Crepúsculo pertenece a Stephanie Meyer.
El Harem de la Reina
(Harem: Alice Cullen, Rosalie Hale, Sasha Denali, Tanya Denali, Kate Denali, Irina Denali y Leah Clearwater)
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18: Complicaciones
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(Bella)
Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio. Me di cuenta de que ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.
El señor Banner — ¡qué hombre tan puntual! —entró a clase de espaldas llevando una gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.
El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las luces.
Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Alice se sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle, acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados. Estaba perdiendo el juicio.
Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos.
Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad. Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.
La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca.
De forma esporádica, me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron del esfuerzo. Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Alice se rió entre dientes. —Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.
—Estoy de acuerdo contigo. Espero que estés lista para hacer esta tarea, Cullen. Porque te veo más de científica, que de literata —fue todo lo que fui capaz de responder.
— ¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.
Casi gemí. Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupada por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado a mi sentido del equilibrio.
Caminó silenciosa a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo en la puerta. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, por tener que dejar de verme unas cuantas horas, y terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes. Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta.
Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su roce era maravillosamente electrizante para mí. Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.
Entré en el gimnasio, y me dejé ir hasta el vestuario, donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras personas en torno a mí. No fui consciente del todo hasta que empuñé una raqueta. No pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano. Vi a algunos chicos de clase mirarme a hurtadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.
Gracias a Dios, aún quedaban algunos rescoldos de caballerosidad en Mike, que acudió a mi lado. — ¿Quieres formar pareja conmigo?
—Gracias, Mike... —hice un gesto de disculpa—. No tienes por qué hacerlo, ya lo sabes.
—No—te preocupes, me mantendré lejos de tu camino —dijo con una amplia sonrisa. Algunas veces, era muy fácil que Mike me gustara.
La clase no transcurrió sin incidentes. No sé cómo, con el mismo golpe me las arreglé para dar a Mike en el hombro y golpearme la cabeza con la raqueta.
Pasé el resto de la hora en el rincón de atrás de la pista, con la raqueta sujeta bien segura detrás de la espalda. A pesar de estar en desventaja por mi causa, Mike era muy bueno, y ganó él solo tres de los cuatro partidos. Gracias a él, conseguí un buen resultado inmerecido cuando el entrenador silbó dando por finalizada la clase.
—Así... —dijo cuando nos alejábamos de la pista.
—Así... ¿qué?
—Tú y Cullen, ¿eh? —preguntó con tono de rebeldía. Mi anterior sentimiento de afecto se disipó.
—No es de tu incumbencia, Mikie —le avisé mientras en mi fuero interno maldecía a Jessica, enviándola al infierno.
—No me gusta —musitó en cualquier caso.
— ¿Por qué? —le pregunté, intentando mantener la calma y fingir asombro.
—Te mira como si... —me ignoró y prosiguió—: Te mira como si fueras algo comestible.
Contuve la risa que amenazaba con estallar, pero a pesar de mis esfuerzos se me escapó una risita tonta. Me miró ceñudo. Me despedí con la mano y hui al vestuario.
Me vestí a toda prisa. Un revoloteo más fuerte que el de las mariposas golpeteaba incansablemente las paredes de mi estómago al tiempo que mi discusión con Mike se convertía en un recuerdo lejano. Me preguntaba si Alice me estaría esperando o si me reuniría con él en su coche. ¿Qué iba a ocurrir si su familia estaba ahí? Me invadió una oleada de pánico. ¿Sabían que lo sabía?
¿Se suponía que sabían que lo sabía, o no?
Salí del gimnasio en ese momento. Había decidido ir a pie hasta casa sin mirar siquiera al aparcamiento, pero todas mis preocupaciones fueron innecesarias. Alice me esperaba, apoyado con indolencia contra la pared del gimnasio. Su arrebatador rostro estaba calmado. Sentí peculiar sensación de alivio mientras caminaba a su lado.
—Hola —musité mientras esbozaba una gran sonrisa.
—Hola —me correspondió con otra deslumbrante—. ¿Cómo te ha ido en gimnasia?
Mi rostro se enfrió un poco. —Bien —mentí.
— ¿De verdad? —No estaba muy convencida. Desvió levemente la vista y miró por encima del hombro. Entrecerró los ojos. Miré hacia atrás para ver la espalda de Mike al alejarse.
— ¿Qué pasa? —exigí saber.
Aún tensa, volvió a mirarme. —Newton me saca de mis casillas.
— ¿No habrás estado escuchando otra vez? —Me aterré. Todo atisbo de mi repentino buen humor se desvaneció.
— ¿Cómo sigues luego del susto de esa pandilla, del otro día? —preguntó con algo de preocupación.
—Estaré bien. —gruñí, pasándole por el lado, dándole en el hombro, con el mío y con mi mochila.
—Fuiste tú quien mencionaste que nunca te había visto en clase de gimnasia. Eso despertó mi curiosidad. —No parecía arrepentida, de modo que la ignoré.
Caminamos en silencio —un silencio lleno de vergüenza y furia por mi parte— hacia su coche, pero tuve que detenerme unos cuantos pasos después, ya que un gentío, todos chicos, lo rodeaban. Luego, me di cuenta de que no rodeaban al Volvo, sino al descapotable rojo de Rosalie con un inconfundible deseo en los ojos. Ninguno alzó la vista hasta que Alice me abrió la puerta. Me encaramé rápidamente al asiento del copiloto, pasando también inadvertida. —Ostentoso —murmuré. — ¿Qué tipo de coche es?
—Un Porsche 911 Turbo.
—No hablo jerga de Car and Driver.
—Es un Porsche —y me enseñó el símbolo de la compañía.
Entornó los ojos sin mirarme mientras intentaba salir hacia atrás y no atropellar a ninguno de los fanáticos del automóvil.
Asentí. Había oído hablar del modelo.
— ¿Sigues enfadada? —preguntó mientras maniobraba con cuidado para salir.
—Muchísimo.
Suspiró. — ¿Me perdonarás si te pido disculpas?
—Puede... si te disculpas de corazón —insistí—, y prometes no hacerlo otra vez.
Sus ojos brillaron con una repentina astucia. — ¿Qué te parece si me disculpo sinceramente y accedo a dejarte conducir el sábado? —me propuso como contraoferta.
Lo sopesé y decidí que probablemente era la mejor oferta que podría conseguir, por lo que la acepté: —Hecho.
—Entonces, lamento haberte molestado —durante un prolongado periodo de tiempo, sus ojos relucieron con sinceridad, causando estragos en mi ritmo cardiaco. Luego, se volvieron picaros—. A primera hora de la mañana del sábado estaré en el umbral de tu puerta.
—Humm... Que, sin explicación alguna, un Volvo se quede en la carretera no me va a ser de mucha ayuda con Charlie.
Esbozó una sonrisa condescendiente.
—No tengo intención de llevar el coche.
— ¿Cómo...?
—No te preocupes —me cortó—. Estaré ahí sin coche.
La dejé correr. Tenía una pregunta más acuciante. Suspiré para mí misma. — ¿Ya es «más tarde»? —pregunté de forma elocuente. Ella frunció el ceño.
—Supongo que sí.
Mantuve la expresión amable mientras esperaba.
Paró el motor del coche después de aparcarlo detrás del mío. Alcé la vista sorprendida: habíamos llegado a casa de Charlie, por supuesto. Resultaba más fácil montar con Alice si sólo le miraba a él hasta concluir el viaje.
Cuando volví a levantar la vista, ella me contemplaba, evaluándome con la mirada. —Y aún quieres saber por qué no puedes verme cazar, ¿no? —parecía solemne, pero creí atisbar un rescoldo de humor en el fondo de sus ojos.
—Bueno —aclaré—, sobre todo me preguntaba el motivo de tu reacción.
— ¿Te asusté?
Sí. Sin duda, estaba de buen humor. —No —le mentí, pero no picó.
—Lamento haberte asustado —persistió con una leve sonrisa, pero entonces desapareció la evidencia de toda broma—. Fue sólo la simple idea de que estuvieras allí mientras cazábamos.
Se le tensó la mandíbula.
—Tú si sabes que yo también cazo mi desayuno, almuerzo o cena, ¿verdad?
—Lo sé. No te… no pienses que te desprecio, por ser una Quileute. Es solo que… hemos mantenido un acuerdo con tu pueblo y ahora… ¿Eres mi alma gemela? —respondió mirando al cielo. —Es tan raro para mí. También para mi hermana.
—Lo entiendo, lo juro.
Respiró hondo y contempló a través del parabrisas las espesas nubes en movimiento que descendían hasta quedarse casi al alcance de la mano. —Nos entregamos por completo a nuestros sentidos cuando cazamos —habló despacio, a regañadientes—, nos regimos menos por nuestras mentes. Domina sobre todo el sentido del olfato. Si estuvieras en cualquier lugar cercano cuando pierdo el control de esa manera... —sacudió la cabeza mientras se demoraba contemplando malhumorado las densas nubes.
Mis parpados se cerraron, cómodamente, detrás de mis ojos, permitiéndome un momento de relajación —No creas que son los únicos. En esos momentos, mis amigos son más lobos que humanos. Y yo, soy más Tigresa Dientes de Sable, que humana.
Pero nuestros ojos se encontraron y el silencio se hizo más profundo... y todo cambió. Descargas de la electricidad que había sentido aquella tarde comenzaron a cargar el ambiente mientras Alice contemplaba mis ojos de forma implacable. No me di cuenta de que no respiraba hasta que empezó a darme vueltas la cabeza. Cuando rompí a respirar agitadamente, quebrando la quietud, cerró los ojos. —Bella, creo que ahora deberías entrar en casa —dijo con voz ronca sin apartar la vista de las nubes. Abrí la puerta y la ráfaga de frío polar que irrumpió en el coche me ayudó a despejar la cabeza. Como estaba medio ida, tuve miedo de tropezar, por lo que salí del coche con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. El zumbido de la ventanilla automática al bajar me hizo darme la vuelta. — ¿Bella? —me llamó con voz más sosegada. Se inclinó hacia la ventana abierta con una leve sonrisa en los labios.
— ¿Sí?
—Mañana me toca a mí, hacerte preguntas —afirmó. Con un gesto de su cabeza, me mostró que habíamos llegado a mi casa. Abrió la puerta de golpe con un rápido movimiento y, casi encogido, se apartó de mí con igual velocidad.
El destello de los faros a través de la lluvia atrajo mi atención mientras a escasos metros un coche negro subía el bordillo, dirigiéndose hacia nosotros. —Charlie ha doblado la esquina —me avisó mientras vigilaba atentamente al otro vehículo a través del aguacero.
—Lo sé. Puedo… sentirlo —dije, antes de que me recorriera un escalofrío, agarré mi mochila y bajé de un salto. El estrépito de la lluvia era mayor al rebotarme sobre la chaqueta que llevaba. Pude ver a Alice a la luz de los faros del otro coche. Aún miraba al frente, con la vista fija en algo o en alguien a quien yo no podía ver. Su expresión era una extraña mezcla de frustración y desafío. Luego se marchó. El coche bajó la calle a toda velocidad y desapareció al doblar la esquina antes de que ni siquiera hubiera podido poner en orden mis ideas. Sonreí mientras caminaba hacia la casa. Cuando menos, resultaba obvio que planeaba verme mañana.
Alice y su hermana Rosalie, protagonizaron mis sueños aquella noche, como de costumbre. Pero el clima de mi inconsciencia había cambiado. Me estremecía con la misma electricidad que había presidido la tarde, me agitaba y daba vueltas sin cesar, despertándome a menudo. Hasta bien entrada la noche no me sumí en un sueño agotado y sin sueños.
Al despertar no sólo estaba cansada, sino con los nervios a flor de piel. Me enfundé el suéter de cuello vuelto y los inevitables jeans mientras soñaba despierta con camisetas de tirantes y shorts.
