La noche caía lentamente sobre Nueva York, bañando la ciudad en un manto de sombras y luces parpadeantes. Terry se encontraba sentado en su sillón favorito, la carta de Candy aún ardía en su bolsillo como un secreto que no podía compartir. Susana, desde la cocina, preparaba la cena con una eficiencia silenciosa, pero su mente estaba lejos, tramando y considerando sus próximas palabras cuidadosamente.
A medida que la cena avanzaba, Susana no pudo contenerse más. Se volvió hacia Terry con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos.
—Terry, ¿te acuerdas de aquel día en el teatro? —comenzó, su voz suave pero cargada de intención.
Terry levantó la vista, sus pensamientos dispersos enfocándose en la conversación.
—Claro, Susana. ¿Por qué lo preguntas? —respondió, aunque ya sabía a dónde se dirigía esto.
Susana dejó escapar un suspiro, su mirada fija en él.
—Porque a veces siento que lo olvidamos —dijo, su tono era una mezcla de melancolía y reproche—. El día que decidí salvarte, sabiendo que eso significaría el fin de mi carrera, el fin de mi vida tal como la conocía.
Terry sintió un nudo en el estómago. La culpa era una constante sombra en su vida, y Susana sabía exactamente cómo usarla.
—Susana, nunca he olvidado lo que hiciste por mí —dijo, su voz tensa—. Aprecio cada sacrificio que has hecho.
Susana asintió, pero no dejó escapar su punto.
—Lo sé, Terry. Pero a veces parece que tus pensamientos están en otra parte, con otra persona. No quiero sonar egoísta, pero no puedo evitar sentirme insegura cuando veo que tu corazón no está completamente aquí conmigo.
Terry apretó los labios, buscando las palabras correctas para calmar la tormenta que veía formarse en los ojos de Susana.
—Susana, estoy aquí contigo. Trato de ser el hombre que necesitas, pero es difícil. Hay cosas del pasado que no puedo simplemente borrar.
Susana se acercó, tomando su mano con una intensidad que lo sorprendió.
—Lo sé, Terry. Pero también sabes que si no fuera por mí, no estarías aquí ahora. Mi sacrificio no debe ser en vano. Necesito que estés aquí, no solo en cuerpo, sino en alma y corazón.
Terry sintió la presión aumentarse, como si las paredes de la habitación se cerraran sobre él.
—Susana, no quiero hacerte daño, pero no puedo cambiar lo que siento. Candy siempre será una parte de mí.
La cara de Susana se endureció por un momento antes de suavizarse en una expresión de dolor.
—Terry, no estoy pidiéndote que olvides a Candy. Solo quiero que recuerdes lo que tenemos. Lo que yo he hecho por nosotros. ¿No me debes eso, al menos?
La palabra "deber" resonó en la habitación, una campana de alarma en la mente de Terry. Sabía que Susana tenía razón en muchos aspectos, pero la manipulación emocional era clara y contundente.
—Sí, te debo mucho, Susana —admitió finalmente—. Pero no quiero que vivamos en una relación basada en deudas y sacrificios. Merecemos algo más que eso, ambos.
Susana apretó su mano con más fuerza, sus ojos llenos de lágrimas no derramadas.
—Entonces demuéstramelo, Terry. Quédate conmigo, no solo físicamente, sino completamente. Necesito saber que no me arrepentiré de haberte salvado.
Terry se quedó en silencio, sintiendo el peso de sus palabras. Sabía que Susana no iba a dejarlo ir fácilmente, y que su propio sentido del deber y la culpa lo mantenía atrapado. Pero en su corazón, la imagen de Candy seguía ardiendo con una intensidad que no podía ignorar.
Esa noche, mientras Susana dormía, Terry se quedó despierto, mirando la oscuridad. La carta de Candy todavía estaba en su bolsillo, un recordatorio constante de lo que había perdido y de lo que nunca podría tener completamente. La lucha entre su amor por Candy y su compromiso con Susana continuaba, una batalla interna que amenazaba con destruirlo desde dentro.
El amanecer llegó demasiado pronto, y con él, la promesa de otro día de fingimientos y luchas internas. Terry sabía que tenía que tomar una decisión, pero cada opción parecía llevar a más dolor y sufrimiento. Y así, en el umbral de un nuevo día, Terry se preparó para enfrentar otra jornada en su prisión emocional, sabiendo que la resolución aún estaba lejos de su alcance.
