¡Por fin tenemos aquí el primer capítulo de la segunda parte! Cambio radical de escenario pero espero que lo disfrutéis igual o más que lo anterior. Y no olvidéis ser almas caritativas y dejarme vuestra opinión X3


LIBRO 2

Parte 1

─Ves, sé de lo que hablo, el rosa canela te sienta de fábula ─le susurró Ginny cogiéndole del brazo. Ella había sido la responsable de que Hermione accediera a vestirse de gala para el aniversario del fin de la guerra.

Le devolvió la sonrisa a Derek Sandwood entre el gentío creciente de la gran sala de celebración sintiendo como se le calentaban las mejillas.

─Oh, solo mira, Harry, nuestra Hermione lo tiene embelesado.

─¡Ginny, por Merlín! ─chistó Hermione, azorada, dándole la espalda a su apuesto y atento compañero del departamento de seguridad mágica─. Ya os he dicho que no es así. Solo tenemos una relación cordial, algo primordial para desempeñar nuestras funciones en el departamento…

Harry la miró divertido, lo que la hizo sentirse aún más inadecuada de lo que ya se sentía en ese precioso vestido vaporoso que se ceñía a la cintura y caía en volandas hasta la altura de sus rodillas. Se lo ajustó como pudo.

─Vuestras funciones apenas se solapan ─señaló su amigo─, pero casualmente siempre que voy a verte me lo encuentro rondando cerca de tu despacho.

─Solo está siendo amable. Además, no tengo tiempo para esas cosas, tengo mil informes que hacer y revisar para poder…

Ambos compartieron una mirada de entendimiento. Hermione odiaba que hicieran eso, la hacía consciente de que habían hablado de ella, de su situación, en privado. Pero lo cierto era que estaba diciéndoles la verdad, actualmente tenía otras metas que no abrigaban la posibilidad de tener una relación estable y a Hermione nunca le habían gustado los rollos casuales como, por ejemplo, a Ron. Derek Sandwood era atractivo, inteligente y poco ruidoso, un ravenclaw con el que no había coincidido en sus años de Hogwarts al ser este ocho años mayor que ella. Para sus adentros, podía admitir que sus atenciones no le disgustaban, pues la hacían sentirse, más allá de su renombrado calificativo como la bruja más brillante de su promoción, sólo una chica; pero sus amigos se equivocaban.

No había nada que contar.

─¿Tiempo para vivir, Mione? ─inquirió Ginny en un tono de voz más calmado, sus ojos marrones amables y con un ápice de preocupación que no le pasó desapercibido.

Pero se salvó de aquella conversación ─que tanto Harry como Ginny trataban de sacar a colación cada pocas semanas desde hacía un par de años─ cuando algunos de sus amigos se reunieron con ellos en un lateral de la enorme estancia. Esplendorosas lámparas de araña se encontraban desperdigadas a varios metros de altura, iluminando los banquetes y el suelo de mármol reluciente con su luz dorada. Muchas de las figuras más importantes del mundo mágico de Gran Bretaña se encontraban reunidas allí aquella noche; gente que había luchado con valor, gente que había sufrido y no había tenido la oportunidad de defenderse, gente incluso que por circunstancias se había encontrado en el bando equivocado y que en el último momento habían realizado la acción correcta. Gente, al fin y al cabo, con mil historias distintas, pero con una gran cosa en común: el gran júbilo y agradecimiento por el fin de una de las eras más oscuras que había vivido el mundo mágico. Shacklebolt estaba ahí, la directora McGonagall ─a la que veía muy poco desde que acabó su último año en Hogwarts, pero con la que se escribía de vez en cuando─, Hagrid, Slughorn, miembros de la Orden del Fénix, todos sus amigos; y también gente a la que apenas había conocido.

Hermione fue saludando a sus amigos conforme se fueron reuniendo en torno a ellos. George hablaba animadamente con Neville, y Luna reía comedidamente por algo que decían de la mano de Rolf Scamander. Molly y Arthur también estaban, y la primera discutía algo con Fleur, como de costumbre, mientras Bill trataba de no verse metido en medio de aquel fuego. Harry reía también, distraído por algo que le estaban contando Dean y Seamus. Esta noche se había puesto un traje verde oscuro que le resaltaba los ojos ─sin duda obra de Ginny─ y se le veía verdaderamente feliz.

─¡No puedo creer que lo hayan vuelto a poner! ─sonó una voz acercándose─. Ponche de huevos de Fwooper, ponche de huevos, ¿a quién diablos le gusta algo así? ¿Por qué Shacklebolt iba a permitir algo así?

George giró la cabeza para mirar a su hermano pequeño.

─Eres el único al que no le gusta, Ronald. ¿Pirqui Shicklibilt ibi i pirmitir ilgi isí?

Ron le asestó un puñetazo en el hombro por las molestias, actuando todo varonil y henchido de la mano de esa maga… Clary, Claire… Hermione no recordaba su nombre, aunque sabía que había estudiado en Beauxbatons y que era dos años menor que ellos. La chica sonrió a Ron. Se le marcaban dos hoyuelos en las mejillas bajo unos ojos del color del cielo estrellado, y llevaba el largo pelo rubio recogido en una diadema de trenzas terminadas en un moño. Fleur, contrario a lo que se podría esperar, no se llevaba especialmente bien con ella. Ginny tenía la teoría de que no soportaba que otra usurpara su podium de belleza en la familia.

─Creo que a Ron aún le cuesta aceptar que Shacklebolt delega en estos quehaceres ─comentó Seamus provocando que el aludido mascullara por lo bajo─. Ese viaje a Grecia debió ser muy bueno para que aún te tenga en sus manos, Clarette.

─Igual es ella que lo tiene en las suyas ─intervino Harry haciendo que la conversación continuara versando en mil maneras de meterse con Ron, un tema que todos en la familia y entre sus amigos parecían disfrutar.

Y no era como si a Ron pareciera importarle. Hermione recordaba sus problemas de confianza en sí mismo y lo mucho que algunos de estos comentarios le solían afectar en ese entonces, pero lo cierto era que desde que había empezado a salir con Clarette ─de eso debía hacer unos cuantos meses─ se le veía completamente cambiado, deslumbraba con su sonrisa y tenía un porte mucho más seguro y orgulloso. Hermione suspiró internamente sintiendo un ramalazo de cariño por el que había sido su primer amor y seguía siendo uno de sus mejores amigos.

Tras la guerra Ron y ella lo habían intentado. Pero las secuelas de esta habían dañado a muchos y su creciente relación no había salido indemne. Las discusiones Hermione trataba de enterrarlas, de dejarlas ocultas en un cajón viejo y olvidado bajo una llave cuya localización prefería no recordar, lo mismo sucedía con los reproches. Esos primeros ocho meses después de que todo hubiera acabado, habían sido meses duros para todo el mundo por mucho futuro brillante y prometedor que se alzara en el horizonte. Había sido fácil apoyarse en un hombro familiar buscando consuelo, casi igual de fácil que atacar y culpar a aquellos más cercanos. Ron, al igual que Hermione, tenía su propio dolor, sobre todo con la muerte de Fred. Habían sido ocho meses de intentarlo y desgastarse mutuamente en el proceso ─había sido feo─ y, aunque al principio, cuando finalmente le pusieron un fin, había resultado incómodo para todos, sobre todo para Harry, Ginny y los padres de Ron, poco a poco todo había ido encajando en su sitio otra vez.

Si Hermione había temido en algún momento que algo cambiara entre ella y los Weasley a raíz de su ruptura con Ron, había temido en vano. Fue ella la que se alejó un poco las primeras semanas, pero enseguida fue arrastrada de vuelta por el corazón de esa gran familia: Molly Weasley.

Y ahora, después de más de cuatro años, Hermione se permitió sentirse feliz por Ron, porque fuera capaz de dejar atrás esa etapa de ir de flor en flor en la que se había sumido tras dejarlo con ella; si bien, era cierto que ver a la gran mayoría de sus amigos felices con sus parejas le hacía sentirse un poco sola y melancólica. No lo necesitaba, en eso había sido sincera con Harry y Ginny, era solo que… le gustaría ser capaz de no sentirse como si estuviera rota.

«Pero no, Hermione, no hay que pensar así. No estás rota», se dijo, «no más que cualquier otro superviviente de todos modos».

La voz de Neville preguntándole por su nuevo proyecto la retrajo de sus pensamientos y puso una sonrisa en sus labios. Parecía mentira cuánto se había recuperado el mundo mágico en solo cinco años. El dos de mayo había sido un día negro los dos primeros, pero al tercero los ánimos comenzaron a adquirir matices más festivos, a cobrar un nuevo significado en honor a la resiliencia. Hoy todo el mundo charlaba animadamente afianzando lazos o creando nuevos.

Quizá fue por eso que el cambio fue tan brusco. Que esa leve oscilación en el ambiente resultó tan notoria cuando se produjo y redujo el parloteo animado de los presentes a un runrún de murmullos mal disimulados.

Ella se encontraba de espaldas, lo que hizo que tardara un segundo más en percatarse de lo que ocurría. Pero cuando la estancia se sumió de pronto en una quietud ensordecedora, Hermione, como todos los demás, volteó hacia el ojo del huracán.

El corazón le dio un vuelvo y pareció dejarle de latir por un instante al entender el motivo del asombro general..

Lucius Malfoy se encontraba ahí, pese a que el hombre no había puesto un pie en aquella celebración ninguno de los años anteriores, acompañado ni más ni menos que de Narcissa Black, antes Malfoy, de la que se había divorciado hacía aproximadamente un par de años por mutuo acuerdo. Bueno, esa era la versión oficial; por supuesto, las malas lenguas corrían millas en el mundo mágico, por lo que la versión más aceptada entre la población era que Narcissa lo había dejado. A diferencia de Lucius Malfoy, tanto ella como su hijo habían hecho un buen trabajo de reintegrarse en la sociedad, sobre todo en el caso de Draco, quién había terminado sus estudios en Hogwarts asistiendo al último año ─al igual que Hermione─ y, tras ello, había orientado sus intereses laborales en el sector de las pociones, donde afortunadamente para él pudo encontrar, en un pequeño boticario a las afueras de Londres, la puerta abierta para alguien con su pasado y sus orígenes. A día de hoy trabajaba como aprendiz y asistente con el anciano Sr. Fell, y su buena mano con los brebajes, así como su nueva disposición reservada y diligente, le habían granjeado un respeto reticente pero sólido entre la población, especialmente entre entendidos. El propio Harry parecía confiar en su trabajo como pocionista y a menudo requería sus servicios para temas oficiales del departamento de aurores ─como analizar alguna substancia o crear una pócima concreta. Incluso Ron, que había montado una rabieta épica cuando Harry señaló que su trabajo era notable, había terminado por aceptarlo como parte de la sociedad, eso sí, cada uno por su lado.

Pero no Lucius Malfoy.

Ciertamente Hermione pondría la mano en el fuego porque nadie ahí lo había esperado esa noche. Alcanzó a oír algunos de los susurros de sus amigos y de algunas de las personas que se encontraban más cerca.

─Lucius Malfoy…

─¿No le da vergüenza? Después de todo este tiempo…

─Si se han divorciado, solo puede ser por pena que ha venido con él.

En realidad, el problema no era que Lucius Malfoy hubiera seguido haciendo actos reprochables después de la guerra. Nadie en el mundo mágico se lo hubiera permitido ─ni a él ni a su familia─, no después de que en los juicios hubiera sido el propio Harry Potter el que había hablado a su favor. Pero por algún motivo, en el caso de Lucius, la defensa de Harry había causado más rencor si cabía entre aquellos que ya odiaban al cabeza de la familia Malfoy. No, Malfoy no había hecho nada reprochable desde los juicios puesto que, para empezar, apenas se lo había visto por el mundo mágico; el hombre había permanecido mayormente recluido en su mansión en Wiltshire, alejado del ojo público, lo que ya estaba bien para todos ellos, pero entonces ¿por qué ahora? ¿por qué decidía acudir ahora y, para más inri, acompañado de su ex mujer?

Los que habían sido un matrimonio aparentemente sólido hasta que la sombra del divorcio había tocado a sus puertas, soportaron con estoicismo, si bien una visible incomodidad, el escrutinio del público. Draco se abrió paso entre el gentío para reunirse con sus padres. La familia al completo se veía tensa, Lucius el que más.

Hermione tragó saliva notando como un sudor frío le empapaba la nuca por debajo de sus bucles castaños. Se le hacía raro verlo ahora después de tanto tiempo. Ella no había querido asistir a los juicios, aunque sí había presentado su testimonio, por lo que realmente, más allá de alguna noticia esporádica en el Profeta u otros periódicos, no lo había visto desde aquel entonces, desde la guerra… desde…

Narcissa pareció percatarse de la presencia de Harry y, con la boca estirada en una tensa sonrisa, le dedicó un escueto asentimiento de cabeza que Harry devolvió. ¡Maldito por tanto el momento en que eso hizo que Malfoy también voltease hacia ellos! Su mirada fría dejó entrever un velado disgusto cuando se paseó de Harry a los Weasley hasta detenerse en ella.

Solo fue una milésima de segundo, pero algo en su postura pétrea flaqueó.

Hermione nunca admitiría haber contenido la respiración.

El Lucius Malfoy ahí presente, engalanado con una túnica azul grisácea de ribetes plateados que semejaban orlas de cristal ahumado y la larga y nívea cabellera cayéndole en cascada por la espalda, era un completo desconocido. Nada que ver con la imagen desaliñada y moribunda que recordaba de la guerra, de… Pero algo era igual: solo tenía un brazo.

Debieron mirarse a los ojos. Hermione no estaba segura con toda esa gente, la luz y la distancia. No le gustó el hormigueo que le subió desde los dedos de los pies. Una sensación claustrofóbica, desagradable. Pensó: «Que no se den cuenta». Sus amigos. ¿Pero darse cuenta de qué? ¿de que compartían una historia? ¿una que nadie más sabía, bañada en sombras y en susurros de lo salvaje y ancestral? ¿se lo habría contado él a alguien, a la que había sido su esposa? «¿Por qué estás tan tensa? No hay ninguna historia. Solo la guerra». Y luego se apresuró a poner la mente en blanco, como una especie de acto reflejo absurdo que se recriminó segundos después. El latido de su corazón la asustó, por un momento, creyó oír dos.

No. Lo que quedara tenía que haberse esfumado en esos cinco años, seguro.

─Eh, Hermione… ¡Hermione!

Pegó un respingo, confusa. Los Malfoys se habían perdido entre la muchedumbre. En su lugar, se topó con los rostros preocupados de Harry y Ginny.

─¿Estás bien? ─inquirió Harry, ceñudo─. Parece que hayas visto un fantasma.

─Creo… que me he mareado un poco, ¿no hace un calor espantoso aquí?

─Sal a tomar un poco de aire fresco. Te irá bien ─dijo Luna, también mirándola, con ese tono suyo tan particular como si tuviera un pie en otro planeta─. Aquí hay mucha tensión. A veces, cuando eso pasa en un sitio cerrado, puede atraer a pequeños enjambres de Hum-Hums. Las personas más sensibles pueden sufrir leves mareos o malestar.

Hermione se sobrepuso con rapidez y sonrió a su amiga.

─Sí, creo que haré eso.

─No te preocupes, querida ─dijo Molly con fuerza, apretándole el brazo─. No eres la única descontenta con su presencia aquí, ¡hay que tener agallas! Sobre todo vosotros, los sangre muggles que sois los que más sufristeis por gente como él, que tengáis que aguantar que ahora se le admita presentarse cuando se le antoje…

─Soy la primera que cree en las segundas oportunidades, Molly, no…

─¡Segundas oportunidades! Para su hijo que no era más que un crío, ¡sin duda! O para su Narcissa que al fin y al cabo salvó la vida de nuestro Harry al mentir, pero ese Lucius Malfoy… Ni su familia le quiere cerca, debería sentirse agradecido de que estén asistiendo a su lado a esta celebración.

Hermione abrió la boca para señalar que, de hecho, si no lo quisieran probablemente no habrían acudido aquí con él, mucho menos después de cinco años. Pero se lo pensó mejor, nada paraba a Molly Weasley en una de sus diatribas, mucho menos la lógica. La mujer era maravillosa, pero se convertía en un volcán de lo más destructivo cuando algo atentaba contra su sentido de lo correcto y lo decente.

─Molly, cariño, no creo que este sea el momento…

─No, Arthur, tienes razón. No hay nada más que decir al respecto de todos modos. Ese hombre es de piedra, un arrogante incapaz de sentir…

Se alejó unos pasos dejando que Arthur se encargara de calmar a su esposa.

«Ese hombre es de piedra».

«No, no lo es» pensó Hermione cogiendo una copa de champán y dándole un largo sorbo. «Te equivocas, es muchas cosas, la mayoría de ellas horribles, pero no es de piedra». El líquido le burbujeó en la garganta.

─Mamá es demasiado intensa a veces ─murmuró Ginny, Harry se encogió de hombros con una media sonrisa─. ¿Segura que estás bien?

─Sí, voy a salir a airearme un poco. Ya echo de menos el invierno.

Ambos asintieron. Hermione no les dio tiempo a mucho más antes de abrirse paso entre aquel océano de brujas y magos, camino a la pequeña balconada que se abría a un lado de la sala.

Luna había tenido razón: el aire le sentó bien ─aunque seguramente no tuvo nada que ver con los Hum-Hums. Y, aunque afortunadamente el resto de la celebración pasó sin mayores contratiempos y no volvió a cruzarse a Malfoy más que de refilón en algún momento puntual ─como cuando había ido a coger unos canapés con Neville y lo había divisado apoyado en una columna hablando con Draco y Astoria─, no pudo evitar quedarse ligeramente desestabilizada lo que quedaba de noche. Lo cual derivó naturalmente en su pronta partida a casa.

Una vez de vuelta en su pequeño y sencillo apartamento de Londres, se deshizo de ese condenado vestido en favor de su pijama, se preparó una infusión de frutos rojos, cogió el libro que tenía a medio leer y se acomodó entre las sábanas de su cama. No se molestó en quitarse el maquillaje, por eso no le gustaba maquillarse, pocas veces tenía la paciencia para quitárselo después. Crookshanks se enroscó junto a su vientre y ronroneó.

Hermione le rascó detrás de las orejas.

─Tú sí que estás a gusto ─murmuró y cerró los ojos─. Ha pasado tanto tiempo… y solo fue un episodio más en medio de una guerra horrible, ¿no debería afectarme, verdad, Crookshanks?

El gato se retorció poniéndose boca arriba, pidiendo caricias el muy caradura, imperturbable ante sus problemas.

No había esperado encontrarse a Malfoy aquella noche. Llevaba tiempo sin pensar en lo que había ocurrido en aquel entonces, había tratado de arrinconar los recuerdos traumáticos, de seguir con su vida y lo había logrado. Más o menos. Ver a Malfoy en persona había sido como regresar en el tiempo, como tener diecisiete otra vez, perdida en un mundo desconocido a la merced de fuerzas que desconocía.

«Esto es una compensación por una deuda de vida. Estamos en paz ahora».

«No estamos en paz. Dos veces. Te he salvado dos veces. No estamos en paz».

¿Qué había pasado con Malfoy exactamente en esos cinco años? El punto de libro no se movió de página aquella noche.