Capítulo 4: Terry en Nueva York
La luz del amanecer se filtraba a través de las cortinas pesadas del departamento de Terry en Nueva York, bañando la habitación con un brillo dorado. Terry, tumbado en la cama, miraba el techo con ojos cansados. Cada día que pasaba, el recuerdo de Candy se volvía más vívido, su amor por ella más doloroso. El compromiso con Susana, la mujer que había sacrificado tanto por él, se sentía como una cadena invisible que lo aprisionaba.
El sonido de los pasos de Susana por el pasillo lo sacó de sus pensamientos. Ella entró en la habitación, su silla de ruedas avanzando con un ligero chirrido.
—Buenos días, Terry —saludó Susana con una sonrisa forzada—. ¿Dormiste bien?
Terry se incorporó, esforzándose por devolverle la sonrisa.
—Buenos días, Susana. Dormí... lo suficiente —respondió, aunque sabía que su insomnio había sido evidente.
Susana fingió no notar la tristeza en su voz y se acercó a él.
—Estaba pensando que podríamos ir al parque hoy. Hace buen tiempo y podría ser agradable salir un poco —propuso, intentando mantener el ambiente ligero.
Terry asintió, aunque su mente estaba a kilómetros de distancia, en un pequeño hospital de Chicago, donde imaginaba a Candy trabajando con su eterna dedicación.
—Claro, Susana. Será bueno tomar un poco de aire fresco —dijo, levantándose de la cama y preparándose para el día.
Mientras se vestía, su mente volvía una y otra vez a Candy. Recordaba su risa, su espíritu indomable y cómo había iluminado cada lugar al que había ido. La imagen de ella seguía siendo una herida abierta en su corazón.
Más tarde, mientras caminaban por el parque, Susana intentó mantener la conversación ligera y alegre. Habló de la obra de teatro en la que Terry estaba trabajando, de los proyectos que tenían juntos, pero Terry apenas respondía con monosílabos. Finalmente, no pudo evitar preguntarle lo que más temía.
—Terry, ¿estás feliz? —preguntó, su voz apenas un susurro.
Terry se detuvo y la miró a los ojos, viendo el dolor y la inseguridad que intentaba ocultar. Quería mentirle, decirle que sí, que era feliz, pero sabía que ella merecía la verdad.
—Susana, yo... intento ser feliz —respondió con sinceridad—. Pero la verdad es que pienso en Candy cada día. No puedo olvidarla.
Susana apretó los labios, conteniendo las lágrimas que amenazaban con brotar.
—Terry, sé que amas a Candy —dijo finalmente—. Lo he sabido siempre. Pero... no puedo imaginar mi vida sin ti. No después de todo lo que ha pasado. Necesito que te quedes conmigo.
Terry sintió un nudo en la garganta. La culpa lo consumía, sabiendo que su presencia le causaba dolor a Susana, pero al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en Candy.
—Susana, nunca quise lastimarte —dijo con voz quebrada—. Eres una persona increíble y has hecho tanto por mí. Pero mi corazón... mi corazón siempre estará con Candy.
Susana cerró los ojos y dejó escapar un suspiro tembloroso.
—Terry, no necesito que me ames como amas a Candy —dijo con una voz firme a pesar de todo—. Solo necesito que estés aquí, conmigo. He perdido tanto ya... no puedo perderte a ti también.
Terry tomó su mano y se inclinó hacia ella, su frente tocando la suya.
—Prometo que siempre estaré aquí para ti, Susana —dijo con determinación—. No te dejaré sola.
Susana asintió, aceptando su promesa aunque sabía que su corazón siempre estaría dividido. La sombra de Candy se cernía sobre ellos, pero Susana estaba dispuesta a luchar por mantener a Terry a su lado, sin importar el costo.
De vuelta en su departamento, Terry se sentó en el sillón, mirando por la ventana mientras Susana se preparaba para la cena. La ciudad bullía a su alrededor, pero él se sentía atrapado en una prisión invisible de sus propios sentimientos. Sabía que tenía que cumplir con su promesa a Susana, pero cada día se volvía más difícil ignorar el llamado de su corazón hacia Candy.
El sonido del timbre de la puerta lo sacó de sus pensamientos. Se levantó y abrió la puerta, encontrándose con un mensajero que le entregó una carta. La reconoció de inmediato: era de Albert. Quien se había mantenido en constante comunicación con él por medio de cartas, en donde le hacía saber noticias sobre Candy.
Con manos temblorosas, abrió el sobre y comenzó a leer. Las palabras de Albert, llenas de noticias sobre la vida de Candy como enfermera y su dolor por la enfermedad de Annie, lo golpearon con una fuerza inesperada. Leer cada línea acerca de ella reafirmaba lo mucho que la extrañaba, lo mucho que todavía la amaba.
—Terry, ¿quién era? —preguntó Susana desde la cocina.
—Solo un mensajero —respondió, escondiendo la carta en su bolsillo.
Mientras la noche caía sobre Nueva York, Terry se sentó junto a Susana para la cena, intentando mantener la conversación ligera. Pero en su mente, las palabras de Albert seguían resonando, un recordatorio constante de lo que había perdido y de lo que aún deseaba más que nada en el mundo.
El conflicto entre su deber hacia Susana y su amor por Candy se intensificaba cada día, y Terry sabía que eventualmente tendría que enfrentar la verdad, sin importar lo dolorosa que fuera.
