Respiró hondo varias veces.

Cerró los ojos con fuerza e intentó que todo lo que estaba ocurriendo alrededor suyo se desvaneciera. Pero era imposible. Por mucho que se esforzara, de que apretara los puños y buscara quedarse en silencio, no iba a cambiar absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo. Para su desagrado, seguía en el último sitio en el que quería estar, con la última gente que quería compartir siquiera un milímetro de espacio y viviendo una de las peores pesadillas que jamás se había imaginado.

Notó una mano apoyarse en su hombro. Apretaba con cierta suavidad y desprendía un suave olor a cerezos, queriendo reconfortarlo de alguna manera, como si conociera todo lo que su mente estaba imaginando. Abrió los ojos para darse un frio golpe de realidad. Siendo consciente de que no podía seguir viendo todo aquello, buscó a la dueña de aquella suave voz y se centro en su compasiva mirada.

"Todo saldrá bien" dijo con aquella suave voz, queriendo darle un apoyo emocional que no le terminaba de llegar. "ya lo verás, Torao"

"Nico-ya, creo que estas pecando de optimismo" la sátira en sus palabras era tan amargo como el momento que estaban viviendo. "Ya no hay vuelta de hoja"

"Siempre hay una última oportunidad" quiso hace gala de una compasión y esperanza que se sentía lejana.

Law simplemente sonrió con desgana. Una media sonrisa cansada, que se borraba a medida que se fijaba en cada detalle del lugar en el que estaban. Nico Robin lo soltó y se marchó, seguramente al lado de su pareja y el resto de aquel grupo de amigos raros que nunca lo dejaban en paz. Se giró para ver cómo se sentaba con ellos y, honestamente, se sorprendió. Todos, hasta el alegre pequeño Tony Chopper, estaban serios. Más bien, molestos.

Tampoco entendían que estaban haciendo en aquel maldito lugar. Todo aquello simplemente no era del agrado de nadie

"Maldita sea..." se le escapó finalmente, sin remedio.

"No se maldice en casa del señor" escuchó a Ikkaku cerca suyo, quien se sentó a su lado. Eran sus amigos y compañeros "menos en la boda de la señorita Nami"

Finalmente ella era la primera persona que se atrevía a verbalizar lo que estaba ocurriendo. Con aquellas simples pero hirientes palabras, dio un largo vistazo a su alrededor, deseando que fuera falso.

Pero no. Era real.

Era la boda de Nami.

A la que debía llamar, para su gran desagrado, exnovia.

Se iba a casar con un hombre que no era él.

La capilla era modesta, pero con los arreglos florales y las melodías poco religiosas de Brook, se hacía más acogedor. No todo el mundo estaba sentado como él y su compañía, algunos de pie, comentando, otros encendiendo velas y, como siempre, aquellas personas que estaban hablando en pequeños grupos de personas sobre cómo era aquel evento cerca del retablo. A muchos los reconocía de idas y venidas, como al padre de Nami, gente de su pueblo, sus amigas, padres del colegio donde trabajaba... Era una ensalada de personas que los conocía precisamente por aquella maravillosa relación que habían tenido. Todos, a su modo, habían aportado algo bonito en la vida de Nami y, en ese momento, parecía que ella quería que estuvieran en lo que podían considerar uno de los momentos más bellos e importantes. Uno de eso que marcaban un antes y un después.

Si no fuera porque realmente porque no podía ser. Trafalgar se negaba a que Nami atara su vida con una persona que realmente no merecía ninguna de sus atenciones o un mínimo de porcentaje de todo ese cariño capaz de hacer brillar hasta el día más oscuro.

Nami... El nombre de la única mujer que había dado un vuelco completo a su vida. Quien le había enseñado tantas cosas hermosas y la única chica que lo hizo reír y comprender lo preciosos que eran los pequeños detalles que él tanto había despreciado. Durante su relación, lo había sacado de su zona de confort y hecho conocer tantas maravillas, que no tenía dedos suficientes en la mano para contarlos. Hasta había aprendido a sonreír, algo que se sentía siempre tan lejano...

Se acordaba de cada detalle con cierto cariño y nostalgia, pero más de la horrible ruptura que se dio en aquel otoño. Como las hojas caídas crujían debajo de sus zapatos, el ruido de los pájaros marcharse de aquel parque, aquel engañoso sol brillando debajo de sus cabezas y aquella falsa sonrisa con un labial rojo (nada característico en ella), que terminaran con todo aquello sin dar una en el excusa creíble. Habían quedado tantas cosas en el aire, sin terminar de decir, que se quemaban en su garganta, mientras que la última visión que tendría de aquella hermosa mujer sería su figura alejándose.

Accedió, resignado, tragando cada palabra que en verdad le quería decir. No podía obligarla a que siguiera su camino y él no se iba a obligar a empezar uno tortuoso detrás de ella. Porque ambos no serían honestos consigo mismos y era lo que más valoraban uno de otro. Vio como su suelto cabello bailaba con la brisa de otoño, su caminar ir por un sendero contrario y, aquellas manos que pensó que siempre cerrarían la suya, enguantadas, en un puño que jamás volvería a tocar.

No comprendía su corazón en ningún aspecto, pues no dejaba de suplicar por volver a latir a su lado. Tanto tiempo y seguía congelado en esa tarde, en ese instante...

Siempre la buscó, hasta en redes sociales, pero después de que ella diera el paso a cambiar de ciudad, no supo nada más de su vida. Además, los amigos que tenían en común se negaban a dar razón de su situación, bajo la excusa de que incluso entre ellos ya no hablaban tanto.

Y dos años después, aparecía con una maldita invitación de boda. Con un extraño señor cuyo nombre no sabía, pero que tenía delante. Su sangre hervía como el aceite, con mil y un deseos de matarlo, aunque fuera en la casa de dios. Aquel señor, de pelo teñido y engominado, traje de principito... sonriendo de aquella forma asquerosa y lasciva, babeando y soltando idioteces de tener por fin a Nami para él. Como si fuera una maldita muñeca de trapo.

¿Y Nami quería compartir el resto de su hermosa y larga vida con ese sujeto?

Tras mucho meditarlo, aceptó aquella invitación, de muy mala gana. Revisó su imagen en el espejo con detenimiento antes de llegar a aquella maldita capilla. No hubo forma de disimular las ojeras, pero si se perfiló su afeitado e intentó peinar su oscuro cabello, sin mucho éxito. Con los dedos, algo nervioso, intentó acomodarlos una vez más, pero fue completamente imposible. Revisó su ropa, tuvo mucho cuidado a la hora de escoger el modelo y sus fieles amigos lo ayudaron a escoger algo elegante. Además, había usado una de sus mejores colonias para la ocasión.

Revisó la invitación una vez más, para convencerse de que todo era real y que no estaba perdido en uno de sus tantos sueños.

Cuanto deseaba que fuera un mal sueño... que se despertara en su cama, con su peluche edición 25 aniversario de Sora el Guerrero del Mar, con sus calzones como único pijama y deseando su café para poder afrontar su desgracia de día y vida. Además, de seguir buscándola en todos los rincones de ese maldito planeta.

Pero no.

Estaba despierto.

Todo era real.

Nami se iba a casar.

Unos niños pasaron corriendo y la gente empezó a sentarse. Era la terrorífica señal.

Brook cambió la canción del momento y todos se levantaron y miraron la puerta. Esta se abrió de par en par, dando paso primero a las bellas damas de honor y a los chicos. Cada uno iba de un lado. El novio ya estaba al lado derecho del cura, observando todo con detenimiento y un semblante más duro que el mármol. Law pudo adivinar que entre las chicas estaban Vivi y Nojiko. Sabiendo que Nico Robin realmente no aceptaba aquella unión, no le extrañaba que no estuviera en esa corte. Los pajes, simplemente no reconocía a ninguno. Todos debían ser los amigos del novio.

Y entró ella, del brazo de Genzo.

Law sintió que se volvía a enamorar de ella. Si bien su velo tapaba sus recogidos cabellos y su bello rostro, aquel vestido solo mostraba lo mejor de ella. Era uno de esos vestidos de novia que la hacían ver como una reina, con escote de cuello barco y un mar de capas y capas de apliques con un bordado de flores que parecía la misma novia de la primavera. Sus manos cerraban un sencillo ramo y podía escuchar sus zapatos contra la alfombra en un taconeo sencillo. A su paso, dejaba un suave olor a mandarinas imposible de ignorar.

Nada más llegar al lado del novio, emocionado, este le quitó el velo y todos pudieron ver el sencillo maquillaje que había usado. Sutil, solo para acentuar su belleza natural. Ella brillaba con luz propia y simplemente nadie lo podía negar.

Todos se sentaron y simplemente las miradas no se apartaron de los novios y del cura.

Con ello, la ceremonia dio comienzo.

El cura inició con un pequeño sermón en el que no dejaba de repetir la importancia de ese sacramento, de lo que representaba realmente aquella boda y lo importante que era que ambos dieran ese paso para que ante Dios y los hombres se oficializara esa relación hasta la muerte. Como el amor que había unido dios no lo podía separar jamás el hombre.

Entre tanta palabrería, Trafalgar se perdió una vez más en los recuerdos, en cada momento que había compartido con la dama de los cabellos naranjas. Desde ese primer hola entre ambos, las idas y venidas, su primer beso, su primera cita... en cuestión de un parpadeo, había recordado hasta el detalle más ínfimo que era la talla de camiseta que ella siempre vestía. En cuantas veces se había dormido sobre su pecho. En cuantas veces se habían besado en tantas esquinas y en cada ínfimo rincón de su piel...

Todo se extinguía y se reducía a la misma nada por esa maldita boda, como un mito más. Nami se iba, para siempre, se apartaba de su lado y en esa ocasión no reparaba en gastos para que el muro fuera tan alto como el cielo y tan profundo como el infierno. Con esa boda, afirmaba que, si había encontrado otra persona mejor que él, con el que ella estaba dispuesta a compartir su vida, tener una familia...

¿De verdad iba a echar por tierra todo lo que habían sentido, soñado y vivido?

¿De verdad había encontrado a alguien mejor que él, que sintiera tantas cosas por ella y fuera mejor para tener esa familia que ella siempre anheló?

Sintió la mano de su buen amigo posarse en su hombro derecho, queriendo calmarlo. Ahí se fijó que, del nerviosismo y la ira que le daba toda aquel desastre, estaba agarrando fuerte el banco de la iglesia y movía el pie derecho en un ruido que había llamado la atención de más de una persona.

Se negaba a creerlo. No podía más con toda aquella farsa. Aunque fuera en ese maldito momento, necesitaba respuestas convincentes y la única que podía aceptar era de que parara con todo ese circo del que era testigo.

"Yo me opongo"

Aquellas palabras aun quemaban en su garganta.

Por fin, las había dicho.

Aquellas palabras sonaron en el eco de la capilla, todas las miradas se posaron sobre su rígida figura y, la más importante de todas, Nami lo observaba con ojos llorosos. El novio estaba furioso, podía ver sus ojos rojos de la ira, con una sorpresa completamente negativa y cerrando los puños con fuerza. Law no iba a perder más tiempo, con su rostro serio, desde su algo alejada posición, iba a hacer aquello que él quería.

"No puedes casarte con un imbécil que no amas, Nami-ya" se reafirmó Law "¡Para con este sinsentido!"

"¡Cállate, loco!" demando sin control de su enfado el novio "¡vete de aquí ahora!"

"Law, no lo hagas" musitó la peli naranja con aquellos ojos de chocolate inundados en sus saladas lágrimas.

Todos podían ver como ella temblaba de una forma suave por la interrupción de su exnovio. Con luchaba consigo misma para no llorar. En como apretaba fuerte el ramo de novia entre sus finas manos y, su esquiva actitud. Todo aquello era algo completamente contrario a ella En ningún momento había mirado a los ojos de Law. Si, podía ver su figura de pie, en la tercera línea de banquetas de la iglesia, pero no podían cruzar en un solo instante la mirada. Termino por salir de su sitio y acercase a aquella pareja. Además, no podía ignorar al cura, quien observaba cauteloso desde su cómoda posición, esperando las razones por las que debía aceptar o no detener aquella unión.

"¡Esto es una locura!" se mantuvo firme Trafalgar mientras se acercaba con paso firme al altar "Nami, me niego a creer que, de verdad, quieras unir tu vida a este desgraciado"

"Ella me quiere a su lado" se interpuso en su camino el novio.

Este le agarró de las solapas de la camisa, pero el cirujano se rio. No le importó que estuvieran cara a cara, minimizo su aire amenazante con aquella sonrisa ladina. Sabía que estaba delante de un poca cosa, de alguien que no servía ni para matar a una araña. De alguien que solo podía ver la belleza externa de una mujer y tenerla de vista como un simple objeto en vez de valorar lo que realmente importaba a la hora de unir la vida de alguien para siempre.

"Lo dudo, señor" dijo con una media sonrisa, prácticamente burlándose de él "Cuando ella quiere algo, todos lo sabemos: ese maldito brillo en los ojos la delata, su tonta sonrisa de enamorada... contigo no lo tiene. Cuando salíamos juntos ella siempre sonreía de verdad, todos sabíamos cuando estaba a malas... Adoraba compartir todo lo bello con la persona que más aprecia y sabe cómo mantenerla a su lado. Todo esto es un mal teatro y, solo eres un actor que va a quedar en el olvido porque ella no aprecia siquiera este momento contigo. ¿Alguna vez habéis ido juntos al acuario o al planetario? ¿sabes cuál es su verdadera pasión en esta vida? ¿Cómo adoraba nuestros paseos a la orilla del mar? Viendo como reaccionas, ni siquiera sabes el sabor de sus besos"

"Esas tonterías son de vuestro pasado. Me da igual con quien estuvo antes, lo importante es que su futuro me pertenecerá en cuanto te calles"

"Pobre diablo, de verdad cree que una mujer como Nami se puede interesar en él... dime entonces porque ella está temblando, llorando y no precisamente de felicidad"

El novio lo soltó y todos se fijaron en la hermosa novia. Finalmente, como finas perlas, cada lágrima iba rodando por sus sonrosadas mejillas. Cada lágrima estropeaba el fino maquillaje y ese temblor no desaparecía. Podían ver como sus dientes mordían el labio inferior desapareciendo el rastro de su característico gloss de mandarina.

"Yo la amo tanto como ella me ama a mi" terminó por sentenciar el cirujano, sacando más de un sonido de asombro de la gente. Abriendo finalmente la caja de la sala: ella no amaba al novio y Law lo afirmaba con el pecho hinchado de orgullo, argumentando que ese amor que ella siente por un hombre tenia únicamente su nombre.

Pero quedaba la duda más grande: ¿era por qué no quería casarse o por la interrupción de Trafalgar? ¿En verdad su amor, ese sentimiento tan puro, solo era por él?

Todos estaban demandando con ese silencio que ella respondiera a las declaraciones de Law.

"Tú no eres quien para interrumpir o hablar en esta boda, Trafalgar D. Water Law" sentenció con un hilo de voz que se quebraba en ese mismo eco "deja que siga la boda y, si no te gusta, márchate. Te quise mucho, Law, pero no voy a amarte de la misma forma sí sé que no quieres cruzar el mismo camino que yo deseo."

Todos abrieron los ojos como platos. Tras exponer ese supuesto gran amor de ambos, tras ver esa pelea... todo ese fuego con el que Law había defendido sus sentimientos, se terminaba de extinguir y se llevaba todas sus cenizas a ese viento que soplaba en contra de las vidrieras. Había roto absolutamente todo con una sencillez abrumada y, peor, como un espejo, con esos fragmentos, aun seguía hiriendo cada fibra sensible del cirujano.

Una fracción de segundo, una reacción sin medición alguna y, sobre todas las cosas, una acción que cambiaría el curso de todo.

Law agarró de la muñeca a Nami de una forma fuerte. Su mueca de desagrado delató el dolor que le daba como apretaba su muñeca. Tiró de ella y la agarró en volandas, para sacarla de la iglesia y meterla en coche. Nadie hizo nada. Observaban, con una mezcla de asombro e incredulidad, como una persona tan seria y correcta como Trafalgar Law terminaba por llevarse entre pataleos y quejas a la novia.

Si la debía convencer de estar a su lado, de que admitiera sus sentimientos por él, sabía que camino quería tomar.


Abrió los ojos. El eco de una insistente llamada se perdía en la habitación.

Una vez más, Trafalgar Law ignoraba las llamadas entrantes y se fijaba en la inconsciente figura de Nami. Aun tenía aquel hermoso vestido impoluto, en contraste completo con enmarañado cabello.

Le dio un largo trago al ron, deseando así acostumbrarse antes al dolor. A que el ardiente alcohol quemara su garganta y no le hiciera pensar en que tan mal estaba absolutamente todo lo que había hecho hasta ese momento. Nami seguía en esa negativa de querer estar a su lado, sabía que lo que había hecho estaba mal, que era un impulso que le daría demasiados problemas, pero ya no aguantaba más.

Para evitar cualquier huida, había usado el cloroformo para dormirla y unas esposas en contra del cabecero de su cama. Acarició su brazo, no sabía cuánto había añorado el contacto de aquella perfecta piel... Y ella negándoselo. No comprendía porque aún se lo negaba todo, como si hubiera cometido una falta... ¿Cuál fue? Necesitaba que le dijera algo mejor que lo que había escuchado en la iglesia. Ellos solos, en esa casa lejos... pondrían todas las cartas sobre la mesa y lo resolverían. Estarían juntos. Sería él quien se quedara con sus besos.

"Estarás conmigo por siempre, Nami-ya" susurró en contra de su oído mientras se acomodaba a su lado, deseando ser lo primero que ella viera en cuanto volviera a abrir los ojos.


N.A.: Este nuevo intento no está del todo cerrado... si que nace un poco del final abierto de Coulant.