No entendía la razón de aquella expresión de desagrado por parte de su compañera. Cada vez que se miraba frente al antiguo espejo, su reflejo le sonreía apremiante.

Su madre y una que otra novia fugaz recalcaban que la calidez en sus ojos era su más grande atributo. Pero a veces, las palabras no eran suficientes. Si nunca provenían de ella.

Bien era conocido que su nuevo corte de cabello era el más popular en la región. El estilo militar comenzaba a apreciarse entre los hombres de la Legión de Reconocimiento y en la capital. Incluso, Hange Zoe bromeaba en cortar su desordenado flequillo a cambio de un peinado como-el-que-todos-usaban, y con un poco de suerte, atraer a un titán a las orillas del cuartel para trabajar en futuros experimentos de investigación.

Y ahí se encontraba, frente a ella, con su más radiante sonrisa. Había procurado cepillar sus dientes con más detenimiento y en pulir sus botas hasta que rechinase.

Era un tipazo, ¿no?

Pero lo único con lo que se encontró fue con un lento suspiro de decepción por parte de la joven.

—Al capitán Levi no le agradará verte.

—¿Qué dices, Petra? Si a los héroes como él les fascina que las personas les besen los pies. —Era una exageración, pero se entendía. —Ya ves cómo se pone el comandante Smith con tanto halago.

—Él es diferente. —refutó ella a la defensiva. Visibles ojeras adornaban su rostro, síntoma de la falta de sueño proveniente del catarro que había contraído en una noche lluviosa, varios días atrás.

O quizá, había amanecido de malas. Si bien Petra era la mujer más gentil que conocía, eso no significaba que tenía sus momentos.

Últimamente le era más difícil complacerla, o sacarle una sonrisa. Como en los viejos tiempos. Cuando ambos apenas eran unos chiquillos, soñando que salvarían el mundo una vez se alistaran a la policía militar. Pero todo cambió cuando los gigantes atacaron de sorpresa su vecindario.

Petra no lo sabía, pero en aquel día, Oruo pudo divisar a aquel hombre de baja estatura y cabellos oscuros destazar a los titanes en dos partes frente a sus ojos, mientras sus familias escapaban a un lugar más seguro. Gracias a él, su familia seguía con vida. Al menos por un tiempo, hasta que el momento indicado de partir les llamaría.

La familia de Petra no tuvo la misma suerte.

Las circunstancias les hicieron llegar hasta lo que se habían convertido, en soldados por una causa humanitaria. Con ello, un nuevo sentido para luchar hacia un fin con una recompensa, que sería recordada por muchos en un futuro.

Era suficiente con las miradas de los chiquillos que le admiraban en las calles, una que otra sonrisa esperanzada de una mujer de la tercera edad, las risas de sus compañeros al celebrar una victoria, los bonos de salario extra que el comandante Smith lograba adquirir para sus soldados a final de año para abastecer a sus familias, la adrenalina correr por su ser al obtener una victoria por sí mismo y ver la expresión de aprobación por parte de su superior.

Valía la pena estar en el camino correcto.

Aun así, algo no le convencía cada vez que Petra se le escapaba de las manos, por lo que no dejaba de tener un extraño presentimiento.

—Petra…

—¿Sí? —preguntó la joven mientras acomodaba una cubeta con agua del pozo en sus manos, mientras ambos caminaban rumbo a los establos.

—¿De verdad me veo terrible? —era irónico, sentirse pequeño ante sí mismo. Necesitaba saberlo, o quedarse en una eterna incertidumbre de ignorancia y engaño.

Esta vez, Petra sonrió.

Tal vez era su orgullo que cegaba su desengaño, y no pudo más que darse por vencido una vez ella le acarició el cabello.

—Te queda bien.

Así es ella, genuina y gentil. Incapaz de mentir. Era muy difícil no dejar de querer a Petra Ral.

Se dio por satisfecho una vez ella comenzó su camino rumbo a los establos, pasando por inadvertido que eran supervisados a una distancia no muy lejana.

.

.

El escuadrón esperó al capitán a altas horas de la noche en el comedor principal, expectantes ante la llegada del elemento que debían supervisar por órdenes del comandante.

Sin embargo, la orden pareció demorarse. Eventualmente los hombres se retiraron a descansar a excepción de Petra, que yacía sentada en una silla en señal de alerta.

Pensamientos triviales y añoranzas nublaron su pensar, mezclado con el quieto puntero del reloj y finalmente durmió.

Nunca se supo cuánto tiempo transcurrió, hasta que sus ojos se abrieron alarmantes y en señal de defensa, estuvo a punto agredir a aquel par de brazos que la rodearon de la nada, hasta caer en cuenta que era el capitán mismo, guiándola hacia lo que parecía ser su habitación.

Sus gélidos ojos le ordenaron que no hiciera ruido alguno, hasta llegar a la alcoba y en cuestión de segundos, la situó en una silla.

Petra fue lo suficientemente ágil para no dejarlo ir en cuestión de segundos, cerrando la puerta en un golpe.

—No me asuste así, capitán. —dijo la joven confundida.

—No te desgastes por mí. —respondió el capitán Levi, mencionando sus malos hábitos de preocuparse de más por él, los cuales se volvían frecuentes.

¿Pero si nadie más lo hacía, de donde encontraría la fuerza cuando la perdiese? ¿Acaso el hombre más fuerte de la humanidad no tiene el derecho también?

—Todos los estuvimos esperando.

—Es difícil ganar una batalla contigo, Ral.

El hombre evadió su mirada, fijando su vista al suelo.

—¿Qué pasa, capitán? —preguntó Petra, al notarle un poco monótono. No es que fuese la persona más emotiva que conociese, pero se le notaba más callado de lo habitual.

El extraño silencio que se evocaba en su habitación era una muestra de ello.

—El mocoso está en el sótano.

Oh.—Vaya forma de anunciar noticias.

—Es Erwin.

—¿Hay algo que debamos saber?

Esa era la táctica, el hablar en plural, como una unidad. Una casi familia. No le agradaba el hecho de que por la disfuncional dinámica que compartían, ella obtendría un beneficio a favor. Pero si existía algo que a ella le desagradaba, eran los secretos.

No te lo tomes tan en serio Petra, es trabajo después de todo.

Uno que podía costarles la vida.

¿Con qué argumento podría confrontar si apenas conocía de él, y a la vez, sentía que conocía mucho más que todos aquellos que le admiraban?

—No.

Una respuesta nada novedosa, por lo que Petra frunció el ceño en reproche. Si tan solo no se preocupara de más…no ganaba nada en atraer su atención, o al menos en hacerle ver que a ella le importaba.

El capitán Levi se acercó frente a ella e indicando con su dedo pulgar, musitó con brevedad.

—Debes limpiar eso.

Al observar con detenimiento el lugar proveniente de su chaqueta uniformada, emitió un gruñido de vergüenza.

Remanentes de saliva de caballo.

¿Cómo no se había dado cuenta de ello?

Los ineptos de sus compañeros no dijeron nada.

Petra cubrió su rostro con sus manos, abatida.

—Pero quiero intentarlo.

Tal fue su sorpresa que el capitán sujetó el material de la chaqueta por la espalda hasta lograr quitarla, y en un abrir y cerrar de ojos, salió de la habitación. Sin duda alguna, sería el uniforme más pulcro en toda la legión al día siguiente.

Con las mejillas sonrojadas y una calidez que se infundió en su corazón, ella le siguió.

.

.

Si tan solo no hubiese decidido quedarse dormido, aquella noche hubiese descubierto la razón de la cual ella lo había cambiado.

Aunque sí era honesto consigo mismo, el capitán nunca tenía competencia.

Ya lo sabía, pero su egocentrismo era mucho más fuerte. Después de todo, el orgullo y los sentimientos tienden a ser destructivos, sin que uno se dé cuenta.

Hasta que ya es muy tarde.


A/N: Oruo es un personaje que me costó muchísimo tenerle cariño. Creo que aún tengo sentimientos encontrados, pero el tipo es, en definitiva, un personaje muy leal a su manera.

Generalmente las ideas fluyen por sí solas, espero que tenga un poco de sentido.

Muchas gracias a los lectores y los que dejan reviews por su paciencia e interés por este fic. ¡De verdad me impresionan!