Grumman se revolvía incómodo en la silla de su despacho, tratando de encontrar una posición que aliviara la opresión que sentía en el pecho. Desde que Mustang se encargaba de su seguridad, había asignado a diferentes hombres de confianza. Esta vez era el turno de la teniente Hawkeye. Cada vez que miraba a su nieta de soslayo, una mezcla de orgullo y dolor le embargaba. Había tantas cosas que quería decirle, y cuanto más la observaba, más podía ver a su hija reflejada en ella, lo cual no hacía más que empeorar su estado de inquietud.

El despacho estaba impregnado del aroma a papel viejo y cuero, con las paredes cubiertas de libros y documentos. La luz de la tarde se filtraba a través de las cortinas pesadas, creando un ambiente pesado y sombrío. Grumman se sentía atrapado entre sus deberes y sus sentimientos, un conflicto interno que lo consumía lentamente.

Era fácil decidir mantenerse al margen cuando ella estaba lejos, pero pasar horas a su lado lo estaba destruyendo emocionalmente. Sentía que su determinación se desmoronaba. Cada gesto, cada palabra de Riza le recordaba a su hija perdida, y el dolor de esa pérdida era algo que nunca había superado del todo.

Riza, al levantar la mirada de sus papeles, se encontró con los ojos de Grumman fijos en ella. Al ser descubierto, el Führer giró rápidamente su silla, dándole la espalda. La teniente también estaba inquieta, pero por motivos diferentes. Saber que aquel hombre sabía lo que estaba pasando entre Roy y ella la ponía en una situación comprometida. Sentía los nervios a flor de piel, aunque sabía disimularlos mucho mejor que el Führer.

Riza era una maestra en ocultar sus emociones detrás de una fachada de profesionalismo. La tensión entre ellos podría cortarse con un cuchillo, pero ella mantenía su compostura, concentrándose en su deber. Sin embargo, su mente no dejaba de darle vueltas a la posibilidad de que Grumman pudiera usar su relación con Mustang en su contra.

El silencio en la habitación se volvió casi ensordecedor, lleno de pensamientos no expresados y emociones reprimidas. Grumman, con la mirada perdida en algún punto del escritorio, se debatía entre el deber y el deseo de conectar con su nieta. Riza, por su parte, mantenía su postura rígida, lista para cualquier orden, pero también luchando contra el torbellino de pensamientos sobre su futuro.

Finalmente, Grumman rompió el silencio con un suspiro profundo.

—Teniente Hawkeye —dijo, su voz más suave de lo habitual—, gracias por su dedicación. Sé que este no es un puesto fácil.

Riza asintió, reconociendo el esfuerzo que le costaba a Grumman hablar.

—Es mi deber, señor —respondió con firmeza.

Grumman se volvió ligeramente, permitiéndose una última mirada hacia Riza. Sus ojos estaban llenos de una tristeza, una tristeza que solo él podía entender.

—A veces, el deber es lo único que nos mantiene en pie —dijo, más para sí mismo que para ella.

Riza asintió de nuevo, esta vez con una comprensión silenciosa. El silencio continuó, creando un ambiente denso, roto solo por el susurro ocasional de las hojas de papel y el tictac del reloj en la pared. Cada uno estaba perdido en sus propios pensamientos. Riza miró al jefe del estado de manera disimulada y vio el rostro del hombre ensombrecido por la melancolía.

La luz suave que se filtraba por las cortinas daba al despacho un aire casi solemne.

Grumman, con los hombros caídos y una expresión de profunda tristeza, parecía un hombre derrotado por sus propios sentimientos.

—¿Le sería más fácil que hiciese mi trabajo fuera? —dijo mientras se levantaba, su voz firme pero respetuosa.

Grumman pareció no comprender la pregunta al principio, su mente aún atrapada en un torbellino de emociones. Riza mantuvo su mirada fija en él, intentando transmitir la seriedad de sus palabras.

—Es evidente que mi presencia aquí le incomoda —añadió, sus palabras cuidadosamente escogidas para no sonar acusatorias, pero directas.

El Führer se volvió hacia ella, sus ojos llenos de un conflicto interno. Sabía que ella tenía razón; sentía una punzada de culpa cada vez que miraba a Riza, sabiendo que no podía revelarle la verdad sin desestabilizar todo su mundo, pero también sentía miedo a ser rechazado por el único familiar que le quedaba. Su resolución de mantener la distancia para protegerla estaba empezando a tambalearse.

—No es su presencia lo que me incomoda, teniente —dijo finalmente, su voz más baja y cargada de sinceridad—. Es mi propia incapacidad para enfrentar ciertos recuerdos. Cuando alguien llega a mi edad, no para de preguntarse si el camino que ha seguido en la vida ha sido el correcto, o si le queda suficiente tiempo para enmendar sus errores.

Riza se quedó en silencio, absorbiendo la confesión del Führer. Podía ver el peso de los años y de las decisiones pasadas reflejados en su rostro, en la forma en que sus hombros se encorvaban ligeramente bajo la carga invisible de la responsabilidad y el arrepentimiento. La habitación, con sus sombras alargadas y el tenue olor a madera envejecida, parecía un reflejo de su estado emocional.

—Señor, todos tenemos errores de nuestro pasado que nos atormentan, cosas que desearíamos haber hecho de otra manera —respondió Riza, posiblemente nadie podía saber mas sobre que era el arrepentimiento—. Pero lo importante es cómo elegimos actuar en el presente, regodearse en la fantasía de que hubiese pasado ser haber hecho las cosas de otro modo solo trae miseria.

Grumman se volvió hacia la ventana, observando el paisaje exterior como si buscara en él alguna respuesta a sus dilemas internos. La luz del atardecer bañaba el despacho en tonos cálidos, creando un contraste con sus pensamientos.

—Lo sé. Y trato de vivir con eso cada día. Pero a veces es difícil no dejarse llevar por la nostalgia y el arrepentimiento —dijo, con un tono que mezclaba vulnerabilidad y determinación—. La soledad también hace que la mente no pueda centrarse en el hoy, siempre buscando consuelo en una época mejor. Por suerte, usted ya no está sola.

Riza se tensó al escuchar esas palabras. Sabía que en algún momento el tema saldría a relucir, aunque no esperaba que lo hiciese en ese preciso momento. Negarlo sería inútil, así que asintió, aceptando la realidad de su situación.

—Es cierto, señor —respondió Riza, tratando de mantener su voz firme—. Pero también sé que mi relación puede ser vista como una debilidad en nuestros enemigos. Mi lealtad hacia él nunca interferirá con mis deberes hacia usted y este país.

Grumman se volvió para mirarla, sus ojos llenos de una mezcla de preocupación y comprensión. Sabía que la situación de Riza no era fácil, pero también reconocía la fuerza y el compromiso en su carácter.

—Su lealtad nunca ha estado en duda, la de él en cambio... —dijo mientras se levantaba y caminaba hacia ella—. Es un hombre ambicioso, pero prácticamente me tiró su cargo a la cara, solo para poder estar a su lado, teniente. Y entonces supe que tenía a alguien que la cuidara. Eso está bien, sabiendo eso me quedo más tranquilo.

Riza se quedó en silencio, sorprendida por la franqueza de Grumman. El aire en la habitación parecía espesarse aún más con la confesión del viejo militar.

—Gracias, señor —respondió Riza, su voz apenas un susurro—. Saber que usted lo entiende y lo aprueba significa mucho para mí.

Grumman asintió, una leve sonrisa asomando en sus labios.

—Pueden quedarse tranquilos, lo apruebo y les dio mi bendición, este país aun les necesita y seguirá haciéndolo por mucho tiempo, solo espero que cuando esta locura acabe y todo vuelva a la normalidad me visite de vez en cuando eso alegraría mucho a este viejo.

Riza asintió, sintiendo una mezcla de alivio y compresión sabia que en las palabras de Grumman había mucho mas de lo que a simple vista se pudiese sacar a relucir.

—Lo haré, señor.

Riza se quedó en silencio, sorprendida por la franqueza de Grumman. El aire en la habitación parecía espesarse aún más con la confesión del viejo militar.

—Gracias, señor —respondió Riza, su voz apenas un susurro—. Saber que usted lo entiende y lo aprueba significa mucho para mí.

Grumman volvió a su escritorio, su postura relajándose ligeramente. La conversación había sido necesaria y había aliviado parte del peso que llevaba sobre sus hombros. Ambos compartían un entendimiento silencioso. Tal vez no fue una confesión en sí misma, pero sabía que su nieta era lo bastante inteligente para entender. Tanto fue así que la atmósfera de aquel despacho cambió drásticamente, volviéndose confortable, al volver a sentarse, se permitió un momento de reflexión, mirando a Riza con una mezcla de orgullo y melancolía.

—Muy bien, teniente. A trabajar —dijo finalmente, su voz llena de una determinación calmada.

La luz del atardecer continuaba su descenso, llenando la habitación de una serenidad que contrastaba con el bullicio exterior. En ese despacho, dos generaciones de soldados encontraban un momento de paz y entendimiento.