Las semanas transcurrían con una pesada incertidumbre en la mansión Ardlay. A pesar del apoyo constante de Archie y las visitas frecuentes de Candy, la enfermedad de Annie avanzaba implacablemente. Cada día se hacía más evidente que el tiempo no estaba de su lado. Una tarde, cuando el sol comenzaba a descender y bañaba el jardín con una luz dorada, Annie tomó una decisión dolorosa pero necesaria.
Había estado reflexionando sobre su corto futuro y sobre el bienestar de su hijo y de su amado Archie. La idea de dejar a su hijo sin madre, como ella y Candy habían sido, la aterrorizaba. Pero también estaba la sombra persistente de una duda: ¿había Archie dejado de amar a Candy por completo? ¿Podría Candy amar a Archie algún día? Necesitaba asegurarse de que, cuando ella ya no estuviera, su familia quedara en las mejores manos posibles.
Esa tarde, pidió a Candy que la acompañara al jardín. Candy, preocupada por el estado de su amiga, aceptó sin dudarlo.
—Candy, gracias por estar aquí —dijo Annie, su voz suave pero cargada de una tristeza profunda.
—Siempre estaré aquí para ti, Annie —respondió Candy, tomando la mano de su amiga—. Sabes que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Annie asintió y tomó aire, preparándose para lo que iba a decir.
—Hay algo muy importante que necesito pedirte —comenzó, sus ojos llenos de una mezcla de determinación y dolor—. Algo que va más allá de nuestra amistad y de nuestras vidas.
Candy la miró con preocupación.
—¿Qué es, Annie? —preguntó con suavidad—. Dime, haré lo que pueda por ayudarte.
Annie apretó la mano de Candy, tratando de transmitirle la gravedad de su petición.
—Candy, cuando yo ya no esté... quiero que te cases con Archie —dijo finalmente, observando cómo la sorpresa y el dolor se reflejaban en el rostro de su amiga—. No quiero que él y nuestro hijo queden desamparados. No quiero que nuestro hijo sea huérfano como lo fuimos nosotras.
Candy se quedó en silencio, luchando por procesar lo que Annie le estaba pidiendo. Sus sentimientos por Terry aún eran fuertes, y la idea de casarse con Archie, aunque le tenía un gran cariño, le parecía impensable.
—Annie... no sé qué decir —murmuró finalmente—. Tú sabes cuánto amé a Terry, y aunque él está con Susana ahora, no sé si podría amar a Archie como tú lo amas.
Annie sintió una punzada de dolor, pero también sabía que esta era la mejor decisión para su familia.
—Candy, sé que esto es mucho pedir —dijo con lágrimas en los ojos—. Pero no puedo pensar en nadie mejor que tú para cuidar de Archie y de nuestro hijo. Eres fuerte, compasiva y has sido mi mejor amiga. Y aunque sé que Archie te amó una vez, creo que podría amarte de nuevo. Y quizás, con el tiempo, tú también puedas amarlo.
Candy sintió que su corazón se rompía ante la desesperación de su amiga. Sabía que Annie estaba manipulando sus emociones, pero también entendía el miedo que sentía por dejar a su familia sin protección.
—Annie, esto es tan difícil... —susurró Candy, con lágrimas en los ojos—. Pero si es lo que realmente deseas, haré lo que pueda para cumplir tu último deseo.
Annie la abrazó con fuerza, sintiendo un alivio mezclado con tristeza.
—Gracias, Candy —dijo, su voz quebrada—. Sé que esto no es justo para ti, pero confío en que podrás darle a Archie y a nuestro hijo el amor y el cuidado que necesitarán.
Durante los días siguientes, Annie y Candy pasaron mucho tiempo juntas, recordando su infancia y fortaleciendo su vínculo. Archie notaba la tristeza en los ojos de su esposa, pero ella siempre encontraba la manera de consolarlo y asegurarlo de que todo saldría bien.
Una tarde, mientras Annie descansaba, Archie se sentó junto a su cama y tomó su mano.
—Annie, no sé cómo podré seguir sin ti —dijo con voz temblorosa—. Eres mi vida, mi todo.
Annie lo miró con amor y determinación.
—Archie, eres fuerte y sé que podrás seguir adelante —dijo suavemente—. Quiero que seas feliz, que cuides de nuestro hijo y que encuentres la manera de seguir viviendo, incluso cuando yo ya no esté.
Archie asintió, luchando contra las lágrimas.
—Prometo que lo haré, Annie —susurró—. Prometo que cuidaré de nuestro hijo y que nunca olvidaré cuánto te amo.
Annie le sonrió con ternura, sintiendo que, aunque su tiempo se acababa, había tomado la decisión correcta para asegurar el futuro de su familia.
Y así, con el corazón lleno de tristeza pero también de una extraña paz, Annie se preparó para enfrentar el final, sabiendo que había hecho todo lo posible para proteger a los que más amaba.
