Prólogo
Se suponía que tenían que avisarnos de cuándo empezaba, así funcionan los juegos; más, los juegos de inmersión. Por supuesto, este no era el caso. Echando la vista atrás, creo que estoy agradecida. Quién sabe dónde estaría yo ahora de haberlo hecho.
Podía ver la caída del Sol desde los ventanales de la pequeña cafetería cuando Levy me habló de la experiencia "Magnolia of the Dead": una actividad nocturna que recorrería la ciudad de Magnolia al completo en un par de sábados, desde las ocho de la tarde hasta las seis de la mañana.
—Vamos, Lu, va a ser divertidísimo. Todos van a ir, y a ti te vendría bien despejarte.
Suspiré, mirando la taza de café entre mis manos. Estaba empezando a cansarme de "los planes para despejar a Lu". La intención de Levy era la mejor, lo sabía, pero quizá lo único que necesitaba era quedarme en casa y hacer una maratón de películas de aventuras.
Hacía un par de meses que me había reencontrado con Brandish, una antigua amiga de la infancia. La conversación no fue muy fluida —nunca lo era con Brandish—, aunque eso no amortiguó el golpe de saber que Aquarius, nuestra niñera hasta que tuvimos unos doce o trece años, había fallecido. Muerte natural, me dijo, no había sufrido. Aún así dolía. Me hubiera gustado poder verla una vez más antes de que sucediera, al menos así podría haberle dado las gracias por haber sido la única figura paterna con sentido en mi vida.
No estaba teniendo el mejor de los meses.
Levy llevaba todo ese tiempo —el tiempo del duelo por la muerte de un ser querido— intentando alegrarme, consolarme o distraerme. Lo que mejor se le diera en el momento.
Ahora, por lo visto, necesitaba la acción de un survival game en tiempo real y alrededor de la ciudad. Personas en el papel de zombis persiguiendo a los civiles que hayan pagado por comprobar si podrían sobrevivir a un apocalipsis. Una dinámica simple: los zombis llevan un pañuelo identificativo, los supervivientes, ninguno. Si el zombi te toca, estás muerto y te conviertes en uno de ellos, intentando cazar a más supervivientes. Mientras tanto, los civiles deben ir resolviendo puzzles por toda la ciudad que les darán pistas para llegar al laboratorio en el que se encuentra la vacuna que salvará a la humanidad. Sencillo, como una de esas películas que tanto le gustan a Gajeel.
—No lo sé, Levy, ¿cómo me va a despejar ser perseguida por una panda de tarados que fingen ser zombis?
—Oh, Lucy… —Comenzó a recitar, sus ojos castaños rebosantes de emoción— Lucy, Lucy, Lucy. Pequeña, dulce y tierna Lucy.
—Corta el rollo, Lev.
La risita de duende que produjo me hizo sonreír de vuelta. Era una persona muy graciosa, mi mejor amiga.
—Préstame atención, Lu, y préstamela en serio, porque es importante: ¿en qué momento, entre las ocho de la tarde y las seis de la mañana, vas a poder pensar en nada que no sea la supervivencia, si un montón de tarados que fingen ser zombis te van a perseguir como si fueras el último trozo de carne en la Tierra?
Asentí lentamente. Era ella la que no estaba relacionando ser perseguida por un puñado de zombis con no pensar en los difuntos.
—Levy… —traté de contraargumentar.
—¡Porfaporfaporfaporfaporfaaaaa!
Había apretado sus puñitos en señal de implorar y me miraba con esperanza. Apoyé la cabeza en mi mano derecha y dejé que continuase con sus plegarias unos segundos más, sólo para ver hasta dónde llegaba, divirtiéndome. Ambas sabíamos que mi respuesta iba a ser afirmativa desde el momento en el que puso el plan sobre la mesa, pero es que me gustaba hacerme de rogar. Nunca, ni en mil vidas, podría decirle que no a Levy.
—Está bien. Pero me niego a llevar la cena, ya sabes que odio cocinar.
Una sonrisa ladina recorrió el pequeño rostro de mi mejor amiga:
—No te preocupes, tenemos a la mejor cocinera de Magnolia en nuestro equipo.
—Me alegra mucho que al final decidieras venir, Lucy.
La sonrisa de Mirajane era un bálsamo para las heridas de cualquier tipo. Su presencia era la que más me tranquilizaba de todo nuestro grupo de amigos: sabía que ella era la única que iba a mantenerse a mi lado toda la noche, como una sombra de luna plateada. El resto eran demasiado competitivos o estaban demasiado enamorados como para bajar su ritmo al que fuera que yo quisiera llevar.
Tal y como Levy conjuró, Mira había traído consigo una cesta repleta de tentempiés, lista para cualquiera de nosotros que quisiera repostar energías durante la larga noche que nos esperaba. La había colocado en el callejón trasero de nuestro bar favorito. Un lugar al que poca gente acudía y, por lo tanto, un "punto de guardado" —así lo había llamado Gray— de lo más seguro para todos en el grupo.
En total, habría unos veinte o veinticinco supervivientes en la plaza en la que se nos había convocado. Mientras nos reunían a todos, me quedé mirando la impresionante arquitectura de la catedral Kardia: una apabullante cantidad de detalles adornaban la fachada gótica que se alzaba impasible hasta donde la vista podía llegar. Portones gigantes de piedra blanquecina ribeteados con motivos florales cortaban el paso, cerrados por la noche, hacia el interior pleno y luminoso. Había estado cientos de veces frente al edificio, y nunca dejaba de sorprenderme la magnitud histórica que emergía de sus cimientos. Era como contemplar la historia en directo, con los estragos del tiempo en las paredes, que revelaban las cicatrices de batallas épicas, a veces con resultado de victoria, y, otras, de derrota. Inspiré profundamente, como si pudiera transportarme así a los momentos clave de la ciudad frente a la catedral. Ojalá hubiese podido presenciar todas aquellas aventuras.
Una voz profunda me sacó del hechizo que la catedral mantenía sobre mí: el maestro de ceremonias. Cambié la vista al frente, al pequeño escenario que los del equipo habían montado en el centro de la plaza, y vislumbré a un hombre de edad bastante avanzada, muy pequeño, subido a una caja de madera sobre el escenario. Sin necesidad de micrófonos y con el sonido de las campanas que anunciaban las ocho, el anciano comenzó la experiencia.
—¡Bienvenidos a "Magnolia of the Dead"! Espero que estéis preparados para la que se os viene encima —rió, Levy me dio un apretón fuerte en el costado—. No hace falta que os repita las normas, ¿verdad? —La multitud de supervivientes bramó en respuesta, a lo que el maestro de ceremonias sonrió tenebrosamente—. Los primeros en llegar al laboratorio serán los ganadores, tenéis toda la noche para conseguirlo.
—¿A que ahora te estás arrepintiendo de no haberte apuntado conmigo al gimnasio? —Susurró Gray en mi oreja, sonriendo.
—Me estoy arrepintiendo de haberte dejado hacerlo a ti —respondí.
Una risa tenue se escuchó detrás de nosotros, seguramente la de Mirajane. Éramos un grupo relativamente grande: Levy y su novio, Gajeel, Gray, Erza, Mirajane, Juvia y yo. Por lo que había visto alrededor, antes de que el maestro de ceremonias comenzase su monólogo, el resto, en su mayoría, eran grupos de unas tres o cuatro personas. Al superarlos en número, teníamos ventaja a la hora de superar las pruebas y, además, ganábamos espacio de visión, por si los zombis decidían tendernos una emboscada. Suspiré al recordar que mis amigos nunca trabajaban en equipo si el premio era individual, se tomaban las competiciones demasiado en serio. Así que, supuse, eso reducía nuestras posibilidades mucho más de lo que quería admitir. Yo también quería ganar, por supuesto. Sin embargo, lo más probable era que nuestro gran grupo quedase dividido en tres: Levy y Gajeel por un lado —cerebro y fuerza bruta, adiós a las ayudas en los puzzles y hola a las acumulaciones de zombis a mi alrededor—, Gray, Erza y Juvia —Gray y Erza eran los más competitivos, y les encantaba jugar el uno al lado de la otra en este tipo de situaciones; por su parte, Juvia estaba enamorada de mi mejor amigo, tan sencillo como eso— y, en último lugar, Mirajane y yo. Mira era, al contrario de lo que su personalidad delicada mostraba, una gran competidora, con la motivación adecuada, y a mí se me daba genial resolver acertijos y crear estrategias.
—¡... minutos para los zombis!
De pronto, la plaza estaba vacía. Los supervivientes se habían separado y, en contra de mis pronósticos, Mirajane me había dejado tirada. Me había concentrado tanto en la estrategia que no me había dado cuenta de que, seguramente, el juego ya había empezado. Miré al escenario, el anciano maestro de ceremonias estaba ahí plantado, observándome al ser la única que quedaba en la plaza, y sonriendo con la dulzura de un abuelo. Sacudí la cabeza para despejar las estrategias fallidas de mi cabeza y le hablé directamente:
—¿Podrías repetirme la primera pista, por favor? Estaba despistada.
El viejo soltó una risotada y se sentó en la caja sobre la que había estado dando su discurso.
—Este es un juego de supervivencia, niña, no puedo repetirte algo que ya ha sido dado.
—Pero eso no es justo, ahora los demás cuentan con ventaja.
Se hizo un silencio largo en el que el anciano me observó meditativo. Se estaría debatiendo entre ayudarme o no, según las reglas del juego que él mismo se había inventado. No sabía qué hacer, si echar a correr en busca de algún grupo al que unirme, o seguir ahí parada, probando suerte con el viejo.
Su voz me sacó del debate:
—Deberías darte prisa, quedan treinta segundos para los zombis.
—Mierda.
Salí de la plaza como una exhalación, suponiendo que de ahí saldría la primera horda que atacaría a los supervivientes. Así que el plan era sencillo: buscar al primer grupo de supervivientes que me aceptase con ellos, ayudarles a resolver pistas hasta dar con alguno de mis amigos y planear su asesinato por el camino. Iba a darles de comer a los zombis. Se supone que hay que avisar cuando empieza el juego, ¿no? Eran una panda de idiotas competitivos. Ni siquiera Mira había intentado sacarme de mi ensimismamiento.
Aunque, visto por otro lado, Levy tenía razón: crear estrategias de juego antes, y planificar su asesinato ahora me estaban distrayendo de la negrura blanda que había estado obstruyendo mis pensamientos durante las últimas semanas. Quizá ganar el juego me vendría bien para despejarme. Al fin y al cabo, no todos los días se puede ganar a Erza Scarlet.
Sonreí para mis adentros, esto estaba bien. Además, estar sola me daba cierta ventaja respecto al resto. Las hordas estarían buscando grupos, cada zombi fijándose en uno de los integrantes, y nadie se fijaría en la pobre chica solitaria que vagaba por las calles de Magnolia. Con suerte me confundirían con un zombi y me dejarían seguir con el juego en paz. La única pega por ahora era que no tenía ni idea de cuál era la primera pista. Tenía que darme prisa en encontrar a algún grupo para poder al menos sonsacarles algo. Después, me iría por mi cuenta y ganaría el juego por mí misma. Pan comido.
—Rrraahgg…
Escuché el sonido proveniente de algún lugar detrás de mí. Mierda. Claro, había salido tardísimo de la plaza de la catedral, mi handicap iba a ser estar mucho más cerca de los zombis que los demás. Y, a estas alturas, no iban a confundirme con uno de ellos puesto que acababan de ser puestos en libertad. Mierdamierdamierda. Aceleré en la dirección contraria a la que venían los quejidos lastimeros. Seguramente se habrían separado en dúos para inspeccionar las calles aledañas a la plaza en busca de los rezagados, las primeras víctimas. Si sólo eran dos, podía deshacerme de ellos. Tan solo tenía que llegar al callejón del bar donde Mira había puesto la cesta con comida. Ahí estaría a salvo durante unos minutos.
Corrí y corrí, sólo un par de calles más. Ya casi, ya casi…
—Te tengo.
Un par de manos se deslizaron sobre mi estómago y me atrajeron de espaldas hacia un torso plano y duro. Solté un grito agudo mientras me arrastraban y recé a todo lo que quisiera escucharme para que fuera Gray, incluso Gajeel.
Las manos me dieron la vuelta con delicadeza y me encontré de frente con uno de los amigos de Gajeel. Me sonaba de haberlo visto de pasada alguna vez en la que había ido a recoger a Levy al taller de motos en el que trabajaba su novio. Un chico más alto que yo, de complexión atlética y con un inconfundible y alborotado peinado color rosa. Sonreía como si le hubiera tocado el premio gordo y no sacó las manos de los costados de mi cintura hasta que yo misma se las aparté de un manotazo. Estaba tan confundida que tardé un par de segundos de más en darme cuenta de que llevaba anudado al brazo un pañuelo de color rojo: un zombi. Mierda. Al final me habían capturado. Qué patético.
Me crucé de brazos y me quedé mirando al muchacho, indignada conmigo misma por haberme dejado atrapar tan pronto en la noche. En mi muñeca izquierda, el reloj marcaba las ocho y media de la tarde. Genial. Al menos podría volver pronto a casa, la maratón de películas de aventuras aún me estaba esperando.
—Le dije al viejo que iba a ser el primero en atrapar a alguien.
La voz del chico sonaba orgullosa, como si hubiera superado una marca personal. No le podía culpar, por supuesto, si mi misión hubiera sido atrapar a los supervivientes, también me habría esforzado por ser la primera en conseguirlo.
—Bueno, podemos hacernos una foto y se la enseñas al jefe para que te crea. Yo me voy a casa, tengo un sofá y una botella de vino esperando a que vuelva.
Me di la vuelta, resuelta a ir al refugio de mi hogar, a salvo de las hordas, los comentarios de mis amigos y de los zombis de pelo rosa.
Me agarró por la muñeca y me paré en seco.
—¡Espera! No funciona así, boba, no puedes irte ahora.
Volví a girarme sobre mis talones para quedar de frente al chico, que en la oscuridad parecía tener los ojos de color azabache.
—¿Y quién va a detenerme? —Le miré desafiante—. ¿Tú?
El chico pareció pararse a pensar la respuesta, como si no hubiera sido una pregunta retórica.
—Ya sé que no está bien forzar a nadie a hacer cosas, pero si no me dejas otra alternativa no me va a quedar más remedio.
—¿Disculpa? —La ofensa era notable en la pregunta.
—A ver —comenzó—, tú misma has pagado por estar aquí, por vivir la experiencia. Sería una experiencia incompleta si te atrapo y no haces de zombi.
—Es que no quiero hacer de zombi.
El chico se encogió de hombros y posó una mano sobre uno de los míos.
—Pues vas a tener que hacerte a la idea, aún nos quedan unas nueve horas por delante.
—No puedes obligarme.
—Yo no, sólo estoy aquí para recordarte que tú has pagado por esto. Si quieres tirar el dinero a la basura, es cosa tuya.
Bufé y alargué el brazo en su dirección. Él se quedó mirando el gesto, confundido.
—¿Y ahora qué te pasa?
—Es para que me pongas el pañuelo rojo —sonrió mirándome a los ojos, y a mí me dio un pequeño vuelco el estómago—. Pero no hagas como mis amigos y me dejes sola.
Mientras sacaba un trozo de tela rojo de su bolsillo y me lo anudaba al brazo, contestó:
—A partir de ahora, tú y yo somos un equipo. El mejor equipo de zombis —cruzó sus ojos con los míos—. Soy Natsu.
Pasamos el resto de la noche paseando por la ciudad, actuando como si fuéramos zombis de verdad cuando nos acercábamos a grupos de supervivientes, y charlando como personas normales cuando no había nadie cerca. No se separó de mí ni un momento, tal y como le había pedido que hiciera.
Era una persona cálida. De esas que te acogen desde el primer instante, y con las que sientes una conexión profunda en el mismo momento en el que se cruzan las miradas. Como si nos hubiésemos conocido en todas nuestras otras vidas. A mitad de noche, empecé a temer que nos quedásemos sin conversación y se instaurara entre nosotros ese silencio incómodo que oscurece el ambiente cuando acabas de conocer a alguien y no hay tantas cosas en común; sin embargo, cuando ya no hubo más de lo que hablar, el silencio fue pacífico. Natsu caminaba a mi lado, pendiente de los sonidos que pudieran indicarnos que algún superviviente andaba cerca, mirando al frente y, de vez en cuando, a los lados. Cuando pasábamos por un punto de interés histórico, lo señalaba y me contaba que ahí se había abierto la ceja cuando tenía siete años mientras jugaba con un gato de la calle, o que en ese otro lado era donde había conseguido la cicatriz que tenía en el cuello cuando era más niño, o que en aquella entrada de garaje se había escondido durante horas una vez, en su adolescencia, porque su tío andaba buscándolo después de haber llegado a casa y se había encontrado con el estropicio que Natsu y sus amigos habían dejado después de jugar. Después, el silencio volvía a establecerse entre nosotros, como una sábana suave en una noche fresca de verano.
Por desgracia, yo no podía corresponder sus divertidas anécdotas. Mi infancia y adolescencia las pasé entre las paredes de casa de mi padre, y recordar aquello me hizo acordar que Aquarius ya no estaba y que la vida era un conjunto de casualidades que no dependían de nada en absoluto, salvo del azar.
—Oye, ¿Lucy?
La voz suave de Natsu me devolvió a la tierra de los vivos.
—¿Qué pasa?
—Nada, te habías ido. ¿Estás bien?
El reloj marcaba las cuatro y cuarenta y cinco de la madrugada. Ya no quedaba mucho tiempo de juego, apenas una hora. A pesar de ser verano, las horas previas al alba siempre eran frías. Un escalofrío recorrió toda mi espina dorsal y me puso la carne de gallina. O quizá fueron los labios formulando una pregunta que poca gente se había molestado en preguntarme últimamente.
—Sí —dije a pesar de todo—, sólo me ha dado un poco de frío.
Natsu se paró frente a mí y comenzó a frotarme los brazos con las palmas de sus manos. El tacto era rasposo, las manos ásperas de alguien que ha trabajado duro toda su vida, y sin embargo agradable, la caricia de quien conoce y asume la delicadeza de lo que sostiene. Sonreí, las piernas endebles, mirándole directamente a los ojos.
—No hace falta.
—Pues claro que sí, es la manera más rápida de entrar en calor —miré hacia otro lado, se me ocurrían maneras más rápidas.
De pronto, paró de frotarme los brazos, pero mantuvo las palmas contra mis hombros mientras se acercaba lentamente a mi cara, concentrado. La sangre huyó toda hacia mi rostro, preguntándome si el último pensamiento lo habría dicho en voz alta. Había colocado nuestras caras tan cerca que podía ver que sus ojos, en efecto, eran de un color tan oscuro como la noche, con motas apenas un poco más claras coloreando el iris. Casi como una noche estrellada. Mantenía los labios entreabiertos y podía sentir la calidez de su respiración contra la cadencia de la mía, abrumándome con un perfume terroso e intenso.
—Lucy, a tus doce —susurró prácticamente sobre mis labios—, tenemos que movernos.
Se separó lentamente, mirando por encima de mi cabeza. Mis pensamientos se fueron despejando con cada nueva bocanada de aire estival que tomaba. Seguí el rastro de su mirada, al fondo del callejón estaba nuestro bar. Sonreí complacida, olvidando el leve temblor que aún recorría mis rodillas. El bar. Las provisiones. Así que esos dos supervivientes que veía no podían ser otros que Gajeel y Levy: la diferencia de altura y las manos entrelazadas los delataban.
—Tenemos que ir por detrás, van hacia el callejón trasero del bar —convine en voz baja.
—¿Cómo lo sabes?
—Hay una cesta de provisiones ahí, son mis amigos.
Natsu asintió levemente y trazamos el plan: yo iría primero, haciendo ruido una vez estuviese de frente a ellos en la entrada del bar, mientras él les esperaba en el callejón, al lado de la cesta de mimbre de Mira. Seguramente, yo tendría tiempo de capturar a Levy —y castigarla por su abandono— mientras Natsu se encargaba de Gajeel.
Minutos después, nuestro equipo de zombis —el mejor equipo de zombis— se alzaba con dos víctimas más en su haber. Gajeel y Levy nos miraban mosqueados y en silencio mientras les colocábamos los pañuelos de color rojo.
—¿Cómo puedes hacernos esto, Lu? Somos amigas.
—Los zombis no entienden de amistades, Lev, te fastidias.
A nuestro lado, Natsu sonreía tranquilamente frente a la cara cabreada y llena de piercings del novio de mi mejor amiga.
—¿Qué te he dicho esta mañana en el taller, cara-grapa? —Soltó una risita baja—. Que no te iba a dejar ganar.
—Si no llega a ser por Lucy, no nos hubieras pillado nunca, salmonete.
—Por eso somos el mejor equipo de zombis.
Alzó un puño en mi dirección para que lo chocase. Buen trabajo, era lo que quería decir. Golpeé suavemente mi mano cerrada contra la suya, una señal de victoria, y sonreímos con el orgullo calentando nuestros pechos y nuestras miradas. La calidez de Natsu era contagiosa, desde luego.
Antes de soltarlos en libertad, con la promesa de superarnos como mejor equipo zombi, Levy lanzó una mirada muy poco discreta en nuestra dirección que no me pasó desapercibida.
Una hora después, el equipo de Gray —con Mirajane como adición no planeada— se alzaba ganador del survival game "Magnolia of the Dead". El maestro de ceremonias les hizo subir al escenario para repartir el premio con los ganadores: un fin de semana de spa para los cuatro en un hotel a las afueras de Magnolia, todo incluido. Mis amigos, a pesar de estar cansados, miraban al público contentos y orgullosos. Desde mi lugar en la plaza, me alegré por ellos. Mejor que el premio fuera para ellos, que para alguien que no lo mereciera.
—Deberían dar un premio a los zombis que más supervivientes han atrapado, ¿a que sí?
La voz baja de Natsu resbaló por mi pabellón auditivo hasta estancarse en el hueco del cuello. Giré la cabeza en su dirección y ahí estaba, sin tener ni idea de respeto al espacio personal, tan cerca de mi cara que un leve empujón desde atrás hubiera eliminado del todo el espacio entre los dos.
Solté el aire muy despacio, organizando mis pensamientos al tiempo que le sonreía con calidez.
—No necesitamos un premio, ya sabemos que somos los mejores.
—Tienes razón.
Separó la cara de la mía y me pasó un brazo por encima de los hombros, juntando nuestros cuerpos en un movimiento tan limpio y familiar que, de no haber sabido que nos habíamos conocido aquella misma noche, cualquiera diría que lo llevaba haciendo toda la vida.
—¿Me dejas invitarte a desayunar, Lucy?
Ahí estaba de nuevo: la respiración errática en mis pulmones, provocada por el aroma a tierra, musgo y esencia salvaje que emanaba de todo su ser. Me resultaba tan hipnótico que no podía pensar con claridad, la única imagen en mi cabeza la de sus ojos color de la noche clavados en los míos, sonriendo con tranquilidad y orgullo. Qué situación tan extraña.
Asentí levemente, mi cabeza contra el lateral de su pecho y el Sol despuntando entre los torreones infinitos de la catedral Kardia.
Qué bajón empezar una rom-com multichapter después de tanto tiempo, pero las hiperfijaciones vuelven cuando quieren.
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