Capítulo 9: La Hojarasca

El viaje a través de los Baldíos resultaba bastante azaroso aún con el recientemente formado grupo de aventureros integrados por los hermanos Qatsi, Okrorio, Nahlia y Jaeger. El clima y las condiciones sumamente hostiles, acompañado de criaturas aún más hostiles, hacían que el cruzar el Yermo Central de Kalimdor fuera una verdadera hazaña: torbellinos de arena, un sol abrazador, escasez de agua, necrófagos infectados con la Plaga, mutantes, entre otros, eran las principales amenazas.

Pasados tres días desde que abandonaran la Ciudad-Búnker 27, y los cinco habían comenzado a congeniar lo suficiente para empezar a conocerse mejor: a pesar de que Nahlia había demostrado ser valiente, era fácilmente asustadiza ante los horrores del mundo exterior dados varios factores: era la más joven del grupo, la de menos experiencia en combate y su vida cuasi-aristocrática -por no decir de niña mimada, algo que nadie quería admitir, aunque con Niles flotando por ahí y diciendo "señorita Nahlia" cada tanto era difícil ignorar- .

Okrorio y Koya se llevaba mejor ahora que se consideraban amigos, pero no significaba que lo manifestasen a cada rato; sólo que los insultos y palabras malsonantes entre ellos disminuyeron bastante. Powaq y Nahlia se volvieron sumamente cercanos y conversaban a menudo; en cuanto a Nahlia y el orco, se trataban de manera más suave y la confianza era mayor, pero no se podía decir que había la misma cercanía que con Koya. Jaeger era el más solitario de los cinco: si bien no llevaba bien con todos; había aun resentimiento por parte de Nahlia, sí como confianza insuficiente. ¿Cuál era el propósito de acompañarlos? ¿Sólo sed de aventura? ¿O en realidad planeaba la forma de llevarse a Nahlia a la menor oportunidad? Si bien no daba indicios de lo uno o de lo otro, le otorgaban el beneficio de la duda: después de todo, los había ayudado en la Ciudad-Búnker.

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Se habían detenido en un tramo elevado de la Autopista Dorada para acampar y pasar la noche: Koya ya había encendido la fogata, Powaq y Okrorio preparaban la comida y los otros dos enlistaban sus sacos de dormir.

— Hace mucho frío. -se quejó ella- Parece increíble que de día parezca un horno.

— Es por la falta de vegetación. -le contestó Powaq, que atravesaba un pedazo de carne con un palo de madera para asar- Sin ella, no hay nada que amortigüe la insolación del suelo, ni nada que regule en clima de este sitio: Los Baldíos se ha vuelto prácticamente un desierto.

— Mi sistema de refrigeración no estaba preparado para estas condiciones, joven Powaq. -añadió Niles- Agradezco que lo haya ajustado.

— No hay de qué.

— El calor será el menor de nuestros problemas; tenemos que encontrar agua.

— Koya hace todo lo que puede, Okrorio. Pero hallar agua limpia en este entorno es difícil.

— ¿Acaso no puede hacer llover?

— No soy tan poderoso, Jaeger. -se defendió el shamán- Y por lo general, usamos nuestros poderes sobre el agua para sanar; no para ser bebederos. Trato de sentir la presencia de agua con ayuda de mi elemental, pero no es fácil: este lugar está muy seco.

— Seguro mañana encontraremos agua, hermano. Tranquilo: la Madre Tierra proveerá.

— ¿Quién se quedará a vigilar? -preguntó Nahlia- Puedo hacerlo yo si quieren.

— Descuida, lo tenemos cubierto. -respondió el druida- Ve a descansar.

Ella iba a decir algo, pero un bostezo repentino la convención de ir a su saco de dormir y guardarse sus palabras. A veces sentía que la trataban diferente por ser una chica, o porque la consideraban débil, o bien por la muerte de sus padres; era verdad que a veces caía en la tristeza y acababa llorando al recordarlo, pero no era motivo suficiente para relegarla de la vigilancia. O tal vez estuvieran siendo sólo amables; ya había vigilado una vez con Powaq.

La noche pasó rápido, con Powaq y Jaeger vigilando la mitad de las horas y dejando a Koya y Okrorio el resto hasta el amanecer. Retomaron el camino en dirección norte, hacia Nueva Taurajo, debiendo cruzar de nuevo grandes extensiones áridas cubiertas de polvo, restos oxidados de maquinaria y algún que otro cadáver.

— Ni en mis peores pesadillas imaginé que la Cuarta Guerra haya sido tan horrible.

— Dímelo a mí. -contestó Koya- Yo llegué a verla.

— ¿En serio? -exclamaron todos, menos el druida- ¿Pero cuántos años tienes?

— Tengo veinticinco… y no es que la hay vivido yo: la vi a través de los espíritus de unos jabaespines.

— Ahh…

— No pude ver mucho, pero llegué a ver el lanzamiento de las bombas y su efecto en el terreno; sentí lo que sentían ellos: que era el fin del mundo. En cierto modo lo fue.

— Suena a un don poco agradable, Koya.

— Nunca dije que fuese una habilidad placentera, Jaeger. -miró hacia el frente, distinguiendo algo muy inusual que lo hizo detener la marcha; los demás hicieron lo mismo- Powaq, ¿Podrías ver el mapa y ver dónde estamos?

— Si, hermano. ¿Por qué?

— Para verificar algo.

— Ok… -Powaq revisó el mapa de su Gnoblin 5000 para confirmar su ubicación- Estamos en… las afueras de Fuerte Triunfo. ¿Eso querías consultar?

— Algo no anda bien: Miren.

Koya señaló hacia el frente, y tras mirar detenidamente, Powaq comprobó que su hermano tenía razón. A lo lejos, muy hacia el horizonte, se distinguía una tenue línea verde bastante contigua. Lo primero que se les vino a la mente era una cobertura vegetal, un bosque de algún tipo. ¿Podría ser que parte de los Baldíos no quedaran tan yermos como creían?

Powaq decidió ir a investigar desde el aire y adoptó su forma voladora para tener una mejor perspectiva mientras sus amigos se quedaron a esperarlo.

— Imagino que no has estado por esta zona, Okrorio.

— Para nada, Koya. -contestó el orco- Soy de más al este, no del norte.

— No entiendo que tiene de malo que haya un bosque por aquí. Considerando lo árido que es este lugar, y la devastación que hay en el mundo. ¿No sería eso una buena noticia?

— Ya lo veremos cuando mi hermano vuelva, Nahlia.

Powaq volvió diez minutos después, tras haber volado en dirección al misterioso bosque y darle un vistazo más de cerca. Cuando se presentó a sus compañeros, exclamó entusiasmado -más asombrado que verdaderamente contento- de que la Hojarasca se había expandido al sur.

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La Hojarasca era una selva espesa que crecía al norte de los Baldíos del Sur, bordeando la fisura de lava causada por Alamuerte en los días del Cataclismo, partiendo en dos al territorio original de Los Baldíos. El crecimiento inusitado de la vegetación se debía a la influencia negativa de las energías de la Pesadilla Esmeralda, que había corrompido los intentos del druida Naralex por restaurar la naturaleza exuberante primigenia de esas tierras.

Después de la caída de Garrosh, Naralex había logrado mantener en orden el crecimiento de aquella espesa jungla por varios años. Pero con el advenimiento de la Cuarta Guerra y el posterior Holocausto, la Hojarasca quedó completamente descuidada; Naralex, que había luchado en la Cuarta guerra y había sobrevivido refugiándose en Feralas, había asumido que la jungla había sido destruida por la guerra.

Cien años después, su pupilo demostraría que se había equivocado… y en grande.

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— Lo dije antes, y lo seguiré diciendo, Powaq… ¡TÚ MAESTRO ES UN ESTÚPIDO!

— ¿Eres alumno de Naralex? -exclamó Jaeger-

— ¡No ofendas a mi shan'do! -se defendió el druida- Tenía buenas intenciones, sólo que las cosas se salieron de control.

— Seré shamán, pero eso de usar el Sueño Esmeralda para restaurar la naturaleza a "lo que debe ser" ya suena a mala idea. Por algo los druidas de la Mancomunidad nunca más pensaron en hacerlo de nuevo. Si esto es una llanura árida, hay que asumirlo, o cuando menos restaurarlo de manera responsable.

— Supongo que tienes razón. -se volteó en dirección al bosque lejano- Parece que las plantas avanzaron mucho en estos cien años; no deberían de haber crecido tanto.

— No es bueno, ¿Verdad?

— Para nada, Okrorio. -contestó Koya- Ese experimento desquiciado se salió de control, por lo que veo.

— Debemos atravesarlo. -insistió el druida- No hay alternativa: hay que cruzar esa selva para llegar a Nueva Taurajo y de ahí entrar a Mulgore.

— Siento que es una mala idea.

— Te seré sincera, Niles: yo también.

A pesar de las crecientes dudas e inseguridad del plan, Koya sabía que su hermano tenía razón: a menos que pudiesen volar, no había forma de evitar cruzar esa espesa y descontrolada vegetación llena de peligros y criaturas desconocidas.

Powaq se ofreció de guía debido a sus habilidades druídicas y lideró a su grupo de amigos hacia la Hojarasca; cuando faltaban pocos kilómetros para llegar, acamparon en las afueras de la ciudad de Fuerte Triunfo, en ruinas y abandonada. No había intenciones de entrar a la ciudad, por considerarla peligrosa a horas de la noche, y Koya tampoco quería más distracciones.

Mientras cenaban antes de dormir, discutían acerca de su próximo paso.

— Sigue sorprendiéndome que semejante selva no sólo haya sobrevivido al Holocausto y a la Gran Helada, sino que haya crecido tanto. Yo he visitado Quel'Thalas y no se ve ni la sombra de lo que hay allá.

— ¿Cómo quedó Quel'Thalas, Jaeger? -preguntó Powaq-

— Como la Cicatriz Muerta, pero expandida: árboles muertos, tierra quemada, cenizas y cadáveres por doquier, necrófagos y mutantes frutos de la radiación y la Plaga. Los únicos árboles y animales vivos que vemos está en Anasterian o en las otras ciudades flotantes.

— Powaq, ¿Crees que la radiación haya mutado a esas plantas?

— Es muy posible, Nahlia: sólo eso explicaría que hayan sobrevivido. Eso, o que la Pesadilla Esmeralda haya ganado más poder que la última vez.

— Prepararé mis armas, por si acaso.

— Eso suena bien, Okrorio. -añadió Jaeger, sacando su ballesta para pulirla- Me encargaré de mis propios juguetes; quien sabe los espárragos que nos puedan atacar.

— ¡Jajajaja! ¡Y no olvidemos los rábanos!

El orco y el elfo abandonaron el resguardo de la fogata para preparar su equipo, Koya fue a meditar solo unos momentos antes de dormir, dejando a Powaq y Nahlia a solas -con Niles- alrededor de la fogata.

— Te ves preocupado.

— Me inquieta imaginar tan sólo las cosas que podría haber allí dentro. La Pesadilla Esmeralda no es algo que se pueda tomar como una broma. Fue algo muy serio.

— Tal vez… sólo sea una mutación por las bombas.

— Eso es aún más preocupante, Nahlia. -Powaq se quedó mirando las llamas de la fogata casi un minuto sin decir nada- No sé si pueda hacer algo contra eso.

— Por favor, explíquenos joven Powaq.

— Los druidas aprendemos a usar los poderes de la Naturaleza, a conocer a numerosas especies de plantas y animales, a entendernos con ellos y emplear sabiamente sus energías. Pero si no logramos ese vínculo, es difícil tratar con ellas. Y más con las plantas, más cercanas a la Gran Madre Tierra y más vinculadas a las energías naturales.

— ¿Crees que no puedas manejar la situación si son plantas y animales mutantes?

— Exactamente.

— Lo resolverás de alguna forma, Powaq. -contestó seguido de unas palmaditas en la espalda- Confío en ti.

— Gracias.

El resto de la noche pasó sin mayores percances, más allá de algún susto por el aullido lejano de algún animal. Powaq y Nahlia tomaron el primer turno de vigilancia, seguidos después de Okrorio y Jaeger; si algo quedaba claro para los tauren era que el elfo y la humana no debían de estar juntos y a solas, al menos por ahora.

Tanto en sus horas de vigilancia como antes de dormir, Powaq permanecía intranquilo acerca de la Hojarasca. ¿Podría aquella vegetación inusual sobrepasar sus poderes druídicos? Ningún druida había ido a investigar los Baldíos, al menos hasta donde se sabía, y lo que se conocía de la Hojarasca tenía cien años de desactualización. La precaución era vital ante el lugar que les esperaba.


Apenas amaneció, el grupo comenzó su camino en dirección a la Hojarasca. Cuando llegaron, fueron recibidos por árboles enormes cubiertos de musgo y lianas, arbustos y helechos de gran porte y un profundo silencio, algo raro para una jungla tan espesa. ¿Dónde estaban los animales? A Powaq le extrañaba ese detalle, además del aroma de la misma jungla; había algo extraño en el aire.

— Esto no me gusta nada. -señaló el druida con algo de nerviosismo- Está demasiado tranquilo.

— No pensarás en acobardarte ahora, ¿O sí? Ningún orco le tiene miedo a un montón de maleza descuidada.

— Yo tampoco -dijo Koya- Dijiste que no teníamos alternativa, así que crucemos de una vez.

— Creo que habría que tomar en cuenta las observaciones del joven Powaq, señorita Nahlia; después de todo, es el experto.

— Lo sé, Niles, pero… la verdad es que quiero ir allí. Tal vez Powaq se preocupe demasiado.

— Yo también. -respondió Jaeger de manera algo taciturna- Se ve interesante.

— Joven Powaq, ¿No nota algo extraño en ellos?

— Si, Niles… Hay algo extraño.

El comportamiento de sus compañeros lo intrigó bastante, y en especial la de su hermano, que por más impulsivo que fuese, no cuestionaba sus dones druídicos; ni Nahlia, que hasta entonces creía firmemente en él ¿Y por qué Niles no actuaba como ellos? Tal vez por ser robot… ¿O había algo más?

Ingresar a la Hojarasca no presentó un gran problema, pero Powaq no dejaba de mostrarse inquieto con cada paso que daban. Al menos sus compañeros se mostraban más enfocados -por así decirlo- a cualquier peligro por los alrededores. En todo el camino, hasta llegado el mediodía, en que se detuvieron a descansar y comer, no hallaron a ningún animal grande; sólo insectos, y muchos de hecho. A la mayoría, incluyendo a Powaq, esto no le extrañó, pues su instinto y habilidades de supervivencia eran indiscutibles; lo raro es que no hubiese otro tipo de animales, o incluso necrófagos.

— ¿De verdad a nadie le extraña que esta jungla sea tan silenciosa? -preguntó Powaq tras tragar una porción de su estofado enlatado, al cual tuvo que recurrir porque no había presas y ya no tenían almacenada carne- Ni siquiera hay aves.

— El Holocausto capaz debió haberlas aniquilado. -contestó su hermano- Conservo los recuerdos de los jabaespines y la destrucción fue intensa.

— Lo único que sé es que estos insectos me están colmando la paciencia. -tras varios intentos de aplastarlo, Nahlia logró acabar con un mosquito contra un tronco- Van a comernos vivos si seguimos aquí.

— Una cosa que amar de las Ciudades-Búnker. -añadió Okrorio tras aplastar a un escarabajo con el puño- La falta de alimañas.

— Concuerdo.

— Yo lidio con insectos todo el tiempo. Pero aun dentro de esta jungla el calor es insoportable; de hecho, lo es más con esta humedad.

— La vegetación debe de retener la humedad de la Cueva de los Lamentos; la principal fuente de agua de la Hojarasca. Pero insisto: un lugar tan propicio para la vida debería de tener más animales.

— Tal vez mutaron, o murieron, Powaq. O sean nocturnos, que se yo.

— Descansemos un rato más y después continuamos. -sugirió el elfo- ¿Qué dicen?

— De acuerdo.

Tras una hora de descanso, retomaron el camino a través de la jungla. No tardaron en llamarles la atención una extrañas hiedras de hojas de contextura cerosa a la vista cuyo elemento más distintivo eran sus grandes flores de seis pétalos y de variados colores -amarillo, azul, rojo, naranja, violeta y rosa- que Powaq ni nadie habían visto jamás, y eso preocupaba bastante al druida al no estar seguro de si eran inofensivas, o peligrosas: un druida que caminaba por un bosque u otro entorno donde no era capaz de comunicarse o entender a los seres vivos de su alrededor era prácticamente ciego.

Por mera curiosidad, Powaq optó por investigar de cerca una de esas flores, eligiendo la roja; cuál sería su sorpresa al verse esquivando de repente una bola de fuego… ¡Surgida de la misma flor!

— ¡¿Qué demonios fue eso?! -exclamó Nahlia al ver la bola de fuego- ¿Esa planta lo…? Sé que había elementales vegetales con forma de flores gigantes y eso. ¡Pero esto es ridículo!

— No me imaginaba que las plantas llegaran a mutar de esa forma.

— ¡Yo no me quiero imaginar lo que hacen las otras flores, hermano! ¡Así que mejor ten más cuidado!

— Si, Koya. Tienes razón.

Luego de recibir el reproche de su hermano y unos más suaves de Okrorio y Jaeger, Powaq retomó el camino en un intento de llevar a sus compañeros hasta Nueva Taurajo, pero el inadvertido ataque de aquella planta, más la incómoda sensación de estar en una jungla llena de desconocida vegetación lo ponían cada vez más nervioso… y de alguna forma extraña, algo taciturno, como si comenzara a cansarse. Sumado a eso, sus compañeros, por razones que no comprendía del todo, se mostraban repentinamente más relajados, y algunos hasta comenzaban a sonreír ligeramente.

Cuando esas facciones se tornaron una expresión algo embobada, comenzó a alarmarse. ¿Exactamente a donde los estaba llevando? ¿O eran ellos mismos los que estaban guiándolos?

— Eh, ¿Están bien? -les preguntó- Se ven… raros.

— ¿Cómo raros? -preguntó su hermano de manera ingenua- Estamos caminando nada más.

— Jeje… Capaz tú seas el raro, vaquita...

— ¿Okrorio?

— Tranquilízate, amante de lo verde… Todo está bien.

— ¿Jaeger? Algo raro está pasando.

— Miren allá, hay una flor muy bonita: vamos a verla de cerca…

— Señorita Nahlia; no es el momento de oler las flores. -Nahlia hizo caso omiso y se adentró en la jungla- ¡Señorita!

— Niles, no me siento muy bien. -añadió el druida, obligado a sentarse sobre un tronco- Me siento algo mareado.

— Le diría que se tome un vaso de agua, algún medicamento o que descanse, joven. Pero en estos momentos, lo necesitamos para mantener a los demás… ¿En dónde están? ¡Señorita Nahlia!

— Ya voy… Niles. -contestó Powaq, levantándose- Descuida.

Powaq apenas podía caminar sin sentirse desorientado por algo en el aire o el entorno, y se esforzaba por seguirle el rastro a sus amigos. ¿Qué causaba su estado lánguido? ¿Estaba relacionado con el extraño actuar de sus amigos?

Acabó llegando junto al robot a un espacio relativamente abierto respecto al resto de la jungla y halló a sus amigos "jugando" con unas extrañas plantas de aspecto de liana y manteniendo siempre su cara de atontados. ¿Qué les estaba pasando? Hasta Okrorio tenía una sonrisa de idiota mientras "olía" las flores de allí.

El joven druida no tardó en descubrir que esas extraña planta a la que tanto "amor" le tenían sus amigos era nada más y nada menos que una enorme planta carnívora que silenciosamente capturaba a sus compañeros empelando unas flexibles vainas camufladas como "árboles" alrededor de las mismas. Lo que parecía ser una gran flor comenzó a abrirse, mostrando una enorme cavidad presuntamente digestiva: como druida, no dudó en emplear sus técnicas cloroquinéticas contra aquella extraña planta, pero por alguna razón, no podía controlarla en lo más mínimo, y aparte de ello, se sentía cada vez más adormilado.

Segundos antes de que Koya fuese el primero en ser "engullido" por aquella planta, esta soltó sorpresivamente a su hermano y a los demás, haciendo que caigan al suelo bruscamente, y aun sin mostrar una reacción normal, mantenían sus caras tontas. Entonces vio aparecer cuatro figuras de la vegetación: cuatro jóvenes tauren vestidas con atuendos de cuero y portando bastones típicos de los druidas, por lo que Powaq no tuvo que preguntarse en cómo salvaron a sus amigos, quienes eran retirados con cuidado de las enredaderas de la planta.

Una de ellas, quien supuso sería la líder, se acercó a él.

— ¿Quién se supone que eres tú? ¿Qué haces por aquí? ¿Y esa cosa flotante de ahí?

— Eh… ¿Hola?

— Debe de estar atontado por el aroma de la flor-pino carnívora. -sugirió otra-

— Pero parece que este no está como los otros, Beruna.

— Mmm... see; eso se nota. ¿Y bueno? ¿Quién eres?

— Yo me llamo Niles; es un placer, jóvenes.

— ¡Esa cosa habla!

— Por favor; no le hagan daño. -suplicó- Soy Powaqqatsi Cazacielo, y tú…

— ¿Cazacielo? -sorprendida- Creí que esa tribu se había extinguido. ¿De dónde eres?

— ¡Beruna! ¡Mira!

La aludida volteó hacia donde señalaba su amiga y vio la causa de la conmoción: Okrorio. Era lógico que las tauren se alarmaran de verlo: otro tauren no era nada raro, una humana y un elfo eran inusuales; pero un orco era todo un escándalo. Como era de esperarse, se pusieron en guardia, listas para acabarlo, pero Powaq se interpuso, pese a su condición.

— ¿Se puede saber qué haces?

— No lo lastimen; viene conmigo.

— ¡¿Qué?! ¿Y qué haces junto a un orco?

— Mi hermano y yo viajábamos por Los Baldíos, y acabamos encontrándolo: se unió a nosotros.

— Mmm…

— Yo dijo que mejor terminemos esto rápido. -dijo una, apuntándolo con una lanza; el orco mantenía su cara de idiota, efecto de la flor- Morirá con una sonrisa.

— No te impacientes. -dijo Beruna, quien daba a entender era la líder; luego se volvió a Powaq- ¿Me aseguras que no hará nada estúpido?

— Siempre y cuando no se muestren amenazantes con él, sí.

— Sigh… De acuerdo: pero tú te harás responsable de sus acciones. Chicas: ayuden a nuestros invitados; tú Powaq como te llames, llevarás al orco. -se acercó a él con un pequeño frasco de vidrio opaco y se lo ofreció de beber- Toma esto; te despejará la mente: y no te demores.

Powaq obedeció pese a las dudas de Niles y a los pocos segundos, se espabiló completamente, como si hubiera tomado una taza de Kaffa poco después de levantarse de la cama. Con mucho cuidado, cargó a Okrorio, todavía atontado, a sus espaldas y siguió a las otras jóvenes tauren que llevaban a sus amigos.

En el camino, la líder, Beruna, preguntó a Powaq acerca de su origen, de los motivos de su viaje y de sus acompañantes: este le explicó los detalles básicos de su viaje, de su familia, de su hogar en Feralas y de cómo conocieron a Nahlia, Okrorio y Jaeger, omitiendo desde luego, lo de la Ciudad-Búnker, creyendo que sería inapropiado hablar de ello. Beruna ya sospechaba que el otro tauren era hermano del tal Powaq a causa de su semejanza, pero no que fuera un chamán; por otro lado, se sorprendió saber que había más sobrevivientes viviendo y prosperando en Feralas, pues nunca había oído hablar de la Mancomunidad Hyjal.

— ¿O sea que nunca han abandonado la Hojarasca?

— Apenas y hemos salido al exterior, en el yermo. Por un lado, la Hojarasca es peligrosa a causa de las plantas mutantes que han crecido, entre ellas las carnívoras y las vainas arcoíris… y por el otro, nos protege de esas aberraciones mutantes: como habrás notado, casi no hay animales aquí, y mucho menos mutaciones. Eso se debe a la gran abundancia de plantas carnívoras, como esa que casi come a tus amigos.

— Entiendo… Y eso que me diste era un antídoto para anular los efectos de su penetrante aroma que usa para atraer a sus presas.

— Exacto: normalmente es un aroma sutil que poco a poco te hipnotiza sin siquiera notarlo y acaba volviéndote un feliz idiota caminando a las fauces del lobo por así decirlo. -señaló a Okrorio, quien babeaba por el hombro de Powaq sin que a este le molestara- El orco que llevas sobre ti es un buen ejemplo.

— ¿Y cómo es que no estoy como ellos? Entiendo lo de Niles, por ser un robot.

— Tengo sensores olfativos, pero no un cerebro orgánico al que hipnotizar.

— Por ser druida. -contestó Beruna- Te vimos intentar dominar a la planta, por lo que llegamos a esa conclusión; sabes que los druidas tenemos una mayor resistencia a los venenos y sustancias psicotrópicas de origen orgánico: es por eso que sólo te quedaste algo adormilado.

— Ya veo…

— Cuando lleguemos a nuestro poblado, les daremos a tus amigos el antídoto: no es seguro quedarse aquí de noche.

A altas horas de la tarde, cuando los rayos del sol estaban menguando y las sombras se alargaban, Powaq y los demás llegaron a lo que en su momento debió de ser un pequeño pueblo tauren a las afueras de Nueva Taurajo: edificios de poco más de dos a tres pisos de altura, arquitectura principalmente humana aunque con detalles tauren como los tótem como elemento decorativo principal y un estado que si bien no era ruinoso, se advertía la falta de mantenimiento y limpieza, evidenciada de las grietas, manchas de moho, humedad y el avance de las hiedras sobre los muros. A pesar de ello, y de que los vehículos que quedaban allí tenían el aspecto de no funcionar más, sí había electricidad en vista de la iluminación artificial de los faroles de calle y algunas ventanas de los edificios, preguntándose Powaq de dónde la conseguían.

Los habitantes de la comunidad se mostraban muy intrigados por la llegada de aquellos extraños, y alarmados aún de ver a un orco inconsciente entre ellos, pero Beruna y sus compañeras les aseguraron que tenían todo bajo control. Su destino fue un edificio de planta circular semejante a las Salas de Consejo tauren que en su momento, también servían de edificio cívico y hasta de ayuntamiento: fue allí donde Powaq y los demás fueron llevados ante los líderes de la comunidad.

— Beruna, ¿A que traes a estos extranjeros aquí?

— Abuela Hutor. -haciendo una reverencia a su progenitora, una anciana tauren de pelaje marrón grisáceo; probablemente llegaba a los noventa años, o quizás más- Hallamos a estos viajeros en medio de la jungla: estaban por ser devorados por una flor-pino carnívora y los rescatamos. Sólo vinimos a curar a los compañeros de este druida -señalando a Powaq- y luego se irán.

— Veo que traen a un orco consigo. -el resto de los tauren del consejo se mostraron alarmados- ¿Qué dices sobre eso, Beruna?

— Yo puedo responderle, señora. -interrumpió Powaq- Él es nuestro amigo… -la reacción de los tauren del consejo fue de pura sorpresa, escuchándose suspiros de incredulidad- Aunque admito que no tuvimos un buen comienzo.

— Si fuera un orco comerciante de las aldeas cercanas, lo dejaríamos pasar sin más. Pero por lo que vemos, se trata de un guerrero en buenas condiciones: es una potencial amenaza a nuestra comunidad.

— Le dije a su nieta que no tenía de qué preocuparse, honorable señora.

— ¿Qué garantía nos das de que tu amigo no causará problemas?

— Puedo ser su prisionero ante su menor falta, si es necesario. -contestó él sin pensarlo mucho- Sólo pediría que dejen a mi hermano y a los demás irse en paz.

Tras discutirlo con sus semejantes del consejo, la Abuela Hutor retomó la palabra.

— De acuerdo, joven druida: aceptaremos tu palabra, pero atente a las consecuencias. Beruna: lleva a nuestros invitados a la enfermería para suministrarles el antídoto y que descansen. -la nieta obedeció, llevando con ayuda de sus compañeras a Koya y a los demás- Mientras tanto, quisiéramos conocerte mejor, joven druida; luego podrás reunirte con tus compañeros. Háblanos de ti, y de los motivos de tu viaje.

— Con gusto, honorable señora.

Mientras Powaq -en compañía de Niles, quien permanecía callado y flotando- hablaba ante el Consejo de la Comunidad, Beruna llevó a Koya y a los demás a la enfermería, que años atrás era la pequeña clínica médica del pueblo. No había mucha gente, y los pocos que eran atendidos allí, era por heridas leves, ya que al parecer, no había casi nadie que supiera usar los aparatos más avanzados.

En la enfermería, Beruna hizo que sus compañeras acomodaran a los recién llegados en las camillas y le entregó a cada una un pequeño frasco de antídoto que se encargarían de suministrar con cuidado a los cuatro recién llegados; en caso de que éstos se pusieran violentos -en especial el orco- usarían su técnica de Hibernación para apaciguarlos, aunque por el momento, se mantenían tranquilos y con sonrisas tontas en su caras y babeando sin parar.

Koya fue el primero en recibir el antídoto, y Okrorio fue el último, por obvias razones: el efecto "aturdidor" de la planta tardó más en esfumarse en ellos. Para cuando volvieron en sí, estaban cansados, pero ávidos de respuestas, siendo Koya el vocero del grupo.

— ¿Quiénes son ustedes? -preguntó en taurahe- ¿Dónde estamos? ¿Dónde está mi hermano?

— Debes de ser el mellizo de Powaq. -respondió Beruna algo aburrida, como si ya hubiera visto esa altanería antes- Pues déjame decirte que está junto al robot flotante ese hablando con el Consejo de Ancianos de Villa Remanso, y ustedes, están en la vieja clínica de dicho pueblo.

— Oh, por la Madre Tierra. -se lamentaba Koya- Que estupideces dirá mi hermano el bocón.

— ¿Así que también lo consideras algo idiota? -rioBeluna a oír el tono que empleó el chamán- ¡Ja! Mis amigas y yo pensamos lo mismo al verlo.

— Eh, ¿Hola? Koya, ¿Quiénes son? -preguntó Nahlia, estirando de la manga de su camisa- ¿Y dónde está Powaq? ¿Y Niles? No hablamos tauren, te lo recuerdo.

— Veo que la chica está algo impaciente. -dijo en taurahe para después cambiar al común sorpresivamente- Koya te lo explicará después, muchacha: lo único que deben saber ahora, es que deben permanecer aquí y comportarse.

— ¿Acaso somos tus prisioneros?

— No, orco de pacotilla, pero más te vale no causar problemas o llegaremos a ese extremo. -habló una de las tauren que acompañaba a Beruna- Tu amigo el bobo dijo que se haría responsable de cualquier tontería que causen, especialmente tú.

— Sí, ese es Powaq. -sisearon Jaeger y Koya al unísono, este último se golpeó la sien con la palma de su mano- ¿Y qué fue lo que nos pasó exactamente? Lo último que recuerdo es haber estado en medio de la jungla.

— Los cinco fueron intoxicados por el aroma psicotrópico de una planta carnívora que trataba de comerlos; de no haber sido por mis amigas y yo, ya no estarían aquí.

— Pero Powaq no está aquí. -señaló Nahlia- ¿No lo afectó también la planta?

— Los efectos de ese aroma no son tan fuertes en él debido a su condición de druida y mayor tolerancia a los venenos. Por eso fue el primero con el que nos pusimos en contacto: vendrá en unos minutos. Ahora me debo retirar; será mejor que pasen aquí la noche. Volveré a verlos por la mañana.

— Oye… -la interrumpió Koya antes de marcharse- ¿Nos aseguras que no le harán nada?

— Mientras tú y tus amigos se comporten, tienes mi palabra de que se les tratará con respeto. Hasta mañana.

Sin decir más, Beruna los dejó descansar en la habitación de la enfermería y se retiró de la clínica; Koya esperaba sacarle más respuestas, pero en vista de que no lo haría, y de que no era el momento de causar problemas, optó por regresar a su cama y descansar; sus amigos siguieron su ejemplo, mas Okrorio lanzó el comentario sagaz de que eran "prisioneros".

Powaq y Niles llegarían quince minutos después, cuando ya casi todos estaban dormidos, excepto Koya, que hizo un esfuerzo por mantenerse despierto hasta que llegara su hermano. Mientras Niles se acomodaba en un rincón para "dormir", Koya le dirigió la mirada a su hermano desde la cama.

— Ya era hora que vinieras.

— Shh… -señaló Powaq hacia sus compañeros- Están durmiendo.

— ¿Qué fue lo que les dijiste a esos del "consejo"?

— La verdad, hermano. -contestó guiñando el ojo y acomodándose para dormir; Koya entendió que su hermano tramaba algo- Hasta mañana.


A la mañana siguiente, Beruna se encontraba a primeras horas aguardando a que sus "visitantes" despertaran para escoltarlos a su lugar de desayuno, que era uno de los viejos hoteles del pequeño pueblo: "El Remanso".

El hotel presentaba la curiosa mezcolanza de arquitectura humana, enana junto a ornamentos tauren: esto debido a la larga tradición arquitectónica de los humanos y enanos; los tauren por otra parte, habían vivido generaciones enteras como un pueblo nómada resguardándose en tiendas y tipis, por lo que para poder adaptarse al mundo cambiante de la Revolución Industrial, tuvieron que adoptar un concepto edilicio acorde a sus necesidades.

Los años de abandono se hacían notar en el edificio: muros con pequeñas grietas, revoque caído, pintura descolorida y algunos vidrios rotos; por lo demás, se hallaban en relativas buenas condiciones para ser usado. Por lo que Powaq y sus compañeros veían, el lugar funcionaba menos como posada y más como comedor comunal donde acudían los aldeanos, que al verlos interrumpieron momentáneamente sus actividades para luego retomarlas, si bien con cierta incomodidad y nerviosismo.

Claramente no era sólo la presencia de Okrorio; no solían recibir visitantes.

Beruna los acomodó en una mesa para seis y pidió a una de sus compañeras que trajera la comida: seis cuencos con un potaje a base de maíz y un pequeño vaso de jugo de frutas locales. Los mellizos tauren estaban acostumbrados a esa comida; no así los demás, que tardaron en "digerir" el desayuno.

— ¿De dónde sacan el maíz para la comida? -preguntó Koya tras tragar una porción del potaje- No vi campos de cultivo por aquí cerca.

— Cultivamos nuestros cereales y legumbres en macetas hidropónicas y aeropónicas en la azotea de varios edificios. También usamos algunos para criar algunos zancudos para obtener carne y huevos.

— Eso suena interesante -asintió Powaq asombrado por ese detalle- Quisiera ver esos cultivos luego.

— ¿Han intentado ganarle terreno a la selva?

— Si, niña. -contestó la tauren- Y con desastrosos resultados.

— Podría ser peor. -bromeó Jaeger- La verdad no sabe tan mal una vez te acostumbras.

— Dime algo y sin rodeos. ¿Somos prisioneros?

— No, orco: no lo son. -le contestó Beruna- Pero como te darás cuenta, somos una comunidad muy cerrada, y tengo el deber de asegurarme que no cometan una tontería.

— Pues puedes tranquilizarte: después de comer, nos iremos.

— ¿En serio? -rio la tauren con cierta picardía, mirando fijamente a Koya, quien lucía extrañado por su actitud; Beruna se levantó de la mesa y comenzó a alejarse- Les recomiendo que hablen con Powaq sobre su estadía, y por cierto… nos vemos después.

Todas las miradas quedaron fijas en el druida, la más visiblemente enfadada era claramente, la de su hermano mellizo. Antes de que una "pelea de toros" se llevara a cabo, Powaq se explicó: había pedido al consejo de la ciudad permiso para quedarse un par de días para encontrar a alguien que le enseñara las habilidades de los Druidas de la Hojarasca; dijo que tenía la obligación de aprender nuevas técnicas y que podrán servirles en el futuro, amén de su curiosidad por cosas nuevas. Por la cara que mostraban sus amigos, no había mucho entusiasmo por la idea, y mucho menos de su hermano.

— No recuerdo haberte dado la batuta del liderazgo.

— Creí que lo hacíamos todo en grupo, Koya.

— ¡Y lo dice el que decidió por nosotros el quedarse en este pueblo! -rio Okrorio señalando la ironía- ¡JA! Buen chiste.

— Powaq, no me lo tomes a mal… pero no estoy muy interesado en quedarme aquí con esa tauren de cara de pocos amigos vigilándome.

— Entiendo Jaeger, pero por favor entiendan. Creo necesario el aprender estos poderes, y más si queremos salir de la Hojarasca con esa vegetación mutante. Beruna dijo que es poco probable que nos guíen a la salida.

— Mmm… De acuerdo, Powaq. Has lo que quieras. -concluyó ofuscado- ¿Y que haremos nosotros el resto del día? ¿Turismo?

— Las amigas de Beruna pueden llevarlas a conocer el pueblo; apenas he visto algo del mismo, pero por lo que sé, tiene una historia interesante.

Koya se limitó a resoplar de indignación y continuar con su desayuno sin decir palabra alguna, al igual de los demás. Quedaba claro que la idea de quedarse no era de su agrado; Nahlia habló brevemente con Powaq sobre su decisión y le preguntó quién podría ayudarle en su aprendizaje, aunque era más que obvio que Beruna sería su maestra. Nahlia no podía evitar sentirse preocupada por el bienestar de su amigo.

Acabado el desayuno, Powaq se separó de su grupo no sin antes darles algunas indicaciones para hacer más ameno su recorrido, que sería en compañía de una compañera de Beruna, Jyn, quien no tardó en llegar y escoltar al grupo por el pueblo de Villa Remanso, o a lo que quedaba de él.

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De acuerdo a Jyn, Villa Remanso empezó como una pequeña aldea fundada pocos años después de la fundación de Nueva Taurajo, bajo el nombre de "Campamento Remanso", con el propósito de servir de pequeña comunidad habitacional de la que en el futuro sería una gran ciudad. A causa de esto, el asentamiento apenas pasó a ser un pequeño pueblo en las afueras de la pujante Nueva Taurajo, con apenas un hospital, dos hoteles, varios negocios pequeños y viviendas.

Cuando ocurrió la Cuarta Guerra y el posterior Holocausto, Villa Remanso no poseía ningún valor estratégico, por lo que fue ignorada por completo tanto por la aviación orca como por los misiles nucleares, salvándose de la aniquilación, aunque el bombardeo de Nueva Taurajo la afectó, a causa de la llegada de refugiados de aquel lugar, así como soldados sobrevivientes del campo de batalla. El aislamiento, la escasez de recursos y el caos desatado por el Holocausto provocaron una elevada mortandad en el pueblo, que sólo con ayuda del liderazgo del alcalde de ese entonces, se pudo controlar. Lo peor sin embargo, vendría años después, con el avance de la Hojarasca que acabaría rodeando el pueblo entero, y la Gran Helada, durante la cual nevó incluso hasta esas altitudes; algo que la Abuela Hutor recordaba muy bien.

El desmesurado crecimiento de la Hojarasca y la agresividad de las plantas obligarían en años venideros a que la gran mayoría de los habitantes de Villa Remanso tomaran el camino del druidismo, siendo seguidos de los cazadores, guerreros y hasta pícaros.

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— Veo que son muy desconfiados de los extraños. -mencionó Koya al ver como los transeúntes del mercado rehuían al verlos- Por Okrorio lo entiendo -el orco se limitó a gruñir levemente- pero no por los demás.

— Hemos sido una sociedad muy cerrada, limitándonos sólo a algunos comerciantes nómadas de los Baldíos. Nunca recibimos visitantes de tan lejos como Feralas, o de más al sur.

— O sea que un elfo como yo nunca ha venido hasta aquí.

— O una humana.

— No; pero sí orcos, principalmente comerciantes. No guerreros como este de aquí.

— ¿Qué puedo decir? -río el aludido- Soy especial.

— Creo que ya hemos visto todo lo interesante; los llevaré a sus aposentos.

Los "aposentos" resultaron ser tres habitaciones del hotel donde habían desayunado: una para los mellizos, otra para Jaeger y Okrorio, y la última para Nahlia y Beruna, quien se quedaría con ellos. Tras dejarlos en sus habitaciones y darles las instrucciones de no salir a menos de ser estrictamente necesario, y de que se quedaría rondando por los alrededores, Jyn se despidió de ellos, dejándolos con dudas respecto a qué hacer, aparte de esperar a Powaq.

Powaq llegaría a la hora del almuerzo para encontrarse con sus compañeros y compartir sus experiencias en el druidismo de la Hojarasca. Nuevamente, con sopa de maíz de por medio.

— Espero que lo único que cultiven aquí no sea sólo maíz.

— Jyn nos mostró sus cultivos, Orejas de Conejo: tienen también vegetales. Al menos hay una porción de carne de…

— Es de zancudo, Nahlia. -contestó Koya- ¿Y bien? ¿Cómo va tu loco experimento?

— Mal. -contestó el druida- Me es difícil entablar contacto con esas plantas; es como si hablaran un idioma ininteligible.

— Tu maestro debe de estar algo impaciente contigo, tomando en cuenta que debe enseñarte lo de toda una vida en un par de días.

— Beruna es más paciente de lo que creen.

Todos se le quedaron mirando; no esperaban que ESA tauren en particular, acabase siendo la "maestra" de Powaq, da la forma en la que se refirió al mismo. El aludido no tardó en justificarse.

— Sabe mucho sobre el manejo de las plantas de esta zona, y es buena maestra.

— Y te tiene paciencia. -masculló Koya con picardía- Porque por lo poco que la conozco, ya te estaría gritando.

— ¡JA! Es verdad. -tras acabar su almuerzo, Powaq se levantó de la mesa- Debo irme; las clases comenzarán en breve y necesito avanzar con mi entrenamiento. Nos veremos a la noche: Beruna dice que nos preparará una sorpresa.

— ¡Espero que sea una cena que no tenga maíz! -exclamó Jaeger; todos sus amigos estallaron en carcajadas-

Mientras sus amigos exploraban y conocían Villa Remanso, Powaq y Beruna entrenaban en las afueras del poblado, no muy lejos para no perderse en la jungla. Pese a sus múltiples esfuerzos en las últimas horas, el joven druida Cazacielo se vio incapaz de controlar a las plantas de ese entorno salvaje; como había dicho a sus amigos, no entendía su "idioma", no entablaba contacto con ellas y sus poderes no eran capaces de mover o hacer crecer dichas plantas.

Tras un último intento, largó un suspiro, se sentó en el suelo y tomó algo de aire.

— ¿Sigues sin lograr nada? Creo que deberías de darte por vencido.

— Por el contrario; debo de esforzarme más.

— ¿Por qué eres tan obstinado? -preguntó sin alzar la voz- No veo el sentido de que quieras aprender esta habilidad.

— Eres una druida como yo; deberías de intuirlo fácilmente. -Beruna no parecía entender, por lo que Powaq prosiguió- ¿No has tenido la necesidad de ir afuera y conocer el mundo?

— No. Soy una sobreviviente; no una exploradora. No tengo tiempo para explorar el mundo como tú o tu hermano.

— Ya sabes el motivo de nuestro viaje.

— Cosa de chamanes; de eso no se mucho. Pero… intuyo que tú no acompañaste a Koya sólo para evitar que se quede solo.

— Jejeje… ¿Era demasiado obvio? -rio el tauren albino sin levantarse de su lugar- No me malinterpretes: amo a mi hermano y nunca dejaría que le pasara nada malo; somos mellizos después de todo. -miró hacia arriba, en dirección al cielo diurno entre el follaje; se mostraba bastante pensativo- Siempre tuve curiosidad acerca de cómo sería el mundo exterior; al igual que Koya, crecí en Feralas toda mi vida lo único que conocía era esos inmensos bosques, los campos de las Planicies Esmeralda y la costa del mar. Cuando surgieron los problemas de mi hermano, sentí que era la oportunidad de salir por fin a conocer el mundo, y cuanto había cambiado tras el Holocausto.

— ¿Y no te ha decepcionado lo que has visto?

— Sí… y no. He visto un mundo moribundo, pero también a personas que sobreviven en él. Creo que se merecen algo mejor… nos merecemos algo mejor. La Gran Madre Tierra siempre nos ha dado tanto, y ahora que nos necesita, no hacemos nada.

— Entiendo tu punto, pero…

— Es por eso que busco aprender a controlar estas plantas: Azeroth ha cambiado, y debemos adaptarnos a él. ¿No crees que como druidas debemos de intentar sanar a la Gran Madre Tierra?

Pero la expresión de Beruna opinaba distinto al optimista Powaq.

— No se los he dicho a ti y a tus amigos, pero he llegado a salir de la Hojarasca, y visto en el yermo en que se han convertido los Baldíos. No hallé la esperanza en la que tú te aferras: sólo un mundo desolado y moribundo; lo único que nos queda es sobrevivir.

— …

— Será mejor que sigamos con el entrenamiento; algo me dice que insistes en ello.

— Acertaste.

— Mientras más pronto acabemos, tendré pronto la sorpresa que les prometí.

Powaq retomó el entrenamiento sintiéndose algo decepcionado del pesimismo de su maestra; esperaba que como druida, compartiera los mismos sentimientos y deseos de restaurar Azeroth. No había sido así, aunque no le sorprendía esa actitud, pues la Mancomunidad Hyjal había hecho lo mismo, así como los demás reinos actuales, y los humanos y orcos: preocuparse sólo por ellos, encerrándose a sí mismos y buscando sobrevivir en un mundo moribundo. ¿Habría alguien más que pensara como él?


Luisón y Kristhopherson habían seguido aquel misterioso rastro que habían hallado en el Marjal Revolcafango durante días. Cruzaron las estériles tierras de los Baldíos convertidos en el Yermo Central de Kalimdor pasando por alto todas las amenazas posibles, sin olvidar el hecho que no estaban acostumbrados a temperaturas tan altas; en Tirisfal, el clima era mucho más fresco, o como diría Luisón: frío y húmedo como una tumba.

Cuando el sol comenzaba a ponerse, habían llegado al límite de la Hojarasca. Bajo aquella crepuscular luz, la vegetación exuberante que tenían en frente era una auténtica ofensa a sus creencias. Luisón lanzó una bola de fuego vil contra las plantas por mera diversión; poco después, tanto él como su compañero se hallaban envueltos en un escudo de Luz Sagrada que el sacerdote no-muerto había hecho.

— ¿Y eso por qué? No me dirás que le tienen miedo a las plantas.

— Mira allá. -señaló Kristhopherson hacia el suelo: había una mancha de líquido verde que apestaba a ácido- Estas plantas no son normales.

— ¡Esos miserables druidas! -gruñó el worgen, envuelto en llamas verdes- ¡Además de atreverse a hacer crecer esta maleza, la hacen peligrosa para nosotros!

— Dudo que hayan sido ellos, amigo. ¿No has oído de la Hojarasca?

— Sí… He oído de ella: que surgió tras el Cataclismo de Alamuerte, que filtró energías extrañas e hizo brotar una exuberante jungla. Pero de acuerdo a este mapa… -Luisón sacó uno bastante viejo, pero bien conservado que apoyó sobre un muñón seco- nos falta mucho para llegar a ella… suponiendo que aún exista. ¿O me quieres decir que de verdad sobrevivió?

— Además de eso, creció y se expandió: estamos lejos de sus límites anteriores. Es posible que esas misteriosas energías originales le hayan dado una mayor resistencia que le permitió sobrevivir no sólo al Holocausto, sino también a la Gran Helada. E inclusive diría que la radiación posterior hizo que mutara.

— Increíble…

— ¿Crees que a la Dama Oscura le interesaría investigar este lugar? Este lugar se ve prometedor.

— Algo me dice que preferiría verlo arder. Pero primero lo primero: debemos averiguar donde esta ese supuesto druida.

— Tienes razón, Luisón. Hay que entrar a esta jungla… con CAUTELA.

— Sí, ya entendí.


Las horas pasaron, llegó la noche y el grupo se disponía a cenar en el hotel tras haber recorrido los lugares más importantes del pueblo. Powaq llegó minutos antes de servir la comida, visiblemente exhausto y algo decepcionado: al parecer, no había avanzado mucho, pero lograba ocultarlo con sumo optimismo.

Para alegría de todos, Jaeger incluido, la cena incluía carne de zancudo y algunos vegetales, sin incluir el maíz, además de una bebida de fruta bastante refrescante.

— No te fue muy bien, ¿Verdad, hermano?

— Sigh… Me temo que no, Koya; me es muy difícil conectar con este tipo de vida. No creí que me tomaría tanto tiempo.

— ¿Esperabas dominar una habilidad que estos sujetos tardaron años en dominar en menos de un día? -preguntó Okrorio mientras mascaba una porción de zancudo; tras tragar una gran porción, continuó- Lamento decírtelo, pero te pasaste de ingenuo, Powaq.

— Tal vez… necesites un par de días más. -sugirió Nahlia- para captar la técnica.

— ¿Acaso piensas que nos quedemos aquí hasta que aprendas esa habilidad?

— ¡Nadie te preguntó Orejas de C…!

— No lo creo. -la respuesta dejó atónitos a sus amigos, que se lo quedaron mirando estupefactos- No quiero retrasar nuestro viaje, y sé que Koya tiene prisa…

— Powaq…

— Descuida, hermano; sé que no debemos desviarnos demasiado. -se levantó de la mesa tras acabar su comida y fue a su habitación- Beruna nos espera afuera en el jardín trasero del hotel: tiene una sorpresa para nosotros.

— ¿Una sorpresa?

Tras la cena, los cuatro -Powaq al parecer ya estaba esperándolos allá- se apresuraron a llegar al jardín trasero para ver de qué se trataba la anunciada sorpresa. ¿Por qué Beruna les haría un regalo si apenas hablaban con ella? Capaz sea un gesto de parte del poblado en sí, pues a pesar de los años, los tauren seguían siendo conocidos por su hospitalidad.

Cuál no sería su sorpresa al descubrir que atrás del hotel se había armado un improvisado baño de aguas termales que a pesar de todo se veía en buenas condiciones. Powaq los esperaba preparado para la ocasión con un traje de baño marrón oscuro, y lo que era más importante, visiblemente más animado.

— ¿Qué demo…?

— ¿Acaso no les gusta? -preguntó Beruna, quien acababa de llegar, y al igual que Powaq, también lucía lista para sumergirse en las aguas termales- Es un lujo que tenía este hotel y que nos encargamos de reparar para usarlo… ocasionalmente. Usamos un viejo generador que utiliza cristales de poder de Un'Goro para hacerlo funcionar. Brillante, ¿No?

— Se ve bastante bien. -asintió el elfo- pero sin ánimo de ofender… ¿A qué se debe esta atención?

— Tenemos pocas visitas, y el Consejo sugirió darles una acogedora bienvenida. Además, que Powaq haya pedido que se le enseñen nuestras habilidades druídicas se considera un gesto de respeto, y tras mucho entrenar e imaginando lo exhaustos que están por hacer semejante viaje, pues… se les ocurrió esta idea.

— No sé qué decir.

— Sólo disfrútenlo y estará bien: los baños están separados por sexos, OBVIAMENTE. Te espero al otro lado del jardín, Nahlia.

— De acuerdo, me iré a cambiar.

— Nosotros también.

Koya y los demás fueron a cambiarse a sus habitaciones para disfrutar del baño. Aunque el shamán era el más escéptico respecto al asunto, sí era cierto que habían viajado bastante y no se habían tomado el tiempo de darse un descanso y relajarse. ¿Por qué no aprovechar la oportunidad?, se decía: Mulgore no se movería de su lugar. Por otro lado, estaba Powaq: se hallaba visiblemente desanimado y si bien no le agradaba la idea de quedarse allí sólo por él, tampoco era de su agrado la idea de ver a su hermano decepcionado de sí mismo.

########

Dicho y hecho, los tres se encontraron con Powaq ya en el agua, esperándolos. Con la obviedad de los mellizos, era la primera vez que se veían… en traje de baño. Los mellizos lucían casi iguales -con excepción de sus ojos y cuernos- con sus robustos cueros cubiertos de corto pelaje blanco y musculatura desarrollada pero apenas notoria debido al pelaje en sí; Okrorio lucía una musculatura más torneada y definida, con varias cicatrices por su cuerpo y varios tatuajes en su brazo -destacando uno de la antigua Horda- ; mientras que Jaeger era el más delgado en comparación a los otros tres, de apariencia atlética y notablemente más lampiño que los tauren, y el orco con su velludo pecho. Uno a uno, entraron, mostrándose al inicio, algo incómodos:

Alguien tenía que romper el hielo.

— ¿No teníamos diez años la última vez que nos bañamos juntos, Koya?

El comentario, aparentemente poco discreto, hizo que los otros tres hombres cayeran de espaldas, salpicando todo de agua. Koya estaba colorado, y no precisamente por el calor del agua.

— ¿Ustedes se bañaban juntos?

— Somos hermanos, Jaeger cabeza de chorlito. -gruñó Koya- ¡Powaq! ¡Eso no es tema de conversación fuera de la familia!

— ¿Pero que tiene?

— …

— Se nota que ustedes son bastante unidos. -río el elfo; no de manera burlona precisamente- Dudo que puedan vivir tan separados.

— ¿Tú no tienes hermanos?

— No, Koya: soy hijo único. Aunque tengo primos, que son como mis hermanos.

— Yo tenía un hermano. -añadió Okrorio de manera seria- Nació cuando yo tenía cinco años, pero tuvieron que deshacerse de él.

— Por la Gran Madre Tierra, ¿Por qué?

— Nació malformado; apenas respiraba. -le respondió a Powaq- Ya sabes cómo funciona: los orcos no aceptan a aquellos que nacen débiles y enfermizos, y se deshacen de ellos. Mis padres me dijeron que dejar vivir a mi hermano era no sólo condenarlo a una vida de sufrimiento, sino un lastre para la comunidad. -advirtió que los tauren se sentirían indignados y continuó- Sé que es algo con lo que no están de acuerdo, pero es así como nos educaron a nosotros. En fin: esta agua está relajante: en casa no disfrutaba de baños así.

— Oye, -señaló Powaq- ¿Y ese tatuaje de tu hombro derecho es…? No lo había notado.

— Ajá, es de la Horda: nos lo hacemos todos alguna vez en nuestra vida. A mí me lo hicieron cuando me recibí de guerrero a los dieciocho años.

— Pero la Horda ya no existe. -explicó Koya- No tiene caso tenerlo.

— Ellos creen que continúa existiendo; supongo que en el caso de Nahlia pasará algo parecido. ¿Y ese tatuaje de ahí? No esperaba que tuvieses uno -señalando el hombro izquierdo de Koya, donde se mostraba un círculo con cuatro esferas de colores alrededor- Se ve extraño.

— Ah, es el nuevo símbolo del Anillo de la Tierra. Los chamanes solemos hacernos estos tatuajes al graduarnos; es una tradición.

— ¿Y también es una tradición de donde vives el tener un tatuaje de los Elite Tauren Chieftains? -señaló Jaeger al ver el peculiar símbolo de la antigua banda en el hombro derecho de Koya; este se puso nervioso y avergonzado por unos segundos-

— ¡Recuerdo cuando se lo hizo hace como diez años! -rió Powaq- ¡Mamá casi lo mata, y ni que decir papá: era un volcán! Literalmente.

— ¡ERAN UNA GRAN BANDA! ¡Y su música es genial!

— Nadie lo discute, amigo. Vaya, quien diría que el buen Koya sería un rebelde. -queriendo cambiar de tema al ver que Koya comenzaba a incomodarse, Okrorio señaló una de sus cicatrices- Hablando de marcas corporales, ¿Ven esta cicatriz? Esta me la hice en mi ritual de madurez: teníamos que matar a un jabalí con nuestras propias manos y sin armas. El muy infeliz dio mucha pelea.

— ¿Qué edad tenías cuando lo hiciste? -preguntó el curioso elfo-

— Quince, no catorce. -corrigió el orco- Me hicieron este tatuaje -señalando el cráneo de un jabalí en su bíceps derecho- para conmemorar el hecho. Como te podrás imaginar, desde jóvenes nos crían para ser máquinas de guerra.

— Nosotros tenemos que cazar a un kodo por nuestra cuenta como reflejo que hemos alcanzado la madurez. -explicó Powaq- Lo hicimos cada uno por separado, ¿Recuerdas, Koya?

— Ehm, sí… lo recuerdo.

— Nosotros no tenemos esas cosas en el Magisterium: te haces mayor y ya.

— O sea que ni siquiera…

— ¿Siquiera qué?

— Nahlia no está cerca, ¿Verdad?

— Está con Beruna. -contestó Koya- ¿Por qué?

— Porque podemos hablar de cosas de hombres… -rió Okrorio de manera picarona- ¡Hablemos de mujeres!

Al igual que pasó con Powaq, dicho comentario causo que los demás cayeran de espaldas al agua salpicando a Okrorio. ¿En verdad era ÉL quien sacaría a relucir el tema? Bueno: mientras consigan distraer a Powaq de su entrenamiento, mejor… y todo indicaba que estaba resultando.

— ¿Nadie tiene nada que decir? -preguntó un intrigado orco- Vaya: su vida sí que ha sido más aburrida de la que creí.

— ¡HEY! -exclamó Koya, indignado y avergonzado a la vez- No hables por todos; no es que queramos compartir tanta información.

— Por mí no hay problema: no tengo de qué avergonzarme.

— ¡JA! Claro… -rio Okrorio tras oír al engreído elfo- Un alfeñique como tú habrá vivido muchas aventuras.

— Qué puedo decir: me tomaba mi tiempo al relevar a mis compañeras en aquellas solitarias atalayas en la frontera con la Sociedad de las Sombras.

— …

— ¡De verdad estás loco! -exclamó tras darle unas palmaditas en la espalda- Eso que dices suena a deporte de alto riesgo. Ni yo me arriesgaba a tanto.

— ¿Y de verdad jamás te metiste en problemas al hacer eso?

— La verdad, Koya, es que los renegados y worgen casi no aparecen en nuestras fronteras, así que podía tomarme mi tiempo… Y lo hacía.

— Quien diría que Jaeger acabaría siendo de los míos en asuntos como este. Parece que los tauren son muy mojigatos.

— No tan rápido… -interrumpió el chamán mostrándose desafiante y con una sonrisa de oreja a oreja- Por Powaq no puedo hablar, pero yo sí que he tenido acción.

— ¿En serio? -preguntaron Okrorio y Jaeger con ironía- Pues cuenta.

— Koya, ¿De verdad tú…?

— Ja… Pensaste que era muy santurrón, ¿Verdad?

— Ese tatuaje en tu hombro derecho me dice lo contrario.

— Hmph… Pues todo comenzó cuando tenía dieciséis en una clase de curación con agua donde había una linda chica que…

Con Koya comenzaron las pícaras conversaciones acerca de las aventuras amorosas de su no tan lejana juventud, seguidas de Jaeger y Okrorio, quienes las decían sin el menor pudor. Esto avergonzaba un poco a Powaq, pues no era simpatizante de hablar de aquellas cosas tan personales; lo único positivo era que al menos esos tres parecían estar forjando un vínculo más fuerte, aunque sea mediante esos comentarios tan subidos de tono.

Al otro lado del jardín trasero, Nahlia y Beruna disfrutaban del baño bajo una calma casi absoluta e incómoda: la chica humana no hallaba tema de conversación con aquella muchacha tauren que era mayor que ella en más de un sentido. Beruna lo advirtió, y buscó la manera de romper el hielo.

— Y dime… ¿Llevas mucho tiempo viajando con ellos?

— Sólo un par de días.

— Ah… Entiendo.

Tras unos incómodos segundos de silencio…

— No estamos yendo a ningún lado con esta conversación.

— Definitivamente. -contestó la tauren- Apostaría a que los muchachos ya encontraron de que hablar.

— ¿De qué sueles hablar con tus amigas?

— De trabajo, cosas de druida, rutina diaria… De chicos…

— Eso suena interesante. -dijo Nahlia, algo animada- ¿Qué clase de chicos te gustan?

— Pues… -Beruna se sonrojó levemente pensando en aquello- Tú sabes: como tenemos tanto trabajo cuidando el pueblo, el tiempo no…

— …

— Bueno. Pues a decir verdad, prefiero que sean muy atractivos, varoniles, fuertes; de esos que pueden cargarte en tus brazos.

— Que yo sepa, tú eres bastante fuerte y valiente como druida. ¿Por qué buscas eso en un hombre?

— Dime, Nahlia. ¿Te gustaría que tu novio fuera más débil y miedoso que tú? Además, por más que a veces ese asunto de la princesa en apuros sea algo molesto, toda mujer espera que su hombre la defienda. ¿O a poco estoy equivocada?

— Y… supongo que tienes razón. Pero supongo que no ves sólo el músculo, ¿Verdad?

— ¡Ah, claro que no! También tendría que ser muy inteligente, interesante, divertido; alguien con quien no te puedas aburrir.

— Es gracioso: parece que estuvieses describiendo a Powaq.

Beruna bruscamente volteó su mirada para tenerla frente a la humana. ¿En verdad había dicho eso? ¿Por qué lo hizo? La primera idea que se le vino fue…

— ¿Por qué mencionaste a Powaq, Nahlia?

— Pues… porque me parecía que lo estabas describiendo.

— Acaso…

— tú…

— ¡¿Estás enamorada de Powaq?!

Las dos dieron un salto de sorpresa, causando salpicaduras de agua por todas partes, además de un gran asombro entre ellas.

— ¿Por qué dices eso? ¡No estoy enamorada de Powaq!

— ¡¿Y por qué lo mencionaste?!

— Porque me parecía que hablabas de él. ¿Acaso te gusta Powaq?

— ¿Qué no te gusta a ti?

— ¡Tenemos siete años de diferencia! -se defendió Nahlia- Y soy humana: las cosas no… eh… "funcionarían". -Beruna captó muy bien a qué se refería- Powaq es sólo mi primer amigo fuera de casa, por lo que siento algo especial por él, pero nada más allá de la amistad. -Nahlia hizo una ligera pausa antes de continuar; se la veía sonrojada- Supongo que si me enamorara de alguien, quisiera que fuese como él… En personalidad.

— Entiendo… ¿Y qué me dices del elfo?

— ¡Me persiguió por días! ¡¿Cómo me enamoraría de alguien así?! Pero olvidémonos de eso. Te gusta, Powaq ¿Cierto?

— S… Sí. ¡Pero no se lo digas, por favor! Me sigue pareciendo algo tonto e infantil, y no quiero darle una ventaja en su entrenamiento sólo por parecerme… "lindo".

— Ah, pero no estará aquí mucho tiempo: es probable que nos vayamos mañana o pasado mañana. Tienes que decirle lo que sientes.

— ¿Tú crees?

— ¿Cómo te sentirías si no lo haces, y al volver a su casa, Powaq encuentra a otra chica? Al menos inténtalo. Y si me lo permites decir, creo que ustedes harían una buena pareja.

— Es verdad: no pierdo nada con intentarlo. Por lo que me ha dicho, tiene el optimismo que el mundo necesita, y tú eres la prueba.

— ¿Cómo?

— Después de todo lo que hizo por ti, como prometerte llevar a casa y sacarte de esa ciudad subterránea.

Nahlia quedó helada; antes de dormir, ella y sus amigos habían acordado no develar los verdaderos orígenes de ella y de Okrorio por temor a ser repudiados. Powaq también había formado parte de ese acuerdo… aparentemente para soltar la lengua poco después. ¿En qué había pensado?

Por otro lado, Beruna no sonaba molesta o sospechosamente enfurecida o rencorosa al decirlo.

— Pe… pero quien te…

— No tienes que preocuparte: él no lo dijo así como así. Yo simplemente insistí demasiado en que me lo explicara todo.

— Su hermano se enojará mucho.

— No tiene por qué saberlo… al menos hasta que se vayan del pueblo. Yo misma le prometí a Powaq que guardaría su secreto, por lo que no tienes que preocuparte.

— ¿Y no estás enojada? Por lo de vivir ocultos.

— Al principio me molesté un poco: la idea de que un grupo de gente se haya guardado una forma de sobrevivir al desastre del Holocausto en lugar de evitarlo de verdad hace hervir la sangre. Powaq me mostró que era algo natural el guardarse el secreto: cuando se trata de sobrevivir, es difícil pensar en los demás. También me dijo que las Ciudades-Búnker no diferían mucho de lo que su gente vive en Feralas… o de los elfos en las migajas de su antiguo reino arcano, o nosotros mismos encerrados en nuestra jungla mutante. Cada uno de nosotros tiene su propia Ciudad-Bunker de la que rehúsa salir. Pero Powaq parece querer salir de esa burbuja: tiene la ilusión de que ha llegado la hora de que dejemos de vivir de las migajas y empezar a reconstruir el mundo todos juntos.

— Es un pensamiento muy bonito, pero lo veo demasiado idealizado y poco realista de cumplir.

— Lo sé. -asintió Beruna- Pero eso es lo lindo de él… y sus ojos dorados… y ese cuerp… -Nahlia la miraba divertida, conteniendo la risa- ¡Hey, ya sabes que me parece atractivo! ¿De qué te ríes?

— De nada, de nada.

— Ahora hablemos de ti. ¿Qué clase de chicos te gustan? Físicamente.

— Pues…

La noche continuó así, con los chicos y chicas compartiendo en distintos lugares, divirtiéndose sin pensar en ese momento en otras preocupaciones.


Tras horas de diversión, todos habían vuelto a dormir. A pocas horas antes de amanecer, Powaq y Beruna fueron a su lugar de entrenamiento en un rincón de la jungla, no muy lejos de pueblo. El entrenamiento en horas de la madrugada era ideal porque era una hora bastante tranquila, cuando cualquier potencial bestia de la jungla se prepare para dormir durante el día, y el frescor de la noche otorgaba un agradable ambiente.

El joven druida se concentraba en crear una comunicación, un vínculo, con aquella vegetación mutante que lo rodeaba: observaba como su maestra con movimientos de sus manos hacía brotar tallos verdes, movía lianas y usaba las vainas como armas. Deseaba comprender ese poder, esa habilidad; forzaba su espíritu hasta sus límites con el objetivo de alcanzar el don, pero por más que lo intentaban llegaba a un punto en que todo se ponía borroso y se le imposibilitaba avanzar en ese conocimiento.

A pesar de tener una actitud muy positiva, Powaq llegaba a frustrarse, cosa que ocultaba siempre que podía tras ese rostro alegre y optimista. Pero Beruna sabía cómo se sentía.

— Puedes descansar si quieres.

— No… Lo intentaré… una vez más. Me falta poco.

— Powaq… A mí no me engañas, y a las plantas tampoco.

— Sé que lo voy a lograr.

— Tómate unos minutos; te lo digo como tutora, no como amiga.

Pero Powaq no quería descansar, y en lugar de obedecer, continuó intentando hacer surgir unos brotes del suelo. La tauren entonces hizo brotar unas raíces con el objetivo de retenerlo.

— Creí haberte dicho que descanses.

— Creí que no me darías una mano. -rio Powaq; Beruna lo soltó- Tengo que esforzarme más: es todo.

— Si sigues esforzándote, acabarás cansándote en vano.

— Estas plantas son demasiado extrañas, demasiado… salvajes. O bien no las entiendo, o bien buscan matarte. ¿Será por eso que me es difícil entenderlas ya que no he estado viviendo en un ambiente tan hostil como tú?

— Mmm… ¿Sabes? No todas las plantas de aquí son tan hostiles. Te mostraré.

Beruna dio unos pasos para apartarse de Powaq y luego cerró los ojos para concentrarse; en poco tiempo, de los árboles cercanos, crecieron unas enredaderas de las que brotaron guirnaldas de flores rosadas de aroma muy dulce; cada flor era sumamente pequeña, con pétalos del tamaño de granos de maíz. La tauren tomó un pequeño ramillete de esas flores y se las acercó a Powaq para que pudiera sentir su aroma.

— Las llamamos copos de miel, porque sus pétalos tienen un aroma que recuerda al de la miel.

— Huelen muy bien. Y son hermosas también. -de manera casi automática, tomó el ramillete de flores y lo colocó tras una de las orejas de Beruna, quedando ésta muy sorprendida- Creo que te quedan muy bien.

Ella, sin pensárselo mucho, acabó besándolo, dejando sorprendido al joven druida de Feralas, que pese a todo, no pareció mostrar resistencia alguna, sino que siguió la corriente por unos segundos más. Poco después se soltaron.

— Disculpa, yo no…

— Me gustas. -acabó diciendo ella, dejando mudo a Powaq- Sólo quería que lo supieras.

— A… a mí también… me... gustas. -dijo Powaq, visiblemente dubitativo algo que reflejaba su voz temblorosa- Desde que te vi me has parecido hermosa, pero no me animaba a decírtelo; lo creía indebido.

— Oh, ¿Desde cuando alabar a una mujer ha sido incorrecto? -rio ella- Pero entiendo que no lo hayas hecho; eres muy educado.

— Sabes que esto no podrá ser, ¿Verdad?

— Lo sé… -suspiró ella con algo de desilusión en su voz- No me veo capaz de dejar a mi gente, y tú no puedes dejar a tus amigos.

— Tienes un compromiso con tu pueblo, y yo con mis amigos y mi hermano; no puedo forzarte a nada.

— Además de ellos, estás comprometido con la Gran Madre Tierra, con Azeroth. Sé que tú podrás lograr algún cambio.

— ¿Entonces crees que pueda dominar el druidismo de la Hojarasca?

— Te costará… pero podrás. Sigamos practicando.


Faltaba poco para el amanecer; en breve los habitantes de Villa Remanso se levantarían para retomar sus actividades matutinas. Koya y los demás seguían durmiendo mientras Beruna y Powaq continuaban entrenando.

Mientras tanto, los leales sirvientes de Sylvanas poco a poco se estaban acercando a Villa Remanso siguiendo el débil rastro de energía druídica de Powaq, que los llevó a una mayor huella de esa energía a causa de los mismos druidas locales. Cuando estaban a pocos metros, y saltando la vigilancia de algunos druidas, llegaron al límite del pueblo.

Pudieron ver los edificios previos a la guerra en estado de deterioro pero aún habitados, y pálidamente iluminados por unos faroles verdes en las calles adoquinadas, a unos cuantos tauren caminando por ellas para empezar su rutina. No tardaron en darse cuenta de que la mayoría de ellos eran druidas.

— Toda una comunidad de druidas… ¡Y escondida en medio de esta maleza! A la Dama Oscura no le gustará esto.

— Algo me dice que han estado aislados todos estos años desde el Holocausto.

— ¿Lo crees de verdad? Yo no lo creo.

— Piénsalo, Luisón: por lo que parece, la gran mayoría son druidas. Ellos están más preparados para vivir en un entorno como este que los demás. Pero inclusive ellos deben de saber que la naturaleza de este sitio es demasiado salvaje para sus poderes.

— Sugieres que ellos no salen de esta jungla horrorosa.

— Exactamente.

— Excelente. -las manos del worgen comenzaron a manar llamas verdes incandescentes al son de una malévola sonrisa mostrando sus colmillos- No tendrán a dónde ir.

El sacerdote no tuvo tiempo suficiente para evitar que el brujo comenzara a atacar a diestra y siniestra con sus llamas viles a todo ser vivo en movimiento del pueblo: los sorprendidos aldeanos tauren corrían despavoridos para escapar de las llamas; aquellos que habían sido alcanzados, rodaban por el suelo o buscaban agua para apagar las llamas.

Sonaron las alarmas: los guerreros y los druidas acudieron de inmediato a socorrer a los aldeanos y enfrentarse a los intrusos como podían: combatiendo con armas, transformados en animales o usando hechizos arcanos ungidos por Mu'sha, la luna blanca. Si bien los druidas de rama equilibrio lograban contrarrestar las llamas viles o los hechizos oscuros del brujo worgen, no contaban con que el sacerdote fuese capaz de silenciar tan rápido a la mayoría de los guerreros.

Powaq y Beruna no tardaron en llegar al lugar, quedando horrorizados por el escenario ante ellos.

— ¿Quiénes son esos monstruos?

— Deben de ser de la Sociedad de la Sombras.

— ¿Sociedad de qué?

— El nuevo reino de Sylvanas. Sí, ella sigue… fastidiando.

— No pienso dejar que semejante putrefacción ataque mi pueblo. Los echaré de aquí.

— ¡Espera, no te…!

Beruna ignoró el llamado de Powaq y comenzó a atacar al brujo con su Fuego Solar y Lluvia de Estrellas; el worgen reaccionó airado ante la insolencia de la tauren y contraatacó con una Lluvia de Fuego vil que hubiera dañado a al druida si no fuera porque otro usó su Vórtice de viento para anular el ataque.

— ¡Vaca entrometida! ¿Qué no ves que iba a matar a tu amiga?

— ¿Qué hacen aquí, seguidores de Sylvanas? -les gruñó Powaq desafiantemente- Este no es su territorio, y esta gente no les ha hecho nada. Lárguense.

— Pues nosotros hacemos lo que queremos, becerro bueno para nada. A nuestra Dama Oscura no le gustará lo que ustedes tratan de hacer.

— ¿A qué te refieres?

— Restaurar el mundo, muchacha. -habló por fin Kristhopherson, que había permanecido en silencio todo este tiempo- A Sylvanas le complace el estado de Azeroth tras el Holocausto, y espera que la Mancomunidad lo respete, so pena de iniciar innecesarias hostilidades.

— ¡Él no estaba intentando nada!

— ¡Y ella no es nadie para decidir cómo debe de ser el mundo! -les gritó Powaq, llamando la atención de todos, en especial del worgen y el no-muerto- ¡Así que mejor se regresan a su cementerio y se lo recuerdan!

— Vaya, vaya… Alguien le ha faltado el respeto a nuestra soberana. Te ganaste toda mi atención, vaquita impertinente: pero no hemos seguido el rastro de tu inmunda magia natural desde el Marjal sólo para oír insultos a nuestra amada líder.

Luisón se dispuso a atacar a Powaq con un ataque de magia de Sombras para matarlo, pero un potente relámpago interrumpió su ataque, haciéndolo caer estrepitosamente al suelo, seguido de un temblor de tierra que lo alzó en el aire para después dejarlo caer aún más bruscamente que antes; incluso su amigo el sacerdote estaba sorprendido. Al voltear, vieron que el responsable era un tauren sospechosamente parecido al druida impertinente, acompañado de una joven humana, un elfo de sangre y para sorpresa de ambos, un orco.

— ¡Nunca le digas "vaca" a un tauren, perro sarnoso!

— ¿Cómo te…? ¡Hey! ¡Te pareces al otro tauren impertinente!

— Son hermanos mellizos, Luisón. -contestó el sacerdote de manera indiferente- Es más que evidente.

— ¿Quiénes son ustedes? -insistió Koya, con chispas de electricidad en sus manos- ¡¿Cómo se atreven a atacar a esta gente?!

— Deja de perder el tiempo, Koya, y mátalos de una buena vez.

— Okrorio, cálmate. -susurró Jaeger- No subestimes a la Sociedad de la Sombras.

— Luisón Sietemesino: brujo de alto nivel, y mi amigo, el exobispo y ahora sacerdote Kristhopher Kristhopherson.

— Somos fieles sirvientes de la Dama Oscura.

— Y no vamos a dejar que sigan esparciendo sus florecitas por el yermo. -rio el worgen de manera desquiciada- ¿Quedó claro? -como respuesta, Okrorio disparó su cañón laser muy cerca de su hombro, rozando su túnica- ¡Maldito: esa túnica me la regaló la misma Sylvanas!

— ¿Ya puedo matarlo, Koya?

— Encárgate del perro si quieres, Okrorio. Algo me dice que no es el mayor problema.

— Beruna, hay que llevar a los heridos lejos de aquí. -sugirió Powaq- Nahlia, Jaeger, ayúdennos a llevarlos por favor.

— De inmediato.

— Hace mucho que no veo a un orco… vivo. Esto será muy divertido.

Luisón creó un portal de energía vil para invocar a un demonio del Vacío Abisal: era un abisario convencional, de figura voluminosa y cuasi etérea -más bien sombría-, sin más expresión que el de unos ojos rojos y un silencio espectral. Okrorio comenzó a disparar contra el demonio y su amo usando su cañón láser y corriendo alrededor de ellos a prudente distancia para evitar que los ataques del brujo y su esbirro lo golpeen. Más que tomarse en serio la amenaza, Luisón se mostraba divertido al tratar de matar a aquel misterioso orco escurridizo: jugar con él un buen rato antes de liquidarlo no le parecía una pérdida de tiempo.

Con ayuda de Jaeger y Nahlia, Powaq, Beruna y demás druidas y guerreros, ayudaron a alejar a los heridos del campo de batalla y atender sus heridas, que en su mayoría, no eran tan graves: los druidas empleaban sus poderes de Restauración para sanar a los infortunados. Algunos guerreros, junto a la humana y el elfo, vigilaban en caso de que los agresores se acercaran.

— Vamos, pielverde. -habló Luisón de manera desinteresada mientras continuaba atacando- Hazme un favor y muérete. Me estoy aburriendo, y mi esbirro también.

— ¿En serio? ¿Y por qué no vienes a darme un golpe en lugar de lanzarme tus fuegos artificiales?

— ¿Qué?

— ¿O de depender de ese fantasma bueno para nada? Oh, lo olvidé: eres una telita inútil con cero fuerza física en ese cuerpo de lobo famélico.

— ¡Te voy a volver cenizas, maldito orco!

Tanto él como su esbirro demoniaco atacaron a Okrorio: Luisón con un verdadero lanzallamas de fuego vil capaz de vaporizarlo a causa de la indignación y furia del brujo; el abisario usó descargas de magia de las sombras capaces de drenar su energía vital; a pesar de ello, el orco logró esquivar ambos ataques y desaparecer momentáneamente de su vista, pues cegado por su rabia lo perdió de vista.

Sin previo aviso, Okrorio salió de su escondite tras un edificio cercano y lo embistió con tal fuerza que lo arrojó hacia la jungla. Confundido por el aturdimiento de su amo, el abisario desapareció.

Koya por su lado, se enfocó en quien creía era la amenaza más seria: el sacerdote. Con base en ataques, lo persiguió con intenciones de alejarlo de su compañero y del pueblo; a pesar de sus constantes Cadenas de Relámpagos, el Escudo Sagrado del tal Kristhopherson esquivaba cada uno de sus ataques. A Koya le sorprendía que un no-muerto -y siendo miembro de la Sociedad de las Sombras- manejase tan bien los poderes de la Luz Sagrada, pues este poder tendía a lastimar a los de su clase. Eso indicaba que era bastante experto y poderoso en el manejo de la Luz.

Y peligroso.

Por otro lado, Kristhopherson no buscaba divertirse con Koya ni matarlo… tan pronto. Más que nada, quería saber hasta dónde llegaban sus habilidades. Por ello, no lo atacaba… todavía.

— ¿Te la vas a pasar bajo tu burbuja en toda esta pelea?

— No me confundas con mi amigo: no soy impulsivo como él.

— Me imagino: te emocionas y se te cae la quijada, ¿Verdad? -bromeó Koya mientras continuaba lanzándola bolas de fuego y relámpagos- Ya pareces un paladín.

— ¿Eso fue un insulto o un halago de tu parte? Bueno, no importa. Lo que me interesa es saber de ti y de tus amigos. Es más que obvio que tú y tu hermano son de la Mancomunidad y ese elfo del Magisterium. ¿Pero qué hay del orco y la humana? Hazme un favor y sacia mi sed de conocimiento, chamán.

— ¡No te diré nada, pedazo de cecina!

— Oh, qué lástima. Pero bueno… Nunca dije que tuvieras que hablar.

El sacerdote lanzó un haz de luz blanca contra Koya, envolviéndolo en él y haciéndolo levitar hasta tenerlo contra un árbol. El chamán era incapaz de moverse o de realizar un solo ataque: quedaba claro que el sacerdote estaba usando su Control Mental para inmovilizarlo por completo.

— ¡Suéltame!

— Tranquilo, tranquilo. -respondió condescendientemente- No pienso matarte; al menos no todavía. Como te dije, soy un adicto al conocimiento.

— Ya dije que no te diré nada. ¡Suéltame!

— No será necesario. Verás: así como intuyo que ustedes han aprendido nuevas habilidades en todo este tiempo, nosotros también lo hemos hecho. -los ojos de Kristhopherson comenzaron a brillar- Ahora leeré ese maravilloso libro que tienes dentro de tu mente, joven tauren.

Sin nada que hacer por impedirlo, y pese a sus esfuerzos por resistirlo, Koya sintió como el sacerdote no-muerto usaba su Visión Mental para ver dentro de su cabeza. Poco a poco, Kristhopherson aprendió muchas cosas, empezando por los nombres de Koya y sus amigos, de dónde venían y las vivencias de su viaje. Supo también del don de Koya, e incluso del verdadero motivo de su viaje; cuando estaba por descubrir más detalles, sintió una fuerte embestida que lo arrastró hasta unos arbustos en la cercanía: Okrorio lo había golpeado con su cuerpo, interrumpiendo la lectura de mentes, y liberando al tauren del control mental.

Kristhopherson se había concentrado tanto en su lectura, que se había olvidado de estar alerta ante posibles intrusos. Ya en el suelo, el chamán seguía algo aturdido, pero libre de moverse; su amigo orco se acercó para comprobar su estado. En su cabeza sólo cabía la pregunta que lo carcomía ¿Cuánto sabía ahora ese no-muerto?

— Koya, ¿Estás bien?

— Sí… Sí; estoy bien. ¿Qué pasó del brujo?

— Lo perdí por un segundo, pero ya volverá. Vi que te metiste en la jungla y quería asegurarme de que no te mataran tan fácil.

— Ja. -lanzó una carcajada en seco mientras se sacudía el polvo- No soy tan inútil: ahora vayamos con ese brujo.

— ¿Qué hay del sacerdote? -preguntó Okrorio- Creí que era tu prioridad.

— Ahora me preocupa más el perro sarnoso. -insistió Koya, que si bien quería asegurarse de que el sacerdote no se le escapara, sabía que el brujo era más peligroso por su impulsividad- Vamos a encontrarlo; no me imagino como lo dejaste.

— Seguro estará algo enojado.

A volver al pueblo, se encontraron con un Luisón mucho más enfurecido de lo habitual, lanzando espuma por la boca, mostrando sus colmillos y rodeado de un aura verde vil impresionante; no había invocado nuevamente a su abisario, pero intuían que traería algo peor. Powaq, Nahlia y Jaeger -Beruna se quedó a atender a los heridos- volvieron al campo de batalla para encontrarse con el mismo escenario.

¡ME LAS PAGARÁN, NIÑATOS INFELICES!

— Te dije que estaría enojado, Koya.

— ¡¿Pero que han hecho ustedes dos?! -exigió saber tras ver percatarse del brujo tan alterado- ¡Tenían que alejarlo, no hacerlo enojar!

— Meterse en su camino iba a hacerlo enojar, Powaq. -comentó Jaeger- Mejor acabemos con él antes que haga algo estúpido.

— Opino igual.

— ¡Ven a mí, Ny…!

— ¡Detente, Luisón!

Instantáneamente el brujo quedó completamente paralizado y envuelto en la misma luz blanca que había retenido a Koya; pronto se dio cuenta que cada uno de ellos también estaba en la misma situación, sin poder mover un músculo pese a sus esfuerzos. Fue entonces que lo vio: era el sacerdote no-muerto, saliendo de entre los arbustos y con una mano extendida en dirección a su amigo, y la otra hacia los demás. ¿Era más poderoso de lo que aparentaba? ¿Los mataría ahora que tenía oportunidad?

— ¡Estás vivo, Kristhoph…! ¡Bien por ti, amigo! Ahora... ¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡Suéltame!

— Luisón, Luisón, Luisón… ¿En serio pensabas traer a tu más poderoso demonio por una minucia como esta?

— ¡Se lo tienen merecido! -gruñó el- ¡Insultaron a la Dama Oscura!

— Ajá…

— ¡Y me llamaron telita!

— ¿Cuántas veces debo decirte que controles tu ira? -lo ninguneó como si se tratara de un niño pequeño haciendo un berrinche- La última vez que invocaste a esa bestia, acabaste con todos los necrófagos en aquella exploración de los Yermos del Este… y la mitad de los soldados que nos acompañaban.

— Fue una buena cosecha de al... ¡Olvídalo! ¡Mata a estos idiotas!

— Ha habido cambio de planes. -contestó sombríamente- Debemos irnos. -Luisón estaba por reclamarle pero Kristhopherson continuó en seco- Ahora.

Con sus poderes, trajo a Luisón cerca de sí y lo mantuvo vigilado para que no intentara nada; mientras el brujo daba las espaldas a Koya y los demás, Kristhopherson no los perdía de vista mientras retrocedía de espaldas.

— Han tenido suerte por ahora, pero no se confíen. -agregó el sacerdote mientras los mantenía inmovilizados; Koya creyó ver una sonrisa extraña en esa boca desprovista de labios- Nos volveremos a ver.

Sin decir más, lanzó un hechizo silenciador envuelto en una luz muy intensa que encegueció a todos alrededor, que aprovechó para escapar junto a su amigo el brujo. Minutos después, Koya y sus amigos yacían en el suelo, recuperándose de la ceguera y la parálisis; Beruna y otros druidas acudieron de inmediato a socorrerlos por si tenían alguna herida grave, pero estas eran sólo raspones provocados por la caída.

— ¿Qué sucedió aquí? -preguntó Beruna- ¿Están bien? ¿Dónde están esos monstruos seguidores de Sylvanas?

— Se fueron. -respondió Nahlia, visiblemente tan confundida como los demás- Simplemente se fueron. Eso fue…

— Muy raro. -completó Powaq- Entendí que nos siguieron por mi energía druídica, pero. ¿Por qué se fueron?

— Pudieron habernos matado, pero no lo hicieron.

— Fue el sacerdote, Okrorio: él impidió que ese brujo enloqueciera y arrasara con todo.

— ¿Pero por qué, Koya?

— Pueden hacerse esas preguntas después. -insistió la druida- Tenemos que asegurarnos que todos estén bien.

Beruna ordenó que algunos druidas fueran a vigilar los alrededores del pueblo en caso de que aquellos intrusos regresaran, mientras Koya y sus amigos buscan calmar los ánimos del pueblo, bastante nervioso ante tan terrible y desagradable visita.

Tras ayudar a los heridos y comprobar que no hubo bajas fatales, el pueblo buscó retomar sus rutinas diarias; Beruna incluso llevó a Koya y sus amigos a desayunar en el comedor del hotel, donde pudieron relajarse y disfrutar de una comida abundante. Casi terminado el desayuno, una de las compañeras de Beruna vino con un breve reporte: no había señal de los extraños de la Sociedad de las Sombras, habiéndose perdido toda pista de ellos, pero tampoco había señal de que regresaran. ¿Dónde podrían estar?


Kristhopherson y Luisón había aprovechado la "cortina de luz" para alejarse lo más lejos posible del pueblo y buscar un lugar donde los druidas no pudieran hallarlos: ese lugar fue junto a unas rocas en el límite mismo de la Hojarasca, donde sus dominios chocaban abruptamente con la árida soledad del Yermo Central de Kalimdor, sólo que en el lado oeste, suponiendo que los druidas creyeran que tenían pensado volver a los Reinos del Este.

— ¿Por qué impediste que los matara? -gruñó Luisón, quien se había quejado en todo el escape como- ¡Los teníamos en la palma de la mano!

— Me alegra que te preocupe mi bienestar, sabiendo que un orco guerrero me derribó, y que mi cuerpo no es tan fuerte.

— No me malentiendas: me alegro que estés bien, amigo mío. ¡¿PERO POR QUÉ RAYOS NO ME DEJASTE MATARLOS A ELLOS Y A TODO ESE PUEBLO DE ABRAZAÁRBOLES?!

— Cálmate: te comportas como niño chiquito al que le quitan su caramelo.

— Las almas en pena y los huesos de los muertos son deliciosos, ¿Sabes? -el relamido de Luisón se escuchó metros a la redonda y su saliva salpicó al sacerdote- Lo siento.

— Ignoraré ese comentario... y la baba -respondió indiferentemente tras sacudirse semejante asquerosidad, Luisón se sonrojó de la vergüenza momentáneamente- No creo que debamos apresurarnos: leí la mente de ese chamán.

— ¿La vaca lanzarrayos? ¿Y qué hallaste? Algo interesante, espero.

— Posiblemente. -contestó- El orco interrumpió mi visión mental, por lo que no conseguí mucha información, pero te diré esto: es un tauren muy especial.

— Espero que sea lo bastante interesante para la Dama Oscura.

— Oh, lo será. Sólo debemos seguirlos hasta que lleguen a su destino, y una vez que averigüen lo que fuesen a averiguar, obtenemos esa información y los matamos. ¿Qué te parece?

— Demasiado complicado, pero me anoto. ¿Y a donde van esos mocosos?

— Mulgore.


Había llegado la hora de partir: tras el desayuno, Koya y sus amigos habían tomado la decisión de abandonar Villa Remanso cuanto antes para evitar que aquellos sujetos de la Sociedad de las Sombras volvieran a atacar, y también para calmar a los aldeanos que aun buscaban recuperarse del susto vivido horas antes. Powaq, que aún no había aprendido del todo a manejar aquella vegetación de la Hojarasca, no se negó: sabía que era lo que tenían que hacer.

El Consejo de Villa Remanso les estaba agradecido a Koya y a sus amigos el haberlos ayudado a repeler a los intrusos, pero también les recordaron que velaban por la seguridad y el bienestar de su comunidad: era una manera amable de pedirles cortésmente que se fueran cuanto antes, si bien nunca les prohibieron el regreso. Beruna acordó llevarlos hasta el exterior de la Hojarasca junto a Jyn, donde ellos podrían seguir su camino en dirección a Nueva Taurajo.

Durante el camino, no hubo mucha conversación, más allá de alguna que otra observación de Niles, que había permanecido casi todo el tiempo dentro del Gnoblin 5000 de Nahlia; ella, Jaeger y Okrorio permanecían en silencio, pero los mellizos tauren, si bien no pronunciaban palabra, se los veía visiblemente pensativos, como si quisieran decir algo, pero se lo guardaran para sí: Koya se preguntaba en su mente repetidas veces qué tanto había aprendido el sacerdote no-muerto tras usar con él su Visión Mental, y si de verdad lo volverían a ver, y Powaq se lamentaba de no haber aprendido a manipular la vegetación de la Hojarasca.

Beruna, que junto a Jyn abrían camino manipulando a las plantas más salvajes para mantenerlas a raya, se percató de ello y trató de levantarle el ánimo.

— Si recuerdas bien lo que te enseñé sobre el escuchar a las plantas, y a la Gran Madre Tierra, de crear una conexión con ellas, te escucharán, y harán lo que les pidas.

— Entiendo.

— Lo que impide que puedas crear ese vínculo es tu propia mente: para nosotros que vivimos en la Hojarasca, son simples plantas; para ti son especies mutantes. Pero siguen siendo plantas, y como druidas, te debe de ser fácil relacionarte con ellas.

— Cuando intentes usar tu cloroquinesis con la vegetación en la Hojarasca, -continuó Jyn- ten en mente lo siguiente: siguen siendo plantas, siguen siendo hijas de la Gran Madre Tierra.

— Gracias por sus consejos.

— Es lo mínimo que podemos hacer después de un entrenamiento tan corto.

Hora y media más de caminata, llegaron a los límites de la Hojarasca, donde volvieron a ver el agreste paisaje de los Baldíos con una notable novedad: a lo lejos, en la lejanía, se podían ver unas siluetas cuasiesqueléticas sobresaliendo del horizonte. Restos de edificios de Nueva Taurajo.

— Hasta aquí podemos llegar. -dijo Jyn- El consejo no nos permite alejarnos mucho de la Hojarasca.

— Supongo que aquí nos despedimos. Lamento que nuestra presencia les haya ocasionado tantos problemas.

— No es necesario disculparse, Koya; supongo que era algo inevitable que tarde o temprano nos pasara algo así. Debemos de estar más preparados. -Beruna continuó, mostrándose más optimista- Pero es bueno saber que hay buenas personas en quien confiar fuera de nuestra "burbuja".

— Espero que haya más gente buena allá afuera y menos de esos dos locos. -añadió Nahlia, en referencia a Luisón y Kristhopherson- Es lo último que necesitamos.

Nahlia aconsejó dejar a Powaq a solas con Beruna, por lo que los demás la siguieron hasta estar lo suficientemente lejos como para no molestarlos. Aunque Koya y Jyn ya sospechaban a qué jugaba Nahlia, le siguieron la corriente de que no sabían nada y dirigieron su mirada a la lejana Nueva Taurajo.

— Supongo que… no volveré a verte.

— No supongas nada. -le contestó Powaq- Siempre existe la posibilidad de que vuelva.

— Por lo menos trata de no morirte, ¿Sí?

— Lo voy a intentar.

— Powaq… Hay algo que olvidé decirte: con todo del entrenamiento y los malvados esos que vinieron.

— ¿Sí? ¿Qué es…?

La tauren no pudo decírselo, pues los hechos acabarían por hacerlo en su lugar: primeramente se oyó el sonido de la tierra desmoronándose, seguido una cortina de polvo y de los gritos de Nahlia y los demás siendo atacados por "algo". Ambos druidas corrieron para ayudar mientras veían entre el polvo como Okrorio luchaba contra algo golpeándolo con un mazo.

Pero no llegaron a tiempo: al disiparse el polvo, solo llegaron a ver un agujero bastante grande en la tierra y la parte posterior de lo que parecía ser un insecto gigante parecido a un escarabajo. Koya y Nahlia no estaban allí.

— ¡¿Qué fue lo que pasó?! -exigía saber Powaq; su voz sonaba sumamente alterada, y con mucha razón al no ver a su mellizo, ni a su amiga- ¡¿Dónde está mi hermano?! ¡Okrorio! ¡¿Dónde está mi hermano?! ¡Dónde está Nahlia?! ¡¿DÓNDE ESTÁN?!

— Se... los llevaron.

— ¿Quiénes?

— Los silítidos. -acabó diciendo Jyn de manera apesadumbrada, arrastrando sus pezuñas contra el suelo en señal de derrota- Nos tomaron de sorpresa, trataron de llevarnos a todos, pero…

— Se llevaron a Nahlia y a tu hermano; lo siento. -completó Jaeger, miró hacia el agujero- ¿A dónde los llevan, Beruna?

— A Nueva Taurajo. -la tauren hizo una incómoda pausa antes de continuar; en el fondo temía lo peor para los desaparecidos- Creemos que allí tienen su colmena; posiblemente del zoológico en donde los estudiaba Naralex antes de la guerra.

— …

— Por eso tenemos prohibido alejarnos de la Hojarasca; los que se han atrevido a alejarse…

— Iré por ellos.

— Pero Powaq…

— ¡Iré por ellos, Beruna! ¡NO ME IMPORTA SI TENGO QUE PELEAR CONTRA LA COLMENA ENTERA! Son mi hermano y mi amiga.

— Y mis amigos. -añadió Okrorio, con mazo en mano- Hora de aplastar bichos.

— Debemos irnos de inmediato. -dijo el forestal- Hay que aprovechar cada minuto.

— Vuelvan a su pueblo, Beruna. Gracias por la ayuda.

— Buena suerte, Powaq. -acto seguido, le dio un beso la mejilla- Que la Madre Tierra te proteja… y me permita verte de nuevo.

Continuará…