El silencio atronador de la noche en aquellas afueras de la ciudad era únicamente opacado por el sonido del carro que se dirigía a la dirección donde se hallaba Hakkaku; Ginta observaba en completo silencio la carretera abandonada por cualquier alma y más a esas altas horas de la noche, pronto el conductor del carro tomó una ruta de una vía en terracería.
—Terrance ¿por qué nos desviamos? — preguntó el cura confundido.
El aludido, el conductor que resultaba ser un joven humano albino de ojos rojos se giró para apuntarles con una pistola de calibre cincuenta. Koga inmediatamente entendió que le habían tendido una trampa, pero al notar como en el rostro del sacerdote se reflejaba el temor a ser asesinado en ese lugar, dónde nadie sería capaz de encontrarlos pronto.
—¿Por qué haces eso?
Koga inmediatamente se puso entre el padre y el conductor, su corazón latía a un millón por hora y pese a tener más de un milenio de edad, aún podía percibir como su sudor frío recorría su rostro dándole una apariencia perlada.
—Amigo, baja esa cosa que puedes lastimar a alguien
Ginta, aprovechándose de la situación, pateó la puerta trasera de la camioneta arrancándola de las bisagras que la sostenían al vehículo y allí, en plena huida se oyó de súbito un disparo, y el olor a sangre invadió el ambiente. El chico de peinado extravagante miró por sobre su hombro y vio al sacerdote inerte, con la cara desfigurada por el disparo de aquella pistola de alto calibre.
—Los siguientes serán ustedes — gritó el conductor.
Con rapidez Koga salió del automotor corriendo de prisa por el empantanado camino de tierra, lograba esquivar las balas fácilmente al ser una criatura sobre natural, sin embargo el olor que empezó a emanar ese siento le dio escalofríos. Ginta corrió hacia su jefe, mientras olfateaba el aire como si algo en el ambiente hubiera cambiado.
—Van a morir aquí — mencionó el conductor apuntando con su arma.
—Ginta vete de aquí — ordenó Koga —ese sujeto no es normal.
—¿De qué hablas Koga? — preguntó su acompañante.
—Ya te dije — el pelinegro respondió fríamente —, ¡vete! Busca a Hakkaku.
Ginta accedió con cierta desconfianza a la petición de su jefe alejándose lo más que pudo logrando percibir en el aire el aroma de su compañero Hakkaku, Koga tronó sus nudillos y frunció el ceño confirmando, de esta manera, que habría una pelea allí y ahora.
—Hueles a gasolina — mencionó Koga.
Del asiento del conductor aquel sujeto sacó un bidón de gasolina confirmando las sospechas de Koga, el lobo arremangó las mangas de su camibuso dejando ver dos brazaletes negros, finalmente el presionó una especie de botón en ambos provocando que un par de garras se desenfundaran de estos.
—Así que no vas a responder — Koga mantuvo serio su semblante.
Solo faltaba una pequeña chispa para que aquel polvorín explote irremediablemente y esos dos hombres se pusieran a pelear, el albino bebió, o eso era lo que Koga veía, el combustible e instantes después vio como de su boca salía una llamarada de gran alcance que quemaría todo a su paso. El lobo apenas pudo esquivarlo y pese a que apenas y rozó con una de sus dos garras de acero, la de su lado izquierdo, fue suficiente la temperatura para dejarla al rojo vivo.
Lejos de representar una dificultad para él, Koga usó ese recurso a su favor atacando rápidamente a aquel sujeto que lo esquivó dando una voltereta hacia atrás sobre su eje. Cómo si hubieran sido invitados a un festín de carne podrida en medio de un basurero, docenas de pequeños insectos que se iluminaban al contacto con el aire. Koga rápidamente los evitó dando un salto de poco más de seis metros de altura mientras su energia demoníaca se acumulaba en las armas.
De un sólo zarpazo destruyó gran parte de los insectos y por milímetros, una cuchilla hecha de energía, le rozó el rostro al asesino del sacerdote.
"Es muy fuerte, si ataco podría salir mal. Ni siquiera mis insectos de fuego le hicieron algo" el conductor miró a todos lados y allí vio a Ginta cargando a Hakkaku "ya volvieron. Tengo una idea"
Cuando el sujeto se dió la vuelta pudo percatarse que Hakkaku y Ginta estaban completamente indefensos, y entonces allí aprovechó para lanzar la llamarada por su boca siendo esta todavía más potente que la que le lanzó a Koga. Los dos chicos lobos no tuvieron tiempo de reaccionar y recibieron de lleno el fuego infernal de ese hombre.
—¡Cobarde! — Koga exclamó furioso —¡yo soy tu maldito oponente!
El sonrió complacido mientras que detrás de él un portal se abría y varias raíces de un árbol lo absorbían a su interior al tiempo que Koga se debatía si perseguir a ese maldito asesino o salvar a sus amigos. En su encrucijada moral había perdido la posibilidad de ir tras él y por fin averiguar de una buena vez por todas quién era el responsable de todos los asesinatos.
Un ave de rapiña atrapó un ratón en el bosque donde estaban todos los involucrados, sus enormes y redondos ojos más que estar centrado en su presa parecían vigilantes a la situación. Cuando mató a su presa, se la llevó dejando tras de sí unas cuatro plumas que cayeron al suelo cerca de donde estaba Koga gracias a la ventisca que soplaba allí.
—Koga... — Ginta lo miró, su cuerpo estaba lleno de quemaduras de tercer grado casi en un 40 porciento.
Hakkaku estaba en mejores condiciones pero aun con todo eso sus ojos terminaron gravemente dañados, Koga ya no soportaba ver eso y de inmediato tomó su celular y llamó a un número privado. Sólo le quedaba rezar por la salud de sus amigos ya que ambos sufrieron graves daños en gran parte de su cuerpo.
El tiempo, que aunque hayan sido poco menos de quince minutos en lo que un helicóptero llegaba al rescate de los tres, a Koga le parecían horas. Quizá estaría viendo a sus amigos morir otra vez, una segunda muerte de la que él se sentía culpable, cuando sintió el viento impulsado por las hélices del helicóptero, pudo sentir un poco de alivio en su afligido corazón.
Con sus manos hizo señales llamándole la atención a los miembros del equipo de emergencias, rápidamente dos ambulancias entraron por aquella carretera en terracería y de ellas se bajaron cuatro paramédicos con camillas, cargaron a Hakkaku y Ginta y sin perder más tiempo, se los llevaron al hospital.
Durante el trayecto Koga sacó su teléfono celular y marcó el número de Sesshomaru.
—Hola, Taisho. Habla Koga — dijo el lobo con una voz seria llena de preocupación —. Creo saber quién está detrás de estos asesinatos. Te veo en el hospital, te mando la dirección porque Ginta y Hakkaku terminaron lastimados.
