CORONAS Y ENGAÑOS

CAPÍTULO 14

ENTRE EL REMORDIMIENTO Y EL RENACER

Ahí estaba de nuevo, aquella expresión mezcla de miedo y repulsión en el rostro de Lita después de que Andrew le insinuara que quería algo de ella. Andrew supuso que, por los mitos y estereotipos que los jovianos de cloroquinesis solían esparcir sobre los de electroquinesis, ella estaba imaginando que se iba a aprovechar de ella. Esto le causó molestia, aunque pensó que no debía darle importancia a lo que una joviana de cloroquinesis racista pensara de él, menos aún si esa mujer era la hermana de Wanda, su amada Wanda, a quien no lograba arrancarse del corazón.

—Creo que es evidente que no he estado enfermo ni internado en Mercurio, como mis padres le hicieron creer a su padre, el Rey de Júpiter, y a su hermana, la princesa heredera. ¿Verdad, princesa? —preguntó Andrew.

Que la llamara "princesa" encendió la ira de Lita, pues supuso que era para burlarse de su situación de bastarda. Después de todo, los nobles miembros de la corte solían llamarla "princesa sin corona" a manera de burla. Sin embargo, si de mofarse se trataba, ella también podía hacerlo.

—No suelo estar al tanto de lo que hablan sus padres con el Rey, Lord Banquero —respondió Lita, sabiendo que con ello estaba metiendo el dedo en la llaga.

Después de todo, aunque los Hansford se habían convertido en una de las familias más acaudaladas de la galaxia, para nadie era un secreto que por sus venas no corría sangre noble y que seguían sin contar con un título nobiliario.

Para sorpresa de Lita, no hubo ni un atisbo de molestia en el rostro de Andrew. En vez de eso, una sonrisa se dibujó de nuevo en su rostro.

—Error, princesa —le respondió Andrew—. Orgullosamente soy descendiente de personas que se labraron su fortuna. Nieto de mercaderes e hijo de un banquero, personas que se han ganado su fortuna por mérito propio. Ahora dígame usted, ¿qué méritos hizo para ser princesa? ¿Nacer hija del rey?

Lita se sintió ofendida al escuchar la manera en que Andrew le hablaba.

Andrew podría ser descendiente de personas que no nacieron en cuna de oro, que evidentemente tenían mérito al haberse labrado su fortuna a base de esfuerzo, pero él había nacido ya en la riqueza. En cambio, ella, por muy hija del rey que fuera, no solo carecía del título de princesa, sino que además siempre había sido maltratada y tratada como una sirvienta más. ¿Con qué cara podía él hablarle de tener méritos propios cuando era él quien, a pesar de ser descendiente de plebeyos, vivía con igual o mayor lujo y opulencia que muchos príncipes?

Lita entreabrió los labios, queriendo defenderse y decirle que él no era nadie para hablarle de lo que significaba ganarse la vida. Sin embargo, su réplica fue interrumpida por la entrada de dos doncellas que vestían chaquetillas cortas de manga recta, confeccionadas en algodón, que les conferían un aire de sencilla elegancia. Una de ellas portaba una charola de oro repleta de platillos desconocidos para Lita, cuyo aroma despertó su apetito adormecido tras muchas horas sin comer. ¡Quizás todo un día!

La sirvienta con la charola se acercó a la cama y, tras ofrecerle una sonrisa y pronunciar unas palabras ininteligibles para Lita, depositó la charola sobre la cama.

Al contemplar los alimentos, los ojos de Lita se abrieron con sorpresa. En la charola descansaba un plato de granos tan blancos como la nieve invernal, junto a verduras cuyos colores recordaban las llamas del fuego. Trozos de pescado reposaban sobre platos de fina porcelana, acompañados de una sopa de caldo claro, en la que flotaban trozos blancos que parecían ser queso y algas.

—Los alimentos que te han servido están autorizados por la princesa de Mercurio, quien es una eminente doctora —explicó Andrew—. No contienen especias de Marte ni picante, así que puedes comerlos con tranquilidad.

A Lita, que al principio se le había hecho agua la boca ante aquellos platillos de tentador aroma, de pronto le asaltó el miedo de probar siquiera un bocado. No estaba acostumbrada a comer alimentos que no hubiera preparado ella misma, pues su madrastra había intentado envenenarla en el pasado, lo que la había vuelto desconfiada. Ahora, frente a comida que no había sido preparada en su presencia, temía que contuviera algo que pudiera matarla o, peor aún, algo que la indujera al sueño y permitiera que Andrew se aprovechara de ella mientras estuviera inconsciente.

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La presencia de la tan famosa princesa Habiba de Urano sorprendió a Neflyte, aunque no tanto por su apariencia andrógina, sino por el hecho de que ella lo hubiera buscado sin conocerlo de nada. ¡Y además para insultarlo!

—Y usted, el desalmado por el que mi amiga Lita lloró por tanto tiempo, ¿o me equivoco? —repitió la princesa con firmeza.

—Si son tan amigas, ¿por qué no la conozco y por qué viene a hablarme en ese tono? —cuestionó Neflyte con desconfianza—. ¡Por muy princesa que sea no le voy a permitir que me hable de esa manera, alteza!

—En primer lugar, odio que me llamen princesa o alteza. Prefiero que me llamen señora Haruka Tenoh —aclaró con autoridad—. En segundo lugar, no me conoce porque ella y yo nos conocimos después de que usted la abandonó como un cobarde.

—¡Usted no sabe lo que sucedió, así que no tiene derecho a juzgarme!— exclamó Neflyte, visiblemente ofendido.

Para los ojos de esa mujer, y quizás para los de la misma Lita, a quien no había dejado de amar, él era un cobarde por haberla abandonado después de haber sido víctima de la violencia de un hombre despreciable.

Sin embargo, ¿quién podía entenderlo a él?

Le resultaba vergonzoso admitir que amaba a una mujer que había sido desflorada por otro. Y como si esa deshonra no fuera suficiente, Lita se había negado a revelar el nombre del canalla, impidiendo que Neflyte pudiera defender el honor de ambos.

Dadas las circunstancias, continuar con los planes de boda era impensable. Después de la noche de bodas, todos esperarían ver la sábana nupcial manchada como prueba de que su amada había llegado pura al matrimonio. Pero eso ya no era posible. Y aunque pudieran fabricar una falsa prueba de virginidad, Neflyte no soportaba la idea de que, en algún lugar, un hombre desconocido se burlaría de él al verlo casarse con una mujer deshonrada.

—Sé muy bien todo lo que ha pasado con Lita, y aunque quisiera molerlo a golpes por el dolor que le ha causado, ahora no es el momento —dijo Haruka con firmeza—. Vengo a pedir su ayuda para rescatarla, esté donde esté. Eso, claro, si alguna vez la amó de verdad.

—¿Sabe quién es el canalla que la secuestró? —preguntó Neflyte, desesperado.

—Tengo mis sospechas y por eso necesito su ayuda. Pero si no le incomoda, preferiría que saliéramos para hablar en privado.

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Tras salir del interior del Palacete de Jaedite, Neflyte y la princesa Haruka se adentraron en los jardines boscosos que rodeaban la propiedad. Solo cuando se hubieron alejado lo suficiente como para asegurarse de no ser escuchados, Neflyte rompió el silencio.

—¿Ya puede hablar o necesita que nos alejemos aún más?

La princesa, de apariencia andrógina, miró a su alrededor, cerciorándose de que no hubiera ni un alma cerca, y entonces habló con voz baja.

—Estoy casi segura de que es el mismo Rey quien la tiene secuestrada y encerrada en alguna de las mazmorras del castillo. Y por lo que sé, usted es bien recibido en ese lugar, así que necesitamos planear cómo averiguar dónde la tiene y rescatarla.

—¿El Rey? —preguntó Neflyte, desconcertado—. ¡Qué disparate está diciendo, señora! —exclamó—. ¡El Rey es el padre de Lita! Él no...

—Me sorprende que le sorprenda —interrumpió Haruka con firmeza—. Lita decía que usted tiene grandes poderes psíquicos, que es capaz de leer las estrellas y que además es un hombre muy inteligente. Pero por lo que veo solo la cegaba el amor.

—¿Es que acaso se la va a pasar insultándome? —refunfuñó Neflyte—. Solo porque es usted una dama no le doy una lección.

—¡Soy todo menos una dama, Lord Neflyte! —replicó Haruka con un destello de desafío en los ojos—. Y ese reto con gusto se lo acepto cuando encontremos a Lita. Créame que me hará feliz enseñarle lo que puedo hacer con mi cimitarra, pero ahora no es momento. Tengo algo que mostrarle.

Haruka sacó de uno de los bolsillos interiores de su capa un pergamino y se lo mostró a Neflyte.

—No creo que usted hable Urani, pero supongo que reconoce la letra de Lita.

Neflyte tomó el pergamino y, aunque no entendía ninguna palabra, reconoció en él la caligrafía de su amada.

—¿En qué momento aprendió Urani ella?

—Después de que usted la abandonara, Lord Neflyte —dijo Haruka—. A lo que voy es a que poco antes de su desaparición, ella y yo pretendíamos huir de Júpiter.

—¿El Rey accedió a liberarla del brazalete de retención que le impedía salir de Júpiter? —preguntó Neflyte.

—¡Obvio que no! —respondió Haruka con desdén—. Pensaba encontrarlo y robarlo. Teníamos planeado irnos en cuanto lo encontrara. Ya hasta tenía su equipaje en mi palacete, pero anoches cuando no estaba, Thorakar me llevó este mensaje de Lita.

—¿Quién es Thorakar? —preguntó Neflyte.

Haruka puso los ojos en blanco, parecía fastidiada.

—¡Su compañero dragón!

—¿Lita teniendo de mascota a un dragón? —preguntó Neflyte, sorprendido.

Nunca había hablado de dragones con Lita, pero si algo sabía era que los jovianos de cloroquinesis solían sentir rechazo por esos animales; además, tener uno como mascota era impensable. Al crecer alcanzaban un gran tamaño y no creía que el Rey de Júpiter estuviera contento de tener uno en el castillo.

—¡Cuidado con decirle "mascota"! —lo corrigió Haruka—. Thorakar es su compañero, su amigo. Ese animal le dio consuelo y cariño cuando ella más lo necesitaba. Fue por él por quien Lita desistió de suicidarse.

Pese a que Neflyte era un hombre de carácter fuerte al que no le gustaba mostrarse vulnerable, los ojos se le humedecieron y, para evitar que Haruka se percatara de aquellas emociones, desvió la mirada y tomó una bocanada de aire.

—¡Pensaba suicidarse! —exclamó para sí mismo.

—Desde los nueve años vive con personas que más que su familia parecen sus verdugos —dijo Haruka—. La han golpeado, le pusieron un brazalete de retención para que no pudiera escapar de Júpiter lejos de su violencia. Y cuando estaba a punto de alcanzar la felicidad con el hombre que supuestamente la amaba, es ultrajada y su flamante prometido la deja. La deja a merced de sus verdugos, aún cuando sabe que ella fue la víctima del ultraje y que siempre ha sido maltratada por su familia.

Neflyte, atormentado por el remordimiento de conciencia, apretó los puños en un intento desesperado por no mostrarse vulnerable, pero poco después no pudo seguir conteniendo el nudo en la garganta y un sollozo se le escapó, junto con un par de lágrimas que rodaron por sus mejillas.

Tan pronto como había conocido a Lita, se había dado cuenta de que, aún siendo hija de un rey, no gozaba de privilegio alguno y que, encima, era maltratada: No tenía el título de princesa y su padre ni siquiera le había comprado un título nobiliario, no tenía una dote, era tratada como una sirvienta, le habían robado unos pendientes que eran uno de los pocos recuerdos de su madre y, además, le habían puesto un brazalete de retención que le impedía usar sus poderes y escapar de Júpiter.

Saberla tan vulnerable, además de hermosa y pura, había despertado en Neflyte el deseo de protegerla, dejar de ser un casanova y sentar cabeza; sin embargo, la violación de la que había sido víctima era como si ella hubiera perdido mucho de su valor ante sus ojos y, entonces, pensando en su propio dolor y decepción, la había dejado con sus verdugos.

—Y como si eso no fuera suficiente, la vendieron como si fuera un vil objeto a Lord Aren Campbell.

Neflyte volteó a ver sorprendido a Haruka.

—La carta dice así —dijo Haruka, y entonces comenzó a leerla en un perfecto joviano:

"Querida Haruka

¡Lord Aren campbell, ese infame que quiso abusar de mí aquella noche en que me salvaste ha vuelto a Júpiter!

Está hospedado en el castillo y mi asqueroso padre y mi madrastra me han ordenado que pase la noche con él en sus aposentos, sin embargo, prefiero morir antes de que ese hombre o cualquier otro mancille mi cuerpo.

Por favor, mándame con Thorakar el cinturón de castidad que ibas a adquirir para mí.

No te pido que vengas a mi rescate porque mi padre seguro usará a toda la guardia real y sería peligroso para ti, pero sería de gran ayuda si en el lugar de siempre me dejas un caballo al cual pueda montar para llegar rápidamente a la cueva donde se esconde el vórtice que nos llevará a Marte.

Por favor, envíame la ayuda que te pido y espérame en el vórtice.

Esta noche debemos de partir.

Lita"

Cuando Haruka terminó de interpretar lo que decía aquella carta, Neflyte estaba furioso.

Siempre había sabido que a Lita no le agradaba Lord Aren, aunque ella nunca le había dado una explicación del porqué, y él, creyendo que no era nada importante, en más de una ocasión había tomado algunas copas con él en reuniones sociales.

—¿Se atrevió ese infame a tocarla? —preguntó furioso Neflyte.

—No en el momento en que la conocí, porque llegué a rescatarla —dijo Haruka—. Y en este momento no lo sé. Lo cierto es que anoche salí a buscarla y encontré la cimitarra que le regalé empañada de sangre.

—Lita no sabe empuñar una espada —dijo Neflyte.

—Sí que sabe hacerlo —dijo Haruka—. Es buena en el combate cuerpo a cuerpo, aunque dudo que pueda con toda la guardia real del Rey.

De nuevo, ahí estaba aquella mujer, sorprendiendo a Neflyte con cosas de Lita que él desconocía. Parecía que en dos años se hubiera convertido en una persona distinta de la bella, dulce e indefensa doncella de la que se enamoró.

—Hay algo que podemos hacer para rescatarla —dijo Neflyte, decidido.

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Si bien Lord Neflyte Sweeney no era del agrado de Haruka, en esos momentos críticos, él era la única opción a la que podía recurrir para solicitar ayuda y rescatar a Lita, secuestrada en un lugar desconocido. A pesar de su arrogancia y aquel orgullo masculino que Haruka tanto despreciaba, su intuición le decía que, a su manera y pese a sus errores, Neflyte la amaba y haría lo que fuera necesario para asegurarse de que ella estuviera a salvo.

No en vano, y a pesar de su orgullo y su temperamento indomable, Neflyte no había dudado en mostrarse vulnerable frente a ella, derramando lágrimas de frustración al sentirse incapaz de hacer algo por Lita.

Sin embargo, lo que Haruka no había previsto era que la estrategia de Lord Neflyte Sweeney implicaría un enfrentamiento directo con el rey. Para llevar a cabo su plan, convocaron a un grupo de hombres leales que siempre acompañaban a Neflyte, así como a algunos de los guardias más capacitados y fieles a Haruka. Con su equipo reunido, se dirigieron hacia el castillo de Ios.

—No estoy seguro de que la tengan en alguna mazmorra del castillo —expresó Neflyte con duda, mientras viajaba en su carruaje junto a Haruka.

—¿Todavía cree que ese despiadado rey es inocente? —inquirió Haruka con sarcasmo.

Lord Neflyte se asomó por la ventana del carruaje, observando cómo el crepúsculo daba paso a la noche y la primera estrella brillaba en el cielo.

—No, no es eso —respondió Neflyte con una voz cargada de pesar—. Es que las estrellas me revelan que ella está, de hecho, mucho más lejos de lo que pensamos. Creo que quizá fue mala idea adoptar a ese dragón.

Aunque a Neflyte los dragones le eran indiferentes, en ese momento comenzó a pensar que quizás adoptar un dragón como mascota había sido una mala decisión de Lita. Después de todo, esos seres tenían la capacidad de comunicarse con los jovianos de electroquinesis, habilidad que los de cloroquinesis no poseían.

—¡Y sigue queriendo culpar al noble Thorakar cuando ese pequeño dragón no fue quien la abandonó en su peor momento!

—¡Esos seres saben comunicarse muy bien con los jovianos de electroquinesis! —le comentó Neflyte, molesto—. ¿Y si quedarse con ella fue parte de un ardid planeado entre el dragón y algún infame de electroquinesis?

—Bien, puede que tengas razón y que quizá no esté en ninguna mazmorra del castillo Ios —dijo Haruka—. Y si es así, es porque seguramente su padre la ha vendido a otro canalla.

—¿A quién?

—¡No lo sé! —respondió Haruka—. En Júpiter, la venta de seres humanos es ilegal, pero siempre hay algún viejo sátiro dispuesto a pagar el precio al rey. Incluso me temo que, con el ascenso al sultanato de uno de mis hermanos, el rey no dudaría ni un instante en regalarla o venderla para forjar alianzas o negocios con Urano.

La sola idea hizo que Neflyte sintiera cómo el alma se le escapaba del cuerpo.

Nunca había estado en Urano, pero era bien sabido en toda la Liga Interplanetaria que los miembros del sultanato de Urano solían comprar o secuestrar a mujeres extranjeras de planetas cercanos para llevarlas a su harén y convertirlas en concubinas, o, si tenían peor suerte, venderlas como esclavas sexuales.

Imaginar a Lita en esas circunstancias le provocó un vacío en el estómago a Neflyte.

Sentía que todo era su culpa y no podía evitar pensar que, de no haberla abandonado, ella no estaría pasando por tantas calamidades en ese momento.

—De hecho, íbamos a huir juntas porque ella ya no soportaba a su padre y yo tampoco puedo quedarme mucho tiempo en Júpiter. Menos ahora que Urano tiene nuevo sultán.

Para Neflyte no pasó desapercibido el atisbo de miedo en los ojos de la aguerrida y andrógina mujer que lo acompañaba.

Lo poco que sabía de ella era que tenía un desviado gusto por las féminas y que había sido exiliada de Urano por no querer contraer matrimonio con un visir con el que su padre, el difunto sultán, la había comprometido.

—¿Estás enamorada de Lita? —preguntó Neflyte.

Haruka, por un momento, lo miró desconcertada y después soltó una sonora carcajada.

—¿A usted le gustan todas las mujeres con las que se cruza?

Lord Neflyte ahora fue el sorprendido ante aquella pregunta, pero antes de que pudiera responder algo, Haruka lo hizo.

—Que sea una desviada no significa que me sienta atraída por todas las mujeres —respondió Haruka—. Sin duda, Lita es una mujer hermosa y con muchas virtudes, pero me recuerda tanto a una de mis hermanas pequeñas que verla como veo a otras mujeres me parecería repulsivo. Más que amiga, ella se convirtió como en una hermana para mí.

Neflyte entonces se sintió avergonzado, aunque no sabía si era por lo impropio de la pregunta que había hecho o por saber que, como hombre, le había fallado a Lita cuando había estado más vulnerable.

De pronto, el carruaje se detuvo y entonces, a través de la ventana, Neflyte y Haruka miraron el imponente castillo Ios.

—¡Vamos! —exclamó Haruka.

—Creo, princesa, que será mejor que se quede aquí —comentó Lord Neflyte.

Haruka lo miró con una mezcla de molestia y desconcierto. Odiaba que la trataran como una damisela y que le dieran órdenes.

—Sé que usted de vulnerable no tiene nada, pero si cree que pueda ser una pieza que el Rey quiera usar para negociar con el gobierno de Urano, no se exponga —dijo Neflyte—. Además, alguien debe estar vigilando afuera, ¿no? Y si acaso me tardo en salir, usted sabe qué debe hacer.

Pese a que odiaba no tener la razón, Haruka sabía que Lord Neflyte estaba en lo cierto. Así que aceptó quedarse como centinela, acompañada de los hombres al servicio de Lord Neflyte y de los suyos.

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Pese a estar hambrienta y con una insaciable sed, Lita no había probado ni siquiera un poco de los alimentos que, hacía muchas horas, le habían llevado y que ahora yacían fríos en la fina vajilla de porcelana en la que habían sido servidos.

A pesar de sentirse aún débil y con dolor en el lugar donde le habían hecho la sutura para cerrar la herida, se puso de pie y caminó hacia la ventana. Al llegar, descorrió la fina cortina de seda azul, contemplando un paisaje en el que el cielo había pasado de lila a color morado, y en el cual se destacaban dos lunas rojizas e infinidad de estrellas.

Las estrellas, aquellos cuerpos celestes que rara vez se dejaban ver en Júpiter debido a su habitual cielo nublado, le recordaron a su amado Neflyte. Sin embargo, pronto sacudió la cabeza para alejar esos pensamientos, pues en ese momento, si algo le urgía, era comer.

—¡Tenemos que conseguir comida, Thorakar! —le susurró al dragón que revoloteaba alrededor de ella.

El dragón emitió un graznido.

—¿Es que acaso no tienes hambre?

Al estar a solas, por primera vez prestó atención a aquellos aposentos. ¡Eran enormes! Todo en ellos evocaba una atmósfera donde la naturaleza venerada en Júpiter y las innovaciones tecnológicas que tanto rechazaban coexistían en armonía. Las paredes estaban adornadas con tapices que retrataban bosques antiguos en los que los dioses Tharos y Litha, tan venerados por los jovianos de electroquinesis, se encontraban para amarse. Dichos tapices, entrelazados con hilos de oro y plata, reflejaban la luz que iluminaba la habitación sin necesidad de encender velas para iluminar el espacio nocturno. En el centro, un escritorio de roble macizo albergaba pergaminos y tintas de diversos colores.

En un rincón de los aposentos había un santuario verde, donde plantas trepadoras se entrelazaban con un estante lleno de libros. Lita entonces posó su mirada en un lienzo enmarcado en un cuadro con bordes dorados. En dicho lienzo había una escena que se dividía en dos mitades. A la izquierda, un bosque exuberante lleno de enormes árboles. Un río de aguas cristalinas reflejaba el cielo azul, nubes esponjosas y el arcoíris después de la lluvia. Majestuosos dragones se mezclaban con la abundante vegetación.

A la derecha del lienzo, un contraste fascinante: una ciudad que parecía hecha de cristal, con torres altas que rozaban el cielo y naves que surcaban el aire. Robots trabajaban junto a humanos en un hermoso jardín botánico de exóticas plantas, y la luz se filtraba a través de cristales resplandecientes.

Al centro, donde ambos mundos se encontraban, la figura de un hombre y una mujer extendiendo sus manos, tocándose con delicadeza.

De pronto, el silencio en los aposentos se vio interrumpido por un suave eco que evocaba el llamado de un cuerno antiguo, haciendo que Lita se sobresaltara y volteara hacia el lugar de donde provenía aquel sonido. Por un momento se tranquilizó al percatarse de que ese tic tac venía de un reloj tallado en madera que tenía pintados los números plutonianos. Sin embargo, poco le duró la tranquilidad, pues de pronto escuchó la puerta abrirse y, al darse media vuelta, vio entrar a Andrew seguido de las dos sirvientas marcianas, una de ellas llevando una charola de oro con alimentos mientras que la otra recogía la que horas antes le habían dejado.

—¿Es que acaso no tienes hambre y sed? —le preguntó Andrew mientras la sirvienta dejaba la nueva charola en la mesa.

—No —mintió Lita. Sin embargo, tras responder, un gruñido en su estómago la delató.

Al escuchar aquel rugido proveniente del estómago de Lita, Andrew supo que ella estaba mintiendo. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo para convencerla, el pequeño dragón que parecía venerarla emitió unos ruidos que, para cualquiera, parecerían simples graznidos. No obstante, para Andrew, siendo un Joviano de electroquinesis, esos sonidos eran claros mensajes telepáticos.

—Ella no va a comer. Déjame salir a cazar —expresó el dragón.

Andrew lo comprendió todo y se volteó hacia una de las sirvientas marcianas para pedirle que retirara la comida.

Por su parte, Lita, perteneciente a otra etnia de Jovianos distinta a la de Andrew, fue incapaz de darse cuenta de que los graznidos de Thorakar eran un mensaje para él. Tampoco entendió ni una sola palabra de lo que Andrew le dijo a las sirvientas, aunque observó que tan pronto como él habló, una de ellas retiró la comida que le acababan de servir.

—Querer salir a buscar alimentos por tu cuenta sería una pérdida de tiempo —le dijo Andrew.

Lita se sorprendió al escuchar sus palabras. No tenía ni idea de cómo había sabido que estaba planeando recolectar algún fruto o cazar algo para alimentarse.

—Me lo acaba de decir su dragón —aclaró Andrew.

Lita miró molesta a Thorakar, pero no dijo nada. Andrew continuó hablando.

—Marte, a diferencia de Júpiter, es un terreno infértil. No hay mucha vegetación y, de la poca que hay, la mayoría no es comestible —le explicó—. Cazar tampoco es opción. Muchos de los animales son de fuego y no aptos para el consumo humano. Además, no tienes ropa apropiada para estar en el exterior y podrías deshidratarte rápidamente o sufrir alguna quemadura al tener contacto con la flora y fauna sin la protección adecuada.

Lita ya sabía lo que Andrew acababa de decirle. Por esa razón, Haruka había planeado conseguir ropa adecuada para cuando atravesaran el vórtice que las llevaría de Júpiter a Marte.

—¿Dónde están mis pertenencias? —preguntó Makoto.

Necesitaba sus dagas para defenderse y las joyas que había sustraído de Wanda para intercambiarlas por ropa y alimentos.

—Puedo pagarle con algunas de mis joyas si me consigue ropa adecuada para salir —propuso Lita.

Andrew se acercó a un enorme baúl de bronce con delicados grabados y, tras abrirlo, extrajo la vaina de Lita, de la cual colgaban tres dagas, y el cofre que seguramente contenía las joyas mencionadas.

—No pude traer sus espadas; en cuanto vi a la guardia real de su padre, hui llevándola conmigo —explicó Andrew, depositando las pertenencias sobre la cama—. En cuanto a la ropa, no puedo conseguirle algo de su talla porque es de noche, pero puedo ofrecerle uno de mis trajes especiales para que pueda estar en Marte.

Andrew se dirigió a un armario de pino de gran tamaño. En ese instante, al alejarse, Lita sintió que el mundo giraba y su visión se nubló. Temiendo perder el equilibrio, se dirigió hacia la cama, pero antes de llegar, cayó sentada en el suelo, luchando por respirar.

Al oír el golpe seco, Andrew se giró y se alarmó al ver a Lita tendida en el suelo, pálida.

Inmediatamente, corrió hacia ella y la levantó en brazos.

—Princesa, ¿está bien? ¡Por favor, dígame algo! —rogó mientras la acostaba en la cama.

Lita no respondió, pero Andrew notó la sequedad de sus labios. Rápidamente, tomó una pequeña botella de alcohol de la mesilla y aplicó un poco en las mejillas y la nariz de la joven.

—¡Por favor, dígame cómo se siente!

La visión de Lita comenzó a despejarse y entonces vio con claridad los ojos de Andrew: un verde musgo salpicado de motas azules, un detalle que nunca había notado antes.

Pero no solo se fijó en el color de sus ojos, sino también en su aroma particular, que evocaba un susurro de la naturaleza. Su presencia traía el frescor de las hojas de roble y una calidez amaderada, como un hechizo que le recordaba a Lita su amado planeta.

—¡Princesa!

De nuevo él la llamó de esa manera que tanto odiaba, pero por primera vez, a ella le dio igual.

—Estoy mejor —respondió Lita en un susurro.

Por un momento, ambos se quedaron absortos en la mirada del otro, hasta que los pasos de una de las sirvientas interrumpieron el momento, entrando a los aposentos.

De inmediato, Andrew se apartó, y Lita, con un ligero sonrojo, se sentó sobre la cama.

La sirvienta y Andrew intercambiaron unas palabras incomprensibles para Lita. Luego, la sirvienta se retiró a un rincón de la habitación y, para sorpresa de Lita, Andrew se sentó en la cama, no a su lado, sino frente a ella, con la bandeja de alimentos entre ambos.

—Si piensa que quiero hacerle daño o pedirle algo indebido, está equivocada —le aseguró Andrew, mientras se servía de los platillos y llenaba su taza con una bebida humeante.

Con habilidad, Andrew tomó un par de palillos y con ellos cogió un poco de arroz, llevándoselo a la boca. Luego, sumergió un trozo de pescado en un tazón con salsa negra antes de comerlo.

—Nunca he pensado eso de usted —titubeó Lita.

—No es que me importe, pero si se complica su estado de salud por su descuido y alguien se entera de que estuvimos juntos, pensarán que le hice daño —dijo Andrew tras dar un sorbo a su taza de té—. En fin, dondequiera que desee ir, lo ideal es que primero se recupere, así que debería comer. ¿O sigue creyendo que la comida está envenenada, princesa?

Lita volvió a sonrojarse. Él nunca le había hecho daño, incluso cuando ella había sido descortés con él en el pasado.

Lita murmuró un "No" y tomó un plato y cubiertos para servirse un poco de arroz, pescado fresco, verduras encurtidas y un trozo blancuzco de algo que parecía queso.

—Creí que en Marte no comían queso —comentó Lita, intentando aliviar la tensión.

—No es queso, se llama tofu —explicó Andrew—. ¿Nunca ha probado la comida marciana?

—No —susurró Lita, tímida.

—Le recomendaría sumergir el pescado y el arroz en salsa de soya o dashi —sugirió Andrew—. Mejora el sabor.

Lita añadió un poco de salsa a su plato y, ansiosa, probó el primer bocado, experimentando una explosión de sabores frescos y sutiles, distintos a los intensos sabores de Júpiter, pero igualmente deliciosos.

—¿Qué es esta bebida? —preguntó al probar la bebida suave y amarga.

—Se llama té matcha —respondió Andrew.

Comieron en silencio, incómodos sin saber qué decirse, intercambiando miradas furtivas. Después de saciar su apetito, Andrew rompió el silencio.

—¿Recuerda que esta tarde te dije que quería algo de usted?

Lita levantó la mirada, intrigada.

—Y no me lo dijo.

—Porque llegaron las sirvientas, pero necesitamos hablar de ello.

—¿De qué se trata?

—Quisiera pedirle que no le diga a su familia que mis padres mintieron al decir que estaba enfermo e internado en una clínica en Mercurio. Y también que no le diga a nadie que su hermana me engañaba con el duque Jaedite Moon.

El corazón de Lita se aceleró al escuchar su petición, esperaba que le pidiera otra cosa, no aquello que supuestamente ella desconocía.

—¿La princesa Wanda lo engañaba? —preguntó con fingida sorpresa.

Andrew sonrió y luego la miró a los ojos.

—Vamos, princesa. ¿Por qué seguir fingiendo que no lo sabe? Fuiste usted quien me buscó en el Emerald High Society Club y me entregó las pruebas de la traición de Wanda. Usted es el joven Lugh McLeod.

Lita se sorprendió al escuchar las palabras de Andrew. ¿Cómo y cuándo se había dado cuenta Andrew de que Lugh McLeod era ella disfrazada?

Bien. Espero que este capítulo haya sido del agrado de todos los que han seguido esta historia y a los nuevos lectores que llegan.

Gracias a cada uno de ustedes que me leen, en especial a mis queridas amigas Hospitaller Knight, Maga del Mal y Jahayra que me alegran en cada capítulo con sus reviews.

A los lectores fantasmas. ¿Qué les pareció? ¡No sean tímidos! Si me dejan un Review no me enojo ni muerdo.

Saludos y nos vemos por aquí la próxima semana. Mientras tanto siganme en mi fanpage de Facebook en honor a Sailor Jupiter, mi senshi favorita

Edythe