Capítulo 11: El cáliz de fuego


Harry permaneció sentado, consciente de que todos cuantos estaban en el Gran Comedor lo miraban. Se sentía aturdido, atontado. Nadie aplaudía. Un zumbido como de abejas enfurecidas comenzaba a llenar el salón. Algunos alumnos se levantaban para ver mejor a Harry, que seguía inmóvil, sentado en su sitio.

En la mesa de los profesores, la profesora McGonagall se levantó y se acercó a Dumbledore, con el que cuchicheó impetuosamente. El profesor Dumbledore inclinaba hacia ella la cabeza, frunciendo un poco el entrecejo.

Harry se volvió hacia Ginny quien lo tomó de la mano y la apretó prestándole su apoyo y haciendo que se parara para que comenzara a avanzar, mientras negaba con la cabeza indicándole que no dijera nada y sólo fuera.

Vio que todos los demás ocupantes de la larga mesa de Gryffindor lo miraban con la boca abierta.

–Yo no puse mi nombre –dijo Harry, sin poder evitar hablar—. Lo saben.

Uno y otro le devolvieron la misma mirada de aturdimiento. Harry se levantó y avanzó por el hueco que había entre las mesas de Gryffindor y Hufflepuff. Le pareció un camino larguísimo. La mesa de los profesores no parecía hallarse más cerca, aunque él caminara hacia ella, y notaba la mirada de cientos y cientos de ojos, como si cada uno de ellos fuera un reflector. El zumbido se hacía cada vez más fuerte.

Caminó como un autómata e ignoró a los otros campeones, especialmente a Cedric, sintiéndose sumamente culpable por su destino. No se dio cuenta qué está pasando hasta que escuchó voces extrañas elevándose.

–¿Qué significa todo esto, «Dumbledog»? –preguntó imperiosamente la directora de Beauxbatons.

–Es lo mismo que quisiera saber yo, Dumbledore –dijo el profesor Karkarov. Mostraba una tensa sonrisa, y sus azules ojos parecían pedazos de hielo–. ¿Dos campeones de Hogwarts? No recuerdo que nadie me explicara que el colegio anfitrión tuviera derecho a dos campeones. ¿O es que no he leído las normas con el suficiente cuidado?

Soltó una risa breve y desagradable.

–C'est impossible! –exclamó Madame Maxime, apoyando su enorme mano llena de soberbias cuentas de ópalo sobre el hombro de Fleur–. «Hogwag» no puede «teneg» dos campeones. Es absolutamente injusto.

–Creíamos que tu raya de edad rechazaría a los aspirantes más jóvenes, Dumbledore –añadió Karkarov, sin perder su sonrisa, aunque tenía los ojos más fríos que nunca–. De no ser así, habríamos traído una más amplia selección de candidatos de nuestros colegios.

–No es culpa de nadie más que de Potter, Karkarov –intervino Snape con voz melosa. La malicia daba un brillo especial a sus negros ojos–. No hay que culpar a Dumbledore del empeño de Potter en quebrantar las normas. Desde que llegó aquí no ha hecho otra cosa que traspasar límites...

–Gracias, Severus –dijo con firmeza Dumbledore, y Snape se calló, aunque sus ojos siguieron lanzando destellos malévolos entre la cortina de grasiento pelo negro.

El profesor Dumbledore miró a Harry, y éste le devolvió la mirada, intentando descifrar la expresión de los ojos tras las gafas de media luna. –¿Echaste tu nombre en el cáliz de fuego, Harry? –le preguntó Dumbledore con tono calmado.

–No –contestó Harry, muy consciente de que todos lo observaban con gran atención. Semioculto en la sombra, Snape profirió una suave exclamación de incredulidad.

–¿Le pediste a algún alumno mayor que echara tu nombre en el cáliz de fuego? –inquirió el director, sin hacer caso a Snape.

–No –respondió Harry con vehemencia.

–¡Ah, «pog» supuesto está mintiendo! –gritó Madame Maxime. Snape agitaba la cabeza de un lado a otro, con un rictus en los labios.

–Él no pudo cruzar la raya de edad –dijo severamente la profesora McGonagall–. Supongo que todos estamos de acuerdo en ese punto...

–«Dumbledog» pudo «habeg» cometido algún «egog» –replicó Madame Maxime, encogiéndose de hombros.

–Por supuesto, eso es posible –admitió Dumbledore por cortesía.

–También pudo haberlo hecho su noviecita, la señorita Weasley comenzó el rumor al inicio del año de que el campeón de Hogwarts moriría, Director, incluso cuando usted la interrogó ella se negó a decir algo. Tal vez ellos lo planearon, con los rumores que ella inició ninguna bruja puso su nombre, y los magos que lo pusieron fueron pocos. – Snape insistió con esa sonrisa malévola.

–Ginny no tiene nada que ver en esto. – Por primera vez Harry perdió el control y elevó la voz.

–Entonces admites que lo hiciste tú – Dijo Snape satisfecho.

–No admito nada, y si deciden no incluirme en el torneo me daré por bien servido. – Dijo Harry calmando su tono, si buscaban culpar a alguien prefería cargar él con el estigma antes de que una pequeña sospecha cayera sobre Ginny,

Sin embargo, al final llegaron al consenso que él estaría obligado a participar, la intervención de Ojoloco puso la sospecha sobre Karkarov, insinuando que él lo había hecho para matarlo debido a sus inclinaciones del pasado.

Harry se negó a decir otra palabra y sólo escuchó las instrucciones que daba el señor Crouch antes de poder retirarse.

o-o-o-o

Ginny se quedó e ignoró a todos cuando le gritaron y maldijeron por haberlos engañado, todos le habían creído y por eso pocos se habían inscrito al torneo, y ahora la culpaban. Cualquiera de ellos pudo haberse convertido en campeón y ganado, sólo el saber que quien fuera campeón de Hogwarts moriría los había detenido.

Ella los ignoró y avanzaron entre Colin y Dennis quienes le brindaron apoyo moral y la acompañaron a la torre de Gryffindor.

–¡Tendrías que habernos dicho la verdad! —le gritó Fred. Parecía en parte enfadado y en parte impresionado. –¿Cómo te las arreglaste para meter a Harry?

–¡Increíble! –gritó George.

–Alguien lo metió para dañarlo, y no permitiré que salga mal. – Dijo su hermana con tranquilidad, callándolos, por suerte en la mañana le había informado a su madre de lo que pasaría, ya pasaría bastante martirio en la escuela y no quería recibir quejas de casa también. –Harry no quería entrar y ninguno de nosotros lo hizo, espero que lo apoyen ahora que tendrá que participar.

En ese momento entró Harry y sólo pudo mascullar: –No lo hice. No sé cómo...

Pero Angelina se abalanzaba en aquel momento hacia él. –¡Ah, ya que no soy yo, me alegro de que por lo menos sea alguien de Gryffindor...!

–¡Ahora podrás tomarte la revancha contra Diggory por lo del último partido de quidditch, Harry! –le dijo chillando Katie Bell, otra de las cazadoras del equipo de Gryffindor. –Tenemos algo de comida, Harry. Ven a tomar algo...

–No tengo hambre. Ya comí bastante en el banquete.

Pero nadie quería escuchar que no tenía hambre, nadie quería escuchar que él no había puesto su nombre en el cáliz de fuego, nadie en absoluto se daba cuenta de que no estaba de humor para celebraciones...

Todos querían averiguar cómo lo había hecho, cómo había burlado la raya de edad de Dumbledore y logrado meter el nombre en el cáliz de fuego. A pesar de que estaban furiosos con Ginny, estaban satisfechos de que alguien de su casa sería el ganador, ya que nadie dudaba que Harry ganaría.

Harry consiguió desprenderse de todo el mundo y subir al dormitorio tan rápido como pudo. Para su alivio, vio a Ron tendido en su cama, completamente vestido; no había nadie más en el dormitorio.

Miró a Harry cuando éste cerró la puerta tras él.

–¿Dónde has estado? –le preguntó Harry.

–Ah, hola –contestó Ron.

Le sonreía, pero era una sonrisa muy rara, muy tensa. De pronto Harry se dio cuenta de que todavía llevaba el estandarte de Gryffindor que le había puesto Lee Jordan. Se apresuró a quitárselo, pero lo tenía muy bien atado. Ron permaneció quieto en la cama, observando los forcejeos de Harry para aflojar los nudos.

–Bueno –dijo, cuando por fin Harry se desprendió el estandarte y lo tiró a un rincón–, enhorabuena.

–¿Qué quieres decir con eso de «enhorabuena»? –preguntó Harry, mirando a Ron. Una parte de él, estaba esperanzado en que Ginny se había equivocado y Ron no tomaría una actitud nefasta…

–Bueno... Ginny y tú planearon que fueras campeón desde un principio –repuso Ron–. Ella hizo que casi nadie participara y luego tú metiste tu nombre en la copa ¿cómo lo hiciste? ¿con la capa?

–La capa invisible no me hubiera permitido cruzar la línea –respondió Harry.

–Ah, bien. Pensé que, si había sido con la capa, podrías habérmelo dicho... porque podría habernos tapado a los dos, ¿no? Pero encontraste otra manera, ¿verdad?

–Escucha –dijo Harry–. Yo no eché mi nombre en el cáliz de fuego. Ha tenido que hacerlo alguien, no sé quién.

Ron alzó las cejas. –¿Y por qué se supone que lo ha hecho?

–No lo sé –dijo Harry. Le pareció que sonaría demasiado melodramático contestar «para verme muerto».

Ron levantó las cejas tanto que casi quedan ocultas bajo el flequillo.

–Vale, bien. A mí puedes decirme la verdad –repuso–. Si no quieres que lo sepa nadie más, estupendo, pero no entiendo por qué te molestas en mentirme a mí. No te vas a ver envuelto en ningún lío por decirme la verdad. Esa amiga de la Señora Gorda, esa tal Violeta, nos ha contado a todos que Dumbledore te ha permitido entrar. Un premio de mil galeones, ¿eh? Y te vas a librar de los exámenes finales...

–¡No eché mi nombre en el cáliz! –exclamó Harry, comenzando a enfadarse.

–Está bien—contestó Ron, empleando exactamente el mismo tono escéptico de Cedric–. Pero sé que ganarás ella te dirá como ganar, sé que lo planearon... No soy tan tonto, ¿sabes?

–Pues nadie lo diría.

–¿Sí? –Del rostro de Ron se borró todo asomo de sonrisa, ya fuera forzada o de otro tipo–. Supongo que querrás acostarte ya, Harry. Ya casi viene mi hermana para regodearse contigo por habernos tomado a todos por tontos.

Tiró de las colgaduras del dosel de su cama para cerrarlas, dejando a Harry allí, de pie junto a la puerta, mirando las cortinas de terciopelo rojo que en aquel momento ocultaban a una de las pocas personas de las que nunca habría pensado que no le creería.

o-o-o-o

Los días siguientes se contaron entre los peores que Ginny pasó en Hogwarts.

Lo más parecido que había experimentado habían sido aquellos meses, cuando estaba en primero, en que una gran parte del colegio sospechaba que Harry era el que atacaba a sus compañeros, pero en aquella ocasión Ron había estado junto a él. Veía cuánto le dolía a Harry el que su hermano lo ignorara y culpara, y ella cada vez estaba más furiosa con él.

No importaba cuantas veces ella golpeó a Ron, cuántas veces le gritó hasta cansarse, como lo enfrentó. Nada cambiaba su tozudez y su creencia de que ellos lo habían planeado.

No le importaba lo que pensaran de ella, pero no soportaba que Harry cargara con la culpa. Él se sentía solo y no recibía más que desprecio de todas partes. Harry le dijo que era capaz de entender la actitud de los de Hufflepuff, aunque no le hiciera ninguna gracia, porque ellos tenían un campeón propio al que apoyar. Tampoco esperaba otra cosa que insultos por parte de los de Slytherin. Pero había esperado que los de Ravenclaw encontraran tantos motivos para apoyarlo a él como a Cedric. Y se había equivocado: la mayor parte de los de Ravenclaw parecía pensar que él se desesperaba por conseguir un poco más de fama y que por eso había engañado al cáliz de fuego para que aceptara su nombre.

Harry pensaba lo peor de él mismo, y las inseguridades que tenía aumentaron con la frialdad que era tratado a comparación de Cedric (algo que internamente Ginny agradecía) Ella no dudaría en arrancarle los cabellos a la chica que intentara acercase a su novio con intenciones románticas.

Pasaron los días y comenzó a acercarse la primera prueba. A ella no le importaba la moral si se trataba de evitar la muerte de Harry, así que no tuvo muchos escrúpulos, cuando Charlie le envió una carta diciéndole qué día llegaría, arrastró a su novio al bosque prohibido y le mostró lo que le esperaría. Le ordenó que se pusiera la capa de invisibilidad y que no abriera la boca.

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¡Dragones! Rugiendo y resoplando, cuatro dragones adultos enormes, de aspecto fiero, se alzaban sobre las patas posteriores dentro de un cercado de gruesas tablas de madera. A quince metros del suelo, las bocas llenas de colmillos lanzaban torrentes de fuego al negro cielo de la noche.

Al menos treinta magos, siete u ocho para cada dragón, trataban de controlarlos tirando de unas cadenas enganchadas a los fuertes collares de cuero que les rodeaban el cuello y las patas.

Fascinado, Harry levantó la vista y vio los ojos del dragón negro, con pupilas verticales como las de los gatos, totalmente desorbitados; si se debía al miedo o a la ira, Harry lo ignoraba.

–¡No te acerques, nena! –advirtió un mago desde la valla, tirando de la cadena–. ¡Pueden lanzar fuego a una distancia de seis metros! ¡Y a este colacuerno lo he visto echarlo a doce!

–¡Es peligroso! —gritó otro mago—. ¡Encantamientos aturdidores, cuando cuente tres!

Harry vio que todos los cuidadores de los dragones sacaban la varita.

–¡Desmaius! –gritaron al unísono.

Los encantamientos aturdidores salieron disparados en la oscuridad y apenas surtieron efecto, se dieron prisa en tensar las cadenas y asegurarlas con estacas de hierro, que clavaron en la tierra utilizando las varitas.

En aquel momento se volvió el mago que le había dicho nena a Ginny, y Harry descubrió quién era: Charlie Weasley.

–¿Va todo bien, nena? –preguntó, jadeante, acercándose para hablar con su hermana–. Ahora no deberían darnos problemas. Les dimos una dosis adormecedora para traerlos, porque pensamos que sería preferible que despertaran en la oscuridad y tranquilidad de la noche, pero ya viste que no les hizo mucha gracia, ninguna gracia...

–Son bonitos hermano, veo el porqué te gustan ¿de qué raza son? — le dijo Ginny mirando al dragón más cercano, el negro.

–Éste es un colacuerno húngaro –explicó Charlie–. Por allí hay un galés verde común, que es el más pequeño; un hocicorto sueco, que es el azul plateado, y un bola de fuego chino, el rojo.

—Pensé que traerías a tu novio —dijo Charlie, ceñudo—. Se supone que los campeones no tienen que saber nada de lo que les va a tocar, pero mamá dice que estás muy preocupada por él

–Cuatro... uno para cada campeón, ¿no? ¿Qué tendrán que hacer?, ¿luchar contra ellos?– Preguntó con toda la intención, ella cumplía su palabra, técnicamente ella misma no le estaba dando ninguna información a Harry.

–No, sólo burlarlos, según creo –repuso Charlie–. Estaremos cerca, por si la cosa se pusiera fea, y tendremos preparados encantamientos extinguidores. Nos pidieron que fueran hembras en período de incubación, no sé por qué... Pero te digo una cosa: no envidio al que le toque el colacuerno. Un bicho fiero de verdad. La cola es tan peligrosa como el cuerno, mira.

Charlie señaló la cola del colacuerno, y Harry vio que estaba llena de largos pinchos de color bronce. Cinco de los compañeros de Charlie se acercaron en aquel momento al colacuerno llevando sobre una manta una nidada de enormes huevos que parecían de granito gris, y los colocaron con cuidado al lado del animal.

–Los tengo contados, Hagrid vendrá en un rato, quiere verlos —le dijo Charlie con una risita que compartió su hermana. Luego añadió —¿Qué tal está Harry? No me dijiste porqué no lo trajiste.

–Está bien —respondió Ginny, sin apartar los ojos de los huevos.

–Pues espero que siga bien después de enfrentarse con éstos –comentó Charlie en tono grave, mirando por encima del cercado–. No me he atrevido a decirle a mamá lo que le esperaba en la primera prueba, porque ya le ha dado un ataque de nervios pensando en él... –Charlie imitó la voz casi histérica de su madre provocando un ataque de risa en Ginny–: «¡Cómo lo dejan participar en el Torneo, con lo pequeño que es! ¡Creí que iba a haber un poco de seguridad, creí que iban a poner una edad mínima!» Se puso a llorar a lágrima viva con el artículo de El Profeta. «¡Todavía llora cuando piensa en sus padres! ¡Nunca me lo hubiera imaginado! ¡Pobrecillo!»

–Yo tampoco estoy muy feliz, pero no hay más remedio ¿Cómo podría dominar a uno de ellos Harry? – Ginny se acercó a su hermano y lo tomó del brazo mientras caminaban por las sombras de los árboles.

–Pues, será difícil, en cuarto año no te enseñan hechizos especialmente útiles.

–¿No podría confundirlo?

–Sería una tontería, podría atacarlo con más rabia, y no quiero pensar en que dañe a sus huevos por accidente. – Dijo Charlie frunciendo el ceño, evidentemente más preocupado por los huevos que por Harry.

–¿Podría hacerse invisible? – Todas las preguntas de Ginny estaban pasando a toda velocidad por la mente de Harry.

–Podría, pero un dragón tiene un olfato excelente, no le serviría de mucho.– Dijo Charlie

–¿Volar?

–Nena, los dragones son reyes en el aire

–Harry es el mejor volador. – Dijo Ginny indignada mientras cruzaba sus brazos y le fruncía el ceño.

–Está bien, está bien, si es tan bueno como dices lo podría intentar, tal vez si pusiera un encantamiento antiincendios en su escoba y ropa le iría bien. ¿lo quieres ayudar? – Le dijo intentando en contentarla.

–Por supuesto, no quiero que mi novio quede rostizado, acordamos no hablar sobre esto, así si me enseñas el encantamiento yo se lo enseñaría, pero no le diré de los dragones. – Dijo Ginny con una sonrisa, ante lo que Charlie accedió a regañadientes.

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Harry regresó antes a los dormitorios, estaba asustado por los dragones, pero al menos ya tenía un plan para enfrentarse a ellos. Esa misma noche, con ayuda de Hermione comenzó a practicar dos encantamientos sencillos.

A pesar de que Ginny le dijo que ni se le ocurriera mencionar nada sobre los dragones, él no pudo evitar decírselo a Cedric, se sentía mal por él, ya que cuando había salido del bosque se encontró a Hagrid llevando a una cita a la directora de Beauxbatons y a Karkaroff rondando cerca de los dragones. Cedric era el que estaba en mayor desventaja.

–¿Qué hiciste qué? – Ginny estaba horrorizada, nunca había esperado que Harry fuera en contra de lo que ella decía. Se llenó de ira, por primera vez dirigida hacia su novio, y antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía le dio una sonora bofetada en la mejilla. El shock los llenó a ambos, pero Ginny seguía furiosa, así que se abalanzó sobre él y lo comenzó a golpear con las manos. Harry sólo se cubrió los lentes y aceptó mansamente los golpes, éste hecho detuvo a Ginny de su frenesí y vio lo que había hecho, lo había sangrado de la nariz y tenía la cara hinchada.

–Perdóname Harry, perdóname, no sé qué me pasó no lo volveré a hacer, lo siento mucho. – Ginny gritó mientras lo abrazaba y suplicaba su perdón. Harry se preocupó más por haberle hecho daño que por sus golpes y sólo la abrazó.

No era la primera vez que lo golpeaban, y tampoco es que su novia tuviera mucha fuerza, por lo menos no tenía más fuerza que las de un obeso hombre adulto, las blancas manos de ella estaban más lastimadas que la cara de él.

–Está bien Ginny, puedes golpearme si quieres, sólo…

Ginny gritó de nuevo diciéndole que no volviera a repetir esa barbaridad, que ella no tenía ningún derecho a golpearlo y no lo volvería a hacer.

Harry sólo la consoló, a pesar de que ninguna lágrima fue derramada, sabía que ella estaba demasiado alterada por lo que había hecho.

Ella lo evitó las horas siguientes, y él no la buscó, practicaba todo el tiempo los encantamientos con Hermione y no podía darse el lujo de buscarla. Incluso esa noche dejó de acudir con él, dando la excusa de que quería dejarlo descansar.

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Para Ginny descubrir esa parte de sí misma capaz de hacerle daño a la persona que amaba la trastornó por completo. Ante su estado emocional, sus visiones empeoraron, dándole todos los terribles finales que podía tener Harry. Una mañana completa, al día siguiente de la golpiza que le había propinado a Harry, la pasó en el regazo de Luna, abrazándola para intentar consolarse.

Luna había sido tan buena, al igual que Colin, quien la ayudo para entregarle a Harry una poción para desinflamar sus golpes poco después de que ella lo había golpeado. Estaba demasiado avergonzada de sí misma para hacerlo, y sintió un pequeño alivio al ver que Harry sí la había utilizado.

No había arrepentimiento suficiente que aceptara, no soportaba la idea de haber actuado igual que el abusivo tío de Harry, lo había golpeado, y él se había resignado a soportar los golpes sin atrever a defenderse, eso la enloquecía aún más. Necesitaba aprender a defenderse, de cualquiera, incluyéndola a ella.

Pasó esos tristes momentos acompañada de sus amigos, pero las horas eran una tortura. Sin ni siquiera tener a Percy para acudir con él. Era su castigo autoimpuesto, se sentía la peor basura del mundo, pero esa noche antes de la primera prueba llegó una epifanía a su mente.

Entendió de pronto lo que sus visiones le mostraban, fue como si de pronto en aquel estado de exaltación, el sentido de cada línea de eventos se revelaba por sí solo, como si cada visión se pegara a otra en una larga cinta, como una foto que mostraba todos los escenarios.

Todo cobró sentido, cada línea, la que era más probable que pasara, la que más hermosa era al inicio, con años de paz y felicidad y lo horrible que se volvía. Y la otra más probable, en la que ella provocaba la destrucción del mundo como lo conocía, en la que después de la destrucción vendría el renacimiento. Y todas las variantes horribles de cada línea.

Y comprendió de pronto que Colin tenía razón.

Y supo la verdad más horrible que había experimentado.

Ella le haría cosas aún peores al amor de su vida.

Lo lastimaría en lo más profundo, era algo a lo que estaba obligada si quería evitar el desastre que vendría.

Y tenía que obligarse a sí misma a desprenderse de toda culpa por cada decisión que tomara a partir de ese momento.


:D