados empleados, se preguntarán como lo conseguiremos. ¿En dónde desarrollamos los cimientos de nuestro futuro? Ya hemos comenzado: en el oeste del Valle de Tuercaespina, hemos fundado la cuna de este sueño basado en la ciencia: la Ciudad del Futuro, Pripat"
— ¿Pripat? ¿Ciudad del Futuro?
— "Allí, nuestros expertos trabajan arduamente construyendo el nuevo mundo que nos espera. El Nuevo Azeroth que reemplazará al desecho y contaminado Azeroth que han dejado como resultado los errores de nuestros ancestros. Nadie nos detendrá: ni siquiera la latente amenaza de la Sociedad de las Sombras y sus nigromantes provenientes de los páramos del norte de Azeroth y Khaz Modan; más bien quedarán boquiabiertos por nuestro poder, y enceguecidos por nuestros logros"
— ¿Cree de verdad poder hacer frente a Sylvanas? ¿Cuándo menos de dejarla sorprendida?
— Si le revienta la cabeza a esa maldita, por mi está bien -respondió Gok-
— "Si se sienten deseosos de cooperar, serán más que bienvenidos a la ciudad de Pripat, donde el trabajo es seguro. ¡Caminemos juntos hacia adelante, y llevemos la luz del progreso y la prosperidad a todo Azeroth!"
El discurso acabó, y los robots encendieron nuevamente la rockola. Koya prestó atención a las reacciones de los demás de la taberna: muchos se hallaban entusiasmados; a otros les daba igual, y otros desconfiaban de las palabras de su líder. También se percató del hecho que su hogar estaba bastante aislado como para ignorar que Galliwix gobernaba la Tecnocracia.
— ¿Eso es normal? ¿Que dé esos discursos?
— Cada tanto: dicen que lo hace para… levantar la moral. Para mi… lo hace por propaganda barata.
— ¿Y cómo es posible que siga vivo? Él vivió durante la caída de Garrosh hace casi 170 años. Y que yo recuerde, los goblin no viven tanto como los gnomos.
— Es verdad. -asintió Gok- Lo que pasa es que… algunos dicen, que nuestro "querido" presidente se clonó… y otros, que no es más que un "seso enlatado".
— ¿Un qué?
— ¿Ves ese robot de allá? -señaló Gok a uno de ellos: se veía bastante "normal", de no ser porque en su cabeza, se veía una especie de cúpula de vidrio con un…- Es muy probable que Galliwix, en su afán por mantener el poder tras absorber a todos los príncipes comerciantes goblin tras la caída de Garrosh, se haya sometido a eso.
— ¿Es… eso que tiene ahí es…? -tartamudeo- ¿UN CEREBRO DE VERDAD?
— Ajá… Es algo bastante común: algunos lo hacen por voluntad propia en un intento estúpido por ser inmortales. Otros por ser esclavos terminan con ese destino. JA… Y dicen que los de la Plaga o la Sociedad de las Sombras hacen monstruosidades.
— Por la Madre Tierra…
— En fin; querías preguntarme algo, ¿No?
— Es si… si no extrañas a alguien de tu… vida pasada.
— Mmm… -gimió Gok sin alejar su mirada del shamán- Lo bueno de saber que eres un esperpento, es que nadie te extrañará. -el bartender mantuvo silencio un par de minutos- Bueno… Hay alguien. -se quitó un colgante de su cuello, uno bastante rústico: hecho de colmillos y garras de animales, y algunas piedras de colores- ¿Ves esto?
— ¿Eso es un… collar de amistad?
— Mi primo y yo nos hicimos unos cuando éramos muy pequeños. Como no teníamos hermanos, jugábamos juntos prácticamente desde que nacimos; no sólo crecimos juntos, sino que hasta realizamos nuestra primera cacería ceremonial entre los dos. Éramos los mejores amigos.
— Oh… Yo creí que esas costumbres se habían olvidado antes de la Guerra.
— En absoluto -respondió Gok- Siempre se han mantenido, pese a que en ese entonces, como los tauren habían adoptado plenamente la ganadería y la agricultura sedentaria, comenzaban a verla como una costumbre arcaica y sin sentido, ya que la cacería no era más base de nuestro sustento. Pero bueno, ¿Ustedes los pieles suaves la mantienen? -Koya asintió, explicando que él y su hermano lo habían hecho juntos también- Interesante: al menos parte de nuestra cultura no ha muerto.
— ¿Qué pasó de tu primo?
— Yo decidí trabajar como mecánico y él eligió ser soldado; a Nyenke siempre le gustó el combate mientras que yo preferí la seguridad de un trabajo de bajo riesgo. Fue al frente de los Baldíos del Sur a expulsar a los orcos que invadían desde el este. Su pelotón pasó por mi gasolinera a cargar combustible, y yo los ayudé a darle unos retoques a sus vehículos. -sorpresivamente, el joven chamán creyó por un momento ver lágrimas en los ojos del necrotauren, pero este supo cómo ocultarlas muy bien tras parpadear un par de veces y enjugarlas muy bien. Siguió su relato, sin alterar su cambio de voz inexpresivo- Antes de partir, nos despedimos, y nos prometimos ir a cazar a Mulgore una vez acabada la Guerra. Esa fue la última vez que lo vi.
— ¿No pensaste en buscarlo?
— ¿Para qué? Él estaba muerto; una de las bombas cayó justo encima sobre dónde debería estar su pelotón. Y con mis padres muertos años antes de la Guerra, me quedé sin nada. Para que ir a buscar los restos.
— Lo lamento.
— Bah… Eso no importa; lo pasado es pasado. Mejor ve a buscar a tu hermano, si es que quiere algo de comer.
— Hey, es verdad: Powaq se ha tardado bastante; mejor iré a ver dónde está.
########
Koya abandonó la barra y buscó a su hermano por la taberna: no lo halló por ningún lado, así que salió afuera a buscarlo entre la multitud. El solo hecho de mezclarse entre la algarabía de las calles y tener contacto con las actividades mundanas de ese enclave comercial lo asqueaban. Pero Powaq era su hermano, y debía encontrarlo para asegurarse que estuviera bien; después saldría cuentas con él.
A pesar de mucho preguntar y preguntar entre los tenderos -entre ellos algunos robots- y buscar entre los locales y bazares, no lograba ubicar a su hermano, y estar rodeado de tanto comercio obscenamente denigrante comenzaba a agotar su paciencia. Se hallaba entre dos edificios de ladrillo reconvertidos en negocios cuando sintió un escalofrío.
— ¿Buscas a alguien, joven chamán?
— ¿Huh? -Koya desvió su mirada al oír esa voz tan anciana y ronca, pero no la encuentra- ¿Dónde está?
— Aquí abajo… Mastodonte.
Ignorando el insulto, Koya bajó la mirada hacia abajo para encontrarse con el origen de aquella voz, llevándose una sorpresa: la responsable era una goblin sumamente anciana, algo más petisa que el promedio, de piel arrugada, nariz prominente, cabello encanecido y dedos esqueléticos. Su menudo cuerpo estaba casi completamente cubierto por unas túnicas descoloridas que podrían haber sido en el pasado algún cartel de plástico; usaba un collar hecho con material reciclado como tapas de botella, bombillas, piezas de vidrio y piedrecillas de colores.
Pero quizás lo más llamativo eran los tótem que la rodeaban: la tienda en la que estaba -la cual era tan pequeña que Koya ocupaba más espacio que los tótem en sí- estaba repleta de ellos, pero sólo los cuatro que rodeaban a la anciana parecían dar indicios de actividad, develando la identidad de la anciana como una chamán.
Un goblin chamán era considerado una auténtica rareza, o una especie extinta en estos tiempos; incluso antes de la Guerra Crepuscular, los goblin chamanes eran sumamente raros. Esto se debía a que años después de la caída de Garrosh, y con los más recientes avances científicos, ellos habían perdido interés en las artes chamánicas, y su número disminuyó considerablemente. Décadas después, los goblin abandonaron el Anillo de la Tierra; si éstos lo habían abandonado voluntariamente o si fueron expulsados por Thrall, era algo que ya no se sabía: lo cierto era que el número de chamanes entre sus filas cayó estrepitosamente.
Y ahora, Koya tenía a una goblin chamán frente a sus ojos.
— Le pediría que no me llamara "mastodonte", señora.
— Me disculpo. -respondió está a secas- La edad hace arisca a la gente, y a mis cien años eso es difícil de controlar.
— ¿Usted tiene cien años? -preguntó sorprendido- Debe de haber nacido entonces…
— Durante el Holocausto; así mismo, joven tauren. Mis padres eran refugiados de Trinquete, y vinieron aquí a establecerse.
— ¿Usted vende esos tótemes?
— Sí. -les dirigió una mirada triste a cada uno de ellos- Como ya casi nadie los usa, los vendo al mejor postor: coleccionistas, chatarreros, etc. Exceptos los míos, claro; no están a la venta. Pero no hemos venido a hablar de mi pasado, ¿No? -puso sus manos sobre el tótem de fuego que tenía enfrente: la llama comenzó a aumentar significativamente- Buscas a alguien.
— A mi hermano Powaq; es mi mellizo.
— ¿Cómo es?
— Es mi mellizo, señora. -respondió el tauren, arrastrando las palabras- Se parece a mí.
— Eso no es cierto. -respondió la anciana; del tótem de agua manó una burbuja de agua transparente y pura, a modo de una bola de cristal- Ustedes dos son muy diferentes.
— Se parece FÍSICAMENTE a mí. -insistió- Excepto por los cuernos y el color de ojos. Y que él no tiene vello facial y…
— ¡Eso ya lo sé, jovencito! ¡Deja de tutearme! -lo regañó la anciana, como si tratara de su nieto malcriado; Koya se sintió sumamente ridículo- Jóvenes… Nunca cambian.
— Señora… No quiero ser grosero, pero… ¿Hay algo ÚTIL que necesite decirme? No quiero perder tiempo.
— La prisa no te llevará a ningún lado, Koyaanisqatsi Cazacielo, y menos si te encaminas en un viaje espiritual.
Por un breve segundo, Koya sintió que todo había quedado en silencio. Algo en esa anciana no era normal.
— ¿Cómo sabe que yo soy de la tribu Cazacielo? -preguntó a la anciana en voz baja- Es más, ¿Cómo supo mi nombre? ¿O el motivo de mi viaje? Nunca se lo dije.
— Los espíritus me lo han dicho. Ellos conocen a tu tribu, conocen sus virtudes, y lamentan su declive.
— Mi tribu fue casi diezmada por los Tótem Siniestro hace más de un siglo; la familia de mi padre desciende de aquellos supervivientes.
— ¿Nunca te has preguntado… por qué tu tribu era tan especial? -la anciana lanzó aquella pregunta de manera sumamente enigmática; Koya no sabía de qué hablaba. La anciana bebió un sorbo de té de un cuenco desgastado- Eran, y siguen siendo, los líderes espirituales de los chamanes de tu especie. Y no era por pura casualidad.
— No entiendo a qué se refiere.
— No lo sabes, pero sospechas de qué hablo; o más bien, lo sabes, pero no quieres hablar de ello. Muchos de ellos tenían un don poco común; algo que otros tenían, pero que era más habitual en ellos, y que ha ido desapareciendo entre los chamanes de todas las especies con el paso de los años. -a Koya no le gustaba para donde iba la conversación; la anciana sorbió otro trago de su humeante té- Tú no estás solo, joven chamán; hay muchos como tú y yo: nosotros dos somos más parecidos de lo que crees.
— Sigo sin comprender, señora.
— Oh… -la anciana pareció abrir la boca, fingiendo sorpresa; luego sonrió- Pero claro que lo entiendes, Koyaanisqatsi: por supuesto que lo entiendes.
Nuevamente, todos los murmullos de los transeúntes parecieron enmudecer brevemente; sólo que ahora, el silencio vino acompañado de una repentina ráfaga de viento ondeaba los banderines, mientras provocaba que los oxidados mástiles chirriaran ruidosamente, como si del canto de una cigarra en verano se tratara. Koya se sentía nervioso: esa anciana hablaba de cosas sumamente enigmáticas, y lo peor es que SÍ sabía a qué se refería. ¿Sería verdad lo que dijo?
La anciana dejó de mirar fijamente al tauren de ojos azules y volvió su mirada a su tótem de aire.
— Tu hermano está bien: se encuentra en la plazoleta del pueblo, al borde del precipicio.
— Mejor iré por él de inmediato.
— Un momento; no he terminado contigo. -Koya rechinó los dientes: ya quería irse de allí y la anciana insistía en hablar- Antes de que te vayas, quiero darte un consejo.
— Ajá… Dígamelo.
— Que brusquedad, por todos los cielos. -se quejó la goblin- Eres un chamán con un potencial extraordinario, Koyaanisqatsi; tus dones te llevarán muy lejos, y tu corazón es noble… pese a lo arisco de tu carácter. Pero pese a que tu cuerpo ha madurado por completo, tus habilidades aun necesitan pulirse y perfeccionarse; por eso, debo darte una advertencia: por NINGÚN MOTIVO, debes poner un pie en el Marjal Revolcafango.
— ¿Por qué me dice eso? ¿Qué hay allí? ¿O quien está allí?
— Algo que será mejor que no conozcas… al menos por ahora, joven chamán. -Koya se la quedó mirando fijamente, confundido, en busca de respuestas- Ve por tu hermano, y que los espíritus los protejan en su viaje.
— Owachi.*
Tras abandonar a la anciana, y buscar el lugar que le había indicado, logró hallarlo en medio de una plazoleta a orilla del acantilado, en compañía del comerciante goblin Mac Ferrosucio. La anciana había acertado.
— ¡Powaq! -lo saludó del otro lado de la calle- ¡Gracias a la Madre Tierra! ¿Dónde demonios te habías metido?
— Solo vine a ayudar a este pueblo con mis talentos… Pero no estoy teniendo buenos resultados.
— ¿De qué hablas? -preguntó extrañado su hermano- ¿Qué te pidieron hacer?
— Hacer crecer a este árbol. -dijo el goblin, señalando al raquítico retoño. Koya miró aún más anonadado a la frágil planta- Pero tu hermano no ha tenido mucho éxito. Comienzo a creer que los druidas han perdido su toque tras el Holocausto.
— Bueno; las cosas han cambiado mucho, se…
— Mi hermano no es ningún pelele, Ferrosucio. -gruñó Koya: una vez más, defendía a Powaq pese a las molestias que podía causar- Y mucho menos un druida bueno para nada: tenle fe y lo resolverá.
— De acuerdo, de acuerdo… -y se sentó en un banco al otro lado de la plazoleta- Aquí espero.
Los hermanos se pusieron a discutir brevemente, sin que el goblin supiera de que hablaban. En medio de la charla, Powaq le pasó a su hermano el balde con agua con el que regaban el arbolito a diario.
— He bendecido esta agua decenas de veces con mis poderes, y he regado al retoño con ella, pero nada. Capaz la tierra sea muy estéril, o el agua esté muy contaminada.
— Puede ser, pero beben de ella. Si quieres, la examino un poco.
— Adelante.
— Mmm… Se ve bastante normal: probemos un… -apenas el agua tocó sus labios, Koya tiró el balde y comenzó a escupir sin parar. Powaq no sabía si sorprenderse o reírse- ¡ESTÁ SALADA!
— ¿QUÉ?
— ¡Está agua está salada! ¡Con razón no crece la planta!
— ¡¿A que va todo este barullo?! -preguntó Mac, levantándose del banco y caminando hacia los tauren- ¿Y qué tiene que sea salada? ¡Es agua a fin de cuentas!
— O sea… ¿Qué has regado esta planta con agua salada conscientemente?
— ¡Obviamente! ¿Qué esperaban? ¿Que regara a este hierbajo con nuestra preciosa agua desalinizada y purificada? -Powaq casi cayó de espaldas; a Koya comenzó a darle su tic nervioso, reflejado en el constante parpadeo de su ojo izquierdo- ¡Es muy costosa!
— Pues será precisamente lo que harás, pequeño tacaño. -gruñó Koya, que estaba a punto de partirle la cara al goblin, de no ser por su hermano, quien le recordó de la presencia de los robots que mantenían el orden. El chamán se calmó de inmediato- Ve a traer el agua. -Mac corrió de inmediato a su tienda- Y yo que creía que los goblin eran listos.
— Listos no sé… -comentó su hermano- pero faltos de conciencia ecológica y tacaños… ¡Seguro!
Mac no tardó en traer tres botellas de agua potable -algo muy valioso en tiempos como éstos en Azeroth- , seguido muy de cerca por Titha, Gok y otros curiosos. Titha no paraba de insultar y gritar al goblin, tratándolo de "petizo ignorante" y "cabeza hueca", a la par que las demás personas se reían de ello, incluidos los hermanos Qatsi.
Una vez entregada el agua, Powaq se encargó de "bendecirla", otorgándole parte de sus poderes adquiridos como druida y recitar algunas palabras en taurahe: al hacerlo, sus manos se vieron rodeadas de un aura verde brillante que la mayoría sintió reconfortante, mas a aquellos afectados por la Plaga como Gok y algunos no muertos les fue algo irritante, pero inofensivo. De todas formas, como casi nadie había visto a un druida antes en el pueblo Viento Libre ahora perteneciente a la Tecnocracia, el simple hecho de ver a Powaq era casi un espectáculo… y gratuito además.
El agua purificada, y ahora bendecida por los poderes druídicos de Powaqqatsi adquirieron un suave brillo verdoso; el druida tomó las botellas, desenroscó sus tapas y comenzó a verterlas en el árido suelo sobre el cual reposaba el frágil retoño, que se convirtió de repente en el centro de atención.
No bastó ni un minuto para que el retoño comenzara a mostrar señales de estar creciendo: en pocos minutos, el tallo creció en altura y grosor, se extendieron las ramas y de ellas aparecieron miles de brotes de los cuales surgieron miles de hojas verdes y resplandecientes: los dotes druídicos de Powaqqatsi habían dado vida al primer árbol del Poblado Viento Libre; las ovaciones no se demoraron en aparecer. Los pequeños niños del poblado -entre ellos goblin, gnomos y algunos humanos- corrieron de inmediato a jugar junto al árbol. Lo que más asombró a los hermanos Qatsi fue que miraban al árbol con una gran curiosidad, como si nunca hubiesen visto uno real. Y dadas las condiciones en las que vivían, era lo más probable.
Mac y Titha fueron de inmediato junto a los hermanos para felicitarlos y darles su merecida recompensa… Además de apartarlos de la multitud.
— Interesante demostración del druidismo, muchacho. -respondió el goblin- Les diste un buen espectáculo. Y ni que decir los niños: les encantó.
— Será un lindo toque para la ciudad. Por eso creo que se merecen una recompensa, ¿No crees, Mac?
— Oh… Yo pienso lo mismo. Espérennos aquí, por favor.
Los dos comerciantes se retiraron de vuelta a sus tiendas, dejando solos a los hermanos, que también decidieron alejarse de la plazoleta y hablar en privado en un callejón.
— Bien, ya hiciste tus negocios, ya presumiste de ser un buen druida: es hora de irnos.
— Koya, no podemos ser groseros: nos darán una recompensa.
— Claro que nos darán una recompensa… ¡Nos sacarán los sesos y los pondrán en uno de esos robots! -señaló uno de ellos que pasaba por allí- ¡Están locos!
— Oh… Creo que has visto demasiadas películas viejas de muertos vivientes comecerebros, hermano. Sabes que eran solo propaganda anti-renegado de los humanos de Ventormenta.
— ¡Me da igual! -chilló su hermano con la voz más alta que pudo para evitar que lo oyeran los transeúntes- ¡Me asquea esa tecnología tan… blasfema!
— Pero si es una maravillosa técnica, Koya. -su hermano casi cae de espaldas al oírlo- Imagina: que extraigan tu cerebro y lo instalen en un robot para continuar viviendo. No lo quisiera en mí, pero… ¿Quién sabe?
— Olvida lo que dije: a ti ya te extrajeron el cerebro. Sólo recojamos las cosas que vinimos a buscar y larguémonos de aquí.
— Como digas, pero primero esperemos a nuestros anfitriones: no podemos ser descorteses.
— De acuerdo… Pero si intentan abrirnos el cráneo, no pienso rescatarte.
— Ay… Este Koya y su sentido del humor -se reía Powaq en voz baja- Nunca lo voy a entender.
Mac y Titha no tardaron en regresar: la gnoma y el goblin condujeron a los tauren hasta el negocio de Mac, y los hicieron subir hasta la azotea, la cual parecía ser un pequeño hangar. Cuál no sería su sorpresa cuando, tras oprimir Mac un botón de la pared, el techo comenzó a abrirse, y una de las paredes a plegarse noventa grados hasta completar una pequeña pista de aterrizaje. En medio de la azotea -ahora una pista de aterrizaje- había un pequeño cohete de tecnología híbrida goblin-gnomo, lo suficientemente grande como para tener dos tripulantes. Junto al cohete, había varias cajas con lo que parecían ser provisiones.
— Como prometí: conseguí un poco de todo para su viaje. -dijo la gnoma con una gran y sincera sonrisa- Comida enlatada, un purificador portátil de agua, algunas medicinas, inyecciones antirradiación, ropa, armaduras para ti y tu hermano, y algunas armas por si las necesitan.
— De seguro que las necesitarán. -asintió el goblin- Y por más que me duela, les regalaré este cohete como gratitud por haber hecho crecer ese árbol. Vaya: lo que acabo de decir habría sonado tan estúpido para mis ancestros.
— No sabemos cómo agradecérselos. -dijo Powaq, y les dedicó una reverencia- Muchas gracias.
— Eh… ¿De verdad vamos a ir en un cohete? -preguntó el chamán rascándose la cabeza- ¿No es algo exagerado?
— No hay otra manera, Koya; Mac me dijo que el camino es difícil. Y si queremos llegar a los Baldíos, vamos a necesitar de este cohete; capaz si cruzamos por el Marjal…
— ¡NO! -gritó Koya; su hermano y los vendedores lo miraron sorprendidos. Rápidamente, recuperó la compostura- Eh… Digo, mejor vamos directo a los Baldíos. ¿Para qué perder tiempo?
— De acuerdo; creo que podremos ir directo a los Baldíos aumentando la velocidad.
— Si tú lo dices… ¿Pero quién lo conducirá?
— ¡Yo! -exclamó el druida- He estudiado cómo funcionaban estas cosas; seguro podré manejarlo: tú siéntate y disfruta del viaje.
— Mmm…
Koya no tuvo más remedio que subir a la cabina del cohete, asegurarse el cinturón y confiar en su hermano, no sin antes recolectar junto a él todas las provisiones facilitadas por Titha con ayuda de los Gnoblin 5000. Una vez preparados, Mac preparó todo para el despegue, y ayudó a Powaq a poner en marcha el cohete.
— ¡Buena suerte, colegas! ¡5, 4, 3, 2, 1…! ¡DESPEGUE!
El cohete expulsó una incandescente llamarada seguida de una densa columna de humo color blanco, y despegó; los hermanos tauren apenas vieron a sus pequeños benefactores despedirse desde la pista. El resto del pueblo apenas les prestó atención, por lo que el poblado Viento Libre se despidió de los mellizos tauren como si nada hubiera significado su visita… o casi nada. La velocidad del cohete era asombrosa para tener el aspecto de estar construido con material reciclable, además de mostrar una gran estabilidad durante el vuelo. Pero capaz lo más asombroso era que, en efecto, Powaq conducía el cohete con suma habilidad, como si siempre lo hubiera hecho, cuando en realidad se limitaba únicamente a leer sobre viejas máquinas previas a la Guerra Crepuscular.
En la Mancomunidad Hyjal, las máquinas son poco comunes, limitándose únicamente a algunos equipos agrícolas, de construcción y una limitada flota aérea, naval y algunos vehículos de transporte colectivo: la tracción a sangre, y las armas tradicionales habían vuelto a ser más populares. Sin embargo, existían algunos libros dedicados a la mecánica y a la ingeniería, y Powaq había adquirido varios desde su niñez leyéndolos y aprendiéndolos con mucha dedicación. Y aun así, a su hermano le parecía sorprendente que manejara un cohete.
Volando en dirección noroeste, pasaron varias mesas en cuyas cimas yacían restos de una autopista antigua que conducía en su momento a los poblados Viento Libre y la Cima de la Nube Negra, la cual, a lo lejos, era difícil precisar si seguía siendo un poblado abandonado, o era parte de la Tecnocracia… o algo peor. Koya se preguntó si los remanentes de la Tribu Tótem Siniestro habitaban en las ruinas de su antiguo poblado.
Faltaba poco para llegar al límite de Mil Agujas, cuando el cohete comenzó a mostrar señas de turbulencia.
— ¡¿Qué demonios sucede?! ¡Powaq!
— Creo que se acaba el combustible… Y esta cosa no es híbrida ¡Tendremos que aterrizar!
— ¡¿Cuánto falta para llegar a los Baldíos?! -al momento de decir eso, el cohete bajó su altura y rozó con los restos de la vieja autopista, arrastrando escombros de asfalto y derribando un oxidado poste de luz- ¡Antes de que nos estrellemos, claro!
— ¡Falta muy poco, hermano! -respondió con fuerza, mientras sujetaba los controles con firmeza- ¡Confía en mí!
— ¡De acuerdo, pero si salimos de esta, no volverás a subir a un cohete!
— ¡Las bromas para después: debo maniobrar! -miró hacia delante, regocijándose- ¡El Elevador: llegamos!
En efecto: a poca distancia era posible apreciar el elevador que en sus mejores tiempos, conectaba los Baldíos con las Mil Agujas: tras el Cataclismo había quedado no sólo destruido, sino obsoleto; luego de la caída de Garrosh, había sido reconstruido por los tauren, que también le habían añadido un puerto flotante con la ayuda de los goblin. Tras la Guerra Crepuscular, había quedado dañado nuevamente; pero el rostro del monumental tótem seguía ahí, mirando serenamente un paisaje casi inalterado por el paso de los años. Y fue ese mismo rostro el que recibió a los hermanos Qatsi al acercarse al barranco, donde incluso fueron capaces de ver las zarzas espinosas gigantes del antiguo hogar de los jabaespines: Horado Rajacieno
— Powaq… Dime que no nos vamos a estrellar.
— No… Pero te recomiendo que te sujetes, y prepares tu paracaídas.
— ¿Qué?
— Confía en mí, hermano. -le dijo el druida; Koya se ponía nervioso cuando su hermano hablaba de esa manera- No nos vamos a morir.
Debía de confiar en su hermano, pues no tenía alternativa: el cohete corría riesgo de estrellarse contra las rocas. ¿Qué planeaba Powaqqatsi? Pronto lo averiguaría: tras gritar "¡Afuera!", los asientos del cohete fueron eyectados junto a sus ocupantes convenientemente aferrados a los mismos por cinturones de seguridad. Mientras el cohete se estrellaba contra las rocas, provocando una intensa explosión que lo desintegró, los hermanos descendían suavemente a los riscos, junto a los restos del antiguo elevador. Koya y Powaq habían aterrizado suavemente, sin sufrir heridas de ningún tipo, más el shamán se mostraba considerablemente iracundo: era natural que le molestara pasar por semejante emoción.
— ¡Ja! Te dije que debías confiar en mí, hermano.
— Arg… Es la última vez que te subes a un cohete: he dicho.
— Si, como digas. -restándole importancia- Ahora si quieres, descansemos un poco antes de continuar.
— De acuerdo; creo que es una buena i… -de repente, Koya se sintió mal: puso su mano sobre su pecho y comenzó a sudar y gritar- Agh… Ar...¡AHHHH!
— ¿Koya? -corrió de inmediato junto a su hermano- ¡Koya!
— ¡AAAARRRRRRRRRGGGGGHHHHHHHHHHHHH! ¡BASTA, BASTA!
— ¡KOYAANISQATSI!
Nota de autor:
*Owachi: Significa "gracias" en taurahe.
