Disclaimer: Crepúsculo es de Stephenie Meyer, la historia de Silque, la traducción es mía con el debido permiso de la autora.

Disclaimer: Twilight belongs to Stephenie Meyer, this story is from Silque, I'm just translating with the permission of the author.

Capítulo traducido por Yanina Barboza

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POV Bella

―¿Podemos hablar de algo más?

―Claro. Um... ¡oh, ya sé! Entonces, mataste a esos matones que iban a robarnos y matarnos. ¿Has matado a mucha gente?

De repente, Edward parecía casi enfermo. Supe por su expresión que lo que estaba a punto de escuchar no sería bueno.

Respiró hondo y exhaló.

—Realmente no quería tener esta discusión tan pronto, pero supongo que mereces saberlo, así puedes echarte para atrás, si así lo deseas.

Levanté las cejas.

—¿Qué te hace pensar que cualquier cosa que me digas hará que te abandone?

—Por favor, reserva tu opinión hasta que escuches lo que tengo que decirte. —Ya parecía muy derrotado. Esto iba a ser malo. Me sentí mal del estómago y de repente me arrepentí de haber preguntado.

—Nueve años después de que Carlisle me convirtiera, me rebelé contra sus reglas y decidí irme por mi cuenta. Pasé mi tiempo en las ciudades más grandes, cazando... humanos. —Parecía angustiado y quería consolarlo, aunque estaba un poco asustada por lo que acababa de decirme. Miró al frente, a la carretera—. Utilicé mi capacidad de leer los pensamientos para encontrar la peor escoria de la sociedad: los asesinos, los violadores, los abusadores de niños. Justifiqué mis acciones diciéndome a mí mismo que estaba salvando vidas. Nunca hice daño a un niño o a una mujer, y nunca toqué a nadie que no tuviera la intención de hacer el mal, o que ya lo hubiera hecho. Finalmente, no pude escapar de la deuda de tanta vida humana tomada, sin importar cuán justificada fuera, y regresé con Carlisle y Esme. Me perdonaron, claro, pero yo no he podido perdonarme del todo. Todavía me avergüenzo de ese momento de mi existencia.

Se quedó en silencio y aun así no me miró. Finalmente encontré mi voz:

—¿Cuánto tiempo duró eso?

—Cuatro años —dijo en un susurro dolorido.

—Eso es... muchos tipos malos que eliminaste. No se sabe cuántas vidas salvaste, Edward.

—Bella, maté a cientos de hombres. Era un monstruo —espetó.

Parecía que mi querido vampiro era el tipo de persona que piensa que el vaso está medio vacío.

—No, un monstruo no habría sentido tal carga de culpa. Un monstruo no se habría detenido. Pero lo hiciste. No eres un monstruo, Edward.

Se rio con tristeza.

—Suenas como Carlisle. Él me dijo casi lo mismo. Me perdonó muy fácilmente. ¿Tú puedes? ¿O te gustaría cancelar el viaje?

—Si no dejas de ofrecerme llevarme de vuelta, comenzaré a creer que no me quieres. —Hice un puchero.

—Si fueras inteligente, exigirías que te llevara de vuelta y te dejara para siempre. Perderte ahora me mataría, pero lo entendería —respondió con tristeza.

—Edward, por favor sal de la autopista aquí. Justo aquí. Esta salida.

Pareció sorprendido, pero inmediatamente se dirigió hacia la rampa de salida. Señalé una tienda de conveniencia al final de la rampa y él, obedientemente, entró en el estacionamiento. Cuando estacionó y apagó el motor, me estiré y agarré su barbilla, obligándolo a mirarme.

—¿Me amas?

Parecía confundido.

—Por supuesto que sí. ¿Por qué cuestionas eso? ¿Te he dado alguna indicación…?

Lo interrumpí, acariciando su mejilla.

—¿Y crees que yo te amo?

Tomó mi mano y la apretó contra su pecho.

—Sí, debes amarme; aceptaste que soy un vampiro y viniste en un viaje a través del país conmigo. O me amas o estás certificadamente loca.

Fue mi turno de soltar una carcajada.

—Entonces deja de ser un idiota. ¡Así que cediste a tu naturaleza vampírica hace más de medio siglo! ¿Y qué? ¿Has matado a alguien más que a esos tres matones anoche desde entonces?

—No.

—Creo que es un muy buen historial. No te das suficiente crédito. Ahora, entiende esto: voy a ir a tu casa contigo, para conocer a tu familia. No me importa si de repente me revelas que eres el mismísimo Vlad Tepes*. Mientras no vuelvas a interpretar a Batman, estamos bien. Te. Amo. ¿Estamos claros?

Parecía un poco aturdido.

—Sí.

—Bien, ahora bésame rápido, así puedo ir al baño de damas y podemos volver a la carretera. Ah, ¿y, cariño? ¿Podrías traerme un poco de limonada? —Me incliné hacia adelante para recibir mi beso, pero Edward me detuvo.

—Eres la mujer más increíble que he conocido y he conocido a muchas mujeres en cien años. Te adoro, Isabella. —Finalmente me dio mi beso.

Sonreí contra sus labios.

—Lo mismo va para ti. Y no lo olvides, amigo.

Cuando salí del auto, él todavía se reía entre dientes.

Una vez que regresamos a la carretera, decidí que había torturado al pobre Edward lo suficiente para un viaje, y me limité a preguntas inofensivas sobre su familia y su historia. Me sorprendió una y otra vez, contándome historias sobre vivir cosas que yo había aprendido en los libros escolares; La Gran Guerra, la Prohibición, el Martes Negro, el Movimiento por el Sufragio, la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, fue fantástico. Él y sus hermanos incluso habían ido a Woodstock. Me contó una historia divertida sobre el día en que su madre y sus hermanas quemaron sus sujetadores y casi prendieron fuego a la casa.

Pero no podía dejar de pensar en su comentario sobre conocer a muchas mujeres. Estaba irracionalmente celosa de todas esas mujeres y de lo que él había compartido con ellas. Sí, dijo que nunca se había enamorado antes que yo, pero la gente no necesitaba amor para tener sexo, y ochenta y ocho años era mucho tiempo.

—Admito que estoy un poco intimidada por todas las mujeres con las que has estado. ¿Eran todas vampiras? Supongo que sí, ya que dijiste que la mecánica de un vampiro masculino con una humana femenina era imposible. Y nunca te preguntaré cuántas. Estoy bastante segura de que no quiero saber...

Suspiró y sacudió la cabeza.

—Bella, nunca podría estar con una mujer... íntimamente... que no amo. No funciono así.

Decir que me sorprendió sería quedarse corto.

—¿Quieres decir que nunca has...?

—Nunca. —Me miró—. Me criaron para creer que solo deberías compartir "eso" con tu cónyuge. Considerando cuando nací, ¿eso te sorprende?

—No, no ahora que lo estoy pensando. —Me sonrojé de nuevo—. Es bueno saber que no soy la única que esperó.

Edward me sonrió cálidamente.

—¿La abuela?

—La abuela —coincidí—. Ella me enseñó que "eso" era un regalo que solo debía compartirse con la persona con la que pretendías pasar el resto de tu vida. El único hombre con el que estuvo así fue mi abuelo. Él era el amor de su vida.

—Me alegra mucho que hayas esperado también. Ojalá pudiera agradecerle a tu abuela —se rio entre dientes.

—Sin embargo, es tremendamente injusto. Solo te esperé un par de años. Tú tuviste que esperar casi nueve décadas por mí.

—Te lo dije, amor. La espera valió la pena.

Seguimos adelante y solo nos detuvimos para echarle gasolina al auto y conseguir comida para mí. Se aseguró de que solo nos detuviéramos en los restaurantes más agradables, a pesar de que le dije que hubiera estado bien con una hamburguesa. Mi dulce chico no quiso ni oír hablar de eso, alegando que la grasa me mataría. Hablamos de pasar la noche, para que yo pudiera dormir en una cama, pero me di cuenta de que él estaba ansioso por llegar a casa, así que le dije que podía dormir en el lujoso asiento y que solo debía parar si se cansaba. Fue entonces cuando aprendí que los vampiros nunca se cansaban.

Tomamos una salida en Chicago y pasó por la casa en la que creció, una hermosa y grande de estilo victoriano de principios de siglo, con muchos adornos de pan de jengibre y un hermoso porche envolvente. Me dijo que todavía era dueño de ella y que en estos momentos estaba alquilada. Prometió que la próxima vez que estuviera vacía, me mostraría el interior.

Parecía que nunca nos quedábamos sin cosas de qué hablar, y tampoco parecíamos ser capaces de dejarnos ir el uno al otro. En el auto, él estaba sosteniendo mi mano o la tenía enroscada alrededor de su cuello. Fuera del auto, nuestros brazos estaban alrededor de la cintura del otro mientras caminábamos. No tenía ninguna queja al respecto y cada hora del viaje nos acercábamos más.

Insistió en que paráramos cada pocas horas y me acompañó para que pudiera estirar las piernas. Nunca me había sentido tan adorada en mi vida.

Cuando llegamos a Seattle, le pedí que saliera de la autopista y también le mostré la casa de mi infancia. No podía presumir que todavía la poseía, pero al menos él vio el vecindario de lujo en el que crecí.

Condujimos hacia el norte, hacia Edmonds, y tomamos el ferry que cruzó el Puget Sound hasta Kingston. Unas horas más tarde, estábamos pasando el cartel de "Bienvenido a Forks" y mis mariposas se pusieron a toda marcha.

¿Les agradaría? ¿Eran amables? Yo era un manojo de nervios.

—Relájate, amor. No vas a enfrentarte a un pelotón de fusilamiento. Te amarán, lo prometo —me sonrió, besando mis dedos.

—Dime de nuevo —dije con fuerza.

—Te amo.

Me apoyé en su brazo y dije:

—Yo también te amo. —Mientras él besaba la parte superior de mi cabeza.

Pasamos por el pequeño pueblo y pronto nos salimos de la carretera hacia un camino de tierra, casi oculto por helechos que ni siquiera vi hasta que giramos.

Después de unos cuantos kilómetros de serpenteo por el bosque, apareció una casa, rodeada por una pradera de al menos un acre. Toda la propiedad estaba sombreada por seis enormes cedros que debían ser antiguos. La casa en sí tenía tres pisos, estaba pintada de un blanco suave y descolorido y tenía un porche profundo que envolvía completamente el primer piso. Parterres limpios y ordenados bordeaban la casa, al estilo de un jardín inglés.

Y parados en el porche, justo en frente de la puerta abierta, estaban Alice, Jasper y otros cuatro vampiros, todos más hermosos de lo que nadie tenía derecho a ser.

Respiré hondo y dije:

—Aquí vamos.


*Vlad Tepes: conocido como Vlad el Empalador o Vlad Drácula, fue príncipe de Valaquia entre 1456 y 1462. Está considerado uno de los gobernantes más importantes de la historia de Valaquia y héroe nacional de Rumanía.