Ib Memory

Dedicado a mi más fiel amiga… espero que te guste.

Ib

Entre las memorias que Ib atesoraba, se encontraban desvanecidos aquellos recuerdos de los eventos ocurridos en el verano de 1981. Una experiencia que parecería inolvidable, pero que había desaparecido en la mente de la chica. No recordaba aquel día en el que su madre la llevó a conocer el arte a sus nueve años, adentrándose a los macabros pasillos de la galería y viviendo el terror de aquellos tétricos cuadros que la perseguían en la penumbra. No recordaba el tormento de las damas de colores que salían de las pinturas como bestias salvajes tratando de atraparla, las ventanas teñidas de sangre, los maniquíes que se movían, los ojos clavados en las paredes, mirándola fijamente, o aquella chica de cabello rubio que vibraba simpatía a primera instancia, pero resultó ser una amenaza atentando contra su vida, tan frágil como una flor. No recordaba lo que vivió al lado de un fiel compañero que al final del trayecto prometería volverse a encontrar con la pequeña.

Pero Ib ya no era pequeña.

Habían transcurrido cinco años. En el verano de 1986 y ahora con catorce años, Ib no se imaginaba que las palabras de su compañero se volverían ciertas, y que más pronto que tarde, volvería a experimentar el horror. El horror de la galería, el horror de luchar por mantenerse firme y no caer en la locura, el horror de caer en las oscuras garras de Guertena.

1986

1

Desperté a medianoche, recordando lo que había olvidado y olvidando lo que no lograba recordar. Sabía que había pasado algo, sabía que me había cruzado con alguien, pero me resultaba imposible descifrar qué había acontecido con exactitud en aquel entonces. En un principio todo se sintió como una pesadilla que al despertar uno se daría cuenta que eran eventos ajenos a la realidad, pero al despertar se sintió incluso aún más real. Escribo ahora, una nueva entrada en mi cuaderno, muy distinta y extraña comparada con las demás, mientras termino de beber la botella de whisky que me regaló Mike hace unos meses atrás. Me cuesta procesar todo lo que pasó, pero si algo tengo en claro, es que debo volver. Debo volver a esa estúpida galería... Ni siquiera sé cómo fuimos capaces de salir vivos de aquel lugar, o de detener aquello que vivía allí, sea lo que sea que es. Pero de alguna manera, tengo la sensación de que eso, ese algo, está devuelta. No sé exactamente qué es, pero está de vuelta, y peor que nunca.

Desde aquel verano, decidí mudarme a una gran ciudad. Me pagan por escribir para Hederyk News. Logré alejarme de la vida miserable que mantenía, cargando esa sucia y apestosa chaqueta. Me da vergüenza de solo recordar el horrible aspecto que tenía. De alguna manera logré largarme, llegar a este sitio, conseguir empleo y olvidarme de mi infancia, y del lugar donde crecí. Pero ahora tengo que volver.

Algo malo va a suceder y no sé si seré capaz de vencerlo. ¿Por qué siento que soy yo quién debe hacerlo? ¿Quién soy yo para enfrentarme a algo que ni siquiera pude comprender en aquel momento ni tampoco ahora? Bueno, en realidad no soy solo yo.

Prometí reunirme contigo una vez más, Ib. Al fin te recuerdo, después de cinco años, pero no esperaba que nuestro reencuentro fuera por esta razón, no esperaba que fuera el horror lo que nos uniera una vez más.

Tomaré un vuelo en un par de días. Espero volver con vida.

2

Ib, cinco años después

Tras escribir algunas páginas de su nueva novela, que llevaba semanas planeando, Ib decidió salir al pueblo con su bicicleta. A menudo recorrer las calles le transmitía inspiración para escribir, y planeaba sus siguientes escenarios mientras pedaleaba y disfrutaba del viento. Era verano, había sol, las clases habían acabado apenas unos seis días atrás y estaba entrando en el periodo de vacaciones. Tendría tiempo para dibujar, para ver televisión, para salir a la calle y hablar con chicos o chicas de su edad (cosa que no frecuentaba mucho desde hacía algunos años) de comer todos los pai de limón que le llegaran a sus manos, o de escribir. Le encantaba escribir y la literatura. Le relajaba, y le parecía fantástico el hecho de que uno mismo pudiese construir sus propias historias, sus propios personajes, sus propios mundos, y proyectar un mensaje con tan sólo lápiz y papel. Podía pasar horas en su habitación simplemente planeando sus historias, y montar su bicicleta la ayudaba a refrescar ideas y pensar en qué sería lo siguiente que escribiría, o qué final le pondría a aquella historia, o qué personaje sería el próximo en morir. De vez en cuando, al salir a la calle, encontraba algunos niños con quienes hablar y jugar. Pero, al pasar el tiempo y sin darse cuenta, poco a poco tomaba más la preferencia de quedarse en casa que de estar afuera, como "acostumbraba" de pequeña. Le resultaba un poco difícil encontrar amigos que fuesen como ella, introvertida y de pocas palabras pero amable y simpática, educada y teniendo presente los modales desde siempre. Su personalidad podía resultar hasta elegante, si se le quería ver de ese modo. Pero muchos de los chicos de su edad eran otra historia. Tenían catorce y las hormonas por las nubes, les gustaba hacerse los duros, "tipos malos" hablar de tetas, jugar fútbol, competir por quién suelta el mayor eructo mientras se descargan a carcajadas, beber bebidas energéticas o escuchar rock and roll a todo volúmen. Los cambios en el cuerpo eran los temas recurrentes entre las chicas, además de el crecimiento de sus pechos, de la sangre que bajaba cada mes, de ropa, de maquillaje, de cómo algunos chicos les repugnaban totalmente mientras que otros las hacían derretirse, de las «cosas» de los varones, o de aquella aparentemente dolorosa actividad que hacían las parejas para satisfacerse o los padres para tener un hijo. Ib era curiosa, pero prefería mucho más tener a alguien con quién conversar sobre sus libros o sobre sus escritos, aunque seguramente podría encontrar a alguien como ella en su escuela.

Sin embargo, ahí estaba otra vez, rodando sobre el asfalto y abierta a conversar con quien se topara, si se daba la oportunidad. No pasó mucho rato antes de que esto pasara.

Dobló en Rumb. Street. Allí se encontraban algunas casas, un viejo bar, teniendo a su lado un callejón con varios botes de basura, una farmacia y un pequeño parque al final de la calle. Ib pocas veces recordaba algunas de las anécdotas que vivió en ese parque. La vez que conoció a una chica fan de la historia y estuvo una hora hablando sobre la guerra de Vietnam o las bombas de Hiroshima y Nagasaki que destruyeron todo a su paso al caer en 1945. O la vez que encontraron una rata muerta debajo del columpio. Pútrido, asqueroso, con un olor fétido debido a la descomposición, mientras gusanos e insectos se alimentaban del cadáver. Aquella escena había generado escándalo y curiosidad entre los niños que estaban allí, todos parados viendo la rata. O el día en que había estado jugando a las escondidas y sin darse cuenta cayó la noche y la oscuridad en el pueblo. Cuando le tocó devolverse a casa, casi le da un infarto. No estaba acostumbrada a rondar sola por las calles en la noche, sintió que sus pesadillas se volverían realidad. Afortunadamente, se encontró a su padre, Tony, a mitad del camino, quien fue a buscarla para acompañarla a casa.

Pero ahora que Ib recorría Rumb. Street nuevamente, se encontró con una calle silenciosa y vacía. Se imaginó que los niños se encontraban en la feria, o simplemente habían preferido quedarse en sus casas.

Pero la calle no estaba sola. Logró ver a un niño sentado en la acera del parque, y junto a él una bicicleta como la de Ib, pero de color azul y más pequeña. Decidió acercarse a hablarle, ¿Por qué no? y mientras se acercaba, notó que tenía un raspón sangrante en la rodilla.

—Oh, ¿Estás bien? —preguntó Ib.

—Bueno, me caí de mi bicicleta y ahora tengo esto, arde un poco…—le contestó.

—¿Por qué no has ido a la farmacia? Podrías comprar una vendita.

—Sí, bueno, la verdad es que no tengo dinero, y no quiero llegar a casa así. ¿Qué dirán mis padres al respecto? Creo que no me dejarían salir por una semana, o hasta que se cierre la herida.

—Tengo un poco aquí —dijo Ib, sacando el dinero que tenía guardado en su bolsillo— no es mucho, pero con esto podemos comprar unas venditas.

—¿Estás segura? Sabes, gracias, pero no vale la pena gastar tu dinero en un chico torpe que te encontraste por ahí.

—Pf. Vamos, no importa. Además las cosas en la farmacia siempre están baratas.

—Pe-pero ¿Estás segura? ¿No te molesta? ¿Tus padres no te castigarán? ¿O ya eres grande e independiente?

—Me llamo Ib —le extendió su mano para ayudarlo a levantarse— y no te preocupes, vayamos a la farmacia.

—Yo soy William —se presentó mientras se levantaba— William Marsh.

Ambos fueron a la farmacia. Ib compró las venditas y con el dinero que sobró, se compró dos barras de chocolate que compartiría con William. Al salir, ambos comieron una barra.

—Muchas gracias, Ib. Eres muy amable.

—Tranquilo, William. Tú pareces ser muy amable también, ¿Cuántos años tienes?

Ocho. Tú te ves un poco mayor, sin ofender, claro. Adivinaré, tienes unos…¿Quince? ¿Dieciséis, tal vez? ¿Catorce?

—Catorce —confirmó —los cumplí la semana pasada.

—Oh, entonces ya eres de las grandes.

—Y tú de los pequeños —se burló.

—¡Hey, no soy tan pequeño! ¿O sí…?

—Ujumm…

—Bueno, quizás un poco. Pero ya quiero crecer, ya quiero ser de los grandes. Ya quiero ser un adulto responsable de mi mismo, sin que nadie me tenga que decir qué hacer, con un auto lujoso, una mansión, una linda esposa y el trabajo de mis sueños.

—¿Ah, sí? ¿Qué harán tus padres si ven esa herida?

—Me castigarán, seguramente. No volvería a salir hasta que se me cierre. Espero que mejore con ayuda de la vendita.

—¿Y eso por qué? —preguntó Ib.

—¿Por qué quiero ser un adulto o por qué me castigarán? —preguntó William.

—Puedes explicar ambas cosas, si no te molesta.

—Es que mis padres…no sé. Creo que esperan mucho de mi, o me exigen mucho, y se siente como un peso o algo por el estilo.

—¿Por qué lo dices?

—Siempre me exigen sacar notas excelentes, y si saco una mínima nota "baja" ya me gano un castigo.

—Tienes padres estrictos, entonces.

Ib, al escuchar lo que William contaba, recordó a su madre. No era el mismo caso, claro. Su madre le dejaba expresarse libremente a través de la literatura cuánto ella quisiera, siempre y cuando no descuidara sus calificaciones. Ib no tenía problema con esto, nunca las descuidaba. Tampoco se trataba de la nerd de la clase ni la alumna prodigio que siempre obtenía calificaciones perfectas, pero siempre eran complacientes y casi nunca había llegado

—Sí, exacto. A veces trato de relajarme y jugar videojuegos, pero en cuánto me ven se quejan y me dicen que me ponga a estudiar o hacer algo más productivo, y que los videojuegos solo terminarán quemando el cerebro, o algo así. y en cuánto llego a casa con algún rasguño me gano otro castigo más. Es estresante, es abrumador. Por eso deseo ser adulto. Ellos son libres, ellos se mandan solos, ellos no dependen de nadie. ¿Si lo ves?

—Pero, ellos solo quieren lo mejor de ti, William. Sólo que toman medidas un poco extremas.

—Desearía que dejara de ser así, pero sé que no cambiará nunca. Pero bueno, ¿Qué hay de ti, Ib? ¿Qué tal todo con tus padres?

—Bueno, digamos que ellos son más relajados. Nunca me han exigido buenas notas como tal, aunque de todas formas intento esforzarme lo más posible en la escuela. De todas formas, tampoco es como si fuera alguien tan ocupada, no tengo mucho qué hacer aparte de estudiar, sólo algunos hobbies que me gustan.

—¿Ah, sí? ¿Cómo cuáles?

—Escribir es mi favorito. ¿Te gusta la literatura?

—Umm, la verdad no tanto. En mi casa tengo una estantería llena de libros que le pertenecen a mis padres, pero la verdad yo soy más de videojuegos y esas cosas. Ah, cómo desearía poder jugar todo el día sin parar, sin que viniera mi padre a interrumpir y gritar: «¿Otra vez pegado en esa mierda, William? ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? Pasar todo el día en esa porquería no te llevará a nada. Dedica tu tiempo a los estudios, hijo. Es lo único que te garantizará éxito en la vida» o las cosas absurdas que dice mi madre, como: «Esas cosas te dañan el cerebro, William. Terminarás con parálisis a los treinta o con las neuronas quemadas».

—Creo que tus padres son un poco extremos…

—Lo sé. ¡Apesta!

—¿Y no tienes otros Hobbies aparte de jugar?

—Bueno, me gusta el arte.

—¿Cuál de todos?

—¿Cómo que cuál de todos?

—Existen varias artes. Siete, para ser más específicos —aclaró Ib.

—Oh, ¿Y cuáles son?

—Música —mencionó, mientras empezaba a contarlas con los dedos para demostrar que eran siete— danza, arquitectura, escultura, literatura, cine, y pintura. ¿Cuál de todos te gusta? ¿O te interesan todas?

—La escultura y el arte —le respondió William.

—¿Sí? A mi madre también le gusta.

—Hay un museo cerca de aquí bastante bueno. Se dice que sus obras parecen tener vida propia o algo así, ¿No es impresionante? O escalofriante, tal vez…

—Eso suena aterrador.

—¿Te da miedo?

—No le temo a nada.

—¿Qué hay de las tarántulas? Son peludas, con muchos ojos y muchas patas, y su forma de caminar es inquietante.

—¿Le temes a las arañas?

—Un poco.

—Cobarde. Te traeré una para que te orines en los pantalones.

—¿Cobarde? ¡Son horribles! A veces cuando voy a dormir, veo mi armario, abierto y oscuro. Es demasiado incómodo, pero me da miedo levantarme y cerrarlo. Siento que saldrán unas tarántulas y saltarán sobre mí, listas para comerme.

—Qué niño tan miedoso.

—Vamos, Ib. Tú seguro también tienes algo que te aterra.

—Nada de eso. Soy valiente.

—Sí, como digas.

—Bueno. ¿Qué museo habías mencionado ahorita? Sé cuál es, lo conozco, pero no recuerdo con exactitud cómo se llama.

—Es la galería de Guertena.

—Ah, claro. Guertena.

—¿Has ido? debiste haber ido alguna vez.

—Sí, sí fui. Cuando tenía nueve años creo. Pero no recuerdo muy bien —trataba de que las memorias volvieran a ella, pero no lo lograba.

—Tienes mucho tiempo sin ir. Podemos ir ahora, si te apetece. La entrada es gratis.

—No me molestaría, total no tengo mucho más que hacer. ¿Estás seguro que tus padres te dejan?

—Sí. Mi madre me dijo que tenía que volver a casa a las seis en punto cuando la cena ya estaría lista. Podemos pasar un rato.

A Ib le gustó la idea. Tampoco estaba entusiasmada, pero le parecía bien ir a la galería, y recordar las cosas que vió en 1981.

—Queda bastante cerca de aquí. Podemos ir caminando, además me da miedo caerme otra vez de la bici —le dijo William.

—Está bien, no te preocupes. Queda a unas cuantas calles, no tardaremos mucho en llegar.

—Andando.

—Andando.

Y juntos partieron camino a la galería a pie, llevando sus bicicletas en las manos.

—¿Quieres que te cuente algo que me pasó una vez? —preguntó William.

—Adelante. Te escucho.

—¿Sabes de la casa abandonada?

—¿Qué casa abandonada?

—No puedo creer que no la conozcas.

—Bueno, hay algunas casas abandonadas repartidas por el pueblo.

—Sí, pero esta es diferente. Parece una auténtica casa embrujada, sacada de algún cuento de terror.

—Todas las casas abandonadas parecen embrujadas, William.

—Sí, pero aquella es diferente a las demás. Uno con solo verla por fuera sabe que es diferente a las otras.

—A ver, ¿Qué tiene de especial?

—En serio no te creo que jamás la hayas visto. Debiste haber escuchado de ella alguna vez, al menos. Bueno, un día, mis padres me avisaron que no estarían en casa, después de la escuela. Tengo una tía que vive aquí, pero realmente si me lo preguntas, no sé con exactitud dónde vive. Mi padre me dio indicaciones la noche anterior, pero yo solo fingía que escuchaba. Lo que en verdad me importaba en aquel momento era un examen de historia que tendría que presentar al día siguiente, y me tenía muy nervioso. Finalmente, cuando salí de clases me tocó llegar a casa de mi tía, pero lo único que recordaba era la descripción que me había dado mi madre: «una casa blanca, de dos pisos, con garaje, un automóvil rojo y dos aloe vera en la entrada. Ya la hemos visitado antes, William, así que seguro la recordarás cuando la veas. ¿Te quedó claro cómo llegar?». Pero la verdad no tenía ni idea. Di un millón de vueltas, buscando la bendita casa. Pasé por el teatro, pase por la galería, di vueltas por aquí en Rumb. Street, pasé por la calle donde queda el club. Estuve horas observando casa por casa, yendo por aquí y por allá en mi bicicleta, esta bicicleta. Total, llegó un punto en donde me estaba alejando.

—¿Del pueblo? —preguntó Ib, curiosa.

—Sí. Del pueblo.

—¿Y dónde terminaste? ¿Consumido por los fantasmas en la casa de tu tía? —bromeó Ib.

—De hecho, pasé varias veces en frente de la casa de mi tía sin darme cuenta. Sí, estúpido, lo sé.

Ib rió al darse cuenta de lo absurdo de la situación.

—Sí, ríete lo que quieras. Apuesto a que lo mismo te ha pasado antes.

—Pf, por favor. Conozco a este pueblo «como si fuese la palma de mi mano» así como dicen en las películas.

—Bueno, el punto es que me empecé a alejar, y lo sabía. No me sentía seguro, me sentía incómodo. Cada vez las calles eran más desoladas y silenciosas…hasta que terminé en la casa embrujada. No había más que eso, el asfalto, césped y una casa. Una casa grande pero bastante antigua, de madera desgastada. No había nada más allí, salvo yo y esa casa. Ni una persona más, ni un animal, ni siquiera alguna hormiga rondando por ahí. Nada ni nadie. Aunque seguramente dentro de ellas encontraría un montón de arañas. Tuve la sensación de que ese era el final del pueblo, y lo demás, lo que se encontraba en el más allá, sería un misterio.

—Creo que sé de qué casa hablas.

—¿En serio? ¿La has visto?

—Recuerdo una vez, hace años. Diablos, todo lo que digo suena como si fuera una vieja hablando de mi época.

A William le causó gracia. El chiste le recordó a su abuela, que para empezar a contarle una vieja historia a su nieto, siempre empezaba diciendo: «En mis tiempos…» y luego procedía a relatarle una anécdota bastante extraña y surrealista. «Cosas de viejos» suponía William.

—Yo también estaba dando vueltas, pero no porque me haya perdido —recalcó, burlándose— Y entonces decidí explorar algunos sitios por los que nunca había pasado. Así que terminé en aquel extraño lugar.

—Yo no me atrevería a volver otra vez allí.

—Lo sé, William, ya entendí que eres un miedoso, ¿Quieres dejarlo ya?

—le dijo Ib, molestando.

—Aghhhgh —Y William si lograba molestarse antes los comentarios de Ib.

Los chicos conversaban mientras poco a poco se acercaban a la galería, la cual esperaba paciente por la llegada de Ib, sin saber lo que tenía preparada para ella, sin saber que aquella decisión la arrastraría hasta el siniestro abismo que había superado en 1981.

3

Tony se encontraba en una cita médica.

Desde hacía unas semanas atrás, a Tony, el amado padre de Ib se le habían complicado algunas cosas.

Empezó a presentar problemas respiratorios. Al principio pensó que no era más que una simple gripe, pero la situación se fue tornando más grave. Al notar que su tos y sus problemas con la respiración estaban fuera de lo común, acudió al médico, y los resultados de la revisión apuntaron que Tony padecía una enfermedad pulmonar, quizás genética. Tenía tratamiento, y si lo seguía al pie de la letra, las cosas mejorarían y en unos meses, «si Dios quería», lo superaría y volvería a la normalidad. Aparte de sus medicamentos para tratar la enfermedad, Tony tenía que hacerse una revisión médica cada semana, para verificar qué tal iba todo. Ese día le tocó y asistió a la revisión de la doctora Kay.

Kay vivía en el pueblo desde su nacimiento, y los padres de Ib la conocían hace ya muchos años, pero le seguían llamando Doctora Kay. No se trataba de una señora que llevaba décadas ejerciendo su carrera. Kay era en realidad una adulta joven, que rozaba los treinta.

—¿Qué tal todo, Doctora Kay? ¿He estado mejorando? —le preguntó Tony.

—Estamos mejorando —le contestó la doctora— se está controlando el problema en tus pulmones, pero aún así, te queda mucho de tratamiento para poder eliminarlo. Unos meses, quizás. ¿Estarás aquí la próxima semana, verdad?

—Aquí estaré, a la misma hora.

—Cuídate, Tony. Confío en que podrás superar esto, pero cuídate.

—¿Cree usted en Dios, doctora?

—La verdad no lo sé. Es un tema complicado. ¿A qué viene eso?

—La verdad yo tampoco sé. Mi padre siempre fue religioso, pero nunca pudo transmitirme su fé, al menos no enteramente. No sé si existe, no sé si creo en él, pero ahora me gustaría creer…creer en que me ayudará.

—Tranquilo, Tony. Todo estará bien. De aquí a septiembre u octubre estarás como nuevo, te lo aseguro.

—¿Cree que sea heredado?

—¿La enfermedad? —preguntó Kay— Es posible, pero no lo sabemos con certeza. Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que un padre afectado le herede la enfermedad a su hijo. ¿Su padre padecía de lo mismo?

—Mi padre murió debido a un cáncer de pulmón. Sé que esto es diferente, pero a veces pienso si yo también tendré esa mierda. Él estuvo sus últimos meses pudriéndose en la cama del hospital, hasta que pereció. Fueron tiempos difíciles, cuando ya no le quedaba un centavo más tuve que ayudarlo a pagar su quimioterapia, cosa que nos dejó bastante jodidos. A pesar de sus esfuerzos cada día estaba peor y no pudo vencerlo. De vez en cuando, antes de irme a dormir, recuerdo lo horrible que era verlo allí, tosiendo hasta desmayarse sabiendo que por más medicamentos, que por más quimioterapia, que por más dinero que gastara en él no saldría vivo de allí. Cuando todo lo que hacía era esperar a morir viendo cualquier programa que diera la televisión, acostado en esa horrible cama de hospital, teniendo tubos conectados a la nariz que lo ayudaban a alimentarse, y pasando día y noche con jeringas conectadas que lo hidrataban. Yo no quiero terminar así, doctora.

—El cáncer es horrible, Tony. Pero creéme, no tienes ninguna señal de ello. Si tu enfermedad no se hubiese tratado a tiempo, seguramente hubiese pasado a mayores y sí, hubieses terminado en una «horrible cama de hospital» como dices, pero afortunadamente no tuvimos que hospitalizarse. Aquí ha llegado gente como tú pero mucho más grave, sus radiografías muestran una gran mancha negra en el pulmón. Suerte que no te pasó eso.

—Sí, bueno. Hay algo más que me preocupa, doctora.

—¿Sí? Dime.

—Helena y yo tendremos otro hijo. Hace apenas unos meses que la prueba salió positiva. Me da miedo pensar que mi hijo herede algo de esto. ¿No cree usted que los problemas pulmonares que tengo ahora sean heredados por mi padre? No quiero que mi hijo sufra nada de esta mierda por mi culpa.

—Tranquilo, Tony. No tienes nada de qué preocuparte, ¿Sí? Como dije, no hay signos ni nada que nos haga pensar que heredaste la enfermedad por tu padre. Así que no te mortifiques por eso. ¿Y eso que tendrán un hijo? Me alegra mucho oír esa noticia.

—Lo llevamos planeando desde el año pasado.

—Bueno, estaré encantada de conocer al nuevo miembro de la familia.

La revisión ya había terminado. Ambos se despidieron y Tony salió del consultorio. Se montó en su auto, con destino a su casa. Había tenido que salir del trabajo para asistir a su cita médica. Supo que al llegar a su hogar no tendría a nadie para recibirlo, debido a que a Helena le tomaría un par de horas terminar su jornada laboral, mientras que Ib estaba por ahí, andando en bicicleta. Pero esto no eran del todo malas noticias. Aprovecharía el espacio para relajarse y acostarse un rato. Arrancó el auto y encendió la radio. En la radio sonaba una canción de una banda bastante conocida, Judas Priest. «¿Cómo a los chicos les puede gustar el rock and roll?» Se preguntaba Tony. A algunos chicos, sobretodo los adolescentes, les gustaba reunirse y escuchar rock and roll a todo volúmen, hasta que algún policía les detuviera la diversión a mitad de la noche. Sin embargo, la mayoría de adultos o gente mayor del pueblo odiaba este tipo de música, y si se trataba de heavy metal ni hablar.

Tony cambió la música a un jazz más tranquilo y más amistoso, con un dulce saxofón acompañado de un piano, que le recordaba a las notas que a Helena tanto le encantaba tocar con su propio piano que tenía en casa. Mientras conducía, pensaba en sus medicamentos y en aquel documental sobre asmáticos que había visto en televisión un par de meses atrás, y al pensar en ello se había dado cuenta de que su tratamiento era muy parecido al de un asmático severo. Tony no había sido diagnosticado con asma en ningún momento de su vida y estaba seguro de que no lo era, pero le parecía un tanto curiosa la similitud entre un tratamiento y otro. «Qué curioso que esté viviendo como si fuese un asmático. Pobres criaturas, es horrible tener un inhalador pegado a la nariz todo el día, pero supongo que es cuestión de costumbre».

Llegó finalmente a casa. Bajó del auto después de estacionarse en el garaje y entró. Esperaba encontrarse con un ambiente sólido y solitario, pero apenas entró pudo escuchar débilmente unas voces que provenían de la sala de estar. Tony pudo intuir inmediatamente de qué se trataba. «Por favor, Ib, ¿Cuántas veces te he dicho que no dejes la televisión encendida? ¿Ya tienes catorce años y seguimos en lo mismo?» Se dijo a sí mismo, mientras tomaba el control remoto para apagarla. La televisión daba el típico programa donde a dos equipos les hacían preguntas y ganaban puntos por respuestas acertadas. El equipo que más puntos obtuviera era el ganador.

—¡Siguiente pregunta!—Exclamó el presentador— ¡El equipo que responda correctamente se lleva cincuenta tremendos puntos! ¿Quién acertará; el equipo rojo? ¿O el equipo azul? Y la pregunta esssss: ¿Cuántos hexágonos tiene un balón de fútbol?

«Veintidós» Contestó Tony, con bastante seguridad. Velozmente, una chica que formaba parte del equipo azul apretó el botón que concedía la palabra para responder.

Dieciocho— contestó, de igual manera bastante segura, difiriendo con la respuesta de Tony.

Y la respuesta es…¡Incorrecta! ¡El equipo rojo puede responder!

«Por supuesto que es incorrecta. Yo ya me hubiese ganado los trescientos dólares que ofrecen como premio al ganador.»

¿Treintaiséis..? —contestó un miembro del equipo rojo, con inseguridad.

Y la respuesta es…Incorrecta. Lástima que en esta ronda nadie se llevó los cincuenta puntos. La respuesta correcta era: Un balón de fútbol tiene veinte hexágonos.

«Carajo» pensó. Recordó que tenía que apagar la televisión, pero decidió esperar a la siguiente pregunta. No quería irse sin al menos contestar bien una pregunta.

¿Qué tal si subimos la apuesta al doble? —gritaba el presentador— ¡Cien puntos por la respuesta correcta! ¿Están preparados? Y la pregunta es…: ¿Cuál es el tratamiento…que produce cáncer?

Un miembro del equipo azul, la misma chica, presionó el botón.

—EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER.

Por lo extraño que resultaba todo, tanto la pregunta como la respuesta, Tony decidió simplemente dejarlo hasta ahí y tratar de ignorarlo. No quería escuchar más nada sobre tratamientos, sobre asma, sobre cáncer. A pesar de lo que la doctora Kay le había comentado, seguía teniendo miedo de tener esa horrible enfermedad, seguía teniendo miedo de terminar con su padre.

Subió a la habitación que compartía con Helena, y sentado en la cama se quitó los zapatos y la ropa que usualmente vestía para ir al trabajo, para ponerse una más cómoda y fresca ideal para echarse una siesta. Se acostó en la cama, y aunque la sensación de que no había más nadie en casa lo relajaba de cierto modo, extrañaba dormir abrazando a su querida esposa. Cuando llegara podría abrazarla todo lo que quisiera.

Cerró los ojos y trató de descansar, pero por más que tratara de ignorarlo y de engañarse a sí mismo, una vez que la escuchó, esa frase no dejaba de dar vuelta en su cabeza.

—EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER.

—EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER.

—EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER.

—EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER.

—¡EL TRATAMIENTO PARA EL ASMA PRODUCE CÁNCER!

4

Ib se acercaba a un lugar oscuro

—Así que, aquí estamos —dijo William. Estaban ambos de pie, mirando a la galería. En realidad, no era tan grande aunque contaba con dos pisos dedicados a las obras y esculturas.

—Vamos, entremos.

Ambos se adentraron en la galería. En la mesa de recepción había algunos panfletos que cualquiera podía tomar, y que quizás contenía información interesante sobre la galería. El encargado de la recepción saludó a ambos y les dio la bienvenida.

—Buenas tardes, jóvenes. Sean bienvenidos a la galería de arte de Guertena. ¿Desean algunos panfletos antes de pasar adelante?

—¿Tomamos uno? —preguntó William mirando a Ib.

—Muchas gracias —le contestó Ib al encargado, tomando dos y pasándole uno a William— Bueno, pasemos adelante, antes de que se haga más tarde.

Al pasar derecho, encontraron la primera gran exhibición. Una gran pintura situada en el suelo, que mostraba un bizarro pez, de esos que dan miedo por su aspecto y que vivían en las profundidades del océano, a quién sabe cuántos miles de metros.

—¿Recuerdas esta? —preguntó William.

—Te juro que intento pero no logro recordar nada. Quizás era muy pequeña cuando mis padres me trajeron.

—¿Y no te dio miedo? Ese pez es espeluznante. Me parece extraño que aún no haya tenido ninguna pesadilla con esta obra.

—A ti te da miedo todo, William.

—Ajá.

Siguieron por los pasillos. Encontraron varias obras interesantes, como "Inquietud" que trataba sobre un ser extraño mirando fijamente. Vieron las damas vestidas de amarillo, azul y rojo, una escultura de una rosa, que generaba cierta sensación de tristeza o melancolía. Entre tantas obras por ver, a Ib le invadió la curiosidad sobre la persona que estaba detrás de aquellas creaciones. Pudo comprobar por su cuenta que lo que decían no era un rumor para causar interés, sino una realidad. Pudo percibir un aura en aquellas obras que daba la sensación de que en verdad tuvieran vida propia, como si de un cuento de hadas se tratase.

—Oye, William, ¿Qué sabes del autor de estas obras?

—Oh, ¿Hablas de Guertena?

—¿Se llama así? Es un nombre extraño.

—No más extraño que Ib, si me lo preguntas.

—Ujum. Al menos es más original que William, ¿No te parece?

—Ash. Siempre me estás molestando, Ib.

—Pero si tú fuiste el que empezó, yo solo pregunté sobre Guertena. ¿Sabes de él o no?

—No mucho, pero puedo decirte lo que sé, aunque seguro estos panfletos que tomamos tienen alguna información. Bueno, lo que sé es que nació aquí, empezó a pintar y cuando empezó a obtener reconocimiento se mudó a Francia o Italia, no recuerdo cuál de los dos. Creo que Francia.

—Excelente memoria.

—Ashhhh, ¿Ves lo que te digo?

—Vamos, era solo una broma —rió.

—Luego tuvo una hija que al crecer se mató automató, ni idea de porqué.

—Se suicidó, querrás decir.

—¿Qué significa eso?

—Suicidarse es matarse a sí mismo, sabelotodo.

—Uy, perdón, Einstein.

—¿Ahora tú te burlas de mí, eh?

—¿Qué hago? ¿Me quedo con esa?

Entonces, un anciano los interrumpió diciendo:

—Shhh. Silencio, jóvenes, están haciendo mucho ruido y causarán molestias a los demás. ¿Pueden dejar el escándalo?

—Oh, sí, lo siento —se disculpó Ib, tan avergonzada como siempre se ponía cada vez que la regañaban— No volverá a ocurrir,

—Portense bien— les pidió el anciano. Dio media vuelta y siguió con lo suyo.

—Metiche —susurró William —Ni que esto fuera una biblioteca. Todo el mundo está hablando aquí como le da la gana.

—¡Oye! —le reclamó Ib—¿no respetas a la gente mayor?

—Ib, tengo que ir al baño —le dijo William— solo será un momentito. No me tardaré demasiado ¿sí?

—Bueno. No te pierdas.

—Ya estoy grande, sé cuidarme solo.

—Pf. Por favor. Anda ya, chiquitin.

William fue al baño, dejando sola a Ib por un momento. Ella se percató de que había un pasillo que aún no había explorado. No quería alejarse mucho para poder encontrarse nuevamente con William sin que hubiera mucho problema, pero se decidió por explorar aquel pasillo. Cuando pasó a través de él, se encontró con un espacio solitario, no había nadie más que ella y debido al silencio que había en ese pasillo comparado con el resto de la galería, Ib supo que William tenía razón cuando decía que todo el mundo allí hablaba como le daba la gana.

Había un cuadro mucho más grande que los demás, uno ancho que abarcaba casi toda la pared, pero era sumamente extraño. El nombre de la obra era "Mundo Fabricado" y por más que Ib intentase buscarle un sentido a la pintura, parecía no tenerlo. Era como una especie de garabato de varios rayones y colores, como si un bebé hubiese rayado en un lienzo gigante. Sin embargo, Ib sintió en esta obra algo muy diferente a las demás. A pesar de que algunas exhibiciones podían generar sentimientos en quien las viera, (como el sentimiento de melancolía que generaba la escultura de la rosa) pero esta era diferente. Lo que Ib se sentía al verla era una sensación de…de llamada. De que algo o alguien llamaba a la chica detrás del cuadro. Era como un pequeño impulso que le decía: «Acércate, Ib. Vamos. Acércate». En ese momento no sabía diferenciar lo que su instinto le recomendaba, si ir o no ir, si era mala o buena idea, pero obedeció, aunque sintió que quizás no debía hacerlo. Poco a poco fue acercándose para intentar…ni siquiera sabía qué iba a intentar exáctamente. ¿Acercarse al cuadro e intentar entrar en él? «Qué ridículo es todo esto. ¿Qué estupidez estoy haciendo?» se dijo, pero no se echó para atrás. Acercó su mano al cuadro, extendió su brazo y por más surrealista que resultase, su mano traspasó la pintura, como si de un portal a otra dimensión se tratase.

Ib soltó un grito de susto, no entendía nada de lo que estaba pasando y pensó incluso que estaba alucinando o que se encontraba dentro de un sueño. «Co-Cómo es posible de que esto esté pasando? ¿Esto es una especie de sueño lúcido?» pero quiso acercarse otra vez aunque tímidamente, solo que ahora entraría por completo. Se acercó para extender la mano nuevamente, y cuando estuvo a punto de meterla otra vez…

—¡Ib! —la llamó William— ¿Qué estás haciendo ahí?

Ib se asustó, pero al ver a William trató de disimular.

—Ah, William, ¿ya terminaste?

—Sí. Pensé que te ibas a quedar en el mismo lugar donde te dejé, así que la que se perdió fuiste tú —se burló. —Debí apostar algunos cuántos billetes y me podría comprar algún nuevo videojuego en la tiendita.

—¿Aún quieres más dinero de mi? Te compré esa bandita que llevas en la rodilla, ¿Recuerdas?

—Solo estoy bromeando.

—Pues mejor que te despidan del circo.

—...

—Umm, creo que es hora de irnos a casa, William. Ya se está haciendo tarde.

—¡Mierda! —Exclamó, e inmediatamente se tapó la boca.

—¡Qué grosero! ¿Con esa boca besas a tu mami?

—¡Lo siento! Se me escapó…

—Vámonos ya. Nos agarrará la noche.

Salieron de la galería y tomaron sus bicicletas.

—¿Quieres que te acompañe a casa, William?

—No, vivo cerca de aquí. No te preocupes.

—Bueno. Hasta pronto. —se despidió Ib, lista para irse andando, sin poderse sacar de la mente el extraño suceso que había vivido con aquel cuadro.

—Espera, Ib —la detuvo William.

—¿Qué pasa?

—Quería agradecerte. Por todo lo que hiciste, por ayudarme, por pasar tiempo conmigo. Usualmente los chicos de mi clase se burlan de mí, me llaman rarito y no tengo muchos amigos, así que he tenido que aprender a llevarme conmigo mismo. Pero tú me trataste diferente, Ib. Me ayudaste y fuiste amable, aunque te burlaste de mí cien veces —ambos sonrieron— pero es eso, quería decirte que eres una gran persona. Gracias por pasar tiempo conmigo.

—Tranquilo, William— respondió Ib, halagada— tú también eres una gran persona y me gustó pasar tiempo contigo, aunque seas un niñato cobarde —se volvió a burlar.

—Bueno —rió— Nos vemos, Einstein.

Cada quién tomó su camino.

Aunque Ib la mayoría del tiempo era una persona tranquila y hasta tímida en algunas ocasiones, eso nunca le impidió poder relacionarse con normalidad. Incluso durante su infancia fue una niña bastante callada, pero no tenía problema a la hora de conversar con alguien. Vivió algunas tardes de su niñez saliendo a jugar con la gente del pueblo o de su escuela y se llevó bien con muchos de ellos. Sin embargo, Ib nunca tuvo realmente algo que se le pudiera considerar como un verdadero amigo. Aunque una amistad un tanto extraña, quizás lo más cercano que tuvo a un amigo real fue aquel chico de cabello morado que la hizo sentir segura a su lado, pero que ahora no recordaba.