Aclaración: La historia original pertenece a la maravillosa NightBloomingPeony, yo solo la traduzco con su permiso. Los personajes son de Stephenie Meyer.

Thanks Bianca for allowing me to translate it.

Gracias EriCastelo por la revisión.

Nota: contiene escenas sexuales, por ellos es clasificación M.


The Devil Next Door

Capítulo 12. Permanence

POV Edward

Un año después

Fácil. Natural. Intuitivo. Sorprendente. Alucinante. Más caliente que el núcleo de una supernova.

Estas eran las primeras palabras que me venían a la mente cada vez que Bella y yo hacíamos el amor. La excesiva cautela y la ansiosa prudencia que tenía que canalizar cuando ella era humana ya no eran necesarias, lo que significaba que podía concentrar mis esfuerzos en desbocarme por completo con mi pasión. Sin límites, sin riendas, sin ataduras, sin obstáculos terrenales que se interpusieran, sin desequilibrios de poder físico. Podía traducir activamente el infinito amor que sentía por ella sin preocuparme de que un movimiento en falso pudiera ser el fin de los dos.

No echaba de menos en absoluto el aroma de su sangre, en parte porque era agradable no sentir la tentación constante de matar a la mujer que amaba para variar, pero también porque su fragancia no había hecho más que mejorar tras su cambio, algo que no creía posible. Era como si todos los matices sutiles de los que me había enamorado ―la delicada lavanda, el caramelo lechoso, la peonía transparente― se hubieran multiplicado por diez, borrando todo rastro de fragilidad y dejando tras de sí sólo sensualidad. Y había algo más, algo tan íntimo que sólo nosotros dos podíamos detectar: detrás de toda aquella voluptuosidad, había un tenue fantasma de mi propio olor. Parte de mi veneno siempre estaría allí, dentro de sus venas ahora congeladas, como la prueba más tangible de la forma en que estábamos conectados. Era la marca final de que ella era mía y yo era suyo. Y siempre la volvía loca que se lo recordaran.

La mayoría de las veces, me gustaba provocarla. Dios, cómo me gustaba emborracharla de lujuria. No jugábamos a diario con mi sadismo y su masoquismo ―a veces nos contentábamos con hacer el amor―, pero cuando ocurría, era difícil encontrar un límite cuerdo y parar. Y eso era exactamente lo que estábamos haciendo ahora, mientras la tenía encadenada por las muñecas y los tobillos a un grupo de abetos en el corazón del bosque, con la espalda en la nieve, comiéndomela con una urgencia que no podía ser sofocada, ni apagada, aunque lleváramos ya doce horas seguidas. Había perdido la cuenta de sus orgasmos, preguntándome en secreto cuántos más podría aguantar antes de soltar su palabra de seguridad. Nunca había estado a punto de pronunciarla, ni cuando era humana ni, sobre todo, ahora.

Aunque estaba dispuesto a apostar que esta noche iba a ser la excepción. Si tan solo tuviera una ventana a su mente... por desgracia, sus pensamientos seguían siendo suyos y solo suyos, incluso después de la transformación.

―No creo que pueda hacerlo otra vez ―susurró―. Estoy… oh… Edward…

Sus palabras se convirtieron en gemidos cuando empecé a mover la lengua en círculos más cerrados alrededor de su clítoris palpitante, en busca de la inminente perdición de su placer. Hundí los dedos en la carne de sus caderas, utilizándola como palanca para sumergirme aún más profundamente en su deliciosa entrada. Lamí y lamí su entrada, hipnotizado por su sabor y atento a cómo se movían y crujían las cadenas que rodeaban sus articulaciones. Era el tercer juego que usábamos esta noche.

Ella había fallado la primera vez durante la primera hora. Tardó otras cuatro horas en perder una segunda vez. Los castigos por estropear las cosas habían sido más bien suaves ―después de todo, el castigo, eran orgasmos repetidos en una apretada secuencia algo que difícilmente podía considerarse duro―, pero ambos sabíamos que si fallaba una tercera vez, las cosas se iban a poner serias.

Y debido a esas graves consecuencias, yo estaba haciendo todo lo posible para que cediera una vez más.

―Dios, es demasiado… demasiado bueno… oh, sí…

―Vente otra vez ―la insté―. Déjalo ir.

Bella gimió, levantando las caderas para ir al encuentro de mi lengua ansiosa, sólo para empujarlas de nuevo sobre el suelo helado cuando sintió los lametones rapaces que intentaban abrirse paso a través de su cuerpo. Me di cuenta de que todo esto estaba siendo demasiado para su vagina excesivamente estimulada, y sabía que no necesitaría más de un par de minutos para alejarse lo suficiente de la neblina eufórica como para poder desearlo de nuevo. Pero ella no me detuvo, y tampoco dijo «azúcar», así que seguí. Y ella seguía gimiendo y retorciéndose frenéticamente, al borde mismo de una ola orgásmica que nunca llegaba a superar su frágil cresta.

Pero entonces algo cambió.

Oí el eco grave de las raíces siendo derribadas antes que cualquier otra cosa. Cuando levanté la vista, tuve el tiempo justo de atrapar el abeto cuando caía sobre nosotros, empujándolo antes de que consiguiera golpear a Bella. El árbol aterrizó de lado, sus ramitas y ramas crujiendo bajo su peso.

Analizando las cosas más detenidamente, empecé a comprender. Los brazos y las piernas de Bella ya no estaban atados por nada. En medio de su retorcimiento, logró zafarse una vez más. Y en su imprudencia, había derribado sin querer el abeto más pequeño del grupo. No parecía importarle mucho ahora, pues yacía con los ojos cerrados y una mano sobre el pecho.

Suspiré y me subí encima de ella, hasta que quedamos cara a cara. Sus ojos se abrieron perezosamente, dejándome sin habla por un momento. Había tenido tiempo de sobra para acostumbrarme a su nuevo color y, sin embargo, cada vez que tenía ocasión me quedaba pensativo. Hoy eran rojo granada y tan hermosos que podría cometer crímenes por ellos, cosa que, para ser justos, ya había hecho varias veces.

―Por eso nunca hacemos esto dentro de casa― murmuré.

―Lo siento, era… se estaba poniendo demasiado intenso, necesitaba moverme.

Me dolía el pene de necesidad al oír su voz, tan melosa y suave, auténtica música para mis oídos.

―Las excusas sólo te llevarán hasta aquí. No nos quedan cadenas y ni siquiera te has corrido. Empiezo a desilusionarme.

―Edward… me he corrido tantas veces que he perdido la cuenta.

―Esto solo significa que haremos que esta cuente. Levántate.

Me levanté, dejándole espacio suficiente para moverse del suelo. La observé mientras se levantaba, analizando cada centímetro de su cuerpo sin ningún pudor. Siempre había sido hermosa, escandalosamente hermosa, incluso para ser humana. ¿Pero cómo vampiro? Debería haber sido un espectáculo prohibido. No había cambiado nada fundamental, aparte de la forma en que su piel, antes color crema, parecía ahora el brillo de la nieve. La parte superior de su cabeza apenas me llegaba a la barbilla, su pelo aún le rozaba la cintura con sus ondas rebeldes, y aún podía acomodar perfectamente sus pechos en las palmas de mis manos. Pero al mismo tiempo… todo estaba más definido, más matizado, de formas que ni el mismísimo da Vinci habría sido capaz de captar. Pasé numerosas veces horas simplemente besándola y acariciándola con toques de pies a cabeza, adorando lo que era mío para adorar.

Ahora mi Bella esperaba pacientemente, con los jugos de la excitación resbalando por sus muslos, y yo me sentía como siempre que la tenía a mi lado: como si me hubiera tocado la lotería.

―Carajo, eres preciosa ―le dije, porque tenía que saberlo. Completé la distancia que nos separaba con dos únicos pasos, apretando mi erección contra su vientre. Su pequeño jadeo lascivo la delató: estaba dispuesta a repetir. No tardó nada, exactamente como esperaba―. Y eres toda mía.― Mi voz retumbaba de orgullo, lo notaba, pero me resultaba difícil contenerme cuando me daba cuenta de ello en todo su esplendor.

Giré a Bella hasta que apoyó la espalda en mi pecho y nos acerqué rápidamente al árbol más cercano y robusto, que resultó ser un cedro rojo. Empujé a mi amante hacia delante, hasta que sus pechos se apoyaron en el grueso tronco y mi pene se acomodó cómodamente entre sus nalgas.

―No será fácil, lo sabes, ¿verdad? ―Murmuré en su oído―. Ser tomada, azotada y mordida por todas partes, todo a la vez… y aún tienes que venirte, por supuesto. Ni siquiera estoy seguro de que puedas con todo.

―Puedo ―se apresuró a decir.

―Eso tienes que demostrarlo tú y juzgarlo yo. Abre las piernas. Ahora. ―Lo hizo, ya temblorosa, y pasé mi dedo por su resbaladiza entrada, recogiendo su excitación a medida que avanzaba. Las últimas doce horas le habían dejado la vagina deliciosamente sucia, un desastre perfecto. Moví las caderas hacia delante, hasta que la punta de mi miembro encontró su entrada. Empujando ligeramente, sentí que la cálida carne cedía, pero una pizca de resistencia seguía allí, manchándome, abrazando mi punta con fuerza―. Mmmmm, tan húmeda y apretada para mí…

Su clítoris palpitaba salvajemente bajo mi pulgar, y si había olvidado cómo iban a ir las cosas, yo estaba más que contento de recordárselo. Bella apenas pudo darse cuenta de que mi mano había abandonado su cadera, porque al segundo siguiente mi palma golpeó sonoramente su trasero. En un instante, sentí que su cuerpo se tensaba, y aproveché la nueva tensión para hundir mi pene más profundamente en ella, estirando los músculos tensos de su interior, moldeándolos para que se parecieran a mi propia forma.

La gloriosa estrechez me estimuló ferozmente, y gruñí cuando retrocedí unos centímetros, sólo para hundirme aún más. La sensación de estar dentro de ella era el paraíso, y me hacía sentir completo como nada ni nadie en este mundo podría hacerlo. Empujé un poco más, y cuando estuve enterrado hasta el fondo, la solté por completo, desatando todo mi deseo sobre ella.

Le di palmadas en el trasero con más fuerza que antes. Moví el dedo en pequeñas espirales alrededor de su húmedo manojo de nervios. Empecé a meter y sacar con velocidad. Y cuando encontré el ritmo que me gustaba, le clavé los dientes en el omóplato, atravesando los tejidos congelados en un abrir y cerrar de ojos.

Bella gritó: placer mezclado con la cantidad justa de agonía.

―Mhmmm, eso es, cariño… aprendiendo por fin la lección.

No le di tiempo a recuperarse de la conmoción. Rápidamente lamí la herida antes de continuar. Otra palmada, fuerte y clara, seguida de mis dientes encontrando la parte inferior de su bíceps. Inevitablemente, se produjo otro grito, cuando sintió mi veneno abriéndose paso en sus inmutables células. Volví a lamer el nuevo corte, mientras metía y sacaba el pene con fuerza y rapidez, sumergiéndome libremente en el vicioso agarre de su vagina y olvidándome del resto del mundo.

Cada vez que sentía que el agarre de Bella se hacía más fuerte ―la más divina advertencia de su clímax inminente―, le golpeaba el trasero con renovada fuerza y la mordía más, sin detener el asalto a su clítoris necesitado ni la cogida desesperada. La presión que se acumulaba en mis pelotas era urgente y no hizo más que aumentar mi ímpetu.

En cuanto noté las uñas de Bella raspando la corteza del tronco del árbol, supe que no había vuelta atrás... para ninguno de los dos.

―Estoy cerca, Edward, tan cerca ―gimió.

―Lo sé… Lo sé, te llevaré allí…

Mis palmadas empezaron a ser más fuertes, más violentas, y mis mordiscos empezaron a concentrarse sólo en su cuello. Bella parecía haber perdido todo el control de sus miembros, ya que en ese momento no era más que una masa temblorosa de concupiscencia. Entonces mis dientes atravesaron su gélida carótida y todo explotó.

Nos vinimos juntos, largo y fuerte, nuestros gritos combinados de éxtasis cortando el silencio del bosque por la mitad. Derramé mi enorme carga dentro de ella, y sus músculos enloquecidos me exprimieron hasta la última gota. Sólo fui ligeramente consciente de que mis dientes seguían en su cuello mientras sucumbíamos a nuestro mutuo final.

Volver a la tierra después de nuestro subidón me llevó varios minutos. Me encontré con los brazos apretando a Bella contra el pecho y la lengua trazando patrones de curación en el lugar donde habían estado mis dientes no hacía mucho.

―Te amo ―suspiró ella.

―Te amo más. ―Mis palabras salieron en un gruñido bajo―. Ven aquí, mi Bella. Lo has hecho tan bien hoy…

Abandoné la comodidad de su cuerpo, ambos gemimos cuando sentimos que nuestros líquidos combinados se derramaban, y le di la vuelta, hasta que pude verle la cara de nuevo. Parecía más que contenta. Parecía satisfecha, realizada y, sobre todo, feliz.

Aunque ahora, con la bruma de nuestros orgasmos desapareciendo, recordé que el día estaba lejos de terminar, y que algo aterrador ―aterrador para mí, emocionante para ella― nos esperaba.

―No quiero, pero… creo que debería vestirme ―suspiró.

Tratar de hacerla cambiar de opinión era una posibilidad remota, pero valía la pena intentarlo.

―Sabes que no tienes que hacer esto hoy, amor.

―Lo sé. Pero quiero hacerlo. Puedo hacerlo.

Sonaba tan esperanzada, tan ansiosa, que lo último que quería era aguarle la fiesta. Además, confiaba en su autocontrol. Y aún más importante, confiaba en ella.

―Siempre estoy a una llamada de distancia, recuerda.

―Edward… son sólo unas horas, no pienses demasiado en esto.

―¿Me conoces?

Nos reímos juntos, y por un breve segundo, casi sentí que esta no era una idea tan arriesgada después de todo.

Casi.


Asumir el hecho de que Bella a veces tendría que enfrentarse al mundo sin mí cerca, vigilándola atentamente por si se sucumbía, no había sido fácil. Aunque, a decir verdad, muchas cosas no habían sido fáciles desde su cambio, cosas que ni siquiera tuve en cuenta la noche en que uní su destino al mío para siempre. Las consecuencias se desplegaron lentamente, permitiéndome ver que todo tenía un precio, y desgraciadamente no era yo quien tenía que pagarlo, sino Bella.

La primera repercusión fue que ella no recordaba su pasado humano con la claridad que yo esperaba. Con el paso del tiempo, mejoró, pero no del todo; aunque borrosos, sus recuerdos estaban ahí, enterrados bajo una capa de recuerdos mucho más conmovedores y vívidos, a saber, los que había ido construyendo desde que abrió los ojos a esta nueva vida.

La segunda ramificación de mi hazaña llegó cuando Bella se dio cuenta de que no podía volver a casa, ya no. No era sólo el cambio físico lo que le impedía volver, sino también la realidad de lo que era ahora. Había cierta incompatibilidad entre llevar una vida universitaria sencilla y beber sangre para sobrevivir. No le gustaba, pero comprendía que debía apartarse de su antigua vida, por la seguridad de sus seres queridos. Fingir su muerte había sido una experiencia agotadora y deprimente para ambos, aunque por motivos diferentes. Puede que Bella no recordara todo lo que estaba perdiendo por mi culpa, pero recordaba lo suficiente como para derrumbarse en mis brazos mientras veíamos su funeral desde lejos.

Luego estaba la tercera consecuencia, y posiblemente la más obvia: su sed. Era una parte natural de ser vampiro, más aún para un recién nacido. Y también era una parte natural de Bella, como era de esperar. Sin embargo, lo que no había tenido en cuenta era la posibilidad de que le repugnara tanto la idea de matar para mantenerse que simplemente… se negara a hacerlo. Al principio pensé que era una broma retorcida. Había estado tan convencido de que habíamos llegado a un acuerdo, y era que yo cazara a los depredadores entre los humanos, y que Bella disfrutara de la mayor parte de la presa.

Así que lo que menos esperaba era que se echara atrás en cuanto me viera arrastrando a un chulo borracho por un callejón oscuro. Se suponía que era su primera comida; olía atrozmente, comparado con el aroma angelical que una vez tuvo la sangre de Bella, pero para sus sentidos recién nacidos, estaba dispuesto a apostar que olía como toda una comida. Y pude ver el conflicto en sus ojos aquella noche: quería ceder, pero algo primario, que parecía trascender incluso su sed, no se lo permitía. Acabé bebiendo sólo de él.

Después de aquella noche, las cosas empezaron a ir más cuesta abajo. Intenté llevarla de caza conmigo en varias ocasiones más, pero cada vez las cosas acababan igual: conmigo apresurándome a terminar la comida que se suponía que era de Bella, y con ella cayendo en un vórtice de crisis existencial, que la dejaba acribillada por la culpa y más sedienta que nunca. Era consciente de que no podíamos seguir así por mucho tiempo. Un vampiro hambriento sólo podía pasar hambre durante cierto tiempo, antes de desbocarse.

Presionado por las inusuales circunstancias de la moralidad de Bella, encontré una solución. Empecé a cazar por mi cuenta, equipado con una docena de botellas de vidrio en una mochila. Cada vez que mataba, vaciaba la sangre de la víctima en las botellas y se las llevaba a Bella. Aunque no estaba muy contenta, aceptó el compromiso y, antes de que me diera cuenta, se convirtió en nuestra rutina. No era lo ideal, pero mientras ella se sintiera saciada, yo estaba más que feliz de hacer mi parte.

Pero a pesar de todo lo desagradable del cambio, no me arrepentí de la noche en que le clavé los dientes en el cuello, porque Bella tampoco se arrepentía, y se aseguraba de reafirmármelo cada vez que podía. Al fin y al cabo, seguíamos siendo nosotros. Todavía tan locamente enamorados el uno del otro que parecía surrealista. Todavía locamente enamorados. Así que cuando no nos ocupábamos directamente de que ella se acostumbrara a su nueva naturaleza, disfrutábamos el uno del otro de todas las formas que queríamos.

Pasábamos las noches hablando de nosotros, del mundo, del futuro, de las fuerzas que habían puesto el universo en movimiento. Hacíamos el amor. Intercambiábamos nuestros libros favoritos. Veíamos películas en autocines desde lejos. Viajamos juntos, atravesamos océanos a nado y nos colamos por las fronteras corriendo a toda velocidad, descubriendo continentes a nuestro ritmo. Bella parecía especialmente cautivada por los vastos páramos de Inglaterra y las espectaculares auroras de Islandia. Pero siempre quería volver a lo que llamaba «su hogar» la inmensidad siempre verde del noroeste del Pacífico.

Con las Navidades a la vuelta de la esquina, pasamos la mayor parte de diciembre en un bosque a las afueras de Olimpia, en una cabaña alquilada. Estaba tranquilamente aislada del resto de la ciudad y nos proporcionaba mucho espacio e intimidad para coger sin ser molestados cuando nos asaltara el deseo… y maldita sea, nos asaltaba a diario. Pero por mucha comodidad que ofreciera este lugar, hoy lo temía. Porque hoy era el primer día que me quedaría aquí solo, mientras Bella salía al mundo por su cuenta, sin ninguna supervisión.

Seguramente había pasado un año desde que abrió los ojos a la inmortalidad, suficiente para tener sus impulsos bajo control. Y, por supuesto, también tenía la brújula moral de un monje cuando se trataba de matar gente. Pero eso no me tranquilizaba del todo, porque aún podían ocurrir cosas terribles si se encontraba en el lugar y el momento equivocados. ¿Y si ocurría algo totalmente inesperado y se volvía loca? ¿Y si se encontraba con alguien cuya sangre le cantaba como una sirena a un marinero perdido en el mar? ¿Y si perdiera la cabeza por un segundo? ¿Qué pasaría entonces?

Me dijo que si me preocupaba por cada «y si…», sólo para poder protegerla a cada paso, se quedaría atrapada para siempre en el bucle de necesitar una niñera, lo que a su vez le quitaría su independencia. Y yo sabía que tenía razón, aunque mi ansiedad me pedía a gritos que me tomara más en serio las leyes del riesgo. Pero al mismo tiempo, controlarla era lo último que quería hacer fuera de los límites de nuestro dormitorio; después de todo, no me había enamorado de una marioneta. Me había enamorado de Bella. Mi Bella testaruda, sensible y luchadora. Y si ella quería demostrarse a sí misma que podía enfrentarse al mundo sola sin dejar daños, que así fuera.

Cualquier cosa por ella. Siempre.

Me quedé fuera un rato después de que se fuera, sin saber qué hacer a continuación. Tenía al menos una hora para mí y varios libros que aún no había leído yacían intactos en la cabaña. Sin embargo, la perspectiva de leer no me parecía lo bastante atractiva ahora, cuando ya tenía un abrumador exceso de pensamientos nadando en mi mente. Necesitaba otra cosa para distraerme. Algo mejor. Así que cuando vi el pequeño abeto que Bella había talado, se me ocurrió una idea y no tuve que pensármelo dos veces. Lo levanté del suelo y volví a entrar.

Aunque había accedido al ferviente deseo de Bella de no intercambiar ningún regalo, aún podía jugármela y sorprenderla de alguna manera.

Encontré unas cuantas luces sin usar en un cajón, junto con un costurero lleno de botones de colores e hilo de coser. Continué mi misión de exploración, examinando la cocina, donde descubrí una sola bolsa de palomitas entre varias bolsas de patatas fritas. No era mucho, pero era suficiente para lo que tenía en mente. Mientras utilizaba el hilo para improvisar pequeños adornos, mi mente me llevó de vuelta a su pasatiempo favorito: pensar en mi pareja. Aunque hacía todo esto por ella, no estaba seguro de si era suficiente.

Había momentos en los que temía que nuestro estilo de vida no fuera suficiente para ella.

Nunca me lo dijo explícitamente, pero me di cuenta de que ansiaba la comodidad de un hogar estable. Nunca nos quedábamos más de un mes en un mismo lugar y, cuando llegaba la hora de marcharnos, Bella siempre decía que desearía que nos quedara al menos un día más allí. Y cuando cedía a sus deseos y prolongaba nuestra estancia, su mirada seguía brillando de tristeza cuando inevitablemente nos marchábamos. Pero permanecer demasiado tiempo en el mismo lugar habría atraído una atención no deseada, teniendo en cuenta que allá donde íbamos se producían una serie de muertes repentinas. No podíamos permitirnos ser perezosos.

Pero carajo, cómo me gustaría poder hacerlo a veces.

Con estas preocupaciones haciendo una fiesta en mi cerebro, concentrarme en la tarea que tenía entre manos era difícil, pero no imposible. Pero al menos los adornos estaban listos, lo que significaba que podía pasar al siguiente nivel. A falta de un soporte normal para el árbol de Navidad, llené un cubo con piedras y lo coloqué en el salón, donde el árbol esperó pacientemente. Una vez estabilizado en el cubo, procedí por fin con la decoración.

Seguí cambiando de sitio la guirnalda de palomitas de maíz y los adornos de botones pequeños, no muy satisfecho con su colocación. No me había dado cuenta de que ya había pasado una hora entera, demasiado ocupado jugueteando con el maldito árbol en mi intento de distraerme de mis pensamientos. Sólo me detuve cuando oí una retahíla de pensamientos lejanos. Había estado tan tranquilo aquí, en el bosque, lo bastante lejos de la ciudad como para no oír el zumbido constante de las voces internas ―sólo yo, Bella y la apacible tranquilidad que ella me proporcionaba―, que la nueva voz, femenina y delicada, me sorprendió.

Al escuchar con más atención, me sentí un poco confuso al descubrir que la desconocida recitaba mentalmente las enmiendas de la Constitución.

Desconcertado, tome mi chaqueta de la percha ―aún tenía que guardar las apariencias si el recién llegado era un humano― y salí. Las sombras del crepúsculo se colaban por detrás de las nubes, envolviéndolo todo en suaves tonos ciruela. Observé los árboles, esperando que apareciera una sombra en cualquier momento. Entonces me golpeó una ráfaga de viento, que trajo consigo la fragancia que más amaba en este mundo.

Mi Bella volvía a casa. ¿El único problema? Estaba claro que no estaba sola, porque había un olor adicional, desconocido y floral, que desde luego no pertenecía a un ser humano.

Todos mis instintos se dispararon a la vez e hice lo único que me parecía lógico en ese momento: Empecé a correr en dirección a la posible amenaza. No tuve que correr mucho. Segundos después, me adentré en el corazón del bosque, donde vi dos figuras: Bella y la extraña. Apenas tuve la oportunidad de analizar a la nueva mujer. Ya estaba apartando a Bella, sujetándola con tanta fuerza que se habría quedado sin aliento si aún necesitara aire para funcionar.

―Te tengo ―le dije.

De todas las cosas que podría haber hecho, se rio. Desconcertado, la abracé con más fuerza.

―Tenías razón ―soltó una risita, y me pregunté a qué se refería.

―Te lo dije, lo he visto ―bromeó la otra mujer. Sus pensamientos anteriores se dispersaron, dejando espacio para otros nuevos―. "No pretendía asustarte, pero era el mejor de los casos."

Miré a Bella, intentando comprender. Levantó los ojos, con rayas rojas en ellos, ahora que el veneno había disuelto la mayor parte del pigmento de sus lentillas negras, y parecía… extrañamente relajada, a pesar de mi feroz agarre. Tenerla entre mis brazos me tranquilizaba, pero era imposible evitar la sensación de que algo más grande que yo estaba ocurriendo.

―Conocí a alguien ―me explicó―. O más bien se aseguró de que la conociera.

―¿Qué está pasando? ―le pregunté.

Bella miró en dirección a la forastera, y yo hice lo mismo, estudiándola bien por primera vez. Tenía un aspecto increíblemente diminuto, como el de un duende que hubiera saltado directamente de las páginas de un cuento de hadas, con su corto pelo negro meticulosamente despeinado y su sonrisa omnisciente. Pero lo que realmente llamó mi atención fue otra cosa: sus ojos no eran rojos, ni negros. Eran dorados y profundos, como un tarro de miel de acacia.

Yo sólo había visto ese color una vez, en la mente de Tanya. Había pasado más de un año desde que me habló del peculiar aquelarre de vegetarianos residentes en Washington, que conoció por accidente. No había vuelto a pensar en ellos desde aquella noche, su existencia era demasiado intrascendente para merecer un segundo pensamiento. Eran bichos raros hasta la médula, eso era todo lo que necesitaba saber.

―¿Quién demonios eres? ―No quería sonar tan duro, pero no podía evitarlo. La mano de Bella rozó mi mejilla al instante, como si su gesto pudiera suavizar mi temperamento.

La desconocida sonrió más.

―Me llamo Alice Cullen. Y soy lo segundo mejor que podría pasarte, después de Bella, claro. Mi familia y yo sobrevivimos únicamente de sangre animal.

Su mente era una mina de amabilidad, y yo no podía hacerme a la idea. ¿Cuál era su trato, más allá de lo que ya era obvio?

―Al principio íbamos a reunirnos los tres dentro de un año o así ―continuó con seguridad―. Pero entonces Bella se empeñó en ir sola de excursión a la ciudad, y yo me emocioné y… como que intervine. Simplemente estaba descansando en un banco del parque cuando la encontré.

Mientras hablaba, me llegaban fragmentos de sus otros pensamientos.

"Oh, sí, puedo ver el futuro, eso es algo mío."

"Sé que puedes leer la mente, Bella me lo contó."

"Deja de mirarme así, soy lo opuesto a un enemigo."

La nueva información me golpeó como un tren de carga. No fue sólo el hecho de que la recién llegada ―bueno, Alice― tuviera una dieta muy diferente a la mía, o que afirmara poder ver el futuro, lo que me afectó. También fue la familiaridad con la que me trataba, como si hubiéramos tenido esta conversación varias veces antes, y ella hubiera aprendido a tener la paciencia suficiente para responder a mi hostilidad con paz.

―No sé qué quieres de nosotros ―le espeté, una vez que terminó de hablar.

―En realidad ―intervino Bella―, creo que quiero algo de ella.

―¿En serio?―Mis cejas se alzaron en señal de sospecha, ya que la discusión se estaba volviendo más extraña por momentos.

―Bueno, sí. Quiero decir… su dieta no suena… demasiado mal, si lo piensas. No me importaría aprender más sobre ella. Y… quizá yo también podría probarla, en algún momento.

Me quedé mirándola, perplejo por lo que estaba oyendo. La alimentación siempre había sido un tema delicado para ella, yo lo sabía mejor que nadie. Pero ni siquiera cuando aún estaba hambrienta pensé en esta alternativa. Beber sangre de animal parecía una broma en sí misma; por no hablar de que no era posible mantener la sed de un recién nacido.

―¿Ahora hablas en serio? ―comprobé.

―Tenemos una residencia permanente aquí, en Olimpia ―intervino Alice, antes de que Bella pudiera contestar.

Esas palabras desataron algo en mí. La idea de estabilidad, de constancia ―o más bien la falta de cualquiera de esas dos cosas― llevaba tiempo atormentándome. No porque necesitara un hogar estable, sino porque un hogar estable era a lo que Bella había estado acostumbrada durante la mayor parte de su vida, y también era lo que le faltaba constantemente por mi culpa. Todas las veces que me dijo que quería quedarse en un lugar determinado volvieron a la superficie en un torrente de celo que me hizo completamente débil cuando se emparejó con la mirada suplicante de Bella.

Hablas en serio ―dije, y esta vez no era una pregunta.

Ella asintió, con una esperanzada determinación en el rostro.

―¿Y? ―susurró.

Era la respuesta más fácil.

―Cualquier cosa por ti. Siempre.

Oí a Alice chillar cuando me incliné para presionar mis labios contra los de Bella. No era un beso cualquiera; era una silenciosa declaración de algo que superaba nuestro entendimiento, y tenía la sensación de que Bella también lo sabía.

Momentos después, los tres acordamos dirigirnos al interior, donde el árbol de Navidad aguardaba pacientemente, para continuar la conversación. La mente de Alice parecía revolotear con retazos del futuro mientras bailaba hacia la casa. Lo último que vi en su mente antes de entrar en la cabaña fueron dos pares de ojos.

Los míos y los de Bella.

Ambos brillando con triunfo.

Ambos del color de las caléndulas en flor.

Ni rastro del demonio que una vez vivió al lado.

El fin


Hola

¿Qué les pareció? Muchas gracias por leer esta traducción, y agradeceré también se pasen al perfil de la autora para darle las gracias por permitirme traducir esta historia. Recuerden motivar a las autoras originales para que nos sigan permitiendo poder traducir sus hermosas historias.

Por último sé que tengo muchos proyectos, sin embargo ha habido muchos cambios bastante fuertes en mi vida por lo que no daré fechas para no crear falsas ilusiones, prefiero terminarlos antes de publicar.

Gracias por sus comentarios a: Cassandra Cantu, Iza, mrs puff, EriCastelo, Car Cullen Stewart Pattinson, Kriss21, Annalau y Sheei Luquee. Les agradezco cada uno de ellos, y se que algunos querían mas, a mi me gusto el cierre que le dio la autora, ¿ustedes que dicen?

Saludos.

P.D. nos estamos leyendo por ahí.