Disclaimer: Nada me pertenece; hago esto solo por diversión. La historia le pertenece a Karen Marie Moning y los personajes son de Mizuki e Igarashi, con excepción de algunos nombres que yo agregué por motivos de adaptación.
La historia está clasificada como M ya que puede haber algunas escenas no aptas para todo público.
Capítulo 13
Dormir después de la salida del sol no era algo que Anthony hiciera con frecuencia, pero sueños intranquilos habían interrumpido su descanso y había dormido hasta mucho después del amanecer.
Había alejado los vagos recuerdos y, en cambio, se había concentrado en los agradables pensamientos de su próxima boda. Vincent anhelaba volver a oír el castillo lleno de voces, Eleanor estaría encantada de ver a los pequeños correteando y Anthony Andley quería tener su propio hijo. Les enseñaría a sus hijos a pescar y a calcular el movimiento de los cuerpos celestes. Se prometió que les enseñaría lo mismo a sus hijas.
Quería tener hijos, y ¡por Amergin, esta vez llevaría a su novia al altar! No importaba que él no supiera nada de ella, que no la hubiera visto siquiera. Ella era joven, estaba en edad de procrear, y él la colmaría de respeto y cortesía. ¡Duplicaría sus atenciones hacia ella, tan solo por haberlo aceptado a él!
Y tal vez algún día ella podría llegar a sentir algo por él. Quizás ella era lo suficientemente joven para poder ser… eh, adiestrable, como un potro joven. Si no sabía leer ni escribir, tal vez le gustaría aprender. O podría tener mala visión y no darse cuenta de las excentricidades de los ocupantes del Castillo Andley.
Y tal vez sus perros lobo se embarcarían en largos barcos vikingos a través del lago, luciendo atuendos vikingos. Agitando banderas de rendición. Ja…
Eliza representaba su última oportunidad, y él era consciente de ello. Debido a que eran highlanders que se mantenían más o menos aislados, debido a siglos de rumores, y debido a la serie de compromisos matrimoniales rotos, los padres de jóvenes damas bien educadas se mostraban renuentes a comprometer a sus hijas con él. Buscaban para sus hijas hombres seguros y respetables a quienes los rumores no se aferraran tan tenazmente como las espinas en la lana.
No obstante, Leagan, un laird de un antiguo clan de noble linaje, había optado por ignorar todo eso (a cambio de dos mansiones y una generosa suma de dinero) y se había acordado un matrimonio. Ahora, Anthony solo tenía que disimular sus habilidades extraordinarias e inusuales el tiempo necesario para que Eliza Leagan se interesara por él, o al menos el tiempo suficiente para procurarse descendencia. Sabía que era mejor no esperar amor. El tiempo le había enseñado eso muy bien.
Amor, pensó para sí mismo. ¿Cómo sería tener una mujer que lo mirara con admiración? ¿Una mujer que realmente pudiera valorar su verdadera esencia? Cada vez que había empezado a creer que una mujer podría interesarse en él, ella había visto u oído algo que la había asustado terriblemente y lo había abandonado, gritando, ¡Pagano! ¡Hechicero!
¡Bah! Era un cristiano absolutamente respetable. Da la casualidad de que también era un druida, pero no sufría conflictos de fe. Dios estaba en todo. Así como había concedido Su belleza a poderosos robles y lagos de cristal, también había cepillado con ella las piedras y las estrellas. Absorto en la perfección de una ecuación, la fe de Anthony se fortalecía en lugar de debilitarse. Recientemente, había comenzado a asistir regularmente a misa de nuevo, intrigado por el inteligente joven sacerdote que había tomado el control de los servicios en el castillo. Dotado de un modo gentil, un ingenio rápido, una madre confundida por la que no podía ser culpado, y una mente abierta rara en los hombres de la iglesia, James Grey no condenaba a los Andley por ser diferentes. Veía más allá de los rumores a los hombres honorables que eran. Quizás en parte porque su propia madre practicaba algunos ritos paganos.
Anthony estaba contento de que el joven sacerdote fuera a realizar la ceremonia nupcial. Se habían acelerado los trabajos de restauración de la hermosa capilla del castillo para tenerlo todo listo.
Anticipándose a la llegada de su futura esposa al Castillo Andley, había tomado precauciones. No solo había advertido a Vincent y Albert sobre demostraciones inusuales de talento y conversaciones alucinantes, sino que había sacado los tomos «herejes» de la biblioteca y los había guardado para su almacenamiento seguro en la cámara de la torre de Vincent. Si Dios así lo quería, Eliza estaría tan ocupada con sus tías y doncellas que vendrían a acompañarla, que no notaría nada extraño en ninguno de ellos. No cometería con Eliza Leagan los mismos errores que había cometido con sus primeras tres prometidas. ¡Seguramente su familia podría mostrar su mejor cara durante sólo quince días!
Esta vez no fracasaría, prometió con optimismo.
Desafortunadamente, nadie más en el castillo parecía optimista esta mañana.
Al despertarse, hambriento e incapaz de encontrar a una sola criada de la cocina, deambuló por el pasillo hacia las cocinas, llamando a Eleanor, hasta que ella finalmente asomó la cabeza por la despensa para ver qué quería.
¿Qué quería cualquier hombre por la mañana, había bromeado, además de un apasionado encuentro entre las sábanas? Comida.
Ella no había sonreído ni bromeado de vuelta. Lanzándole miradas de reojo y extrañamente mordaces, Eleanor había cumplido, siguiéndolo de regreso al Gran Salón y dejando caer frente a él pan duro de una semana, cerveza sin gas y un pastel de cerdo que Anthony había comenzado a sospechar que contenía partes del animal en las que prefería no pensar.
¿Dónde estaban sus preciados arenques ahumados y papas fritas crujientes y doradas? ¿Desde cuándo él, el favorito de Eleanor, había sido merecedor de una comida tan escasa por la mañana? En ocasiones, Albert había sido tratado de una manera tan pobre, generalmente cuando había hecho algo que Eleanor no había apreciado, involucrando a una muchacha, pero no Anthony.
Así que ahora se sentó solo, deseando que alguien, cualquiera, incluso el joven Thomas, el muchacho brillante al que estaban entrenando en druidismo básico, pudiera entrar con un saludo o una sonrisa. No era un hombre dado a los estados de ánimo sombríos, pero esa mañana todo su mundo se sentía desequilibrado y no podía librarse de un presentimiento de que estaba a punto de empeorar.
—¿Y?—, dijo Vincent, asomando su cabeza hacia el Gran Salón, atravesándolo con su intensa mirada. —¿Dónde estuviste anoche?—. El resto de él lo siguió a un ritmo más pausado. Anthony sonrió débilmente. Si viviera hasta los cien años, nunca se acostumbraría a la forma de andar de su padre. De cabeza, el resto de él detrás, como si tolerara su cuerpo sólo porque era necesario llevar la cabeza de un lugar a otro.
Anthony tomó un trago de cerveza sin gas. —Buenos días a ti también, Papá—, dijo secamente. ¿Todo el mundo estaba de mal humor esta mañana? Vincent ni siquiera se había molestado en saludar. Sólo una pregunta que sonó muy parecida a una acusación y lo había hecho sentir como un muchacho otra vez, sorprendido regresando de un coqueteo nocturno con una criada.
El anciano Andley se detuvo en el umbral de la puerta, se reclinó contra la columna de piedra y cruzó los brazos sobre el pecho. Demasiado ocupado reflexionando sobre los misterios del universo y garabateando en sus diarios para dedicarse al entrenamiento o al manejo de la espada, Vincent era casi tan alto como Anthony, pero de constitución mucho más estrecha.
Anthony se esforzó por tragar un trozo de lo que estaba convencido de que era pastel de rabo de cerdo. Crunch-crunch. Por Amergin, ¿qué habría puesto Eleanor en esa cosa? se preguntó, tratando de no mirar demasiado el relleno. ¿Acaso horneaba cosas horribles por adelantado para servirlas a quienquiera que la molestara de alguna manera?
—Dije, ¿dónde estuviste anoche?—, Vincent repitió.
Anthony frunció el ceño. Sí, Vincent definitivamente estaba de mal humor. —Durmiendo. ¿Y tú?
Sacó un objeto no identificable de su plato y se lo ofreció a uno de los perros que se encontraba debajo de la mesa. Frunciendo el labio, el animal gruñó y retrocedió. Anthony frunció el ceño dubitativamente ante el pastel antes de mirar a su padre. Vincent parecía de su edad esa mañana, y eso deprimía e irritaba a Anthony.
Lo deprimía porque Vincent tenía sus años, sesenta y dos años completos. Lo irritaba porque recientemente su padre había empezado a llevar el cabello suelto sobre los hombros, lo que, en opinión de Anthony, lo hacía parecer aún mayor, y no le gustaba que le recordaran la mortalidad de su padre. Quería que sus hijos tuvieran cerca a su abuelo durante mucho tiempo. El cabello de Vincent ya no era el negro espeso de su mejor momento, sino que le llegaba hasta los hombros, era blanco como la nieve y poseía una personalidad propia. Sumado a la amplia túnica azul que tanto le gustaba, proyectaba una apariencia descuidada y de filósofo loco.
Quitándose la tira de cuero del pelo, se la arrojó a su padre y se sintió aliviado al ver que su padre todavía tenía la suficientemente agilidad como para atraparla con una mano por encima de su cabeza.
—¿Qué?— Vincent preguntó malhumorado, mirándolo. —¿Para qué querría yo esto?
—Amarra tu cabello. Verlo así, me está volviendo loco.
Vincent arqueó una ceja blanca. —Me gusta de esta manera. Para tu información, a la madre del sacerdote le gusta mucho mi cabello. Ella me lo dijo apenas la semana pasada.
—Papá, mantente alejado de la madre de James—, dijo Anthony, sin intentar ocultar su desagrado.
—Te juro, esa mujer intenta leer mi fortuna cada vez que la veo. Siempre merodeando, hablando de tristezas y desgracias. Está chiflada, Louisa lo está. Incluso James lo piensa—. Movió la cabeza en señal de desaprobación y se metió un trozo de pan en la boca, que después logró tragar bebiendo un trago de cerveza. El pastel de cerdo lo había vencido. Apartó el plato, negándose a mirarlo.
—Hablando de mujeres, hijo, ¿qué tienes que decirme sobre la pequeña muchacha que apareció aquí la noche pasada?
Anthony dejó su taza sobre la mesa con un golpe, sin estar de humor para una de las crípticas conversaciones de su padre. Deslizó el pastel de cerdo por la mesa hacia su padre. —¿Quieres un poco de pastel, Papá?— él ofreció. Vincent probablemente ni siquiera notaría nada malo en él. Para Vincent, la comida era simplemente comida, necesaria para mantener el cuerpo llevando la cabeza de un sitio a otro. —Y no sé de qué muchacha estás hablando.
—La que colapsó en nuestros escalones ayer, sin llevar puesto nada más que su piel y tu tartán—, dijo Vincent, ignorando el pastel. —El tartán del jefe, el único que está tejido con hilos de plata.
Anthony dejó de cavilar sobre su desayuno escaso, su atención completamente cautivada. —¿Colapsó? ¿En serio?
—En serio. Una muchacha inglesa.
—Esta mañana no he visto ninguna muchacha inglesa. Ni anoche—. Tal vez la muchacha de la que Vincent estaba hablando era la razón por la que había recibido el ofensivo pastel de cerdo. Eleanor tenía un corazón tierno y habría apostado una de sus preciadas dagas de Damasco a que si una muchacha maltratada aparecía en la puerta, era ella la que cenaba arenques dorados, papas fritas y tiernos huevos escalfados. Tal vez incluso Clootie dumplings, galletas de avena y mermelada de naranja. En más de una ocasión, mujeres de otros clanes habían buscado refugio en el castillo, buscando empleo o la oportunidad de comenzar una nueva vida con personas que no las conocían. Eleanor misma había encontrado refugio allí.
—¿Qué dice la muchacha que le pasó?— preguntó Anthony.
—Ella no estaba en condiciones de responder preguntas cuando apareció, y Eleanor dice que aún no ha despertado.
Anthony miró a su padre por un momento, con los ojos entrecerrados. —¿Estás insinuando que soy responsable de su presencia?— Cuando Vincent no hizo ningún movimiento para negarlo, Anthony resopló. —Oh, Papá, tal vez haya encontrado uno de mis viejos tartanes en cualquier lugar. Es probable que estuviera desgastado y lo hubieran tirado en los establos para cortarlo como trapos de parto para las ovejas.
—Ayudé a llevarla a su habitación, hijo—, suspiró Vincent. —Tenía la sangre de su virginidad en sus muslos. Y estaba desnuda y envuelta en tu tartán. Uno nuevo e impecable, no uno viejo. ¿Puedes comprender mi desconcierto?
—Por eso Eleanor me sirvió comida de hace una semana—. Anthony empujó su silla hacia atrás y se levantó, rígido de indignación. —Seguramente no crees que yo tuve nada que ver con eso, ¿verdad?
Vincent se frotó la mandíbula con cansancio. —Simplemente estoy tratando de entender, hijo. Ella pronunció tu nombre antes de desmayarse. Y la semana pasada Louisa dijo…
—Ni siquiera se te ocurra contarme lo que una adivina que lee ramitas…
—Que hay una oscuridad a tu alrededor que la inquieta…
—Qué elección tan fortuita de palabras. Una oscuridad. Lo cual, convenientemente, podría ser cualquier cosa que suceda. Un dolor de estómago por un pastel de cerdo, un pequeño corte en una pelea con espadas. ¿No ves lo vago que es eso? Deberías avergonzarte de ti mismo, un hombre de conocimiento, y nada menos que el Andley mayor.
Se miraron furiosamente el uno al otro.
—Obstinado, ingrato y malhumorado—, espetó Vincent.
—Confabulador, entrometido y greñudo—, respondió Anthony.
—Irrespetuoso e impotente—, exclamó Vincent con firmeza.
—¡No lo soy! Soy perfectamente viril…
—Bueno, ciertamente no podrías demostrarlo por tu semilla, que si se está dispersando, no está arraigando.
—Tomé medidas de precaución—, tronó Anthony.
—Bueno, deja de hacerlo. Tienes veinte y diez, y yo tengo el doble. ¿Crees que viviré para siempre? En este punto, daría la bienvenida a un bastardo. Y puedes estar seguro de que si la muchacha resulta estar embarazada, reconoceré al niño como un Andley.
Se miraron fijamente el uno al otro con el ceño fruncido, luego Vincent de repente se sonrojó, con la mirada fija en un punto distante más allá del hombro de Anthony.
Anthony se quedó helado al sentir una nueva presencia en la habitación. El pelo de la nuca se le erizó. Se dio la vuelta lentamente y el tiempo pareció detenerse cuando la vio. Su respiración se detuvo bruscamente en su pecho, y definitivamente chisporroteó bajo el calor de su mirada. Cristo, pensó Anthony, mirando fijamente a unos ojos que eran tormentosos y encantadores como el feroz mar escocés y verdes como los campos de las Highlands, ella es pequeña, de aspecto vulnerable y absolutamente hermosa. No es de extrañar que tenga a Papá y a Eleanor en semejante enredo.
Ella era un canto de sirena ambulante, irradiando pasión con el calor del deseo. Una mano descansaba sobre la elegante barandilla de mármol de la escalera, mientras la otra se presionaba contra su vientre, como si contemplara la posibilidad de estar esperando un hijo.
Ojalá hubiera tomado su virginidad, pero no lo hizo, no había tomado la virginidad de ninguna mujer,y, además, nunca la habría dejado vagando afuera después.
No, pensó mientras la miraba fijamente, él habría mantenido a esta mujer segura en su cama, entre sus brazos, cálida y resbaladiza por después de hacer el amor. Y hacer el amor. Y de hacer el amor de nuevo. Ella le hizo alguna brujería a su sangre.
Su cabello rubio caía en hermosos rizos más allá de sus hombros y hasta la mitad de su espalda. Tenía extraños mechones de cabello en forma de flequillo en su frente, los cuales apartaba de sus ojos con un suave suspiro, haciendo que su labio inferior pareciera aún más un puchero. De estatura pequeña, pero con curvas que podrían debilitar las rodillas de un hombre adulto, y de hecho las suyas se habían convertido en agua, llevaba un vestido en su color favorito que añadía un toque encantador a sus pechos. Era lo suficientemente transparente como para dejar al descubierto sus pezones, con un escote lo bastante bajo como para enmarcar sus curvas en una tentación eterna. Sus pómulos eran altos, su nariz recta, sus cejas se alzaban hacia arriba en los bordes exteriores, y sus ojos…
Cristo, la forma en que ella lo miraba era suficiente para hacer que su piel hirviera.
Ella lo estaba mirando como si lo conociera íntimamente. Dudaba que alguna vez hubiera visto una mirada de deseo tan intensa y descarada en los ojos de una mujer.
Y, por supuesto, a su siempre astuto padre no se le pasó por alto.
—Ahora, dime de nuevo que no la conoces, muchacho—, dijo Vincent con ironía. —Porque de cierto parece que ella te conoce.
Anthony sacudió la cabeza, perplejo. Se sentía un tonto, de pie y mirándola fijamente, pero por más que lo intentó no pudo apartar su mirada de la de ella. Sus ojos se volvieron suavemente implorantes, como si estuviera esperando algo de él o tratando de comunicarle un mensaje silencioso. ¿De dónde había salido semejante belleza? ¿Y por qué estaba teniendo un efecto tan profundo sobre él? Por supuesto, ella era encantadora, pero él había conocido a muchas mujeres encantadoras. Sus prometidas habían sido algunas de las mujeres más hermosas de las Highlands.
Sin embargo, nunca nadie le había hecho sentir tan viril, hambriento e intensamente posesivo.
Estos acontecimientos no auguraban nada bueno para sus planes de inminente felicidad conyugal.
Después de un silencio interminable, extendió las manos, confundido. —Te lo juro, nunca la había visto antes en mi vida, Papá.
Vincent se cruzó de brazos sobre el pecho y le frunció el ceño a Anthony. —Entonces, ¿por qué te está mirando así? Y si no te acostaste con ella anoche, ¿cómo explicas el estado en el que llegó?
—Oh, Dios mío—, balbuceó la muchacha entonces. —¿Tú crees que él?… ¡oh!, no había considerado eso—. Ella dejó escapar un gran suspiro y se mordisqueó el labio inferior, mirándolos.
Ya era hora de que ella hablara para limpiar su nombre, pensó mientras esperaba.
—¿Y Bien?— Vincent la alentó —¿Te tomó él anoche?— Ella vaciló por un momento, mirando a los dos hombres, y finalmente hizo un gesto con la cabeza que Anthony interpretó como un «no».
—¿Ves? Te lo dije, Papá—, dijo Anthony, aliviado de que ella finalmente hubiera apartado la mirada de él. Una justa indignación lo inundó. —No tengo que seducir a las doncellas, no con tantas muchachas experimentadas compitiendo por el placer de mi cama—. Puede que las mujeres no quisieran casarse con él, pero eso ciertamente no les impedía meterse en su cama en cada oportunidad. A menudo sospechaba que los mismos rumores sobre él que las ahuyentaban del altar eran el mismo señuelo que las incitaba a buscar su cama. Así de volubles eran las muchachas. Atraídas por el peligro durante una noche o dos, pero sin intenciones de vivir con él.
Cuando la pequeña muchacha lo fulminó con la mirada, él le dirigió una mirada de perplejidad. ¿Por qué se sentiría ofendida por su habilidad con las mozas?
—Perdona mi pregunta poco delicada, muchacha—, dijo Vincent, —pero ¿quién te robó...? …eh, ¿tu doncellez? ¿Fue uno de nuestra gente?
Era típico que su padre no pudiera dejarlo pasar. No había sido él, y eso era todo lo que Anthony necesitaba escuchar. En circunstancias normales, habría registrado sus dominios en busca del antiguo pretendiente que la había desflorado y abandonado cruelmente, y se habría asegurado de que le concedieran cualquier recompensa que deseara, si fuera una de ellos, pero su padre había pensado que él le había robado su virginidad, y eso lo ofendió.
Decidiendo ignorarla en gran medida para probarse a sí mismo que era capaz, se alejó para buscar a Eleanor, aclarar este asunto con ella y conseguir un desayuno comestible, pero se quedó paralizado cuando ella habló de nuevo.
—Lo hizo él—, dijo, sonando al mismo tiempo petulante e irritada.
Anthony se giró lentamente. Ella parecía casi tan sorprendida por sus propias palabras como él.
Ella se debilitó bajo la presión de su mirada, luego murmuró. —Pero yo quería que él lo hiciera.
Anthony estaba furioso. ¿Cómo se atrevía ella a acusarlo falsamente? ¿Qué pasaría si su prometida se enteraba? Si llegaba a oídos del padre de Eliza que esta pequeña mujer afirmaba que la había desflorado cruelmente y luego la había abandonado a su suerte, ¡podría cancelar las nupcias!
Quienquiera que fuera, no iba a causar estragos en su futura descendencia.
Gruñendo, cruzó el espacio entre ellos en tres rápidas zancadas, la levantó con un brazo y la arrojó por encima del hombro, con una mano controladora extendida sobre su trasero.
Una mano controladora que no dejaba de apreciar ese trasero, lo que le enfureció aún más.
Haciendo caso omiso de las protestas de su padre, se dirigió hacia la puerta, la abrió de golpe y arrojó a la mentirosa muchacha, de cabeza, hacia un arbusto espinoso.
Sintiéndose redimido pero también como el más despreciable canalla de todo Alba, cerró la puerta de golpe, la aseguró con el cerrojo y se apoyó en ella, cruzando los brazos sobre el pecho. Parecía como si hubiera bloqueado la puerta contra algo mucho más peligroso que una simple muchacha mentirosa. Como si la propia Caos estuviera atrapada entre los setos, vistiendo un seductor color lavanda y exudando puro deseo.
—Y eso es el final de eso—, le dijo a Vincent con firmeza. Pero no sonó tan firme como había pretendido. En realidad, su voz subió ligeramente al final, y su afirmación llevaba una inflexión de duda. Frunció el ceño para enfatizarlo mejor, mientras Vincent lo miraba boquiabierto, sin palabras.
¿Había visto alguna vez a su padre sin palabras? se preguntó con inquietud.
De alguna manera, tenía la sensación de que arrojar a la muchacha mentirosa al arbusto espinoso no había puesto fin a nada.
En realidad, tenía la sospecha de que lo que sea lo que estaba sucediendo, apenas había comenzado. Si fuera un hombre más supersticioso, podría haber imaginado que escuchaba el crujir de las ruedas del destino mientras giraban.
Marina777: Como ves parece que le será un poco más difícil convencer a Anthony de que lo que le cuenta es verdad, de lo que ella había anticipado.
Mayely leon: No creo que sepa bien que es lo que debe hacer, pero lo que si es que le será difícil convencer a Anthony de lo que ha ocurrido.
Guest 1 y 2: Que bueno que les gusta la historia y la encuentran interesante.
GeoMtzR: Vincent/Eleonor, la verdad es que es una pareja que no había encontrado antes en otra historia yo tampoco, pero me parece que las circunstancias si podían haberlos hecho encontrarse, y me gusta que los dos tengan una segunda oportunidad en la vida.
Tienes razón, Anthony del es muy obstinado y a Candy le costará mucho convencerlo de que la escuche. Y si Candy sigue reaccionando sin pensar, le será aún más complicado convencerlo.
lemh2001: Gracias por darle una oportunidad a esta nueva adaptación. Espero que te esté gustando.
Y también gracias a mis lectoras frecuentes en especial a:
Cla1969: Mi lasci sempre un bel commento, suppongo che in questa occasione o hai avuto problemi a leggere e commentare l'ultimo aggiornamento prima che pubblicassi questo capitolo, oppure, come mi è capitato in alcune occasioni, il commento semplicemente non l'ho fatto sembra che tu l'abbia fatto per qualche motivo.
Maria Jose M: Espero que este capítulo también te gustará.
Gracias a quienes siguen leyendo esta historia, a quienes leen y no dejan comentarios.
