Capítulo 10: Nueva Taurajo.

Koya se sentía algo agotado, adolorido e incómodo al abrir los ojos: su cama estaba empapada en sudor, como si hubiera dormido en el desierto de Tanaris y no en una habitación en los frescos bosques de Feralas. ¿Qué había hecho anoche? Estaba en ropa interior, pero no había ninguna chica a su lado… para su desgracia. ¿Una fiesta? No; no se sentía borracho, aunque con una ligera jaqueca. ¿Se había desvelado? No lo recordaba.

Apoyó sus pezuñas en el suelo de madera de su habitación, se puso un par de pantalones cortos y tomó una ducha para limpiarse el sudor antes de ir a la cocina, donde ya lo esperaba su familia para el desayuno. Al igual que él, su hermano Powaq estaba con el pecho al descubierto; aunque era normal, dado que los tauren no eran demasiado pudorosos, Koya lo hacía por sentir algo de calor.

— Buenos días, hijo. -saludó su madre mientras estaba con una sartén en la mano-¿Cómo amaneciste?

— Eh… Bien, mamá. -Koya tomó asiento- ¿Y ustedes?

— Dormimos bien. -respondió su padre con serenidad- Pero tú parece que tuviste una mala noche.

— Algo así…

— Dime, hermano. ¿Está todo bien?

— Pues…

— Powaq: deja que tu hermano desayune primero. -la mujer dejó un plato con huevos revueltos, tocino y un plato con fruta frente a su hijo chamán- Deben ir a la Academia Malfurion antes de que sea tarde.

— Pues… verás…

Mientras desayunaba, Koya comentó sobre el sueño que había tenido: algo sobre un viaje hacia el yermo con Powaq, un encuentro con un orco, un elfo de sangre y una humana, ciudades bajo tierra… Sonaba tan fantástico que su madre rio de manera risueña para luego desentenderse.

— Viviste una gran aventura, ¿Eh, Koyita?

— Mamá… Ya estoy demasiado grande para que me llames así.

— De todos modos, fue sólo un sueño fantasioso. -concluyó su padre- No hay razones para ir al Yermo Central.

— ¿No crees que fue fruto de tus ataques, Koya?

— No sé, Powaq. -respondió confundido antes de beber un vaso de jugo de un trago- No lo sé…

— Lo que sí sé es que ustedes deben de llegar temprano antes que sus profesores. Así que vayan a vestirse rápido.

— Cierto, mamá. ¡Vamos, Koya! Sólo tienes que espabilarte y todo estará bien.

— Trataré, Powaq.

##########

Nahlia despertó abruptamente, levantándose velozmente de su cama y jadeando nerviosa, para después tomar algo de aire. Al ver en dónde se encontraba, quedo totalmente atónita: era su habitación, la de su casa, en la Ciudad-Búnker. ¿Acaso todo fue un…?

— Señorita Nahlia…

— ¿Ni… Niles?

— Sí, señorita. -asintió el robot, flotando al lado de su cama- La oí despertarse con cierto tono de sorpresa. ¿Durmió bien?

— No sé… tuve un sueño muy… complejo. -la chica acarició su cabeza- Niles, ¿Mis padres…?

— Están en el comedor, señorita: la están esperando para desayunar.

Esa oración la hizo salir de la cama y cambiarse rápidamente de ropa para correr al comedor y comprobar que en efecto, sus padres estaban allí, saludándola con una sonrisa; la chica no pudo contenerse en dar un abrazo fuerte y cariñoso a sus progenitores antes de tomar asiento en la mesa.

— ¿A qué se debe tanto cariño? -preguntó su madre con una radiante sonrisa-

— Es que… tuve una pesadilla, en la que ustedes… Bueno… no estaban.

— Debió ser el efecto de haber entrenado fuera de la Ciudad-Bunker. -aclaró su padre- El mundo exterior debe de ser horrible.

— ¿Entrenamiento?

— Volviste tarde y muy agotada, ¿No lo recuerdas?

— Ohh… -asintió algo mareada y confundida- Cierto, mamá.

— Niles, ¿Podrías prepararle el desayuno a Nahlia, por favor? Tal vez algo de comida la haga sentir mejor.

— Como diga, madame.

— Mientras tanto, podrías contarnos sobre tu sueño; suena interesante.

— Pues…

La chica pelirroja contó sobre su entrenamiento, el elfo que la perseguía, los hermanos tauren que conoció junto a un guerrero orco, y sobre una aventura en el yermo. Su padre acabó silbando de asombro por dicho relato al momento que Niles le sirvió a Nahlia un plato de huevos revueltos, tostadas y un vaso de jugo de bayas.

— No me sorprende que hayas tenido una pesadilla: los orcos son realmente temibles, y los elfos de sangre unos traicioneros.

— Supongo… Pero los tauren me caían bien; especialmente el que se llamaba Powaq.

— A los tauren los llamaban los gigantes nobles; dicen que se hubiesen unido a la Alianza si los hubiésemos convencido. No me sorprende que en tu sueño te hayas hecho amigo de uno.

— Tienes razón, papá. Pero era tan real… -pensó ella- ¿Realmente fue sólo un sueño?

— Señorita Nahlia; debe espabilarse o se quedará dormida. Tiene un gran día por delante.

— Gracias, Niles. Y gracias por la comida.

— No hay de qué, señorita.


Por lo general, Powaq era alguien de actitud bastante serena y calmada, algo que para alguien que entraba en contacto con la naturaleza y aprendía de sus secretos era normal; tal vez, era bastante calmado para la mayoría. Sin embargo, cuando se trataba de alguien apreciado por él estando en peligro, y más si era su hermano, su actitud cambiaba a una más decidida y asertiva.

Aunque al principio siguió a sus amigos -quienes iban en motocicleta- por las inhóspitas sabanas de Los Baldíos, acabó adelantándolos al tomar forma de cuervo de tormenta y volar en dirección a Nueva Taurajo. Sabía que estarían bien, pero él tenía que encontrar a Koya y Nahlia cuanto antes.

— Realmente está preocupado por ellos, ¿Eh?

— Es su hermano mellizo, elfo. -gruñó Okrorio en voz baja y con sus manos fuertemente aferradas al manubrio de su motocicleta- Es normal que se preocupe por él… y por Nahlia.

— No sé si te has dado cuenta, pero estamos en desventaja: tú y yo no tenemos poderes semejantes a los de ellos, y Powaq, bueno…

— No me digas que piensas rendirte y abandonarlos así nada más.

— Claro que no, pielverde: sólo evalúo la situación analíticamente.

— Ajá…

— Otra cosa: si no mal me acuerdo, Nueva Taurajo fue blanco de uno que otro ataque con bombas nucleares en sus alrededores. ¿Me equivoco?

— Mierda, no: tienes razón. Hay que aplicarnos nuestra medicina antirradiación. Ojalá que Powaq no sea tan impulsivo y use esos sesos bovinos superdotados que tiene.

Okrorio pisó el acelerador siguiendo la abandonada Autopista Dorada a la citada ciudad, en parte lamentándose de no usar su montura de lobo, pero que en esta ocasión sería bastante lenta, por no decir que pondría en riesgo a su montura por esos lares contaminados. Era pleno día y no había ninguna nube en el cielo, lo que por un lado era bueno, pues las lluvias en el yermo podían ser peligrosas, y más aún las tormentas de radiación de las que se había oído hablar.

Llegado casi el mediodía, pasaron por los restos de un antiguo y abandonado suburbio con varias casas dispersas, abandonadas y derruidas. Vieron una silueta en una colina cercana que reconocieron como Powaq; Okrorio fue a esa dirección y estacionó la motocicleta en las cercanías antes de bajarse junto a Jaeger e ir junto al druida.

— Llegaste antes: eso me sorprende.

— Se tardaron demasiado. -los reprendió el druida con una dureza inusual en él, pero sin pasarse de grosero- Lo importante es que están aquí.

— ¿Qué es eso que tienes entre las orejas? -señaló Okrorio- ¿Son flores?

— ¿Huh? -Powaq se tocó el espacio entre sus orejas sintiendo el pequeño ramillete- Me las dio Beruna, como gesto de bondad. Qué bueno que no se me cayeron, pensó.

— See, claro…

— Olvídate de eso, Okrorio: tenemos cosas importantes que hacer.

— Eso de allá es… Por la Fuente del Sol.

— Nueva Taurajo.

A la distancia se observaban las siluetas de edificios de mediana altura levantándose sobre la sabana: todos carbonizados y derruidos, coronados por retorcidos pilares de acero, evidenciando haber sido uno de los lugares más golpeados por la guerra.

Tiempo atrás, Nueva Taurajo había sido una de las ciudades más importantes de los tauren, junto al Cruce, Villa Pezuña de Sangre o la misma capital. Construida sobre los restos del Campamento Taurajo tras la ejecución de Garrosh Grito Infernal, Nueva Taurajo prometía consolidar la presencia de los tauren en el sur de los Baldíos, así como un nuevo comienzo para afianzar la paz entre la Alianza y la Horda. No era de extrañar que pocos años después se estableciera un acuerdo de hermandad y cooperación con Nueva Theramore, al punto que era normal no sólo el comercio sino la llegada de turistas y migrantes entre aquellas ciudades; de hecho, se llegaron a establecer dos barrios en ambas ciudades con poblaciones migrantes: "Little Taurajo" en Nueva Theramore con población tauren, y "Theramore Town" en Nueva Taurajo, con una presencia mayormente humana, pero también elfa y enana.

Con los años, y la construcción de la Autopista Dorada, así como el intercambio comercial con Nueva Theramore y el resto de la Horda, Nueva Taurajo creció hasta convertirse en una importante ciudad con minas, fábricas y granjas en las afueras, así como suburbios, negocios, casas, apartamentos y negocios, respetando en lo posible la naturaleza. A pesar de ser un pueblo muy antiguo, la anterior vida nómada de los tauren les privó de una tradición arquitectónica elaborada, por lo que adoptaron como base la arquitectura humana y enana para sus nuevos edificios y darles un toque de su propia cultura.

Para cuando inició la Cuarta Guerra, y los tauren ya llevaban años fuera de la Horda y enemistados con los orcos, Nueva Theramore acudió en su ayuda siempre que pudo, pese a las negativas de la Junta Militar de Ventormenta que aún veía a los tauren como miembros de la Horda. Desafortunadamente, esto la volvió blanco de ataques tanto de los orcos como de los humanos de los Reinos del Este, y en consecuencia, fue víctima de varios ataques con misiles nucleares, destruyendo la ciudad, matando a buena parte de su población, y forzando a sus supervivientes a abandonarla en busca de refugio.

Actualmente, la ciudad permanecía en ruinas, aunque no deshabitada: por lo que Okrorio, Jaeger y Powaq podían llegar a ver, en algún punto los silítidos que había criado Naralex para estudiarlos lograron escapar y construyeron su colmena sobre -y posiblemente también bajo- la ciudad. Estructuras orgánicas de quitina en tonos naranjas, violáceos y rojizos, con forma de largos colmillos, garras o pinzas sobresalían en sectores de la abandonada ciudad. No había actividad, al menos alguna que pudiesen ver desde su posición.

— Ese Naralex es un imbécil. -soltó Jaeger- No sé en qué estaba pensando ese estúpido elfo salvaje al criar a esas cosas. Sé que es tu maestro, Powaq, pero tengo que decírtelo.

— Si esas cosas llegan a expandirse al resto del continente… Que los espíritus nos protejan.

— De momento, no parecen interesados en expandirse, Okrorio. En fin: tenemos que ir por Nahlia y Koya.

— Suponiendo que…

— ¡Ellos están vivos, lo sé! -gritó con indignación, alarmando al orco y al elfo- ¡No pienso dejar que esos bichos se los coman!

— Entiendo que te preocupes por tu hermano: a mí también me importan Koya y Nahlia. Pero hay que pensar las cosas detenidamente y no lanzarse a lo loco.

— Un orco siendo estratega: que inusual.

— Búrlate todo lo que quieras, forestal, pero hablo en serio. Los silítidos no son motivo de broma. Antes que nada, debemos inyectarnos nuestra medicina antirradiación para entrar a la ciudad.

Powaq asintió en silencio y procedió junto a sus amigos a inyectarse el medicamento: como Nueva Taurajo había sido blanco casi directo de ataques nucleares, no podían arriesgarse. Tras aplicarse la inyección, comenzaron a pensar en un plan.

— ¿Alguno ya lidió con silítidos antes? -preguntó Okrorio- Yo viví toda mi vida en una Ciudad-Búnker.

— No, para nada.

— No: la colonia de Feralas fue exterminada años antes de la guerra, así que nunca tuve oportunidad de conocer uno en persona. Sé algunas cosas sin embargo: de que actúan como una especie de mente-colmena, que cada miembro tiene una función, que son creación indirecta de C'thun o como se llame ese Dios Antiguo.

— ¿Alguna debilidad clave?

— No que yo sepa.

— ¿Y para qué demonios tu maestro cerebro de ardilla estudió a esos bichos por más de cien años? ¿Me quieres decir que no halló nada útil?

— Mi shan'do Naralex no habla mucho de eso la verdad.

— Genial. -gruñó Okrorio rechinando sus dientes- Primero crea un infierno botánico y luego cría a los bichos más peligrosos de Azeroth por NADA.

— Si mal no recuerdo, algunos silítidos pueden volar: puedo mandar a Benu para que explore desde el aire y nos cubra junto a Powaq, ya que también puede volar.

— Mala idea, Jaeger: tu dracohalcón estaría demasiado expuesto, y Powaq es el único con magia de algún tipo entre los dos. Lo necesitamos en tierra.

— Mis poderes podrían estar algo debilitados por el daño ecológico de la zona; no estaría muy seguro de ser una garantía.

— Por los espíritus… -Okrorio se dio un palmazo en la sien- Dime que al menos sabes usar un arma.

— ¡Claro! Tengo un bastón, un par de dagas…

— Mejor conviértete en tu modo felino y descuartiza todo bicho que nos ataque en el camino, y usa tus poderes de abrazaárboles sólo cuando lo creas necesario y para curarnos, ¿Entendido? -Powaq asintió- Jaeger, ¿Que arma tienes?

— Una ballesta, un rifle láser, una escopeta corriente y un arco con flecha.

— Bien: yo usaré mi hacha de doble filo y tú tu rifle láser para ahorrar la carga; cuando diga que cambiemos armas, usarás tu ballesta u otra arma que no requiera celdas de energía mientras yo cambio a mi rifle de plasma. ¿Entendido?

— Ehm… ¿Quién te volvió el líder?

— Mi entrenamiento de soldado, mi fuerza y tamaño superior a la tuya, la ausencia de Koya, la inexperiencia de Powaq, y el hecho de que a nadie se le está ocurriendo otra idea. ¿Respondí a tu pregunta? -Jaeger y Powaq asintieron en silencio- Así me gusta: Vamos a entrar a la ciudad con mucho cuidado, despejar el camino, buscar una entrada a la guarida subterránea de esos bichos y de ahí buscar a Koya. Powaq, ¿Puedes localizarlo con tu Gnoblin 5000?

— Sí.

— Bien: una vez que localicemos una entrada a la colmena bajo tierra, vas a usar tu modo de sigilo para buscar a Koya y a Nahlia, y una vez que lo encuentres, nos mandas una señal e iremos a limpiar el camino.

— Me agrada el plan, aun viniendo de un orco.

— Ahora dejemos la charla de draeneis pacifistas y vamos a ese nido de bichos.

El grupo de tres asintió al unísono y emprendieron el rumbo a la abandonada y ruinosa ciudad. Pasaron sin pena ni gloria por los abandonados suburbios residenciales hasta adentrarse en los límites del distrito comercial de la ciudad.

Los edificios de ladrillo y hormigón yacían abandonados y con daños menores, siendo resultado de estar lejos de las zonas de impacto, pero las ventanas estaban todas rotas y los postes de luz bastante oxidados y algunos caídos. De momento, no había silítidos, al menos no de tamaño considerable, pero fue un momento para hacerles recordar de un detalle importante.

— Un momento… ¿Acaso los silítidos no venían en varios tamaños, Powaq?

— Ahora que lo dices, Jaeger… Sí, es verdad.

— ¿Y eso acaso importa?

— Pues… ¿Ves ese enjambre de insectos de ahí? -señaló Jaeger al frente: había decenas de insectos del tamaño de avispas que zumbaban a distancia- Son también silítidos.

— Y si tienen mente-colmena…

— Oh, no… ¡Manténganse alerta!

Jaeger desenfundó su rifle, Okrorio sostuvo con firmeza su hacha y Powaq cambió a su modo felino. Había un desolador silencio a sus alrededores; incluso el pequeño enjambre pareció alejarse de ellos con rumbo desconocido. Entonces la tierra comenzó a temblar, formándose un agujero a los pies de Jaeger, que rápidamente salió de allí antes de que salieran cinco atracadores silítidos con forma de escarabajo de coraza verde fluorescente, seguidos poco después de un escuadrón de tres avispas gigantes púrpura.

— ¡Sin testigos! ¡Maten a esos bichos!

Tras dar esa orden, Okrorio corrió hacia el escarabajo más cercano, y tras esquivar varios golpes de sus pinzas, atacó al insecto con su hacha hasta cortarle las pinzas y varias de sus patas antes de partirlo por la mitad e ir por el siguiente; Jaeger disparaba con su rifle láser a las avispas a la par que esquivaba sus disparos de veneno y Powaq atacaba con sus garras a los atracadores hasta despedazarlos con sus garras, vigilando de tanto en tanto que sus amigos estuviesen bien. Como el único con poderes sanadores, debía mantenerse alerta.

El forestal acababa de destrozar a disparos a la tercera avispa y se disponía a hacerlo con la segunda cuando tras un intento de evadir un disparo de veneno, tropezó con una piedra y cayó al suelo soltando su arma, momento aprovechado por la avispa para dispararle un chorro de veneno directamente en su pierna, el cual al ser altamente corrosivo, comenzó a provocarle un ardor tan fuerte que comenzó a gritar de dolor. Sin perder tiempo, y tras matar a un atracador, Powaq fue a socorrerlo tras oír sus gritos mientras Okrorio se encargaba del último atracador y una avispa que merodeaba por ahí.

Powaq llegó junto a su amigo elfo herido, se puso de rodillas junto a él y se preparaba para curarlo con sus habilidades sanadoras cuando advirtió un fuerte zumbido a su espalda y el grito de Okrorio para que se resguarde o huya de ahí… Entonces…

— Hazte a un lado, que me tapas la vista.

El druida obedeció con rapidez, y dejó que Jaeger, con una pequeña pistola láser, disparara contra la avispa haciéndola explotar sobre ellos y salpicándolos de restos de quitina y fluidos corporales babosos. Tras decapitar al último escarabajo gigante, Okrorio corrió junto a ellos a evaluar los daños.

— Buen disparo, muchacho. Ya no habrá testigos. Espero… -pensó en sus adentros-

— Gra… gracias… -jadeó con fuerza y sudando a mares- He hecho… mejores.

— ¿Podrás curarlo y dejarlo como nuevo? No quiero perder a un buen soldado.

— Haré lo que pueda. -contestó limpiándose los fluidos del silítido y parte de su exoesqueleto de la frente- Cúbreme las espaldas.

— Bien, no te tardes.

Las manos de Powaq comenzaron a quedar envueltas en un aura color verde brillante que expelía un curioso aroma a hierbas e imágenes de retoños de hojas, las cuales acercó a la pierna herida del elfo. Okrorio fue testigo como poco a poco las quemaduras por el veneno en la pierna de Jaeger se reducían hasta desaparecer, restaurando la piel y la carne herida a su estado anterior. El elfo sintió como el dolor desaparecía como si nunca se hubiese lastimado.

En pocos minutos, Jaeger fue capaz de ponerse de pie sin problemas, aunque a Powaq se lo veía algo agotado.

— ¿Los poderes curativos de los druidas siempre huelen a hierbabuena?

— Creo… que sí… -jadeó, viéndose algo agitado al respirar- Y no sé… por qué, ¿Cómo te… sientes?

— Como nuevo. -asintió el forestal, visiblemente agradecido- ¿Y tú? Luces algo cansado.

— No es… nada.

— Dijiste que al haber demasiado daño ecológico aquí, tus poderes mermarían un poco. -señaló el orco- Podemos descansar un…

— No. Tenemos que… encontrar a nuestros amigos de inmediato.

— Bien, pero si vas a estar así, al menos bebe algo de agua, o ponte esto. -le lanzó una jeringuilla que para el tauren era casi un alfiler- Te servirá.

— ¿Qué es?

— Un estimulante: contiene una sustancia curativa hecha en un laboratorio. Te ayudará.

— No es lo mejor, pero… gracias.

Powaq tomó con cuidado la jeringa y se la aplicó vía intravenosa: era como una inyección de cafeína corriendo por su sangre. Capaz no era la mejor opción, y tal vez no sea la mejor fuente de energía, pero se sentía más vitalizado; bebió un poco de agua antes de reiniciar la búsqueda en la ciudad, manteniéndose alerta tanto él como sus amigos ahora que había la posibilidad de que los silítidos supieran de su presencia.


La Academia Malfurion había sido fundada por los druidas y chamanes que habían logrado sobrevivir a la guerra casi el mismo año del asentamiento de los supervivientes tanto de la antigua Confederación de Tribus Tauren como de la Nación de Darnassus, siendo nombrada así en memoria del archidruida kaldorei Malfurion Tempestira, quien se había quedado en la isla-árbol de Teldrassil en los últimos momentos de la guerra y había muerto luego de que los orcos lanzaran una bomba Grito Infernal al Árbol del Mundo, borrándolo de la faz de Azeroth junto a toda forma de vida en él.

Una maravilla de la arquitectura kaldorei tradicional y con algunos elementos totémicos tauren, era un complejo edificio en madera y piedra lleno de salones, corredores y patios rodeado de hermosa vegetación que funcionaba como una auténtica universidad especializada no en enseñar una profesión o carrera convencional, sino en las enseñanzas del druidismo y el chamanismo, artes que se enseñaban en alas separadas de la academia. Como era de esperar, en la entrada del edificio había una escalinata dominada por una estatua dedicada al Archidruida Malfurion, junto a otra de la Suma Sacerdotisa Tyrande Susurravientos y del Gran Jefe Baine Pezuña de Sangre, símbolo de la amistad shu'halo-kaldorei.

Al igual que en una universidad convencional, los alumnos se graduaban tras unos cuatro a cinco años de estudio especializado -sus poderes ya se manifestaban desde niños-, pero si bien ya eran considerados druidas y chamanes completos, la naturaleza de su "profesión", implicaba que su aprendizaje continuaba, siendo un mero escalafón en su camino espiritual, sirviendo ahora como "ayudantes" de los maestros más experimentados. Koya y Powaq estaban dentro de este rango, habiéndose graduado hace cuatro años, pero sirviendo ahora de asistentes para sus antiguos maestros.

Koya y su hermano acababan de llegar al edificio para iniciar las clases con sus respectivos maestros: los corredores llenos de estudiantes eran un claro reflejo de la demografía de la Mancomunidad Hyjal: de las principales especies, los tauren seguían siendo mayoría, seguidos por los trolls y los worgen, y los kaldorei o elfos nocturnos los menos numerosos, seguidos de un más reducido número de pandaren e incluso orcos descendientes de los que habían huido de su tierra natal.

Lo cierto era que los elfos nocturnos habían llegado al borde de la extinción tras la aniquilación de Teldrassil y el gran incendio de los bosques de Vallefresno; eso sumado a su baja natalidad, era la razón de su número reducido y apenas en alza. Aunque todos los elfos en la academia eran prácticamente jóvenes y de la edad de los mellizos; muy lejos de los milenarios kaldorei que ejercían como docentes experimentados o los que vivían en Nordrassil.

— Bueno: nos vemos luego, hermano.

— Igualmente.

— Y espabílate un poco para que no te molesten esos sueños raros, jeje…

— Como digas.

Koya y Powaq se separaron para ir junto a sus respectivos maestros; el joven chamán acababa de recordar el salón al que tendría que ir primero, el Salón de Sanación para las clases de curación con agua y caminaba a ritmo normal, aunque algo inquieto desde el desayuno, como si algo lo molestase, aunque no sabía qué.

El Salón de Sanación en el ala de los chamanes era una maravilla de arquitectura por su amplitud, grandes ventanas y tragaluces, paredes de piedra, techo de madera y numerosas fuentes y canales de piedra donde el agua corría constantemente hasta llegar a unos pozos. Si bien era hermoso y relajante, Koya no era el único que se había burlado en alguna ocasión de que esa habitación daba ganas de ir constantemente al baño.

Su maestro, un chamán tauren de sesenta años y pelaje castaño oscuro llamado Bron Cantonublar, lo saludó cordial y respetuosamente; su tribu había tomado el lugar de los Cazacielo como principales líderes chamánicos de los tauren tras el golpe de estado de Magatha, algo que nunca lo molestó.

— Buenos días, Koyaanisqatsi. Que la Gran Madre Tierra te bendiga.

— Buenos días, caminaespíritus. Esta mañana nos toca entrenar habilidades sanadoras, ¿Verdad?

— Y algo de manejo del agua. ¿Estás listo?

— Sí, caminaespíritus.

Los estudiantes, en su mayoría tauren y trolls, además de uno que otro pandaren y orco, oyeron con atención la clase oral de su experimentado maestro, a la vez que la mayoría tomaba apuntes en sus cuadernos; de vez en cuando, Koya complementaba las explicaciones.

Para la parte práctica y demostrativa de la clase, Bron se ofreció como voluntario para hacer de paciente, infringiéndose un pequeño corte en el brazo que Koya debía demostrar como curar: las manos de Koya quedaron envueltas en una especie de aura de aspecto acuático que atrajo algo del agua de uno de los pozos, acercó sus manos a las heridas de su maestro y dejó que aquella aura cicatrizara la herida hasta hacerla desaparecer. La siguiente demostración fue de una curación general: Bron explicaba en qué consistía mientras Koya usaba su poder sobre los estudiantes, haciéndolos sentir algo como una fugaz ducha refrescante y sanadora.

Tras aquellas demostraciones, les tocó el turno a los estudiantes de practicar entre ellos, con sus instructores observando, calificando y dando consejos. Koya hablaba a una joven pandaren sobre su técnica cuando sintió algo extraño en el aire: fue por un instante fugaz, pero de alguna manera lo había alarmado.

— ¿Sucede algo, maestro Koyaanisqatsi?

— Eh… No, nada, Mei Li. Eh… ¿No sentiste algo raro?

— No, para nada: sólo que usted pareció reaccionar a algo.

— Mmm… Bueno, descuida: debió de ser una corriente o algo así.

El resto de la mañana transcurrió con normalidad: la clase de curación duró una hora más para pasar a las prácticas de ataques con agua y luego otras sobre la relación con los elementales. Para la hora del almuerzo, Koya se reencontró con su hermano en la cafetería para compartir su comida; en un momento dado, mientras comían, Koya sintió lo mismo.

— Powaq, ¿Sentiste eso?

— ¿Qué cosa?

— Algo… en el aire, no sé.

— Espero que no sea la flatulencia de alguien.

— Hablo en serio. -dijo sin sentir algo de gracia- Sentí algo raro.

— Tú eres el que controla los elementos, debes de saber todo lo relacionado con el aire.

— No creo que sea algo sobre eso.

— Quién sabe; a lo mejor sólo necesitas espabilarte un poco, hermano.

— ¿Huh?

— Confía en mí: sólo necesitas mantenerte despierto.

— Eh… como digas.

Koya siguió comiendo, pero no pudo sacarse de la cabeza que su sensación era real, y por alguna razón, su hermano actuaba extraño… más extraño de lo normal.

Algo no andaba bien y no sabía qué.

##########

Tras desayunar y despedirse de sus padres, Nahlia abandonó su casa en compañía de Niles a reunirse con sus amigas en el paseo comercial: las clases en la academia de magia habían sido suspendidas por una reunión del profesorado -entre ellos sus padres-, dándole a los estudiantes el día libre.

Las tiendas del paseo comercial rebozaban de actividad y productos variados, en un intento casi perfecto de recrear la vida de antes de la guerra, pero cuando las piedras, gemas, maderas y metales preciosos escaseaban, y los artesanos y vendedores dependían más del reciclaje constante, de la madera producto de las podas a los árboles, de la piedra y metales extraídas y sobrantes de las minas de la Ciudad-Bunker, de las fibras vegetales y seda cultivadas y del bioplástico producto del procesamiento del almidón de las cosechas, había que ser creativo. El dinero no tendría sentido dentro de una Ciudad-Bunker, pero incluso el mismo era una forma de hacer sentir a sus habitantes de que tenían una vida normal.

Su amigas, ambas aprendices de magas como ella, una chica humana de su edad de pelo castaño oscuro recogido en una cola de caballo llamada Lynda, y una chica elfa noble de cabellos rubios platinados y lacios que le llegaban hasta la cintura llamada como la legendaria forestal Alleria, la acompañaban viendo los diversos artículos y chucherías en las tiendas cuyos comerciantes trataban de vender: desde ropa y muebles hasta joyas y algún que otro artículo electrónico u otra chuchería artesanal de valor artístico peculiar.

— ¡Tienes que ver estos vestidos, Nahlia! ¡Están lindísimos! Mira esa seda…

— O estas joyas. -suspiró la elfa frente al puesto de venta- No son de gemas auténticas, pero están divinas.

— Ok, ok, chicas. Por la Luz: no me dan ni para respirar. -comentó mientras miraba unos adornos de estilo gnómico- Todo está precioso.

— Todo muy bonito, pero tenemos que comprar algo. -Lynda señaló un vestido plisado color lavanda- Me gustaría ese, por favor.

— Como diga, señorita.

— Y yo quiero estos zapatos. -señaló Alleria sacando el dinero de su bolsillo- ¿Así está bien?

— Sí, señorita. Gracias por su compra.

— Nahlia…

Nahlia no sabía que comprar: tenía el dinero, pero estaba indecisa ante tantas cosas hermosas. Entonces algo captó su interés en el puesto de un enano de pelo y espesa barba castaño rojizo: piezas de madera y piedra bellamente talladas y pintadas que no correspondían a la artesanía humana, enana y mucho menos elfa o gnómica.

— ¿Le gusta lo que ve, jovencita?

— Estas piezas son…

— Artesanía tauren, sí… O una imitación de lo más perfecta. -sonrió orgulloso el enano- Antes de la guerra, viví muchos años en Nueva Taurajo, estudié mucho sobre su cultura y aprendí a hacer algunas artesanías.

— Ya veo. -los ojos de la chica escudriñaban cada pieza con sumo interés… casi rozando en la… nostalgia? Tomo un objeto que le llamó la atención: tenía varias formas animales- ¿Esto qué es?

— Oh… Es un pequeño tótem en miniatura con las formas en las que los tauren druidas se transforman.

— ¿Druidas?

La mención de esa palabra provocó una reacción incómoda en la chica en forma de dolores de cabeza y un flash de imágenes que apenas pudo procesar… salvo la de un tauren de pelaje blanco, cuernos negros y ojos dorados…

El tauren de su sueño… era un druida.

Powaq…

— ¿Sucede algo, señorita? -preguntaron tanto Niles como el comerciante enano- ¿Está bien?

— Sí, sí… Sólo fue una jaqueca repentina. -se sacudió la cabeza- Me llevaré esto.

— Como guste, señorita.

Tras pagar por la pieza, ella y Niles volvieron junto a las otras chicas, quienes al ver el pequeño tótem, quedaron extrañadas por dicha selección.

— ¿Por qué compraste esa cosa tan… primitiva?

— Sí: había cosas más… bonitas, Nahlia.

— No lo sé, chicas. Sólo captó mi atención y ya. Aunque dudo que un tauren pudiera usar algo tan pequeño como esto.

— Eso no serviría ni como un mondadientes para esas bestias. -espetó la elfa con cierto aire de superioridad- Sólo sabían hacer chucherías.

— Yo no los insultaría tan fácil, Alleria: en Nueva Theramore los consideraban aliados confiables y hasta amigos.

— Me cuesta creerlo, Lynda… Ni modo, ¿Pasamos por el parque? Algo de aroma de bosque nos haría bien para olvidar que estamos bajo tierra.

Nahlia y Lynda estuvieron de acuerdo, y las tres tomaron un monorriel en dirección al Parque Central de aquel nivel de la Ciudad-Búnker. En el camino, Nahlia miraba la ciudad y su actividad diaria con una sensación de melancolía.

Además, aunque la ciudad lucía normal, no pudo evitar sentir algo en el aire. Algo extraño…

— ¿Está bien, señorita? Se ve algo extraña…

— Descuida, Niles: no es nada. Creo que es por mi extraño sueño; algo de aire fresco y húmedo del parque me hará bien.

— Puede ser, o a lo mejor sólo esté algo cansada y necesite espabilarse un poco.

— ¿Cómo?

— Trate de no quedarse dormida.

— Eh… de acuerdo, Niles.


Aparte de los silítidos ocasionales, grandes y pequeños, Nueva Taurajo estaba completamente desierta: no había otros animales, ni normales ni mutados, ni necrófagos ni nada por el estilo. Lo que sí había, entre los escombros, y tirados por todos lados, eran huesos sueltos y esqueletos -algunos carbonizados- de tauren, kodos e incluso de algunos humanos, evidenciando la gran mortandad que hubo en la ciudad hace más de cien años.

A medida que se adentraban a la ciudad, los efectos de la guerra se hacían más notorios, y también las señales de la colmena silítida con sus peculiares estructuras orgánicas sobresaliendo del suelo o entre los edificios, pero de momento ninguna entrada.

El trío hizo una pausa junto a un edificio para beber algo de agua: era poco más de una hora pasado el mediodía y el sol azotaba con su implacable calor.

— ¿Tienes alguna señal, Powaq?

— Algo vaga, Okrorio. El problema es que Koya y Nahlia deben de estar bajo tierra, y necesitamos encontrar una entrada a la colmena, ya que no podemos cavar.

— De momento sólo vamos de aquí para allá buscando en el aire. -comentó Jaeger tras beber de su cantimplora- Necesitamos un mapa.

— Sería una buena idea. -asintió el orco- Podría darnos una idea de dónde comenzar a buscar.

— Creo que eso de allá es una delegación de guardias. Vamos.

Powaq se adelantó a sus amigos y fue en dirección al edificio de dos plantas con las ventanas rotas, la puerta salida de su sitio y el escudo desgastado de la Confederación Tauren sobre el dintel de la puerta. En efecto: era el equivalente a una comisaría de policía humana con su sala de espera, recepción, oficinas, armería… todo en ruinas desde luego. El grupo entró al edificio que apenas se mantenía en pie y encontró el lugar muy descuidado y con varios cadáveres reducidos a huesos.

— Si Koya estuviera aquí, podría decirnos lo que dicen los espíritus de esta gente. Estoy seguro que están aquí.

— Pues de momento no nos sirven de mucho. -comentó Okrorio- Sepárense y busquen algo útil.

Okrorio fue a la armería, Powaq revisó la cocina y Jaeger la oficina del delegado. A pesar de que los muebles para tauren eran ligeramente mayores a los que solían usar los humanos o elfos, Jaeger no tuvo problemas en arreglárselas. Cualquier papel que haya quedado desprotegido se había convertido en polvo; incluso el mapa colgado en la pared se había desteñido casi por completo y era ilegible, por lo que revisó los archiveros y cajones por si hallaba algo similar. Para su suerte, halló cinco mapas plegables en buen estado de conservación y que estaban en lenguaje común.

Hizo llamar a sus amigos de su hallazgo y se reunieron en la oficina del delegado.

— ¿Encontraron algo útil? -preguntó el elfo- Yo hallé los mapas.

— No quedó nada en la armería: y las armas que quedan están obsoletas.

— Hallé algunas medicinas en la enfermería, y comida enlatada en la cocina; capaz aún sirvan.

— Esa comida debió de vencer hace cien años.

— Lo dudo, Jaeger: si lo fabrican los goblin, durará siglos por la cantidad de conservantes que le ponen. Muéstrame, Powaq.

El druida le arrojó una lata de conservas que Okrorio tomó sin problemas: era de fabricación goblin y contenía duraznos en almíbar. Sacó una pequeña navaja para abrir la lata y bebió todo su contenido de un solo trago.

— No sé que me enferma más: tus modales al comer, o que ni te tomaras la molestia de asegurarte que no estuviese envenenado.

— Los elfos siempre tan delicados. -se burló el orco limpiándose la boca con el antebrazo- Las conservas goblin duran siglos estando envasadas, y sus latas resisten la radiación; lo sé: vivía en una Ciudad-Búnker donde los goblins fabricaban gran parte de todo lo que consumíamos. Ahora deja tus caprichos de princesa y muéstranos lo que hallaste.

Jaeger refunfuñó un poco pero luego se calmó y desplegó sobre el escritorio uno de los mapas que encontró: estaba muy bien conservado y su escritura en lenguaje común facilitó que todos lo entendieran. El mapa mostraba una ciudad relativamente grande, aunque muy lejos de las grandes metrópolis que alguna vez fueron Ventormenta, Orgrimmar o Nueva Theramore, con varias calles, avenidas y plazas.

— Estamos aquí… -el índice de Okrorio señaló en el mapa- Aun falta para el centro de la ciudad. ¿Dónde podría estar la entrada a la colonia?

— Podríamos empezar por el zoológico, ¿No? -sugirió el elfo- De allí tuvieron que escapar y comenzar a cavar.

— O podría ser también aquí. -Powaq señaló en el mapa- Hay un gran parque cerca de Theramore Town.

— Estos humanos y sus parques… Sí, es una buena opción para empezar la búsqueda… aunque no descartaría también este lugar. -señaló con su dedo- Una arena de gladiadores en una ciudad tauren, ¿Quién lo diría?

— Algunas costumbres se mantienen, Okrorio. -respondió el druida- No sé, pero creo que sería mejor separarnos para cubrir más terreno.

— Odio decirlo, pero tienes razón. Debemos encontrar esa entrada pronto, o perderemos más tiempo. Iré a la arena de gladiadores.

— Tomaré el zoológico.

— Me queda el barrio humano. -Jaeger se encogió de hombros- Ni modo.

— Supongo que cada uno de nosotros es capaz de cuidarse solo. -los tres asintieron- No descuiden sus signos vitales, aplíquense la medicina sólo cuando lo crean necesario y mantengan el contacto con radio. El primero en encontrar algo que pueda ser la entrada, lo comunicará a los demás, y no hará nada hasta que estén todos reunidos. ¿Entendido?

— Sí.

Cada uno tomó un mapa y lo introdujo en su Gnoblin 5000 para que lo añadiera a su base de datos y tener una mejor guía. Tras comprobar su nivel de radiación, los tres abandonaron la delegación y se separaron rumbo a tres diferentes puntos de la ciudad.


Koya siguió su rutina habitual como asistente, ahora siendo soporte en la clase de historia sobre el chamanismo en Azeroth, pasando por las tradiciones de varias de las especies nativas, así como de los orcos, y mencionando a figuras emblemáticas como Rehgar, Muln y hasta Thrall. En medio de la clase, una joven tauren de apenas veinte años levantó la mano y preguntó tímidamente sobre Magatha, lo que hizo que toda la clase quedara en silencio.

El joven chamán de ojos azules frunció el ceño y sintió como la electricidad estática corría por sus manos en señal de disgusto mientras miraba a la joven con recelo. Era joven y bella, sí, algo tímida, y de pelaje negro con algunas marcas de pintura corporal blanca en su cara y brazos: claramente era miembro de los Tótem Nocturno, la rama de los Tótem Siniestro que había permanecido fiel a la Horda y a la Confederación de Tribus Tauren; se habían cambiado el nombre hace más de un siglo para cortar todo lazo con la facción de Magatha, y aunque habían demostrado su lealtad en más de una ocasión, algunos seguían desconfiando de ellos, entre ellos Koya. ¿Cómo confiar en los descendientes de los que masacraron a tus antepasados?

Toda la clase sabía que Koya era miembro de los Cazacielo, tribu casi erradicada por los Tótem Siniestro. ¿Por qué esa joven haría esa pregunta?

— ¿Por qué preguntas sobre ella?

— Pues… yo sé que había sido una chamán muy podero…

— También una asesina.

— Lo sé… Discúlpeme: sé que es un tema muy delicado para usted.

— De todos modos… -interrumpió el maestro Bron- es una buena idea que sacaras ese tema a debate. Es incuestionable que Magatha nació con innatas habilidades espirituales y las manifestó desde muy pequeña: por desgracia, su envidia y sed de poder la cegaron, y acabaron siendo la causa de que perdiera su conexión con los espíritus. Esa es una lección para todos ustedes de no dejarse llevar por la ambición y el odio, o acabarán perdiendo su don, o convertirse en chamanes oscuros.

— El caminaespíritus Bron tiene razón. -asintió Koya; muy a su pesar, pero estaba de acuerdo con su superior- Magatha es un ejemplo de un camino que como chamanes, no debemos seguir.

— ¿Qué pasó de ella? -preguntó un joven troll- Sólo séh que despuéh de su intento de causar otra guerra entre la Horda y la Alianza desapareció.

— No se volvió a saber de ella; presumiblemente murió en el exilio. -contestó Bron- Bien, jóvenes: si bien agradezco el debate, debemos continuar con la clase de historia. Hablemos un poco del Anillo de la Tierra.

Aún después de la explicación de su superior, Koya se sintió algo incómodo el resto de la clase: oír el nombre de Magatha incomodaba a cualquiera, y más a alguien de los Cazacielo; y aunque claramente la joven no trataba de justificar las acciones de la vieja mujer, una parte de él lo sintió así.

Además, en medio de la clase, volvió a sentir algo inusual en el aire: no una perturbación en las corrientes, sino más bien algún tipo de olor o fragancia muy, pero MUY sutil, pero que sabía estaba ahí. Ni su espíritu del aire lo ayudó a aclarar sus dudas, lo que lo volvía más extraño.

La lección de historia duró una hora y media más hasta que llegó la hora de la salida y los profesores y estudiantes regresaran a casa; Koya se reencontró con su hermano en las afueras de la academia para dar una vuelta por la ciudad y disfrutar del resto del día; ninguno tenía ninguna prisa por volver a casa. El día estaba tranquilo, el aire templado y ligeramente húmedo, con los rayos del sol atravesando el denso follaje de los árboles creando hermosos efectos de luz y sombra por todos lados: la gente caminaba tranquila por las aceras o atendía sus negocios al son del sonido de los tranvías y alguna carreta tirada por glifos, kodos o incluso alguna motocicleta ocasional.

Llegaron a un pequeño parque en medio del sector comercial de la ciudad, no muy lejos de la costa; hubiesen entrado a algún pequeño restaurante a comer algo, pero Koya prefería estar a solas con su hermano para comentarle lo ocurrido ese día. Se sentaron en un banco capaz de soportar su peso frente a una pequeña fuente de agua con una estatua de una sacerdotisa kaldorei vertiendo el vital líquido con un cuenco.

— Ah… Mencionaron a Magatha.

— Sí… -respondió con un suave gruñido- No puedo creer que esa maldita haya sido una chamán tan poderosa.

— Si así lo quiso la Gran Madre Tierra, no podemos cuestionarlo. Aun así, no creo que la chica la haya mencionado con mala intención.

— Lo sé, lo sé… Pero me da rabia cuando oigo su nombre, o a los de su tribu. ¿A ti no?

— La verdad no. ¿Por qué a ti sí?

— Sabes que casi exterminó a nuestra tribu, ¿Verdad, Powaq?

— Koya: ya pasaron 170 años de eso, y es obvio que Magatha está muerta. No tengo porqué guardarle rencor a alguien muerto, o a los restos marginados de su gente, o a los Tótem Nocturno.

— Sigh… A veces creo que no te importa el pasado.

— Me importa: sólo que prefiero vivir el presente y mirar al futuro. -miró a Koya, quien parecía algo retraído- ¿Hay algo más que quieras decirme, hermano?

— Pues… Agh… Es esa… sensación extraña de la que te hablé.

— ¿Aún la sientes?

— Sí, y creo que cada vez se vuelve más fuerte, ¿Tú no la sientes?

— Nada en absoluto; a lo mejor es porque no soy un chamán.

— Pero NADIE más lo siente; sólo yo. Ni siquiera mis espíritus elementales lo sienten.

— Mmm… A lo mejor es algo de tu mente.

— ¿Insinúas que estoy loco?

— A lo mejor sólo estás algo estresado, Koya: últimamente has tenido esos ataques extraños, y luego ese extraño sueño de anoche. Lo que necesitas es algo que ayude a espabilarte y mantenerte despierto.

— ¿Qué? ¿De qué hablas? Estoy despierto.

— Vayamos al rio a nadar un poco, ¿Qué dices? -sugirió el joven druida- Algo de agua fresca te relajará. Y descuida: no me convertiré en foca si tú no haces el truco de caminar sobre el agua.

— Mmm… Bueno, la verdad no suena mal.

Algo más tranquilo, pero con cierta inquietud en su cabeza, Koya estuvo de acuerdo y se puso de pie junto a su hermano en dirección al rio Plumaluna: para llegar al río, había que tomar un tranvía que debían esperar en una estación cercana. Llegaron a la estación, y menos de diez minutos después se oía el traqueteo de aquel vehículo sobre las vías: cuando estaban por subir a él, Koya volvió a sentir esa extraña sensación en el aire, acompañada de algo más…

No era ya sólo un aroma, sino un sonido… sonaba a…

— ¿Koya? ¿Qué sucede?

— ¿No escuchaste eso?

— ¿Qué cosa?

— Ese… zumbido. Apareció de repente.

— Debe de haber un nido de avispas cerca y lo acabas de notar. Descuida: no te picarán si te mantienes despierto. Vamos.

— Eh… Está bien.

Koya subió al tranvía junto a su hermano y se acomodó en uno de los asientos, tratando de disfrutar del paseo, sin poder sacarse de la cabeza lo que había sentido, olido y oído… Era normal que hubiese nidos de avispas, ¿Pero oírlas de repente? ¿Y qué era ese aroma?

Tampoco podía evitar sentirse algo extraño al lado de Powaq: algo en él lo hacía verlo… diferente. ¿Qué era exactamente? ¿Sería problema del estrés…? ¿O realmente algo no iba bien?

##########

El Parque Central era uno de los lugares más hermosos de la Ciudad-Bunker, además del único lugar donde sus habitantes podrían tener lo más parecido a un entorno natural y aire fresco que les recordara el estado de Azeroth antes de la guerra. Si bien, también había espacios verdes en los anillos residenciales, estos eran mucho más pequeños en comparación, prácticamente jardines, y algunos estaban dedicados a actividades deportivas.

Con apenas doscientos metros de diámetro por cada nivel, rodeados de una avenida circular con vías de monorriel, conectada por puentes a los anillos, y por elevadores o escaleras entre sí, los cuatro niveles del Parque Central ofrecían un lugar de relajación y ocio a través de sus espacios cubiertos de césped, arbustos y árboles bien cuidados, surcados por serpenteantes senderos cubiertos de fina gravilla, bancos, farolas y alguna que otra fuente pequeña o estanque ornamental. Todo, al igual que el resto de la Ciudad-Búnker, bien iluminado por un sistema de sol artificial.

Los jardineros, junto a sus robots cuidadores se encargaban no sólo del cuidado de las plantas, sino también de los pequeños animales que formaban parte de aquel pequeño ecosistema, como pájaros, pececillos, ardillas, e insectos como hormigas, abejas y mariposas, que ayudaban a darle una ambientación más realista y cómoda para los residentes.

Nahlia y sus amigas habían extendido una manta sobre el húmedo césped para recostarse sobre ella y disfrutar de su tarde libre en medio de aquel pequeño pedazo de naturaleza. Niles había sido "guardado" en el Gnoblin 5000 de Nahlia para que pudiese descansar de tanto flotar por ahí.

— ¿Creen que así se sienta el sol real?

— Algo me dice que es más fuerte, Alleria. -respondió Nahlia con la mirada al "cielo"- El sol no es una lámpara regulada por una computadora.

— Pues ojalá no sea tan desagradable, o salir de aquí sería incómodo.

— Oye, ¿Pero tú no saliste afuera a entrenar, Nahlia?

— Ah… verdad. -se corrigió la chica pelirroja- Es que… estaba nublado, por ser un pantano y eso. Y la humedad era terrible, Lynda.

— Agh… Debe de ser horrible el mundo exterior. Tanta muerte y desolación…

— Sí, pero se supone que debemos de salir algún día a reconstruirlo, Alleria.

— El sólo pensar en ver el mundo exterior me deprime, ¿A ti no, Nahlia?

— Eh… Pues… no sé. Sería interesante saber cómo quedó, ¿No? Digo… sólo vi el Marjal Revolcafango; debe de haber más allá afuera.

— Quizás… -soltó una Lynda poco convencida- Por lo menos espero que haya más supervivientes, y no sólo esas bestias de la Horda.

— A lo mejor y sobrevivieron algunos tauren. ¿Quién sabe?

— ¿Lo dices por esa cosa que compraste? -señaló con su dedo la elfa el citado artículo sobre la manta- Dudo que puedan: no eran tan amantes del mundo moderno hasta donde yo sé. ¿O qué? ¿Van a volver a ser unas tribus nómadas?

— Me encanta este debate, pero se me antoja un helado. ¿Quién quiere ir a la fuente de sodas?

Tras la sugerencia de Lynda, las dos chicas estuvieron de acuerdo y recogieron sus cosas para abandonar el parque; cuando acababa de doblar su manta, Nahlia se detuvo en seco a causa de una extraña sensación en el aire: como si este se hubiese tornado de repente más… denso y fluido, acompañado de un aroma… que nada tenía que ver con las flores. Y algo más…

— Chicas, ¿No escuchan eso?

— ¿Qué cosa?

— Ehm… No sé… creo que es un zumbido.

— ¿Un zumbido? Pero las abejas no están programadas para salir aún; si no, nos hubieran avisado.

— Tienes razón, Lynda. Discúlpenme: mejor vayamos por ese helado; se me antoja algo dulce.

Aclarado el asunto, el trío de amigas abandonó el parque con dirección a la fuente de sodas; poco antes de subir al monorriel, Nahlia le dio un último vistazo al parque, y casi tropieza al ver -o creer ver- algo completamente fuera de lugar; convencida de que sólo era un espejismo, hizo la idea un lado y se acomodó en el monorriel.

La Fuente de Sodas "Kindy Shop" era un reflejo de épocas mejores y pasadas, con colores básicos pero vibrantes tanto en sus paredes y pisos como en su mueblería y decoraciones: una barra de bebidas, taburetes, mesas y sillas, una rocola, y un excelente servicio de sodas que iban desde los tradicionales refrescos carbonatados de sabores frutales -algunos naturales y otros sintéticos- hasta la mejor imitación de Mana Cola y sus numerosas variantes, así como malteadas y helados de varios sabores, pasteles y dulces. Incluso si los dulces y el azúcar fuesen un lujo, nada era tan bueno como para que los habitantes de la Ciudad-Búnker se priven de él, por lo que producían parte del dulce a base de jarabe de maíz, azúcar de remolacha y miel, o bien, de los sintetizadores gnómicos de alimentos, todo debidamente regularizado para no desperdiciar recursos.

Para cuando Nahlia y sus amigas llegaron, ya había muchos jóvenes de su edad -la mayoría compañeros de su academia- disfrutando del buen servicio, la buena música y el día libre a manos de la dueña del local y sus robots ayudantes, una gnoma de nombre Nina, tan amable y dulce que su cabello rosa recogido en dos colas de caballo parecía de goma de mascar con todo y su aroma.

— Buenos días, señoritas, ¿En qué las puedo ayudar?

— Quisiera un helado de vainilla con jarabe de chocolate. -pidió Lynda-

— Yo una malteada de frutos del bosque con chispas de maná.

— A mí una Mana-Cola de uva arcana, por favor. -pidió Nahlia-

— Enseguida, señoritas.

Un robot semejante a Niles recibió las órdenes de Nina y fue a la máquina de malteadas a preparar una de las órdenes mientras la gnoma preparaba el helado de Lynda; luego el robot fue a la máquina de refrescos y sirvió una bebida carbonatada de color lavanda en un largo vaso de vidrio. El robot empleado sirvió los pedidos a las dos chicas, seguido de Nina, quien le pasó su pedido a la elfa, y tras agradecer el servicio y pagar, comenzaron a degustar.

— Esto es lo que necesitaba. -suspiró la joven de cabellera oscura- Un pedacito de cielo.

— Opino igual: ya me estaba cansando de tantos días de clase.

— La verdad fue una buena idea la de esa reunión de maestros. -comentó Nahlia tras beber de su refresco con una pajilla- Un descanso de tantos días de clase no está nada mal.

— Y vaya que estamos de suerte. -sonrió lascivamente la elfa tras deslizar su azul mirada a los alrededores- Miren los chicos guapos que hay por aquí: deberíamos de tratar de hablar con ellos.

— Cierto… ¿Ves a ese chico de allí? -señaló a un joven atlético de cabellera rubio ceniza- ¿No es Derek, el líder del equipo de gladiadores?

— Creo que sí.

— Deberías de ir junto a él Nahlia: es de tu tipo.

— ¿Tú crees, Alleria? No sé… me parece algo creído.

— Tonterías… -chilló Lynda- Es perfecto para ti.

— No lo…

Nahia se detuvo al sentir un cambio en su bebida: ya no era la efervescente y líquida soda de sabor uva, sino algo más… espeso y pegajoso, y de sabor dulce, pero irreconocible. De pronto ya no era sólo su bebida: volvió a escuchar esos zumbidos a la distancia, como sonido de fondo lejano pero omnipresente, opacando los de la fuente de sodas. Incluso el aire se sintió repentinamente espeso, como si lo asfixiara.

Fue entonces que sintió en su hombro unos dedos fríos y duros, seguidos de una voz familiar.

— ¿Señorita Nahlia? ¿Está bien?

— N… ¿Niles?

— Soy yo, señorita.

Cuando volvió en sí comprobó que todos en la fuente de sodas la miraban extrañada, entre ellos sus amigas; incluso había dejado caer el vaso con su bebida, esparciendo pedazos de vidrio y soda de uva por el suelo de baldosas blancas y negras.

— ¿Qué pasó? Yo…

— Parece que tuviste una jaqueca, niña. -dijo Nina sin mostrarse molesta- Descuida, querida: no te cobraré por el vaso.

— Lo… lo siento. -Nahlia sacudió su cabeza- Niles, ¿A qué se debe que estás aquí? ¿Cómo saliste?

— Sentí una variación en sus signos vitales, y se activó un mecanismo de emergencia para expulsarme y ver que estuviese bien. Como todo indica que sí, ¿Le gustaría acompañarme al mercado?

— Creo que… suena a una buena idea. -la chica se puso de pie- Lo siento, chicas; nos veremos después.

— Nos vemos luego.

Tras despedirse de sus amigas, Nahlia acompañó a Niles al mercado por los víveres; no quedaba demasiado lejos, por lo que no tendrían que usar el monorriel. La joven pelirroja seguía algo confundida por aquella extraña sensación que tuvo en la fuente de sodas, pero la compañía de Niles la hacía sentirse tranquila y confiada: pese a ser un robot, lo consideraba parte de la familia y alguien de confianza.

Tras comprar los víveres, sobre todo frutas, hortalizas y algo de pan, abandonaron el mercado para pasar de lado por el mirador al parque. Nahlia, aun con bolsa en mano, se sintió segura para contarle a Niles de sus inquietudes.

— Entiendo… ¿Cree que sea por ese sueño que tuvo? Por lo que oí, y perdone mi intromisión en algo tan personal, sonaba a algo bastante incómodo.

— No lo sé. Fue tan… real.

— Usted debe de tener sueños muy realistas, señorita.

— Tal vez, pero… No sé, me siento… extraña. Necesito descansar un poco.

— O capaz necesite espabilarse un poco; suena algo adormilada.

— ¿Huh? Dudo poder estar con sueño si acabo de beber algo con exceso de azúcar.

— No lo sé… Sólo soy un robot, señorita.

— No digas eso, Niles; sabes que te quiero de todos modos. -Nahlia le dio unas palmaditas a la cabeza esférica del robot- ¿Verdad que es bonito el parque? Imagino que te recuerda al jardín de casa.

— Sólo que es más grande… Me pregunto si el mundo exterior es así.

— Espero que sí… -la chica se acercó a un binocular fijo y miró hacia el parque- Y si no, haremos que sea así de…

Nahlia se apartó de golpe del aparato, completamente atónita, y llamando la atención de Niles; cuando este le preguntó si había pasado algo, ella se limitó a decir que no, y pedirle que regresaran pronto a casa.

Lo había visto de nuevo, y esta vez con mayor nitidez. ¿Cómo era posible? ¿Era una alucinación? ¿Estaba volviéndose loca? Tenía que ser eso, de alguna forma esa tenía que ser la única explicación.

¿Cómo se explicaba entonces a un tauren en medio del parque de la Ciudad- Búnker? Y no sólo eso: no era uno cualquiera.

Era… Powaq.


El camino a la arena de gladiadores no fue fácil para Okrorio: las calles estaban bloqueadas por escombros o por las formaciones quitinosas de los silítidos, por lo que más de una vez tuvo que usar atajos escabulléndose entre los edificios o las estructuras púrpura de esos insectos. Esas pequeñas estadías le mostraron la peor faceta de la guerra: rastros de vandalismo y restos carbonizados de sus antiguos residentes reducidos a huesos ennegrecidos… Curiosamente, había muy pocos para una ciudad tan importante. ¿La mayoría había logrado huir? ¿O acabaron siendo comida de esos insectos?

Aunque como todo orco, tenía preferencia por las hachas de guerra de doble filo -la cual tenía en la espalda- o un buen mazo, cargaba ahora con su rifle de plasma -otrora brazo armado de un cybercentauro- alerta en todo momento ante cualquier cosa que apareciese tanto del aire como del suelo. En al menos tres ocasiones tuvo que lidiar con escuadrones de avispas que exploraban los alrededores desde el aire: varios disparos de su rifle manteniéndose escondido entre los escombros o las estructuras silítidas sirvieron de mucho, y cuando tuvo que enfrentarlos directamente, o a atracadores salidos del suelo, se aseguró de aniquilarlos con la mayor velocidad posible.

Sin testigos.

Como había crecido una gran formación quitinosa en su camino, entró a un edificio de apartamentos ruinoso para evadir el obstáculo. Tras atravesar un antiguo salón comercial, se tomó con algo que llamó su atención. Había un esqueleto tirado en un rincón de la habitación junto a un viejo mueble de madera reseca: portaba una antigua armadura de guerra y un rifle láser; lo curioso era que no era ni tauren ni humano… era un orco. Okrorio se acercó cautelosamente al esqueleto: no estaba carbonizado como el resto, pero su armadura -con la antigua bandera de la Horda aun presente pintada en la misma- debió de pertenecer a la Cuarta Guerra, por lo que dedujo que debió de haberse infiltrado en territorio tauren poco después del intercambio nuclear, evadiendo los combates y llegar aquí para cuando todos estaban muertos.

Normalmente, uno mostraría sus respetos ante un compañero de armas fallecido sin importar la época, pero el pragmatismo del joven soldado orco tenía otro punto de vista, y más tras ver los restos de una tela blanca en el brazo del soldado caído.

— Imbécil, ¿En serio pensaste que podrías lograr algo refugiándote en una ciudad golpeada por armas nucleares? ¿O que los tauren te perdonarían la vida? -le dio una suave patada en las botas- Desertor asqueroso y cobarde.

Dejó escapar un largo suspiro de agotamiento antes de comprobar sus signos vitales con su Gnoblin 5000: de momento se hallaba bien, y su nivel de radiación era aún seguro, aunque tenía algo de sed debido al calor. Luego volvió su vista al esqueleto del orco, algo reflexivo.

— Bah… ¿A quién engaño? Técnicamente deserté de mi Ciudad-Búnker al unirme a esos hermanos tauren y a su loco grupo de amigos. -sacó una botella de agua de su inventario y bebió la mitad- Posiblemente nunca regrese allí con mi familia y mis compañeros, o pueda siquiera saber cuál era exactamente la misión a la que encomendaron originalmente. Y estoy seguro mis superiores, o los tuyos, si viviesen, dirían que esas personas son mis enemigos… ¿Pero sabes?

Okrorio le sacó el casco con cuidado, dejando expuesto su frágil y reseco cráneo con pocos rastros de cabello: la expresión de agonía del fallecido había quedado grabada en su rostro; posiblemente debido al hambre, la sed, las heridas o a la contaminación radiactiva. Nunca lo sabría y nunca le habría importado.

Sin un ápice de remordimiento, Okrorio apretó su puño derecho y golpeó directo al cráneo contra la pared haciéndolo pedazos. La pared se sacudió un poco soltando polvo de ladrillo mezclado con el de hueso, varios dientes y fragmentos de cráneo salieron volando, incluso parte de la mandíbula lo golpeó en el rostro. En la pared habían quedado las marcas de sus dedos y nudillos

— No me importa. -se limpió los nudillos del polvo- Ahora veamos si tu patético fracaso me sirve de algo.

Aunque habían pasado cien años, muchas cosas no habían cambiado en el ejército: un soldado siempre iba cargado con armas de respaldo, municiones de repuesto, un botiquín de primeros auxilios y provisiones de emergencia. Eso fue exactamente lo que Okrorio encontró tras revisar los bolsillos y el arma del cadáver: celdas de energía aún operacionales para sus armas, algunas balas para un rifle convencional, y unos cuantos estimulantes; las provisiones estaban casi agotadas o bien se habían vencido hace años y ya no tenía medicina antirradiación, y si bien el cuchillo militar aun era factible, lo dejó junto al hacha doble, ya desgastada.

Saquear cadáveres posiblemente no era lo mejor que un orco podría hacer, pero la supervivencia era lo primero, y en el Azeroth de ahora, y más por lo que estaba aprendiendo desde que salió de la Ciudad-Búnker, no sólo era aceptable, sino necesario.

— Al menos serviste de algo. -dijo tras darle la espalda al cadáver ahora sin cabeza- Lok'tar Ogar, supongo.

Abandonó el edificio para ingresar a otro, manteniéndose en guardia en todo momento. Justo antes de salir al exterior, sintió un temblor bajo sus pies: dio un salto para atrás a tiempo para ver a cuatro atracadores silítidos salir del suelo, listos para atacarlo o comérselo. Okrorio tomó con fuerza su rifle y comenzó a dispararles en las patas para hacerlas pedazos e impedirles moverse más; a uno de los atracadores logró darle entre las dos mandíbulas causando que reventara su cabeza y acabara partido por la mitad. Los otros insectos, aun sin patas, trataban desesperadamente de atacarlo movidos únicamente por su instinto de luchar por su colonia; el orco les ahorró la pena reventándolos a disparos de rifle y aplastar su moribundas cabezas con sus botas.

— No acabaré como ese otro imbécil de allá atrás, y menos por unos bichos sobrealimentados.

Retomó su camino con cautela, evadiendo los panales de avispas más pequeñas formadas sobre las paredes ruinosas, manteniéndose cubierto dentro de los edificios abandonados y saliendo lo menos posible; a través de una ventana identificó a lo que podía calificar como una patrulla de cinco atracadores. En lugar de atacarlos, revisó su mapa, comprobando que estaba cerca de su destino; esperó a que se alejaran lo suficiente como para salir de su escondite y volver a las calles. Tardó unos diez minutos evadiendo calles obstruidas por las formaciones silítidas y panales de avispas, además de acabar con algunas avispas más grandes, pero había llegado: La Arena de Gladiadores de Nueva Taurajo.

Mejor conocida como la Arena Gamon en memoria a un héroe tauren durante el Asedio de Orgrimmar que destronó a Garrosh, era una especie de estadio deportivo donde además de ciertas competencias atléticas como carreras de obstáculos, el evento principal eran los combates de gladiadores; eso sí, ya no eran a muerte, aunque las apuestas seguían a la orden del día. O al menos así fue antes de la guerra: ahora estaba completamente abandonado y con señales de deterioro, pero a primera vista la estructura seguía luciendo bastante sólida.

Pasó de largo por los puestos de venta abandonados y entró a la arena con un mal presentimiento… y tenía razón: no había entrada alguna, sino que en su lugar, la arena ahora albergaba los mayores panales de avispas que había visto, protegidas por avispas y atracadores más grandes; todo el lugar resonaba con el zumbido incesante de los insectos. Okrorio se mantuvo oculto en las habitaciones bajo las gradas observando todo minuciosamente: luchar solo contra semejante cantidad de bichos sería un suicidio, y claramente aquí no estaba la entrada a la colonia. Debía de informar a sus compañeros de inmediato.

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Para un druida como Powaq, escabullirse era bastante fácil: bajo su forma felina, podía hacerse literalmente invisible y pasar desapercibido en medio de los enemigos; lo que le jugaba en contra era la naturaleza de sus poderes que era sensible al medio ambiente a su alrededor, obligándolo a buscar un escondite cada tanto para descansar y reponer energías. También estaba su preocupación Koya y Nahlia, y el sentir algo de lástima y tristeza por ver aquella ciudad tauren en estado tan ruinoso, con restos óseos carbonizados o casi pulverizados de personas y animales por las calles o dentro de los edificios que atravesaba. Su familia tenía razón al decir que era el más sensible de los hermanos, algo que claramente al igual que sus habilidades druídicas, heredó de su madre, pero era algo que no podía evitar.

En su camino al zoológico, tuvo que cruzar una zona comercial con algunos edificios de departamentos de menos de tres pisos: quedaba muy poco de las tiendas y viviendas que alguna vez estuvieron allí, salvo los restos de sus habitantes que no pudieron huir o mercancía convertida en chatarra. Algunos de estos edificios estaban parcialmente derruidos por el crecimiento de esas típicas formaciones silítidas con forma de garra o antena, y otras cubiertas en parte por panales de aquellas avispas más pequeñas custodiadas por otras más grandes… sin mencionar las ocasionales patrullas de atracadores en grupos de tres o cinco, o los de escarabajos silítidos que cumplían de casta obrera, todas muy buenas razones para mantener el sigilo el mayor tiempo posible.

A pesar de conocer el oscuro origen de los silítidos, no podía evitar asombrarse por su capacidad de adaptarse a entornos tan hostiles.

Su curiosidad hizo que se detuviera en una tienda de electrónica que alguna vez perteneció a un comerciante humano a juzgar por el tamaño de los artefactos, pequeños para un tauren: revisó las radios, los prototipos de televisores -una novedad para la época y aún a día de hoy- y las terminales: ninguno funcionaba, pero aprovechó la oportunidad para rescatar algunos componentes electrónicos y celdas de poder que aún podrían serle útiles y guardarlas en su Gnoblin 5000.

Salió de la tienda sólo para minutos después advertir un ligero zumbido junto a su cabeza… y luego notar otro aún más fuerte que venía de dos escuadrones de avispas silítidas acercándosele. Cuando estaba por preguntarse cómo lo habían descubierto, cayó en la cuenta de que…

— Oh, oh… Estoy en mi forma normal… y no soy un pícaro. ¡Diablos!

Las avispas escupieron un chorro de ácido en su dirección, que Powaq esquivó a tiempo convirtiéndose de nuevo a su forma felina por ser mucho más veloz, saltó hacia la pared de la tienda abandonada y trepó por ella hasta la terraza. Un escuadrón de avispas lo siguió hasta allí con intención de acabarlo con golpes de aguijón; Powaq se dio vuelta y saltó sobre una de las avispas atacándola con sus garras y colmillos, dejándola postrada en el suelo y rodando constantemente sobre el mismo para evitarlos disparos de veneno de las otras mientras descuartizaba el cuerpo por completo; corrió hacia otra avispa evadiendo los disparos de veneno, dio un gran salto y cayó sobre ella evadiendo el aguijón y arrancarle la cabeza de una mordida y luego escupirla.

Quedaba una sola, y quería acabar rápido: dio vueltas en zigzag para confundirla mientras esta trataba de alcanzarlo y atacarlo con sus pinzas, y cuando estuvo detrás de ella, saltó sobre sus alas, las desgarró con sus garras y cambió a su forma de oso para hacerla caer contra el suelo y aplastarla por su propio peso antes de decapitarla de un mordisco. Tras escupir la cabeza y algo de "sangre", regresó a su forma felina, corrió a la terraza, y salto al vacío, cayendo de patas sobre un autobús abandonado y retomar allí su forma normal, jadeando y sintiéndose algo mareado. Incluso sin haber usado mucho de su poder, ese entorno se lo ponía algo difícil.

Fue entonces que advirtió al menos otros tres escuadrones de avispas rodeándolo por tres direcciones diferentes; sin apoyo no podría derrotarlos. A menos que…

— No tengo… opción. -sus manos comenzaron a brillar con una luz blancoazulada- Mu'sha, dame fuerzas…

Extendió sus manos hacia las avispas, y comenzó a usar su Lluvia de Estrellas contra ellas: una oleada de estrellas fugaces blanquecinas golpeaban a las avispas, incinerándolas por completo una por una y causando daños en el área; Powaq mantuvo este ataque todo lo que pudo hasta asegurarse de que todas estuvieran muertas. Hubiese deseado no haber usado un ataque que involucrara su poder astral, y menos ese tan poderoso y llamativo, pero al verse rodeado y estar solo, no tuvo otra opción.

Una vez acabadas, el druida se arrodilló sobre el autobús en señal de cansancio y comenzó a respirar con dificultad; buscó en su Gnoblin 5000 algo de agua y la bebió mientras controlaba sus signos vitales: su nivel de radiación aún era bajo, pero a pesar de ello, se sentía agotado. Como no quería usar sus propios poderes curativos, buscó en el inventario de su aparato una poción sanadora y la bebió: no usaría aquellos estimulantes a menos que no tuviese alternativa.

Sintiéndose un poco mejor, saltó del autobús, lo que hizo que el suelo retumbara un poco y miró la tienda de electrónica con cierto pesar.

— Koya y papá tienen razón: a veces me distraigo demasiado... -apretó sus manos con fuerza- Koya… Nahlia… Lo… ¿Qué es eso?

Notó un extraño brillo metálico en el suelo; cuando fue a investigar, encontró la causa: eran avispas silítidas, las de tamaño pequeño, algunas retorcidas, otras de espaldas, pero todas con movimientos erráticos de sus patas y casi moribundas.

— Parece que sufren los efectos de algún veneno o insecticida. ¿Qué pudo haberles causado esto? ¿Afectará a los insectos más grandes? -Powaq dobló las rodillas para estirar las piernas- Sería interesante averiguarlo, pero mi hermano y Nahlia son primero.

Powaq revisó su mapa para comprobar el camino que debía tomar: según el mismo, le faltaba recorrer unas diez calles pasando por una zona residencial y la Plaza Sergan que estaba frente al mismo zoológico. Tomó su forma felina, y aprovechando que no había insectos a la vista, regresó a su modo de sigilo.

Aunque en el camino había algunos atracadores y avispas rondando, Powaq logró pasar a lo largo de ellos sin ser detectado; su único gran obstáculo fue una gran formación quitinosa que bloqueaba el acceso a la Plaza Sergan desde la calle en la que estaba tomando; bastó con rodear la estructura orgánica y evadir los atracadores y escarabajos que merodeaban por allí para continuar. Al llegar a la plaza, otrora arbolada y ahora sólo con árboles carbonizados, concreto desgastado, suelo desprovisto de hierba y estatuas ennegrecidas, se detuvo a descansar un momento a las pezuñas de la estatua de Sergan, un legendario druida que ayudó en el pasado a la recuperación de las Tierras de la Peste y de Quel'Thalas en los Reinos del Este: la estatua estaba aún intacta, con Sergan hablando dulcemente con un pajarillo posado en uno de sus dedos, pero estaba completamente ennegrecida por el hollín. Powaq bebió algo más de agua a causa del calor y regresó a su forma felina para entrar a inspeccionar el zoológico.

El Zoológico de Nueva Taurajo no tenía nada de especial respecto a los de otras ciudades de Los Baldíos como El Cruce, Trinquete o Fuerte Triunfo, limitándose a tener animales típicos de los Baldíos como jirafas, leones, cebras, kodos y zancudos, además de los exóticos dinosaurios de Un'Goro, que por sí solos eran ya una atracción turística. Eso cambió cuando Naralex lo escogió como lugar de investigación del Círculo Cenarion tanto de la Hojarasca como de los silítidos; por ser un druida de cierto renombre, se le permitió hacer sus investigaciones y llevar sus especímenes allí, pero claramente hubo gente en contra. Cien años después, el tiempo les daría la razón a aquellos que se opusieron al druida kaldorei.

Del zoológico quedaba muy poco, más que árboles reducidos a esqueletos raquíticos de carbón, esqueletos metálicos de lo que alguna vez fue equipamiento urbano como farolas y bancos, ruinosos muros de lo que alguna vez fueron las instalaciones del personal, el centro de investigación de Naralex, o cosas más mundanas como los baños, el centro de visitantes y la tienda de regalos. Y por supuesto, jaulas oxidadas y hábitats derruidos con huesos de animales reducidos a fragmentos o a polvo, salvo algunas piezas más grandes y duras: poco quedaba ya de los zancudos salvo sus picos, o de las jirafas y cebras; los cráneos de kodos y de los dinosaurios sobrevivieron mejor, pero al igual que los otros restos, eran un triste recordatorio de los horrores de la guerra, del sufrimiento de aquellos animales que fueron abandonados a su suerte mientras las personas luchaban por sobrevivir. Y eso para un druida como Powaq, era un golpe de realidad bastante duro.

Pasando de largo por el sector de animales convencionales, Powaq llegó al estudio de Naralex, que estaba junto al hábitat destinado a esos insectos, llevándose la primera decepción: si bien había indicios de que los insectos habían escapado de esa colmena falsa, no había indicios de que se mantuviese ocupada o de la entrada a la colmena real: el lugar estaba desierto y sin señales de vida. Antes de resignarse, albergó sus últimas esperanzas en los registros de su maestro: tantos años viniendo aquí a trabajar, observando a esos insectos, debieron hacer que aprendiera algo, registrase algo que podría haber dejado aquí antes de huir a Feralas.

Alguna forma de combatirlos, alguna debilidad, algún veneno... Algo ÚTIL.

Cuando entró al estudio, unas instalaciones de dos plantas muy similares a las antiguas atalayas kaldorei en Silithus, se llevó una gran decepción al descubrir que sólo había estantes cubiertos de cenizas y restos apenas reconocibles de pergaminos; tampoco había una terminal donde registrar los datos electrónicamente, u holocintas: si alguna vez hubo algo allí, hace tiempo que desapareció. Claramente, al igual que la mayoría de sus congéneres kaldorei en el pasado, y algunos aún a día de hoy, Naralex no era muy aficionado a la tecnología moderna.

Powaq regresó a su forma normal y golpeó su pezuña derecha contra el suelo en señal de frustración.

— Detesto admitirlo, pero todos tienen razón… ¡Mi shan'do es un imbécil! -en lugar de gritar o gruñir, respiró profundo para tratar de calmarse- En fin: debo avisarle a Okrorio y a Jaeger que la entrada no está aquí. -comenzó a manipular su Gnoblin 5000- Espero que tengan más suerte que yo.

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Jaeger ya había visto la desolación de Quel'Thalas, el antiguo Lordaeron, y por supuesto, del Marjal Revolcafango y las ruinas de Nueva Theramore, por lo que ver el estado actual de Los Baldíos, y de Nueva Taurajo en general, no lo sorprendía demasiado: de los cinco miembros de ese extraño grupo del que ahora formaba parte, era claramente el que más había viajado lejos de casa y el que mejor conocía el mundo exterior. De todos modos, eso no quitaba el hecho de que albergara cierto pesar de ver paisajes desgarrados por el Holocausto con tanta frecuencia, marchitando cualquier fe en un futuro mejor. Si es que había uno.

En su camino al barrio de Theramore Town, llegó al centro histórico de la ciudad donde se resguardaban bajo una estructura enorme similar a una gran tienda circular los restos del antiguo Campamento Taurajo, un doloroso recuerdo de un cobarde ataque de la Alianza contra un poblado tauren… o al menos eso dice la versión de la Horda; la del otro bando decía que habían evacuado a los civiles, pero más de ciento setenta años después era imposible saber cual versión era la más cercana a la verdad. De la gran tienda hecha de hormigón, llamada Salón de la Memoria, quedaba poco; de las ruinas que albergó en su interior, casi nada, pues sin el debido cuidado, tanto el cuero de las tiendas como la madera de las estructuras se pudrirían, o en el caso de la madera, podría simplemente decolorarse y secarse hasta ser irreconocible.

Luego del centro histórico, pasó por lo que en su mejor momento fue el centro cultural y espiritual de la ciudad: edificios dedicados a la venta y exposición de artesanías, a eventos musicales, salones de oración, plazas otrora verdes… todo reducido a escombros y a restos óseos tirados por doquier. Aquí Jaeger advirtió que se acercaba a su destino: muchos de los esqueletos que halló eran humanos; a pesar del riesgo latente, aprovechó la ausencia de silítidos en el área para liberar a su dracohalcón, quien apenas extendió sus alas, se acercó a su amo para recibir de él una caricia en la cabeza.

— Tenemos una misión, Benu: dos de nuestros compañeros de viaje fueron secuestrados. -la criatura parecía estar más atenta- Estamos en un territorio lleno de criaturas hostiles, y necesito de tu ayuda: necesito que vueles por la zona con mucha cautela y busques algún tipo de gran entrada subterránea, y apenas lo veas, me indiques el camino; o te seguiré desde tierra. -la criatura asintió en silencio- Debes de ser muy cuidadoso: hay demasiados enemigos aquí; si te ven, no intentes atacarlos solo. ¿Entendido? Bien, amigo: ten cuidado.

El dracohalcón tomó vuelo bajo la atenta mirada de su amo mientras este continuaba explorando desde tierra. Jaeger sabía que debía estar el doble que alerta, tanto por él como por Benu: no sólo por el hecho de estar solos, sino porque él no manejaba ningún tipo de magia, aunque sí era sensible a la magia arcana como todos los de su raza élfica; al menos su mascota era capaz de realizar algunos ataques de fuego, pero no por ello debía dejarlo indefenso.

Era un cazador después de todo, y el vínculo con su mascota debía de ser fuerte. Desde los quince años, cuando había comenzado a entrenar junto a la rama juvenil de los forestales del Magisterium, le habían enseñado varias cosas fundamentales, como el uso de armas -principalmente el arco y flecha, así como la ballesta y en menor medida, de puñales, rifles y cuchillos de caza-, habilidades de rastreo y sigilo, de supervivencia en la naturaleza, conocimientos básicos de ingeniería para la reparación y fabricación de equipamiento necesario como trampas, y por supuesto, la domesticación de animales. Al cumplir los dieciocho, se unió a los forestales en sí y tras un entrenamiento de tres años, comenzó su labor fuera de los territorios del Magisterium, haciendo misiones en las devastadas tierras de Quel'Thalas, y desde hace un año, en las costas de Kalimdor.

Aprovechando que todo lucía despejado de momento, trepó por un montículo de escombros de casi un piso de alto que cubría casi todo el ancho de la calle para tener una mejor panorámica. El hecho de que cada vez hubiese más restos de automóviles corroboraba su teoría de que se acercaba al barrio humano: por lo que sabía, los tauren no eran muy adeptos de los automóviles particulares como sí lo eran los humanos, elfos, enanos, orcos, goblin y hasta trolls, y antes de la guerra, su demanda era enorme; en la actualidad, salvo si se vivía en la Tecnocracia, tener un automóvil era todo un lujo. Incluso él soñaba con tener uno convertible rojo y dorado con motor a base de maná, pero con su sueldo, sería imposible.

Miró hacia arriba para localizar a Benu, y casi lo perdió de vista tras un edificio; avanzó a aquella dirección cuando escuchó el graznido de su mascota acompañado de un fuerte zumbido. No tardó demasiado tiempo en oír a un escuadrón de cinco avispas silítidas persiguiendo a su dracohalcón, el cual volaba a gran velocidad en dirección a Jaeger, quien se preparaba para disparar con su rifle láser: como forestal, prefería el arco y la flecha, pero necesitaba ser veloz y eficaz en este momento.

— Eso es amigo… -Jaeger apuntaba con ayuda de su mira de francotirador- Un poco más cerca… -vio como Benu lanzaba un ataque lanzallamas hacia las avispas antes de alejarse- ¡Fuego!

Dos disparos seguidos dieron contra la primera avispa en la unión entre su abdomen y su tórax, partiéndola por la mitad y caer al suelo; un disparo le dio directo en el centro del tórax, perforándolo de manera fatal y llamando la atención de las otras tres. Benu arremetió contra dos de ellas escupiendo una fuerte llamarada que quemó sus alas y las derribó del aire; la única que quedaba volaba en dirección a Jaeger, quien la tenía en la mira: de un solo disparo le reventó la cabeza y acabó con ella.

— ¡Head Shot! Y decían que mi puntería no era tan buena. -Benu se acercó a Jaeger, recibiendo de este una suave caricia en la frente- Lo hiciste bien, Benu, pero debemos continuar. ¿Quieres beber algo de agua primero?

Como respuesta, la criatura asintió en silencio con su cabeza; Jaeger sacó algo de agua de su Gnoblin 5000 y se la sirvió a su mascota para que pudiera beber mientras él revisaba una vez más su mapa: todo indicaba que faltaba muy poco para llegar a su destino. Cuando se disponía a retomar su rumbo, Benu señaló hacia arriba con su pico para llamar la atención de su amo; Jaeger no tardó en oír a lo lejos el característico zumbido de las avispas pasando de largo… mezclado con otro sonido que no pudo precisar bien. ¿Qué podría ser?

Pensó primero en la posibilidad de que fuesen sus amigos, pero lo descartó de inmediato ya que estos se contactarían por radio con él; luego pensó en aquellos misteriosos enviados de la Sociedad de las Sombras, pero nuevamente lo descartó, aunque con más dudas: por lo que recordaba del brujo worgen, su impulsividad sería su ruina en esa colmena, aunque tanto él como el sacerdote no-muerto serían capaces de deshacerse de varios silítidos sin muchos problemas… o de él mismo, si tenía la desgracia de toparse con ellos.

A medida que se avanzaba sigilosamente hacia la fuente del sonido en compañía de su mascota le quedaba claro que aquel sonido era de origen artificial, posiblemente algún tipo de motor o turbina. ¿Un vehículo motorizado quizás? ¿Algún tipo de máquina? ¿De quién? ¿Y qué haría en un lugar como este? Al llegar a lo que otrora fue una importante intersección de una avenida que llevaba a Theramore Town pudo ver la causa: un escuadrón de avispas atacaba -inútilmente al parecer- a una especie de máquina voladora con forma de esfera metálica con varias antenas, que poco o nada hacía para defenderse; los ataques a base de aguijones y pinzas de las avispas no parecían dañar mucho su blindaje, y al mismo tiempo, el rayo láser con el que iba equipado no hacía mucho para mantenerlas a raya, más que mutilar a una que otra mientras intentaba seguir con su camino.

— ¿A dónde querrá ir esa cosa…? Capaz si dejo que… -su Gnoblin 5000 comenzó a sonar- ¿Qué demo…? ¿Justo ahora, Aticus?

Como no podía ignorar a su superior, Jaeger se escabulló inmediatamente dentro de una tienda abandonada junto a Benu rogando que los silítidos no lo hayan escuchado.

"Jae…ger, aquí, Aticus… R […]… ponde."

— Aquí, Jaeger, reportándose. Maldito inoportuno. -pensó- Parece que hay interferencia por la radiación.

"Llamo… […] verificar el… […] ado… de tu […] loración… ¿Cuál es… […] bicación?"

Demonios, ¿Qué le digo? -caviló unos segundos- No le puedo mentir o acabará descubriéndolo: estas cosas se pueden rastrear… suponiendo que le siga el rastro. En Nueva Taurajo: seguí la pista de los comerciantes de esa tribu humana que te mencioné y…

Una de las avispas silítidas acababa de aparecer frente al edificio, siendo posible verla desde una ventana; al parecer, había oído a su Gnoblin 5000 y había ido a investigar: tras ver al elfo, comenzó a golpear las paredes con sus pinzas; dado el estado de la construcción, era poco probable que aguantaran mucho tiempo. Mientras tanto, Benu trataba de espantarlo mediante picotazos a través de la ventana.

"¡¿Nue…[…], jo?!, ¿Qué hac…[…] allí? ¿Hasta […] ado en tu […] de los hu[…]nos? ¿Qué es ese…[…] ido?"

— Sólo un maldito silítido tratando de matarme. -cargó su rifle y comenzó a disparar; maldijo por no poder cambiar a su arco y flecha, pero mientras usara el comunicador, no podría cambiar de armas- ¿Podrías darme un minuto mientras trato de no morir?

"¡¿Silíti[…]?!"

Ignorando a su superior, Jaeger disparó sendas ráfagas de disparos láser contra la avispa, teniendo cuidando de no herir a su mascota; cuando la oyó caer muerta, sintió un efímero alivio hasta que oyó al resto del escuadrón acercarse a su posición; como no estaba seguro de si había más afuera, se arriesgó y le pidió a Benu que le diera soporte con su ataque de fuego mientras él disparaba contra las avispas. Una vez derribadas todas, se asomó por el borde del muro para ver si había más enemigos… y en efecto, los había, sólo que continuaban acosando a la extraña máquina; aprovechó la situación para cambiar a su arco y flecha, y ordenó a su mascota que se mantuviera cerca de él.

No parece que sea una amenaza, pero mientras siga llamando la atención de esos bichos, sólo me traerá problemas. -pensaba mientras preparaba sus flechas explosivas- Con suerte y mato más de un pájaro con este tiro.

"¡Jae…[…]r?!, ¿Estás[…]? ¿ […] es tu […] situ[…]?"

— Te llamaré luego, Aticus: estoy en asunto algo agudo ahora.

Tras cortar la comunicación con su superior, disparó una de sus flechas contra el aparato; falló, y en lugar de eso, partió a la mitad a una de las avispas por la explosión; incluso con eso, las otras estaban demasiado ocupadas acosando a la máquina voladora como para darle importancia a uno de los suyos caído. Tomó otra flecha de su carcaj y apuntó a un ligero hueco entre las avispas y el aparato, dando en el blanco: la explosión debió de dar en un punto débil de la máquina, o tal vez las avispas ya habían dejado expuesto su maquinaria, pues la explosión destrozó a las avispas restantes y derribó el objeto haciendo que se estrelle en el suelo.

Jaeger fue inmediatamente al lugar del "siniestro" a inspeccionar y se llevó una gran sorpresa al ver que era una especie de sonda robótica; en sí, eso no tenía nada de raro. Lo verdaderamente llamativo era que tenía pintado el antiguo emblema de la Alianza… o del Imperio Arathoniano más bien: en los últimos años antes de la guerra, y tras la toma de poder de la Junta Militar de Ventormenta, el término "Alianza" era un mero eufemismo de la supremacía ventormentana sobre los enanos, gnomos e incluso otras naciones humanas como Gilneas y la reconstruida Stromgrade; Kul Tiras, Dalaran, los draenei y los pandaren tushui habían mantenido su independencia hasta cierto punto, y Nueva Theramore no se dejó intimidar por Ventormenta por sus críticas a su política más abierta hacia los tauren o los kaldorei, ya neutrales.

De todos modos surgía la pregunta. ¿Qué hacía esa sonda allí? ¿La habrían mandado de alguna Ciudad-Bunker? ¿La de Nahlia quizás, o de otra? Y si era una sonda, ¿Qué podría llegar a saber? Aunque lucía destruida e incapaz de volver a volar, Jaeger seguía preocupado; de todos modos, la dejó allí y siguió su camino a su destino, esperando que Powaq pudiese inspeccionarla luego de salvar a Koya y Nahlia.

Suponiendo que… aun fuese posible.

Theramore Town era el barrio de Nueva Taurajo donde vivían numerosos migrantes provenientes de Nueva Theramore y hasta de los Reinos del Este distribuidos en catorce manzanas y un parque central: la gran mayoría de sus habitantes fueron humanos, pero hubo también algunos elfos nobles o quel'dorei, enanos y gnomos, atraídos por el importante nodo comercial que representaba la ciudad. Esto se notaba en la arquitectura y el equipamiento urbano: los edificios aquí no mostraban rastros de la cultura tauren, y sí presentaban rastros más obvios de influencia humana o enana, así como un mayor predominio de colores azul y blanco, la presencia de parques más arbolados, una iglesia de la Luz Sagrada con su característica aguja, y por supuesto, mayor presencia de automóviles.

Al llegar a Theramore Town, encontró lo mismo que había visto en las últimas horas: edificios en ruinas, esqueletos tirados y carbonizados, vehículos convertidos en chatarra, árboles ennegrecidos… y algo más. Había una patrulla de atracadores silítidos y un escuadrón de avispas patrullando los límites del antiguo parque de ese barrio… excepto que ya casi no había parque. En su lugar, había un enorme agujero bordeado por una pila de tierra, escombros y chatarra, además de las características formaciones quitinosas de color purpura que había cubierto casi en su totalidad las calles adyacentes y parte de los edificios cercanos.

Jaeger de inmediato escondió a Benu en su Gnoblin 5000 y se escabulló dentro de un bar abandonado en una intersección para evitar ser detectado. La presencia de semejante grupo de vigilancia sólo podía indicar una cosa.

— La encontré: ahora debo de avisar a los otros. -el elfo activó el comunicador del aparato de su muñeca- Powaq, Okrorio: aquí Jaeger. Encontré la entrada a la colmena; está cerca del parque junto a Theramore Town. Tengan cuidado: hay bichos en el camino. Cambio y fuera.