Capítulo 8: Ciudad-Búnker N° 27.
Nahlia quedó sumamente alarmada por el hecho de oler humo viniendo del interior de la Ciudad-Búnker, de que las alarmas no estuvieran sonando y más aun de que no hubiera guardias en la entrada: estos debían de estar ahí siempre. ¿Qué había pasado en su semana de ausencia? Ella fue la primera en entrar, y cuando se aseguró de que no había nadie, la siguieron Powaq y los otros.
Tras atravesar el enorme umbral descubierto, los cuatro quedaron dentro de la esclusa de la ciudad: había numerosos tubos de varios diámetros, pasadizos y barandas metálicas, así como carteles en idioma Común con indicaciones. Claramente esa no era la ciudad: solamente el atrio de la esclusa. Okrorio y Nahlia estaban más familiarizados y sirvieron de guías, mientras que Powaq y Jaeger los seguían, uno con cierta indiferencia mezclada con enfado, y el otro con absoluta ansiedad y fascinación.
Sin embargo, los expertos en la Ciudad-Búnker se extrañaban aún más con cada paso que daban. ¿Dónde estaban los guardias? ¿Por qué no había nadie allí? A estas alturas, el orco ya se imaginaba o bien muerto, o bien luchando contra decenas de soldados humanos y enanos al ingresar en su ciudad: hasta ahora no habían visto siquiera una sombra que se moviera… y el olor a humo se acentuaba sutilmente a medida que se adentraban a lo que parecía ser un área de bodegas.
— Esto no me gusta nada.
— Opino igual, elfo. -añadió Okrorio mientras continuaba caminando en compañía de los otros- Algo no está bien aquí; no importa que tan idiotas sean los humanos: nunca dejarían un lugar como este sin protección.
— Hay demasiado silencio. Nahlia, ¿Cuántas personas dijiste que vivían en tu Ciudad-Búnker?
— Casi diez mil personas, Powaq. -la chica lucía nerviosa; era imposible disimularlo- ¡Es imposible que desaparezcan diez mil personas así como así! ¡Algo debió pasar!
— Ten por seguro que lo averiguaremos, Nahlia. -aconsejó el druida- Sólo mantén la calma. Ahora, ¿Por dónde debemos ir?
— Aquí sólo veo cajas y más cajas. Esto no parece una ciudad.
— Porque no lo es, elfo de pacotilla. Esta es sólo la zona de embarque: los futuros ciudadanos llegaban aquí para recibir instrucciones del Jefe del Ref…
— Alcalde, Okrorio: los humanos teníamos un Alcalde; no un Jefe del Refugio.
— Es lo mismo, Nahlia. En fin… -dejó salir un bufido- Aquí los futuros ciudadanos eran instruidos de manera básica sobre la Ciudad-Búnker y le eran asignadas sus viviendas y funciones. Estamos cerca de la Sala de Elevadores: ellos nos llevarán a la ciudad.
Okrorio guió al grupo a través de la abandonada bodega hasta llegar a la Sala de Elevadores: cada elevador era inmenso, capaz de trasportar a decenas de personas a la vez, y para fortuna de Powaq, con la altura suficiente como para que él pudiera entrar a la cabina. Tras presionar un botón y la inevitable espera, los cuatro subieron a la cabina.
Lo primero que llamó la atención de Powaq fue que una de las paredes de los elevadores era de vidrio, de manera a que sirviera de mirador, por lo que intuía, la ciudad debía de ser un espectáculo en sí que los ciudadanos observaban todo el tiempo.
No tardaría en descubrirlo: tras unos minutos de descenso, los cuatro pudieron, por fin, ver la dichosa ciudad. Los edificios eran muy semejantes a los de las pequeñas y medianas ciudades humanas, con tejados inclinados de tejas azules o bien con terrazas planas, de entre tres a seis pisos de altura. La zona "residencial" -descrita tanto por Nahlia como por un esquema en el elevador- se disponía de forma toroidal, con un par de calles circulares y varias radiales que definían las manzanas; todas bordeadas de pequeños árboles. En todas las viviendas -inclusive en algunos edificios de apartamentos que casi rozaban el techo- había un pequeño jardín trasero. No se veían autos, pero Nahlia señaló la calle principal de uno de los niveles, en donde se podía apreciar unas vías de ferrocarril; en realidad, se trataba de un monorriel que comunicaba todo el nivel residencial a través de su circuito.
A primera vista, todo señalaba que los constructores de la Ciudad-Búnker buscaron la máxima comodidad para sus residentes. Y al parecer, lo habían conseguido.
En medio de aquel nivel de forma toroidal, había una plataforma circular de aproximadamente 150 metros de diámetro conectada al toroide residencial mediante puentes. A lo lejos, daba toda la impresión de estar sumamente arbolado. ¿Pero cómo?
— Ese es el parque, Powaq: un pedacito de naturaleza aquí en la Ciudad-Búnker 27. ¿Te gusta?
— Ustedes los humanos y sus parques. -murmuró Okrorio- No sé por qué no viven en el bosque como esos inútiles elfos nocturnos.
— Concuerdo con lo de los elfos nocturnos. -asintió el elfo- Pero debo admitir que este lugar dejaría a más de un elfo de sangre boquiabierto.
— Desde aquí se ve muy bien, Nahlia. -Powaq hizo una breve pausa para pensar en lo que estaba viendo- La verdad, toda la ciudad se ve muy impresionante. ¿Y sólo tienen ese parque?
— No; hay más. Se intercalan cada nivel: en total hay cuatro. ¿Ves el techo sobre el parque? Pues de ahí, y de todo el techo de los distintos niveles, se proporciona la luz necesaria para que crezcan las plantas; lo mismo pasa en el nivel agrícola. Y así es como no atrofiamos nuestra vista al estar siempre bajo tierra.
— Entiendo; si no, al salir al exterior, la luz los afectaría.
— A mí lo que me extraña… -interrumpió Jaeger- es que en semejante ciudad, las calles estén totalmente vacías. No he visto a nadie fuera de sus casas.
— Sí… Es extraño. -afirmó el orco, muy suspicaz- Y dudo que los humanos tengan algo como toque de queda o algo así. Aquí sucedió algo.
— Lo vamos a averiguar.
— ¿Podemos ir primero a mi casa? Quisiera ver si mis padres están bien.
— Por supuesto, Nahlia. -asintió el druida- Guíanos.
Nahlia dijo que vivía en el segundo nivel residencial, por lo que tuvieron que descender un nivel más. Fue en ese entonces donde pudieron ver la ciudad mucho más de cerca, pues una cosa era verla desde el elevador, y otra verla desde el nivel de la calle. Y entonces advirtieron detalles que no habían notado.
La ciudad de verdad se veía maravillosa y apacible, como cualquier pequeña urbanización humana que hubiese existido en la superficie antes de la Cuarta Guerra y el posterior Holocausto. Por un lado, era verdad que las calles estaban desiertas, pero lo que no habían notado antes era un sutil rastro de pelea: botes de basura, restos de papeles tirados, puertas abiertas y sacadas de los marcos, ventanas rotas, ramas de árboles tiradas por las calles, y el hecho de las luces de la ciudad, que mostraban sutiles, pero evidentes señales de que la energía estaba fallando. Y tomando en cuenta que la fuente de energía era un reactor nuclear, eso no presagiaba nada bueno.
A eso se le sumaban los restos de robots guardias esparcidos por las calles. Tanto Nahlia como Okrorio concordaron que los robots guardia eran comunes, aunque no demasiado numerosos, pues se le tenía mayor confianza a los soldados. El hecho de que hubiesen sido usados, y una buena cantidad se hallasen destruidos por las calles, indicaba que algo muy grave había ocurrido durante la ausencia de la maga. En vista de esto, ella se apresuró a ir a su casa, mas el druida la detuvo.
— ¡Suéltame! ¡Tengo que ver a mi familia!
— ¡Lo sé, pero no puedo dejar que te vayas así sin más! -el druida estiró del brazo de la chica lo más fuerte que pudo sin lastimarla; Nahlia entendió que no podría luchar contra alguien que podía llegar a tener cinco veces su peso- No sabemos lo que pasó aquí, y tampoco sabemos si lo que causó esto sigue rondando. Por eso te pido, por más que te cueste, que te tranquilices, o no podré protegerte.
— ¡Pero mis padres…!
— Descubriremos lo que les pasó, te lo prometo. -respondió Powaq en un intento por tranquilizar a la chica al borde de las lágrimas. A duras penas lo consiguió- Sólo trata de mantenerte fuerte.
— Lo… lo intentaré.
— ¿Qué pudo pasar en este sitio? Esto tiene todas la señas de una invasión… ¿Pero de qué?
— O de quien. -añadió Jaeger mientras caminaba junto al grupo por las calles desoladas, apuntando al aire con su ballesta ante cualquier peligro- ¿Habrán sido orcos?
— No lo sé… -respondió Okrorio apesadumbrado- Tengo mis dudas.
— ¡Debieron de ser los tuyos, asqueroso pielverde sinvergüenza! -la chica se soltó de Powaq y comenzó a expulsar energía arcana de sus manos; Okrorio se puso a la defensiva con su arma- ¡Apuesto que los orcos vinieron aquí a invadirnos, ya que es lo único que saben hacer!
— ¡Nahlia, no! -intervino el druida- ¡Tranquilízate por favor!
— ¡¿Cómo demonios piensas que pudimos haber sido nosotros, niña tonta?! ¡¿Crees que mi Ciudad-Búnker es la única que existe?! ¡¿O que sabíamos de la ubicación de tu ciudad?! ¡Dímelo! ¡Dime que tienes pruebas para culparme a mí de lo que pasó aquí!
— N… No…
— ¡Habla!
— No tengo pruebas.
— ¡ENTONCES NO ANDES CULPANDO A LOS DEMÁS Y CIERRA LA BOCA!
Okrorio se adelantó varios pasos al resto del grupo, refunfuñando cosas ininteligibles para la mayoría en su idioma, excepto para Powaq, que entendió cada maldición dirigida hacia la joven. Powaq dejó un momento a Nahlia junto a Jaeger y corrió en dirección al orco, visiblemente molesto.
— No debiste haberle gritado así. ¡Entiende! Está angustiada por lo que pudo pasarle a su familia.
— Pude haberle explotado la cabeza, pero no lo hice por respeto a ti. -le contestó el orco sin mostrar mucha emoción o sobresalto- ¿Acaso estás molesto?
— A decir verdad, sí. -gruñó el druida, de brazos cruzados frente al orco y visiblemente enfadado, aunque no tanto como para poner nervioso a nadie… aun- Podrías ser algo más delicado con ella; no sabemos lo que pasó aquí.
— Dime algo. -dijo Okrorio en su idioma, a sabiendas que sólo Powaq lo entendería- ¿Tú crees que los orcos tuvieron algo que ver?
— No hay pruebas de que lo hayan hecho, ni pruebas de que no lo hayan hecho. Hay que investigar.
— Me das el beneficio de la duda: perfecto. Ahora, aquí entre nos: después de ver esta ciudad aparentemente vacía, ¿De verdad esperas encontrar vivos a sus padres? Porque de no hacerlo, serás tú el encargado de consolarla... y de cuidarla.
— Ya dije que me encargaría de ella. -respondió Powaq en orco, y en voz baja- Los tauren cumplimos nuestras promesas.
— No respondiste a mi pregunta: Esperas encontrar vivos a sus padres ¿Sí o no?
— A decir verdad… comienzo a perder las esperanzas.
— Eso era todo lo que quería saber. -contestó el orco, visiblemente satisfecho de haber sacado información del druida, quien se lamentaba de su pesimismo-¿Continuamos?
— Sí, claro.
La marcha continuó a través de las desiertas calles, hasta estar a la vista de la casa de Nahlia. En el camino, hallaron más evidencia de pelea, pero curiosamente, a medida que se acercaban, los daños parecían acrecentarse.
Todo se limitaba a mero daño material hasta que se toparon con no una, sino varias "desagradables sorpresas": por las calles yacían tirados rastros carbonizados de lo que, con horror, Powaq y los demás dedujeron que fueron en su momento personas. Los cuerpos se hallaban tan calcinados que al principio no dedujeron que fueran humanos, o elfos, o enanos… pero lo eran. De ahí podría venir parte del humo, pensaron.
Antes de que Nahlia, tras haberse aterrado, siquiera tuviese la oportunidad de culpar a alguien -a Okrorio- del dantesco espectáculo, el orco, tras observar los restos, sentenció:
— Estos no eran soldados.
— ¿Qué dices?
— Como lo oíste, Powaq: estos no eran soldados. Suponiendo, claro, que los humanos usaran armaduras que no sean de metal. Incluso la que yo uso tiene partes metálicas. -se arrodilló para inspeccionar nuevamente los restos, y acarició la superficie de la calle con sus dedos- No hay rastros de metal fundido, o incluso de ceniza. Lo que quemó a estas personas, lo hizo de manera demasiado precisa.
— ¿Magia de algún tipo quizás? -preguntó el elfo- ¿O un arma láser?
— Magia capaz, pero dudo de los láseres.
— ¡¿Podemos apresurarnos de una vez?! ¡Quiero ver mi casa!
— Lo haremos, pero con cuidado, Nahlia. Ahora más que nunca, debemos ser cuidadosos.
A pesar de las palabras de Powaq, Nahlia se sentía cada vez más desesperada y angustiada por hallar a su familia; en cierto modo, intuía que algo malo había pasado con ellos, y que el druida también lo presentía, pero lo ocultaba para mantener viva su esperanza: De verdad era una buena persona.
Su casa no quedaba lejos de donde estaban: tras cruzar unas cuatro calles, logró divisar la emblemática iglesia cercana a su hogar. La estilizada aguja de la torre sobresalía entre los tejados de las casas cercanas; parecía estar intacta, como si no la hubiesen tocado, lo cual era raro. Por un momento recordó las ocasiones en que acudía con su familia para los servicios religiosos; no es que fueran particularmente devotos, pero iban con regularidad y su fe en la Luz Sagrada no estaba fuera de duda. Lo mismo para los demás habitantes de la Ciudad- Búnker.
¿En qué estado se hallaría la fe de los habitantes de las otras Ciudades-Búnker? ¿O de los humanos que sobrevivían en el exterior? ¿Seguirían fieles a los preceptos de la Luz Sagrada o le darían la espalda tras ver los horrores de la Cuarta Guerra?
Por fin, la casa de Nahlia estaba enfrente de los cinco: consistía en una casa adosada de tres niveles, con tejados azules típicos del reino de Ventormenta, ventanas tipo guillotina y muros de ladrillo cubiertos de pintura blanca. La entrada estaba elevada respecto a la acera y se accedía mediante unas pequeñas escaleras de piedra, y frente a la fachada de la casa, había pequeños árboles creciendo delicadamente en la acera. El frente de la casa no presentaba un buen aspecto: los cristales de las ventanas estaban rotas, la pared mostraba resquebrajaduras e impactos de bala, y la puerta principal estaba destrozada, con los pedazos de madera esparcidos por la entrada y un pedazo de la hoja colgado de una débil bisagra.
Esa visión fue más que suficiente para causar que la humana saliese disparada hacia el interior de su hogar, sin que nadie pudiese detenerla.
No pasaron ni cinco segundos para escuchar sus primeros gritos: Powaq fue el primero en salir en su socorro, dejando a Jaeger y Okrorio algo confundidos: no tenían motivos para preocuparse por Nahlia, y sí para dejarla a su suerte. Sin embargo, Powaq no iba a dejarla abandonada, y con él sí tenían cosas pendientes: el orco no quería fallar a su palabra de honor y el elfo sentía que le debían una revancha. Al entrar, llegaron a una sala de estar que en su mejor momento debió de ser bastante acogedora con sus muebles de madera y cuero, equipo de radio, fotografías y otros adornos: ahora, parte de la misma se hallaba en muy mal estado, con huellas de quemaduras muy extrañas en las paredes y varios muebles, la mesa del comedor hecha pedazos… y lo peor de todo, dos cuerpos calcinados casi irreconocibles: uno en el suelo, frente a un estante parcialmente carbonizado y otro pegado a la pared.
Los padres de Nahlia.
Cuando el orco y el elfo entraron, hallaron a la chica llorando desconsoladamente frente a uno de los cuerpos, con Powaq a su lado, tratando de consolarla en silencio mientras observaba lo que alguna vez había sido un ser humano. No podía imaginar lo que ella debía de sentir tras estar ausente de su casa una semana y descubrir que todo lo que había conocido durante toda su vida se había transformado en una pesadilla; como no sabía que decir en un momento así, optó por permanecer a su lado sin perder de vista los restos de los que una vez fueron los padres de Nahlia. ¿Qué o quién pudo haber causado algo así?
Al sentir la llegada de sus compañeros, Powaq se volteó.
— Creo que lo mejor sería que…
— Fuera…
— …
— ¡FUERAAA! ¡LARGUENSE DE AQUÍ; NO LOS QUIERO VER EN MI CASA! -Okrorio y Jaeger salieron en silencio de la sala y se quedaron a esperar en la acera; Powaq por otro lado, permaneció dentro- ¡Déjenme en paz!
Tras la salida de Okrorio y Jaeger, Nahlia subió corriendo las escaleras al primer piso, posiblemente su habitación, dejando a Powaq solo. El tauren, al ver una vez más los restos carbonizados, se limitó a hacer una reverencia respetuosa a los fallecidos, deseándoles paz, para después quedarse de pie mirando la casa en absoluto silencio y reflexionar en todo lo que Nahlia y su familia pudieron haber vivido allí dentro, en cuán importante este lugar, al que llamaba hogar: ahora ya no le quedaba nada ni nadie en ese sitio.
Con sumo cuidado, subió las escaleras y siguió el sonido de los llantos hasta llegar a su habitación: encontró la puerta entreabierta y con el rabillo del ojo vio a Nahlia sentada al borde de su cama, llorando sin dejar expuesto su rostro. La habitación no parecía estar dañada, y por lo poco que podía ver, era bastante cómoda y bien equipada para una chica de su edad. Definitivamente los humanos no habían escatimado en gastos en la comodidad de sus ciudadanos en aquellas arcologías subterráneas.
Algo nervioso y apesadumbrado, pero decidido, abrió un poco la puerta para poder hablarle a su nueva amiga.
— Lo siento… Lamento lo de tus padres. No puedo imaginar lo que debes de sentir ahora. -ella seguía sin levantar la mirada- Yo… yo no pensé que… hallaríamos esto.
— …
— Eso no quiere decir que tienes que estar sola: yo estoy contigo. No soy tu familia, pero puedo tratar de ser tu amigo.
— …
— Nahlia…
— … ¿Qué quieres? -preguntó la chica en medio de sus sollozos-
— Dime… -alargó la última sílaba mientras pensaba; se le había ocurrido algo- ¿Había alguien más en tu casa?
— No. Sólo mis pa… -Nahlia de repente recuerda que no era así. Se enjuga las lágrimas con su brazo izquierdo y se pone de pie- Es verdad: había alguien más.
— ¿Quién?
— ¡Niles! ¡Niles!
Fuera de la casa, el guerrero orco y el elfo cazador esperaban a que Powaq y Nahlia salieran: uno recostado contra la pared, el otro, sentado en la acera puliendo su arma láser. Ahora que habían descubierto que la Ciudad-Búnker estaba abandonada y que los padres de Nahlia habían sido asesinados, ¿Qué sería de ella?
— Esa niña se irá con Powaq.
— ¿Cómo estás tan seguro de ello, orco?
— Por lo poco que conozco a este par de mellizos, es lo más obvio. -respondió sin dirigirle la mirada y continuar calibrando su arma láser- Además, ya no tiene motivos para quedarse aquí: no hay nadie. Y una Ciudad-Búnker sin nadie que la mantenga es un lugar peligroso.
— ¿Qué crees que haya ocurrido?
— Es más que evidente que este lugar sufrió una invasión. Y no es que defienda a los humanos, pero no son tan incompetentes como para permitir que un lugar como este sea vulnerable.
— Intuyo que insinúas algo.
— Quizás… Pero habrá que revisar más partes de la ciudad. -tras permanecer unos minutos en silencio, retomó la conversación- ¿En verdad ustedes le hacían eso a los humanos? Digo, matarlos por ser magos.
— Eso era antes: ahora los dejamos sin magia…
— Para hacerlos sus esclavos.
— ¿Me parece, o estás defendiendo a los humanos, Okrorio?
— ¡No me acuses de idioteces como esa! Sólo digo, que considerando la… situación de Nahlia, deberías de dejarla ir. De todos modos Powaq no permitirá que te la lleves.
— Ya lo sé… Pero mi pueblo sufrió mucho por causa de la ingratitud humana: nos enseñaron a nunca olvidar el error de nuestros ancestros, y a revertirlo de cualquier forma. Tu pueblo también sufrió por causa de ellos.
— Es verdad… Aunque nosotros siempre fuimos enemigos; ustedes tenían una alianza.
— Eso lo hace aún peor. Ahí hablamos de traición.
— Oigan… -habló una voz: era Powaq, desde el umbral de la puerta de entrada; se lo veía apesadumbrado- Es posible… que haya alguien más en la casa. Posiblemente tengamos respuestas.
— ¿Nahlia lo está buscando? -preguntó el elfo; la respuesta de Powaq fue alternativa- Al menos eso la calmará.
— Ayudémosla; no creo que les preste atención ahora.
Nahlia había revisado toda la planta alta y el ático, pero no halló a nadie; lo curioso es que tampoco encontró señales de lucha. ¿Acaso los invasores habían venido únicamente a matar a sus padres? Era muy extraño.
En la planta baja, corrió de nuevo en dirección a la cocina y buscó en el armario, sin hallar nada. En eso, Powaq regresó con Okrorio y Jaeger, algo curiosos, algo medianamente interesados.
— ¿A quién buscas exactamente?
— A Niles, orco.
— ¿Y quién es Niles, Nahlia? ¿Tu hermano?
— ¿Tu perro? -insinuó Jaeger- ¿O tu novio quizás?
— Nuestro mayordomo, "Orejas de conejo"
— ¡¿USTEDES TENÍAN MAYORDOMO?! -exclamaron Okrorio y Jaeger al unísono, mientras Powaq se reía de su reacción, pese a estar también algo impresionado-
— Ya dije que mi familia era muy importante. -les respondió mientras revisaba en el baño de visitas sin éxito- No sé qué les extraña.
— ¿Revisaste en su habitación?
— Él no tiene habitación, Powaq.
— ¡Qué abusivos son los humanos con su servidumbre! Yo te puedo asegurar que a nuestros esclavos humanos les damos una habitación bastante cómoda.
— Jaeger, cállate. -refunfuñó Okrorio-
Lo último que faltaba por revisar era el armario de la sala de estar, donde su madre solía guardar sus productos de limpieza; no parecía estar nadie allí dentro además de escobas, estropajos, baldes, una mesita de madera y un montón de chatarra sobre ella.
— ¡NILES! -gritó Nahlia tras ver la "chatarra" y correr hacia ella- ¡¿Pero qué te han hecho?!
— ¡¿ESTE ES EL TAL NILES?! ¡¿UN… ROBOT?!
— La verdad, eso no me lo esperaba. -rio Powaq-
— Oh, vamos, "Orejas de conejo"; ustedes tienen esos robots arcanos gigantescos. ¿Y te extraña que tenga uno? Ya dije que mi familia era muy privilegiada.
— ¿Un robot… mayordomo? Ustedes los humanos en verdad son unos flojos.
— Díselo a los trolls, Okrorio. -desviando la atención hacia el orco, se concentró de nuevo en el robot- ¿Pero qué le pudo haber pasado?
— No parece que lo hayan atacado… -sentenció el druida, quien se acercó a las piezas del robot para mirarlo mejor- Más bien parece que lo desarmaron.
— ¿Crees poder arreglarlo? -le preguntó Nahlia- Por favor: es lo único que queda de mi familia.
— Apuesto a que dice que sí. -pensó Okrorio-
— Sí, no hay problema. -sacando sus herramientas y un libro del Gnoblin 5000- Me tomará un tiempo, pero lo lograré.
— ¿Qué dije yo? -volvió a decir Okrorio en su mente a sí mismo- Este tauren es un condenado genio. ¿Saben? Creo que mejor iré a investigar el resto de la ciudad; quiero ver el estado de los niveles agrícolas y el reactor.
— Y yo revisaré las casas contiguas. -añadió el forestal- Tal vez haya alguna pista.
— Está bien... -les respondió Powaq sin despegar su mirada de las partes de Niles- No se demoren mucho.
Okrorio ya conocía esa mirada entusiasta de Powaq, por lo que dedujo que no se movería de allí hasta reparar al robot; abandonó la casa en dirección al elevador, seguido de Jaeger.
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Si bien ya había manipulado robots antes, Niles representaba todo un desafío para el joven druida: su mecanismo era más complejo a lo que estaba acostumbrado, al punto que recurrió a unos libros que afortunadamente habían sobrevivido en la casa. El otro motivo era Nahlia: ese robot significaba mucho para ella y no quería decepcionarla.
Ya no.
— Cada vez estoy más convencido que lo desarmaron; posiblemente para un mantenimiento general. -añadió Powaq tras sacar una pieza parecida a una rejilla y mostrársela a Nahlia- Mira su filtro de aire cubierto de polvo... Y las articulaciones de sus brazos requieren una calibración.
— Posiblemente fue mi mamá. -dijo Nahlia- Ella era la experta en robótica de la familia.
— ¿Tu mamá? ¿Qué no era una maga?
— Lo era, pero la ingeniería le fascinaba, mientras que mi papá se especializó en alquimia y encantamientos. Él también le decía rara; creo que tú y ella se hubieran llevado bien.
— Jejeje… Gracias. -guardó silencio unos segundos- ¿En verdad Niles significa tanto para ti?
— Mucho. -respondió enfáticamente- Como mis padres trabajaban en la academia de magia de la ciudad, me quedaba sola buena parte del día, y Niles me cuidaba. Recuerdo que siendo muy pequeña, me lastimé en el jardín y él me aplicó los primeros auxilios. También me enseñó a cocinar e incluso me llevaba a la escuela y al parque a jugar conmigo.
— Ya veo; es parte importante de tu familia.
— Niles no podrá reemplazar a mis padres, pero tenerlo cerca me hará sentir mejor. Dime, Powaq, ¿Qué piensan los druidas de los robots?
— La mayoría cree que son simples máquinas, por más inteligencia y emociones que demuestren; no los toman en cuenta. -contestó sin descuidar su trabajo- Yo en cambio creo que hay que darles una oportunidad. ¿Quién sabe? Capaz y hasta haya robots druidas en el futuro. Aunque tengo mis dudas.
Powaq siguió trabajando en Niles por varios minutos sin decir nada más, mientras Nahlia se lo quedó mirando pensativa: desde que lo conoció, no habían parado de decirle que era raro, incluyéndose a sí misma, y que sus ideas, además del simple hecho de ser un druida tan interesado en la tecnología, lo volvían un ser inusual, hasta fantasioso. Pero por el lado positivo sin embargo, era muy optimista y abierto a los demás, a diferencia de...
— Mi hermano no es malo, Nahlia.
— ¿Huh? -la chica se sorprendió de que lo mencionara justo cuando pensaba en él- ¿Por qué me dices eso?
— No necesito poderes mentales para saber cuándo alguien piensa en Koyaanisqatsi. -rio Powaq a lo bajo sin dejar su trabajo- Intuición de mellizo le dirán. Adivinaré: fue grosero contigo antes de venir aquí. No necesitas mentirme; lo noté en todo el camino.
— No quería causarte molestias después de lo amable que te has portado conmigo, pero… Sí, lo fue; me cuesta creer que sean hermanos.
— Soy yo quien tiene que disculparse contigo; Koya siempre ha sido así: muy duro y arisco en su temperamento. Por eso tiene muy pocos amigos.
— Ya me parecía…
— Él detesta mostrarse débil; supongo que es por tratar de impresionar a nuestro padre, que tiene el mismo temperamento, y por ser también un chamán, pues temió decepcionarlo. Ahora me doy cuenta que Koya fue duro todos estos años por las cosas que debía de guardarse a sí mismo. Pobre…
— Perdóname, pero eso no me parece suficiente motivo para ser tan… gruñón.
— Koya no necesita razones para ser así; es parte de su naturaleza. Pero insisto: tenle algo de paciencia; a pesar de todo, es buena persona. Sólo que es muy conservador; más que nuestro padre o nuestro abuelo paterno.
— ¿A qué te refieres con conservador exactamente?
— Quiere que las cosas sean como antes de la Cuarta Guerra, y antes de la Tercera de ser posible. -Nahlia se lo quedó mirando; aquella idea era demasiado… excéntrica y fantasiosa, hasta para el mismo Powaq- Pero eso es imposible y tú lo sabes, ¿No? -le preguntó retóricamente el druida mientras ensamblaba las articulaciones de Niles con el resto de su cuerpo- Tú has visto el mundo exterior y sabes que este no volverá a ser el mismo; no puedes simplemente dar vuelta a la página y fingir que los casi doscientos años pasados no ocurrieron.
— Es verdad… -dijo ella, pensando inmediatamente en sus padres- No puedes dar vuelta al reloj.
— Ni los dragones de bronce pueden hacerlo, pues saben que es incorrecto. -hizo unos ajustes a los ojos de Niles y continuó- ¿Sabes por qué los elfos nocturnos están ahora en peligro de extinción? Porque por mucho tiempo creyeron que viviendo encerrados en sí mismos, dentro de sus territorios y sin contacto con el mundo exterior, haciendo caso omiso del transcurso del tiempo y las nuevas tecnologías, estarían bien, como si siguieran siendo la más gloriosa civilización que haya existido sobre Azeroth. La Cuarta Guerra los dejó casi sin nada a causa de ello: sus centinelas fueron humilladas, su bosque destruido, y su población fue exterminada casi por completo. Si los sobrevivientes no se hubieran unido a los tauren que quedaron, probablemente…
— ¿Se hubieran extinguido de verdad?
— Koya lo sabe muy bien, pero al igual que los elfos nocturnos, tiene que aceptar la realidad: el mundo de nuestros antepasados es historia. Sólo nos queda salir adelante y empezar a reconstruir todo.
— ¿Puedo preguntarte algo más? -Powaq asintió- Si pudieras, ¿Te gustaría la idea de vivir en un mundo como el que desea Koya? ¿Un mundo antes de la Cuarta Guerra, o incluso antes de la Tercera? ¿Sin tanta destrucción, desolación y tecnología?
— No. -contestó; Nahlia quedó impresionado, siendo un druida de quien venía aquella respuesta- Por más deprimente que sea nuestra realidad, este es el mundo que me tocó vivir, y no lo cambiaría por nada. -dejó sus herramientas y las guardó en su Gnoblin 5000, para luego poner a Niles en posición: había terminado- Ahora sólo queda activarlo, cruza los dedos.
El cuerpo de Niles se asemejaba al de un pulpo con una gran cabeza esférica de las que salían tres extensiones metálicas terminadas en esferas que hacían de ojos, y bajo la cual se hallaba el "cuerpo" que contenía el sistema de propulsión; de aquel cuerpo también salían tres brazos metálicos acabados en tres falanges cada uno, haciendo de manos. A juzgar por su diseño, Powaq dedujo que las "manos" podían adquirir otras formas y transformarse para cualquier función necesaria, sabiendo que era un mayordomo.
Powaq sostenía a Niles por detrás, esperando a que tras activarlo pueda mantenerse por sí mismo; pulsó el interruptor de encendido del robot y esperó a que reaccionara. Los ojos del robot comenzaron a abrirse mostrando algo semejante a los lentes de una cámara con un tenue brillo blanco, girando velozmente para revisar su entorno. Su cuerpo comenzó a levitar a través de su sistema de propulsión y mantenerse por sí mismo. Cuando los ojos de robot se fijaron en Powaq, el robot pareció sobresaltado.
— ¡INTRUSO DETECTADO, INTRUSO DETECTADO! -exclamaba Niles con un acento muy extraño, mientras sus ojos brillaban intermitentemente en rojo y azul y dos de sus "manos" se convertían en una sierra circular y un pequeño láser"- ¡ACTIVAR MODO DE DEFENSA!
— ¡Niles, detente! -le gritó Nahlia; el robot se volteó hacia ella- ¡No le hagas nada; es amigo!
— ¿Señorita Nahlia? ¡Oh, pero si es usted! -Niles se acercó a ella y comenzó a dar vueltas a su alrededor- ¿Ya volvió de su entrenamiento en el exterior? Creí que volvería en unos… Oh, vaya. Según el reloj de mi sistema, han pasado cuatro días desde que quedé fuera de línea.
— ¿Por qué te desactivaron?
— Madame me desactivó para realizar mi mantenimiento semestral, señorita Nahlia. ¿No lo recuerda? Estaba programado en el calendario de la cocina.
— Tenía razón. -dijo por fin Powaq- Lo desactivaron para arreglarlo.
— Señorita Nahlia, ¿Qué hace este tauren en la casa? No tengo conocimiento de ciudadanos de su especie en la ciudad. ¿Acaso es del exterior?
— Si, Niles; es un amigo del exterior. Me rescató y trajo hasta casa; incluso ayudó a completar tus reparaciones y reconectarte.
— ¿De verdad? -Niles se quedó mirando a Powaq con suspicacia y lo que el mismo druida identificó como "incredulidad". Eso lo hizo reír- Un tauren con conocimientos de robótica… Espero no sonar racista, pero es algo muy inusual de hallar, joven…
— Powaqqatsi Cazacielo. Pero puedes llamarme Powaq para abreviar; soy un druida. -no pudo contener su felicidad de conocer de frente a un robot y le pasó la mano; al principio Niles pareció extrañado- Un gusto de conocerte.
— El placer es mío, joven Powaqqatsi -el robot le respondió el gesto como pudo- Le agradezco que haya traído a la señorita Nahlia a casa. Señorita, ¿Ya ha visto a sus padres? Deben de estar preocupados por usted. -Nahlia se quedó incómodamente callada; quería llorar, pero se contuvo todo lo que pudo; Niles entonces percibió algo- Detecto partículas orgánicas en un avanzado estado de combustión flotando en el aire. ¿Se quemó algo en mi ausencia? -Niles flotó hasta la sala de estar donde estaba la fuente de aquellas partículas. Entonces vio los cuerpos- Oh… ¿Ellos son…? Señorita Nahlia, yo... yo lo…
— Toda la ciudad está así, Niles. -contestó Nahlia con pesadumbre- Somos los únicos aquí.
— ¿Cómo?
— Tenemos preguntas para ti, Niles -interrumpió Powaq- Queríamos saber si sabes algo acerca de esto, ¿Sabes de algo que haya ocurrido previo a tu desactivación? Cualquier cosa que pudiera darnos una pista sobre lo que pasó aquí.
— Discúlpenme pero no tengo nada en mi banco de recuerd… Esperen. Creo que segundos antes de desactivarme, Madame mencionó algo de una señal. No recuerdo muy bien.
— Si eso es verdad, entonces…
— Lamento no poder serles de mucha utilidad, jóvenes. Y mi pésame hacia sus padres, señorita Nahlia.
— Gracias.
— Es una pena que los muertos no pudieran hablar.
— Sí, es una pe… -repentinamente a Powaq se le vino una idea, y salió corriendo al exterior de la casa- ¡Por la Gran Madre Tierra! ¡¿Cómo no se me había ocurrido antes?! ¡Nahlia, tal vez podamos saber lo que pasó!
— ¿Qué le sucede a ese tauren, señorita?
— Creo… que tiene un plan, Niles.
Koya había quedado rendido ante el cansancio de esperar a sus compañeros y el calor de los Baldíos y se había quedado dormido bajo un árbol. A pesar de lo estresante de la situación en la que se encontraba, halló un momento de relajación bajo la sombra de aquel árbol: era tan tranquilo, pacífico, silencioso.
Hasta que…
— ¡KOYAANISQATSI, KOYAANISQATSI!
— …
— ¡¿Acaso te quedaste dormido, hermano?! ¡Despierta, dormilón!
— ¡YA! ¡¿Qué quieres?! -gritó enfurecido- Estaba descansando la vista.
— Sí, claro… Te creo, hermano.
— Ya que me despertaste, ¿Qué es lo que quieres? ¿Contarme de las maravillas de la Ciudad-Bunker? No estoy de humor para ello.
— Habrá tiempo para eso; la situación aquí es seria.
— Explícate.
Powaq le explicó a su hermano con todo y detalle. Koya no pudo ocultar su indignación ante el hecho de que los padres de Nahlia estuviesen muertos o que la ciudad estuviese vacía así sin más. Con más razón sentía que su hermano y los demás debían abandonar la ciudad de inmediato.
Pero cuando Powaq le dijo el verdadero motivo de su llamada, se enojó aún más.
— ¿Quieres que yo QUÉ?
— Exacto; no sabemos qué pasó aquí, pero como no hallamos sobrevivientes y el robot mayordomo de Nahlia no sabe nada; sólo nos quedan los muertos. Y en vista que tú puedes…
— ¡Es una locura! ¡Debe de haber miles de muertos allí!
— No me has prestado atención, ¿Verdad? Hay sólo unos cuantos; parece que la mayoría desapareció razones desconocidas. Sólo debes hablar con los espíritus de esas personas y preguntarles qué sucedió.
— Pero, Powaq…
— O por lo menos con los padres de Nahlia. Koya, por favor: la chica acaba de quedar huérfana, y si sus padres tienen algo que decir, sería bueno que lo supiera. Entiendo que puede que tengas algún problema al venir aquí por tu "don", pero al menos inténtalo, ¿Sí? Tú no puedes ser tan desalmado.
— No soy desalmado, Powaq, y no necesito demostrártelo. De todos modos, ¿Cómo piensas que llegaré allá? Nahlia dijo que no podía crear portales dentro de aquel sitio.
— Ella no puede... pero yo sí.
— ¿A qué te…?
— Hace más de un año construir un agujero de gusano del modelo gnómico de la época de la guerra contra el Rey Exánime. Lo calibré un poco, y es capaz de crear un portal a cualquier parte…
— ¡¿Y no pensaste en utilizarlo para ir allí?!
— Por favor, déjame terminar. ¿Por qué crees que construir dos Gnoblin 5000? Aparte de hacerte un favor, es para tener un punto de referencia: el Generador de Agujeros de Gusano está incorporado a mi aparato, y utiliza el tuyo como punto de llegada del portal que puedo generar. Así, puedo crear un portal en tu ubicación exacta; incluso puede incluirlo en su memoria para poder crearlo de nuevo. Por eso no podía hacer un portal hacia la Ciudad-Búnker, ya que mi aparato no conocía la ubicación. Ahora sí.
— A veces me asusta tu inteligencia, Powaq. -sacudió su cabeza- En fin: me darás la cháchara científica para después. Abre el portal y llévame allá cuanto antes.
— De inmediato; no te muevas.
Koya acabó la comunicación y esperó cualquier indicio de un portal. No tardó mucho en que un punto de luz apareciera en el aire cerca de su ubicación, y alrededor del mismo se distorsionara el espacio mismo, como si se curvara en una lente. Dicha lente gravitacional acabó adquiriendo brillo hasta formar un portal traslúcido.
El comunicador de Koya volvió a sonar con la voz de su hermano.
— Puedes cruzar, hermano. Sólo hazlo rápido por favor, pues no puedo mantener el portar abierto por mucho tiempo.
Antes de cruzar Koya lo pensó: ¿De verdad iría hasta ese lugar para ayudar a una desconocida? La advertencia de la vieja goblin resonaba en su cabeza. ¿Y si pasaba algo malo? ¿Podría solucionarlo?
— Koya, por favor…
— Bien, voy para allá.
El joven chamán cruzó el portal creado por su hermano. La sensación al cruzar fue muy extraña, como si fuese estirado por todas direcciones cual pedazo de arcilla. Lo último que sintió fue el golpe contra un suelo de concreto que lo sacó de los mareos que sintió durante el cruce. Al abrir los ojos, vio a su hermano, tendiéndole la mano.
— Bienvenido a la Ciudad-Búnker 27, hermano.
— Deja los formalismos para después y ayúdame a levantarme. -respondió con hosquedad; Powaq tomó el brazo de su hermano y lo ayudó a levantarse. Koya se sacudió el polvo de su ropa y comenzó a dar unos pasos hacia delante- Acabemos con esto de una vez para que puedas regresarme a los Baldíos cuanto antes.
— Ehm… Eso será algo complicado. Verás… el Generador de Agujeros de Gusano necesita una hora para recargarse y volver a ser usado.
— ¡¿Me estás diciendo que estaré aquí en esta ciudad bajo el Marjal Revolcafango por UNA HORA?!
— O puedes irte junto a nosotros.
— Hablando de eso, ¿Dónde están los demás?
— Okrorio y Jaeger siguen explorando la ciudad en busca de pistas, y Nahlia está con Niles en la casa. -señalando la construcción que tenían delante- Nos están esperando.
— Bien, acabemos con esto pronto. Y dile a esos dos que regresen cuanto antes.
Powaq ignoró el último comentario y entró junto a su hermano a la casa; al juzgar por el ceño fruncido de Koya y sus pasos firmes, quedó claro que no tenía intenciones de quedarse mucho tiempo allí ni conocer la Ciudad-Bunker. No podía entender como alguien no podía tener curiosidad ante algo tan impresionante como una ciudad subterránea, pero entendió las prioridades de su hermano. También recordó que había gente muerta involucrada, y que no era tiempo de contemplar la ingeniería.
Al llegar a la sala de estar, Koya se encontró con Nahlia, sentada en un sofá y con el rostro afligido, conversando con un extraño robot flotante semejante a un pulpo cabezón con tres tentáculos. Ese debía ser el tal Niles: el robot mayordomo que había mencionado su hermano.
Niles se acercó lentamente al recién llegado; al shamán le pareció extraño.
— Discúlpeme, ¿Pero quién es usted? A primera vista guarda cierta semejanza con el joven Powaqqatsi.
— Soy su hermano mellizo, robot. Me llamo Koyaanisqatsi Cazacielo.
— Llámalo por su nombre, Koya. -gruñó Nahlia en voz baja- Tiene uno. -al ver a druida, señaló al chamán algo molesta- Powaq, ¿Por qué lo trajiste? ¿Es parte de tu plan?
— Así es, Nahlia. Te explicaré: Koya…
— ¿Aún no se lo has dicho? Oh, vaya… Te esperaba más chismoso, hermano.
— No es por ofender, señorita Nahlia, pero el joven Koya me parece algo… grosero. El joven Powaq me cae mejor.
— Pienso lo mismo que tú, Niles.
— Como decía, Koya tiene la habilidad especial de poder comunicarse con los espíritus de los muertos y…
— Discúlpame, Powaq, ¿Pero eso no es lo que los chamanes norm…?
— ¡Es algo muy raro hoy en día! ¿De acuerdo? -exclamó Koya; estaba harto de tener que dar la misma explicación una y otra vez, sin mencionar que quería irse cuanto antes- Ahora, empecemos con esto de una buena vez. ¿Dónde están los cuerpos?
— Allá.
Koya fue a la dirección indicada por su hermano y se arrodilló ante ellos: advirtió los daños a los huesos y a lo que quedaba de la carne y las ropas. Sea lo que fuere, había sido muy potente. Volteó para ver a Nahlia, quien mostraba aun estar enfadada con él por su trato hacia el robot; ignorando ese detalle, se sintió mal por ella y la situación que estaba viviendo. Parecía estar tomándolo mejor de lo que esperaba.
Pronto advirtió algo inusual, algo que no encajaba; se puso de pie y fue hacia la cocina; luego subió las escaleras y recorrió las habitaciones de la planta alta. Cuando regresó a la sala de estar, minutos después, se lo veía perturbado; tanto, que su hermano no tardó en notarlo.
— Powaq… ¿Estás seguro que murieron aquí?
— Cien por ciento seguro, Koya. Hay rastros de quemaduras junto a los restos. ¿Por qué la pregunta? Sucede algo, ¿No?
— No… No hay nadie aquí.
— ¿Qué dices?
— ¡Al final tus poderes no eran tan buenos!
— ¡Eso no es verdad, Nahlia! ¡Mis poderes funcionan bien! -Koya trató de mantenerse calmado, pese a todo; algo lo ponía muy nervioso- Cuando una persona muere, y más de manera violenta, su espíritu suele permanecer cerca del cuerpo.
— Recuerdo que lo mencionaste, hermano.
— Sólo si el espíritu es lo suficientemente poderoso, puede manifestarse lejos de sus restos físicos. Esto es aplicable a los mortales sobre todo; a menos que el espíritu haya sido capturado por un nigromante o acompañe a un chamán. Pero aquí…
— ¿Aquí qué, Koya? ¡Dime! ¿Qué pasó con mis padres?
— No… No lo sé. Hay algo inusual; debo de investigar los demás cuerpos. Acompáñame, Powaq.
— ¡Yo voy contigo!
— ¡No! -exclamó, cerrándole el pasó- Tú te quedas aquí con tu mayordomo; no me servirán tus quejidos de niña para hallar la solución a esto.
— ¡KOYA, NO SEAS ASÍ!
— Créeme, Powaq; es lo mejor.
Tras ofrecer sus disculpas, Powaq abandonó la casa junto a su hermano, ante la mirada de una chica cada vez más indignada por el comportamiento del chamán y más pena aún por el hermano que buscaba redimirlo a cada rato; Niles sentía lo mismo.
Koya inspeccionaba cada cuerpo en las calles vacías ante la mirada atenta y bastante severa de su hermano sin prestarle la mínima atención. También volteaba y daba un vistazo por los alrededores para hallar a algún espíritu errante, pero por los resultados no halló a ninguno.
Estaban a casi tres calles de la casa de Nahlia, junto a unos vagones vacíos del monorriel cuando Koya inspeccionaba los cuerpos de unos elfos; estaban calcinados, casi carbonizados. Powaq ya no pudo aguantar más el guardarse sus palabras y explotó, tomando a su hermano de los hombros y arrojándolo contra el suelo, no sin antes, darle una buena bofetada.
— ¡¿Se puede saber que rayos te pasa?! ¡¿Por qué actúas así?! ¡Te dije que Nahlia acaba de perder a su familia y tú andas insultándola! ¡Hasta Okrorio y Jaeger tienen más tacto que tú!
— ¡¿Tienes una maldita idea de lo que está pasando aquí, hermano?! -masculló Koya, lleno de ira; sus manos comenzaban a chispear- ¿LA TIENES?
— ¡Por algo te trajimos, pero parece que fue un error! ¡Es increíble todo lo que he tenido que perdonarte! ¡Nunca creí que fueses tan desalmado!
— ¡¿Desalmado yo?! -Koya no soportó más y agarró a su hermano del cuello de su camiseta y acercó su rostro al suyo, siendo capaz de sentir la respiración el uno al otro- Si te traje hasta aquí dejándola a ella en su casa fue para que no se sintiera peor. -acto seguido, arrojó a Powaq contra el concreto; este no tardó en levantarse y notar que Koya comenzaba a jadear- Mira esos cuerpos… hermano. ¡Míralos!
— Por la Gran Madre Tierra, -exclamó el druida al darles un vistazo; aparentemente eran de elfos nobles, pero uno de ellos apenas era el de un niño de menos de diez años- ¿Quién sería capaz de una atrocidad así?
— No sólo son… niños elfos… Hay niños humanos… niños enanos… gnomos… Todos muertos… ¡Y no puedo ver sus espíritus; no están aquí!
— Pero tú ya sabes que pudo pasarles, ¿No? -Koya guardó silencio- Hermano, por favor, dímelo.
— No… estoy se…seguro… Pero hay algo aquí. Lo que mató… a esas personas no… no era normal. Siento rastros de un tipo de energía extraña que… no logro identificar.
— ¿A qué quieres llegar?
— Espero… equivocarme, pero… de estar… en lo cierto… -los jadeos se hacían sumamente fuertes, y Koya comenzaba a sudar en exceso- Lo que quemó estos… cuerpos… también quemó… sus…
Antes de que pudiera siquiera pensar en esa conclusión, Powaq vio como su hermano cayó de rodillas y comenzó a jadear estrepitosamente: sus convulsiones habían regresado, y con mayor fuerza que antes. Corrió a socorrerlo cuanto antes, pero la violencia de las convulsiones sumada a la fuerza de su hermano le hicieron imposible el mantenerlo calmado. No recordaba que las convulsiones fuesen tan fuertes como aquella vez en la Academia Malfurion, o en la cueva de los jabaespines; por otro lado, la tierra ni ningún otro de los elementos enloquecía como en las ocasiones anteriores. ¿Por qué ahora era diferente?
Su hermano pronto dejó de forcejear y Koya cayó al suelo, aparentemente inconsciente. Un estado que no le duró mucho, pues el joven chamán no tardó en reaccionar y levantarse como si nada, mas jadeando de manera más leve y con pequeñas chispas saliendo de sus manos. Powaq intuyó que era una forma de manifestación del poder elemental de su hermano y no se preocupó por ello.
— Koya… ¿Estás bien?
— …
— Acabas de tener otra de tus convulsiones, hermano. Dime, ¿Está todo bien?
— Está todo bien… Salvo un detalle.
— ¿Cuál?
— Que Koya no está aquí, estúpido…
Powaq tuvo suerte de que la agilidad innata de los druidas le permitiera esquivar con suma rapidez la Ráfaga de Lava lanzada por su hermano, la cual lo pasó rozando su cuerpo. La mole de roca fundida impactó contra una construcción cercana, y debió de tocar alguna sustancia inflamable, pues desencadenó una explosión tan fuerte que derribó parte del edificio e inició un incendio.
Cuando se recuperó del shock, Powaq se volteó a ver a su hermano: las palmas de sus manos generaban gran cantidad de chispas, dispuesto a atacarlo en cualquier momento; se vio obligado a adoptar su forma felina para esquivar los relámpagos que acabó lanzándole. Su rostro era muy diferente al que recordaba: había visto a Koya enfadado en numerosas ocasiones, pero nunca con una expresión de odio y locura mezclados de forma tan aterradora, por no decir irreconocible; incluso sus ojos habían cambiado de su habitual azul a una sombría tonalidad rojiza.
¿Qué pasaba con su hermano?
— ¡¿Quién eres?! ¡¿Qué has hecho con Koya?!
— Eso a ti no te importa, becerro estúpido... Pero en cierto modo debo de agradecerte el estar aquí.
— ¿Qué cosa?
— A tu querido hermano al parecer le advirtieron que no pusiera un pie en el Marjal, y fue muy obediente… -dijo esto con una irónica malicia- hasta que alguien que tú conoces muy bien lo convenció de ayudar a una desconocida. Fueron dos ingenuos, ¿No?
— Por eso no querías venir aquí, hermano: no era por maldad. Koya, lo…
— Pero gracias a ello conseguí lo que quería. -sus manos volvieron a cubrirse de chispas nuevamente; Powaq se puso en guardia- Y ahora te demostraré mi agradecimiento al otorgarte una muerte rápida.
Apenas y tuvo tiempo de esquivar los siguientes rayos lanzados por su hermano poseído; Powaq se vio obligado a adoptar su forma felina y esconderse de nuevo. Cuando se sintió a salvo, llamó a Okrorio y Jaeger a través de su Gnoblin 5000; las explicaciones quedarían para después.
— ¡¿Por qué demonios te escondes?! ¿Qué no ves que sólo quiero matarte? ¡Hazme las cosas más sencillas, becerro cobarde!
— …
— ¡¿Que mejores manos en las que morir que en las de tu propia sangre?!
Una figura felina de pelaje blanco saltó desprevenidamente hacia Koya, derribándolo y forcejeando con él; al principio, Powaq tuvo la ventaja de la sorpresa, pero su poseído hermano, tras mucho forcejeo, logró zafarse del agarre del felino y arrojarlo contra el pavimento, obligándolo a perder su transformación.
— Comienzas a hacerme perder la paciencia.
— ¡Libera a mi hermano, seas quien seas!
— ¡Tú no me darás órdenes! ¡He esperado mucho tiempo por esta oportunidad y no la dejaré pasar sólo por un druida malcriado! ¡Koya es mío!
— ¡NUNCA! -le gritó el joven druida, lanzándose contra su hermano para acabar forcejeando con él una vez más- ¡Él no se dejará vencer!
— Créeme… Ya lo hizo.
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Dentro de su cabeza, Koya sentía estar suspendido en el vacío, atado por todas las extremidades, incapaz de liberarse y al mismo tiempo, como un muñeco manejado con hilos. Más allá de él se extendía una profunda oscuridad, siendo incapaz de distinguir nada más, ni mucho menos a aquel espíritu que se había apoderado de su cuerpo, pero sentía su presencia: fuerte, dominante… y sumamente malvada. ¿Quién era en realidad?
Para colmo, era perfectamente capaz de ver y oír todo lo que ocurría fuera de su cuerpo: el espíritu había atacado a su hermano con intenciones de matarlo, y Powaq buscaba liberarlo. El doble de tortura del que podía tolerar.
— Tu hermano fue un idiota. -sentenció el espíritu- Un idiota útil, pero idiota de todos modos.
— ¡DEJA A MI HERMANO EN PAZ!
— Pude haberle dado una muerte rápida, pero prefirió hacerse el difícil. Todo porque "te quiere mucho". ¡Bah!
— ¡DEJALO DE UNA BUENA VEZ Y SUÉLTAME!
— Olvídalo. Haré que veas como mato al inútil de tu hermano… y luego, haré algo útil de ti.
— ¿Dónde podrá estar el o…?
— Aquí nadie nos molestará, Koyaanisqatsi. -sentenció el espíritu; ¿Había leído su mente?- Estás completamente solo, y nadie te ayudará.
— ¡Juro que te arrepentirás si algo le pasa a Powaq! ¡LO JURO!
########
Powaq y Koya poseído se enfrascaron en una pelea mano a mano. El espíritu había conocido algo de Powaqqatsi y dado su carácter pacifista y aparente ingenuidad, no se esperaba que peleara tan bien cuerpo a cuerpo: sus dotes de druida lo acompañaban aún sin transformarse.
Por fortuna para él, Koya también tenía lo suyo propio y supo contraatacar sin necesidad de usar sus poderes… aun. Powaq le dio sendos golpes en la cara; Koya respondió de la misma manera, siendo el druida capaz de esquivar algunos de ellos; cuando Koya trató de darle una estocada con sus cuernos, Powaq lo golpeó muy fuerte en el estómago, haciendo que el chamán perdiera el aire, momento que aprovechó para embestirlo con toda su fuerza contra un edificio cercano; el mismo se estremeció, y polvo de ladrillo y revoque cayeron sobre los mellizos. Powaq presionaba a Koya contra el edificio con su cuerpo y lo sujetaba con ambas manos.
— Suelta a mi hermano, ¡YA!
— ¿Quién eres tú para darme órdenes, becerro?
— No lo repetiré otra vez. Libéralo, AHORA.
— ¿Quieres un consejo?
Un repentino fogonazo en su estómago hizo volar a Powaq por los aires hasta estrellarse contra una casa, derrumbando parte de la pared. El espíritu había usado su Choque de Llamas contra el druida, ocasionándole una profunda quemadura en el estómago. Tras sacudirse parte de los escombros y el polvo de ladrillo, Powaq apenas podía levantarse: de su estómago manaba mucha sangre, y si no usaba sus propios poderes curativos para curarse de inmediato, podría morir.
— Nunca descuides las manos de un chamán.
Koya lo miraba de manera divertida a medida que se acercaba a él paso a paso. Para su mellizo, ese no era su hermano: él no era cruel; nunca lo hubiera atacado así. Repentinamente, los ladrillos y demás escombros comenzaron a cubrirlo, hasta aprisionarlo fuertemente, impidiendo que pueda curarse debidamente, y de a poco, dificultándole la respiración.
Poderes sobre la tierra… y los ladrillos y el concreto eran de tierra. Por supuesto.
— ¿De verdad creíste que te daría la oportunidad de curarte? ¡JA! No, mi tonto becerro: ahora mi duda está en si dejarte morir de desangrado o ahogamiento. ¿Sugerencias?
— Pú…
— ¿Sí?
— Pú… dre… te…
— Oh, no: eso lo harás tú, en esta… colmena gigante.
— ¡ESO JAMÁS!
— ¿HUH?
Una extraña lluvia de rayos azules, como estrellas fugaces, cayeron sobre el poseído Koya, aturdiéndolo y haciéndolo perder su concentración, lo que causó que Powaq se liberara de la constrictora masa de escombros que estaba por asfixiarlo. Luego, una oleada de aire gélido recorrió su estómago: al tocarlo, sintió una capa de fría escarcha que cubrió las quemaduras causadas por Koya. ¿Pero quién…?
La aparición de una… o más bien dos siluetas conocidas, le dio la respuesta.
— ¿Na... Nahlia? ¿Niles?
— ¿Estás bien, Powaq? Vi la explosión de hace rato y no pude evitar salir a ver qué pasaba. Niles, dale los primeros auxilios por favor.
— De inmediato, señorita. -Niles inspeccionó la herida de Powaq, pese a la escarcha- Joven Powaq, es recomendable que tratemos esas quemaduras de inmediato.
— Nahlia; tienen que salir de aquí.
— ¿Por qué Koya te atacó? Llegué a verlo: actúa como un loco. Ya me imaginaba que tenía mal carácter, pero…
— Ese no es Koya; algo o alguien controla su cuerpo.
— ¿Qué dices?
El Koya poseído volvió en sí y advirtió a la maga humana, dirigiéndole una mirada cargada de odio por haberlo atacado, y dejado libre al druida. Nahlia captó el por qué Powaq decía que ese no podía ser su hermano.
— ¿Una maga? ¡Ya he tenido suficiente con humanos magos como para que me moleste una estúpida cachorra!
— ¿De qué hablas? ¿Y quién demonios eres tú? ¡¿Acaso tuviste que ver con lo que pasó aquí?!
— Lo que haya pasado en este agujero no me interesa, mocosa; lo único que debería de preocuparte es que morirás aquí junto a ese estúpido druida.
— ¡Eso no lo pienso permitir!
Nahlia atacó nuevamente al Koya poseído con una lluvia de rayos arcanos con el fin de alejarlo lo más posible de ella y Powaq mientras Niles trataba sus heridas como podía. El chamán creó un escudo de rayos a su alrededor para anular los ataques de la joven maga, y después atacarla con esos mismos relámpagos, causando una terrible tormenta eléctrica que ocasionaba varios cortocircuitos por esa zona de la ciudad, haciendo estallar ventanas y bombillas. Nahlia se protegía a sí misma y los demás con un escudo arcano, pero no dudaría demasiado tiempo.
Tras finalizar la tormenta, Koya atacó a Nahlia con bolas de fuego; ella respondió con una ráfaga de escarcha que anuló casi todas las llamas, hasta que una bola de electricidad la golpeó inadvertidamente, dejándola momentáneamente aturdida, momento que aprovechó el Koya poseído para congelarla hasta la cintura y las manos.
— ¿Esa es toda tu dichosa magia? ¡JA! ¡Jaina Valiente sí era competente!
— ¿Co… conociste a la gran Jaina?
— ¡Sí, y aun así ella tuvo problemas conmigo! -Koya se sacudió la cabeza, y congeló a Nahlia hasta el cuello- ¡Basta de hablar de mí! ¡Mejor acompaña a esa maldita al otro mundo!
Una bola de electricidad hubiera golpeado a Nahlia, si no fuera porque algo… o alguien se interpuso en su camino: Powaq recibió el golpe eléctrico directamente en su pecho, salvando a su nueva amiga de un daño muy severo… o algo peor. El golpe fue lo bastante fuerte como para hacer que el druida cayera estrepitosamente al suelo, ahora más débil a consecuencia de sus heridas; eso hizo que Nahlia exclamara su nombre ante el temor que hubiera muerto. Si necesitaba más razones para confiar en él y su amistad, ahora las tenía de sobra.
— Maldito becerro ¡Te pusiste en mi camino!
— Ko… Koya…
— ¡Estás vivo!
— ¿Todavía? Es peor que una cucaracha.
— Ko…ya… -por su modo de hablar, Powaq apenas podía gesticular palabra alguna mientras se arrastraba por el suelo en un intento de ponerse de pie- Tú… tú no… e… eres una…mala persona…
— De verdad aprecias a tu hermano, Powaq. -pensó Nahlia al ver al druida arrastrándose ensangrentado y manteniendo la fe en su mellizo- Entonces yo también debo confiar en él.
— Hmm… Se nota que no conoces a tu propia sangre.
— Te equivocas… Lo conozco… muy bien… y sé que… es mucho más… amable… y mucho más fuerte de lo... que aparenta. -Powaq levantó la vista y miró a su hermano poseído frente a frente; creyó ver tras esos ojos rojos de furia la mirada azul de su mellizo- Tú puedes liberarte, hermano. Confío en ti.
########
En su mente, Koya sólo podía llorar: su hermano estaba muy malherido y era culpa suya. Y a pesar de todo, le tenía tanta confianza como nadie más en el mundo. ¿Y cómo lo había tratado? Como una mera molestia. Powaq no merecía un hermano como él.
— Tu estúpido mellizo me está causando demasiados problemas, Koyaanisqatsi. Afortunadamente, su sufrimiento acabará.
— ¡CÁLLATE! ¡JURO QUE PAGARÁS POR HABERLO LASTIMADO!
— Eres táaaaan ingenuo como Powaq, ¿Sabías eso? Tú por CREER que lograrás hacerme algo, y él por confiar en ti.
— ¿De qué estás hablando?
— Oh… Sabes EXACTAMENTE de qué hablo, Koyaanisqatsi. ¿No fuiste tú el que le ocultó de tus habilidades especiales?
— Sí, pero…
— ¿Sabe tu hermano de aquellas cosas que hiciste esa noche en aquel estanque?
— ¿Cuándo fui a rescatar el cuerpo de Keena? Pero có…
— ¿Qué diría el inocente y tierno Powaq si supiera que su hermano es un asesino a sangre fría? ¿O si supiera ese otro secreto que le vienes ocultando no sólo a él, sino a TODA tu familia desde hace tantos años? Ya sabes: ese algo que nosotros dos compartimos.
— ¡ESTÁS DEMENTE! ¡YO NO TENGO NADA EN COMÚN CONTIGO!
— Te equivocas, Koyaanisqati: tú y yo nos parecemos mucho. Compartimos el mismo sentimiento de odio hacia esos infelices. Y lo sabes.
— ¿Te refieres a…?
— Ahora te haré presenciar la muerte del inútil de tu hermano.
— ¡NO TE ATREVAS!
########
Las manos de Koya se cargaban de chispas y pequeños relámpagos listos para golpear al débil druida y acabar con su sufrimiento de manera permanente; Nahlia, todavía atrapada en el bloque de hielo y sin poder liberarse, cerró los ojos para no ver la muerte de su nuevo amigo. Repentinamente, oyó una especie de "lluvia" cayendo desde el cielo, pero no sonaba a agua, sino a… ¿Flechas?, seguido de un fuerte estruendo: algo muy pesado golpeando contra un edificio.
Cuando abrió los ojos se halló con una gran sorpresa: el suelo estaba cubierto de flechas hincadas en el pavimento, Koya había desaparecido en una cortina de polvo, y Okrorio y Jaeger estaban enfrente suyo, blandiendo un pesado mazo el primero, y una elegante ballesta el segundo, al lado de su dracohalcón. Al ver al orco y el elfo de sangre juntos, Niles, quien se había mantenido lejos de la pelea luego de que Powaq salvara a Nahlia, se acercó a ella, sumamente nervioso.
— ¿Un orco y un elfo en la Ciudad-Búnker? ¡Esto es demasiado para mi protocolo de seguridad!
— Tranquilo, Niles: ellos son… amigos.
— ¿Está segura, señorita?
— Tú, el montón de tuercas flotante. -gruñó el orco- Deja de decir estupideces y libera a tu ama.
— Ah, verdad… -Niles convierte uno de sus brazos en un pequeño rayo láser calorífico para liberar a la chica de a poco- Al menos su actitud me recuerda al joven Koya… antes de su radical cambio de humor. ¿Confía en ellos, señorita Nahlia?
— Powaq y yo estamos vivos, ¿No, Niles? Creo que es más que suficiente para mí.
— Oye, grandote. -dijo Okrorio tras ir junto al druida y ayudarlo a levantarse- ¿Estás bien?
— S… si… Gracias a la… Gran Madre Tierra que vinieron.
— Si tardamos un poco fue por el ascensor. -añadió el elfo- Hallamos muchas cosas que te interesarán, pero te las diremos más tarde. ¿Algo que debamos saber?
— Ko… Koya está poseído… Por fa…favor, no le hagan daño.
— Descuida, amigo mío: ayudaremos a tu hermano. -le dijo el orco, tras darle unas palmaditas en la espalda y llevarlo junto al dracohalcón- Ya has hecho suficiente por hoy: deja que tu gran amigo el guerrero Okrorio se encargue. Conozco a Koya lo suficiente como para saber que no es un debilucho. Nahlia, robot flotante…
— ¡Se llama Niles! -exclamó la maga, ya completamente libre de hielo-
— Lleven a Powaq a su casa y denle los los Primeros Auxilios; Jaeger y yo nos encargaremos de Koya.
— ¡Pero yo también quiero pelear!
— Ahora mismo Powaq necesita atención médica. -añadió el elfo- Mi dracohalcón Benu se encargará de llevarlo; ustedes sólo lo guiarán.
— Creo que es lo más sensato, señorita. -interrumpió el robot mayordomo- Usted ya participó en la pelea, y el joven Powaq se encuentra seriamente lastimado; necesitaré su ayuda para poder tratarlo adecuadamente.
— Es verdad… -suspiró la chica tras ver a su amigo malherido a espaldas del dracohalcón; después de todo lo que había hecho por ella, no podía abandonarlo- Vamos a casa, Niles; tenemos que ayudar a nuestro amigo.
— Benu, sigue a la chica y al robot hasta la casa y acomoda a Powaq con cuidado donde te indiquen, ¿Entiendes? -el ave graznó a modo de respuesta- Bien, ve.
Con Nahlia, Niles y Benu en camino a la casa para curar a Powaq, Okrorio y Jaeger tenían la pelea para ellos solos. Koya aún no se había recuperado -aparentemente- de la embestida brindada por el guerrero orco, pero no tardaría en aparecer. Ambos se pusieron en guardia, esperando.
— ¿Un cazador sin mascota? -comentó el orco tras ver de reojo a su nuevo compañero de batalla- Qué inusual, jejeje… ¿Lograrás hacerle algo a nuestro oponente o serás mero espectador?
— La mascota de un cazador es mera formalidad en estos días. -señaló, preparando su ballesta- Tú sólo encárgate de darle una buena paliza y yo de darte el apoyo necesario.
— No lo necesitaré, pero gracias. -se ufanó él- Te has amigado con esos tauren, ¿No es así?
— Tal vez… O tal vez sólo busque algo de emoción en mi vida.
La cortina de polvo se disipó, mostrando a un Koya sumamente enfadado, lanzando chispas -literalmente- a su alrededor, con sus ojos encendidos en una sombría tonalidad rojiza, y dirigidos hacia sus atacantes: ninguno de los dos mostró reacción alguna, en especial Okrorio.
— ¿Un orco? -el Koya poseído parecía asqueado de solo verlo- ¿Y un elfo de sangre? Adivinaré: quieren liberar a Koya.
— Adivinaste bien, esperpento. Podemos hacerlo de la manera aburrida, o de la manera divertida… para mí, claro.
— ¿Debo recordarte que estamos para rescatar a nuestro amigo, oh gran guerrero?
— Orcos… Sólo son sacos de músculo con poco seso; lo sabré yo. Bien… "valientes guerreros"... -se mofó el chamán al momento en que sus manos comenzaron a iluminarse de color ámbar- Adelante: denme su mejor golpe.
Okrorio no perdió tiempo y se lanzó hacia Koya con intención de embestirlo contra la pared; Jaeger lanzó desde su ballesta decenas de flechas cargadas de energía arcana contra el chamán; éste respondió con una ráfaga de viento que dispersó las flechas e hizo retroceder al orco varios metros. Apenas este dejó de sentir el empuje del viento, arremetió contra Koya tan rápido que apenas se lo podía ver, pero sorpresivamente, el chamán contraatacó con bolas de fuego que el orco a duras penas pudo esquivar.
El forestal les seguía la pista a medida que combatían entre las calles de la abandonada ciudad; esperaba el momento oportuno para darle un certero golpe al tauren poseído, pero era imposible: se movían demasiado rápido, y Okrorio no le daba tregua a Koya. La lluvia de flechas que constantemente lanzaba, debía de servir para confundir, o bien distraer al chamán, pero no funcionaba tan bien como esperaba, pues sus reflejos eran lo suficientemente rápidos para anularlas con un golpe de viento.
— ¿Acaso no puedes pelear sin usar los dichosos elementos? -preguntó con intenciones de provocar al espíritu- ¡Vamos, pelea como los hombres!
— ¿Y darle gusto a un cerebro de mosquito como tú? -le respondió el chamán, quien atacó de frente al orco con un lanzallamas, lanzándolo contra un monorriel abandonado, destrozando los cristales y uno de los vagones- ¡Olvídalo, pielverde!
— Esperaba más de Koya, pero parece que sólo te gustan las lucecitas.
— Grr… Ya te haré ver… -en ese instante, las flechas de Jaeger caen contra Koya, provocando múltiples pequeñas explosiones que lo dejan aturdido en el suelo- ¿Qué demo…? ¡Maldito elfo de…!
— ¡Ahora!
Okrorio aprovechó la distracción de Koya y lo golpeó tan fuerte con su mazo que lo lanzó a más de dos calles, haciendo que partiera uno de los árboles de la acera por la mitad y atravesara un edificio comercial, creando un gran agujero en la pared. El orco fue de inmediato hacia su oponente, manteniendo la distancia; Jaeger hizo lo mismo sin soltar su ballesta ni perder la concentración. Cerca del edificio había una montaña de escombros de ladrillo, vidrios rotos, ramas astilladas y hojas del joven árbol despedazado, todo con una significante nube de polvo que poco a poco se disipaba.
Fue entonces que comenzó a temblar: el suelo comenzó a agrietarse, y toda la ciudad se sacudía. Ya en la casa de Nahlia, ella, Powaq y los demás sintieron el temblor que sacudía las ventanas y causaba que los objetos de los aparadores comenzaran a caer.
En la calle, Okrorio y Jaeger retrocedían con cautela ante la eventual aparición del Koya poseído; esto no llegó a ocurrir. En su lugar, el edificio en donde había caído comenzó a sacudirse violentamente, como si tratara de desanclarse del suelo; las grietas en el pavimento se hicieron cada vez más grandes y ramificadas, amenazando con hacer colapsar todo el nivel.
Por primera vez en el interior de esa ciudad, Okrorio comenzó a preocuparse.
— ¡Tenemos que retroceder, elfo! -él y Jaeger comenzaron a alejarse a toda prisa de ese edificio y las grietas; Okrorio gruñó- ¡¿Ese maldito espíritu de pacotilla no sabe que hacer temblar un lugar como este con un reactor nuclear en funcionamiento es suicidio?!
— ¡Pues parece que no! Pero estoy seguro que no hará demasiado daño: necesita a Koya de todas formas.
— Es verdad… Pero a nosotros no. Mantente alerta.
Apenas acabó diciendo esto, el edificio de cinco niveles se desprendió totalmente del suelo, dejando sólo muñones de concreto, ladrillo y acero en lo que quedaba del pavimento; las grietas del pavimento llegaron hasta los edificios cercanos, causando el derrumbe parcial de los mismos, y los temblores hacían estallar la iluminación de aquel nivel. En medio de aquella creciente oscuridad, el estruendo era impresionante.
— ¡ESTOY PERDIENDO MI PACIENCIA! -se podía oír de algún lugar de la columna de polvo que levantaba el edificio levitante, al son del derrumbe de varios otros edificios y un aumento en los temblores; indudablemente era Koya y de una manera sumamente amenazante y psicópata- ¡MUERAN, MALDITOS INSECTOS!
— ¡ESQUÍVALO, ELFO!
Para Jaeger esa misión era particularmente difícil: Koya les había lanzado un edificio entero contra su persona, y había hecho colapsar casi tres manzanas de aquel nivel residencial. El orco y el elfo corrieron a toda prisa para evitar ser tragados por el derrumbe del pavimento o aplastados por el edificio que se les caía encima; ambos lograron resguardarse en unas casas vacías que habían escapado de ser tragadas por el enorme agujero causado por Koya. El sonido del concreto, los ladrillos, vidrios, tejados, árboles y metal haciéndose pedazos era ensordecedor, y se oía como un trueno en toda la Ciudad-Búnker; la nube de escombros que lo siguió tardaría en disiparse, sólo para cubrir toda la ciudad con una capa muy densa de polvo.
La casa de Nahlia, por fortuna, había sobrevivido, y la chica sólo buscaba recuperarse del terrible susto junto a Niles, a la par que trataban las heridas de un Powaq postrado en la cama.
Dentro de su improvisado refugio, Okrorio no paraba de toser: el humo era muy espeso y apenas podía dejarlo ver por dónde iba; debía de seguir peleando contra Koya sea como fuere, pero debía ser cuidadoso. Un paso en falso, y caería al nivel inferior… o bien, caería en alguna trampa del poseído shamán. Pensó el llamar a Jaeger, pero de inmediato caviló que arruinaría el factor sorpresa; mientras deseaba que el elfo se mantuviera alerta y bien escondido, avanzaba a paso lento entre el polvo que a poco se asentaba, con el mazo fuertemente aferrado a sus manos y listo para usarlo. A lo lejos se podían oír los escombros acomodarse y rodar, el ruido del agua de las cañerías rotas fluyendo por ellos y las centelleantes chispas de los cables eléctricos destrozados.
Apenas pudo advertir el agarre de unas manos de tres dedos que lo arrastraron hacia adelante hasta sentir el roce con un cuerpo masivo cubierto de polvo y sudor; el polvo que obstruía la visión se disipó en una repentina ráfaga de viento. Koya lo había encontrado, y lo estaba agarrando del cuello, dirigiéndole una fulminante mirada rojiza; Okrorio no cejó en lo más mínimo, a pesar de que la respiración se le dificultaba.
— Te… ODIO. -gruñó el tauren, salpicando el rostro del orco con su saliva espumosa- A ti y a toda tu condenada especie.
— Dime algo… que no sepa… vaca.
Sin decir más, Koya lo arrojó con una sola mano por los aires para estrellarlo contra un edificio a dos calles de distancia: el orco perforó la pared de ladrillo al ingresar al interior. Koya no perdió tiempo en lanzar sendas ráfagas de lava contra el edificio, exactamente donde Okrorio había "aterrizado" y hacer estallar la mitad superior de la construcción, envolviéndola en una bola de fuego que arrojaba escombros por los aires. Koya poseído observaba divertido como las llamas envolvían lo que quedaba de aquel edificio: era imposible que el orco hubiera sobrevivido a aquella explosión. Una sonrisa de autosatisfacción de oreja a oreja se formó en su rostro.
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— Estás muerto. -dijo, como si le hablara al desaparecido orco; segundos después comenzó a hablar "consigo mismo"- Debes de estar feliz, Koyaanisqatsi: nos hemos desecho de ese adefesio de carne que tanto desprecias. Sé que intentas liberarte, y tus espíritus elementales también, pero sus esfuerzos son inútiles. Seré de una época diferente a la tuya, pero hasta yo sé la manera de escapar de esta… ciudad de ratas. -se volteó para dirigirse en dirección a los elevadores- No perderé mi tiempo en buscar a ese elfo: apenas salga de aquí, los enterraré junto a esta ciudad tan profundo que se las verán con Therazane. -rio de tan solo imaginarse el escenario- Veamos si esa horrible y gorda roca les tiene misericordia… suponiendo que sobrevivan.
— Me las… pagarás… -contestó un debilitado Koya, rodeado de sus espíritus elementales, también aprisionados por unas ataduras de sombras- Juro… por la Madre Tierra que me… las pagarás.
— Ahórrate los balbuceos de becerro. No podrás…
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La conversación con Koya en el subconsciente quedó interrumpida, pues su cuerpo había recibido un golpe muy duro, estampándolo en el pavimento y causando cortes en su cuero cabelludo. La cabeza de Koya y su pecho comenzaban a sangrar pero el espíritu seguía teniendo el control; se había distraído demasiado sin advertir a un nuevo agresor. Tras levantarse, y con la mirada asesina en busca de su nueva presa volteó a los alrededores. Apenas le dio tiempo de reaccionar cuando recibió una estampida directa que lo arrastró contra un poste de luz, derribándolo en el acto y causando varias chispas sin afectarle lo más mínimo.
Cuando pudo por fin mirar a su agresor, se sorprendió: era el guerrero orco, con mazo en mano y en guardia. Tenía parte de su armadura magullada, hilillos de sangre corriéndole por su cabeza y sus fornidos brazos, moretones en el rostro; pero a pesar de ello, se lo veía tan fuerte y decidido como antes. Koya tardó en levantarse a causa de las heridas y apenas lo hizo, apuntó al orco con un dedo acusador.
— ¡¿Cómo es posible que una cucaracha como tú haya sobrevivido a una explosión de lava?! ¡Ningún mortal que no sea un chamán pude hacerlo!
— Cierto… Excepto que yo no estaba allí dentro cuando lanzaste tus fueguitos. -el Koya poseído alzó la ceja en reflejo de su incredulidad- Apenas entré al edificio, me lancé a la calle desde una ventana y me oculté en otro cercano, esperando a que te confiaras a que yo hubiese estirado la pata para después atacarte. ¿Qué se siente saber que un "cerebro de mosquito" como yo te tomó el pelo, "oh gran espíritu sabio y poderoso"?
— Grrr… Juro que te mataré, orco desgraciado…
— A decir verdad, ese lanzamiento no fue nada: -se burló Okrorio, jugando con su mazo, golpeándolo suavemente contrala palma de su mano izquierda de manera provocadora, enfureciendo al espíritu que poseía a Koya- He tenido caídas más dolorosas cayéndome de la cama o por empujones de un troll famélico.
— ¿Todos los orcos son así de pedantes como tú?
— Soy un guerrero: nos entrenaron para resistir cualquier cosa, y eso incluye las caídas a gran altura… y además soy orco: luchar está en nuestra sangre, y mientras el oponente sea más fuerte, mejor. Desde que salí de mi Ciudad-Búnker, sólo me he encontrado con sabandijas de todo tipo, desde mutantes hasta necrófagos, además de orcos famélicos demacrados a los que me limité a ayudar. Ahora que hallé a mi primer oponente decente, no me dejaré derrotar tan fácil… entre otras razones.
— Si piensas que yo soy ese "oponente digno", de verdad eres un tonto; un sucio orco nunca podrá derrotarme, con o sin Koyaanisqatsi. -en el acto, tomó el mazo tras su espalda y lo empuñó, envolviéndolo en un aura de fuego- Pero adelante: morirás si eso quieres.
— Nos enseñaron a no temer a la muerte, sino a reírnos en su cara. Pero descuida… -se puso en posición de carga- Morir no está en mis planes.
Ambos contrincantes cargaron a gran velocidad, con mazo en mano, con intenciones de golpear a su oponente; los mazos provocaron chispas al hacer contacto entre ellos. Los contrincantes forcejeaban entre sí, con ambos mazos en contacto a través del mango, empujándose el uno al otro con el fin de hacerlo retroceder, descubrirlo con la guardia baja y atacar. Okrorio fue el primero en atacar, golpeando los riñones de Koya; este se retorció de dolor, pero no lo suficiente como para que el orco tomara ventaja, pues rápidamente respondió de la misma manera. El orco no se dejó vencer por el dolor y continuó luchando: los golpes de los mazos eran constantes, y no parecían tener fin.
Uno de los golpes del mazo de Koya logró dar directamente con el pecho de Okrorio; aparte de dejarlo momentáneamente sin aire, y obligarlo a escupir sangre, le causó considerables quemaduras en la piel, que había quedado expuesta a causa del efecto del aura ígnea que envolvía al mazo del chamán. El Koya poseído aprovechó el momento para encastrar al orco contra la pared de un edificio y luego aprisionarlo con unos escombros cercanos: había sido una molestia; debía morir.
— Me has colmado la paciencia. -dijo amenazante, a medida que se acercaba a su oponente inmovilizado; al tenerlo frente a frente, acercó su rostro al suyo; lo olfateó; rebuznó un poco- Apestas igual que él.
— ¿A qu… quién?
— Otro orco repugnante bueno para nada y de pocos sesos que conocí hace tiempo… -olfateó de nuevo el rostro de Okrorio- Hasta juraría que son parientes; interesante. Pero antes de dejarte aquí a que te pudras en este panal gigante, contéstame algo. ¿Por qué fuiste tan obstinado e idiota para pelear contra mí? Satisface mi curiosidad antes de morir, orco.
— Porque… Koya es… mi amigo.
— ¿Tu amigo?
— Y no pienso dejar que un esperpento lo maneje como un simple títere. Él es más que eso.
— ¿Esa es tu razón? ¡JA! -se burló maliciosamente en la cara de Okrorio- Que enternecedor… y anticuado. Yo conozco todos los pensamientos de Koya, y puedo decirte una cosa: has peleado para NADA; Koya no te considera su amigo.
— Ja… -rio esta vez Okrorio, burlándose del espíritu; esto hizo que Koya frunciera el ceño- Yo no necesito su permiso para considerarlo como tal; lo considero mi amigo, a él y a su hermano. Le guste… o no.
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En el subconsciente del chamán, Koya lo había oído todo, quedando incrédulo: a pesar de los insultos, de la pérdida de confianza, de su arisco temperamento, el orco aún confiaba en él.
— Todos los jóvenes de esta época son de verdad unos idiotas. -gruñó el espíritu, haciéndose eco en la mente de Koya- Se ciñen bajo esas mismas tonterías sentimentalistas de hace más de cien años.
— …
— Creía que los orcos serían diferentes: serán unos sacos de músculo con poco seso, pero al menos no se ponían a hablar de cursilerías. Y mira lo que me encuentro: un orco cualquiera, haciéndose amigo de un tauren ¿No es divertido, Koya? -el joven no respondía- ¿Koya?
— ¿Su amigo? Él… él me considera su amigo… A pesar de haberle dicho que me valía un cuerno lo que pensara, de haberlo amenazado…
— No me dirás que sientes simpatía por él. Leí tus pensamientos: lo odias, como a todos los orcos. Como YO los odio.
— Tal vez… me equivoqué. Tal vez Powaq tenga razón en que necesitaremos amigos en este viaje, tal vez Okrorio tenga razón en que no tenemos la culpa de nuestros ancestros… ¡Y TAL VEZ SEA HORA DE QUE DEJE DE AUTOCOMPADECERME Y EXPULSARTE COMO EL VIL PARÁSITO QUE ERES!
— ¡ESO NO PASARÁ, BECERRO INSOLENTE! ¡Tú y tus espíritus elementales están bajo mi poder! ¡Me pertenecen!
— ¡Mi hermano cree en mí; Okrorio cree que soy algo más que un títere! ¡Y creo que lo mínimo que puedo hacer es demostrarlo!
— ¡OLVÍDALO!
Pero Koya hizo caso omiso de las exigencias del espíritu: forcejeó con sus cuatro extremidades para liberarse de sus ataduras todo lo que pudo; insistió repetidas veces, pero era imposible zafarse de aquellas correas espirituales sombrías. Se volvió hacia sus elementales, quienes lo rodeaban, y vio como sufrían igual que él: recordó cómo se había ganado el favor de cada uno a lo largo de los años, de cómo los había conocido, y cómo había entrenado junto a ellos. Les debía mucho.
Fuera o no un chamán digno para ellos, debía demostrarles su gratitud, y liberarlos de aquel espíritu maligno era lo mejor que podía hacer. Continuó forcejeando para librarse de sus ataduras; por alguna razón que no comprendió, se sentían más débiles que antes. Aprovechó el momento para liberarse, librándose de sus cadenas como si de débiles lianas oscuras se trataran: estas acabaron colgando junto a él. Inmediatamente desgarró las ataduras de sus espíritus elementales, quedando así todos libres, pero aún sin el control total del cuerpo.
— ¡Es imposible! ¡No debiste haberte liberado! ¿Qué demonios está pasando?
— ¡Eso dímelo tú, esperpento!
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En el exterior, Okrorio sólo podía ver a Koyaanisqatsi sufrir de extrañas convulsiones que habían iniciado de repente, haciéndolo retorcerse, balbucear y gritar de manera demencial; en un momento, los poderes elementales de Koya habían desaparecido, dejando libre al orco de su aprisionamiento temporal de escombros. Así dedujo que Koya estaba recuperando poco a poco el control: tomó su mazo, que se había caído al suelo y se puso en guardia.
La otra razón, o tal vez la principal por la que el espíritu había perdido momentáneamente el control de Koya, era una sospechosa flecha -o más bien dardo- clavado al costado de su vientre. No tardó en descubrir al responsable: a unos metros más allá, al otro lado de la calle, se hallaba Jaeger, aparentemente en buen estado aunque con algunos golpes y cubierto de polvo, con su ballesta en posición de disparo, y con Koya en la mira… ¿O ya había disparado?
— ¡Te tardaste demasiado, forestal de pacotilla!
— Sí; yo también me alegro de verte vivo, Okrorio. -respondió haciendo caso omiso de la queja-
— ¡CONDENADO ADICTO A LA MAGIA! -gritaba el indignado espíritu a través de la voz de Koya, caminar se le hacía más difícil, y al notar que no podía controlar los elementos, se enfureció aún más- ¡¿QUE HECHIZO ACABAS DE LANZARME?!
— Soy un forestal; no un arcanista: la magia no es mi especialidad. Lo único que te lancé fue un dardo tranquilizante.
— ¿QUÉ?
— Me puse a pensar en lo siguiente: controlas el cuerpo y los poderes de Koyaanisqatsi, estás usando sus fuerzas contra nosotros, y por lo tanto, debes de estarlo cansando. No soy un experto en chamanes, pero imagino que también tú estás gastando tu propia energía para manipular ese cuerpo, por lo que pensé… ¿Por qué no hacer que agotes tus energías?
— ¡¿ENTONCES…?! ¡¿TODA ESTÁ ESTÚPIDA PELEA FUE…?!
— Una trampa. -rio Okrorio a medida que junto a Jaeger de su lado opuesto rodeaban al chamán- Un truco para agotar tus propias fuerzas… y por el hecho de que esté libre de tus guijarritos, he de suponer que Koya ya recuperó el control de sus poderes.
— ¡NO IMPORTA; YO CONTROLO SU CUERPO!
— ¿Por cuánto tiempo? -rio maliciosamente el elfo- El tranquilizante que te di es muy potente: a una persona normal ya la hubiera dejado dormida al instante, pero imagino que ahora estás usando todo tu poder sólo para evitar que el cuerpo de Koya se duerma antes de que puedas escapar.
— SON… UNOS… MALDITOS… BASTARDOS…
El espíritu se sentía humillado y enfurecido: no sólo había caído en la trampa, sino que todo lo que decían era verdad: si no fuera por su posesión, Koya ya se hubiera quedado inconsciente. Ahora que ya no tenía sus poderes elementales y apenas podía moverse, no tenía manera de escapar… al menos no con el cuerpo del tauren chamán.
— Si puedes escucharnos, Koya. -comentó Jaeger- es momento de que te liberes.
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Koya había captado el mensaje. Era verdad: el momento de liberarse del yugo de aquel espíritu maligno había llegado. Sin embargo, había algo más que quería hacer: no podía dejarlo escapar así como así. Tras pedirles una breve disculpa a sus espíritus elementales, se volvió hacia ellos.
— Espíritus de los elementos, por favor les suplico, -en eso, tomó una de sus viejos agarres espectrales y lo sujetó con fuerza- me ayuden a expulsar a este ser maligno de mi cuerpo…
— ¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡KOYAANISQATSI!
— ¡Y A DESCUBRIR SU VERDADERA IDENTIDAD!
Los cuatro espíritus elementales rodearon a Koya y se fusionaron con él, envolviéndolo en sus auras; pronto su figura comenzó a cambiar con los colores de los elementos: rojo dorado, verde, azul, turquesa y cambiando constantemente. De la mano que sujetaba la liana oscura entonces surgió una especie de cadena en espiral formada por cada una de las auras elementales manifestada en llamas, relámpagos, agua líquida y guijarros, y a una increíble velocidad, aquella cadena trepó por aquella sombría liana en busca de su origen en medio de la oscuridad.
Desde el exterior, Okrorio y Jaeger sólo vieron a Koya jurando y perjurando maldiciones hacia ellos hasta que acabara desmayado de espaldas: entonces comenzó a brillar de diferentes colores hasta envolverse en un aura de intenso color azul.
Después ocurrió lo más extraño: de su pecho surgió sorpresivamente una especie de relámpago multicolor que ascendió hacia la superficie. Ambos se sobresaltaron al ver aquello, pues no comprendían qué estaba pasando con el tauren; incluso, desde la ventana de la habitación de Nahlia, ella y Niles vieron el misterioso relámpago surgir en medio de la penumbra, preguntándose qué demonios era eso.
En su mente, Koya seguía el recorrido de la cadena; a través de su Visión Lejana aplicada a esa cadena espiritual, era capaz de observar todo el recorrido que esta realizaba: pudo ver como la cadena atravesaba los niveles superiores de la Ciudad-Búnker, capas y capas de tierra, la granja de la superficie y después avanzaba a través del desolado pantano. Luego de cruzar extensiones cenagosas cubiertas de árboles muertos y arbustos raquíticos, vio un pequeño pueblo abandonado y parcialmente en ruinas, aparentemente de los humanos, y otrora bajo la protección de Nueva Theramore, o bien parte de aquella nación.
Tras cruzar el pueblo, se adentró más y más en el pantano: sintió que se estaba acercando a la ubicación del espíritu… si es que era tal cosa, porque tenía el presentimiento de que era algo más. Cuando sintió que estaba por obtener respuestas, la visión se oscureció, y perdió el conocimiento.
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Afuera, el relámpago no había durado mucho, y el aura azul que envolvía a Koya había desaparecido. Con suma precaución, sus compañeros se acercaron a su cuerpo: no había señales de que estuviera fingiendo; Jaeger se acercó a él para examinarlo y le tomó el pulso: seguía vivo, pero inconsciente. Okrorio fue hasta el mazo de Koya, que había quedado en el suelo y lo recogió: estaba algo gastado, pero continuaría siendo útil.
— Jejejeje… y pensar… que con esto, el muy infeliz quería matarme. ¡Es una porquería! -tras jugar un rato con el mazo, se volteó hacia Koya- Pero tiene un estupendo dueño. De eso no hay duda.
— Será mejor que lo llevemos a la casa de Nahlia a que descanse.
— Ni que lo haya dejado tan mal. -Jaeger hizo una mueca, dándole a entender que no era momento de bromas- Ya, ya… Yo me encargo. -añadió, mientras con ayuda del elfo, cargaba a Koya a sus espaldas; aunque era pesado, se sentía capaz de llevarlo- No me imagino a ti llevar semejante carga, con tan poca carne en los huesos.
— Esa carne está en nuestros cerebros, oh, gran guerrero. -rio el forestal mientras caminaban. Okrorio no se molestó por el comentario; por el contrario, soltó una breve carcajada- ¿No tienes problemas en cargarlo hasta la casa? Digo, después de toda la pelea que te dio y eso.
— Descuida; nos entrenaron muy duro en mi Ciudad-Búnker: si no podías cargar el doble de tu peso a tus espaldas, no servías para ser soldado. Además… -mirando de reojo al inconsciente Koya- todo por un amigo.
Cuando despertó, Koya no se sentía cansado ni nada por el estilo; por el contrario, se hallaba sumamente relajado y ligero: vio sus ropas y no halló señales de pelea o herida alguna. Cuando se fijó más detalladamente en donde estaba, se asombró de descubrir que no estaba ni en la casa de Nahlia, ni dentro de la Ciudad-Búnker o en los Baldíos: era el estar de su casa en Feralas.
¿Qué había estado haciendo antes? ¿Había sido todo un mal sueño? Después de todo, cosas como una ciudad subterránea secreta o el laboratorio de un científico loco sonaban a material de alguna de esas historias de ciencia ficción de Julius Wells que a Powaq tanto de fascinaban. Por otro lado, distinguía todo el mobiliario del estar: los tapices en piel de kodo y tela de algodón, los sofás reciclados, los muebles de madera tosca pero cuidadosamente tallada, la lámpara de cristales de su madre, la vieja radio, la biblioteca, y sobre un mueble de madera, el tocadiscos de su bisabuelo; aquel que había sido traído por su antepasado en la época de la Cuarta Guerra, el que había heredado su abuelo, y luego su padre; el mismo que Powaq a los ocho años desmanteló sólo para demostrar poco después su superdotada inteligencia.
Creyó ver algo junto al tocadiscos y fue a investigar. Cuando llegó junto al aparato, encontró uno de los discos de vinilo ventormentanos favoritos de su bisabuelo -y de su padre- dentro de su envoltorio de cartón, y con una notita pegada que decía "Reprodúceme". Aunque no le desagradaba aquella música, Koya prefería el ritmo de los "Elite Tauren Chieftains", de quienes conservaba todos sus éxitos en discos de vinilo celosamente guardados en su habitación.
Sin saber el por qué de aquella misteriosa petición -o bien por mera intuición- Koya sacó el disco de su envoltorio, lo colocó en el tocadiscos y lo encendió. Apenas la aguja tocó el disco, comenzó a sonar la suave y relajante melodía acompañada de la voz del cantante al son de las tonadas de una cuerda de guitarra: conocía esa canción, su padre la escuchaba constantemente tanto a solas como en compañía de su madre.
Entonces, sin razón alguna, la música se detuvo, seguida de un incómodo silencio. Fue entonces que…
— Felicitaciones, Koyaanisqatsi. Has podido manejar la situación mejor de lo que creí; me disculpo por no haberte ayudado en esta ocasión, pero esos no son mis dominios.
— Tienes que estar bromeando… Otra maldita visión espiritual inoportuna. -dijo Koya completamente atónito; sabía de quién era esa voz, a pesar de no conocerla; sonaba vieja… concretamente, a la de alguien sumamente anciano- ¿Y un espíritu hablándome a través de un disco de vinilo?
— Te preguntarás por qué te dejé un mensaje por este medio: en parte para "aclimatarme" a estos tiempos modernos, y además, porque este… "disco" y este aparato "como se llame" tiene una fuerte energía espiritual de tus ancestros, siendo un canal perfecto, aunque poco ortodoxo debo admitir.
— MUY POCO ORTODOXO, querrás decir.
— No debiste haber desobedecido la advertencia de la chamán goblin, Koyaanisqatsi. -nuevamente, el aludido se alarmó. ¿Cómo conocía a esa goblin?- Pudiste haberte puesto en peligro no sólo a ti, sino a tus amigos… Inclusive al mundo entero.
— ¿De verdad? ¿A todo el mundo?
— Pero sé que lo hiciste por una buena causa, y eso me enorgullece: te estás convirtiendo en un poderoso y noble chamán, jovencito. -hizo una breve pausa- Sin embargo, debo advertirte que esto no acabará aquí. Ella no se dará por vencida hasta tenerte bajo su control.
— ¿Ella? -se preguntó Koya, anonadado- ¿El espíritu que me poseyó… es de una mujer?
— He tratado de detenerla, pero es astuta; siempre lo ha sido. Sé precavido, Koyaanisqatsi: haré todo lo posible por mantenerla lejos de ti, pero tarde o temprano se encontrarán. Primero quiero conocerte cara a cara en Mulgore, y allí explicártelo todo; no soy de los que les gusta conocer a los demás por distancia. Me disculpo por eso.
— Supongo que tendré que seguir esperando hasta saber la verdad.
— Apenas despiertes, tú y tus amigos deben abandonar de inmediato el Marjal, Koyaanisqatsi. Ella ahora está débil por lo que le hicieron, y yo la distraeré momentáneamente, pero se recuperará. Buena suerte, joven chamán; te estaré esperando en Mulgore.
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Le costó mucho esfuerzo el despertarse. Aparte de lo sumamente agotado y adolorido que sentía su cuerpo, al mismo tiempo se sentía sumamente relajado. Aún no había abierto sus ojos, pero a través del tacto percibió que se hallaba sobre una superficie suave y mullida, posiblemente una cama, mucho más cómoda que la suya; posiblemente su cabeza yacía sobre una confortable almohada con un suave y delicado perfume de flores; sobre su cuerpo sentía una suave manta igual de perfumada. Nunca había estado en una cama como esa antes; deseaba poder descansar allí más tiempo, pero sabía que no podía.
Cuando por fin pudo abrir los ojos, muy lentamente, lo primer que vio fue una fotografía a color enmarcada sobre un pequeño mueble de madera e iluminada con una cálida pero tenue luz. En la fotografía se podía apreciar a una pareja de humanos adultos, ambos de piel clara y tinte sonrosado; él, de elevada estatura, corta cabellera negra y ojos azules, sin rastro de vello facial, y ella, de estatura mediana, larga y lacia cabellera pelirroja y ojos verdes. Ambos posaban alegres y sonrientes en la fotografía, abrazados, con vestimentas elegantes propias de los magos aristócratas, con un paisaje arbolado, propio al de un parque, como fondo de la foto. Koya no necesitó pensarlo mucho para darse cuenta que ya los había visto, aunque en condiciones más deplorables: eran los padres de Nahlia.
Ya más despierto, alzó la cabeza de la almohada y le dio un rápido vistazo a la habitación: había algunas grietas en los muros y las ventanas, a través de las cuales se podía observar el resto de la ciudad a la penumbra, estaban rotas, pero por lo demás, se veía aún impecable. El mobiliario era elegante, preferentemente de madera tallada, con motivos de la Alianza como águilas, hipogrifos y leones, en colores pastel que iban del blanco al azul y rosado; había una pequeña radio en un mostrador y un teléfono sobre una de las mesitas de noche. Sobre la cama matrimonial -donde Koya se hallaba recostado- había un ventilador de cuatro aspas con un bello candelabro de cristal con bombillas de las que provenía la cálida luz que iluminaba la habitación. Al parecer, no les llegaba la energía suficiente.
Luego se volteó hacia el frente: allí, sobre una pequeña sillita de madera, estaba Okrorio, observándolo detenidamente. Presentaba algunos vendajes, pero se lo veía igual de fuerte que de costumbre. Fue entonces que Koya sintió que tenía la cabeza vendada, así como parte de su pecho y abdomen: después notó que le habían quitado su camiseta y hombreras, quedando desnudo de la cintura para arriba.
— Ya despertaste. -dijo el orco al percatarse que Koya había vuelto en sí- Se nota que no eres débil; al menos no luces como un alfeñique.
— ¿Alguna vez has visto a un tauren famélico? -se burló el chamán mientras se acomodaba en la cama, apoyándose en la cabecera de la misma- No lo hallarás; eso es seguro.
— Buen punto.
— Así que… Mi amigo, ¿Eh? No recuerdo haberte dado autorización. ¿Debo suponer que lo dijiste como mera estrategia o por mera cursilería? Aunque ni esto me lo creo viniendo de un orco.
— Jejeje… Piensa todo lo que quieras, pero no necesito tu permiso: no han pasado ni dos días y ya pasamos por mucho. Somos más que amigos, Koya, sino verdaderos hermanos de batalla.
— ¿Hermanos de batalla? -preguntó confundido el tauren- ¿Qué significa eso?
— Una costumbre de la Antigua Horda, aunque es más orca que otra cosa. Cuando un grupo de orcos habían combatido por tanto tiempo juntos, habían compartido el dolor, las dichas y las matanzas en el combate, se decía que todos eran hermanos, sean o no consanguíneos; compartían una unión y una camaradería muy fuerte e indisoluble. Tengo entendido que la Horda de Thrall extendió esa costumbre a las otras especies de la Horda, incluidos los tauren. ¿Acaso Thrall no llamaba hermanos a Cairne y a Vol'jin?
— Sí, es verdad… ¿Y crees que por meros dos días y ya podemos llegar a semejante nivel de confianza?
— ¿Por qué no? -dijo el orco encogiéndose de hombros a medida que se acercaba a Koya- No me dirás que piensas seguir cargando con la culpa de nuestros antepasados.
— Mmm… La verdad… es que capaz y tengas razón: no tenemos la culpa de nada de lo que ellos hicieron. Pero tengo una duda, ¿Qué dirán los de tu Ciudad-Búnker cuando se enteren que aceptaste ayuda de unos tauren y les ofreciste tu amistad? ¿Tus superiores, tus amigos, tu familia?
— Eso ahora no tiene importancia; deben de creer que estoy muerto de todos modos. Cuando les demuestre que no es así, ya tendré una buena excusa… -dijo sonriendo de manera cómplice- y un lote de armas bien equipado.
— Mmm… Bien; al menos estás consciente de que tendrás problemas.
— Entonces… -extendió su mano hacia Koya, esperando respuesta- ¿Qué me dices?
Koya recordó lo que se había dicho a sí mismo antes del liberarse de aquel espíritu maligno, y recordó que de no ser por él, seguiría siendo su marioneta. Por otro lado, pudo haberlo abandonado cuando Powaq fue raptado por el Doctor Mengel; pudo haberlos abandonado antes de venir a la Ciudad-Búnker… y no lo había hecho. ¿Sólo por honor? Indudablemente, para Okrorio esa palabra tenía un significado muy fuerte. ¿No había demostrado mucha lealtad ya?
Lo que hizo después nunca supo si fue por mero reflejo, instinto o por decisión propia: extendió su brazo y respondió al saludo de Okrorio, que se transformó en un fuerte apretón de manos seguido de un sutil juego de vencidas, demostrando que a pesar de sus heridas, ninguno había perdido su fuerza.
— Es bueno saber que mi nuevo hermano es un tipo fuerte, o no servirá de nada allá afuera.
— Ahórrate los comentarios, "hermano"... -rio Koya, dando por terminada las "vencidas" sin un ganador- Y hazme un favor, ¿Quieres?
— Dime
— ¿Podrías decirle a Powaqqatsi que deje de espiarnos?
Okrorio quedó consternado por aquella petición, ¿A qué se refería Koya con eso? Volteó hacia la puerta de la habitación y lo único que vio fue a una diminuta lagartija pegada a la pared… que luego se cayó al suelo para después transformarse en el aludido druida que puso cara de "yo no fui".
— ¿Cómo supiste que Powaq estaba aquí camuflado en esa lagartija?
— Intuición de mellizo. -sentenció Koya, fingiendo enfado- Y bien, Powaq, ¿No pudiste aguantarte el chisme?
— Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien, hermano… -rio aparentando inocencia- Para poder avisar a los demás. -abrió la puerta y alzó la voz- ¡Oigan, vengan: Koyaanisqatsi ya despertó!
No pasaron ni cinco segundos para que los demás integrantes del inusual grupo entraran a la habitación: Jaeger fue el primero, seguido de Nahlia, acompañada muy de cerca por Niles.
— Es bueno saber que estás bien. -dijo el elfo- Tu hermano estaba preocupado; por suerte tus heridas no eran muy graves.
— ¿Cuánto tiempo dormí?
— Unas cuatro horas; a pesar de que tus heridas no eran serias, Powaq prefirió dejarte descansar. -añadió la chica- Ya sabes: tu mente.
— Es una fortuna que la fisiología tauren no difiera casi en nada respecto a la humana. -dijo el robot- o me hubiera complicado la tarea de tratar sus heridas.
— ¿Tú me curaste? -preguntó el chamán-
— Así es, con ayuda de la señorita Nahlia. Sabe, señorita: no es por sonar inoportuno u ofensivo, pero me asombra que la cama de los amos pueda soportar la "taurenidad" del joven Koyaanisqatsi. -el comentario hizo reír a más de uno; Koya frunció el ceño sin darle importancia- No es por ser grosero, joven.
— Descuida, Niles… Y gracias por ayudarme.
— Gracias a usted, joven. Señorita; debemos terminar de empacar.
— Adelántate por favor; quiero quedarme unos segundos más. -en eso, Niles abandonó la habitación flotando en dirección a la habitación de la chica- Koya, yo… lamento que tú…
— No debo perdonarte por nada, Nahlia; soy yo el que debe pedirte perdón por haber sido tan grosero… -en eso, miró de rejo por la ventana hacia la ciudad, la cual mostraba serios daños- Y por haber destruido tu hogar: lo lamento. No me puedo perdonar el haber sido tan débil.
— Descuida; no es tu culpa. -le contestó dirigiéndola una sonrisa triste- De todos modos… ya no hay nada de valor para mi aquí.
— Lamento lo de tus padres, Nahlia: prometo que te ayudaré a descubrir que les pasó.
— Gracias.
Tras agradecerle el apoyo, Nahlia se retiró a la planta alta en compañía de Niles; Jaeger y Okrorio se retiraron también, excusándose de ir afuera a hacer guardia ante cualquier eventualidad, dejando a los mellizos solos. Powaq se acercó tímidamente a su hermano, sin saber que podría decirle; antes de poder pronunciar palabra alguna, Koya acabó abrazándolo con fuerza, algo que a su hermano druida lo tomó de improvisto.
— Perdóname, hermano... -susurraba Koya, casi llorando, lo que sorprendió aún más a Powaq- Perdóname por no confiar en ti, por ser tan terco y obstinado, y por dejar que te lastimaran. No me lo podré perdonar.
— Descuida, hermano; no hice nada que no hubiera hecho por ti. Más bien, perdóname tú por no tomar en cuenta tus sentimientos: no debía haberte obligado a venir aquí. -los hermanos se soltaron del abrazo; Powaq permaneció de pie, frente a su hermano- Ahora sé que por todos estos años has sufrido en silencio por tu don; debí de comprenderlo mejor.
— Pero tenías razón en que viniera: debía intentar ayudar a Nahlia a resolver el misterio de sus padres. Y no pude hacerlo: en su lugar, sólo causé destrucción.
— No fue tu culpa, Koya: un espíritu maligno se aprovechó y tomó control de tu cuerpo. Pero prometo que eso no volverá a pasar: te ayudaré, hermano; todos te ayudaremos.
— Lo sé, y te lo agradezco hermano; de ahora en más compartiré más de mi condición contigo y con nuestros nuevos amigos.
— Me alegro escuchar eso, Koya: tanto por la confianza que me das a mí, como a nuestros nuevos compañeros.
— Tienes razón: necesitaremos aliados en nuestro viaje. Y hablando de eso, debemos retomar de inmediato nuestro camino.
— Me parece bien; quisiera que descansaras más tiempo, hermano. -dijo Powaq cambiando su tono alegre a uno más sombrío- Pero me temo que no podrá ser así: debemos abandonar este lugar de inmediato.
— ¿A qué te refieres? -preguntó Koya, sumamente confundido, pues sabía que Powaq tenía interés en conocer más sobre la Ciudad-Búnker- ¿Qué ha pasado?
— Deja que te cuente.
Antes de que vinieras, Jaeger y Okrorio fueron a explorar el resto de la ciudad. Jaeger revisó las casas vecinas a las de Nahlia, y algunos lugares más de los alrededores. Halló las casas igual de abandonadas que el resto de la ciudad, pero notó que casi todas estas mostraban señal de haber sido abandonadas a toda prisa: inspeccionó las habitaciones y halló que buena parte de las ropas habían desaparecido, algunas estaban desparramadas por el piso, pero no había señales de violencia ni adentro ni afuera como en la casa de Nahlia. Cuando me lo dijo, recordé lo que nos dijo Niles que oyó de la madre de Nahlia antes de desconectarse: algo de una señal, ¿Señal de radio quizás?
— ¿Qué insinúas, Powaq?
— Espera que te cuente lo que halló Okrorio.
Okrorio revisó los niveles inferiores de la Ciudad-Búnker, principalmente los niveles agrícolas y e industriales. Me contó que los primeros estaban prácticamente vacíos: las cosechas hidropónicas de trigo, maíz, hortalizas, frutas y legumbres, así como todo lo almacenado en los graneros, había desaparecido. Ni siquiera habían dejado a los animales en sus establos: los humanos criaban aquí cerdos, cabras, ovejas, pollos, zancudos y algunos caballos y vacas; pero Okrorio no halló a ninguno de estos.
Luego fue a revisar la armería del refugio y…
— ¿Armería? -preguntó sobresaltado- ¿Hay armas aquí?
— Por supuesto que las hay, Koya… o debería decir, las había.
Okrorio me lo explicó: cada Ciudad-Bunker debía de tener una armería bien equipada con todo tipo de armamento, excluyendo el nuclear, claro. Servoarmaduras, armas láser, espadas, mazos, escudos, pequeñas tanquetas, motocicletas y girocópteros, artillería, municiones, bombas de todo tipo y mucho más. Nada era demasiado para proteger la Ciudad- Bunker o a sus residentes apenas pudieran salir a la superficie, lo que hallo lógico tomando en cuenta que había que ser precavido ante lo que les presentara el mundo exterior.
Era más que evidente que los humanos tomaron las mismas precauciones.
Pues bien; cuando Okrorio fue a la armería, la encontró totalmente vacía: no habían dejado siquiera una mísera bala olvidada. Todo el equipo militar había sido llevado a algún lado, sin dejar rastro alguno.
— Eso es muy preocupante: con esas armas podrían hacer cualquier cosa.
— Por cierto; entre las cosas que se llevaron, había algo que probablemente te interese. -en eso Powaq saca un libro de su Gnoblin 5000 y tras hojearlo unos segundos, extiende el libro mostrándoselo a Koya, quien queda sorprendido de ver lo que había en esas páginas- ¿Reconoces esto?
— Eso… eso es… ¡Es la máquina que vi esa noche en los Baldíos! ¡La que nos espiaba!
— Exacto. -asintió Powaq- Hallé este libro en el laboratorio de Mengel antes de que me capturara y me lo guardé precisamente por la imagen de este robot. Según este manual, es un Exploradrón: un robot no tripulado que como su nombre indica, es un explorador de campo; fue creado años antes de la Cuarta Guerra para hacer reconocimiento de campo previo a la batalla, y a veces como espía. Según Okrorio, estos robots se usan en las Ciudades-Búnker como exploradores del mundo exterior, para analizar el grado de habitabilidad de la superficie.
— Entonces… ese robot que vi… ¿Lo mandaron de la Ciudad-Búnker de Okrorio para asegurarse que ya era seguro salir al exterior? ¿Entonces por qué lo mandaron a él a Bael Modan?
— Probablemente haya sido enviado de otra Ciudad-Búnker; no precisamente de la de Okrorio. Aparte, él me dijo que los soldados de su rango no tenían ningún conocimiento del lanzamiento de los Exploradrones. No nos apresuremos a culparlo a él.
— Tienes razón. Pero eso quiere decir que alguien en algún lugar ya sabe de nosotros. Cambiando de tema; lo que dices de los niveles inferiores es preocupante. ¿Qué clase de ladrones podrían hacer algo así?
— No creo que sean simples saqueadores, Koya. Pero primero te diré lo más importante, y el por qué debemos abandonar este sitio cuanto antes.
Luego de comprobar el estado de la armería, Okrorio fue a la sala de control del reactor, y halló algo preocupante: las alarmas del reactor estaban encendidas, así como las señales de peligro. Poco después de que llegaras inconsciente y me informaran de la situación, fui de inmediato en compañía suya y de Niles mientras Jaeger y Nahlia te cuidaban.
Cuando llegamos a la sala de control del reactor, lo hallamos en peor estado al que Okrorio había encontrado: al parecer, los temblores que causó ese espíritu llegaron a afectar la estructura de toda la Ciudad-Bunker, incluidos los niveles inferiores. Al parecer, el reactor ya estaba en proceso de apagado automático, pero los temblores dañaron este mecanismo e iniciaron un proceso crítico de sobrecalentamiento que amenazaba con hacerlo explotar.
— ¡Por la Gran Madre Tierra! ¡Tenemos que irnos de aquí!
— Descuida: eso está solucionado.
— ¿Cómo?
Con ayuda de Niles, y algunos libros que encontré allí, logramos activar el sistema de apagado del reactor en modo manual: desviamos todas las reservas de agua al núcleo del reactor y este se apagará sin peligro. La energía eléctrica poco a poco menguará hasta que la Ciudad-Bunker se apague completamente.
— Eres increíble, Powaqqatsi. ¡¿Has reparado un reactor nuclear?!
— No lo reparé, Koya; sólo impedí que explotara y contaminara todavía más a la Gran Madre Tierra, algo que como druida no lo podía permitir. Pero ahora tenemos poco tiempo, pues una vez que la Ciudad-Búnker se quede sin energía eléctrica, esta se sellará herméticamente por completo.
— Comprendo; por eso nos iremos enseguida. -se levantó de la cama y dio unos pasos- Veo que puedo caminar; eso está bien. Pásame mi ropa por favor.
— Claro, Koya. -en eso, Powaq va a un lado de la habitación y le pasa su camiseta y sus hombreras, no sin antes acercarse a él para susurrarle algo en voz baja- Una cosa más: las casas en las que Jaeger encontró cadáveres como en la casa de Nahlia, en casi todas ellas, sus ocupantes eran magos.
— ¿Cómo dic…?
— Nahlia tal vez nunca lo acepte de buena gana, pero Jaeger le salvó la vida. Si hubiese estado aquí cuando esto pasó…
— Powaq, tú ya tienes una teoría, ¿No es verdad?
— No se lo pienso decir aun hasta tener mayor evidencia, pero… -Powaq se sentó en la cama mientras Koya se acomodaba a su lado, ya vestido. A estas alturas llevaban hablando en taurahe varios minutos- Creo que lo pasó aquí no fue una simple invasión o un saqueo. Lo que sea que haya entrado aquí a matar a unos cuantos, a llevarse sus suministros y al resto de la población, no lo hizo a la fuerza: los habitantes de la ciudad lo dejaron entrar.
— ¿Pero por qué?
— No lo sé… Cuando fui a la oficina del alcalde y revisé todos sus registros, no hallé nada: o no había ninguno, o los habían destruido. Por eso no quiero conjeturar nada.
— Entonces no se lo diremos aun; no vale la pena ponerla nerviosa.
— Ella ya lo deducirá en su momento. Vamos, hermano; quiero que me ayudes con algo antes de partir.
— De acuerdo.
— Otra cosa… Antes de que te "poseyeran", dijiste algo sobre los muertos. ¿Que me ibas a decir?
— No estoy del todo seguro, y es algo que no quiero decírselo a ella, pero… creo… creo que a esta gente, les quemaron hasta el alma, hermano.
Mientras Koya y Powaq abandonaban la habitación para bajar a la planta baja y esperar a los demás, Nahlia se hallaba en su habitación junto a Niles, rebuscando entre los armarios y muebles las cosas más valiosas que pudiera llevar consigo. Ya se había dado una ducha con las últimas reservas de agua de la ciudad y cambiado de ropa para estar lista para su viaje.
A pesar de que el Gnoblin 5000 le permitiría cargar consigo un gran equipaje, se dijo a sí misma que llevaría sólo lo necesario. Sobre su cama ya estaban cuidadosamente dobladas y empacadas varias ropas y mantas, algunos libros, fotografías y juguetes, así como una que otra chuchería cargada de calidez y nostalgia hogareña.
Sabía que una vez fuera, no volvería a este lugar nunca más.
— Esto es muy doloroso para mí. -dijo acompañado de un triste suspiro-
— Lo sé, señorita… Pero no tiene alternativa: no hay futuro para usted en esta ciudad; ya no. Si lo que le dijo el joven Powaq es cierto, probablemente halle un hogar en Feralas.
— Eso lo sé, Niles… Pero, ¿Dejar el único lugar que he conocido toda mi vida?
— Yo también tengo miedo, señorita. Pero mi deber es estar con usted.
— Deberías de ser libre; Powaq me ha hablado de robots que no tienen dueño en un lugar llamado la Tecnocracia.
— ¿Libre de qué? -contestó el robot muy extrañado; el concepto de "libertad" le era desconocido- Nunca me he sentido como un esclavo de usted o de su familia desde que fui activado hace más de un siglo. Mi propósito es servirle a la familia Bustamante, y usted como su último miembro, es mi deber el ayudarla dentro de mis posibilidades. Además, joven Nahlia: la he visto crecer en todos estos años. ¿Cree usted que no le guardo algún sentimiento de afecto?
— Niles, yo…
La chica estaba sumamente conmovida: era cierto que Niles era un robot y estaba programado para servirle a ella y su familia; también era cierto que ella le tenía mucho afecto. Pero nunca se había percatado de cuanto afecto le tenía Niles a su familia, y a ella misma. ¿Cómo era posible? ¿Acaso los científicos humanos y gnomos habían logrado crear una inteligencia artificial capaz de sentir emociones igual que los mortales de carne y hueso? Tal vez Powaq tuviera razón, y el día en que los robots lleguen a ser tan parecidos a los mortales que sean capaces de manipular cualquier tipo de magia.
Incapaz de resistir el impulso, abrazó momentáneamente a Niles como muestra de agradecimiento a su lealtad y luego continuó empacando. Tras agradecerle su gesto, Niles continuó ayudándola.
Cuando todo estuvo listo, Nahlia usó su Gnoblin 5000 para guardar todo lo que había rescatado de su habitación y el resto de la casa. Luego le dio un último vistazo al que dejaría de ser su cuarto: poco de valor había quedado allí; lo mismo en la habitación -ya vacía- de sus padres, salvo algunas fotografías y un álbum familiar. Después bajó a la planta baja y recorrió su casa por última vez, en un intento de ver cada centímetro de ella para que quedara grabado en su memoria.
Ya en la sala, se encontró con los mellizos Qatsi, Okrorio y Jaeger esperándola: afuera, tras las ventanas, podía ver una ciudad en oscuras, donde sólo las luces de la calle se hallaban encendidas, como si se tratara de la noche. En la Ciudad-Bunker, un complejo sistema de iluminación simulaba a la perfección la iluminación diurna, y creaba noches artificiales apagando el sistema de iluminación para crear la sensación de un ciclo diurno/nocturno para hacer más confortable la vida de sus residentes. Pero ahora, tras el lento apagado del reactor, sólo el alumbrado público del exterior estaba en funcionamiento, dándole un aspecto lúgubre a la ciudad.
— ¿Estás lista?
— Sí, Powaq.
— Si quieres, podemos dar un último recorrido antes de partir.
— Gracias, Koya. Pero prefiero irme ya, si no te molesta. Mientras más rápido abandonemos este lugar, mejor.
— Entiendo. -mientras abandonaban la casa en dirección a los elevadores, aun intacto, se dirigió a su mellizo con una triste sonrisa- Tenías razón, Powaq: esta ciudad de verdad es magnífica.
El grupo de cinco atravesó las calles de la oscura ciudad en silencio, sin descuidarse de cualquier obstáculo como escombros, cables sueltos o alguna fisura peligrosa. Al llegar a los elevadores, Nahlia oprimió el botón de llamada del aparato; cuando llegó la cabina, los seis se montaron en la misma y comenzaron a subir. A medida que ascendían, podían observar lo que quedaba de la Ciudad-Bunker bajo una iluminación nocturna; a lo lejos, se podía divisar el parque bajo una pálida tonalidad verdosa. Powaq se lamentaba al saber que esos árboles y plantas tan esmeradamente cuidados, así como toda vegetación dentro de la ciudad estaban condenados a morir marchitos en medio de la completa oscuridad; por su parte, Koya se lamentaba el haber sido responsable de los daños que condenaban a la ciudad al ostracismo eterno: si hubiera tenido la oportunidad de verla; si ese condenado espíritu no se hubiera aparecido…
Una vez en la Sala de Elevadores, atravesaron toda la bodega hasta llegar a la exclusa de la ciudad. Cruzaron el enorme umbral metálico y se voltearon. Powaq y Nahlia fueron hacia la terminal con el fin de repetir el mismo proceso al momento de entrar; cuando sólo faltaba ejecutar un último comando, Nahlia le dio un último vistazo a la enorme puerta metálica y su complejo mecanismo. Aún vacilaba de sellarla permanentemente, enterrar literalmente su pasado para avanzar peligrosamente a un futuro desconocido; entonces vio a Powaq y a Niles a su lado: al robot que juró no abandonarla y al nuevo amigo que había hecho. Con ellos a su lado, el futuro no podía ser tan malo.
Ejecutó el último comando.
— Hasta siempre, hogar dulce hogar.
La puerta circular volvió a girar arrastrada por los rieles, para esta vez sellar herméticamente la Ciudad Búnker ante su expectante y silencioso público. Una vez que callaron los murmullos mecánicos de la puerta, Nahlia y Powaq desconectaron sus Gnoblin 5000 de la terminal y junto a sus amigos, le dieron la espalda. Avanzaron en silencio por el oscuro túnel aún iluminado por luces de emergencia hasta llegar al sótano del granero. Nahlia siempre imaginó que abandonaría la Ciudad-Búnker acompañada de sus padres y los demás residentes una vez que la superficie fuera segura; nunca imaginó que la abandonaría porque ya no había nada ni nadie en la ciudad.
Una vez que abandonaran el granero, fueron a los límites de la granja, junto a unos árboles, donde Koya había hecho una gran zanja en la tierra con sus poderes y Powaq había sacado de su Gnoblin 5000 dos bultos envueltos en sábanas blancas. Antes de abandonar la casa de Nahlia, los mellizos habían tomado algunas sábanas limpias de las cómodas y las habían rociado con algo de perfume para envolver los cuerpos de los padres de su amiga a modo de mortaja fúnebre. Terminado el trabajo, habían guardado los cuerpos en los dispositivos de sus muñecas en espera de ser enterrados.
Era lo mínimo que podían hacer. Okrorio había mencionado que en la Ciudad-Búnker se deshacían de los cadáveres incinerándolos en unos hornos crematorios especiales, a causa del reducido espacio disponible que hacía inviable el uso de un cementerio. Pero Nahlia les había dicho que el mayor deseo de sus padres era ser enterrados en el mundo exterior si se daba la posibilidad. Empero, ellos nunca imaginaron que se cumpliría su última voluntad bajo circunstancias menos alegres.
Los hermanos depositaron con sumo cuidado y respeto los cuerpos, uno al lado del otro, para después iniciar una breve ceremonia fúnebre propia de su pueblo, deseando buenos augurios a los finados, y que la Gran Madre Tierra los acoja en su seno para por fin hallar paz. Todo esto ante la atenta mirada de Okrorio y Jaeger que mostraron sus respetos, y una afligida Nahlia que luchaba por contener las lágrimas. Terminada la ceremonia, Koya usó sus poderes para cubrir suavemente los cuerpos con tierra; Powaq usó los suyos para hacer crecer unas coloridas florecillas y un palmo de hierba verde sobre la tierra a modo de ofrenda, y Okrorio hincó frente al montículo una piedra plana a modo de improvisada lápida en la que Jaeger había grabado con otra piedra el símbolo de la Luz con la leyenda:
"Aquí yacen Nathaniel y Ethel Bustamante. Esposos y padres ejemplares"
— Adiós, papá; adiós, mamá. -dijo la chica, de rodillas frente a la tumba de sus padres- Les agradezco todo lo que hicieron por mí.
— Serviré a la señorita y la cuidaré tal y como lo querrían ustedes, amos.
— Haré que estén orgullosos de mí; se los prometo. Sobreviviré a este mundo.
— Sé que lo harás. -contestó el druida, poniendo su mano suavemente sobre su hombro-
— No sabes lo agradecida que estoy contigo; con todos. Bueno; es hora de irnos. -dijo ella mientras se levantaba y preparaba el portal- A Los Baldíos, ¿No?
— ¡Espera!
Jaeger había ordenado a Nahlia que se detuviera cuanto antes. La indignada chica estaba por reclamarle cuando el elfo le señaló a todos el motivo: su Gnoblin 5000 estaba recibiendo una llamada. El forestal les pidió -por no decir ordenó- que mantuvieran absoluto silencio mientras contestaba; de lo contrario, crearía sospechas. A pesar de ello, decidieron obedecer.
— "¿Jaeger? -sonó una voz algo más madura proveniente del aparato del forestal- ¿Hay alguien ahí? ¡Conteste!"
— Hola, Atticus. Jaeger reportándose.
— "¡¿Dónde demonios te has metido?! ¡Llevo horas tratando de contactar contigo!"
— Ups... Verdad: debía reportarme hace horas. Disculpa, Atticus; hay zonas donde hay interferencia.
— "Me lo imaginaba. Pero bueno, ¿Has hallado algo interesante que valga la pena? ¿O debemos reubicarte en los Yermos de los Reinos del Este?"
— A decir verdad... Si, hallé algo. -Jaeger sintió que estaban por caérsele encima- Una pequeña tribu de humanos viviendo en el pantano, posiblemente descendientes de sobrevivientes de Nueva Theramore.
— "¿Son practicantes de la magia?"
— Tengo evidencia de que realizan actividades comerciales con otras tribus del interior de Kalimdor, y tomando en cuenta que Nuevo Taurajo tenía una pequeña población humana antes de la guerra, es posible que entre los posibles sobrevivientes existan algunos magos. Solicito permiso para realizar un reconocimiento preliminar.
— "¿Tú solo? ¿No necesitarás refuerzos?"
— Puedo realizar esta misión perfectamente. Si aparezco con un grupo, sería sospechoso, y no podría ganarme la confianza de los nativos.
— "Buen punto. Aunque me preocupa; nunca hemos explorado el Yermo Central de Kalimdor. De acuerdo: permiso concedido; esperaremos tus reportes. Que el Sol Eterno te guie, Jaeger. Cambio y fuera."
Acabada la comunicación, y tras asegurarse Jaeger de que la línea se había cerrado por completo, Koya y los demás rodearon al elfo en busca de respuestas, asombrados de lo que había hecho. Prácticamente hacia mentido a sus superiores. ¿Por qué?
— No se confundan, -sonrió con cierta arrogancia- Sigo en contra de que los humanos practiquen magia.
— Pero...
— Tampoco es que le haya mentido a mi amigo. Sí hallé una tribu de humanos cerca de Nueva Theramore, y si hallé evidencia de que ellos comerciaban con otras tribus que puede que vivan en Los Baldíos, y MUY probablemente algunos de ellos usen magia. Pero creo haber omitido el hecho de haberme encontrado con dos tauren, un orco, una humana maga y una extraña ciudad subterránea. Eso es omitir información "delicada" ¿Me equivoco? De todos modos; sólo les he hecho ganar algo de tiempo: tendré que inventarme alguna otra historia después.
— De verdad eres sorprendente. -rio Koya- ¿Entonces nos acompañarás?
— Evidentemente: no podrán sobrevivir sin mí. -respondió con toda soberbia- Además, como ya le dije a Okrorio: necesito algo de emoción en mi vida, y este pantano de mala muerte no tiene nada interesante.
— Abriré el portal de inmediato. -dijo la chica- Prepárense.
— ¿Cuál será nuestra siguiente parada, Koya? -preguntó el forestal- Tu hermano dijo que vas a Mulgore.
— Sí, pero primero, debemos volver a donde nos encontramos, y de ahí continuar hasta llegar a Nuevo Taurajo.
Habían pasado unas horas. El lugar donde se hallaba la precaria tumba yacía silencioso en medio del lúgubre pantano postapocalíptico, donde una suave brisa apenas mecía unas frágiles ramas de los árboles y los tallos de los arbustos rastreros. A lo lejos se podían oír a los grillos como única fuente de sonido.
Unas pisadas interrumpieron la monótona tranquilidad reinante: firmes y secos unos, algo mullidos otros, acompañados de unos inquietantes gemidos, se acercaron al granero. Dos sujetos ataviados con túnicas habían llegado con la misión de explorar las inhóspitas tierras del Yermo Central de Kalimdor en nombre de su Señora: uno, un worgen brujo cuya túnica color rojo sangre, que lo cubría del cuello a los pies, cubierta de ornamentos de tinte demoniaco y calaveras en bronce oscuro y acompañados de muñequeras y hombreras con las mismas características, portando además estas últimas con tres pares de cuernos sobre algunos de los cuales estaban insertados algunos cráneos. Sólo sus manos, las plantas de sus pies y su cabeza se hallaban descubiertas: su pelaje gris largo y desaliñado, las largas y oscuras garras de sus manos y pies, los ojos fulminantes brillando en un profundo verde cargado de energía vil y su boca cubierta de filosos dientes amplificaban aún más su aspecto demoniaco. En su mano izquierda portaba un largo bastón de madera con anillos metálicos con picos, acabada en una enorme guadaña con terminación en un rostro demoniaco que no paraba de manar energía vil de sus ojos y boca.
El otro era un sacerdote no muerto, cuyas túnicas, hombreras y muñequeras eran de tonalidades que iban del color lavanda pálido al gris y al negro. Su capucha, de color lavanda pálido con bordes negros, estaba recogida tras su cuello, mostrando su rostro cadavérico, desprovisto de carne de la mandíbula inferior para abajo y su pálida piel de la mandíbula superior para arriba. Su cabello, de color blanco ceniciento, llegaba hasta la altura de la comisura de la boca, sus ojos brillaban con un tono amarillento, siendo la parte más expresiva de su rostro. En su mano derecha portaba también un bastón; en este caso, un viejo báculo pastoral oscurecido por los años, con viejos rastros de pintura blanca y dorada, rematado en la punta superior por el emblema de la Iglesia de la Luz Sagrada.
Ambos inspeccionaban el granero sin hallar nada nuevo, hasta que tras algunas olfateadas del worgen, este distinguió algo peculiar en el aire… algo nauseabundo para su persona. Su compañero no-muerto también sintió esa "esencia", y lo siguió hasta llegar a la fuente: unas pequeñas florecillas y algo de hierba lozana sobre un montículo de tierra que daba impresión de ser una tumba.
— ¿Qué hace esta inmundicia aquí? -señaló el worgen, a un pie de aplastar las flores- Se supone que este lugar debía estar completamente inhabitable. ¿O acaso es señal de que esta tierra se está recobrando del Holocausto?
— Lo dudo, amigo mío. -respondió el sacerdote, pasando su mano derecha a cierta altura de las flores- Esto no fue obra de la maltrecha Naturaleza; al menos no de la forma tradicional. ¿Lo sientes? Una energía vibrante y llena de vida.
— Reconozco esa esencia con aroma a hierbabuena y menta a donde vaya. ¡Un druida! -gruñó el brujo, seguido de un rugido- ¡Esa maldita Mancomunidad está intentando revitalizar estas tierras! ¡Debemos detener a esos amantes de las flores!
— Concuerdo, pero recomiendo que te tranquilices, Luisón. Un brujo descontrolado no es algo fácil de controlar. Además, no estamos del todo seguros de la situación: si alertamos a la Reina Alma en Pena sin tener pruebas, nos cortará la cabeza. Ya tiene demasiadas ocupaciones ahora.
— Bien… -bufó el worgen- ¿Y qué recomiendas, mi buen Khristopherson?
— Lo que siempre se hace en estos casos en que tenemos poca información, compañero: investigar.
