El sol matutino acariciaba suavemente el jardín de la mansión Andrew, donde las flores frescas y los adornos simples preparaban el escenario para una ceremonia que, aunque sencilla, estaba cargada de emociones complejas. Candy estaba en su habitación, mirando su reflejo en el espejo. Vestida de blanco, con un velo que caía delicadamente sobre sus hombros, parecía un ángel. Sin embargo, la tristeza en sus ojos revelaba el peso de su sacrificio.
—Candy, te ves hermosa —dijo Patty, entrando a la habitación con una sonrisa, aunque sus ojos mostraban preocupación.
—Gracias, Patty. Sólo deseo que Annie esté en paz con nuestra decisión —respondió Candy, tomando un respiro profundo para calmar los nervios que la embargaban.
Patty asintió, sabiendo que no había palabras que pudieran aliviar completamente la tensión del momento.
Mientras tanto, en el jardín, Archie esperaba junto al altar. Aunque su corazón aún lloraba por Annie, no podía evitar sentirse afortunado de tener a Candy a su lado. Recordaba claramente la primera vez que la vio, su belleza y su espíritu libre. Ahora, al verla caminar hacia él, vestida de blanco, sintió una mezcla de orgullo y esperanza.
—Ella es un ángel —pensó Archie, sus ojos brillando con lágrimas no derramadas.
Albert observaba desde un rincón, su rostro marcado por una preocupación que no podía disimular. Había intentado razonar con Candy hasta el último momento.
—Candy, esto no es justo para ti ni para Archie. No puedes casarte sin amor —le había dicho, tratando de persuadirla.
—Albert, ya tomé mi decisión. Le prometí a Annie que cuidaría de su familia. No puedo romper esa promesa —respondió Candy con determinación, aunque su voz temblaba.
Albert había escrito una carta a Terry, esperando que él llegara a impedir la boda. Pero ahora, al ver que Terry no aparecía, se sentía decepcionado y preocupado por el futuro de Candy.
—Espero que sepas lo que estás haciendo, Candy —murmuró Albert para sí mismo mientras la veía avanzar hacia el altar.
El reverendo comenzó la ceremonia con palabras solemnes, y el ambiente se llenó de una melancolía palpable. Los votos fueron intercambiados con voces temblorosas, cargadas de promesas y sacrificios.
—Candy, prometo cuidarte y apoyarte. Juntos, encontraremos la manera de ser felices —dijo Archie, su voz quebrándose ligeramente.
—Archie, prometo estar a tu lado y cuidar de ti y del bebé. Cumpliré la promesa que le hice a Annie —respondió Candy, sus ojos brillando con lágrimas.
El intercambio de anillos marcó el inicio de un nuevo capítulo en sus vidas, uno lleno de incertidumbre y sacrificio. Cuando el reverendo los declaró marido y mujer, un aplauso contenido resonó en el jardín. Archie besó a Candy con ternura y respeto, consciente del peso de su promesa.
Esa noche, en la intimidad de su nuevo hogar, Candy y Archie enfrentaron la realidad de su matrimonio. El bebé dormía en la cuna, ajeno al tumulto emocional de los adultos.
—Archie, necesito tiempo para poder amarte como mereces. Por ahora, sólo pido tu comprensión —dijo Candy, sus ojos llenos de honestidad y tristeza.
Archie apretó suavemente su mano, sus ojos reflejando una profunda comprensión.
—Candy, te daré todo el tiempo que necesites. Lo más importante es que estemos juntos y nos apoyemos mutuamente —respondió Archie, su voz firme y llena de cariño.
Esa noche, mientras el mundo dormía, Candy y Archie compartieron un entendimiento silencioso. Sabían que el camino por delante sería arduo, pero con paciencia y apoyo mutuo, confiaban en que podrían encontrar la paz y, quizás, algún día, el amor verdadero.
