Lamento mucho mis publicaciones tan esporádicas.

Me gusta tener capítulos de sobra por si acaso se me pega la gana y lanzo un maratón JAJA.

Quiero mandarle un saludo, un abrazo a mi querida Cin-Fanfics, si me quitan sus reviews... No tendría a nadie que me las hiciera.


Medellín, Colombia.

Entre las cinco y las seis de la tarde, Kagura se encontraba trotando por las bellas calles de aquella gran ciudad del país sudamericano, ella estaba cerca a uno de los parques de la ciudad de la Eterna Primavera. La mujer se detuvo al divisar entre las sombras de una estatua de Simón Bolívar. Un escalofrío recorrió a la profesora de secundaria que sacó de su morral un abanico de estilo oriental, lo abrió y mientras esté se abría una suave brisa de viento le hizo danzar sus cabellos negros.

—No se esconda — Kagura caminó, dándose los aires de una dama peligrosa —, salga y dé la cara.

El viento rozó su rostro dónde sus ojos rojos vislumbraban el parque donde una que otra basura era transportado por el aire hasta llegar a quien sabe dónde. Temeraria, como de costumbre, se fue acercando a la estatua escuchando únicamente el sonido de sus zapatos deportivos pisar las hojas caídas de los árboles.

Su corazón palpitaba con fuerza, si bien ella era una demonio el miedo era inherente a la especie, pisó sin querer una bolsa vacía de frituras típicas de aquel lugar haciendo eco en el silencioso y solitario parque donde se encontraba. Con pasos lentos pero seguros iba acercándose con determinación a la estatua, el sudor recorría su frente y el ambiente frío de la madrugada.

Siguió caminando por la plaza sin dejar de observar aquella estatua hasta chocar con algo, tragó saliva al sentir el cálido contacto de aquel ser que no era inerte; bruscamente se alejó y lanzó una ráfaga de viento con su abanico y al darse la vuelta descubrió que esa persona era su hermano mayor, no de sangre sino adoptivo de Japón, Naraku Kagewaki. Kagura respiró aliviada al verlo allí de pie en su imponente porte de traje negro y corbata morada.

—¿Se puede saber por qué atacaste sin preguntar? — preguntó Naraku sin cambiar su expresión.

—Usted fue quien se me apareció de la nada, bobo — Kagura reclamó mientras lo empujaba y se calmaba —, es que me sentí observada. Algo me seguía.

—Si gustas puedo buscarlo — el hombre dejó que una avispa de posara sobre su hombro.

—No, creo que ya se largó ese tipo — la mujer de ascendencia colombiana se mantuvo al margen y luego volvió su mirada hacia su hermano adoptivo —, gracias. Por un momento creí que era un pillo de esos. No dé papaya porque ya sabe. Casi lo olvido, hoy no voy a trabajar, la mayoría de los colegas se fueron a paro yo no sé por qué y me importa un comino.

—Te espero en mi apartamento, cuando pase del mediodía que vengo con una resaca que no se la aguanta ni la mamá de Miruz — Naraku respondió con calma llevándose una mano a la cabeza.

A Kagura le desagradaba el verse involucrada con Naraku al momento de que este se ponía como loco con el trago, ella llevó los dedos al puente de su nariz y lo masajeó suavemente mientras Naraku se marchaba de la plaza. Aun así, la mujer no dejaba de ver la sombra, que hasta hace unos instantes, la observaba con detenimiento.

Estaba preocupada... mucho por esa extraña silueta que la observaba.

(...)

Tokio, Japón.

Aquella extraña camioneta llevó a Koga por una autopista con los ojos vendados, el olfato del lobo le ayudó a encontrar a uno de sus captores y le propinó un fuerte puñetazo al hombre que estaba a su lado.

Con fuerza rasgó las vendas y vio a los dos sujetos, un hombre cercano a la tercera edad vestido con una sotana y un joven que él conocía de antes que era el mismo estaba a su lado. Del conductor no podía sacar demasiadas conclusiones acerca de su apariencia puesto que este no se le veía la cara ni siquiera por el retrovisor.

—Oye Koga eso dolió — masculló el chico de peinado extravagante.

—Ah, Ginta... eres tú — Koga respondió sin ganas —¿dónde está Hakkaku?

—Ese es el problema, Joven Koga — el de la sotana, es decir, sacerdote que iba en la parte trasera lo observó con seriedad y calma —. Hace unos días Hakkaku fue raptado, y también uno de los nuestros.

De nueva cuenta, los ojos azules de Koga se pusieron en la cruz que llevaba colgada en el pecho, aquella insignia tenía en todos sus brazos una terminación en forma de diamante; el color predominante en esa cadena era el dorado, y el palo central de la cruz era de un tono plateado intenso que brillaba bajo las tenues luces de la carretera.

—Perteneces a la Legión Gris — Koga afirmó.

—¿Disculpa? — el sacerdote preguntó intrigado.

—Así le llamaban a un grupo de caballeros en la Europa del siglo XVI para cazar vampiros — mencionó el lobo —, fue en el siglo XVII cuando el Papa Inocencio X la abolió el 26 de enero de 1631 y cambió su razón de ser.

—Veo que estás enterado, Koga — el padre respondió con calma —, la Legión Gris cambió de razón cuando el Papa Inocencio X, ahora se encarga de proteger las criaturas sobrenaturales. ¿Conoces los Juicios de Salem?

—Sí, fueron persecuciones a muchas mujeres inocentes acusadas de brujería en la Norteamérica colonial británica — mencionó con seriedad el de cabello negro —. Hubo rumores de que un Presbítero protestante acogió a varias de esas mujeres en un convento a las afueras de Nueva Amsterdam más tarde conocida como Nueva York.

—Me impresionas — alabó el religioso dándole un aplauso —, el punto es que secuestraron a tu amigo Hakkaku, informes de monjes y sacerdotisas de los templos sinto nos mencionan que están en una mansión afuera de Tokio.

—Varios de los descendientes de esas brujas viajaron al Japón de la era Taisho — Ginta tomó la palabra —, no eran en sí criaturas sobrenaturales como nosotros sino más bien mujeres y hombres que tenían conocimientos de medicina avanzados para su época.

Por la ventana del parabrisas Koga vio uno de los perros de Raquel Grau corriendo por la avenida desolada sin un alma que la recorriera debido a su mal estado y falta de pavimento.

—¡Detén el auto! — exclamó Koga levantándose del asiento —¡Que no escuchas, detén esta maldita cosa!

El conductor frenó de golpe haciendo que Koga perdiera el equilibrio y se golpeara contra el cristal que separaba la cabina del conductor con la parte trasera del carro, eso a él le dió igual y salió de la camioneta por la parte trasera llevándose a su paso la puerta del vehículo.

—Ese perro — él habló con seriedad acercándose al can —. Mire esto, padre.

Koga le quitó al animal una caja de tamaño pequeño que no superaba los quince centímetros de largo y ocho de espesor, estaba hecha de una madera de roble pintada de un marrón oscuro y un brillo intenso delataba que no era muy antigua, o bien, estaba muy bien cuidada por quién fuera su dueño.

—Esto tiene un olor peculiar — Koga olfateó la caja —, huele a hierbas medicinales, incienso y madera de cerezo quemada.