Pocas eran las veces en las que se podía observar a Akashi Seijūrō realmente emocionado. Kuroko, quien conocía mejor a toda la generación de los milagros, podía ser testigo de solo dos ocasiones en las que vio al pelirrojo sumamente feliz. La primera fue en aquella evaluación de práctica donde superó todas sus expectativas, la otra fue cuando descubrió la relación que mantenía con el castaño.
Pero, claro, lo último Furihata no lo sabía. De hecho, para él era extraño que Akashi continuara toqueteando la mejilla donde Nijimura acarició minutos atrás.
Conocía a su pareja, Akashi se emocionaba por la mayoría de las cosas que estuvieran relacionadas con él, sus alimentos preferidos, su juego favorito pro excelente o simplemente la victoria. Sabía perfectamente que cuando sonreía y cerraba los ojos con fuerza significaba que algo le había agradado, justo como lo hacía en ese momento.
Seguían parados en la salida de la secundaria anfitriona, con Akashi suspirando y cerrando con mucha fuerza sus ojos viendo en la dirección que Nijimura se fue. La presión en su pecho y el revoltijo en su estómago eran señales suficientes de que a Furihata no le agradaba la situación.
Akashi comenzó a caminar de regreso a las bancas donde el equipo de Teiko tomaba el almuerzo y él lo siguió.
Algo no estaba bien con Nijimura. Todas sus acciones con Akashi daban a entender que le estaba cortejando, con sus caricias y palabras bonitas lo estaba logrando, pero para Furihata no era así.
No por que estuviera realmente celoso de la perfección del capitán de Teiko, aunque tal vez habría algo de eso. Sino que, si lo observaba lo suficiente, sus ojos no transmitían ese sentimiento que él, cada que veía a Akashi, lo encontraba en sus carmines ojos. No le gustaba esa sensación de que Akashi estaba siendo manipulado.
Y si así fuera, ¿cómo era capaz Sei de mantener una relación cordial con aquel que, supuestamente, jugó con sus sentimientos?
Llegando con los demás milagros y con Akashi sentándose entre Midorima y Murasakibara, negó con la cabeza. Se estaba dejando llevar por sus sentimientos y conclusiones apresuradas que olvidó, por completo, que se encontraba en un sueño.
Serían sus inseguridades hablando, el pequeño Sei y todos los demás no existían.
—¿Todo bien, Akashi?
Escuchó a Midorima preguntar. Este miraba con algo de curiosidad el rostro sonriente del vicecapitán, siendo también percibido por el Murasakibara a su lado. Akashi lucía pleno, levemente sonrojado.
—Aka-chin, ¿tienes calor? —la mano de Murasakibara le tomó la temperatura por la frente. Estaba caliente, pero no lo suficiente para ser alarmante.
Si todo aquello era un sueño, algo que su mente estaba creando, no entendía de dónde había sacado la información para hacer que Midorima se sintiera increíblemente molesto con las atenciones de Murasakibara a Akashi.
Seirin observó el juego de Shōtoku contra Rakuzan, él estuvo presente pues, minutos después jugarían contra el equipo que ganara. ¿Fue la intensidad del enfrentamiento entre ambos ases que lo llevó a pensar así? Que su mente haya desarrollado la errónea idea de que entre Midorima y Akashi pasó algo en secundaria y, por ello, se comportaban así durante el juego.
Debía admitir que, ignorando el juego, sus interacciones eran confusas. Akashi lo trataba con arrogancia, casi con lástima, mientras que Midorima parecía recordar algo que nunca tuvo.
Hasta llegó a sentirse mal por el Takao en la cancha, que veía a ambos dolido.
—Estoy bien —respondió el pelirrojo, acabándose su almuerzo y guardando las cosas en su bolso, dejando a fuera la lata de café que le había entregado el de lentes anteriormente—, ¿Kuroko y Aomine aún no regresan?
Midorima negó, aun compitiendo con Murasakibara en una intensa batalla de miradas que Furihata observaba ansioso creyendo que en algún momento esos dos saltarían a golpes.
Akashi suspiró luego de voltear a su alrededor, buscando a los mencionados sin encontrarlos. Quería hablar con Kuroko sobre su juego antes de regresar y jugar el segundo partido, pero al parecer tendría que hacerlo en las bancas.
Interrumpió la silenciosa discusión de sus compañeros al levantarse.
—Vamos, ya casi es hora.
Furihata alcanzó a ver cómo Midorima y Murasakibara también se levantaban de las bancas cuando el ambiente a su alrededor empezó a desvanecerse. Tanto el edificio atrás de ellos como las macetas alrededor se deshicieron tal cual pixeles en una hilera hacía arriba. Como si fuera un marco, las orillas de su vista se desvanecían en negro, uniéndose en el centro de la imagen.
Para su suerte, la casa de Haizaki no quedaba tan lejos de la secundaria donde se llevaba a cabo la primera etapa del torneo, por lo que no le fue complicado llegar en cuestión de minutos. Aunque tenía el permiso del entrenador de llegar tarde al siguiente partido, no le gustaría perderse el juego.
Pese a ser la primera vez que iba a casa del menor no llegó a perderse. Era tal y como el entrenador Sanada se la había descrito, un edificio de departamentos humilde, de no más 5 pisos en total. Según el adulto, Haizaki vivía en el piso 3 con su madre y su hermano mayor.
Tenía sentimientos encontrados.
Al contrario de lo que se pensaría, venir por Haizaki hasta su casa era una completa molestia. Su nula responsabilidad al club le hacía hervir la sangre, lo poco comprometido que estaba con el deporte sumado a su actitud tan grosera eran los requisitos suficientes para que Nijimura lo moliera a golpes.
Solo que, últimamente, la idea le estaba empezando a gusta más.
No supo en qué momento fue, pero comenzó a sentir algo por Haizaki. El chico era difícil de querer, pero a Nijimura le gustaban las cosas difíciles. Sabía que, en el fondo, no era el tipo rudo por el que se quería hacer pasar.
Akashi, por el contrario, era el chico ideal del cual su padre hubiera querido que se enamorara. En realidad, su padre hubiera preferido una chica, pero en su estado solo esperaba que su hijo fuera feliz.
¿Qué diría si le confesara que sentía cosas por el delincuente de primero?
Suspiró, recordando lo ocurrido con el pelirrojo antes de encaminarse al departamento de la familia Haizaki.
El número 307 marcado en la puerta al final del pasillo le avisó que ya había llegado a su destino. Estaba a punto de tocarla cuando una mujer salió del interior, vistiendo unas sencillas ropas de oficina y una decente bolsa de cuero colgando en su hombro. Los preciosos ojos grises le vieron confundidos, antes de enfocarse en el logo de su uniforme deportivo para brillar emocionados.
Haizaki era, definitivamente, una calca de su madre en versión masculina. Nijimura se preguntaba si su hermano se parecería a ella o al desconocido de su padre.
—Ah, ¿eres compañero de Shōgo? ¿Vienes a ver cómo está? —Nijimura asintió, sintiendo pesado el pecho por la honesta preocupación de la mayor. Sus ojos, brillantes, eran soportados por unas enormes bolsas amoratadas que contaban todas las noches en vela por las que la madre de familia había soportado.
—En realidad, soy su capitán —aclaró Nijimura, haciendo después una reverencia —. Nijimura Shūzō, un gusto.
La mujer le sonrió, tan cálidamente que le hizo extrañar a su propia madre.
—Es agradable saber que Shōgo tiene amigos que se preocupen por él —notó, con preocupación, la mirada de tristeza que hizo la mujer al comentar aquello —. Ha estado encerrado en su habitación toda la mañana, solo he venido a dejarle lo necesario antes de regresar a la oficina.
La mujer se apartó de la puerta, dándole acceso al azabache. Observó la hora en el reloj de su muñeca, retomando la prisa con la que había salido de departamento desde un principio al percatarse lo tarde que era.
—No se preocupe, señora, solo indíqueme cuál es su habitación y yo me haré cargo de él. Vaya tranquila, y buena suerte en el trabajo.
Le sonrió, tratando de ignorar que los ojos grisáceos se humedecieron a punto de llorar. Se le veía cansada, Nijimura podía apostar que no serían las primeras horas extras que hacía en la semana.
La mujer se despidió, indicándole cual de todas las puertas era la habitación de Shogo antes de agradecerle y salir corriendo a la oficina.
El hogar de los Haizaki era ordenado. Pese a eso, podía notarse que la sala de estar era el lugar menos concurrido, los sofás estaban extrañamente nuevos y, la televisión en el fondo estaba cubierta por una fina capa de polvo, denotando que nadie la usaba en semanas.
En el centro, sobre la mesa cafetera, encontró una bolsa de la farmacia más cercana que llegó a ver en el camino. Inspeccionó el interior, enojándose al encontrar montones de medicamentos nada baratos dentro.
Eso sumado al increíble y delicioso olor que provenía de la cocina que le recordó que no había comido el almuerzo aumentó la molestia en su pecho.
Caminó hacia la habitación de Haizaki, entrando en ella sin tocar. Con un videojuego en la televisión se encontró al menor aun en pijama, acostado sobre su ya tendida cama. Obviamente más fresco que una lechuga.
—Levántate.
La cara de Haizaki se volvió blanca al verlo, el juego declaró un enorme Game Over antes de que la habitación se quedara en silencio.
—¿Qué haces aquí?
Nijimura lanzó a la cama la blanca bolsa que antes había amarrado y se dirigió al armario en silencio. Haizaki, todavía pálido y preguntándose como el mayor sabía su dirección, toqueteó la bolsa hasta abrirla. Frunció los labios al ver el contenido.
—Tienes una gran madre, se preocupó tanto por ti que vino a dejarte eso y te preparó el almuerzo.
Nijimura encontró lo que buscaba, el uniforme deportivo de Teiko. Se giró y le aventó las prendas a la espalda del alero, que seguía viendo la bolsa. Nijimura no podía ver su rostro, pero esperaba que se sintiera mal.
—¿Qué haces aquí? —repitió.
—¿Tú que crees? —sentía ya la vena hacerse presenten en la frente —Vine por ti, tenemos partido.
Escuchó al menor bufar, pero después le vio levantarse de la cama y comenzar a vestirse. Resignado, sabiendo que de todos modos acabaría yendo al partido, la única diferencia era si lo hacía con o sin golpes.
Nijimura rodeó la cama, tomando la bolsa para abrirla y empezar a sacar uno a uno los medicamentos e insumos, colocándolos sobre la tendida colcha en hilera. Haizaki lo observó, con el entrecejo fruncido en lo que Nijimura pensó era molestia.
—¿Cómo supiste mi dirección?
—Sanada me la dio.
La risa de Haizaki le dijo que el menor ya suponía aquello. Nijimura acabó de acomodar los medicamentos en la cama. Antigripales, para el dolor, la congestión nasal, incluso había gasas para bajar la temperatura, Haizaki debió haber gritado del dolor para que su madre comprara todo eso.
—¿Cuántas veces a la semana tu madre hace horas extras? —Shōgo le desvió la mirada, colocándose la camisa de manga corta por encima de la sin mangas con su número.
—Eso no te importa.
—¿Perdón? —juró ver a Haizaki temblando por un momento.
—Que hayas conocido a mi madre hace un momento no te da derecho a juzgarme, imbécil.
Nijimura no lo soportó más. Acorraló a Haizaki en la pared más cercana, con el seco golpe llenando la habitación. Ver a su madre así de acabada le recordó su padre. ¿Haizaki de verdad era tan mierda para mentirle así a su madre, sabiendo que ella se mataba trabajando para que él y su hermano lo tuvieran todo?
Desconocía el porqué de la ausencia de su padre, era algo tan intimo que ni los profesores lo sabían. Lo único que tenía seguro es que, después de quedarse sola, su madre había hecho hasta lo imposible por sacarlos adelante, así lo gritaban sus arrugas por estrés y sus profundas ojeras.
Él lo tenía presente, pero el menor bajo sus puños parecía que no.
—Te pregunté que cuántas horas extras ha hecho tu madre esta semana —carraspeó Nijimura, manteniéndole la indiferente mirada gris. Aunque se parecía a ella, era asquerosamente distinto—. Ni siquiera has olido la comida que te preparó, ¿verdad? ¿¡No te sientes ni un poco miserable al mentirse así!? ¡Estás sano!
Haizaki le mantuvo la afilada mirada y pasó saliva. Odiaba reconocer que, esta vez, el mayor tuviera razón. Le echó un vistazo a la hilera de medicinas en su cama, eran buenas marcas. Ese acto no pasó desapercibido por el capitán.
—Sí, son las más costosas —comentó Nijimura, como si leyera su mente. Una afligida mueca se posó en el rostro del grisáceo, quien miraba ahora el suelo con los labios apretados. Seguía molesto, y no solo por las mentiras de Haizaki, sino porque el pensar en su padre lo alteraba —¿Cuándo fue siquiera la última vez que ella durmió sus ocho horas diarias? —preguntó, con una voz más suave, con una lástima que al chico le causó conflicto —Si yo fuera tú, Hai-
Sin embargo, una sonora risa calló su intento de sermoneo. Haizaki comenzó a reírse en su cara, como si no hubiera estado dolido apenas unos segundos. Nijimura alzó la ceja, sintiendo la indignación reemplazar la confusión en su pecho.
—¿Si tú fueras yo? —gruñó —¿Vas a venir tú a darme lecciones de moral? —con una sonrisa cínica, Haizaki apartó los puños de su camisa, quitándose al confundido Nijimura de encima —¿No eres tú el que está haciéndole creer a la puta pelirroja que lo quiere cuando vienes a mí para querer cogerme?
El rencor se oía en su voz. Ahora era Nijimura quien miraba el suelo, dolido. Tenía razón. Incluso antes de llegar ahí había jugado con los sentimientos de Akashi una vez más, importándole poco que aquel chiquillo le mirara sumamente enamorado.
Se daba golpes de pecho mientras por detrás ahorcaba al vicecapitán con una invisible soga.
Haizaki le miraba con desdén, con la conversación ganada cerca. ¿Qué podía refutar en su contra? Sí lo que decía era verdad.
Pronto el grisáceo tomó su bolso y acomodó sus pertenecías dentro, mientras que un cabizbajo Nijimura le observaba.
—Akashi no es asunto tuyo —Haizaki se detuvo —, lo de tu madre…
—Mi madre no es asunto tuyo.
Quizá Haizaki tenía razón. Se estaba tomando demasiadas libertades con ella, tomando en cuenta que la conoció minutos atrás en una interacción de apenas unos segundos. Pero era inevitable verla y no pensar en su padre. ¿Y si ella acababa igual? ¿Qué haría Haizaki y su hermano?, si él con su madre ya se sentía perdido.
Apretó los puños.
—No sabes cuándo se irá, Haizaki. ¿Qué harás cuando ella te haga falta?
Él tomó su bolso y le miró. Nijimura pudo apreciar una vez más los preciosos ojos grises de la familia volverse brillosos.
—Lo mismo que hago ahora, sobrevivir sin ella.
Nijimura tuvo el impulso de tomarle del brazo cuando pasó a su lado, recibiendo de costumbre el entrecejo fruncido del menor. Aquel comentario había sonado tan solitario.
—Tienes razón, no soy quién para darte lecciones de moral. No soy tan diferente a ti después de todo —apretó más el agarre al sentir como Haizaki se intentaba zafar —. Solo estoy jugando con otra persona cuando el que me interesa eres tú.
El forcejeó se detuvo. Ahora era Nijimura quien le veía con esa expresión que tanto detestaba, una de un cachorro abandonado o de un niño apunto de sollozar, dolido. ¿De qué? Se preguntaba Haizaki, con dicho pelirrojo rodando su mente.
Nijimura recordaba a aquella chica con la que el menor se había largado. La sonrisa arrogante con la que lo vio, restregándole que lo abandonaba por otra. No era tonto, sabía que no era el único con sentimientos a flor de piel, solo que él sí los estaba aceptando.
—Suéltame —exigió Haizaki. Molesto, asqueado por esa expresión, por las palabras dichas por el mayor. Sintió aquel agarre hacerse más fuerte en su antebrazo —. Que me sueltes, imbécil…
Honestidad era algo que Nijimura no podía exigir. Pedirle, rogarle, que fuera sincero con sus sentimientos era una petición muy cínica, tal vez por ello Haizaki le juzgaba tan cruelmente en ese momento, mientras su mano trataba de deshacer su agarre.
¿Por qué sentirse con el derecho de pedir sinceridad cuando estaba mintiéndole tan descaradamente a Akashi?
Haizaki soltó un suspiro cuando su brazo probó la libertad. Masajeó la zona, algo irritada por la fuerza usada. Ese idiota tenía una fuerza brutal.
Quiso encararlo, reclamarle un poco más, pero la mirada de Nijimura fija en el suelo, con ese estúpido deje de tristeza, le hizo retractarse. Chasqueó la lengua ante el breve pensamiento de sus labios, no los necesitaba.
—Ya larguémonos de aquí, tu novio te ha de estar esperando.
Nijimura fue el primero en abandonar la habitación, sin cruzar miradas en esos orbes grises que le volvían loco.
"Pero siento que los deben aprovecharla son quienes luchan por sus deseos."
Cálidas y fuertes, las palabras de Aomine se repetían en su mente una y otra vez a medida que se acercaban a al gimnasio anfitrión.
La presión en su pecho se había vuelto más fuerte, pero a diferencia de la presión de la mañana esta se envolvía en un agradable calor que le motivaba. Aomine estaba confiando ciegamente en él, puso toda su confianza en un novato cuyo juego estaba en desarrollo, aun si el más mínimo fallo significaba salir del equipo.
Pero Aomine estaba seguro de que eso no pasaría.
Se preguntaba cómo es que el moreno llegó a tenerle tanta fe en pocos meses. ¿Será por qué él lo había acompañado paso a paso? ¿Por qué fue testigo de sus avances?
Mirándolo ahora, comiendo apresurado su pan con relleno a teriyaki, no hizo más que sonreír. Toqueteó su pecho, el corazón le latía a mil por hora de los nervios. Con las náuseas brillando por su ausencia, se sintió seguro. Aquel partido sería diferente.
No podía defraudar a Aomine.
Llegaron con los demás integrantes del equipo. Aomine, terminando el último bocado de su almuerzo improvisado, comenzó a alistarse para salir a jugar, junto con los demás titulares. Kuroko no hizo más que quitarse la chaqueta, dejándose la camisa blanca de mangas cortas. Consciente de la mirada que el entrenador Sanada le daba.
Sería iluso de su parte creer que saldría en el primer cuarto. Quizá Nijimura saldría nuevamente a abrir el juego. Entonces cayó en cuenta de la ausencia del capitán.
Aunque no fue el único que se percató de aquello.
—Por cierto, ¿y el capitán? —Aomine preguntó, intercalando sorbos de una botella de agua que le pasó otro chico de primero.
—Debe estar a punto de regresar.
Sekiguchi Tōru, uno de los superiores de tercer año, justo aquel rubio cenizo que le recibió en su ingreso al primer grupo. Supo su nombre después de que Sanada se los presentara formalmente. Le respondió a Aomine y continuó ayudando a los otros chicos de primero con las toallas y bebidas. Eran en lo que podían ayudar mientras los de primero se lucían.
Las puertas del gimnasio se abrieron, dejando pasar al azabache protagonista de la anterior conversación. Arrastraba, brillante, a un individuo perteneciente al equipo. Kuroko no logró ver de quién se trataba, pero sí captó la leve sonrisa que Akashi dejó escapar antes de ocultarla bebiendo agua.
—¡Oigaaaan! ¡Ya lo traje! —canturreó Nijimura, casi con unos brillos imaginarios revoloteando por su cabeza —Vamos, saluda.
Cuyos brillos imaginarios terminaron por quebrarse cuando el mayor alzó, dolorosamente, desde el cabello al individuo. Entre todos los moretones y la hinchazón, el equipo de Teiko encontró a un derrotado Haizaki. Rasguños y marcas se dejaban ver en el desnudo hombro que sus desordenadas ropas descubrían.
Era increíblemente doloroso la forma en que Haizaki intentaba saludar.
Sin embargo, a Nijimura no pareció importarle su dolor. Kuroko se alzó de hombros, cada vez más acostumbrado a ese tipo de interacciones. Aunque Haizaki hubiera retomado sus asistencias, en un principio le tocó observar ese tipo de escenas donde el único afectado era Haizaki.
—Un miembro del segundo equipo lo encontró jugando en las tragamonedas. Como estaba cerca decidí ir a visitarlo y, sorpresa: lucía sano, así que lo traje.
Aomine dejó escapar un suspiro de alivio cuando el mayor soltó los cabellos grises. Ahora Haizaki estaba apoyado en el pecho del superior, con la mirada pegada en el suelo e intentando refunfuñar con los hinchados labios de la explicación del capitán.
Aunque todo el mundo sabía que Nijimura era el culpable de ese estado, tomaron la excusa y se abrazaron a ella intensamente.
Tan intenso como el cariño que las pequeñas caricias de la mano de Nijimura le proporcionaban al pecho de Haizaki, las cuales solo Kuroko miró.
—Aquí está su uniforme.
Otro alumno de tercero fue el que se llevó lo que quedaba de Haizaki a los vestidores, mientras que el resto del equipo se reunió en las bancas. Kuroko tomó asiento alrededor de Midorima y Aomine, quienes seguían con la mirada el cuerpo casi inerte de grisáceo.
—Los miembros iniciales serán Akashi, Midorima, Murasakibara, Aomine y Haizaki.
Aclaró Sanada, posterior explicó la estrategia que se seguiría en aquel partido. Un pensamiento grupal se formó en el aire: ni el manager se tentaría el corazón con golpeado alero.
Cuando Haizaki regresó vistiendo su número ocho Sanada ordenó que los titulares salieran a jugar. El equipo rival, Haranishi, se hacía paso en la cancha, tomando las posiciones iniciales junto con Teiko.
—Por cierto, Kuroko… —el mencionado detuvo su caminar. El cambio de toallas limpias que llevaba a la banca de los titulares se encontraba en sus manos cuando Sanado le habló —Jugarás en la segunda mitad, ¿entendido?
El semblante del entrenador le devolvió la aplastante presión al pecho. ¿Sabría que había escuchado la conversación con Aomine? Dudaba, pero le veía esperando que lo inevitable pasara rápido.
Sintió una gota de sudor frío pasar su sien, recordándole lo que estaba en juego.
—Sí.
Verde olivo contra azul cielo. Las porras de ambas escuelas podían oírse con fuerza, aunque Teiko se sobreponía la mayor parte del tiempo. El inicio rápido del Emperador de la Luz sumado a que se trataba del segundo partido en el día hizo que los titulares se agotaran sus energías.
El sudor en sus cuerpos era demasiado para ser la segunda mitad, sus pechos se movían con dificultad en búsqueda de oxígeno, pero nada los detuvo de terminar el segundo cuarto con la ventaja, aun si fuera de dos puntos.
Haranashi: 31 — Teiko: 33
El sonar de la chicharra marcó el descanso largo, los jugadores se dirigieron a sus respectivas bancas con el afán descansar un poco. Los alumnos de tercero y de segundo les entregaron a los de primero toallas limpias para secarse el sudor y bebidas aclimatadas para recuperar líquidos.
Aomine tomó la botella que le era proporcionada con fuerza, frustrado. Había errado la última canasta previo al receso, aunque los números los favorecían fallarla no le había agradado. Era el cansancio de dos juegos seguidos que hacía que no acertará sus canastas, por más que se esforzara.
Bebió de la botella, descuidado, pues algunos chorros se esparcieron por su rostro con fresco rocío, calmando algo su ardiente piel.
Kuroko pasó la mirada por su amigo. No solo era él el cansando, Akashi también respiraba agitado, aunque lo supiera disimular. Quien más tranquilo se veía era Murasakibara, lo normal si tomaban en cuenta que solo estaba parado debajo de la canasta haciendo movimientos mínimos.
Frunció el entrecejo, su falta de pasión al deporte era algo que al recién llegado le molestaba.
—¡Vamos, a darlo todo! —gritó Nijimura. Sabía que estaban cansados, pero también sabía la gran responsabilidad que significaba estar en Teiko: ganar era lo esencial. Esos mocosos debían recomponerse y hacer el más grande esfuerzo. Bufó, cruzándose de brazos —Ya saben qué sucederá si pierden, ¿eh?
Todos los cansados titulares del primer año se tensaron, incluso Haizaki se enderezó, soltando un quejido recordando los golpes que el mayor le había regalado. Con la adrenalina se le habían olvidado.
Sanada acomodó su saco.
—Kuroko sustituirá a Haizaki en la segunda mitad, no tengo más indicaciones —Haizaki soltó un suspiro de alivio, dejando caer su mallugado cuerpo en la banca. Una mirada rápida a Aomine y el entrenador volvió a hablar —. Dejaré que jueguen a su antojo.
