Holi,

Sí, he tardado mucho. No, no tengo otra excusa que mi intento de fingir ser una persona adulta, responsable y funcional ocupa mucho tiempo. Y Taylor Swift. Sí, la he visto en Madrid. He sido BENDESIDA. Y de ahí que Astrid esté obsesionada con ella y que el capítulo tenga el nombre que tiene. Supongo que no hay mucho drama respecto a la tardanza de actualizar ya que no recibo casi reviews de esta historia (y ya de ninguna, qué coño xD) que creo que me gusta a mí y a un gato más, pero bueno, aquí sigo. Si os apetece y tenéis pena por esta pobre autora de fanfiction, dejad una review de propina para hacerme un poco feliz o para ratificar que este fanfic es una patata cruda.

No pasa nada si es así, lo importante es seguir adelante.

Os mando besitos a todes.

Espero de corazón que os guste.

Xx.

Nadie puede explicar de dónde vienen los familiares y es probable que ni ellos mismos lo sepan. Dada la escasez de familiares desde hace al menos dos siglos, desconocemos hasta qué punto puede desarrollarse el vínculo que une a un hechicero o una bruja con un familiar, pero sí se puede afirmar que no existe un enlace más sagrado que ese y que solo un hechicero o una bruja extraordinaria puede contar con tamaño privilegio. Por esa razón y para preservar la pureza del vínculo, nadie que no sea su alma afín puede tocar o hablar con un familiar. De lo contrario, se estaría cometiendo una abominación.

¿Por qué no tengo un familiar? El origen del vínculo más sagrado de nuestra civilización de Philippa Mable.

Xx.

Al principio, Astrid no siempre tuvo la intención de estudiar filología.

Es más, durante buena parte de su vida estuvo convencida de que iba a ser cirujana. Era buena estudiante, tan buena que su nota había dado de sobra para entrar en las escuelas de medicina de la Queen Mary de Londres o en la misma Oxford donde acabaría estudiando filología. Quizás haber estudiado Medicina hubiera sido una solución fácil a su situación, ya no solo como Corriente, sino entre los gizatis también, ya que no viviría en estado tan precario siempre. Sin embargo, hubo una circunstancia que la hizo cambiar de parecer.

La primera vez que conoció a otro Corriente, Astrid tenía diez años, y no fue en otro sitio que en el colegio. El niño en cuestión se llamaba Archie y le presentaron como un nuevo compañero que necesitaba el apoyo de todos porque era sordo. El niño hizo gestos con las manos para confusión de todos y su profesora les explicó lo que era la lengua de signos. Astrid no supo qué era más fascinante, si el hecho de que hubiera otro niño con magia acudiendo al colegio gizati, o que se pudiera comunicarse a través de sus manos. Fuera lo que fuera, a diferencia de sus compañeros gizatis, Astrid no dudó en juntarse con Archie, deseosa de aprender su lenguaje para así poder hablar con él y labrar por fin una amistad con alguien como ella.

Archie se mostró paciente en sus intentos de comunicarse con él y fue una suerte que el colegio proporcionara una profesora para enseñarles el lenguaje de signos. Desde el principio, Astrid demostró ser una alumna aventajada. Sus ganas de aprender y su emoción por conocer a otro niño Corriente la tenía eufórica y no podía esperar a entablar una conversación fluida con Archie.

Cuando Astrid cogió confianza para expresarse a través del lenguaje de signos, no podía esperar el momento de compartir los pocos conocimientos que tenía con su nuevo amigo. En una ocasión en la que Astrid había ido a su casa para estudiar juntos, la pequeña bruja hizo flotar su lápiz. Sin embargo, para su desconcierto, en lugar de mostrar admiración o fascinación, Archie se asustó mucho cuando vio que podía hacer magia. Negó con la cabeza en reiteradas ocasiones y se apartó de ella espantado, moviendo efusivamente las manos que decían:

—No está bien, no está bien.

—¿Por qué no? —preguntó Astrid extrañada.

—La magia solo da problemas.

—Eso no es verdad. Tú y yo somos iguales —apuntó la bruja con gestos lentos, pero claros—. Te puedo enseñar, es muy fácil.

El niño la contempló horrorizado y volvió a negar con la cabeza antes de gesticular:

—Creo que será mejor que te vayas.

—Pero Archie…

—No quiero ser tu amigo —insistió el niño con frialdad—. Papá dice que la magia es como un cáncer y por eso soy sordo.

Astrid no podía creer lo que estaba diciendo.

—No digas tonterías —gesticuló ella—. La magia es genial y muy útil, si quieres yo…

Archie abrió la puerta de su habitación con brusquedad y movió las manos de forma tajante.

—Vete de mi casa, Astrid. No vuelvas a dirigirme la palabra nunca más.

Astrid nunca había sido alguien dada a llorar. Es más, se marchó de casa de Archie con la cabeza bien alta, pero no pudo contener su disgusto tan pronto regresó a la suya. Su madre, quien había vuelto tarde de trabajar, encontró su cena intacta en la nevera y a su hija escondida bajo las mantas de su cama, con una llorera inconsolable. Tormenta estaba posada en la mesita, silenciosa e impotente ante su incapacidad de no poder hacer nada que la consolara.

—Mamá, ¿soy un monstruo? —preguntó Astrid cuando su madre la acogió entre sus brazos.

—¿Pero por qué dices eso? —dijo Eyra limpiando las lágrimas de sus mejillas.

—Archie, el niño sordo del cole, es como yo y dice que la magia es mala —explicó la niña entre hipidos—. Dice que no quiere volver a verme.

Eyra tampoco comprendía por qué Archie había tomado semejante postura, más cuando Astrid siempre se había mostrado prudente con su magia. Salvo cuando cogía alguna que otra rabieta que hacía que saltaran los plomos, explotara alguna bombilla o se cargara el microondas, la magia de Astrid nunca había dado señas de ser peligrosa o problemática en ningún sentido. La mujer se volvió a la cuerva, quién a su vez, le devolvió la mirada con la misma angustia que debía reflejar su cara. Era muy raro que Tormenta le dirigiera la palabra, más desde que podía comunicarse con Astrid, pero habían convivido el tiempo suficiente para comprenderse sin tener que entablar conversación.

—El miedo obliga a las personas a tomar decisiones que no les conviene —dijo su madre acariciando su cabello con mimo—. A veces, lo que no entendemos da mucho miedo y puede que Archie no haya tenido la suerte de tener una Tormenta o unos padres que le ayuden a entender quién es.

Astrid se volvió a la cuerva y extendió su brazo para que el animal se acercara. El pájaro se acercó de un salto y se acurrucó entre ellas.

—La verdad es que tengo mucha suerte —admitió Astrid apoyando su cabeza contra su pecho.

—¿De verdad lo crees? —preguntó su madre vacilante.

—Tormenta y tú sois mi familia y me queréis por lo que soy, ¿verdad? Aunque a veces rompa el microondas.

Eyra se rió y la estrechó con más fuerza.

—Tú eres lo mejor que me ha pasado, Astrid —le aseguró su madre con ternura—. No te cambiaría por nada ni por nadie.

Archie no volvió a dirigirle la palabra. Es más, mantuvo las distancias con ella, como si la temiera. Astrid tampoco forzó ningún acercamiento, aunque le daba una pena enorme que el primer Corriente que hubiera conocido no quisiera saber nada de ella. Al final, con el paso de los años, ambos actuaron como si el otro no existiera, hasta que, durante el último curso, Archie dejó de venir a clase. Al poco tiempo, se enteró de que había sufrido un cáncer galopante y nada se había podido hacer por su vida. Fue una tragedia de la que se habló durante semanas en el pueblo, más después de que su padre —pues de la madre no se sabía nada, por lo que Astrid supuso que sería de una familia Ilustre importante— se marchara del pueblo después del entierro de su hijo.

—Creo… creo que no quiero ser cirujana —confesó Astrid el día de funeral, cuando su madre y ella regresaban a su casa andando. Tormenta volaba por encima de ellas, a pocos metros de distancia.

Eyra se volvió a ella con cara de lucir poco sorprendida ante su confesión.

—¿Ah no? ¿Y ese cambio de parecer?

Astrid se detuvo y miró a su madre ansiosa.

—Quiero estudiar magia, mamá.

Su madre alzó las cejas.

—Tengo entendido que no puedes, hija.

—Ya —se apresuró a decir Astrid—. Lo sé, pero… soy buena estudiante y creo que puedo aprender mucho por mi cuenta y, quien sabe, igual hay otros Corrientes como Archie que necesiten que les echen un cable y no vean la magia como algo malo —Astrid buscó en su bolso un panfleto que llevaba semanas guardado—. Estoy segura de que puedo conseguir una beca para entrar en Oxford, quiero estudiar filología y trabajar en la Biblioteca Nacional de Magia algún día.

A Eyra Andersen no se le ocurrió replicar. En verdad, su madre aceptaría lo que fuera con tal de que ella fuera feliz, por lo que Astrid se sentía afortunada de contar con su respaldo y no su decepción. Todo progenitor soñaba con que sus hijos tuvieran grandes oficios como cirujano o abogado, por lo que el hecho de que su madre se conformara con que ella fuera filóloga con aspiraciones a bibliotecaria era un alivio.

Al principio, Astrid solo iba a optar por el máster de archivos, pero cuando supo de la existencia del de accesibilidad lingüística, no titubeó en hacer un esfuerzo por sacárselo también. Tenía la sensación de que había fallado a Archie, de que quizás si por entonces hubiera sabido comunicarse mejor, quizás hubiera convencido a aquel niño asustado que la magia no era una maldición, sino un regalo. No obstante, sus conocimientos en accesibilidad lingüística jamás había contemplado el hecho de tener que ayudar a un familiar con forma de gato a comunicarse y mucho menos con alguien que no era su alma afín.

El suceso acontecido la noche anterior, en la que de alguna forma Desdentao la había hablado a través de la mente suplicándole que le ayudara a recuperar su voz la había dejado toda la noche en vela. Ya no solo porque no se le ocurría nada que pudiera hacer, sino porque todavía no comprendía cómo era posible que un familiar que no era suyo realizara una conexión tan sólida y poderosa con su mente. Desdentao no era su familiar, de eso tenía plena certeza, puesto que su enlace mental poco tenía que ver con el que ella tenía formado con Tormenta. Su comportamiento era errático y poco común en un familiar y, a pesar de que Henry Haddock insistía en negarlo, Astrid estaba segura de que Desdentao era su familiar. Astrid tenía experiencia de sobra y había leído todo acerca de los familiares como para reconocer un enlace con solo verlo, por lo que ella no albergaba duda alguna de que Desdentao era el familiar de Henry.

Entonces, ¿por qué demonios le había pedido a ella que le ayudara a recuperar su voz?

Henry Haddock debía ser responsable de su propio familiar y no ella. Quizás debería hablar con él y explicarle la situación, pero no quería exponer que el animal había conectado mentalmente con ella cuando era tabú el simple hecho de tocarlo. No sabía cómo iba a reaccionar Henry y era evidente que Desdentao prefería recurrir a ella.

Menudo marrón, pensó la bruja con amargura cuando regresó de correr a la mañana siguiente.

Había comenzado a llover cuando había cogido el camino de vuelta y, aunque se había puesto el chubasquero, Astrid estaba empapada cuando entró por la puerta del servicio que daba a la cocina. Para su desagradable sorpresa, Henry Haddock estaba sentado de cara a la puerta, con aire pensativo y con café en mano.

—Buenos días, Astrid —le saludó educadamente—. ¿Quieres un café? Acabo de prepararlo.

Astrid miró que en la cocina de gas había una cafetera italiana que emanaba un delicioso aroma de café recién preparado. A pesar de que no le apetecía estar en la misma habitación que Henry, la tentación a un buen café que le ayudara a espabilarse era mayor. Se sirvió una taza hasta arriba y se apoyó contra la encimera para beberlo. Reparó entonces que Henry la miraba fijamente, como si estuviera estudiando sus movimientos con atención. La bruja sintió un nudo en su estómago, preocupada de que Henry tuviera conocimiento de lo sucedido la noche anterior, pero éste no abrió la boca. Incómoda y abrumada por el tenso silencio y de su mirada inquisitiva y profunda, Astrid preguntó:

—¿Ocurre algo?

Henry ladeó la cabeza, dubitativo.

—No, ¿pues?

—No dejas de mirarme como si tuviera monos en la cara —declaró Astrid irritada.

Henry arrugó la nariz.

—¿Acaso no puedo mirarte?

—Así no —respondió Astrid cortante—. Si tienes que decirme algo, dilo.

—Quizás yo tendría que decir lo mismo, ¿no crees?

¿Estaba hablando de lo que ocurrió la noche anterior entre Desdentao y ella? La bruja sostuvo su mirada, esforzándose en no darse por aludida por su comentario y decidida a terminarse el café cuanto antes. Dio un sorbo largo hasta vaciar la taza y se apartó un mechón húmedo que cayó sobre sus ojos.

—Me voy a la ducha —anunció para dar por zanjada la conversación.

Henry no replicó, pero Astrid sintió sus ojos clavados en la nuca. La ducha, al menos, le vino de perlas. El agua caliente le ayudó a despejar su mente y relajó la tensión de sus músculos. Escuchó su teléfono sonar sobre el lavabo, aunque Astrid estaba más focalizada en echarse cuidadosamente la mascarilla hidratante en su cabello y, una vez que salió de la ducha, observó que la llamada perdida era de su madre. Astrid devolvió la llamada y puso el altavoz en su teléfono para poder hablar con su madre mientras se desenredaba el pelo.

—¿Cómo estás, cariño? —preguntó su madre con ternura—. ¿Ya has salido a correr?

—Justo acabo de salir de la ducha —respondió Astrid a la vez que se echaba el aceite antiencrespamiento que poco haría a su cabello—. ¿Ya estás en la floristería?

—Sí, hoy recibo un nuevo surtido de orquídeas y tengo que prepararlas antes de abrir —explicó Eyra—. Oye Astrid, ¿qué te parece si el fin de semana que viene me acerco a Edimburgo y pasamos un par de días juntas?

Astrid se detuvo y miró hacia su teléfono con el ceño fruncido.

—Es un viaje largo desde Hampshire y te recuerdo que el coche lo tengo yo.

—Había pensado coger el tren nocturno el viernes después de trabajar y vernos directamente en la estación de Edimburgo. He visto un Airbnb monísimo y…

—Mamá —le interrumpió la bruja—. ¿Estás bien?

Astrid notó ese segundo de duda antes de que su madre respondiera:

—Por supuesto, hija, ¿por qué no iba a estarlo? Es solo que tengo muchas ganas de verte, con la tontería hace más de un mes que no nos vemos.

La bruja no pudo evitar sentirse culpable. Siempre hacía un esfuerzo por ir a Hampshire a ver a su madre, pero antes de conseguir el trabajo en Escocia, Astrid había tenido que meter horas extras en el box de Crossfit para poder pagar el alquiler en Londres. El trabajo en la casa de los Haddock había supuesto un alivio económico que era de agradecer, pero estaba demasiado lejos de casa y no podía arriesgarse a realizar un hechizo de teletransporte hasta la casa de su madre porque estaba segura de que iban a pillarla.

—Vale, mamá, me parece bien —dijo Astrid y su madre soltó un chillido de excitación—. ¿Te encargas tú de coger el Airbnb y los billetes?

—Y del itinerario turístico también —le prometió Eyra—. ¡Ay, Edimburgo! Hace muchísimo que no voy, ¡qué ganas!

Astrid colgó a su madre poco rato después y se secó el pelo mientras contemplaba su reflejo en el espejo. Quizás no le vendría mal ver a su madre, pero también temía que quisiera venir a Escocia para algo más. Fuera lo que fuera, esperaba que no se le hubiera ocurrido alguna tontería, porque Astrid no estaba de humor para las sorpresas de su madre.

Tormenta estaba contemplando el paisaje desde la ventana cuando Astrid volvió a la habitación para vestirse. Su familiar actuaba de forma extraña desde la noche anterior y Astrid seguía molesta porque no hubiera atendido a su llamada desde el principio. La cuerva, sin embargo, había estado inusualmente callada y Astrid no sabía cómo explicarle lo que había pasado la noche anterior con Desdentao por temor a que su familiar pudiera sentirse ofendida.

—Ha llamado mamá —dijo Astrid, decidida a no tener que soportar más silencios incómodos por ese día.

Tormenta tardó más de un segundo en responder, es más, le pareció escuchar que suspiraba.

—¿Ah, sí? ¿Y qué te contaba?

Pocas veces había visto a Tormenta con una actitud tan taciturna. Es más, cuando estaba así habitualmente era porque o bien habían discutido o algún otro pájaro le había robado su presa. Puede que Astrid se hubiera molestado con ella por no haber atendido a su llamada la noche anterior, pero Tormenta se había disculpado y el tema debía haber quedado zanjado. Sin embargo, la bruja no era tonta y era evidente que algo inquietaba a su familiar. ¿Quizás la conexión mental con Desdentao le había afectado de alguna manera? ¿Quizás lo sabía y ahora estaba enfadada con ella? Astrid no pudo evitar enredar sus dedos en su pelo, el cual se tensionó por la electricidad estática que salía de su piel.

—Dice que vendrá la semana que viene a hacernos una visita —Tormenta giró la cabeza hacia ella—. En realidad, no viene aquí, hemos quedado en Edimburgo.

Tormenta no dijo nada al respecto y eso ya sí empezaba a preocuparla. Su familiar llevaba años queriendo visitar la capital escocesa y su poco entusiasmo ante la noticia era muy mala señal.

—Tormenta, ¿ha pasado algo? —preguntó Astrid sin poder ocultar la angustia en su voz.

—No —se apresuró a decir el familiar—. Está… está todo bien, es solo que…

—¿Qué? —preguntó Astrid acercándose hasta la ventana.

Tormenta reflexionó unos segundos.

—Este sitio es extraño, nada más. No estoy acostumbrada a estar rodeada de tanta magia y mis sentidos se nublan —argumentó la cuerva—. Perdona, no te quería preocupar.

Por alguna razón, Astrid tenía la sensación de que le estaba mintiendo y era extraño, porque Tormenta nunca la había mentido antes. ¿Pero por qué no le estaba contando la verdad? ¿Acaso había sucedido algo y su familiar tenía miedo de contárselo? ¿Acaso… acaso Tormenta había vuelto a encontrarse con la criatura del páramo y tenía miedo a decirlo? Astrid conocía muy bien a su familiar y el hecho de que mintiera le daba por pensar que Tormenta tenía miedo.

¿Pero miedo de qué?

—Tormenta, si estás en desagusto en este lugar, podemos irnos hoy mismo —dijo Astrid sin pensárselo dos veces.

Su familiar parecía sorprendida de su sugerencia.

—Este trabajo es muy importante para ti y es el empleo mejor pagado que has tenido en meses —señaló Tormenta—. Estoy bien, de verdad. No quiero irme.

—Pero…

—Estamos donde tenemos que estar —le interrumpió la cuerva con convencimiento—, pero, a veces, los cambios requieren un tiempo de adaptación. Nada más.

Astrid sostuvo sus oscuros ojos durante unos segundos.

—Si hay algo que te preocupara, me lo dirías, ¿verdad?

—Por supuesto —respondió Tormenta con demasiada rapidez—, pero no hay nada que deba preocuparnos. En serio.

Y, sin embargo, una vez más, Astrid sabía que Tormenta la estaba mintiendo.

Xx.

Henry Haddock vino a tocarle las narices a media mañana.

Astrid estaba convencida de que su paciencia se estaba poniendo a prueba tan pronto Henry empezó a formular preguntas sobre si el registro se estaba haciendo de forma adecuada o cuando criticó la nueva distribución que había planteado para la biblioteca.

—¿No tienes otras cosas mejores que hacer? —cuestionó la bruja sin poder ocultar la irritación en su voz—. ¿O no puedes simplemente desaparecer y dejarme trabajar tranquila?

Henry sonrió divertido, como si le encantara fastidiarla.

—¿Te han dicho alguna vez que eres demasiado franca? ¿Incluso para tu jefe?

Astrid soltó una carcajada amarga.

—Tú no eres mi jefe —le recordó—. Mis superiores están en Londres y, en todo caso, mi supervisor en esta casa sería tu padre, no tú.

—Pero ante la ausencia de mi padre…

—Por favor, no seas crío —le interrumpió Astrid borrando una casilla del excel que había transcrito mal por su falta de concentración—. Ya has visto cómo trabajo y estoy cuidando tus libros mejor de lo que ha hecho nadie nunca. Así que…¿puedes largarte ya?

Henry cogió un volumen de la mesa y se sentó ante ella.

—¿Por qué te dedicas a esto?

Astrid frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Alguien tan inteligente, con un currículum como el tuyo, podría trabajar entre los gizatis ganando un buen salario —Henry abrió el libro y pasó un par de páginas antes de alzar la mirada—. ¿Por qué filología? Con tus notas habrías podido estudiar lo que te hubiera venido en gana.

—¿Me has estado investigando? —cuestionó ella con recelo.

—Por raro que te parezca, sé lo que es Linkedin —señaló el hechicero—. Tengo curiosidad, nada más.

—¿Y tú no sabes que la curiosidad mató al gato? —replicó la bruja con impaciencia—. No soy un misterio que tengas que desvelar, Henry, soy una Corriente de lo más corriente.

Henry soltó una carcajada que la desconcertó, pero no le explicó qué le hacía tanta gracia. Astrid continuó trabajando mientras que Henry, por fin, pareció concentrarse en algo más interesante que ella. Sin embargo, la paz le duró más bien poco.

—¿Qué libros has leído sobre familiares para saber tanto sobre ellos?

Astrid dejó de teclear en su portátil y reunió todo su autocontrol para mantener una expresión de pura indiferencia. Rezó para que Henry no pudiera oír el frenético latido de su corazón.

—¿Por qué lo preguntas?

La mirada de Henry era tan intensa que Astrid dudaba que fuera capaz de sostenerla por mucho tiempo.

—Me llama la atención tu convencimiento sobre que Desdentao es mi familiar —argumentó él—. Para ser una especie tan poco común y de la que se ha estudiado tan poco, pareces saber mucho sobre ellos.

—Solo lo que he leído en los libros —replicó ella con fastidio.

—¿Y podrías recomendarme alguno? —insistió él—. Verás, dudo muchísimo que Desdentao sea mi familiar, pero has despertado mi curiosidad y no niego que me gustaría investigar más sobre los familiares.

—¿Y no sería más fácil que le preguntaras a tu padre? —preguntó Astrid con impaciencia.

Henry arrugó la nariz, gesto que ya había aprendido que hacía cuando oía algo no le gustaba

—Mi padre no habla de esas cosas conmigo. Según él, la naturaleza de la relación con los familiares debe quedar entre las almas afines.

—Bueno, no puedes culparle —concordó ella—. Los familiares son muy raros en estos días, por lo que entiendo que estén tan protegidos por sus almas afines. Al fin y al cabo, los familiares también son amplificadores de magia, así que es comprensible que los hechiceros y las brujas que tienen el privilegio de contar con uno no deseen revelar los detalles de su vínculo.

—¿Y eso cómo lo sabes?

—¿Saber el qué?

—Que los familiares son amplificadores de magia.

Astrid sintió que la bilis subía por su exófago por la impresión. Todo lo que sabía de los familiares se debía a su vínculo con Tormenta, ¿quizás hubiera revelado algo que no tenía que haber dicho? Astrid intentó hacer memoria de algún libro que hubiera mencionado ese detalle tan reconocido entre los poseedores de familiares y aparentemente tan desconocido entre los que no contaban con uno.

Mitología de las brujas del Al-Andalus —dijo Astrid en castellano—. Hasta donde yo sé, solo está editado en español y las pocas copias que existen están en la Biblioteca de Granada, pero tiene un capítulo muy interesante sobre los familiares y sus orígenes. ¿Sabes quién es Muhammad ibn Nasr?

Henry frunció el ceño y Astrid rezó para que no estuviera muy puesto en historia de España.

—No, ¿quién es?

—Fue el fundador del reino nazarí y el primer emir de Granada. Le conocían como el Alhamar, el Rojo, porque los gizatis piensan que se tintaba su barba de rojo, pero en realidad se debía a que siempre le acompañaba un mono aullador que tenía el pelaje de un intenso color rojo.

—¿Y ese mono era su… familiar? —preguntó Henry dubitativo.

—Así es, se dice que el Alhamar consiguió fundar el reino de Granada gracias a que su magia se vio amplificada por su familiar.

Astrid se había inventado una mentira más grande que una casa, pero tenía la esperanza de que Henry no supiera español y que mucho menos indagara sobre dicho libro y buscara información sobre el primer emir de Granada que, probablemente, ni siquiera fuera hechicero ni tuvo un mono como mascota. El libro que había mencionado existía y contaba con un capítulo sobre los familiares, pero no era extenso ni contaba nada que no se supiera ya de los familiares. Como bien había señalado Henry, los estudios de los familiares eran reducidos, principalmente porque pocos estaban dispuestos a exponer sus familiares al mundo. En verdad, el vínculo con los familiares era tan especial y tan íntimo, que cualquier intromisión externa se consideraba una abominación. Esa era una de las razones principales por las que Astrid no quería que nadie supiera que ella tenía un familiar. Los Corrientes estaban en la base de la pirámide social del mundo mágico, por lo que era muy fácil que un tribunal considerara que ella no era apta para tener un familiar y era muy probable que aprovecharan su vulnerable situación social para apartar a Tormenta de su lado y someterla a toda clase de barbaridades. A Astrid le daba escalofríos el solo pensarlo.

Henry no hizo más comentarios respecto al tema de los familiares, pero Astrid podía sentir sus ojos en ella cuando pensaba que no se daba cuenta. ¿Por qué esa obsesión? En otras circunstancias quizás hubiera sido divertido que un hombre tan atractivo como Henry se fijara en ella. Además, su aura mágica era vibrante y atrayente, hasta el punto que la intensidad de su aroma mágico la distraía cuando pasaba a su lado.

Astrid siguió trabajando hasta el mediodía y, por suerte, a Henry no le dio por seguir con ninguna clase de conversación. Trabajaron en silencio, ella inmersa en catalogar el montón de libros que tenía en la mesa mientras que él estaba sumergido en su lectura. La bruja miró de reojo qué estaba leyendo un libro gizati que ella —como no— ya había leído. Aún recordaba la primera vez que leyó La historia interminable de Michael Ende. Fue un regalo de su séptimo cumpleaños, con una de las dedicatorias más bonitas que le habían escrito nunca y que Astrid aún la guardaba en su habitación de Hampshire, ocupando un lugar de honor en su «estante de favoritos». Tuvo que contener sus ganas para interrogar a Henry sobre qué le estaba pareciendo el libro, si ya lo había leído o era la primera vez. Si había llegado a la parte en la que aparecía el dragón de la suerte, Fújur; o si Artax, el caballo de Atreyu, había sufrido las consecuencias de entrar en el Pantano de la Tristeza.

No, Astrid, se reprendió a sí misma. Henry Haddock no era un confidente de lecturas. No podía mostrar ese lado de ella, tan entusiasta y enamorada por la ficción fantástica. Sin embargo, hacía siglos que no coincidía con nadie que tuviera el menor interés por la lectura. Los pocos amigos que tenía preferían hablar de cine, series de televisión, lo último de las Kardashian o de Crossfit y, pese a que ella disfrutaba con esos temas de conversación, también quería compartir sus impresiones del último libro de Kazuo Ishiguro o poner a caldo a cierta autora tránsfoba que había pervertido alguna de sus lecturas favoritas de la infancia.

Astrid abrió la boca para soltar una inocente pregunta —¿qué estás leyendo? ¿te gusta la literatura de fantasía?—, cuando Karma de Taylor Swift sonó desde su teléfono. Henry soltó un respingo ante la salida abrupta de su lectura y Astrid contuvo un suspiro de frustración antes de volverse al teléfono. Lo silenció según leyó el nombre en la pantalla y lo dejó boca abajo sobre la mesa. Al cabo de dos minutos, el teléfono volvió a sonar. Astrid dejó que Taylor cantara hasta que Henry dijo:

—Puedes coger el teléfono, ¿eh?

—Estoy trabajando —dijo ella sin apartar la vista de la pantalla del ordenador.

Taylor dejó de cantar, pero al cabo de un minuto volvió a sonar de nuevo.

—Sea quien sea, parece que tiene ganas de hablar contigo. Igual es importante, de verdad, puedes coger —comentó Henry.

Esta vez Astrid decidió colgar directamente la llamada y contuvo sus ganas de lanzar su teléfono por la ventana. Silencio su móvil y lo dejó de malas maneras sobre la mesa.

—¿Quieres que me marche para que puedas hablar en privado? —preguntó Henry entonces.

—Puedes hacer lo que quieras —indicó ella de mala gana—. Como te he dicho, estoy trabajando.

—¿Acaso es tu ex?

Astrid alzó la mirada con una mezcla de desconcierto e ira. ¿En serio le acababa de preguntar eso?

—No te debo explicaciones de quién me llama o me deja de llamar —clamó ella con frialdad.

—Es simple curiosidad —argumentó él sacudiendo los hombros—. Parecías muy enfadada por su insistencia, así que he pensado que igual tienes un ex que te acosa.

—Por lo general, a esos los bloqueo directamente —replicó ella.

—Así que no es un ex.

Astrid cerró de un golpe la pantalla de su ordenador y arrastró la silla sonoramente.

—¿Te has enfadado? —preguntó Henry sorprendido—. Oye, no pretendía…

—Mira —le cortó Astrid—. No sé cómo va lo de relacionarse entre brujas y hechiceros, pero yo no permito que nadie sobrepase el límite entre lo personal y lo profesional.

—Madre mía, Andersen, no se puede ser tan…

Henry se mordió el labio inferior, como si estuviera conteniendo sus ganas de soltar uno de sus comentarios gratuitos.

—¿Tan qué? —espetó Astrid con furia tras su pausa y Henry hizo una mueca—. De verdad, eres desquiciante.

—¿Que yo soy el desquiciante? Puedo jurar que he conocido a mucha gente en mi vida, pero a nadie tan desagradable y borde como tú —le achacó Henry con el mismo tono furioso.

Astrid apretó los puños para contener su ira y su magia, aunque también sintió que la de Henry se intensificaba, como si se pusiera en guardia. Rabiosa y consciente de que el hechicero acabaría mal parado si seguía buscándole las cosquillas, Astrid cogió su teléfono y se dirigió a la puerta, dispuesta a largarse de allí.

—¡Ah, no! ¡No huyas, Andersen! Zanjemos este tema de una vez por…

Su voz se quedó ahogada en su garganta cuando sus largos dedos rodearon su muñeca. Por lo general, solía ser muy mala idea tocarla cuando estaba tan enfadada. Su magia tendía a transformarse en intensa electricidad estática, por lo que tocarla conllevaba llevarse un buen chispazo. Sin embargo, cuando su piel hizo contacto con la de Henry, su magia se calmó al instante, como si se hubiera reposado en una cama repleta de almohadones de plumas. La mano de Henry se sentía áspera contra su piel y emitía un calor agradable, de esos en los que a una le gustaba resguardarse en una tarde fría de invierno.

Astrid no reparó que estaba conteniendo la respiración y que Henry estaba tan confundido como ella. No parecía capaz de soltar su muñeca y ella, por alguna razón, no podía sacudir su mano para quitárselo de encima. ¿Sus ojos eran tan verdes? Parecía una estupidez preguntárselo, pero Astrid casi podía jurar que su magia destellaba en sus orbes. El delicioso aroma de su poder embargó sus fosas nasales, incapaz de diferenciar el romero de la mandarina y la madera ahumada. Reparó entonces que sus ojos bajaban hasta la altura de su boca y, por un segundo —solo por un mísero segundo—, Astrid pensó que no le importaría que la besara.

A ver, el chico, por muy imbécil que fuera, era guapo. Alto, desgarbado, de hombros anchos y le gustaba leer novelas de fantasía de gizatis. Un beso insignificante de un hombre atractivo y que olía tan bien solo era un placer culpable. Y ella, al fin y al cabo, era una mujer con ciertas necesidades. La vida en Londres, lejos de ser el colofón de la vida social, se reducía a sexo rápido e impersonal, principalmente porque ni ella ni nadie parecía tener tiempo a desarrollar un vínculo emocional que fuera más allá de un orgasmo mediocre o un vago intercambio de mensajes con promesas que no iban a cumplirse. Astrid solo tenía tres vínculos importantes en su vida: su madre, su familiar y su magia. Todo lo demás pasaba por su vida como un tren sin parada y ella no siempre estaba dispuesta a correr para cogerlo, por mucho que ralentizara la velocidad.

Henry inclinó ligeramente la cabeza y el corazón de Astrid parecía que iba a salir por su boca. Lo inteligente era pararlo y el lado más racional de su cerebro le achacaba por qué demonios no hacía nada para detenerlo; puesto que, además de ser una idea malísima, ella iba a arrepentirse. Y lo más seguro que él también, puesto que ambos se detestaban con todo su ser. ¿Por qué entonces Henry no paraba? ¿Y por qué Astrid estaba ahora alzando la barbilla para darle a entender que ella también lo quería?

¿Qué demonios estaba pasando?

¿Por qué querían besarse si hace un instante iban a echarse los trastos a la cabeza?

Astrid entreabrió sus labios cuando sintió el aliento caliente de Henry contra su boca. Su cuerpo vibraba extasiado por la excitación y su magia parecía acompasarse al son de la de Henry, conectada de una forma que no lograba comprender. Henry tiró de su muñeca con suavidad hacia él, invitándola a acercar su cuerpo contra el suyo, pero cuando Astrid dio el primer paso oyó una voz en el pasillo:

—Voy a empezar a cobrarte por actuar de mediador, Estoico, lo vuestro no es ni medio normal.

Aquella burbuja explotó tan de sopetón que ambos se apartaron horrorizados. Llevó su mano a la muñeca que Henry había sujetado y la sintió caliente y palpitante por el frenético latido de su corazón. Cruzó las miradas con el hechicero y casi pudo verse reflejada en su expresión: excitado, confundido y espantado. Una extraña fuerza se había apoderado de ellos y se habían comportado como dos adolescentes con las hormonas alteradas.

Astrid nunca había deseado tanto que la tragara la tierra.

¡Había estado a punto de besarse con Henry Haddock! Ahora que su cálido tacto y el embriagador aroma de su magia no nublaba sus sentidos, se sentía más tonta que nunca. ¿Cómo se había permitido perder el control de esa manera? Henry abrió la boca para decir algo, pero entonces Bocón entró en la biblioteca aún con el teléfono pegado a la oreja. Astrid aprovechó la oportunidad y cogió su móvil a toda prisa antes de salir escopetada de la sala. No supo si Bocón la vio marchar, pero agradeció que Henry no la detuviera.

Mientras salía a toda prisa de aquella casa, bajo el intenso chaparrón, se dio cuenta de que su muñeca seguía sintiéndose inusualmente caliente.

Como si, de alguna manera, sus ásperos dedos no la hubieran soltado.

Xx.

Hipo tenía calor.

Mucho calor.

Aquello era inusual en él, dado que su magia solía aclimatar su temperatura corporal al ambiente en el que se encontraba, por lo que resultaba extraño tener calor cuando la temperatura media en las tierras altas escocesas no pasaba de los trece grados en primavera. Necesitó una ducha larga y bien fría para despejar su cabeza y recuperar el hilo coherente de sus pensamientos. Sin embargo, la ducha no le sirvió para eliminar aquel aroma de todas partes.

Lavanda, limón y tierra mojada.

Aún no comprendía qué había pasado en la biblioteca. El cómo su magia se había apaciguado tan pronto su piel hizo contacto con la de ella. Es más, había sentido como el poder electrificante de Astrid se calmaba ante su tacto, como si su magia se sintonizara con la suya y decidieran acurrucararse juntas. Además, Hipo no podía apartar la imagen de ella de su cabeza. Sus expresivos ojos azules refulgentes de magia, su cabello del color del sol cuyos mechones rebeldes intentaban escapar de su trenza por la energía estática, sus labios carnosos y entreabiertos, expectantes a recibir su beso…

Henry contuvo un gemido y cerró los ojos con fuerza.

Negar que no se sentía atraído hacia Astrid Andersen era una estupidez, pero era diferente cuando se trataba de hacerlo notar.

¿Por qué había intentado besarla?

¿Y por qué demonios Astrid había parecido receptiva a aceptarlo?

Hipo apoyó su frente contra el azulejo de la ducha mientras dejaba que el agua helada resbalara por su espalda. ¿Puede que el toparse con su familiar la noche anterior tuviera algo que ver? Había sido un encuentro extraño y, aunque se había sentido tentado de volver a Londres para buscar en la Biblioteca Nacional cualquier información relacionada con familiares vinculados con Corrientes, no deseaba levantar ningún tipo de sospecha. Astrid no había revelado la existencia de su familiar, por lo que era más que seguro que la cuerva no estaría ni registrada en el reducido censo de familiares del Reino Unido. ¿Podía culparla? Hipo no tenía dudas de que, al ser una Corriente, a Astrid le aterrorizaba la posibilidad de que pudieran separarla de su familiar. Dadas las circunstancias de la situación política actual y las leyes que parecían escribirse contra la integración de los Corrientes en la sociedad mágica, a Hipo no le extrañaría que esos temores pudieran hacerse fácilmente realidad. Puede que Astrid Andersen no fuera santa de su devoción, pero Hipo era consciente de que ya era bastante difícil ser una Corriente, como para encima tener que complicarle aún más las cosas.

Sin embargo, Astrid era un enigma.

No era normal.

No solo tenía un impresionante talento mágico —del cual parecía ser perfectamente consciente—, sino que además era buena en su trabajo. Hipo la había observado trabajar. Cogía y movía los libros con ligereza, como si no pesaran en sus brazos, los trataba con suma delicadeza y tecleaba con tanta rapidez en su portátil que, para cuando quería darse cuenta, ya estaba levantándose de nuevo para ubicar los libros que había catalogado y procedía a coger otros tantos. Hipo sabía que, en ocasiones, se quedaba leyendo alguna página de más, pero su velocidad de lectura era tan rápida, que no parecía afectar al rendimiento de su trabajo.

En conclusión, no podía presentar ninguna queja contra la bibliotecaria, porque Astrid era indudablemente la mejor candidata que se había podido seleccionar para el puesto.

Quizás debería volver a Noruega, para ahorrarse dolores de cabeza. Sin embargo, proteger a Desdentao era su máxima prioridad y no podía permitirse que nadie lo encontrara. Al menos, hasta que supiera qué hacer con él. Por el momento, Desdentao no estaba dando demasiados problemas, aunque le preocupaba que mostrara demasiado interés por Astrid e hiciera una de las suyas. Aún así. no podía culparlo, la magia de Astrid era tan atrayente como absorbente y Desdentao se sentía fácilmente atraído por cualquier fuente de magia.

Al fin y al cabo, él era una criatura mágica extraordinaria, así que resultaba lógico que mostrara interés por otros seres mágicos extraordinarios.

Hipo salió de la ducha algo más relajado y sintió cierto alivio cuando sus dientes castañearon por el frío. Resultaba un consuelo ya no arder por dentro, más por una mujer como Astrid Andersen. Se vistió con cuidado de no mover su hombro y volvió a ponerse el cabestrillo antes de salir de su baño. Para su mala fortuna, el delicioso aroma de lavanda, limón y tierra mojada le golpeó con una bofetada tan fuerte que tuvo que apoyarse contra el marco de la puerta. El calor volvió a invadir su pecho y se preguntó qué demonios haría Astrid Andersen en su dormitorio cuando, de repente, reparó que no era la bruja quién estaba esperándolo en el pie de su cama, sino el cuervo.

El familiar de Astrid.

—Tenemos que hablar —dijo el cuervo con voz femenina—. Me temo que estamos metidos en un buen lío.

A Hipo ya le estaba costando procesar que una Corriente tuviera un familiar, pero que ese mismo familiar le hablara con libertad le descolocó por completo. ¿No se supone que los familiares no hablaban con nadie que no fueran sus almas afines? El familiar de su padre, Thornado, rara vez le había hablado —Hipo seguía convencido de que no le caía especialmente bien—, por lo que era incomprensible que el familiar de Astrid le dirigiera la palabra.

—¿Por qué…?

—Me temo que lo de anoche ha abierto un canal entre nosotros —explicó la familiar ansiosa—. Y, en consecuencia, ha abierto otro entre Astrid y tú.

—¿Un canal…?

La cuerva dio un aleteo e Hipo se dio cuenta de que estaba frustrada por su ignorancia.

—Aún no entiendo qué pasó anoche —argumentó la cuerva—. En verdad, ni siquiera sé explicar por qué nos topamos. No sé muy bien cómo funcionan las relaciones entre hechiceros y brujas, pero es evidente que vuestras magias se atraen y, en consecuencia, me siento atraída por ti. Ayer quise verte más de cerca, pero no esperaba que fueras a darte cuenta y…

—Se nota que no has tratado con muchos hechiceros —le interrumpió Hipo—. Los que estamos entrenados podemos detectar a los familiares con facilidad. Es más, hueles como ella.

—Porque soy su familiar —respondió el pájaro—. Estamos juntas desde que nació.

—Pero ella… Ella es una Corriente.

La cuerva sostuvo su mirada en un silencio tan tenso que, por un instante, Henry pensó que le iba a atacar a base de picotazos.

—Los humanos sois los únicos que os preocupáis por los orígenes y la pureza de sangre —justificó la familiar con frialdad—. Yo no concibo estar con nadie que no sea Astrid, así que tengo que pedirte que, por favor, la dejes en paz.

—¿Perdón?

Hipo no podía creerse que pudiera sentirse ofendido ante tal sugerencia, sobre todo porque, siendo racionales, no quería estrechar lazos con una bruja a la que apenas conocía de nada y que contaba con una personalidad tan desagradable como la de Astrid Andersen.

—Astrid tiene bastantes problemas con los que lidiar ahora mismo —argumentó la cuerva.

—¿Como esa persona que no para de llamarla? —cuestionó Henry.

La familiar sacudió su cabeza. Resultaba divertido que un animal resultara tan expresivo y que algunos de sus gestos se parecieran tanto a los de Astrid.

—¿Vas a delatarnos? —preguntó la cuerva para cambiar descaradamente de tema, aunque pudo detectar la ansiedad en su voz.

—No —respondió Hipo sin titubear—. Me gustaría que fuera más receptiva a la hora de responder a mis preguntas, pero no tenía pensado contárselo a nadie.

—Te lo agradezco —dijo la cuerva aliviada.

—Aún así, sigo sin comprender ese… "canal" del que hablas, lo sucedido antes en la biblioteca…

—¿Qué ha sucedido? —preguntó la cuerva preocupada.

¿Astrid no había hablado con su familiar de lo sucedido? Miró hacia la ventana, donde la lluvia golpeaba con fuerza contra el cristal. Esperaba que no hubiera sido tan tonta como para salir en pleno chaparrón. Su casa estaba en mitad de ninguna parte y los caminos tendían a embarrarse hasta el punto de hacerse intransitables.

—¿Astrid ha…?

—Sigue en la casa —dijo la cuerva desconcertada—. ¿Está bien? No he notado nada fuera de lo normal…

—Está bien —humillada y confundida, como él, y herida en ese orgullo tan insoportable que demuestra siempre que se cruza con ella—. ¿Sabes si esto ha sucedido antes?

—¿El qué? —cuestionó la cuerva.

—Que un familiar cuente con una conexión adicional a la de su alma afín con otra persona.

Por el silencio de la cuerva supo que no.

—Nunca he hablado con otros familiares, así que no lo sé —confesó el pájaro—. Estaría muy bien saber si tu familiar sabe algo de esto, pero es reacio a hablar conmigo y me evita. Al parecer, solo demuestra interés por Astrid.

A Hipo no le pasó por alto lo celosa que sonaba la cuerva.

—Desdentao no es mi familiar —se apresuró en advertir—. Sé que Astrid está convencida de que lo es, pero insisto que no.

La cuerva soltó un suspiro largo.

—Lo que sea, no es asunto mío —dijo la familiar—; pero, por favor, mantén las distancias con Astrid. La alteras y, de verdad, Astrid ya carga con muchos problemas a su espalda.

—Como todos, ¿no crees? —cuestionó Hipo.

—La diferencia es que tú eres un privilegiado y ella no —le recordó la cuerva—. No te lo tomes a mal, estoy segura de que eres mejor persona de lo que simulas ser y agradezco de corazón que no vayas a delatarnos, pero eres un Ilustre.

—¿No decías que no le dabas importancia a los orígenes y la pureza de sangre? —replicó Hipo ofendido, aunque era consciente de que no tenía derecho a molestarse.

La cuerva soltó un suspiro.

—Eres un hombre inteligente, Henry, estoy convencida de que sabes perfectamente a qué me refiero.

Lo sabía. Hipo no solo era Ilustre, sino que pertenecía a una familia importante dentro de la sociedad mágica británica. Tenía estudios en magia avanzada, una extensa formación para desarrollar al máximo sus habilidades, una posición y un trabajo bien remunerado dentro de la sociedad mágica. Astrid, en cambio, a ojos de la sociedad mágica, no era nadie. Es más, para muchos, Astrid ni siquiera debería estar trabajando para ningún ministerio. Resultaba insultante que alguien con tanto talento mágica y tan inteligente se le hubieran cerrado tantas puertas por el hecho de tener un progenitor gizati. Era terriblemente injusto, más tras descubrir que Astrid tenía un familiar. Su potencial mágico era muy superior al de muchos de sus compañeros del cuerpo de élite e incluso al de Ilustres pertenecientes a las familias más ricas y antiguas de la sociedad mágica. Sin embargo, ¿qué podía hacer él? Hipo bastante tenía con lo suyo y, honestamente, él no era nadie para abanderar una causa que no le pertenecía. Además, su máxima prioridad era proteger a Desdentao, no una bruja Corriente desagradable y amargada por causas justificadas.

Lo único que haría sería guardar el secreto de Astrid, porque eso sí se le daba muy bien.

—¿Puedo saber tu nombre o estoy cruzando una línea que no debo?

La cuerva agitó sus alas e Hipo apreció el precioso brillo azulado de sus plumas. Se sintió tentado en acariciar el suave plumaje del pájaro, pero supo contenerse.

—Me llamo Tormenta —se presentó ella.

Hipo no pudo contener una carcajada, algo que molestó a la cuerva.

—¿Tanta risa te da mi nombre? —repuso la familiar enfadada.

—Para nada, pero es irónico que una bruja que reniega de poseer la magia de las tormentas por eso que ella llama "magia de voltaje" —Hipo acentuó sus palabras con los dedos—, llame a su familiar «Tormenta».

—No fue Astrid quien me llamó así.

Hipo se quedó mirando a la cuerva, con una pregunta al borde de su lengua que se moría por lanzar. Por alguna razón, la canción de Karma de Taylor Swift le vino a la cabeza, pero decidió contener su indiscreción. Si Astrid no había querido contarle nada —y con razón, pues no era asunto suyo—, su familiar menos diría al respecto y no era quién para poner a la cuerva en una situación comprometida con sus preguntas. Sin embargo, Hipo entendía que él no era el único hechicero con conocimiento de que la Corriente Astrid Andersen no solo poseía un familiar, sino que era una bruja de las tormentas.

Y eso, incuestionablemente, sólo podía suponer una cosa.

Astrid Andersen no era quien decía ser.

Xx.

Astrid llevaba al menos dos horas metida en su Renault Clio escuchando el último disco de Taylor Swift con un gato dormido en su regazo.

¿Cómo había terminado así? Estaba cayendo tal aguacero que sabía que no era inteligente salir a correr para desfogarse. Por tanto, Astrid había dispuesto sólo de dos opciones: volver a su cuarto, contar con la posibilidad de encontrarse con el imbécil de Haddock en el camino, enfrentarse a Tormenta y confesarle todo lo sucedido con el familiar de Henry Haddock o ir a su coche y reproducir The Tortured Poets Department en bucle.

Lo lógico, por supuesto, era huir de sus problemas y ahogar sus penas con baladas tristes y suicidas de Taylor Swift. Además, Astrid no tenía energías para enfrentarse a su familiar tras haber estado a punto de besarse con Henry Haddock.

¿De verdad había sido tan tontísima?

Astrid quería retorcer el cuello de Haddock por el simple hecho de haberlo intentado, pero se sentía igualmente frustrada consigo misma. Ella había querido que la besara. Que la tocara. Quería sentirle más cerca. Que besara algo más que sus labios. Además, el cómo la había mirado. Con deseo, como si quisiera hacerla suya contra una de las estanterías. ¡Madre mía, Astrid!, pensó abochornada. Quizás tendría que plantearse abrirse Tinder de nuevo, puede que así encontrara algún highlander como el de Outlander que tuviera ganas de sexo y que le ayudara a olvidarse del puñetero Henry Haddock.

No debió sorprenderla que Desdentao estuviera acurrucado en el asiento del conductor de su coche. Bruja y gato se contemplaron unos segundos en silencio antes de que Astrid se decidiera resignada a cerrar la puerta del piloto y entró por la del copiloto.

—Da las gracias que no te eche a patadas, gato, todo esto es culpa tuya —le acusó la bruja mientras conectaba su teléfono a la radio del coche. Taylor no tardó en empezar a cantar Fortnight por los altavoces—. Entre tu alma afín y tú me vais amargar la existencia, ¿tú sabes lo que me ha costado llegar hasta aquí?

Astrid desahogó todas sus frustraciones con el animal, quién parecía escucharla atentamente, pues no apartó su mirada de ella. La bruja desconocía si le entendía o no, pero sentía bien poder desahogarse sin que la interrumpieran con consejos que no había pedido. Cuando Astrid terminó ahogando un grito de frustración contra el salpicadero del Clio, Desdentao se incorporó y caminó para acurrucarse en su regazo.

—Oye, no, ya te lo he dicho, esto no está bien, no…

El gato ronroneó y restregó su cabeza contra su estómago. Astrid le contempló desconcertada.

—¿Estás…? ¿Intentas consolarme?

El gato la contempló con cara de «¿no es evidente?» y la bruja suspiró agotada.

—Ni siquiera tengo energía para volver a explicártelo, así que haz lo que te dé la gana.

El gato tardó tres segundos en quedarse dormido y Astrid decidió entretener su mente con los reels de Instagram. En verdad, debería volver a la biblioteca y seguir trabajando: pero decidió que, por una vez, iba a darse el lujo de no fingir que era una bruja adulta, responsable y funcional. Mientras cantaba por lo bajo las canciones de Taylor, Astrid vio reels de recetas que nunca sería capaz de replicar, recomendaciones de cafeterías carísimas de Londres, bookstagramers hablando de libros que no tenía siquiera tiempo para leer y mucho menos de comprarlos, consejos de cómo cuidar las plantas y animales, sobre todo pájaros, dado que Astrid procuraba saberlo todo sobre los cuervos.

De forma inconsciente, se vio acariciando el pelaje negro de Desdentao y éste ronroneó en sueños, como si agradeciera las caricias. Astrid se preguntó por qué no podía hablar y por qué no había intentado comunicarse otra vez con ella.

Ayúdame a recuperar mi voz.

Esa voz profunda y grave poco tenía que ver con el aspecto de gato adorable que presentaba Desdentao, pero no dudaba que el animal había empleado un poder mental descomunal para comunicarse con ella a través de la mente. Si pudiera hablar con libertad, no le habría pedido ayuda, ¿pero por qué a ella y no a Henry? Astrid había tratado con personas que habían perdido el habla o que no eran capaces de usar su voz para comunicarse. Sabía lenguaje de signos, braille y había ayudado a personas con dislexia a leer, pero esto le superaba.

Si un familiar no podía comunicarse con su alma afín porque no tenía voz, ¿cómo iba a enseñar ella a un animal a comunicarse?

Astrid siguió moviendo su pulgar por la pantalla de su teléfono sin parar de darle vueltas a esa pregunta cuando, de repente, un reel de un adorable golden retriever le dio la respuesta.

—Joder, ¿por qué coño no he pensado en esto antes? —murmuró para sí misma.

Antes de que pudiera pensárselo dos veces, la bruja ya había entrado en Amazon para buscar lo que necesitaba. Hizo el pedido impulsada por la excitación, sin detenerse siquiera a mirar el precio.

Estaba metiéndose donde no la llamaban, Astrid era perfectamente consciente de ello.

Y, sin embargo, estaba tan contenta; que, por un momento, se olvidó de lo frustrada que estaba porque Henry Haddock no la hubiera besado.

Xx.