Capítulo Uno
Bella POV
Estaba sentada terminando de leer unos ensayos de mis alumnos en el salón de profesores de la universidad de Seattle, pero en realidad mi mente vagaba por miles de lugares… por todos los detalles de mi vida perfecta.
Aunque mis padres se hubieran separado cuando yo apenas tenía unos meses de vida nunca me faltó ninguno de los dos. Renée era un espíritu libre que sin planearlo me enseñó a ser responsable desde muy pequeña y Charlie siempre fue la imagen de un roble que me mantenía segura, aún en la distancia. Durante años viví con ella y pasé las vacaciones con él en Forks, el lugar donde nací y de donde mamá salió huyendo. Sin embargo cuando Renée se casó de nuevo yo tenía diecisiete años y decidí ir a vivir con Charlie para darle libertad a ella de viajar con su nuevo esposo.
Esa fue la mejor decisión de mi vida.
Nunca le tuve un aprecio especial a ese minúsculo y lluvioso pueblo, pero al instalarme de manera permanente e ingresar a la escuela… conocí a mi segunda familia, los Cullen. Alice, Emmett y Edward eran los hijos adoptivos del Dr. Cullen y su esposa, Esme. Toda la familia parecía haber sido esculpida en mármol, pero Edward era algo más… como un dios griego que había bajado a vivir entre los mortales.
Nuestra historia fue simple, nos conocimos, nos hicimos amigos, novios, fuimos juntos a la universidad y ahí tuvimos toda la experiencia que cualquiera pudiera desear. Compartimos un departamento con su hermano y hermana, salimos, vimos como ellos dos conocían a Jasper y Rosalie y encontraban así también, a sus parejas para toda la vida.
Cuando Edward y yo nos graduamos, él me propuso matrimonio y acepté. Charlie nos dio su bendición sin mayores problemas y aunque Renée se mostró recelosa al principio, todo salió bien. Nos amábamos, siempre fue así… desde la primera vez que lo vi cruzar las puertas de la cafetería en Forks supe que mi corazón y mi alma le pertenecerían por siempre. Él decía lo mismo de mí.
Un mes después de casarnos nos dimos cuenta de que estaba embarazada… fue una sorpresa, nos asustamos, entramos en una pequeña crisis… pero también nos alegramos mucho. Nessie fue lo más maravilloso que pudo sucedernos… hasta casi dos años después, cuando Anthony anunció su presencia dentro de mi vientre haciéndome vomitar todas las mañanas sin piedad alguna. Él fue otra maravillosa bendición.
Esa era mi vida, nuestra vida. Teníamos casi seis años de estar casados y junto con nuestros dos pequeños, de cinco y tres de edad, éramos felices.
Aún podía sentir el hormigueo en mi piel cada vez que Edward me susurraba algo al oído y él se estremecía cada vez que enredaba mis dedos en su cabello mientras nos besábamos. Ninguna de esas cosas habían cambiado, lo amaba con cada fibra de mi ser y lo deseaba como jamás lo hice con otro hombre. Edward había sido y sería mi único amante, así como yo representaba lo mismo para él.
Sí, éramos felices. Pero quizás no.
La confianza era la clave de toda relación, hablar las cosas, no tener secretos… pero yo le estaba ocultando algo grande a él. Dentro de una hora me reuniría con un investigador privado que contraté para seguir a mi esposo, sí, era una gran falta para nuestra confianza… pero también resultó mi único recurso.
Semanas atrás me di cuenta de que él estaba diferente, trabajaba más, a veces lo encontraba perdido en sus pensamientos, una vez llamaron a casa de su oficina buscándolo cuando yo pensaba que seguía allá... todo ese tipo de cosas me golpearon juntas un día y bajo la insistencia de todas mis inseguridades, contraté a alguien para que lo siguiera porque cada vez que lo cuestioné él tuvo una sonrisa y una explicación perfectamente creíble.
La puerta del salón se cerró con algo más de fuerza y me hizo saltar en mi asiento, estaba muy nerviosa. Suspiré y comencé a guardar todas mis cosas antes de que algún conocido se acercara a hacerme plática, no estaba de humor para mantener conversaciones civilizadas. Todo lo que deseaba era sentarme con el investigador y que me dijera que era una loca paranoica y que Edward jamás me había mentido.
Llegué al auto y manejé medio ausente hasta llegar a la cafetería donde me reuniría con el hombre, aún era temprano por lo que me sorprendió verlo en una mesa con la computadora frente a sí y un sobre manila a su lado.
"Debe ser de otro caso". Me dije a mí misma mientras entraba por la puerta de cristal. Porque si Edward no tenía nada que ocultar, entonces, no había necesidad de entregarme fotografías ni nada.
- Señora Cullen. –me saludó poniéndose de pie y estrechando mi mano, sus ojos me recorrieron preocupados, quizás mi piel pálida se había puesto verde. – Tome asiento, por favor. –me indicó la silla a su lado y no me soltó hasta que estuvo seguro de que no me caería al suelo.
- Sólo dígalo. –le pedí deseando no prolongar más mi agonía. Puse las manos juntas y las dejé firmes en mi regazo para evitar arrebatarle algo y tirar al suelo todo, cada segundo que él me observó con detenimiento fue como si me estuviera quebrando centímetro a centímetro desde el interior.
- Lo siento mucho, señora, pero parece que sus sospechas eran correctas. Le ha mentido sobre dónde se encuentra y ha visto en varias ocasiones a una mujer. –me dijo con el rostro serio y apesadumbrado mientras volteaba la computadora hacia mí y ahí lo vi.
Era de día y Edward se encontraba sentado en la banca de un parque al lado de una desconocida, parecía que almorzaban de manera casual… como dos adolescentes sonriéndose. Ella era… impresionante. Una criatura joven, quizás más que yo, de esbelta figura y cabello rubio rojizo, no pude apreciar el color de sus ojos pero sí la belleza de sus facciones. Era casi la mujer más hermosa que hubiera visto nunca, sólo después de Rosalie.
Cuando no di señal alguna de estar viva, porque verdaderamente acababa de morir segundos antes, el investigador continuó enseñándome fotos y dándome nombres de lugares y fechas. Debieron pasar diez minutos así… pero se sintieron como diez vidas completas.
Vi al amor de mi vida paseando con ella por la calle cuando debió estar trabajando, cenando juntos cuando yo lo esperé en casa, tomándola de la mano como si la adorara, viéndola a los ojos, riéndose juntos. Cada vez que Edward se había comportado extraño, ella había sido la causa. Su nombre era Tanya Denali y era una bailarina que pasó su primera juventud viajando por el mundo con una compañía de ballet, ahora daba clases para dos prestigiosas academias… y era la amante de mi marido.
Por fortuna en ningún momento el investigador los captó besándose, ni fue capaz de grabar sus conversaciones… eso hubiera sido demasiado para mí. Pero con esas fotografías y las ausencias de Edward… fue suficiente. Él ya no me amaba, estaba enamorado de ella, de una mujer perfecta… bella, exitosa, que conocía el mundo, que quizás no tenía marcas en su cuerpo por haber estado embarazada… él ahora tenía una brisa de aire fresco a su lado… y yo me sentía sumida hasta el cuello en lodo.
- ¿Señora Cullen? ¿Señora? –me trajo de vuelta a la realidad el investigador, lo miré a los ojos y se veía preocupado, despegó los labios como para decir algo pero lo detuve con un gesto de la mano.
Tomé el sobre manila que me estaba ofreciendo y sentí como si me quemara, se lo devolví al instante y cerré la computadora, luego, saqué de mi bolso el efectivo que necesitaba para cubrir el resto de sus honorarios y lo dejé en la mesa antes de levantarme y dar media vuelta.
Salí de la cafetería pero no subí al auto, tenía que ir por los niños a la escuela pero si conducía en esas condiciones probablemente iba a matar a alguien. Así que sólo caminé, fui en línea recta alejándome más a cada paso como si pudiera huir de todo aquello… del dolor, de la traición y el enojo.
No sé cuánto tiempo pasé sólo caminando, pero los pies comenzaron a matarme… fue un mal día para usar tacones. Respiré profundo y tomé el teléfono de mi bolso sabiendo que estaba a punto de quebrarme en mil pedazos y explotar en lágrimas.
- Bella, querida ¿cómo estás? –me saludó Esme desde el otro lado de la línea con su voz dulce de siempre, yo traté de sonar normal.
- Esme, necesito que pases por los niños a la escuela por favor. –le pedí en voz baja, creí que había hecho una buena actuación, pero su réplica acalorada me dijo que no.
- ¿Estás bien? Claro que puedo hacerlo, querida, pero no te escuchas bien ¿estás enferma? ¿Necesitas que pase por ti también? –preguntó mientras escuché como si bajara las escaleras de prisa. Esme siempre fue la madre en la que deseaba convertirme, siempre la admiré.
- Creo que es gripe. Voy con el médico. –susurré dándole la excusa que sin desearlo ella misma inventó. Mientras tanto, llegué a un diminuto parque de juegos que estaba algo vacío y fui a sentarme bajo la sombra de un árbol.
- Espero que sólo sea eso. –suspiró aún no muy relajada. – Voy ahora mismo por los niños, que se queden aquí toda la tarde, puedo llamar a Edward para que pase por ellos antes de ir a casa, así puedes descansar más ¿te parece bien?
- Sí. –respondí aliviada porque tendría muchas horas para despedirme a solas de mi vida.
- Bella, si necesitas que vaya por ti… -empezó a insistir en ayudarme más, pero no podía permitirle verme.
- Está bien, Esme. Si me siento peor… tomaré un taxi a casa. Ahora tengo que colgar. Muchas gracias.
Terminé la llamada sin darle oportunidad de que replicara nada porque para ese punto el nudo en mi garganta era tan pesado que no me dejaba respirar. Sentí que el teléfono caía al pasto y me abracé a mí misma desesperada por detener el agujero que se hacía en mi pecho. Podía sentir claramente cada grieta y la sangre invisible que emanaba de ellas, me costaba trabajo respirar y mis ojos anegados de lágrimas no se daban abasto a las nuevas.
Edward tenía otra mujer. Alguien más hermosa, más joven, más interesante. Una amante que nunca estaba muy cansada para el sexo, que jamás se enojaba porque no lavaba los platos, que no tenía dos niños que entregarle cada noche pidiendo un poco de tiempo a solas.
Tanya Denali. Ese era el nombre de la mujer que me había quitado todo. La odiaba, la odiaba tanto… como si con eso solucionara algo, como si culpándola sólo a ella pudiera eludir la responsabilidad de Edward, aunque él era quien me había roto el alma, no esa extraña.
¿Cómo pasó? ¿Cuándo? ¿En qué momento dejó de amarme, dejé de interesarle?
Tal vez fue la rutina, o todas las responsabilidades, quizás me descuidé o no le di todo lo que él necesitaba. Probablemente fue todo eso y mucho más. Nuestras vidas fueron tan perfectas que Edward pudo sentirse atrapado… él no tuvo muchas mujeres como otros… siempre fuimos nosotros dos… y pensé que era suficiente. Quizás fue eso, que deseó vivir ahora todas las cosas que se perdió antes.
Mientras las horas me pasaron por encima, inmóvil en el mismo sitio, sentí todas las etapas suceder en mi interior… quise negarlo todo, traté de encontrar razones y negociarlas conmigo misma, me enojé, me deprimí… pero nunca llegué a aceptarlo. Eso jamás. Edward no jugaría más conmigo y yo no vería nuestro matrimonio fallido como una experiencia de vida, porque él me mató al despreciarme así.
Cuando el sol se estaba poniendo en el horizonte escuché mi teléfono sonar. La primera vez no lo miré… porque sabía que era mi esposo, pero cuando insistió supe que por esa misma razón tenía que regresar a la realidad y seguir con la farsa que le monté a Esme. Era demasiado cobarde para acabar mi matrimonio esa misma noche.
- Bella ¿Cómo estás? Mamá llamó y… -habló de inmediato y sonaba preocupado.
- ¿Dónde estás? –pregunté intentando sonar normal a pesar de las lágrimas mientras caminaba hacia la avenida más cercana buscando un taxi.
- Acabo de salir del trabajo, voy a recoger a los niños. Bella, te oyes terrible… como si estuvieras llorando. –me dijo y maldije lo mucho que me conocía.
- Gripe. No me siento bien. Te veo en casa ¿de acuerdo? –le rogué de manera patética y él comprendió que por alguna causa no me encontraba en condiciones de hablar.
- De acuerdo. Si… necesitas algo me llamas. Estaremos ahí pronto.
- Adiós. –murmuré antes de terminar la llamada y esa simple palabra en mi fuero interno significó mucho más.
Me subí a un taxi y le di la dirección de nuestro hogar, aunque llamarlo así ya no sonara correcto. Por fortuna el hombre que conducía no intentó hacerme plática y llegamos pronto. Entré a la casa y fui directa al baño de la habitación que compartía con Edward, porque llamarla "nuestra" ya tampoco se sentía bien. Tomé del botiquín algunos medicamentos comunes para la gripe y los puse en mi mesita de noche junto con medio vaso de agua, luego cambié mi ropa arrugada por una pijama de pantalón y mangas largas antes de lavarme el rostro y soltarme el cabello.
En el espejo vi mi expresión muerta y los ojos hinchados… tendría suerte si Edward me creía lo de la gripa… y más aún si lograba no romper en llanto en cuanto lo viera. Miré la hora y supuse que tenía unos treinta minutos más antes de que llegara así que tomé una medicina para la alergia que me daba sueño (dos pastillas, sólo para asegurarme) y me metí en la cama con la esperanza de que el tiempo se fundiera y cuando Edward estuviera junto a mí, mi mente no pudiera darse cuenta.
…..
- Bella, Bella. Amor… despierta… -la voz de terciopelo de mi esposo me llamó varias veces y lentamente abrí los ojos para toparme con los suyos.
Estaba arrodillado en el suelo de mi lado de la cama y me sonría muy dulce pero vi la tensión en sus facciones, estaba preocupado. Con mucho cuidado me acarició el rostro y sonreí cuando el cosquilleo eléctrico de siempre me recorrió la piel.
- ¿Cómo te sientes hoy? –preguntó algo ansioso y de repente me di cuenta de que no sabía exactamente qué horas eran, él leyó mi confusión y sonrió. – Cuando llegué con los niños anoche estabas profundamente dormida, intenté despertarte pero fue imposible. Creo que no descansaste mucho… estuviste hablando toda la noche. –hizo una pequeña pausa y se rio, siempre le causó gracia que hablara dormida. – Es temprano, voy a llevar a los niños a la escuela y luego al trabajo. Tienes un par de horas para dormir antes de ir a dar tus clases… pero creo que deberías quedarte a descansar ¿dejaste tu auto en el campus o con el doctor?
¿Doctor? ¿De qué me estaba…
No. De repente salí de la dulce confusión en la que había despertado y recordé todo perfectamente, a Edward y a Tanya destruyéndome la vida. Los ojos se me llenaron de lágrimas y me cubrí el rostro con una mano, aún no estaba preparada para abrir la caja de Pandora.
- ¿Bella? ¿Qué pasa? –cuestionó tocándome la mano.
- Me duele la cabeza. –mentí tan fluido como pude, pero no me atreví a descubrirme el rostro. –Mi auto está en el campus, tomaré un taxi.
- ¿Estás segura? Puedo llevar a los niños y regresar por ti… aunque de verdad no deberías ir a trabajar hoy ¿qué te dijo el doctor? Quizás mi padre debería examinarte…
- No. Sólo es gripe. –interrumpí y me giré dándole la espalda. – Estoy bien, váyanse, se hace tarde.
- Cuídate mucho, Bella. Te llamo más tarde. –murmuró en tono resignado y me besó el cabello. – Te amo. –fue lo último que dijo antes de irse y cerrar la puerta tras de sí.
Con esas últimas dos palabras estuve a punto de levantarme e ir a arrancarle el rostro con las uñas. Era un mentiroso, el peor de todos. Me besaba y pretendía estar preocupado por mí, me decía que me amaba justo antes de ir y revolcarse con la bailarina…
Una oleada de náuseas me recorrió y fui corriendo al baño, apenas tuve tiempo de arrodillarme frente al escusado para no hacer un desastre en el piso. Cuando mi estómago estuvo vacío pude levantarme y entrar en la ducha, ni siquiera me quité la ropa antes de dejar que el agua fría me mojara.
¿Qué iba a hacer? No tenía idea.
Sólo sabía lo que no iba a hacer por ninguna razón. No cerraría los ojos para que él siguiera llevando una doble vida… como el hombre atractivo que le daba todo a su amante y como el papá y esposo perfecto, héroe de sus hijos y sus padres. Tampoco iba a intentar arreglar nuestro matrimonio, no iba a permitirle dar excusas e ir con un terapeuta que me dijera todo lo que hice para alejarlo.
No tenía vuelta de hoja, mi matrimonio estaba terminado.
Mientras el agua se calentaba me quité la ropa y dejé que la sensación plácida de la esponja sobre mi piel me relajara un poco. Sentía en el pecho el mismo agujero de la noche anterior, ahí estaba, palpitante y doloroso… pero no era del todo malo porque me servía de recordatorio… Edward alguna vez me amó.
Entonces, aún no sabía exactamente cómo manejar la situación y no había nadie a quien deseara o pudiera incluir en la toma de esas decisiones, pero si mi matrimonio era insalvable, necesitaba un abogado y papeles de divorcio. Eso era fácil porque sólo constituía una tarea mecánica y podría pretender que no se trataba de mí sino de alguien más.
Fue así, con la convicción de engañarme a mí misma y asilarme en una burbuja que hice cada movimiento. Me arreglé y salí, tomé un taxi hasta mi auto y luego conduje hasta el despacho de unos abogados que no conocía pero que tenían buena fama. De la misma manera pedí ver a uno como emergencia y pasé cuando me dijeron que tenía suerte y hubo una cancelación. Explicarle las cosas al hombre fue sencillo, deseaba divorciarme, mi esposo aún no lo sabía, la razón… diferencias irreconciliables, nada más.
Salí de ahí aún envuelta en esa bruma de apatía y desinterés, y así fui a la universidad. Había perdido una clase, pero me quedaban varias más. Cuando recorría los pasillos contestaba los saludos, cuando mis estudiantes preguntaban intentaba explicarme mejor, cuando Edward me llamó lo ignoré y luego le mandé mensajes de texto.
Así ese día fue fácil. Martes, un horrible martes que transcurrió en la peor de las calmas, esa que viene justo antes de la tempestad.
Cuando tuve tiempo libre fui a la sala para profesores y me senté ahí pretendiendo que revisaba unos papeles aunque en realidad estuve dándole vueltas a otros asuntos prácticos ¿cuándo se lo diría a Edward? ¿Querría él pelear la custodia de los niños? ¿Me quedaría con ellos en la misma casa?
- ¿En verdad te vas a divorciar? –escuché una voz curiosa al lado mío y me tensé ¿cómo era posible? ¿Quién podría saberlo?
- Sí, pero con la cabeza en alto. –contestó la mujer a la que le habían preguntado. Suspiré aliviada y me reprimí mentalmente por ser tan paranoica, pero seguí escuchando la plática.
- ¿Cómo? –la maestra que estaba a mi lado era una de las mujeres que menos me agradaba, su nombre era Lauren y reconocí a la otra como Jessica, nunca antes les presté demasiada atención.
- Porque fui yo la que lo engañó a él. Yo tengo a alguien más… en cambio él se va a quedar solo. –contestó con naturalidad y una pequeña risa.
- Tiene sentido lo que dices. –apuntó su amiga sonando animada ¿es que estaban locas?
- Por supuesto. Nunca seré de esas patéticas mujeres que pierden a su esposo por otra más joven y luego van llorando con todo mundo haciéndose las víctimas.
En ese instante dejé de escuchar. Tomé todas mis cosas y me apresuré a salir de ahí. Me quedaban treinta minutos libres antes de mi última clase, pero no estaba en condiciones de pararme frente a los alumnos. Caminé hasta mi auto y me subí, pero no lo encendí… no deseaba regresar a casa.
Todos los martes Esme recogía a mis hijos de la escuela y se los quedaba un rato hasta que yo pasaba por ellos, así que no tenía forma de evitar verla y luego tener que comportarme como una madre… no podía hacerlo, tenía que calmarme antes.
Respiré profundo varias veces recordando la conversación que acababa de escuchar… y lo mal que sonaba. Aunque tenía sentido, mucho. Yo sabía todo eso y estaba de acuerdo, esa fue la razón de que no le hablara al abogado sobre la infidelidad de Edward. Obviamente iba a perder mi dignidad ante su familia y la mía pero por lo menos los papeles serían otra cosa.
Inevitablemente esas ideas me llevaron a otros recuerdos, a Jacob y Leah. Jake fue mi mejor amigo desde que éramos pequeños, cada verano el pasar tiempo con él mientras Charlie pescaba con Billy era lo que me entusiasmaba más. Jacob era como un sol siempre alegre y dispuesto a llevar luz y calor a todos los que lo rodeaban.
En algún punto nuestros padres hablaron sobre que deberíamos casarnos en el futuro y él lo tomó un poco más en serio que yo… teníamos trece o catorce años y su enamoramiento me resultó algo extraño. Por fortuna para cuando me mudé a Forks de manera permanente todo eso estaba olvidado, éramos sólo amigos y él ya amaba a alguien más… a Leah.
Ella era hija de otro de los amigos de Charlie, una chica hermosa y con un temperamento indomable… era dos años más grande que Jacob, por lo que jamás se le ocurrió mirarlo diferente de cómo lo hacía con su hermano y después, se enamoró de uno de los futuros líderes de la tribu, Sam.
Verla casarse con él y ser felices por un tiempo fue difícil para Jacob, tanto, que el salir de La Push para ir a la universidad fue más un acto de supervivencia que otra cosa. Con el tiempo mi amigo aprendió a aceptar que tenía que olvidarla… hasta que el matrimonio de Leah se fue al demonio porque Sam le fue infiel con su propia prima.
Para un lugar tan pequeño como La Push y con costumbres tan arraigadas el suceso fue escandaloso, se inventaron muchas cosas pero yo supe la verdad porque Jacob fue y le sirvió de paño de lágrimas a la chica que aún amaba.
Sam conoció a la prima de su esposa, Emily, cuando ella se mudó y vivió en su mismo techo un tiempo mientras se establecía. Se supone que en esos meses nada físico sucedió pero se enamoraron. Yo nunca lo entendí, jamás creí que algo así fuera posible si es que amaba a Leah en primer lugar.
¿Cómo saber que algo así me iba a suceder? Sólo de pensar en todo lo que me contó Jacob, cómo la tribu entera compadeció a Leah, las miradas llenas de pena que la siguieron hasta que se marchó, los rumores sobre cómo fue tan tonta por tenerlos frente a sus ojos y no darse cuenta… mil cosas a las que yo no me quería exponer.
No deseaba que los Cullen sintieran pena por mí, que Emmett amenazara a Edward por lastimarme y que Esme me tratara como si fuera de cristal, tampoco quería que mis hijos crecieran sabiendo que su madre no fue mujer suficiente para mantener el amor de su padre.
Aunque quizás nunca tuve una oportunidad. Edward era como un dios o un ángel, hermoso en todo el sentido de la palabra, inteligente, lleno de talento… y yo… simplemente no era nada. No tenía grandes curvas ni cabello rubio, mis ojos castaños nunca llamaron la atención… mi trabajo era simple y mi pasión consistía en leer. Tonta y aburrida Bella ¿cómo pensé que podría ser suficiente para Edward?
El teléfono me sobresaltó de repente, lo busqué en mi bolso y vi que era Esme. Una vista rápida al reloj me indicó que no me había retrasado pero era mejor ponerme en camino, así que encendí el auto antes de contestarle, preparándome para que cuestionara las lágrimas en mi voz.
- Bella ¿cómo estás? –fue lo primero que dijo y noté la alarma en su tono.
- Mejor. –murmuré manejando por el estacionamiento. – Voy en camino.
- Edward me dijo que fuiste a trabajar, querida te escuchas enferma en verdad. Ve a casa y que él pase por los niños otra vez… -me sugirió intentando aminorar mi carga, pero yo no deseaba eso, ahora más que nunca necesitaba darles algo de normalidad a mis hijos.
- No, estoy bien. Llego en quince minutos. –colgué y me quité las lágrimas del rostro mientras salía del campus, preparándome para lo que tuviera que enfrentar.
Cuando me estacioné en la cochera de los Cullen la puerta se abrió y salieron mis niños corriendo, sonreían y me sentí culpable por no haberlos visto la noche anterior mientras intentaba evitar a su padre. Jamás volvería a hacer eso. Me bajé del auto y corrí hasta alcanzarlos, me arrodillé en el suelo y los abracé con fuerza mientras hablaban sin parar de todas las cosas divertidas que hicieron con su abuela.
Al ponerme de pie me llevé a Anthony conmigo mientras tomaba a Nessie con la mano libre. Justo en la puerta vi a Esme que me observaba como queriendo descifrar algo. Respiré profundo para tomar fuerzas y dejé a mi niño en el suelo.
- Vayan por sus cosas. Hoy vamos a hacer de cenar entre los tres. –les sonreí tanto como pude y ellos entraron corriendo.
- ¿Cómo te sientes, Bella? –preguntó Esme sin invitarme a entrar, había entendido bien el que yo no quería prolongar la visita.
- Cansada, estaré así unos días. –le expliqué un poco.
- Quizás Carlisle pueda darte una segunda opinión, no me parece que sea sólo gripe lo que tienes… -murmuró preocupada.
- Si no estoy mejor en unos días, iré a verlo al hospital. –prometí intentando sonreír, al cabo para el fin de semana la caja de Pandora estaría ya abierta y no tendría que ocultarme más.
- Hazlo, por favor. Edward también está muy preocupado.
Estuve a punto de gritarle por eso. Quise decirle que a su hijo yo no le importaba en lo más mínimo pero mis dos pequeños llegaron a rescatarme, Nessie llevaba a su hermano de la mano y se despidieron de Esme antes de correr impacientes al auto, yo sólo di media vuelta para irme también.
Cuando estuvimos en casa traté de seguir la rutina. Los ayudé con sus tareas y luego fueron conmigo a la cocina y me ayudaron a preparar la cena, eran tan pequeños que perdí mucho tiempo vigilando que no se lastimaran, pero valía la pena. Haría lo que fuera por mantenerlos felices dentro su pequeño mundo perfecto que estaba a punto de derrumbarse.
- ¿Papá? –preguntó Anthony de repente, yo miré el reloj y supuse que Edward estaba a punto de llegar.
- No tarda. –le sonreí y él fue directo a la ventana para esperarlo, me apreció adorable, pero cuando mi teléfono sonó supe que ni siquiera ahora mi esposo podría cumplir con el pequeño detalle de cenar con sus hijos.
- Bella ¿cómo estás? –me preguntó con la voz tensa.
- Nessie está poniendo la mesa. –evadí la respuesta y él entendió que lo estábamos esperando.
- Bella, lo siento mucho. Hay una reunión muy importante… -hizo una pausa corta y sentí náuseas… claro, una reunión en la cama de Tanya. – Pero no voy a quedarme, cielo. Estoy preocupado por ti. Sólo necesito unos veinte minutos más para zafarme del asunto… -sus intenciones de volver a casa por mí casi lograron conmoverme y de verdad le creí lo de la reunión de trabajo, después de todo de él dependían los espectáculos que se presentaban en el teatro más importante de la ciudad.
- Quédate, Edward. Los niños tienen hambre ya.
- Pero Bella… -quiso interrumpirme, pero no lo dejé, no iba a mantener a mis hijos hambrientos esperándolo.
- Quédate. Sé que es importante. Nosotros estamos bien.
- ¡Mamá! ¡Ya terminé! –me anunció Nessie en voz alta dándome la razón perfecta para terminar la incómoda llamada.
- Edward, en verdad, estamos bien. Voy a darles de cenar ya. Buena suerte en tu reunión. -colgué y fui a la ventana arrodillándome junto a mi hijo- Anthony, papá tiene algo muy urgente que hacer en el trabajo ahora y no vendrá a cenar.
- Pero... pero… -balbuceó y vi la decepción en sus ojos, odié más a Edward.
- ¿Papá no va a venir? –preguntó Nessie con la misma mirada triste.
- Hoy vamos a cenar los tres juntos, papá tiene que quedarse hasta tarde en el trabajo, vengan, si se terminan toda la cena les daré helado.
Los tomé de las manos y los senté para luego servirles los platos, también puse algo de comida en el mío aunque no iba a probar nada. Los vi comer en silencio y luego les serví el postre como regalo de consolación por la ausencia de su padre, sonrieron un poco, pero no lo suficiente.
Después de terminar, bañarlos y acostarlos a dormir limpié la cocina y me encontré sin ganas de hacer nada. Estaba cansada, pero no deseaba ir a la cama, tenía cosas pendientes del trabajo pero no tenía cabeza para pensar… así que sólo salí y me senté en las escaleras del porche mirando hacia la oscuridad con la mente en blanco y la noche fría pegándoseme en la piel.
No supe cuánto tiempo estuve ahí, para cuando el auto de Edward apareció frente a mí estaba helada y a punto de quedarme dormida. Lo vi detener la marcha y bajarse, estaba preocupado y fue de inmediato a sentarse a mi lado y tomar mis manos entre las suyas.
- Bella no deberías estar aquí, hace frío. –me reprimió un poco pero noté el miedo en su voz ¿sospecharía que descubrí su secreto? - ¿Qué sucede, amor? –me preguntó tomando esta vez mi rostro para que lo mirara a los ojos y lo que vi me desarmó.
Él era mi Edward. El chico adolescente del que me enamoré, el hombre que me amó por años, el que prometió pasar toda su vida a mi lado. A este Edward lo seguía amando como el primer día… más que eso, él era toda mi existencia.
Sentí que los ojos se me llenaban de lágrimas y los cerré antes de que me traicionaran, pero al hacer eso sin desearlo dejé que mi cuerpo tomara el control y lo besé. No fue una caricia suave ni lenta, sino cargada de desesperación. Junté nuestros cuerpos y enredé los dedos en su nuca. Tuve la satisfacción de escucharlo gemir un poco contra mis labios y me dejé ir.
- Hazme el amor. –le rogué. – Vamos arriba y tómame…
Quizás él entendió la desesperación en mi voz o tal vez estaba demasiado metido en la pasión del beso para recapacitar en el dolor que plagó cada palabra, pero hizo exactamente lo que le pedí. Me tomó en brazos y entramos a la casa, yo lo abracé y empecé a besar su cuello y su mandíbula lentamente.
Escuché que cerró la puerta con el pie antes de encaminarse a las escaleras y llevarme a nuestra habitación, ahí, volvió a cerrar de la misma forma pero se detuvo a poner el seguro sin hacerme tocar el piso. No dejó de sostenerme ni yo de besarlo hasta que estuvimos sobre la cama.
Edward intentó verme a los ojos para leerme como siempre pero no lo permití, de inmediato volví a atacar sus labios mientras mis manos se concentraron en desabrochar su camisa con algo de prisa. Quería tenerlo dentro de mí antes de que la realidad me golpeara otra vez.
Él, sin embargo, parecía tener todo el tiempo del mundo. Con mucha calma paseó sus manos sobre mis costados una y otra vez encima de la ropa antes de introducirlas en mi blusa de botones y rozar la piel de mi abdomen con el tacto de una pluma, yo me estremecí ante sus caricias y terminé de sacarle la camisa por los hombros.
Se detuvo buscando otra vez mi mirada pero cuando enterré un poco las uñas en su pecho y abrí mis piernas para acogerlo entre ellas, no pudo mantener los ojos abiertos, el placer lo hizo desconcentrarse lo suficiente para sólo buscar besar y morder mi cuello mientras desabrochaba el botón de mis pantalones.
Le abracé la cintura con las piernas y me moví un poco contra su erección, no me decepcionó y coreó cada roce. Cuando pudo abrirme los pantalones se separó un poco y tiró de ambos lados de mi blusa, demasiado apurado para preocuparse por los botones que salieron volando. Yo me senté apenas y me quité la prenda junto con el bra que llevaba puesto. Luego, también abrí sus pantalones y comencé a bajarlos junto con los bóxers.
- Bella… -suspiró justo antes de volver a tumbarme sobre la cama y terminar de desnudarse él mismo.
Lo observé durante un segundo y pude apreciar –por última vez quizás- su glorioso cuerpo desnudo. Sin dudar tiró de mi ropa hasta que también me tuvo totalmente expuesta ante él y se relamió los labios cuando me vio. En cualquier otra ocasión me hubiera sonrojado pero esa noche sólo me pregunté si haría lo mismo cuando miraba a Tanya.
Él no debió notar el dolor que de repente me recorrió porque sólo volvió a acomodarse sobre mí, nada más un poco de lado para que sus dedos tuvieran acceso a mi intimidad. Sentí el roce de sus caricias y me estremecí un poco, pero se detuvo casi de inmediato y me vio a los ojos alarmado.
- No estás… tú… ¿no lo estás disfrutando? –me preguntó inseguro y con cierto pánico en la mirada, quitó sus dedos lentamente y entendí a qué se refería.
Mi cuerpo me estaba traicionando, todas esas ideas contradictorias y dolorosas evitaron que me excitara como siempre y él lo notó por la falta de lubricación. Pero lo necesitaba, quería tenerlo dentro una vez más… se sintiera bien o no, tenía que grabarme en la memoria su respiración agitada y los sonidos que se escapaban del fondo de su garganta cuando terminaba dentro de mí.
Edward continuaba esperando por una respuesta y el pánico en sus facciones era más prominente. Yo no tenía palabras para explicarle la verdad, así que sólo pude abrazarme a su cuello y susurrarle al oído un ruego más.
- Sólo tú sabes cómo hacerlo, conoces cada punto exacto para hacerme gritar tu nombre. Tócame, Edward.
Él pareció meditarlo un segundo antes de tomar una decisión. Conociéndolo bien podía detenerse en seco, vestirme e intentar hablar calmadamente, pero no fue lo que hizo. Se llevó un dedo a su propia boca un momento antes de regresarlo a mi intimidad y utilizando la saliva como lubricante comenzó a acariciarme con movimientos circulares. Medio segundo después sus labios y dientes atacaron el lado izquierdo de mi cuello y arquee un poco la espalda, rendida.
Mientras siguió trabajando en mi intimidad descendió su camino de besos y mordiscos hasta que alcanzó mi pezón y cuando sus dientes me acariciaron ahí con algo de fuerza, también aumentó la presión en mi punto más sensible y un pequeño grito de placer se me escapó de los labios mientras mis caderas se levantaron buscando fricción.
Sí, Edward era capaz de tocarme como a un instrumento, conocía cada nota y bajo ese ataque yo no hubiera podido evitar excitarme aunque lo hubiera deseado. Se quedó así unos segundos apenas antes de bajar con besos suaves por mi vientre, pasó el ombligo y descendió más hasta que sentí su lengua atacando mi intimidad y lo escuché gemir cuando comprobó que en cuestión de nada me tenía demasiado húmeda.
Maldito engreído. Lo amaba demasiado. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás mientras mis manos se enredaron en su cabello marcándole un poco el ritmo, aunque no fuera necesario porque él lo conocía a la perfección. Muy pronto escuché mi voz ronca repetir su nombre como un mantra interminable.
Se quedó así el tiempo necesario para hacerme perder toda noción de la realidad y entonces se preparó para el golpe de gracia. Una de sus manos reptó por mi cuerpo hasta encontrar de nuevo mi pecho izquierdo y pellizcar el pezón con algo de fuerza, al mismo tiempo introdujo sus dedos en mi ser sin dejar de atacarme con su lengua un segundo.
No pude soportarlo más. Sentí el orgasmo crecer en mi vientre mientras respiraba agitada y cubierta de sudor, muy, muy pronto contuve el aliento cuando exploté en su boca y sus manos. Subí hasta el infinito envuelta de placer y el regreso fue lento y suave, Edward también sabía cómo devolverme a la tierra con sus caricias.
Cuando pude abrir los ojos lo tenía viéndome directamente a la cara, observando, maravillado pero cauteloso, todas mis reacciones. Se había posicionado entre mis piernas y podía sentir la punta de su erección contra mi entrada. Moví las caderas un poco para que se deslizara y me abracé de su cuello.
Pude sentir que intentó resistirse… aún tenía dudas. Pero yo también podía manipular su cuerpo. Enredé los dedos en su cabello y tiré un poco mientras hacía que mis pezones erectos rozaran contra su pecho. Él gimió y se rindió, adentrándose por fin en el sitio que siempre le pertenecería.
Mientras me embestía con un ritmo constante nunca me despegué de él ni un centímetro, podía sentir su aliento cálido en mi hombro y cómo le estaba costando trabajo no ir más rápido, decidí que deseaba que él también disfrutara al máximo nuestra última vez.
- Más fuerte, Edward, más rápido. –le pedí incitándolo con mis caderas y él accedió de inmediato mientras gruñía en mi oído. Amaba que le hablara mientras estaba dentro de mí.
Por un momento pensé que con el orgasmo maravilloso que me dio antes, ya no sería capaz de sentir ese grado de placer, pero cuando con sus embestidas tocó un punto mágico muy dentro, fue como subir a una montaña rusa. De repente, yo también gemía en su oído y en verdad deseaba que se moviera más.
- Bella… -susurró como un ruego y supe que no aguantaría mucho. Con cuidado de no despegarme de él colé entre nuestros cuerpos una mano y me acaricié a mí misma.
Él gruñó una vez más cuando se dio cuenta de eso pero no pude saber si dijo otra cosa, porque exploté a su alrededor. Podía sentir su erección llenarme palpitante, cálida y perfecta. Mis músculos se contrajeron a su alrededor y él también llegó al clímax vaciándose dentro de mí.
Nos quedamos así largo rato calmando nuestras respiraciones, él me depositó con cuidado sobre la almohada y utilizó mi pecho para descansar su cabeza como siempre lo hacía después de tener relaciones. Muchas veces me dijo que le gustaba escuchar mi corazón que iba acompasando con el suyo. Me pregunté si lo mismo le diría a Tanya y ella se sentiría tan bien como yo al escucharlo. De repente sentí náuseas y lo empujé mientras me levantaba para llegar al baño.
Devolví el estómago con furia a pesar de tenerlo vacío y sentí la presencia de mi esposo muy cerca. Él sabía que yo odiaba que me sostuviera el cabello en esas circunstancias, creo que sólo por eso no se arrodilló a mi lado. Cuando pude levantarme fui directo a lavarme los dientes y el rostro, pero el aroma a sexo y sudor que cubría mi cuerpo volvió a repugnarme, así que abrí le regadera y me metí en la ducha. Aún no lo había mirado.
- Bella ¿qué sucede? –me rogó por una explicación también entrado bajo los chorros fríos, se puso de pie frente a mí y evité verlo a los ojos. – Algo te pasa… ¿es… estás embarazada? –cuestionó buscando mis manos pero las quité para tomar el gel de baño y ponerlo sobre la esponja.
- Claro que no. –contesté con seguridad pero entendí que pensara eso, sólo cuando llevé a nuestros hijos en mi vientre estuve tan emocional y vomité así.
- ¿Qué te dijo el médico al que fuiste? ¿Te hicieron análisis? –noté que ya no intentó tocarme mientras me pasé por el cuerpo la esponja tan rápido como pude, afortunadamente el agua ya estaba tibia.
- Gripe común. Se termina en unos días. –me encogí de hombros y me restregué la piel con algo más de fuerza. De repente tener su aroma pegado a mí ya no se sentía tan bien.
- ¡Bella! –me habló firme y me tomó los antebrazos con fuerza. - ¿Qué es lo que te pasa? –la desesperación de su voz también era tangible en su mirada.
Lo vi a los ojos de verdad por primera vez y sentí el control escapárseme de los dedos. Deseaba gritarle, golpearlo y hacer que me pidiera perdón por todo, jurarle que jamás volvería a ver a los niños y decirle que se cuidara la espalda por las noches. Quería lastimarlo en lo más profundo de su ser, destruirlo como lo hizo él conmigo, pero como si nada de eso estuviera destinado a pasar, Nessie llamó a la puerta de la habitación.
- ¿Mami? ¿Papi? –tocó suavemente y sentí el agarre de Edward aflojarse.
- Yo voy. –dije soltándome definitivamente y entregándole la esponja. Salí del baño sin lavarme el cabello y me envolví en una bata antes de cerrar esa puerta y abrir la habitación. Mi pequeña se veía asustada. - ¿Qué sucede? –le pregunté agachándome a su altura.
- Una pesadilla… -su labio inferior tembló y de inmediato la abracé. – Papi… quiero a mi papi… -murmuró y la cargué llevándola hasta la puerta del baño, toqué dos veces antes de hablar.
- Edward, a Nessie le gustaría verte.
- Aquí estoy, amor, en seguida salgo. –contestó sin dudarlo y sentí a la niña relajarse un poco.
La llevé hasta el borde de la cama y la puse en el suelo mientras quitaba el cobertor por completo y movía las sábanas, entonces me senté y le tomé la mano. Dos minutos después su padre salió también envuelto en una bata y ella corrió hasta encontrarse entre sus brazos, afortunadamente Edward se concentró en ella. Caminó hasta la cama y la acostó en medio, yo agradecí que por lo menos esa noche todo hubiera terminado.
Fui al vestidor y me puse ropa interior y una camiseta que me llegaba hasta las rodillas, cuando volví a la cama Edward le susurró algo a Nessie y luego me miró antes de ir también para ponerse ropa de dormir.
La niña se aferró a mí y esperó con los ojos abiertos hasta que su padre volvió y se acostó abrazándola, entonces le besé el cabello y ella cerró los ojos. Edward mantuvo su mirada en la mía un poco antes suspirar resignado y también intentar dormir. Bendita Nessie que me había salvado de crear la tormenta antes de tiempo.
A la mañana siguiente desperté temprano con mi hija aún entre Edward y yo, él continuaba dormido. Me levanté y bajé para empezar a preparar las cosas de los niños y el desayuno, los miércoles eran un poco caóticos porque yo tenía clases a primera hora y procuraba dejar todo listo para que Edward sólo tuviera que encargarse de ellos. Ese era nuestro acuerdo de las mañanas, lunes y martes eran su responsabilidad, los miércoles los compartíamos y jueves y viernes era mi turno.
Me moví en silencio y lo más rápido que pude. Cuando subí al auto iba quince minutos adelantada y muy satisfecha de no haber despertado a nadie. Conduje con calma y luego de estacionarme en el campus decidí visitar la cafetería por algo de beber, quizás té. En el camino revisé mi teléfono y tenía un correo de voz de mi nuevo abogado diciéndome que el viernes por la tarde podía pasar por los papeles de mi divorcio. Por lo general esas cosas tomaban mucho más tiempo pero me aseguré de pagarles lo suficiente para apresurar las cosas.
Le di sorbos al líquido que acababa de comprar mientras me dirigía al salón. Justo antes de empezar la clase Edward llamó pero no contesté temiendo que quisiera forzarme a hablar con él, aún no era tiempo, no lo haría hasta tener los papeles del divorcio en las manos.
El día pasó y yo seguí envuelta en la misma niebla, así di clases y recogí a los niños, los ayudé con la tarea y me senté con ellos a ver caricaturas. De la misma forma me las arreglé para sortear una conversación con Alice, junto con Jake ella era mi mejor amiga y obviamente alguien –Edward o Esme- le habían dicho que algo estaba mal porque fue especialmente inquisitiva con sus preguntas, pero no obtuvo nada de mí.
Probablemente si ella no fuera mi cuñada habría sido la persona ideal para contarle todo lo que estaba sucediendo y compartir mis planes pero la quería lo suficiente para no ponerla en medio de su hermano y yo.
Cuando terminamos de hablar había logrado desviarla del tema preguntándole sobre su embarazo, ella y Jasper lo estaban intentando por primera vez y aún no tenían éxito, pero sonaba entusiasmada como siempre con la idea de practicar.
Hice la cena y esta vez Edward llegó a tiempo, los niños estaban tan felices de verlo que acapararon toda su atención y se empeñaron en que tomaran un baño juntos en el jacuzzi para poder jugar, me invitaron pero mi trabajo atrasado de la universidad sirvió de pretexto. Él como el maravilloso padre que era tomó el control y se encargó de todo para darme tiempo y espacio, aunque supuse que su propósito era cansarlos para poder hablar conmigo antes de dormir. Intentando prevenir eso tomé otras dos pastillas de la medicina que me daba sueño y lo siguiente que supe fue que mi despertador estaba sonando insistente por la mañana.
El jueves temprano quité el molesto sonido de la alarma y vi a Edward dormido a mi lado, se veía intranquilo y cansado, como si no hubiera descansado durante días. Quizás Tanya lo mantenía ocupado. Me levanté y seguí mi rutina con los niños, escuché que él se levantó y se ocupó de sí mismo, me saludó y cuestionó… utilizó palabras para saber de mi salud y miradas para todo lo demás.
Aún no, pero faltaba poco. Dentro de 36 horas abriría la caja de Pandora.
Me fui con los niños y seguí la rutina del día anterior, aunque cada vez me costó más y más conservar la calma. Si cerraba los ojos por más de un parpadeo las imágenes de Edward y Tanya me asaltaban hasta hacerme imposible respirar.
Durante el día me dio algo de tranquilidad planear dos cosas más que eran muy importantes, primero, ya sabía qué hacer después de pedirle el divorcio a Edward. Por lo menos ese fin de semana yo lo pasaría en un hotel para darle espacio y no saber si iría corriendo con Tanya en el mismo instante en que fuera libre. Además, resolví la estancia de los niños, llamé a Esme diciéndole que tenía cosas importantes que hablar con Edward y necesitaba mínimo una noche a solas, ella se preocupó pero de inmediato aceptó quedarse a Nessie y Anthony no sólo el viernes, sino todo el fin de semana.
Esa noche acostamos a los niños entre los dos y supe que él intentaría conversar, eso me ponía más nerviosa de lo que estaba, pero aún así planeaba aferrarme a los planes con todas mis fuerzas.
- Bella. –me dijo enroscando sus dedos en mi antebrazo en cuanto cerramos la habitación, no ejerció mucha presión, pero tampoco intenté escaparme. – Tenemos que hablar. Algo te sucede y cada día que pasa estoy más asustado. –me confesó y vi que sus ojos se pusieron vidriosos.
¿Cómo podía ser tan sincero cuando me había engañado de la peor forma?
- Estoy bien. –le mentí tan mal como siempre y me soltó para empezar a caminar por la habitación mientras se pasaba ambas manos por el cabello. Estaba exasperado.
- ¡No estás bien! –me alzó la voz y le di una mirada de advertencia, no quería que los niños nos escucharan pelear y él lo entendió. – Algo te pasa ¿qué te dijo en verdad el doctor? ¿Tienes… algo grave? Bella, no intentes hacerte la fuerte… todos te necesitamos, si el médico encontró algo mal… -de repente fue como si un nudo en la garganta le cortara la voz.
Hipócrita. Me necesitaba tanto que tenía una amante.
- Edward. –pronuncié con cuidado viéndolo a los ojos. – No estoy enferma de nada. Absolutamente nada. Mi cuerpo está bien.
- ¿Entonces? –cuestionó acercándose, pero lo detuve con un gesto.
- Espera hasta mañana. –acepté soltar un poco la rienda a cambio de las casi veinticuatro horas que nos quedaban juntos. – Le pedí a Esme que se quedara con los niños, van a estar allá todo el fin de semana. Mañana por la noche podemos hablar. –le prometí y vi que la tensión cambió un poco en sus ojos, pero seguía ahí.
Cuando después de un par de segundos no contestó, fui y me puse la ropa para dormir, al volver del vestidor vi que él estaba en bóxers nada más. Se veía hermoso. Se acercó a mí lentamente y temí que quisiera sexo, pero no. Sólo me abrazó. Con mucho cuidado me acercó hacia su cuerpo y agachó sus labios hasta mi oído.
- Te amo. –murmuró para luego separarse un poco y sostener mi mirada con la suya. - ¿Me amas? –preguntó con inseguridad y me dolió verlo así ¿cómo podía dudar eso?
- Te amo. –afirmé la verdad prometiéndome que sería la última vez en la vida que se lo diría.
- Entonces todo estará bien. –sonrió apenas y de manera triste antes de rozar mis labios. – Mañana. –me prometió y asentí.
Cuando se separó y fue para acostarse en su lado de la cama me sentí vacía y a punto de colapsar. "Sólo un poco más" pensé para darme fuerza y también recostarme. Él no se me acercó y yo no dormí nada sabiendo que al día siguiente tenía muy claro mi camino.
Todo el viernes comenzaría normal con los niños, mis clases y las cosas mundanas, después, despediría a Nessie y Anthony en la puerta de los Cullen e iría a recoger mis papeles de divorcio para firmarlos antes de salir del despacho. Al volver a casa guardaría pocas cosas en una maleta y esperaría en la sala a que Edward llegara y entonces… destruiría mi vida.
Fin Bella POV
Continuará...
Holi! Después de muchos años en pausa, aquí estamos de nuevo. Esta historia es corta, sólo 10 capítulos. Nos leemos la próxima semana!
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