Capítulo 5: Los Horrores de Bael Modan. Parte 1

Tierra ancestral de los tauren, Los Baldios tenían un significado muy especial para aquella especie: durante siglos, antes de la llegada de Thrall a Kalimdor, esta tierra hostil había sido el hogar de las dispersas tribus tauren, que vagaban por la indomable sabana como nómadas, cazando kodos, antílopes y zancudos; recolectando hierbas, raíces y frutos silvestres, y montando sus tiendas donde las tierra y la cacería fueran buenas, siguiendo los patrones de las dos estaciones lluviosas al año. Incluso después, tras la fundación de Cima del Trueno y de las Tribus Unidas Tauren como nación, y el subsecuente abandono del nomadismo a la adopción de un estilo de vida sedentario, esta calurosa y polvorienta sabana seguía siendo importante para este sufrido pueblo, más si se toma en cuenta, que casi la mitad del territorio de su nación correspondía a dicha región.

Las más importantes ciudades tauren -aparte de la capital- se hallaban emplazadas en los Baldíos: Ciudad Cruce y Nueva Taurajo, ambos, importantes centros de comercio, industria y cultura. Asimismo, también había centros de producción a causa de los abundantes recursos naturales que disponía: importantes yacimientos de petróleo al norte en el Fangal -donde eran los goblin los principales en extraerlo y refinarlo, mas los tauren supervisaban los trabajos celosamente- , pozos de agua subterráneos, abundantes menas de minerales como cobre, estaño, plata, hierro y aluminio esparcidos por las montañas, e incluso algunas granjas y tierras de cultivo, así como zonas de cría de kodos y zancudos. A pesar de las duras condiciones ambientales, los tauren habían sacado provecho a la tierra de manera razonable y sin perder el respeto por la naturaleza.

Incluso la ruta comercial más importante de la Horda y auténtica espina dorsal de la misma, cruzaba este territorio en su mayor parte. El Camino Dorado era una antigua carretera adoquinada que comunicaba desde Orgrimmar con Ciudad Cruce hasta las Mil Agujas por tierra, e indirectamente también con Campamento Taurajo, Theramore y Cima del Trueno. Tras la caída de Garrosh y el inicio de la Revolución Industrial, el solitario camino pasó a convertirse en un tramo de ferrocarril y posteriormente se le adjuntó una carretera muy moderna que pasó a llamarse Autopista Dorada. Y cercana a la misma, se tendieron enormes postes de transmisión de electricidad que se obtenía de las "Granjas del Viento" de Mil Agujas.

La autopista constaba con seis carriles para vehículos y dos vías de tren en la parte central; su mejor momento fue cuando tanto la Horda como la Alianza la utilizaban. Pero cuando los tauren abandonaron la Horda, el tránsito de la misma disminuyó considerablemente.

Era sobre esta misma autopista dorada sobre la que los hermanos Qatsi recorrían los actuales Baldíos, siendo testigos de la desolación dominante: la autopista, con sus tramos superficiales y elevados, estaba relativamente intacta; en comparación, de la sabana que alguna vez existió allí, quedaban solo los raquíticos y calcinados árboles desprovistos de hojas, arbustos de tonalidad parda y apariencia semi-marchita, decenas de huesos secos al ardiente sol de las bestias que otrora pululaban por esas planicies y solitarias y oxidadas torres de alta tensión. El fuerte sol era aún más implacable ahora que en los tiempos previos al Holocausto -probablemente por la escasez o completa carencia de vegetación que amortigüe los rayos del sol-, cayendo como plomo fundido sobre los hermanos, y los remolinos de viento eran más frecuentes, provocando vendavales que levantaban gran cantidad de polvo, dificultando la travesía.

Tanto el sol como las tormentas de polvo hacían evidente el avance de la desertificación de los Baldíos, sólo interrumpidos por algunos pequeños pozos esparcidos por todo el lugar, y cuyas aguas estaban sumamente contaminadas. ¿A qué se debía la presencia de esos pozos si apenas llovía? Los pozos eran meros y pobres remanentes de la Gran Helada que reinó en Azeroth tras acabar la Guerra Crepuscular.

Las múltiples explosiones nucleares del Holocausto habían ocasionado incendios por casi todo el globo, arrasando la vegetación en todos los continentes -Rasganorte apenas había sido afectado- y convirtiéndola en cenizas. Pronto toda esa ceniza y el polvo subiría a la atmósfera y cubriría los cielos, obstruyendo la luz del sol y desviando sus vitales rayos. Días después del Holocausto, y aun cuando las llamas no se habían extinguido totalmente, la claridad del día menguó considerablemente, al punto que incluso el mediodía parecía ser horas del crepúsculo; además de eso, las temperaturas comenzaron a bajar.

Aproximadamente diez años después del Holocausto, las temperaturas eran tan bajas que llegó a nevar. Era la primera vez en la historia de Azeroth que las nieves llegaban a semejantes latitudes: las nieves cubrieron todo el norte de los dos principales continentes y llegaron hasta Sierra Espolón, Marjal Revolcafango y Mulgore en Kalimdor, y hasta el Bosque de Elwwyn y las Montañas Crestagrana en los Reinos del Este. Mientras tanto, Rasganorte quedó completamente cubierto de nieve, con la sola excepción de la Cuenca de Sholazar, protegida por los Pilares de los Titanes.

Durante cuarenta años, la nieve acumulada se convirtió en hielo, sepultando gran parte de Azeroth en una capa helada que impidió la recuperación de la vida, el crecimiento de las plantas o el regreso de los animales. A casi cincuenta años del Holocausto, el hielo y las nieves se habían retirado, pero el mundo había cambiado para siempre: tanto el norte como el centro de los continentes habían quedado completamente inhabitables, y convertidos en auténticos desiertos. Sólo alguno que otro charco aislado eran remanentes de la antigua capa de hielo de la Gran Helada; sin embargo, el agua concentraba la mayor parte de la radiación, por lo que era imposible consumirla.

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Los hermanos Qatsi llevaban horas caminando por la ruinosa autopista en busca de algo que llevar a la boca, pero por el camino apenas y encontraron algunos saltamontes y lagartijas, siendo obligados a usar sus raciones de emergencia. Si bien tenían alimentos abundantes, los mellizos habían acordado que de ser posible, cazarían su comida con el fin de conservar esos víveres el mayor tiempo posible, debido que no sabían cuánto tiempo estarían lejos de algún pueblo o distribuidor confiable. El único recurso el cual no podían reemplazar y debían de usar sus reservas era el agua, porque era sumamente escasa.

Y Koya no era un bebedero ambulante.

— ¡Allá, Koya! Veo un pozo. -gritó Powaq, que inmediatamente se convirtió en ave y voló hacia esa dirección-

— Espero que sea agua limpia. -gruñó Koya, quien se bajó de la motocicleta y siguió a su hermano- Si seguimos sin encontrar agua, estaremos en problemas. -se refregó la frente- Que calor tan horrible; me cuesta creer que nuestros ancestros hayan vivido siglos en este lugar

— No creo que nuestros ancestros se hayan quejado tanto como tú, hermano. -rio el druida mientras sacaba su purificador de agua-

— Ellos estaban habituados a este ambiente, Powaq: nosotros hemos vivido en un FRESCO bosque toda nuestra vida. -gruñó Koya- ¿Y bien? ¿Algo se puede hacer con esa agua?

— Mas… o menos. Ésta no está tan contaminada como para no poder purificarla; tenemos algo de suerte, hermano.

— Perfecto; ahora… ¡Apresúrate por favor! Este sol es brutal.

— Jejeje… Para un chamán que controla el fuego y el magma, se queja mucho del calor.

— Oh, ya cállate.

Tras usar el purificador y guardar el agua limpia en unas botellas, los hermanos prosiguieron su camino. Sobre la autopista había pocos indicios de que hubiera sido utilizada durante la Guerra Crepuscular, pero que los había, los había: restos de camiones cisterna que debieron de transportar combustible para las tropas en el frente de los Baldíos; chatarra que alguna vez fueron carretas o vehículos de gente intentando huir -incluso restos oxidados de grandes autobuses y abandonados trenes- y por supuesto, restos óseos de los desafortunados: algunos intactos, otros despedazados por las hienas hambrientas. La desolación que sentían los tauren al ver aquello era tremenda e imposible de ignorar; mucho menos para Koya, que podía ver a los espíritus de aquellos caídos.

— ¿No te molestan, Koya?

— ¿Quiénes?

— Los espíritus de los muertos

— Pues la verdad no; ellos prefieren estar tranquilos.

— No quiero sonar aprovechado ni grosero, pero… Quería preguntarte, ¿Hay alguna información que puedan brindarnos estos espíritus?

— Te refieres a algo más que sabiduría y experiencia de los antepasados, supongo. -Powaq asintió; evidentemente los sermones del pasado eran algo inútiles ahora- La verdad no: mi experiencia -y papá- me ha dicho que los espíritus de los muertos no se alejan mucho de donde abandonaron su cuerpo físico. Hay excepciones, claro: o el espíritu es muy poderoso y es capaz de manifestarse a distancia, o…

— ¿O qué?

— O ha sido capturado por algún nigromante o algo semejante. Espero no hallar espíritus así.

Un ruido interrumpió los pensamientos de los tauren: pisadas que hacían sonar piezas de metal desperdigadas por la autopista indicaban la presencia de alguien o algo acechando. Pocos segundos después apareció una manada de hienas sumamente amenazantes. No se veían como bestias ordinarias; lo que es más, su aspecto les recordaba mucho al bartender Gok, pero en un estado más avanzado: carentes de pelaje, con la piel expuesta y aparentemente tan traslúcida que se podían ver los huesos parcialmente descarnados y en estado de semiputrefacción. Fruto de la radiación y de la Plaga.

— ¡Hibernación! -Powaq usó su poder para apaciguar a las feroces hienas, pero sin resultados- No creo que esté dando resultado. -dijo nervioso; el gruñido de las hienas lo confirmaban-

— Tal vez por ser cadáveres en vida, genio. ¡Cadena de Relámpagos! -Koya lanzó sus rayos contra la jauría de hienas; algunas sufrieron heridas leves, pero un par de ellas cayeron fulminadas-

— ¡¿No crees que es demasiada violencia?! ¡Raíces enredadoras! -Powaq capturó al resto de la jauría con su técnica- ¡Son animales!

— Corrección: ERAN animales; ahora son una inmundicia de la Plaga. ¡Ráfaga de Lava!

El ataque de fuego acabó con la mitad de las hienas, mientras que las otras huyeron despavoridas y envueltas en llamas: la jauría había sido derrotada. Koya suspiró aliviado por deshacerse de aquella molestia menor, pero Powaq no estaba tan contento: los métodos de su hermano no le parecían los adecuados.

— Debimos haberlos espantado de otra manera, una que no involucrara matar.

— Sé que como druida eres un amante de los animales, Powaq… Pero esas hienas no eran unas tiernas ardillitas como las que encuentras en el bosque de Feralas: son bestias mutantes zombies… y nos querían matar. Por cierto: creo que tu técnica está algo débil en comparación a lo habitual.

— Probablemente por causa de este entorno. -respondió ligeramente cabizbajo- Obtengo buena parte de mis poderes de la energía natural, y aquí no hay mucha.

— Lo siento; debí haberlo recordado.

— Descuida, hermano: no me pasa nada. -contestó, pero su rostro decía otra cosa; dejó salir un largo suspiro- Esto es culpa nuestra.

— ¿Qué dices?

— Que los Baldíos estén así: fue culpa nuestra.

— Sabes que no había alternativa, Powaq: los refugiados tauren y elfos necesitaban un hogar, y debían de hacer algo.

— ¿Pero sacrificar nuestra tierra de origen?

— El Anillo de la Tierra tomó la decisión correcta; Baine y Tyrande también: ellos aceptaron el sacrificio de sus antiguos hogares con tal de salvar a nuestros pueblos. Si los chamanes no hubieran desviado la lluvia radiactiva proveniente de Mulgore, de los Baldíos y del norte del continente, Feralas y las Planicies Esmeralda se hubieran contaminado y los sobrevivientes se habrían quedado sin un lugar adonde ir; les debemos nuestro hogar. Tomaron una decisión difícil y aceptaron las consecuencias como cualquier guerrero., y como cualquier líder.

— ¿Tú crees que en nuestro viaje debamos tomar una decisión así de dura?

Koya quedó sin palabras: la pregunta de su hermano era bastante buena, y merecía una respuesta convincente. Nunca lo había pensado, ¿En algún punto de su viaje deberían realizar algún tipo de sacrificio semejante de alguna manera al que hicieron sus antepasados? Esperaba que no, y que en casi de que deba hacerlo, no involucre la integridad de su hermano. Deseaba tener una respuesta satisfactoria, pero tenía las mismas dudas que Powaq.

— Esperemos que no, hermano. -se limitó a responder- Esperemos que no.

Continuaron el camino, sin intercambiar muchas palabras y continuar contemplando el desolado paisaje. Horas después, cuando amenazaba el crepúsculo, Koya sugirió buscar pronto un refugio, pues la noche en aquel páramo no le parecía muy segura.

Para cuando desaparecían los últimos rayos del sol, los mellizos llegaron a un tramo elevado de la autopista donde descansaban los restos de un viejo autobús bajo viejos postes de luz. A pesar del ruinoso estado del vehículo, prácticamente inútil para ponerse en marcha, creyeron que serviría como refugio por esa noche, por lo que instalaron su campamento allí. Sin embargo, Powaq no podía quitarse algo de la cabeza.

— Koya… ¿Hay… espíritus aquí?

— Si, los hay. Pero no te preocupes; yo hablaré con ellos.

El chamán entró al antiguo autobús sin mayor miedo y le dio un vistazo mientras pensaba. Los tauren, a diferencia de los orcos y humanos, no habían tenido mucha predilección por los automóviles; preferían emplear el transporte colectivo como lo autobuses, trenes, tranvías y dirigibles, si bien tenían cierto gusto por las motocicletas. Los elfos nocturnos en cambio, preferían los trenes, tranvías y dirigibles, limitando en lo posible el uso de vehículos con motor de gasolina en su territorio. Koya había oído que los autobuses tauren permitían que cientos de personas se desplazaran de un lugar a otro, atravesando las sabanas de los Baldíos, las praderas de Mulgore, los bosques de Feralas y otros lugares: ahora sólo veía unos pocos recorriendo las umbrías carreteras de Feralas.

Tal y como supuso, había restos de algunos de sus ocupantes en el interior; los espíritus de los mismos no tardaron en aparecer: varios hombres y mujeres, junto a algunos niños. Koya hizo un respetuoso saludo y se dirigió a ellos.

— Mis saludos, espíritus.

— Oh… -dijo una mujer tauren de entre los fallecidos- Un joven chamán que puede comunicarse con nosotros.

— ¿A qué has vendo, joven? -pregunto el espíritu de un hombre de aspecto civil- ¿Qué pueden hacer estas almas por ti?

— Me disculpo si los interrumpí; sólo quería pedirles permiso para acampar en este lugar. Mi hermano y yo estamos realizando un viaje y necesitamos un refugio por esta noche; una vez que hayamos descansado, nos iremos.

— Si es solo eso, no tienes de que preocuparte: tú y tu hermano son libres de pasar la noche en este lugar. -le contestó el espíritu- Incluso pueden usar algunos de los cojines que hay más al fondo. Están en mejores condiciones que el resto.

— Owachi. -agradeció Koya con una reverencia- Disculpen mi intromisión, pero… tengo curiosidad. ¿Cómo acabaron aquí?

— Te contaré…

Mientras Koya charlaba con los espíritus, Powaq levantaba el campamento: juntaba algunas ramitas por las cercanías y las acomodaba para hacer una fogata que los calentara durante esa fría noche; sacó de su Gnoblin 5000 su saco de dormir y algunas latas de comida, seleccionando las que usarían para la cena. Como no habían cazado nada en todo el día, deberían usar sus reservas; con algo de suerte, hallarían algún animal al día siguiente.

La claridad casi se había esfumado por completo, pero la fogata aún no se había encendido: por más que se esforzaba en frotar esos pedazos de madera entre sí, no daba resultado; al chocar dos piedras tampoco producía chispa. Powaq recordó que era pésimo para encender fogatas, mas siguió intentándolo.

Para el intento número quince, la fogata finalmente encendió, pero no por causa suya, sino por una chispa que había salido volando inesperadamente en dirección a la fogata. El druida reaccionó a tiempo para evitar las quemaduras y descubrir la causa de aquella chispa.

— ¿Es que todo tengo que hacerlo yo? -preguntó un burlón Koyanisqatsi con una pequeña llamita con un hilo de humo en su mano derecha mientras sostenía un par de cojines con su brazo izquierdo- Parece que no podemos depender de tus habilidades, hermano… y no me refiero a las druídicas.

— Ya tendré mi oportunidad. -se limitó a responder, sonriendo despreocupadamente- Por ahora preocupémonos de descansar.

— Oye… -se dirigió a su hermano con una misteriosa sonrisa- ¿Recuerdas los campamentos a los que íbamos con papá de niños?

— Y de adolescentes también…. -agregó Powaq- Sí, lo recuerdo.

— Y las cosas que hacíamos con papá… Ya sabes: esas cosas que mamá nos prohibía en casa.

— Te refieres a…

— Sí. ¡Comer lagartijas! -y sacó de su mano izquierda dos que había encontrado y capturado dentro del autobús- Mamá siempre nos decía de niños: "¡No las coman vivas! ¡Eso es asqueroso!" Y siempre lo hacíamos a escondidas.

— Y cuando creímos que papá nos reprendería…

— ¡Nos enseñó a cazarlas mejor! -rió Koya, batiendo su mandíbula- Qué tiempos…

— Pero no sé si pueda hacerlo ahora: ya no somos unos jovencitos… Y ahora, yo soy un druida: no puedo…

— ¡Oh, vamos! -insistía un muy inusual entusiasta Koya- No extinguirás una especie por comerte una.

— Mmm… Está bien.

Acto seguido, tomó una de las lagartijas que su hermano había capturado, y poco después, se las tragaron; pocos después, ambos se pusieron a reír. Claro que no saciaría su hambre; claro que tampoco era muy maduro que digamos; ni muy adecuado considerando que era un druida que protege la vida, y un tauren que respeta a la naturaleza, pero no le importó. Recordó por breves instantes las travesuras que hacía junto a su hermano, los campamentos con su padre, los momentos en que compartían juntos sin mayores roces.

Ahora, ya como jóvenes adultos, y aún más tras la discusión de la cueva, en general los mellizos se llevaban bien. Pero la relación que tuvieron no se podía comparar a la que tenían cuando niños.

— La pasamos muy bien en esos campamentos: papá dejaba de ser el gruñón al que estábamos acostumbrados.

— Dímelo a mí. -respondió el chamán- Casi siempre tenía esa cara de "sólo sonrío lo estrictamente necesario"

— Eso lo heredaste tú de él.

— Hey… -le dio un coscorrón a Powaq- Ni que sea tan amargado.

— Sólo bromeo, hermano. -lanzó un suspiro y dio un vistazo a su alrededor: sus ojos se enfocaron hacia las dos lunas que brillaban en el cielo oscuro con tonalidad ligeramente verdosa- Nunca podríamos llegar a ver las lunas en casa así como las vemos aquí: el cielo se ve tan… vasto.

— Hace varios días que salimos. Espero que nuestros padres no anden de preocupones; en especial mamá. ¿No intentaste comunicarte con ellos?

— Sí, pero hay mucha estática. -un bostezo interrumpió la conversación. Powaq en verdad estaba cansado- Me iré a dormir.

— Descansa; yo vigilaré. Te despierto cuando sea tu turno de vigilar.

Powaq tomó uno de los cojines que su hermano había traído y lo colocó en el suelo a modo de almohada, se cubrió con una de las mantas especiales que obtuvieron en Viento Libre y se dispuso a dormir. Como estaba tan cansado por haber permanecido despierto casi toda la noche anterior y no había descansado durante el día, soportando el infernal calor, no tardó en caer dormido.

Koya se disponía a mantenerse despierto unas horas para que su hermano pudiera descansar y después intercambiarían puestos. Pasó casi media hora mirando hacia la inmensidad de las planicies bañadas por la luz de ambas lunas, que causaban curiosas sombras, hasta que una niña, uno de los espíritus del autobús, salió a su encuentro.

— Señor chamán; no es necesario que usted se quede despierto: nosotros podemos vigilar en su lugar.

— ¿Estás segura?

— Todos estamos de acuerdo: si algo sucede, lo despertaremos.

— Si ustedes no tienen problema… Está bien. -se levantó de su asiento y preparó su "cama" con el cojín y una manta- Se los agradezco.

— Descanse, señor chamán.

La cabeza de Koya estaba apoyada sobre el suave cojín, a punto de cerrar los ojos, cuando sintió un peculiar "aroma". Tras un breve olfateo, descubrió la causa.

— ¡Powaq! ¡No más frijoles goblin para ti!

Zzzzzzzzzzzzzzzz…

— Agh… Olvidé que tiene el maldito sueño muy pesado. -volvió a acomodar su cabeza en el cojín- Ni modo.


Al principio, Koya no soñó casi nada, o al menos, nada digno de recordar. Llegado a un punto, despertó: al abrir los ojos, descubrió que ya no estaba sobre la carretera. Podía sentir el picor de las briznas de hierba sobre su espalda, así como su acre aroma, acompañado de frescos pinos y… ¿Pólvora?

No comprendía por qué el aire tenía esa "esencia" tan extraña ni donde se encontraba y cómo y porqué estaba en ese lugar. Al levantarse se pudo percatarse que estaba al borde de un peñasco de rocas rojas, y había algunos árboles de pino; dando unos pasos hacia el borde del acantilado, contempló un paisaje impresionante: una inmensa planicie de verdes pastos y salpicada de arboledas de pinos; las montañas y riscos de rojas rocas cercaban el valle. Sobre el mismo, era posible distinguir algunas ciudades lejanas, y más lejos aún, podía ver un grupo de mesas apenas perceptibles. No había duda: estaba en Mulgore.

Koyaanisqatsi hubiera saltado de alegría al ver que había llegado a su destino y que este estaba intacto de no ser por varios detalles: su hermano no estaba, el aire tenía ese aroma raro, se oían explosiones lejanas, el valle estaba lleno de trincheras y fortificaciones: no era el Mulgore actual, sino el pasado, durante la Cuarta Guerra. Intuyó que era una visión, capaz causado por alguno de esos espíritus poderosos que ya conocía a medias; lo peor era que esto era muy probable, porque no podía evitar sentirse vigilado.

Justo cuando logró ver en el cielo tres estelas de humo -que intuía lo que podrían ser- una voz interrumpió bruscamente su visión y su sueño, despertando sobresaltado.

Pero despertar no lo libró de recibir más sorpresas: apenas abrió los ojos, fue recibido por un objeto extraño que flotaba en el aire. Era bastante grande, de forma casi circular, con varias puntas metálicas y con pequeños brazos retractiles debajo. El "rostro" parecía una especie de ranura de ventilación o el altavoz de una radio; debajo de la misma, había una especie de diminuta lente, parecida a la de las cámaras de filmación. ¿Era un tipo de máquina? Koya nunca había visto un tipo de máquina así… pero algo le dijo que tal vez si oyó de ella.

La máquina estuvo frente a sus ojos por meros segundos, cuando produjo un ruido cuasimecánico sumamente inusual y luego dio la vuelta y se alejó a toda velocidad. Koya usó sus rayos para intentar derribarlo, pero la máquina ya se había alejado bastante. ¿Qué había sido eso?

— ¡Powaq, despierta!

Mmm… No, mamá… Yo no comí las galletas.

— ¡Deja de dormir, becerro y despierta!

— ¿Huh? -dijo el druida semidormido- ¿Qué pasa?

— Apareció un objeto, como el que describió ese viejo orco: una esfera metálica con puntas, volaba… Y luego desapareció: hizo algo; creo que nos espiaba.

— ¿Estás seguro?

— No me crees, ¿Cierto?

— No es que no te crea, pero… Necesitaría pruebas.

— Está bien; sólo descansa.

Mientras Powaq regresaba a sus sueños, Koya se dirigió al autobús junto a los espíritus, en busca de respuestas.

— ¿Ustedes saben lo que pasó?

— Joven chamán. -habló el espíritu de una niñita; su voz era la misma que lo había despertado de su sueño- Lamento haber interrumpido su sueño, pero apenas nos percatamos de la presencia de ese artefacto, decidimos avisarle.

— ¿Tienen idea de que se trata?

— Ninguna, joven Koya. -respondió la niña- Nunca habíamos visto algo así antes. Lamentamos no serle de mucha ayuda; seguiremos vigilando para que usted y su hermano puedan descansar bien.

— No será necesario: me quedaré despierto un rato más y luego me turnaré con mi hermano. Agradezco su ayuda, pero prefiero hacer guardia yo mismo: si regresa ese artefacto, quiero capturarlo.

— Está bien, joven chamán.

Koya sacó una hervidora de su Gnoblin 5000 junto a algo de kafa y un poco de agua; preparó una taza bien cargada de kafa para pasar unas horas despierto hasta el momento de relevo. Sorbo tras sorbo, miraba hacia la inmensidad de la noche pensando en sólo dos cosas: la visión de su sueño, y el extraño artefacto. ¿Tendrían algo en común? Claramente no, pero eran igual de intrigantes: si esa niña no hubiera interrumpido su sueño, capaz lo hubiera comprendido mejor, saber por qué se sentía vigilado. Por otro lado, de no despertarse, quién sabe lo que ese artefacto le hubieran hecho a él o a su hermano; cuando la máquina se percató de que se había despertado, emprendió la huida. ¿Por qué? ¿Qué hacía esa máquina? ¿Y quién la controlaba?

Horas antes del amanecer, llegó el turno de relevo, y Powaq tomó el lugar de su hermano para descansar un rato antes de continuar el viaje. Pensaba en el misterioso artefacto que vio Koya; no era que dudaba de su hermano, sino que le era difícil de creer en algo que no logró ver, si bien recordaba la descripción de la boca de ese orco. Fue el joven druida quien recibió los primeros brillos del alba, momento en que despertó a su hermano para reanudar su viaje.

Caminaron por una hora sobre la autopista, hasta que el gruñido de sus estómagos encendió la alarma; como habían acordado, debían de cazar algo para comer y ahorrar provisiones. Salieron de la autopista en busca de alguna presa en campo abierto, donde creían tener más esperanzas de encontrar algún animal.

Su suerte les sonrió al ver a un basilisco en los límites de una arboleda, rebuscando entre los arbustos casi desprovistos de vegetación algún animalejo o insecto que comer. Por la apariencia dedujeron que el animal no había sufrido de mutaciones; probablemente la especie sobrevivió ocultándose en madrigueras, y su gruesa coraza escamosa sirvió de protección contra la radiación, pero era difícil de probar.

Los hermanos se ocultaron en unos matorrales cercanos para no espantar a su presa.

— Bien, yo me transformo en felino, lo acecho, me abalanzo hacia él y con una mordida en la tráquea lo acabo.

— Me cuesta creer que mi hermano hable de esas cosas.

— Alguien tenía que ser el cazador, Koya.

— Y bueno… Adelante.

Powaq se transformó en felino y usó su invisibilidad para acercarse al animal sin que este se percatara. Evaluó los movimientos de su presa y calculó el mejor momento para atacar. Aprovechó el momento y se lanzó sobre la bestia, volteando su cuerpo, de manera a dejarlo con las patas arriba, incapaz de moverse. Con un rápido movimiento, clavó sus colmillos en el cuello del animal, rompiéndole su tráquea y ocasionándole una muerte instantánea. La sangre comenzó a correr del cuello del animal, y también caía a gotas de los colmillos del felino. Éste se alejó del cuerpo para regresar a su forma original, lanzando un escupitajo rojo hacia el polvo.

— Nunca me gustó la sangre.

— Sigo sin entender cómo puedes ser tan pasivo en tu forma normal y actúas de otra forma cuando adoptas te transformas.

— Cuando los druidas adoptamos la forma de un animal, adoptamos también varios de sus instintos y comportamientos. Así, cuando me transformo en felino, adquiero sus instintos de caza y su ferocidad, por poner un ejemplo.

— Ya veo… igual me sigue pareciendo extraño. -volteó hacia el animal muerto- ¿Lo faenarás tú?

— Si… Pero me gustaría que me ayudaras a quitarle la coraza; creo que las escamas nos podrían servir.

— De acuerdo.

El animal fue colocado en posición vertical con la ayuda de unas ramas que hallaron allí cerca para que se desangrara. Una vez libre de sangre, Koya se encargó de desollar al animal y extraerle las escamas; Powaq extraía los órganos y piezas de carne apetecibles, apartándolos del resto. Calcularon que algunas partes las podrían vender si encontraban alguien con quien comerciar: las escamas servirían para confeccionar algún tipo de ropa; los huesos podrían servir de armas; hasta los órganos servirían de algo. Mientras tanto, ellos se quedarían con la mayor parte de la carne comestible.

Los hermanos sabían lo que hacían: su entrenamiento como druidas y/o chamanes también incluía algunas habilidades de supervivencia, entre ellas la cacería y todo lo implicado a ella, como acechar al animal, como atacarlo y matarlo rápida e indoloramente, como aprovechar cada parte de su presa sin desperdiciar casi nada. Los tauren llevaban cazando y viviendo de la cacería durante siglos, y los seguirían haciendo aunque sea sólo para casos de emergencia.

El chamán encendió una fogata de manera tradicional para que su hermano comenzara a cocinar la carne, mientras él se encargaría de colocar las escamas para que se sequen al sol. Había dejado a sus kodos descansar fuera de los Gnoblin 5000 para que pudieran estirar las patas tras largo tiempo en estado de animación suspendida dentro del dispositivo.

Mientras extendía algunas escamas para secarlas, escuchó un sonido en seco; al voltearse, su hermano estaba tendido en el suelo, y junto a él, estaba alguien más: era un orco, aproximadamente de su misma edad o un poco más, de cabello corto y complexión fuerte, barba larga, con un armadura simple de placas metálicas y algunas piezas de cuero, un casco metálico y una gran hacha de metal con unas runas de poder en su mano derecha; probablemente el arma que había usado para atacar a Powaq.

— No te preocupes: está vivo… Y tú también lo estarás si no opones resistencia, y me das toda su comida.

— Infeliz… -respondió lleno de una furia aun contenida en su interior mientras miraba desafiante al orco- Nos costó mucho conseguir ese basilisco. ¡Vete a buscar otro!

— Vaca terca: te dije que me des tu comida a menos que quieras morir.

Koya tomó el mazo que tenía por la espalda en caso de emergencias y lo izó amenazadoramente hacia el orco.

— Nunca… nos… llames… vacas ¡INFELIZ PIELVERDE!

El orco usó su técnica de Carga para correr a toda velocidad hacia Koya y golpearlo sin previo aviso, pero fue sorprendido por la rapidez del tauren al bloquear el golpe con su propia arma, y luego forcejear hasta hacerlo retroceder. El tauren se abalanzó hacia el orco para golpearlo con su mazo, pero este con un golpe de su hacha, lo derribó.

— No creí que fueras un guerrero.

— No quiere decir que esté indefenso… -apretó con fuerza el mango de su mazo- ¡Adelante, pelea!

— ¡Golpe Abrumador! -el orco golpeó a Koya girando sobre sí mismo y repartiendo varios golpes por segundo- ¡¿Por qué mejor no te rindes?!

— ¡¿Por qué mejor no te callas?! -intentó devolver el golpe, pero terminó cayendo al suelo con un profundo corte del hacha en el vientre- Arggg... -gruñó de dolor sin fijarse en la sangre que perdía por el corte- Mal… dición.

— Te hubieras ahorrado mucho dolor, y sangre, si me hubieras escuchado, tauren. Lástima que tu hermano no pueda ver tus últimos momentos.

— Hay... una cosa... que olvidé decirte, pielverde -decía Koya mientras se levantaba con dificultad, cubriéndose la herida con la mano izquierda- No soy… un guerrero…

— ¿Huh?

— ¡TÓTEM NEXO DE TIERRA!

Un tótem envuelto en un aura verde apareció repentinamente cerca del orco; éste, aun sorprendido al descubrir las habilidades del tauren, quedó aún más sorprendido al sentirse inmovilizado y sumamente pesado, al punto que cayó al suelo como un saco de plomo. Una vez allí, descubrió que era incapaz de levantarse.

Se limitó a ver como el tauren usaba su Ola de Sanación para curar su herida de manera casi instantánea y en auxiliar a su hermano.

— ¡Bovino infeliz! ¡No me dijiste que eras un chamán!

— ¡Cómo si fuera necesario, idiota! -le gritó mientras usaba sus poderes curativos con Powaq- Despierta, hermano; despierta…

— Apenas te ponga las manos encima… te voy a…

— Ni te molestes: mi Tótem Nexo de Tierra reduce la velocidad de movimiento de mi oponente y aumenta la gravedad a su alrededor unas 10 veces: no te podrás levantar por un buen rato.

— Grrrr….

— ¡Powaq! ¡Despierta! ¡Agh, justo ahora te viene tu sueño pesado! -le da una cachetada tremenda- ¡Despierta, cabeza hueca!

— ¿Huh? ¿Qué pasó? ¿Por qué me golpeas? -su mirada se desvió hacia el orco, llenándose de confusión- ¿Haciendo nuevos amigos?

— Oh, sí… Después de golpearte en la cabeza con su hacha y hacer que te desmayes, jugamos a las peleas y me causó una cortada en el vientre. ¡Déjate de bobadas y vuelve a la realidad! -le gritó a su hermano- ¿Te puedes levantar o no?

— Sí, sí… -y se levantó con cuidado- Ay, heredaste los nervios de papá.

— ¿Ustedes los tauren son así de ridículos siempre?

— ¡Cállate, orco de porquería! -y reinvocó a su tótem una vez más para evitar que escape- ¡Tótem Nexo de Tierra!

— ¿Qué haremos con él, Koya? -le susurró su hermano- ¿Lo dejaremos ir?

— ¿Estás loco? Después de que nos atacó y casi nos mata, deberíamos acabar con él.

— No estoy de acuerdo, -dijo el druida- Quitar una vida es una gran carga; debió de tener una buena razón para atacarnos.

— Es un orco: un estúpido y bestial orco que ataca sin pensar. No puedo creer que lo defiend…

— Koyaanisqatsi…

— Argh… Quería nuestra comida. ¿Feliz? No me dirás que lo invitarás a comer con nosotros.

— Eso mismo pienso hacer.

¡¿QUE QUÉ?!

Tanto Koya como el orco no lo podían creer; ¿Acaso ese druida era tan confiado, por no decir estúpido?

Powaq se alejó de su hermano y fue junto al orco; este lo miraba sumamente extrañado: hace unos momentos lo había golpeado con el hacha, y ahora parecía mostrarse compasivo. ¿Qué tenía este druida en la cabeza? Powaqqatsi en realidad sólo mostraba su serena actitud y capacidad de perdonar: para él, era ridículo ese antiguo odio entre tauren y orcos, y creía que merecían una oportunidad.

— Mira, si prometes no atacarnos, compartiremos nuestra comida contigo y luego podrás irte. Si no, me veré obligado a retenerte a la fuerza, y es algo que no quiero hacer.

— No sé si eres demasiado confiado o demasiado idiota, tauren. ¿Cómo puedes confiar en mí?

— Yo mismo me pregunto lo mismo… -asintió Koya de brazos cruzados-

— Prefiero dar segundas oportunidades. Además, sé que los orcos se toman muy en serio su palabra. ¿Puedo contar con la tuya?

— Mmm… De acuerdo, pero si es algún tipo de truco, lo lamentarás, tauren.

— Koya…

— Arghh… De acuerdo.

El tótem de tierra desapareció, y el orco fue liberado. Ahora que era libre, el orco guerrero podría haber escapado, o volver a atacar a los hermanos ahora que conocía sus habilidades. Pero no lo hizo: el druida había dicho que contaba con la palabra de un orco, y la palabra de un orco siempre se cumplía; caso contrario, era deshonor.

El recién llegado no tuvo más remedio que reunirse junto a los mellizos tauren junto a una fogata, donde la carne del basilisco era cocinada por el chamán: el olor de la carne asada condimentada con algunas especias comenzaba a invadir el improvisado campamento, y a hacer rugir el estómago de los tres viajeros hambrientos.

Koyaanisqatsi no confiaba en lo más mínimo en el orco, al punto que invocó a su Elemental de Fuego para ayudar a vigilarlo mientras cocinaba; Powaqqatsi era el más confiado, y el que buscaba iniciar una conversación.

— Dime, ¿Cómo te llamas? Yo me llamo Powaqqatsi, y él mi hermano Koyaanisqatsi: somos de la Tribu Cazacielo de padre, y de los Runatótem de madre. Somos mellizos.

— Se nota… -respondió, advirtiendo cierta ingenuidad en el druida- ¿No tienen nombres más sencillos?

— Puedes llamarnos Koya y Powaq. -respondió a secas el joven chamán mientras daba la vuelta un filete de carne- No compliques mucho tu cerebro.

— ¡Koya, no seas grosero! -lo regañó Powaq- Discúlpalo: es bastante temperamental, ¿Nos decías?

— Me llamo Okrorio, del clan Faucedraco.

— Oh… no creí que aun existiera ese clan. ¿De dónde eres?

— Vivo en los Baldíos… -respondió sintiéndose incómodo, algo que Koya percibió disimuladamente- En una tribu que está a un día de aquí.

— Ah… ¿Y qué haces tan lejos? ¿Estás en algún viaje? ¿Por qué intentaste robarnos la comida en lugar de pedírnosla amablemente?

— Oye, tú… chamán. ¿Tu hermano es siempre así de preguntón?

— Siempre… -suspiró; al ver la carne, vio que ya estaba lista- Bien: ya podremos comer.

La carne fue repartida entre los tres en simples cuencos y comenzaron a comer. Koya seguía sin quitarle un ojo de encima a Okrorio, mientras este se comportaba pasivamente mientras comía; Powaq hacía lo mismo, pero se mostraba incómodo al ver a su hermano tan desconfiado. Hubiera preferido que lo apoyara en esto de confiar al orco, pero veía que eso sería muy difícil.

Acabada la comida, la charla prosiguió. Al parecer, Okrorio buscaba la comida no sólo para él, sino para una aldea de orcos que vivía a unas pocas horas de allí, y que tenían dificultades para hallarla: le habían prometido una recompensa y algo de información sobre los alrededores, vital para su viaje.

— Aprovechándote de los necesitados, ¿Eh? Por qué no me extraña.

— Ya te dije que los estoy ayudando, chamán.

— Sí, claro…

— Podríamos acompañarte, Okrorio. Tal vez ellos puedan darnos alguna información útil.

— Ni lo sueñes, Powaq: no pienso ir a una aldea de puros orcos.

— Koya… Dudo que sean una amenaza para nosotros; capaz y hasta sean amables.

Mmm… Este druida es demasiado ingenuo. -pensaba Okrorio- Al menos su hermano muestra algo de sensatez.

— Sólo para deshacernos del orco, iré. Si no, olvídalo.

— Ya veremos, Koya. Ya veremos.


Al ver que no podría convencer a su hermano, Koya aceptó a regañadientes acompañarlos hasta la susodicha aldea orca que mencionaba Okrorio; creía que una vez allí, se desharían de él y no volverían a verlo. Subieron a sus monturas de kodo y emprendieron rumbo.

El camino era bastante desolado como gran parte de los Baldíos, con arbustos resecos y mucho polvo; lo único que acabó rompiendo en parte la monotonía del paisaje eran unas peculiares formaciones de tierra que parecían gigantescas chimeneas. Okrorio sugirió que evitaran golpearlas o hacer movimientos bruscos cerca de ellas.

— Los aldeanos del lugar en donde estuve me dijeron que se llaman megatermes.

— ¿Megatermes?

— Termitas gigantes, mutadas por la radiación. Pueden ser muy voraces.

— ¿Qué comen? -preguntó Powaq sumamente curioso- ¿Madera?

— Todo. -contestó tajantemente el orco, sin decir nada más-

Cruzado el gran nido de las megatermes, y tras casi dos horas de cruzar el ardiente páramo, llegaron a la aldea, emplazada alrededor de lo que parecía ser un viejo dirigible de guerra orco estrellado: algunas chozas hechas con material extraído del dirigible o algún otro vehículo cercano situados junto al gran aparato, y con una especie de pozo de agua en medio formaban el asentamiento. Debido a que la estructura del dirigible era en su mayor parte metal -incluso la armazón externa del globo- había sobrevivido bastante bien.

Ni Koya ni Powaq habían visto tantos orcos juntos en un solo lugar, y sin embargo, no se parecían a los pocos que conocían en Feralas: estos aldeanos se veían mucho más débiles y famélicos de lo que suelen o solían ser los orcos; algunos hasta mostraban pequeñas deformaciones como tumores o algún otro defecto físico. Los hombres se veían mucho más delgados y con una musculatura menos desarrollada; lo mismo con las mujeres, y los niños se veían bastante harapientos; incluso algunos niños estaban desnudos, pero en general todos vestían harapos o cacharros.

El comportamiento de los orcos era mucho más dócil de lo que esperaban; inclusive, cuando los vieron llegar, los orcos se apresuraron a meter a los niños dentro de las improvisadas viviendas, mientras que los adultos se mostraban temerosos. Sólo la presencia de Okrorio parecía calmarlos un poco.

Uno de los orcos, que parecía ser el líder de la aldea, se acercó a ellos. Vestía unos pantalones de trapo con un cinturón de soga, unos brazaletes de acero, unas hombreras hechas con placas de metal reciclado y un collar de cuentas. Debía de ser de considerable edad, pues su barba tenía varias canas.

— Joven Okrorio… -saludó el viejo orco de la aldea en lengua común; algo extraño pero a la vez predecible, tomando en cuenta la universalidad de aquel idioma- No esperábamos que trajeras… invitados.

— No se preocupe, jefe. -respondió el joven, mientras bajaba del kodo de Koya en el que iba montado- Ellos no causarán problemas.

— Le hemos traído un regalo para su aldea, jefe orco. -dijo Powaq mientras le pasaba al jefe un saco con piezas de carne- Okrorio nos contó lo que…

— ¿Qué hacen ustedes aquí, tauren? Su presencia incomoda a mi gente.

— Sólo vinimos a traer a Okrorio, con quien nos encontramos cerca de aquí.

— Me ayudaron a cazar al basilisco.

— ¿Qué nosotros te…? -Koya estuvo por reclamar, pero Powaq lo detuvo, limitándose a tragar sus palabras- Pero si nosotros lo cazamos. -susurró-

— ¿Disculpa? Ese "nosotros" me sonó a multitud; creo recordar que yo lo cacé, y por lo tanto, yo decido que hacer con la presa.

— Grrr…

— Si tú crees que son de tu confianza, pues no tengo más alternativa que permitir que descansen en mi aldea. -luego de tomar el saco con carne desvió su mirada hacia los mellizos- Pero por favor, no causen problemas. -les pidió amablemente; era evidente que los orcos no se sentían dispuestos a pelear, y menos con dos tauren que se veían bastante saludables- Le diré a mi gente que haga lo posible por hacer su estadía más confortable.

El jefe orco hizo llamar a sus congéneres y les avisó que los tauren no serían una amenaza, que sólo estaban de paso, y les pidió que los atendieran dentro de sus posibilidades y con la mayor amabilidad; luego de eso, entregó el saco con carne a una de las mujeres para que las repartiera. Por supuesto, esto no tranquilizó a los orcos del todo, que decidieron obedecer a su jefe sin bajar la guardia; al menos tenían algo de comida.

Los tauren exploraban la pequeña aldea en compañía de Okrorio, quien actuaba casi como una especie de guía, aunque más como un auténtico bálsamo de seguridad para los lugareños, quienes no se sentían cómodos de tener a dos tauren como invitados. Eso se notaba bastante cuando algunos de los niños orco, movidos por su curiosidad infantil, querían conocer a los extraños recién llegados, pero sus padres se lo impedían.

Pero hubo un par de niños que pese a los esfuerzos de sus padres, lograron acercarse a los mellizos.

— Hola…

— Hola, -los saludó el druida con suma amabilidad- ¿Cómo están?

— Bien.

— Señor… usted es… muy raro. -dijo otro niño- ¿De dónde es?

Koya hacía gestos con los brazos y el rostro, sumamente nervioso, para evitar que su hermano hablara demás, pero vio que era inútil.

— Mi hermano y yo somos de una lejana tierra hacia el sudoeste, rodeada de montañas y cruzada por ríos.

— ¿Ríos? -preguntó extrañado uno de ellos- ¿Qué son ríos?

— ¿No saben que es un río? -ambos niños negaron con la cabeza, dejando atónito a Powaq- Un río es como un camino, pero de agua, donde esta corre libremente entre los bosques. -los niños volvieron a hacer esa cara confundida- No conocen los bosques, ¿Cierto? Son como las arboledas que tienen aquí, pero mucho más vastos.

— Eso no suena muy interesante, señor.

— Powaq, ya basta…

— Puede ser, pero los árboles de dónde vengo son casi tan altos como montañas y cubiertos de verde; hay tantos que es casi imposible ver el cielo. -a juzgar por la expresión de los niños, estos se hallaban fascinados con la idea casi fantástica que estaban oyendo- Es un lugar muy bonito.

— Así parece.

— Oigan, ¿Quieren ver algo parecido a lo que hay en mi tierra?

— Powaq, no…

— ¡SÍ!

Powaq usó sus poderes sobe un puñado de tierra cerca de donde estaban, e inmediatamente comenzó a brotar hierba verde y lozana, y seguidamente, empezaron a surgir algunas pequeñas flores. Para los niños que nunca habían visto algo así, era toda una maravilla; para Koya, un dolor de cabeza.

— ¡Es increíble! ¡Mamá, mira lo que hizo! ¡El tauren hizo crecer verde en el suelo!

— Tu hermano es sorprendente.

— Sí... -respondió Koya a Okrorio- Sorprendentemente ingenuo.

— Señor, ¿Qué son esas cosas de colores?

— Son flores de campo, pequeño.

— ¿Qué son flores?

— Las flores son los órganos reproductores de cierto tipo de plantas llamadas fanerógamas que… -al mirar la cara perdida del niño, simplificó la definición- Son un tipo de plantas muy bonitas que tienen lindos colores y a veces un dulce aroma.

— Ahh…

— Suficiente con las clases de geografía y botánica. -interrumpió Koya- Tenemos que irnos.

— ¿Tan pronto?

— Okrorio dice que debemos hablar con el jefe de la aldea.

— Está bien.

El jefe orco los estaba esperando en el interior de su tienda: la decoración, hecha con piezas del dirigible y viejos uniformes de guerra le daba cierta peculiaridad a la modesta vivienda. Okrorio y los mellizos observaban desde sus modestos asientos al viejo líder de la aldea buscar dentro de viejos baúles de cuero a un rincón de la única habitación de la tienda.

— Como te prometí, joven guerrero: si nos traías algo de comida, recibirías una recompensa. -se dio la vuelta y caminó hacia Okrorio: tomó su mano derecha y la abrió, entregándole una bolsita con monedas de oro- Es dinero de nuestros antepasados, que volaban este dirigible: como ya no nos es útil, creo que puedo entregarte una parte.

— Jefe, dijiste que me darías algo más.

— Información. -completó el jefe- Lo sé: las monedas no son tan valiosas como la información. Normalmente no exigiría semejante precio por ella, pero mi pueblo está muy necesitado y tenemos pocos cazadores entre nosotros. No sé cómo son las cosas por dónde vives, pero las condiciones alrededor de nuestra aldea no son las mejores: la comida escasea, y las megatermes espantan a los animales.

— Entiendo.

— Así que quiero me vuelvas a decir el motivo por el cual quieres ir a Bael Modan.

— ¿Bael Modan? -se preguntaron los tauren-

Bael Modan era un antiguo complejo de los Titanes, donde era posible extraer piezas arqueológicas de sumo valor. Por ese motivo, se convirtió en el primer asentamiento de los enanos en Kalimdor, fundando la fortaleza de Bael'dun. La presencia de los enanos había sido causa de conflicto con los tauren, en especial con la tribu Picopiedra. Aun después del Cataclismo y de la caída de Garrosh, los enanos permanecieron allí. Pero tras la anexión de Khaz Modan por parte del Reino de Ventormenta, y la posterior anexión de los terrenos costeros de los Baldíos por parte de los orcos, los enanos se vieron obligados a abandonar Bael'dun.

Después de eso, no se sabía que había sido de aquella fortaleza, pero se la suponía abandonada.

— Mi pueblo me envió a una misión de reconocimiento a Bael Modan. -contestó Okrorio, ignorando la fija y suspicaz mirada de Koya- Me dieron las instrucciones de buscar ese lugar y reunirme con alguien importante allí.

— ¿Alguien? -preguntó el jefe orco- ¿Quién? ¿A quién podrías encontrar en un lugar como ese?

Eso mismo me pregunto yo…. -pensó Koya-

— No lo sé, jefe. -el chamán levantó la ceja sin que nadie lo notara- No me lo especificaron: sólo me dijeron que fuera allí y que esperara.

— Mmm… -el orco volteó y dio unos pasos a un costado, sumamente pensativo- A mi juicio, es una misión peligrosa: hasta suicida diría yo.

— De todos modos lo haré.

— Si así lo quieres, te daré mi información. Pero te advierto que habrá peligros que incluso nosotros desconocemos.

— Vaya al grano. -interrumpió Koya, harto de los acertijos- Mientras más pronto mejor.

— Muy bien… Recuerdo haberles dicho que nuestra situación es muy dura: escasez de animales de caza u otro tipo de alimento o hierbas medicinales, la falta de agua limpia, las megatermes al oeste de nuestra aldea… y al este, precisamente en dirección a Bael Modan, están los centauros.

Oír la palabra Centauro causó un escalofrío en los tauren -en especial a Koya- pues los relatos de las atrocidades que estos seres habían cometido contra su pueblo aún permanecían vivos en la mente colectiva. Aparte de ello, creían que fuera de las Planicies Esmeralda, los centauros estaban prácticamente extintos, si bien Koyaanisqatsi, recordando su visión en la cueva de los jabaespines, tenía un mal presentimiento. ¿Podrían existir ese tipo de centauros no-muertos en los Baldíos actuales?

Por otro lado, el hecho de que los centauros probablemente estuviesen extintos no conmovía demasiado a los tauren, ni siquiera a Powaq, quien era el más respetuoso de la vida. Lo cierto era que en las Planicies Esmeralda existían algunos pocos centauros viviendo en paz con las demás especies de la Mancomunidad, pero lo hacían apartados, casi marginados del resto de la sociedad por ser considerados de poca confianza. A pesar de los años transcurridos, y de que durante los años previos a la Guerra Crepuscular los centauros habían abandonado en su mayor parte los ataques a los tauren, finalmente fueron estos últimos los que terminarían vengándose de ellos por los años -por no decir siglos o hasta milenios- de persecuciones, saqueos y masacres, marginándolos del resto del mundo.

El tiempo cura todas las heridas y males, pero no siempre lo hace pronto… y el rencor de los tauren hacia los ahora reducidos y marginados centauros era uno de ellos.

— No estoy seguro de ello, pero los centauros atacan nuestra aldea y otras vecinas cada tantas semanas, llevándose a unos pocos de los nuestros, y desaparecen sin dejar rastro. No estamos en condiciones de luchar, y disponemos de pocas armas en el dirigible. -el jefe orco se detuvo un momento para beber un trago de agua de un cuenco de madera; luego continuó- He llegado a hablar con los líderes de otras aldeas, y todas dicen lo mismo: tras llevarse a algunos prisioneros, los centauros huyen en dirección a Bael Modan. Ninguno de los orcos que ha sido raptado por los centauros ha sido vuelto a ver.

— Cosechado.

— ¿Qué?

— Ustedes no están siendo masacrados, jefe. -aclaró Powaq con una sensación de asco- Están siendo cosechados: si esos centauros son tan fuertes como dice, todos ustedes deberían de estar muertos.

— Lo que dices es sumamente aterrador, joven tauren. ¿Tienes alguna prueba?

— Odio decirlo, pero Powaq tiene razón. -habló Okrorio esta vez; Koya se limitó a asentir para demostrar que estaba de acuerdo con su hermano- El hecho de que los asaltos de los centauros sean periódicos y ustedes sigan viviendo aquí es prueba suficiente de que están siendo cosechados.

— ¿Estás diciendo que esas bestias nos tratan como ganado? -insinuó el orco alzando ligeramente la voz- Con más razón, deberías de abandonar tu misión, guerrero.

— No pienso abandonar mi misión: iré a Bael Modan, y aplastaré algunas cabezas.

— Mmm…

En eso se escucha algo parecido a un trueno en la lejanía, que a medida pasan los segundos, se aclara aún más hasta parecerse más a una estampida acercándose. Algunos de los hombres de la aldea comenzaron a llamar al resto de los aldeanos; pronto comenzó a oírse un gran alboroto: objetos que se esparcían o caían, mujeres y niños gritando, algunas explosiones y unos sonidos guturales indescifrables. Los mellizos salieron junto a Okrorio y el jefe orco sólo para confirmar sus peores temores: los centauros estaban atacándolos.

Su aspecto era algo diferente a lo que recordaban las viejas historias tauren: los centauros casi no usaban ropa, limitándose a lo básico, así como algún que otro brazalete o cinturón; estos centauros iban cubiertos con túnicas y hombreras de cuero, dejando ver sólo los cascos de sus patas, sus manos y a duras penas sus ojos. En sus manos, portaban únicamente látigos de cuero y unas cuerdas con tres bolas de piedra en los extremos, lo que era sumamente extraño: los centauros solían utilizar lanzas, hachas o arcos con flechas para atacar -al menos eso decían las historias- ¿Por qué usaban esas armas que parecían tan poco letales?

Terminarían descubriéndolo más pronto de lo que pensaban: los centauros arrojaban esas extrañas bolas de piedra hacia las piernas de lo orcos, de manera a que las cuerdas quedaran enredadas en las piernas de su presa y les sea imposible moverse. Capturada la presa, los centauros se lo llevaban cargándola a sus espaldas, con un destino desconocido; lo peor era que entre las presas había algunos niños y una orca embarazada.

Si los hermanos Qatsi no cabían en su asombro, mucho menos Okrorio, al ser testigo de cómo la otrora orgullosa y valiente especie orca quedaba reducida a mero ganado de centauro.

Un par de centauros los vieron, y arrojaron dos de sus boleadoras hacia ellos; Okrorio y Koya lograron esquivarlas, pero Powaq quedó atrapado y cayó al suelo; incluso su habilidad de metamorfosis resultó inútil, pues no podía usarla mientras estuviese inmovilizado. Su hermano rápidamente corrió a defenderlo.

— ¡¿Qué demonios haces?! -gritó el orco, mientras peleaba contra uno de los centauros con ayuda de su hacha- ¡Acaba con ellos!

— ¡No pienso dejar que se lo lleven!

— ¡¿Y dejarás que se lleven a los demás?!

— ¡Cadena de Relámpagos!

Su ataque hubiera detenido, o incluso acabado con los centauros, pero los rayos fueron curiosamente atraídos hacia uno de ellos, que a juzgar por su aspecto, debía ser una centáuride. Eso hizo sospechar a Koya que se tratase de una chamán, pues era normal que las hembras emplearan magia de cualquier tipo; sin embargo, mientras la centáuride invocaba su ataque, Koya juró haber visto un brillo metálico inusual en sus manos.

La centáuride creó una bola de electricidad bastante grande y la lanzó hacia el orco; este pensaba esquivarla cuando repentinamente esta esfera de electricidad estalló, causando un resplandor enceguecedor y un efecto adormecedor a toco el que lo viera. Tanto Okrorio como los mellizos, y el resto de los aldeanos quedaron dormidos.

Minutos después, toda la aldea despertó, entre ellos, Okrorio y Koyaanisqatsi. Apenas pudieron reaccionar, se prepararon para combatir nuevamente; pero se dieron cuenta que los centauros ya estaban retirándose. ¿Por qué su ataque fue tan breve? ¿Y por qué seguían vivos? Como descubrirían pronto, los centauros tuvieron éxito en su ataque, llevándose a varios de los aldeanos, entre ellos, a los niños que habían hablado con Powaq, y a él mismo. Los llantos de sus madres y de los hombres heridos que intentaron defender a los suyos resonaban en toda la aldea; algunas tiendas ardían en llamas, levantando columnas de humo.

Koya mismo no se lo podía creer: habían raptado a su hermano sin haber podido detenerlo. Sin perder tiempo en lamentarse, e ignorando la precaución anterior, metió a su kodo y al de su hermano en su Gnoblin 5000 y sacó su motocicleta enfrente de toda la aldea, causando un gran asombro que terminaría ignorando.

— ¿Adónde vas? -le preguntó Okrorio al ver que montaba el aparato- ¿Y por qué demonios no dijiste que tenías una de estas?

— No hagas preguntas estúpidas, orco. Sabes a donde voy.

— Lo sé. ¿Pero te crees capaz de darles batalla a todos ellos?

— Si piensas ayudarme, cierra la boca y súbete; no pienso perder más tiempo.

Ignorando las súplicas de los orcos heridos, así como las súplicas de traer a sus congéneres de regreso, Koya arrancó la motocicleta y junto con Okrorio en el sidecar partieron a toda velocidad hacia la dirección de Bael Modan, siguiendo las huellas que los centauros habían dejado sus huellas en el árido suelo. El camino fue largo y solitario, sin hallar algún animal salvaje u otra criatura espeluznante, pero tampoco hallaron a los centauros: aún con los minutos de ventaja que tuvieron al huir, era muy extraño que con ayuda de la motocicleta no pudieran alcanzarlos.

Pasó una hora, y no había rastro de ellos; sólo la vista de la montaña donde se ubicaba la fortaleza brindaba algo de tranquilidad. Sin embargo, una visión al frente los obligó detenerse.

— Maldita sea… ¿Aquí también?

— Las megatermes deben de tener varias colonias en los Baldíos.

— Dijiste que esos insectos comen cualquier cosa que se les cruce en el camino, ¿No? -Okrorio asintió silenciosamente- Algo me dice que ya descubrimos por qué esos centauros andan "cosechando" gente.

— Tenemos que cruzar los respiraderos con cuidado; si golpeamos sólo uno, los soldados saldrán a atacarnos.

— No tenemos otro remedio.

Koya se vio obligado a regresar la motocicleta a su dispositivo y a cruzar junto con Okrorio el "bosque de respiraderos" de la colonia subterránea de megatermes. Según Okrorio, las megatermes eran insectos sumamente voraces y peligrosos, con sentidos muy agudos, por lo que era más recomendable ser silencioso y sutil al cruzar cualquiera de sus colonias.

— Pero sería capaz de matar a todo el termitero tan solo con mi Filo Tormenta, tan solo usando mi Taunt contra todas las megatermes, y girando con mi hacha, podría destruirlas.

— Tranquilo, grandote. -dándole unas burlonas palmadas en la espalda- No destruyas el mundo. Mejor dinos como salir de aquí con cuidado.

— Solo aléjate de los respiraderos, y no hagas ningú… -en eso, comienza a escucharse un sonido de estática, casi mecánico, proveniente de la pulsera de Koya- …ruido. ¿Qué demonios acabo de decir? -masculló el orco lo más bajo que pudo-

"¿Hola? ¿Koyaanisqatsi? ¿Estás ahí?"

— ¡Hermano!

— ¡¿Qué parte de no hagas ruido no entiendes?!

— ¡Es mi hermano!

— ¡Enhorabuena se le ocurre llamarte! -masculló nuevamente- Salgamos de aquí pronto; puedo acabar con las megatermes pero preferiría no hacerlo: odio a los bichos.

— Presumido.

Con mucho sigilo -y además de suerte- ambos abandonaron los respiraderos y se refugiaron en unas rocas cercanas, donde podrían estar más seguros. Allí Koya acercó el dispositivo a su rostro para poder oír mejor.

— Powaq, ¿Eres tú?

— Claro que soy yo. ¿Esperabas que los centauros supieran usar un aparato tan complicado?

— No es eso cabeza hueca; me refería a si estás bien.

— Por supuesto que estoy bien. Sé cuidarme, que no se te olvide.

— ¡Pero te capturaron!

— Eh… No, no me capturaron: yo me dejé capturar.

¿QUÉ TU QUÉ? -exclamaron ambos-

— ¿En verdad creían que capturar a un druida capaz de convertirse en varias plantas y animales sería tan fácil? Oh, vaya: me ha decepcionado su sapiencia.

— Deja de presumir y dinos que pasó.

— Está bien, Koya. -se aclaró la garganta- Dejé que me capturaran y me hice el dormido; cuando lanzaron ese destello de luz, sentí que los centauros me cargaban y corrían a toda velocidad. Les seguí el juego por muchas horas, hasta que me percaté que disminuyeron la velocidad; fue entonces que vi los respiraderos y comprendí el por qué. Espero que los hayan podido pasar.

— Tuvimos mucha suerte, sí. -dijo Okrorio, tragándose algunas de las cosas que quería decirle-

— Luego de cruzar los respiraderos, continuaron corriendo a toda velocidad, hasta que llegaron a su destino. El jefe de la aldea tenía razón: se reúnen en Bael Modan.

— ¿Estás ahí en este momento? -preguntó el orco-

— Estoy fuera de la fortaleza, junto a unas viejas máquinas excavadoras cerca de la cantera arqueológica. Hay una pequeña arboleda con un enorme baobab cerca de donde estoy: allí los esperaré.

— ¡Espera! ¿Cómo escapaste?

— Cuando lleguen le daré los detalles.

La comunicación se cortó, dejando a Koya y a Okrorio anonadados, preguntándose en qué estaba pensando Powaqqatsi en este momento; por ahora, no tenían más remedio que seguir sus indicaciones al pie de la letra. Subieron nuevamente a la motocicleta y retomaron la marcha.

Tras hora y media de viaje y luego de atravesar la gran grieta producida por Alamuerte hace más de siglo y medio, llegaron a las cercanías de Bael Modan: el lugar se veía desierto, sin ningún tipo de guardias vigilando en el exterior; en las inmediaciones de la fortaleza había viejos vehículos de guerra estacionados, como camiones, los famosos jeeps "Lo'gosh" que transportaban generales e incluso un destartalado girocóptero. Les pareció sumamente extraño que no hubiera nadie vigilando la entrada, y mucho menos centauros: si aquí era donde se reunían, ¿Por qué no protegían el lugar?

No tardaron en identificar el lugar descrito por el druida: junto al borde de una cantera llena de viejas excavadoras -capaz los orcos querían encontrar algún artefacto titánico para su beneficio- había una pequeña arboleda dominada por un enorme y marchito baobab rodeado de otros árboles secos y arbustos raquíticos. Se encaminaron a ese lugar para encontrarse con Powaq, pero al llegar no lo vieron por ninguna parte; sólo había una pequeña serpiente de piel morada… o al menos eso parecía.

— Hola. -saludó el druida, luego de regresar a su forma original- Se tardaron mucho.

— ¡Sabes que detesto que hagas eso! ¡No es gracioso!

— ¡¿Qué demonios hiciste druida?! -gritó el intrigado orco- ¡¿Tú eras la serpiente?!

— Lo era… -suspiró el chamán- Powaq puede convertirse en cualquier planta o animal.

— Creí que sólo podían convertirse en halcones, focas, leopardos, alces, leones, osos, antárboles y esa lechuza horrible.

— No hemos desperdiciado más de un siglo sin aprender trucos nuevos: eso te lo aseguro, Okrorio. Los druidas hemos aprendido a convertirnos en CUALQUIER planta o animal, siempre y cuando tengamos un mínimo conocimiento del mismo: sea visual o táctil, que sería lo mejor. Pero no podemos convertirnos en criaturas con las que no hayamos tenido contacto, como las ya extintas.

— Eso explica por qué no te transformas en un dracoleón, supongo.

— Nunca he visto uno. -respondió el druida- Probablemente se hayan…

— Powaq, ¿Por qué nos hiciste venir aquí?

— Ah, verdad…

Powaqqatsi comenzó a explicarles a su hermano y a Okrorio lo poco que había descubierto: los centauros, en efecto, se reunían en Bael Modan, pero no en inmediaciones, sino en el interior. No pudo entrar a la fortaleza, pero llegó hasta una antesala antes de que los centauros accedieran a la misma; escapó sigilosamente de ellos convertido en serpiente de manera a no llamar demasiado la atención y vio como pasaban por una puerta blindada de acero. Antes de abandonar la fortaleza, buscó alguna entrada alternativa que pudiera llevarlo a donde podrían estar los centauros: lo único que halló fueron viejos ductos de ventilación.

— ¿Y no se te ocurrió abrirnos la puerta desde adentro, cabeza hueca?

— ¡Hey! ¡No insultes a mi hermano! -gritó Koya- ¡Sólo yo lo puedo insultar!

— Preferí no llamar demasiado la atención; por eso los hice venir aquí. Lo bueno es que no hay vigilancia en las afueras, y al parecer tampoco en las internas. Es muy extraño.

— Dinos si hay una forma de entrar o no, abrazaárboles.

— Dentro de la cantera, junto a un rincón, hallé unos ductos de ventilación: son lo suficientemente grandes para que podamos colarnos por allí. Con algo de suerte, no se percatarán de nuestra presencia.

— Mmm…

— ¿Qué sucede, Okrorio? -preguntó Powaq al ver al orco bastante dubitativo- ¿No quieres entrar a los ductos?

— No es eso; yo debía reunirme con alguien aquí. Me pregunto si estará cerca.

— Pues te las arreglas solo; nos vamos. Ven, Powaq.

— Koya, ¿Dejarás a esa pobre gente a manos de los centauros?

— No es nuestro problema; yo sólo vine aquí para asegurarme de que estés a salvo. Y viendo que ya lo estás, podemos seguir nuestro viaje. Despídete de Okrorio y vámonos.

— Olvídalo. -espetó-

— ¿Qué dijiste?

— No pienso dejar a esa gente allí; ayudaré a Okrorio a liberarlos de una u otra forma.

— Te dije que no es nuestro asunto, Powaq, así que mejor te dejas de tonterías y nos vamos.

— Sí que eres un cobarde, Koya.

— ¿Qué? -los nervios de Koya comenzaban a destrozarse- Tú no eres nadie para llamarme cobarde, orco.

— Para un pueblo que ha vivido siglos bajo la amenaza de los centauros, tienes demasiado miedo de enfrentártelos.

— Oh, el orco sabe de psicología inversa. -rio el chamán sin ocultar su enojo- Pero mejor es que ni lo intentes: no pienso mover un solo dedo por "tu gente".

— Entonces puedes irte. -le dijo su hermano de manera tajante- Nos veremos después.

Justo cuando Okrorio y Powaq estaban dando la vuelta en dirección a la cantera, Koya se dirigió junto a ellos, impidiéndoles dar un comentario.

— No me interesan los de tu extirpe, orco… Pero no puedo dejar a mi hermano a solas con esas bestias del infierno… y contigo. Así que los acompañaré.

— Como quieras. -refunfuñó Okrorio; luego se dirigió a Powaq en voz baja- ¿Cómo lo…?

— Psicología inversa: mejor que la tuya.

— Ahh…

Los ductos de ventilación se veían en un estado de abandono considerable, como si no hubiesen sido usados en siglos: era más probable que formara parte de la estructura antigua de los Titanes que de la base de los enanos. Una vez más, Koya sirvió de linterna al hacer uso de sus poderes sobre el fuego para proporcionarles algo de iluminación: estaba vacío, salvo por las abundantes telarañas.

— Definitivamente estos ductos ya no se usan.

— Eso o no hacen la limpieza, Koya.

— Shhh… No hablen demás y estén alerta.

Tras varios minutos de caminar en medio de la oscuridad, llegaron a una compuerta metálica bastante grande y oxidada: para abrirla, habría que girar una gran llave giratoria que mostraba años de desgaste. Powaq intentó abrirla, pero estaba sumamente dura; como Koya mantenía el fuego encendido, fue Okrorio el que se encargó de abrir la compuerta. A pesar de lo fuertemente sellada y del alto nivel de oxidación de la llave, el orco, tras unos segundos de forceje, logró abrirla.

— Ya está.

— Bien; de algo debías servir.

— No me provoques, Koya.

— Ni tú a mí, Okrorio.

Habían llegado a un corredor bastante largo, con algunas otras compuertas -posiblemente selladas- semejantes a la que cruzaron y algunas puertas de madera, e iluminado por luces blancas de tonalidad muy fría. A diferencia del viejo ducto de ventilación, el pasillo se veía sumamente impecable… tal vez demasiado para un lugar abandonado, y sin duda, demasiado para un refugio de centauros. Lo más peculiar del pasillo, eran unos extraños faroles negros distribuidos por el techo, pero que no brindaban nada de luz.

— Algo no me gusta de todo esto. -dijo Koya, que al ver la iluminación propia del pasillo apagó su flama- Hay electricidad, está todo muy limpio y no parece haber nadie. ¿En verdad esto es de los centauros?

— Yo me pregunto si la gente secuestrada estará detrás de alguna de estas puertas -Okrorio abrió la primera, pero solo halló un armario de limpieza- No.

— Pareces no entender lo sospechoso de la situación, pielverde: los centauros NUNCA se han caracterizado por ser un pueblo muy limpio, y esto parece casi un hospital de pre-guerra.

— Insisto: yo vi a los centauros entrar a esta fortaleza.

— Nadie te da la contraria, hermano… Sólo que tengo un mal presentimiento.

— Presentimientos o no, debo salvar a mi gente. -contestó el orco, y comenzó a revisar las puertas- ¡No hay nada! ¡Solo productos de limpieza y cajas con cacharros!

— ¿Es que no puedes hablar sin gritar? -criticó Koya al orco- Los centauros, o lo que sean, podrían estar muy cerca.

Tras revisar unas puertas más, descubrieron una puerta que llevaba a una habitación que no era un cuarto de limpieza o un depósito lleno de cajas repletas de cacharros o repuestos. Parecía ser algún tipo de laboratorio abandonado, con mesas fijas, revestimiento de azulejos en las paredes, objetos sin identificar en un mostrador en un rincón, frascos de diverso tamaño, tubos de ensayo, alambiques y otros objetos que hubieran hecho parecer al lugar como un simple laboratorio de alquimia, de no ser por la presencia de varios microscopios y una terminal sobre un mostrador.

No hace falta ser un genio para saber quién fue el primero en correr tras el aparato. Aparatos como ese eran sumamente raros en la actualidad, y en la Mancomunidad Hyjal eran toda una rareza que sólo habían sido vistos en la Academia Malfurion: Powaq había logrado construir una bastante tosca con algunos elementos reciclados y obtenidos a través del ahorro y trueque durante años, y con la sola ayuda de un simple manual de preguerra que había conseguido previamente tras varios meses de ahorro. Las terminales de aquel libro eran su único contacto visual con ese tipo de máquinas.

La terminal era un modelo de preguerra, una computadora de uso personal que servía para almacenar datos en formato de archivos de texto e imágenes de baja calidad a través de componentes electrónicos a base de válvulas y transistores. La terminal estaba compuesta por una pantalla rectangular curvilínea de cristal monocromático verde oscuro adosada a una unidad de memoria y un teclado semejante al de una máquina de escribir con caracteres en Común, la lingua franca de todo Azeroth desde antes de la Guerra Crepuscular.

— Qué maravilla… -dijo el druida al acariciar suavemente las teclas- Está muy bien conservada; me pregunto si aún funciona. -oprimió el botón de encendido, pero la máquina permaneció muda- Oh, vaya… Pero seguro puedo hacer que encienda.

— Olvida el aparatejo y salgamos de aquí, abrazaárb…

— No pierdas el tiempo, pielverde. -lo interrumpió Koya- Una vez que Powaq descubre un aparato así, se obsesiona con él y pierde la noción de la realidad.

— ¿Piensas dejar a tu hermano aquí?

— Créeme; va a estar bien. Powaq: nos vamos a buscar a "la gente" de este orco.

— Está bien. -contestó algo distraído- Ya los alcanzo… -tras cruzar unos cables- No; será mejor que pruebe otra cosa.

Con Powaq absorto en la terminal, Koya y Okrorio continuaron solos. Al orco le resultaba irónico, y casi cómico que el druida que prometió ayudarlo a liberar a su gente acabara dejándolo solo; Koya entendía a su mellizo perfectamente: era sumamente curioso y distraído, cualidades que había mantenido desde niño. Según sus padres, y según había oído de otras fuentes, las personas distraídas solían ser las más inteligentes; y en efecto, Powaq indiscutiblemente lo era… además de algo infantil, pero era propio de él.

Llegaron a una desviación que conducía a lo que a primera vista parecía ser un elevador, y además abierto y con las luces encendidas. ¿Sería una trampa? Como no había más puertas, esa podría ser su única salida. Koya se lamentó de que Powaq no estuviera allí para dar su opinión, pero creyó que podría arreglárselas con Okrorio por más que no deseara su compañía. Repentinamente, se oyeron los sonidos de unos pasos: se oían muy bajo y con una tonalidad de golpecitos metálicos que venían acercándose: Okrorio sacó su hacha de doble filo, y Koya preparó una de sus Descargas de Relámpagos en ambas manos, listo para atacar en caso de que apareciese el enemigo.

Bajaron la guardia al descubrir que el causante de dicho pasos era un robot, un diminuto robot como los que Koya vio en Viento Libre, con su luz de emergencia apagada y sin provocar más ruido que el de su propio movimiento. El shamán estuvo a punto de reírse de sí mismo hasta que vio que Okrorio se acercaba peligrosamente; el pie del orco se levantó, listo para hacer algo de lo que Koya afortunadamente logró evitar.

— ¿Qué haces?

— Aplastar a esa lata de basura con patas. -respondió el orco- ¿Por qué me detienes?

— Es una mala idea, ¿Qué te asegura que no pasará nada si lo aplastas?

— ¿Qué te dice a ti de que pasará algo?

— Estamos en un lugar desconocido, cabeza hueca. -refunfuñó en voz baja- No podemos hacer nada precipitado como destruir a ese robot; lo mejor será ignorarlo.

— Jeje… ¿Le tienes miedo a una basura como esa?

— No… Le tengo miedo a lo que podría pasar si le hacemos algo a esa cosa. -dio media vuelta y fue hacia el elevador- Vamos.

La cabina del elevador, así como el resto de aquel misterioso corredor, se mostraba sumamente limpia y bien iluminada. A Koya se le hacía cada vez más evidente que los centauros nada tenían que ver con aquella fortaleza, y que había alguien más tras todo el asunto; hubiera llamado nuevamente a su hermano para que los acompañaran, pero tras hablarle a través del Gnoblin 5000, no recibió respuesta. Debería de continuar con Okrorio, quisiera o no.

Tenían sus dudas, pero en vista de que no había nada en ese lugar subieron al elevador; inmediatamente, la puerta se cerró y la cabina comenzó a elevarse.

— ¿Crees que fue una buena idea?

— No. Pero era nuestra única opción, orco.

— Dijiste que tenías miedo de lo que podría pasar si atacábamos a ese robot. ¿No tienes miedo de lo que podría pasar apenas se abran las puertas de este elevador?

— Por supuesto que sí. Pero si queremos salvar a "tu gente", tendremos que arriesgarnos. ¿No crees?

— Bien dicho, tauren.

Pasaron unos pocos segundos para que las puertas se abriesen de nuevo: su nuevo destino estaba completamente a oscuras, interrumpido solo por el haz de luz del interior del ascensor. Una vez que Koya y Okrorio cruzaron el umbral, las puertas se cerraron, dejándolos en las sombras; el chamán de inmediato usó sus poderes sobre el fuego para proveer algo de iluminación.

La oscuridad era casi total y a pesar del fuego, era casi imposible distinguir algo concreto: era como si todo el salón estuviese vacío. Repentinamente, un sonido metálico interrumpió el sepulcral silencio.

"Se han detectado intrusos. Por favor, identifíquense."

Debe de ser algún mensaje grabado. -pensó Koya; probablemente la base estuviese controlada por alguna máquina. En parte eso lo tranquilizaba- Debemos darle respuestas simples -intuyó el tauren- Así nos dejará ir. Soy Koyaanisqatsi Cazacielo.

— Soy Okrorio Faucedraco.

"Por favor, defina motivo de su llegada e intenciones."

— Visita ocasional. -dijeron ambos; es probable que Okrorio haya pensado que decir "a rescatar a los orcos que secuestraste" hubiera sonado a amenaza, por lo que Koya sintió un profundo alivio- Venimos en son de paz.

"Por favor, defina lugar de procedencia." -expresó la voz metálica-

En esa pregunta ambos dudaron, y Koya lo notó: supuso que la desconfianza a dicha voz era completamente normal, por lo que darle la localización de tu lugar de origen a una máquina era en extremo riesgoso. Sin embargo, al tauren le extrañó que Okrorio se preocupara más de lo que debería. Algo era seguro: estaba ocultando algo.

— Soy de los Baldíos.

— Vengo de las Planicies de Mulgore.

Hubo un gran silencio, como si la voz tratara de procesar dicha información. Finalmente…

"Bien." -dijo la voz, que de repente adquirió un tono más vivo- "Suficiente de tanta cháchara."

Dos cegadoras columnas de luz cayeron sobre Koya y Okrorio, dejándolos momentáneamente aturdidos, sin percatarse que una serie de luces menos potentes, comenzaron a encenderse y dar forma a la habitación en la que se encontraban: era cuadrangular y sumamente amplia, tanto en superficie como en altura. Sin embargo, no había nada destacable ni había señas de su "anfitrión".


Numerosos intentos para encender la terminal habían resultado inútiles, y Powaq se había tomado unos minutos para pensar en otra forma de hacer funcionar la máquina. En eso, vio por el rabillo del ojo varios libros en unos estantes cercanos: la gran mayoría eran sobre ingeniería, mecánica, química, alquimia, magia básica e incluso algunos de cocina. Powaq revisó algunos de esos libros, pero a primera vista no tenían nada novedoso o útil que ofrecerle, ya que había leído libros similares en su casa hace ya varios años -algunos los tenía bien grabados en su memoria- por lo que uno tras otro, regresaban al estante.

Pero dada la casualidad, vio uno con un título en goblin sumamente llamativo: "Robótica Militar" y tenía el escudo de la Horda. Era bastante peculiar, pues era bien conocido que si bien a los orcos les gustaba dar batalla por cuenta propia, terminaron incluyendo varios robots militares en sus filas: no solo trajes mecha, sino verdaderos robosoldados autómatas. Terminó sacando el libro del estante y darle una hojeada: había más dibujos, bocetos y esquemas que texto, pero Powaq los entendía en su mayor parte; había diseños de robots usados durante la Guerra Crepuscular, casi todos conocidos, con todos los detalles de sus componentes, capacidades y debilidades.

Tras varias hojeadas, llegó a una página que le hizo levantar la ceja: mostraba el esquema sumamente detallado de un tipo de robot sumamente peculiar… tanto así que de alguna forma creyó reconocerlo.

Estuvo por llamar a su hermano para avisarle que iría junto a él, cuando misteriosamente un sonido lo hizo voltearse: la terminal estaba encendida y lista para recibir comandos. ¿Qué la había hecho funcionar? Se preguntaba el druida; había hecho de todo para encenderla: cruzar cables, intercambiar válvulas, reemplazar piezas viejas por repuestos a su alcance… y nada. Resolvería el misterio después -se dijo- ahora se dedicaría a revisar el contenido de la terminal; cerró el libro que tenía en la mano y lo guardó en su Gnoblin 5000.

La mayoría de los archivos de la terminal parecían una especie de bitácora que registraba los acontecimientos diarios más importantes de la fortaleza; como eran cientos y no tenía tiempo, optó por leer algunos casi al azar, empezando por el primero.

"La fortaleza ha sido reacondicionada de acuerdo a las exigencias del Jefe de Guerra y el Consejo de Jefes de la Horda. Con el sabor de la victoria sobre los tauren aun en el aire y los enanos expulsados, habría mucho trabajo por hacer. Los goblin lucen particularmente encantados por hacerse con algún artilugio titánico que los enanos no hubieran conseguido en sus años aquí."

Así Powaq intuyó que la base fue ocupada por los orcos poco después de anexarse el territorio costero de los Baldíos tras derrotar a los tauren, un conflicto ocurrido entre 15 a 20 años antes del Holocausto. Para esa época ya existían las terminales, pero eran de uso casi exclusivamente militar, y era probable que el escritor de aquella bitácora fuese un goblin, pero más probablemente un orco por la forma en que se refería a aquellos duendes verdes. La pregunta era… ¿Reacondicionada para qué?

"Los goblin son muy chillones en lo que respecta a su "equipo especial", gritando y chillando como jabalíes salvajes si algo amenaza con romperse. Por fortuna, todo el dichoso equipo está completamente instalado, y sólo nos queda esperar al científico en jefe. Los demás soldados comentan que el tal goblin es un genio muy respetado en Muelle Pantoque, y tal parece que el Jefe de Guerra le ha echado el ojo."

¿Un científico goblin?, -pensó Powaq- ¿Entonces convirtieron esto en un laboratorio?

Los pensamientos del tauren se desviaron de la pantalla y trataron de imaginar qué tipo de experimentos podrían ser aquellos que atrajeran tanto al último Jefe de Guerra de los orcos y de la Horda: debían de ser sumamente interesantes y con un potencial bélico increíble. Recordó que durante su mandato, Garrosh había dado muchas preferencias a los goblin para que realizaran sus experimentos… a costa incluso, de la provisión de agua potable a Durotar desde Azshara. Y estaba ese libro de Robótica… ¿Podrían ser robots?

"El goblin se llama Doctor Chiro Mengel, y según ha dicho, es un experto en robótica, alquimia, y biología, parte de otras cosas. A simple vista, es tan pequeño como otros de su especie: su cráneo es tan diminuto que podría aplastarlo con una sola mano; claro que si hiciera esto, acabaría con la cabeza sobre una estaca en las afueras de Orgrimmar. Apenas llegó el menudo cerebrito, se puso a dar órdenes a sus asistentes y a los soldados como si fuésemos sus sirvientes; por desgracia, de acuerdo a mis superiores, era precisamente en eso en lo que nos acabábamos de convertir: debíamos proteger y ayudar al doctor en todo lo que necesitase."

Powaq nunca había oído de un goblin llamado Chiro Mengel, ni de nadie semejante. Era probable que se tratase de un científico eminentemente militar, y que por ello, hubiese mantenido un perfil bajo. Continuó leyendo.

"Es la cuarta vez en la semana que Mengel nos pide cazar animales, ¿Quiénes cree que somos? ¿Peones cazadores? Lo que sigo sin entender es por qué quiere leones, cebras, hienas y serpientes aladas sin matarlas, sino que se las llevemos vivas hasta la base. Dudo mucho que esos animales acaben en nuestro plato, y menos en el suyo, ya que el enano sigue igual de menudo y sin señal de engordar un solo gramo."

El druida en cambio sí sospechaba para qué ese científico necesitaba a esos animales, pero seguía sin comprender los motivos. Cuando estaba por seleccionar otra página de la bitácora, oyó unos diminutos pasos metálicos que iban acercándose; se volteó completamente y se puso en guardia, acumulando en sus manos energía mágica natural para realizar un ataque rápido. Se calmó al ver la causa de los pequeños pasos: un diminuto robot de seguridad. Lo que Powaq ignoraba, era que su hermano y Okrorio se habían encontrado con ese mismo robot.

— Hola, pequeño. -dijo al robot mientras se arrodillaba para verlo mejor- ¿Qué haces aquí tan solo? -el robot no respondió de ninguna forma, Powaq lo trataba como un animalillo encantador- No vas a hacerme daño, ¿Verdad? Odiaría tener que lastimarte. Descuida; no voy a causar problemas.

De vuelta a la terminal, Powaq seleccionó otra página de la bitácora. De acuerdo a la fecha, esta era diez años previos al Holocausto, más o menos.

"El soldado al que vengo a relevar me dio todas las indicaciones, entre ellas, el saber usar este aparato: nunca imaginé que un orco debiera aprender a usar uno de estos juguetes tecnológicos, pero en esos cambiantes tiempos, lo mejor es mantenerse al día. Me dijo que debía escribir pequeños reportes de lo que ocurriera en la base, y por supuesto, ayudar al doctor Mengel con sus experimentos. Cuando le pregunté sobre estos experimentos, el soldado me dijo: "no tengo la menor idea, pero lo mejor es que te abstengas de preguntarle"

Ahora había otro soldado orco escribiendo sus apuntes. Powaq esperó que este nuevo sujeto tuviera nuevas cosas que aclarar en sus escritos. Saltó a otra página.

"Unos compañeros acaban de volver de Trinquete tras realizar labores de limpieza y rescate en su reactor nuclear. El Jefe de Guerra y los goblin dicen que fue sabotaje de la Alianza; la Junta Militar de Ventormenta niega cualquier implicación. Los humanos probablemente hayan caído tan bajo como para causar un desastre de semejante envergadura que afecte a miles de inocentes; por supuesto, los goblin nunca admitirían que fue su error. No he podido ver a mis compañeros, pero me han dicho que estaban sumamente mal, y que el doctor Mengel trataría de ayudarlos."

Powaq había oído de que el reactor nuclear de Trinquete había sufrido un accidente que había producido contaminación radiactiva en los alrededores, y que cientos de trabajadores trolls y hasta soldados orcos habían ido a trabajar en la limpieza. No les imaginó un buen futuro. Pasó un par de páginas siguientes.

"Acabo de volver de una sesión de cacería a pedido del doctor: mi amigo y yo capturamos seis cebras y tres hienas. Ya me habían advertido de estas sesiones, pero preferí no indagar demasiado. El doctor acaba de informarnos que nuestros compañeros y varios trolls que habían llegado a recibir tratamiento habían muerto; sin embargo, no se nos permitió verlos durante todo su tratamiento y menos darles una despedida apropiada. Mengel explicó que la radiación de sus cuerpos era muy alta y que nos pondría en peligro."

Por razones que no alcanzaba a entender, el druida sintió un escalofrío; sus instintos le decían que algo no andaba bien. A pesar de ello, continuó leyendo.

"La base estuvo en alerta máxima hace unos días: localizamos a una espía humana en una de las habitaciones de la base. La chica, una pícara de cabellos rubios y ojos verdes, se negó a decir si había enviado la información a la Alianza, limitándose a los habituales insultos hacia nuestra especie y alardeando de su coraje; el general la metió en prisión, esperando instrucciones de Orgrimmar. Me encomendaron la tarea de enviarle la comida durante su estadía, pero tampoco dijo nada. Ayer fui a su celda, sin embargo no la encontré: me informaron que había sido enviada a Orgrimmar. Pero por alguna razón, yo no lo creí."

Pasó varias notas más adelante:

"La nueva locura del doctor era la de capturar nada más y nada menos que centauros. ¡Centauros! No se trata de meros animales salvajes, sino de tribus de asesinos."

Fue aquí que Powaq quedó paralizado. ¿Centauros? ¿Para que los querría un doctor? Se preguntaba. Su sentido común y su inteligencia le decían la respuesta obvia: ¿Tú qué crees? Continuó la lectura, esta vez, adelantando unas pocas notas.

"Costó mucho traer a estos dos machos y a la hembra, pero gracias a los tranquilizantes que nos dieron, lo conseguimos. Apenas llegamos para descubrir que el doctor tenía una nueva sorpresa: un robot completamente nuevo. No era nada más que un traje mecánico como el que usaban los goblin hace ya varias décadas, salvo por unos detalles: tenía brazos terminados en manos mecánicas, piernas en lugar de orugas, y la cúpula en su cabeza era totalmente opaca. El robot era muy bueno manipulando armas y desplazándose en dos piernas. Según el doctor, dentro de la cúpula opaca estaba el "cerebro" del robot que controlaba sus movimientos; un compañero le preguntó qué clase de máquina controlaba al robot, a lo que el doctor respondió: La mejor computadora que se ha creado."

Powaq ya sospechaba a que "computadora" se estaba refiriendo, y un escalofrío le recorrió desde los cuernos a la cola. Avanzó varias páginas más.

"Los humanos creyeron que podrían apoderarse de nuestros yacimientos petrolíferos en la Tundra Boreal, pero se equivocaron. Ahora, los hemos expulsado del occidente de Rasganorte. Me han reasignado a una nueva ubicación; tal vez la Base de la Fortaleza Norte, por lo que es probable que pronto mi hacha se manche con sangre: si será de humano, enano o tauren no lo sé, porque es muy posible que esas vacas socorran a los habitantes de Nueva Theramore. El nuevo cadete llegará muy pronto"

Nuevamente, habría un cambio de escritor de la bitácora. A partir de ahí, Powaq se limitó a leer velozmente las siguientes páginas de manera arbitraria. Menciones sobre los bombardeos a Nueva Theramore y las batallas navales tanto en la Bahía de Ventormenta como en las costas de Orgrimmar lo hicieron intuir que ya había llegado a la época de la Guerra Crepuscular. Llegado una página, suspiró y descansó unos segundos.

"Llevo casi cinco años aquí y aún no he podido reunirme con mi familia. He oído de las batallas en el frente de los Baldíos contra los tauren, y he oído del caos que los shamanes orcos han ocasionado en Ventormenta. Espero que nadie me vea escribir esto, pero creo que nos estamos pasando. ¿Y si emplearan el arsenal nuclear? Yo he visto películas de esas explosiones y… sería el fin del mundo. Y sería peor si usaran la Grito Infernal."

La "Grito Infernal"… Probablemente la bomba más poderosa creada por ningún ser inteligente de todo Azeroth: con casi 100 Megatones de potencia, la Bomba de Maná de Theramore quedaba reducida a menos que un fósforo, salvo por los efectos arcanos de la segunda. No por nada llevaba el "honor" de llevar el apellido de Garrosh.

Si el soldado escribía su temor de usar aquella arma, quería decir que la tensión entre la Horda y la Alianza -sin mencionar a las naciones neutrales como los tol'vir, tauren, elfos nocturnos, etc.- llegaba a un punto crítico. Avanzó unas pocas páginas más adelante.

"Usaron las bombas: no lo puedo creer. ¿En qué pensaba nuestro Jefe de Guerra? Mis compañeros y yo, junto a Mengel y algunos asistentes suyos tanto goblin como robots, yacemos aquí encerrados sin saber que pasa allá afuera. El estruendo de las explosiones se escucha cada tanto como si tuviésemos una tormenta frente a nuestro rostro acompañada de varios terremotos. Se sacude la tierra, hace calor. Queremos salir, pero las puertas se han bloqueado para nuestra seguridad. Mengel dice que no es seguro salir. Temo por mi familia."

Varias notas -aleatorias- después:

"Pasaron ya dos semanas y aun no salimos de aquí. […] Asumo que mi familia está muerta. La comida es racionada pero no es infinita, y esa papilla de proteínas sabe a vómito. Hay mucha tensión entre mis compañeros."

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"Uno de mis compañeros desapareció, y no lo hallamos. Dicen que escapó."

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"Cada vez veo más robots que personas […]"

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"Escuché sonidos raros dentro de uno de los laboratorios. […]Trataré de investigar"

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"No puedo creer lo que ese lunático ha hecho. Mis compañeros… […] Todos ellos… […] No hay escape; no podré salir. […] Siento que me vigilan. Intentaré acabar con esto de una buena vez y buscar una…"

Era el último mensaje de la terminal. Al acabarlo, Powaq se quedó frio tras la pantalla: acababa de leer las últimas palabras de un orco antes de, aparentemente por la brusca interrupción del mensaje, sufrir el mismo destino de sus compañeros el cual acababa de descubrir. Un destino sumamente horrible, y a manos de un lunático. Pero si lo escrito allí era real, y tomando en cuenta el estado de la fortaleza, eso significaba que era posible que esto iba más allá de unos centauros: él, su hermano y Okrorio se encontraban en peligro, y debían escapar inmediatamente.

Al darse la vuelta, descubrió al pequeño robot, mirándolo de frente; Powaq no quería hacerle daño, pero el robot no mostraba señal de querer moverse. Antes de dar siquiera un paso, de uno de los tubos de escape del minirobot salió una especie de gas blanco azulado muy denso que invadió la habitación. El druida trató de disipar el gas con su técnica de Torbellino, pero sentía que sus fuerzas lo abandonaban y eran reemplazadas por una fuerte sensación de sueño.

El tauren cayó casi inconsciente al suelo, viendo como un robot de mayor tamaño entraba a la habitación antes de caer profundamente dormido.


"Veo que son dos aventureros con una gran sed de curiosidad. Lamentablemente para ustedes, no soy del tipo de persona a la que le agradan las visitas sorpresa; de todos modos, supongo que como buen anfitrión, tengo que recibirlos."

— ¿Y se puede saber quién eres tú? -preguntó un desafiante Okrorio- ¿Acaso eres el líder de los centauros?

"Eso no es relevante, considerando que no saldrán de aquí. Ahora bien: la verdaderamente relevante pregunta es ¿Qué voy a hacer con ustedes dos? No es que me falte ni material ni ideas, pero ya tengo una larga lista de trabajos pendientes. Sin embargo, sería sumamente contraproducente desperdiciar tan buen material."

— ¿De qué demonios estás hablando?

"Estoy hablando de que los usaré para lo que yo quiera, tauren."

— ¡No dejaremos que lo hagas! -gritó Koya, cargando sus manos con electricidad- ¡No seremos tus juguetes!

"Antes de empezar a cargar tus baterías, chamán, recomendaría que mantuvieras la calma. Podrías lastimar a alguien."

Se oyó el sonido de unas cadenas metálicas siendo arriadas, posiblemente con ayuda de una polea mecánica; así también dos puertas metálicas que se abrían. El sonido se detuvo, e inmediatamente apareció otra columna de luz, develando una jaula de acero que se mantenía suspendida en el aire por medio de esa cadena; otras columnas de luz mostraron las dos puertas abiertas, con dos figuras enfrente.

Las figuras eran de dos centauros, o al menos eso parecía. Tanto Koya como Okrorio quedaron asombrados al ver que aquellos centauros poseían varios "implantes" de metal, como partes de robot -patas, brazos, placas en el torso, una cúpula de vidrio en el cráneo, y algo semejante a un motor entre sus patas traseras- que le daban un aspecto amenazante y aterrador; su brazo derecho era más bien una especie de arma de plasma como los que existían antes de la guerra, y para empeorar las cosas, los estaban apuntando con ellas.

Pero la jaula era lo que más llamó la atención de Koya, o más bien, quien se hallaba allí.

¡POWAQQATSI!

— ¿Huh? ¡Es verdad; está adentro!

— ¡¿Qué le has hecho, infeliz?!

"Tu hermano está bien; sólo está paralizado." -respondió la voz, sumamente tranquila- "Supongo que es tu hermano, pues la probabilidad de que dos individuos presenten un 97% de semejanza física entre ellas y no estén consanguíneamente emparentados es de 0,0002%. Por otro lado, me asombra su parentesco: mis análisis preliminares denotaron una elevada actividad cerebral proveniente de tu hermano, más elevada al promedio de tu especie."

— ¿Qué demonios trata de decir?

— Sigh… Que Powaqqatsi es más inteligente que el tauren promedio, Okrorio. Eso ya lo sé, seas quien seas. ¡¿Qué piensas hacer con él?!

"Como tú mismo dijiste, tu hermano parece ser mucho más inteligente que el tauren promedio, llegando a niveles peligrosamente cercanos, por no decir iguales, a los de un goblin o un gnomo, aunque se trate sólo de una mera primera observación de campo."

— Lo quieres eliminar… Debes de ser un goblin, pues ellos no soportan a quienes son más listos que ellos.

"Los orcos sí que son unas lumbreras mentales, ¿Eh? Pero te daré crédito por acertar parcialmente en una de tus conjeturas. No pienso eliminar a este joven druida, pero estoy sumamente fascinado por su cerebro, y he decidido hacerme con él de inmediato."

— ¡DEJA A MI HERMANO EN PAZ, DEMENTE!

"Lamento discernir contigo…" -los centauros dieron dos pasos al frente, apuntando sus armas- "He estado demasiado tiempo sin una compañía intelectualmente cercana a la mía como para perder esta oportunidad: necesito de un asistente, y tu hermano es perfecto. Pero primero preferiría conocerlo más a fondo antes de proceder con la extracción… y ustedes sólo serían un estorbo: dejaré que mis cybercentauros los mantengan entretenidos un tiempo."

Dos antenas aparecieron del techo de la habitación, y apuntaron al chamán y al guerrero con sus rayos, teletransportándolos a otro lugar. Mientras tanto, Powaq era llevado por un par de cybercentauros a una habitación especial, donde conocería a su "anfitrión".

Continuará...