INUYASHA NO ME PERTENECE, PERO LA HISTORIA SÍ

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UN TRATO AUDAZ

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CAPITULO 10

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DEDICADO A BENANI0125

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Es que no necesitamos autorización de tu padre, si es ese el miedo ―le decía el joven con el sombrero en la mano.

Kagome no estaba convencida.

No porque Inuyasha no le agradase, no había persona que la hiciera reír y que fuera tan agradable como él. Llevaba conociéndole casi cuatro años prácticamente desde que eran unos niños, desde que su padre instituyó la academia en la mansión.

Le tuteaba con la confianza propia de años de conocerla.

Inuyasha estaba por marcharse a estudiar Medicina a Viena e inesperadamente le propuso matrimonio la última tarde que asistió a la clase del señor Bleinman.

Kagome se sintió tentada ¿Cómo no hacerlo?

Desde que debutó en sociedad, nadie la miraba y aunque recién paseaba dieciséis primaveras, ésa era la edad ideal para hallar futuros prospectos matrimoniales.

Pero pese a su juventud, hasta Kagome sabía que, si huía con Inuyasha Coleman y se casaban en secreto en Gretna Green, la ignominia caería sobre la casa del marqués de Romsday y sobre todos sobre sus hermanas, entre las solteras y casadas de ese momento.

Rechazó la propuesta de Inuyasha Coleman y él se marchó a Viena, decepcionado que su amiga no se animara a arriesgarse con él.

Conmigo, serías libre de los ojos perniciosos de tus hermanas y no estarás sujeta a lo que diga el circulo de tu padre ―fue otras de las cosas que él le dijo.

Pero ya estaba hecho.

Fue así como Kagome dejó ir a Inuyasha hace cuatro años.

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Kagome pasó cuatro años sola, siendo objeto de burla de sus hermanas y en los salones se reían de ella por su aspecto demasiado redondeado para el gusto estético de esos aristócratas.

Por un momento, en ese tiempo, alcanzó a arrepentirse de haber rechazado la proposición de Inuyasha y pensaba en él con frecuencia.

Pero hace algunos meses, su situación cambió cuando su padre la casó con un hombre, que todos decían era un cadáver viviente. Pero desde que lo hizo ya no había vuelto a acordarse de Inuyasha. No cuando en su mente y su corazón, sólo pensaba en su esposo y en cuanto quisiera hacer por él.

En cuanto a Inuyasha, algunas preguntas siempre quedaron en el tintero. ¿Cómo no hacerlo?

Ese amigo de infancia y compañero de clases fue su mejor asistencia cuando Kagome planeaba sus primeros diseños y despertaba aquella vocación dormida por las artes manuales e intelectuales.

Inuyasha era un chico de sonrisa fácil, que hacía bromas irónicas todo el tiempo.

De allí y sus largas charlas, fue que Kagome desarrolló aquella dialéctica de ingenio con la cual solía enfrentarse a su esposo.

¿Se habrá casado con una buena mujer?

¿Ya es un médico de renombre como soñaba ser?

Parte de esas preguntas, Kagome ya no necesitaba que nadie se lo dijera.

Tenía la respuesta frente a sus ojos.

Inuyasha Coleman, inclinado cerca de la cama del conde de Nolan examinaba a su esposo. Cerca suyo, el colega que había venido con él, portando maletas con numerosos implementos médicos y extraños. Conversaban en terminología técnica.

Cuando se vieron en la entrada, él la saludó con un respetuoso formalismo, como si no la conociera de nada, cortando de tajo cualquier posibilidad de que ella lo recibiera intentando recordar su amistoso pasado.

Y ahora lo veía trabajar.

Estaba hecho un hombre muy atractivo, lejos de aquella delgada juventud. La cabellera rubia que siempre mantuvo larga, ahora lo mantenía corta.

―Milady, si desea puede esperar un momento. Vamos a desvestir al conde para revisar la inflamación ―le dijo el acompañante de Inuyasha.

Kagome miró hacia su antiguo amigo, pero él no le devolvió la mirada.

Luego miró a su esposo y éste pareció entenderla.

―Mi señora, deje a los médicos hacer su trabajo ―le pidió―. Ya sé que le gusta observarme, pero no sea tan obvia.

Bankotsu no podía dejar de ser bromista un solo momento.

Pero fue preciso para aliviar la tensión que sentía la joven.

Kagome y Yura salieron dejando a los dos médicos y el señor Patrick junto a su esposo.

Estaba nerviosa del dictamen médico.

Era cierto que Bankotsu había hecho aquella ultima broma, pero ella no era tonta, distinguía su voz más apagada, como si cada aliento necesitase cada vez de más aire que parecía faltarle.

Comenzó a lagrimear y sólo Yura, quien era muy receptiva la cogió del brazo para sacarla de allí y buscarle algún té calmante.

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Kagome despertó de la duermevela al sentir que alguien llamaba por su nombre.

Al abrir los ojos y aclarar la vista notó que era Yura quien la llamaba. Estaba en su estudio, en su sillón, rodeada de todos sus diseños y pinturas.

―Los médicos desean verla ―informó Yura―. En el despacho del señor.

― ¿Qué hora es?

―Ya son las ocho de la noche, los médicos estuvieron examinando por casi tres horas. Se ven agotados, pero aun así desean conversar con usted.

―Ayúdame con los zapatos ―ordenó Kagome.

La doncella obedeció y luego a las volandas fueron al despacho de abajo. Era claro que los galenos no querían que el enfermo oyese su última sentencia.

Al llegar se topó con Inuyasha, con apariencia cansada escribiendo algunas notas sobre la mesa de apoyo y al otro hombre revisando unas notas.

Al verla entrar, se levantaron en señal de deferencia a saludarla.

―Milady.

― ¿Tenéis algo que decir? ―preguntó Kagome sin saludar y presa de la ansiedad.

Inuyasha la observaba cuidadoso, pero fue quien habló.

―Necesitamos observar al conde por unos días más, Milady ―comentó Inuyasha―. No quiero darle falsas esperanzas y necesito más tiempo con el paciente.

― ¿Tiempo? ―preguntó Kagome

―Tengo la sospecha de que no sea realmente tuberculosis ―y ante la sorpresa de Kagome se apresuró en aclarar―. Hemos analizado algunas cuestiones y tomado muestras y este caso es muy parecido a unos casos documentados que derivan del envenenamiento por alacrán.

Kagome oía sin poderlo creer.

―Concuerdo con el doctor Coleman, si esto realmente fuera tuberculosis, el conde ya debería estar padeciendo de otras desmejoras en otros órganos, en cambio sigue focalizado en los pulmones y no concuerda con los enfermos clásicos de tuberculosis. Nos han dicho que recibe tratamiento.

―Así es ―asintió Kagome incrédula―. Tiene un médico de cabecera.

―Pues ya no debería recibirlo ―sugirió Inuyasha serio―. Si vamos a seguir nuestro método, ese tratamiento no sirve y si mis sospechas de envenenamiento son comprobadas, necesitamos asegurarnos que el paciente reciba la medicina correcta, pero aun deseamos poder observarle ―Kagome vio que Inuyasha parecía algo incómodo―. Siempre y cuando nos permitan tratarle y descartar nuestras sospechas.

Fue como una ventisca de esperanza apareciera en el horizonte de forma inesperada.

― ¿Mi esposo tiene esperanzas?

―Si es que el veneno no comprometió aun el corazón…podría haber una posibilidad ―aclaró Inuyasha inmediatamente al verla tan entusiasta.

Pero para Kagome no importaba.

Habían vivido con desesperanza esperando la muerte del conde en cualquier momento y viéndolo marchitar cada día que aquella noticia inesperada ni siquiera hizo razonar a Kagome de que de ser cierta la idea de esos médicos, Bankotsu fue envenenado lentamente todos esos años.

La joven se acercó a los médicos con las manos temblando y los ojos vidriosos, en un impulso cogió la mano de un atribulado Inuyasha.

―Le ruego que lo ayude…se lo suplico

Aquella forma de rogar tan elocuente, paralizó brevemente a Inuyasha quien se desasió de inmediato, consciente de sus respectivas posiciones sociales apresurándose en soltarla y haciéndole una reverencia.

―Mi señora, haremos lo necesario si nos autoriza a tratarlo ―sacó con una media voz―. ¿El conde necesitará saberlo?

―Se lo diré en la mañana, no deseo aturdirlo esta noche. Pero tenéis mi autorización para proceder al tratamiento en absoluta reserva y solo podremos estar al tanto nosotros, así como mi doncella. Temo que los demás miembros de la casa no necesitan estar enterados ―adujo pensando exclusivamente en la señora Loren.

El médico que acompañaba a Inuyasha carraspeó.

― ¿Informamos a la casa del duque de Saint Owen?

Kagome lo pensó.

No informar al padre de su esposo, quien también era su superior, era grave. Pero mantenerse a salvaguarda de acciones de la duquesa le parecía más apremiante.

―Yo tomaré la responsabilidad ―declaró la joven―. El señor Bleinman les habrá dicho que este caso debe ser manejado con absoluta discreción.

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Cualquier otro enfermo que hubiera recibido una noticia positiva como ésa podría estar tranquilo y esperanzado.

Pero no era el caso de Bankotsu, quien comenzó recibir tratamiento de inmediato.

Desde que había quedado ciego, había aprendido a agudizar sus sentidos y más en las cuestiones que le interesaban como era el caso del aroma de su esposa.

Y en este caso, aunque no podía verlo sí podía sentir aquella latente tensión entre su esposa y uno de los médicos, él que parecía ser el más joven.

Percibía que ella le hablaba en un tono diferente a los demás.

Kagome solía quedarse mientras los médicos le controlaban y administraban la medicación que tenía un sabor espantoso y hablaban de su caso, pero Bankotsu no les prestaba atención ya que estaba más atento entre las interacciones de Kagome con ese hombre.

―Esto no es tuberculosis, es producto de un veneno de alacrán ―determinó aquella voz que ya comenzaba a detestar.

Dos días de control y observación bastaron para sacar aquellas conclusiones.

― ¿Es posible que pueda curarse del veneno? ―oyó a Kagome preguntar, ya que la joven no se movía de allí.

Aquella incipiente molestia que le nacía del pecho le hacía cuestionar si realmente se quedaba por él o para tener cerca a ese médico.

―Mi señora, con tantas preguntas lo que hace es incordiar ¿Por qué no nos deja un momento a solas? Deje que estos hombres puedan examinarme en santa paz.

Bankotsu empleó su habitual tono irónico, pero hablaba bastante en serio.

Quería que ella saliera de la habitación.

Notó un molesto silencio hasta que ella finalmente salió de la habitación, ciertamente molesta.

Aunque se mordía los nudillos por disimular la creciente molestia que sentía, debía reconocer que se sentía mejor.

La tos había desaparecido e iba ganando fuerza.

―Sólo basta que reciba muchos alimentos cárnicos para nutrir las graves falencias que recibió esos meses ―le comentó uno de los médicos, justamente la voz que no le gustaba.

En la semana completa que los médicos los atendieron, notó que Kagome solía aparecer silenciosamente cerca de la puerta de la habitación.

Pero, aun así, él podía sentirla.

Era como si aún estuvieran enfadados, más era la potencia del aroma del ciruelo blanco en la habitación. No estaba seguro porque cada vez se sentía mejor y sus sentidos se veían más agudizados.

Esa tarde en particular, cuando el médico le avisó que el tratamiento había acabado de administrarse con éxito y solo bastaba esperar que el tiempo y la naturaleza terminaran de reparar su cuerpo con descanso adecuado y, sobre todo, una dieta cárnica, el veneno terminaría de mermar por completo sin secuelas físicas.

Sintió que Kagome saltaba de la felicidad e incluso agradeció de forma efusiva al médico ése que se llamaba Inuyasha Coleman, fue donde Bankotsu tuvo de nuevo uno de sus particulares e incontrolables ataques.

― ¿Qué pensaran los señores de sus impulsos, mi señora? ―dijo en un tono de voz severo.

― ¿No le parece una noticia maravillosa, milord? ―ella respondió feliz.

Pero por algún motivo, Bankotsu no deseaba que desplegara su sonrisa y menos a ese hombre, el doctor Coleman.

Era ciego, pero no estúpido.

―Si no hiciera usted un alboroto por la noticia, podría ser realmente feliz.

Un silencio y tensionado silencio.

―Patrick, lleva a los señores a la cocina, deben tener hambre luego de haber atendido a este ciego toda la mañana ―ordenó a su mayordomo ya que sabía que se encontraba en el salón.

―Sí, milord ―lo oyó decir, con una voz de incomodidad también. Hasta ese pobre hombre se percataba de su antipatía.

―Yo también me retiraré…milord ―la escuchó decir antes de salir.

Finalmente, en la habitación, Bankotsu quedó solo ya que los médicos fueron tras el señor Patrick y ella había salido sola.

Habia sido duro, pero ya no soportaba ese aire a coqueteo de parte de ella a él.

Sintió unos pasos acercarse luego de cruzar la puerta y mantenerse a respetuosa distancia.

Estaba seguro que era uno de los criados.

― ¿Ben?

―Mi…milord ―tartamudeó el joven lacayo

Se notaba que era joven y era uno de los nuevos criados que seleccionó Kagome por su timidez y torpeza notable.

Pero era el único que tenía a mano.

―Revisa donde anda la condesa…y ―dudó un poco, pero agregó―. También el medico Coleman, revisa donde están y vienes a informarme ¿entiendes?

El joven parecía sorprendido ante el pedido de su amo, pero no iba a discutirlo.

Aunque fue la condesa quien lo contrató, el pequeño criado siempre querría ganar puntos con el amo de la mansión.

―Enseguida, milord.

Lo oyó correr para cumplir la orden.

Se sentía ridículo, pero se había tragado la semana entera con esos inadecuados pensamientos.

Ni siquiera había tenido tiempo de idear alguna forma de cómo manejar su propio envenenamiento, que era una información de cuidado. Su padre podría no creerle.

Pero ahora sentía que debía lidiar primero con estos molestos ataques que le daban. Parecía que cuando más se curaba, unos sentimientos parecidos a los celos lo atosigaban.

Oyó los pasos arrastrándose del joven criado, quien venía corriendo.

―Acércate ―le ordenó

―Milady y el medico conversan en el jardín.

Oír eso hizo que Bankotsu se levantara de un solo movimiento.

Apretó los puños.

―Guíame hacia la zona de la escalera, usaremos la silla deslizante ―le ordenó.

El pequeño Ben se extrañó, pero no iba a desobedecer.

― ¿Exactamente en qué parte del jardín? ―le preguntó.

―Cerca de los rosales del cuarto ventanal que da a la biblioteca ―informó el muchacho.

Bankotsu lo pensó un momento.

―Vamos hasta la biblioteca, y al llegar allí cerraras la puerta, que nadie entre mientras yo esté ahí ¿entendido? ―volvió a ordenar―. Pásame el bastón.

El muchachito fue obediente, lo guio hacia la silla y lo llevó hacia la biblioteca, luego se aseguró de cerrar la puerta y custodiarla que nadie viniera a meterse en sus asuntos.

Bankotsu podría estar ciego, pero sabía mentalmente la localización del ventanal, sólo debía contar cuarenta pasos desde el enorme escritorio hasta la abertura, empujarla con cuidado y todo el ruido exterior entraría por ella.

Se ocultó a un costado y no le costó encontrar lo que buscaba.

Unas familiares voces.

Eran Kagome y el doctor Coleman.

―Tiene que prometerme que hablará de esto con la sociedad médica, si es cierto que oyó de esa cirugía ―la escuchó decir.

―No deseo darle esperanzas, pero sí le puedo jurar que conversaré con mis maestros para que me enlacen con la sociedad médica de Viena y si en verdad hay un método adecuado para operar los ojos del conde.

La oyó suspirar.

Él permaneció callado, seguro contemplándola y eso le daba más rabia.

―Mi venida fue secreta e incluso nuestra presencia se hizo con extrema reserva. Temo que la duquesa pueda hacernos las cosas difíciles al llegar a Londres.

―No importa, es un héroe de guerra ¿permitiremos que lo mancillen así? Ya fue envenenado y si hay forma de mejorar sus condiciones de vida ¿Por qué no intentarlo?

El sonido del viento y de la tela de su vestida daban cuenta que ella volvió a girarse.

Volvió a instaurarse un silencio.

―Usted es demasiado buena y él es un hombre difícil…

―Es mi esposo y es mi deber ―respondió la joven, pero había algo en su tono de voz que Bankotsu no sabía descifrar.

Otro silencio complicado.

―No hubiera tenido que pasar por esto si se hubiera casado conmigo ¿sabe?

La sorpresa se llenó en el rostro de Bankotsu, quien no esperaba tamaña revelación.

¿Ellos se conocían de antes e incluso tuvieron ese tipo de relación?

Su intuición no le había fallado.

―Eso quedó en el pasado…y lo sabe ―el tono de ella parecía nostálgico―. ¿Acaso aquello se interpondrá en mi pedido?

― ¿Acaso no estoy aquí? El único motivo por el que vine es porque usted pidió ayuda, caso contrario no hubiera movido un dedo. Todo lo estoy haciendo por usted.

A Bankotsu le dio un escozor al pecho como si quisiera arrojar todo lo que hubiera a su paso. Ya no podía seguir escuchando o no sería capaz de responder por sí mismo.

Apretó su bastón y caminó dando golpes hasta que el pequeño Ben abrió la puerta al haber escuchado los golpes de su señor.

―Ayúdame a subir a mi habitación ―le ordenó―. No se te ocurra comentarle a nadie que estuve aquí abajo ¿oíste?

―Si…si milord.

Pobre muchachito, lo estaba apremiando demasiado, pero en este momento no estaba por la labor de tener miramientos con nadie.

En su mente sólo estaba lo que escuchó entre su ella y ese hombre.

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Patrick le había dicho que el conde le pidió estar solo y que no deseaba ser molestado.

No bajó a cenar, pero si pidió que le subieran té.

Eso fue extraño para Kagome, ya que desde se instaló el sillón deslizante, Bankotsu hacía sus comidas en el salón. Sin contar que él se sentía mejor día con día.

Estaba cansada, luego de haber despedido a los médicos, quienes se marcharían a Londres al día siguiente.

Había tenido una significativa charla con Inuyasha y roto parte del hielo que se había instalado en medio de su amistad.

Decidió subir a ver a Bankotsu y obligarlo a cenar.

Anduvo muy malhumorado esos días y necesitaban una charla.

Necesitaba comer carnes como parte de la dieta médica.

―Ese tonto me va a oír ―se dijo a sí misma.

Hizo un golpecito a la puerta y luego empujó la puerta como siempre hacía.

Por un momento tuvo un dejavú de la primera vez que lo vio al encontrarlo casi en la oscuridad sentado frente al fuego de su chimenea en la misma posición de esa vez.

―Va a tener que cenar ―comenzó a decirle, pero se calló al notar que él tenía en sus manos una insignia con los colores de la Royal Navy. A pesar de la penumbra, ella reconoció los colores sumado a que él mantenía un semblante melancólico y nostálgico.

―Imagino que me ve como a una fenómeno ―comentó él repentinamente sorprendiéndola.

― ¿Qué…?

Él alzó una mano empuñando la insignia.

―Si supiera que alguna vez estas manos fueron capaces de empuñar armas o de domar caballos como ningún otro ―hizo un silencio que a Kagome sobrecogió―. La hubieran podido proteger a usted de cualquier cosa…pero en cambio, hoy sólo pueden limitarse a esconderse en la oscuridad y no tienen nada más que ofrecerle.

Él nunca le había dicho cosas como ésas.

Kagome no pudo evitar que sus ojos se cristalizaran ante la impotencia que él sentía.

La misma ternura que siempre guardaba para él volvió a aparecer con fuerza al saberlo tan frágil. Iba a decir algo, pero él se adelantó.

―La escuché hace un rato ¿no se comprometió con ese medico por mi causa? Él si sería capaz de protegerla a usted de todo e imagino que no tiene una familia tan complicada como la mía…

Eso si la tomó de sorpresa a ella.

¿El conde oyó lo de ella y de Inuyasha?

Pero es que justamente no había pasado nada. Y ni iba a pasar.

Escuchar sus palabras con un sentido de derrota era más de lo que ella podría soportar.

Él volvió a pasarle los dedos a la insignia en sus manos.

―Antes que atarla a un ciego que nunca podrá protegerla como usted se merece, prefiero dejarla ir. Es una buena mujer y en poco tiempo, fue capaz de arreglar mi vida cuando ya estaba con un pie en la tumba…usted no se merece esto. Yo no la merezco…

Las manos de Kagome que colgaban a los costados comenzaron a temblarle como nunca y no es que la habitación estuviera fría.

Él se levantó repentinamente como si la estuviera viendo en realidad.

La visión de saberse lejos de él es más de lo que ella podía soportar.

Comenzó a lagrimear.

― ¿Cómo puede decir que usted no me merece? … si es lo único a lo aspiro ahora… ―con una voz atracada de un dolor que le venía desde el alma.

Y como él seguía parado allí sin reaccionar, pudo detener su poderoso impulso ya que cogió la mano de él que acariciaba la insignia y sin que siquiera él pudiera preverlo, la joven se arrojó a besar esos labios tomándolo de sorpresa por el ímpetu y vehemencia.

Un beso calcado de calor y sabor.

Un beso que lo contenía todo.

Incluido sus propios sentimientos.

Él se vio sorprendido y por un corto instante permaneció estático, pensando quizá que era un sueño o una alucinación, pero luego tampoco pudo seguir evitando lo que sus palabras presentaron como antesala.

Al diablo todo.

Lo único que deseaban eran besarse.

Él la cogió del talle, de forma tierna y dulce, como si le pidiera permiso muy a diferencia de la primera vez que se vieron cuando él la asaltó con sus manos para palparla con grosería.

Eso había quedado muy atrás.

Allí sólo estaban un hombre y una mujer, ambos solitarios que siempre se estuvieron buscando, aunque vivían en la misma casa.

Pues parece que al fin se habían encontrado.

Y admitido lo que tanto les costaba.


CONTINUARÁ

Gracias hermanitas por su amabilidad y espera.

Espero poder cerrar junio con el capítulo 11 publicado así que manos a la obra.

A ver qué dramón les espera a la parejita que ya se besó y admitió que se gustaba.

Un saludito especial a las hermanas que dejaron su ultimo comentario: PAULITA, MOON SKIN, ANNIE PEREZ, LUCYP0411, TERECHAN19, LIN LU LO LI, YULI, VALENTINE HIGURASHI, CONEJA, BENANI0125.

Sepan que siempre atesoro sus comentarios en el fondo de mi corazón.

En serio gracias.

Paola.