Capítulo 4. Invasión
Mientras se volvía a poner el casco, Makoto hizo una mueca de desconcierto al notar que el aire estaba raro cerca de donde estaban.
—¿Dándole de comer al enemigo, chicos? —dijo Kiki, apareciéndose primero como una boca que flotaba, sonriente.
—Si no llega a ser porque vi nuestras defensas en el camino de Rodorio al Santuario, habría creído que se trataba de una de esas personas excepcionales que no necesitan entrenamiento para despertar su cosmos. Con esa ropa, el hambre que tenía y lo despistado que era, tenía toda la pinta de ser la clase de persona que pasa por un pasaje entre unas montañas con fama de inhabitables, ve a un soldado con lanza y armadura y piensa que se está filmando una película, ¿no?
—¿Te estás excusando por no reconocerlo como enemigo a primera vista, Makoto? —cuestionó Kiki, ahora ya visible desde los pies a la cabeza, todo cubierto con una túnica de viaje—. Con esa mirada despiadada y ese tufo a cementerio.
—¿A cementerio? ¡Dirá que olía como un animal muerto puesto al sol durante días!
Mientras Makoto movía de un lado a otro la mano que no sostenía la lanza, en un vano intento de desaparecer el olor, Kiki se encogió de hombros, dando por bueno el símil.
No muy pendiente de aquellos dos, Azrael se había puesto de cuclillas y estudiaba la causa aparente de ese olor nauseabundo: un extraño líquido amarillo que podía verse fluir entre las grietas de la tierra, como un río diminuto.
—Por la ropa, podemos deducir que no pertenece al Santuario ni es habitante de Rodorio. Y puedo asegurar que no es un empleado de la Fundación. Y esa confusión entre el mediodía y la medianoche solo se entiende si ha viajado de un rincón del mundo a otro sin pensar en los diferentes husos horarios. Además, este olor…
—Estas sí que son deducciones y no las excusas de Makoto.
—¡Señor Kiki!
—Pero levántate, chico de la Fundación, que con esa postura voy a pensar que mi hija se consiguió un cachorrito antes de que yo pueda regalárselo por Navidad.
Azrael, tan diligente como siempre, obedeció sin responder a la pulla. Ya de pie, señaló el suelo, de modo que Makoto vio por fin el pequeño río amarillento en las grietas del suelo. El lancero hizo amago de vomitar, sujetándose el estómago a la vez que dejaba caer la lanza, pero la reacción más sorprendente fue la de Kiki. El muchacho pelirrojo, que Azrael había identificado como un talentoso telépata, palideció hasta parecer un cadáver viviente, como intuyendo el peligro que aquellas aguas escondían.
—¿Solo vino a saludarnos y dejar esta peste?
—No, Makoto, bruto entre brutos, no —dijo Kiki, masajeándose las sienes—. ¡Demonios! Vi a ese hombre empapado, tendría que haberme fijado en que estaba dejando caer adrede esa sustancia en el suelo. Pero no, tuvo que decírmelo el chico de la Fundación, de entre todas las personas en el Santuario.
—¿¡Son venenosas!? —exclamó Makoto, dando un salto hacia atrás.
—Peor. Puedo sentir miles de almas atrapadas en esa sustancia, sea lo que sea. El hombre trajeado no es más que una cortina de humo, nos invade un ejército.
—¿Miles de almas? —exclamó Azrael, impresionado a su pesar.
Makoto no pudo decir nada, pues sabía a dónde debía dirigirse el río de muerte que el enemigo había formado bajo la tierra. ¡Rodorio estaba en peligro!
—No temas, Makoto, ni un solo habitante de Rodorio saldrá de su casa esa noche. El invasor se encargó de eso al llenar sus corazones de un temor para el que no hay defensa posible. Y si no lo hubiese hecho, yo me habría encargado de mantenerlos a salvo. No es más difícil mandar a dormir a unos cuantos hombres cansados que impediros a vosotros salir corriendo en este mismo momento, incluso si es todo un pueblo —se permitió presumir, desviando la admiración de Azrael del enemigo a los aliados, como debía ser—. Ese invasor es todo un holgazán como tú, Makoto, espera que todos los obstáculos le dejen el camino libre por miedo. Así estuvo a punto de pasar en el hospital de la Fundación. Solo un hombre aguantó el tipo.
—En Japón debe haber amanecido hace rato —comentó Azrael, a lo que Kiki asintió.
—El enemigo puede teletransportarse como yo, estoy seguro de ello, pero ese truco no le funcionará aquí en el Santuario. Y ya sea que se dirija en persona a su objetivo o mande a su ejército mientras ve crecer la hierba en estas tierras yermas, se va a encontrar con la más sólida defensa de este mundo.
—Los santos de Atenea.
—¡Así se habla, chico de la Fundación! Aunque esperaba que eso lo dijera nuestro holgazán favorito. ¿Tienes algo que decir, Makoto?
El increpado tardó en responder, sintiendo que las dudas lo asaltaban. No hacía mucho, él y Azrael habían hablado sobre los problemas de defender un territorio extenso con un ejército reducido, que para colmo de males, habían apostado en la entrada del Santuario que el enemigo ya había cruzado.
—¿Cómo vamos a defender todo el Santuario de un ejército?
—Para empezar, podríamos movilizar a la guardia —decidió contestar Azrael—. No a los hombres que defienden Rodorio, sino a los que apostasteis en la entrada del Santuario, con suerte podríamos sorprender al enemigo atacándolo por la retaguardia. Eso funcionaría si el ejército invasor se concentra en un solo punto, si nos ataca mediante pequeños grupos la situación se complicaría. El resto del mundo cuenta con más hombres y mejor armados que nosotros, así como tanques, aviación, ya sea para atacar por aire o reconocer el terreno, y satélites cada vez más precisos. A falta de todo eso, propondría concentrar nuestras fuerzas en puntos clave.
—¡Para eso tendríamos que saber dónde va a atacar el enemigo!
—Oh, sabemos muy bien lo que el enemigo busca, Makoto.
Después de esa audaz declaración, Kiki dejó de hablar como el común de los mortales.
El principal objetivo que puede haber tras la invasión de nuestra tierra es su corazón: eltemplo de Atenea. Ni siquiera yo, que puedo acceder a cualquier otro lugar en el mundo en un abrir y cerrar de ojos, puedo llegar hasta allí sin pasar por los doce templos zodiacales de la Eclíptica, en tiempos custodiados por los santos de oro. Hoy en día, empero, sigue siendo una caminata para todo aquel que tenga la intención de robar los tesoros de Atenea, que guardamos con celo en la cima de la montaña.
Rodorio es indispensable para nosotros, sin duda. Es nuestra principal conexión con el exterior y desde que el Santuario fue fundado nos ha suministrado víveres y otros productos de primera necesidad. Esto lo convierte en un objetivo básico en caso de guerra. Es por eso que destinamos allí a tantos buenos hombres.
La Fuente de Atenea no tiene menos importancia, solo en ese lugar pueden ser curadas cierta clase de heridas que escapan al alcance de la medicina actual. Heridas que pueden suponer la diferencia entre victoria y derrota, cuando no entre vida y muerte. Es un paraíso en medio de la dura tierra del Santuario, oculto a los pies del monte Estrellado, del que se dice conecta el mundo de los mortales con el reino de los dioses.
Esas son las zonas de mayor importancia en el Santuario, al menos de cara al enemigo. En otro tiempo el cementerio servía como barrera gracias a los espíritus de los antiguos santos allí enterrados, pero eso cambió en la última Guerra Santa. Oh, y está también la Torre del Reloj, tan alta que puede verse desde cualquier punto del Santuario. En el interior se encuentra una sala reservada a la élite de nuestro ejército, ahora en desuso, y se dice que una vez se han cerrado las puertas resulta impenetrable para cualquier enemigo. Pero no vamos a atrincherarnos ahí hasta que pase la tormenta, ¿verdad? Ese no es nuestro modo de hacer las cosas.
Aquella exposición, que resonaba directamente en el cerebro de Azrael, venía acompañada por una cadena de imágenes de todo el Santuario, como si de repente se hubiese convertido en un águila que lo sobrevolaba. Así pudo ver cómo una serie de estelas brillantes recorrían aquella tierra a una velocidad de vértigo, adquiriendo forma humana solo en el momento en que frenaban en alguno de los puntos clave señalados por Kiki. Justo en el momento en que distinguió a Shaina de Ofiuco y Marin de Águila frente al templo de Aries, elevado en la entrada de la Eclíptica, entendió que aquel no había querido perder ni un segundo. Toda la conversación que tuvieron los tres, de algún modo, había llegado a cada santo de Atenea presente en el Santuario.
—Como ya te he dicho, chico de la Fundación, no es bueno subestimarnos. ¿O sigues creyendo que necesitamos un satélite?
—Nos ahorraría el dolor de cabeza —bromeó Azrael, llevándose las manos a las sienes, las imágenes no se habían ido—. Pero es impresionante.
¡Y vaya que lo era! Después de la vista aérea, una vez cada hombre estuvo en su posición, se encontró con que veía escenarios más específicos: un cementerio, la plazoleta frente al templo de Aries, el bosquecillo que cruzaron no hace mucho, otro bosque a la sombra de un monte que parecía poder alcanzar las estrellas y el lugar donde se encontraban, que observaba desde el punto de vista de Kiki. Imágenes claras y en tiempo real que ya habrían sido de por sí bastante útiles incluso sin los sonidos que oía, ora murmullos más bien incómodos, ora las conversaciones que entablaban los santos en uno y otro lugar para matar el tiempo, dependiendo de cuanta atención pusiera.
No cabía duda. Kiki había estado organizando a los efectivos de los que disponía el Santuario utilizando toda la información que iban deduciendo en aquella conversación que tenía poco de ociosa. Las palabras estaban de más. Los santos de Atenea, si no es que el ejército por completo, formaban parte de una especie de red psíquica que les permitía compartir experiencias en tiempo real, a pesar de la distancia que los separaba. ¡Y todo eso sin recurrir a ningún medio de comunicación!
—Ya me olía desde hace tiempo que tendríamos que enfrentarnos a un ejército de muertos vivientes, —aseguró Kiki, retrasando un poco más el momento de admitir una verdad incómoda—. Es el precio a pagar por derrocar al alcaide de la prisión más famosa de todos los tiempos. ¡El rey del inframundo, nada menos! Pero si no fuera por ti, Azrael, me habría tragado que nos invadía un solo hombre. Gracias, Azrael. Me alegro de que mi hija tenga a un escudero tan observador velando por ella.
—Asistente, señor Kiki.
Ya que solo Azrael había sido enlazado a la red psíquica, Makoto entendía poco y nada de lo que hablaban. Y no le apetecía nada tener que recibir explicaciones sobre un extraño, pues como tal seguía considerando a Azrael, sobre los asuntos del Santuario, de modo que se quedó callado hasta que un superior apareció. Un hombre fornido y alto, si bien no tanto como el invasor, que se enorgullecía de vestir el manto sagrado de Oso.
—¡Señor Geki!
—Ah, hola —saludó el santo de bronce, rascándose el mentón mientras trataba de recordar el nombre de quién lo saludaba—. ¿Tú eras…?
—Makoto. ¿Es que nadie sabe cómo me llamo aquí?
—Creo que solo la señorita conoce el nombre de todos los guardias del Santuario.
—Me dejas más tranquilo.
—Me alegro.
—¿Habéis terminado de parlotear? —dijo Kiki, mirando muy serio a Azrael y Makoto. Aquellos dos tenían una capacidad sobrenatural para desviar cualquier conversación, debía cuidarse de ellos—. Geki, ¿sabes por qué te he llamado, no?
—Quieres que escolte a Azrael hasta llegar a un lugar seguro.
En cuanto Kiki asintió, confirmando que esas eran las órdenes, Azrael se agachó para recoger el maletín que había traído desde Rodorio, de contenido desconocido por todos los presentes. Como de costumbre no hubo protesta, tampoco puso mala cara, y a pesar de ello, de algún modo, Makoto intuyó que lo de ponerse a salvo mientras los demás luchaban no le gustaba nada al asistente. Guiado por esa intuición, golpeó el suelo con el canto de la lanza que de nuevo sostenía y llamó la atención de todos.
—Señor Kiki, señor Geki, ¿no existe alguna forma en que Azrael pudiera ayudar, si no a los que defendemos el Santuario, a la guardia en Rodorio? Tiene unas ideas disparatadas, lo admito, pero si algo me ha enseñado esta noche es que nos encontramos en una situación desesperada, que hace que las medidas desesperadas sean válidas.
Si bien se estaba dirigiendo al santo de Oso y el herrero, la vista de Makoto estaba dirigida hacia el chico de la Fundación, que quedó perplejo. Y es que en los ojos del lancero oriundo de Japón había algo más que el rechazo instintivo hacia los escasos métodos alternativos de defensa que habían podido discutir, había un dejo de respeto, si no es que de admiración. Azrael iba a decir algo, pero antes de que lo hiciera Kiki ya había palmeado la espalda de Makoto, quizá un poco más fuerte de lo normal.
—¡Ay!
—Eso te pasa por creer que hay favoritismos en el ejército. No te preocupes, que todos los que estamos aquí vamos a trabajar hasta que salga el sol.
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Envueltos en túnicas de viaje y con los rostros tapados por sendas capuchas, dos hombres llegaron al cementerio en que solían ser enterrados los santos de Atenea. Un terreno más bien irregular, de notable extensión en el que todavía perduraban las incontables lápidas de piedra con el nombre, el rango y la constelación de todos los que habían muerto en cumplimiento del deber, mas en el que no había ya cadáver alguno.
—Soldado, ¿nada que reportar?
El único guardia que vigilaba el camposanto volteó. De baja estatura y rostro achatado, tenía la vista más aguda entre los soldados rasos.
—Nada, señor. Y si se me permite ser honesto, creo que seguirá siendo así. Durante la Guerra Santa, se nos ordenó incinerar los huesos de hasta el último santo enterrado aquí, de tal suerte que Hades no pudiera devolverlos a la vida. La señora Shaina en persona dio la orden. ¿No es usted uno de los santos que nos supervisó esa noche?
Frente a aquella pregunta, Nachi solo pudo sonreír, pues recordaba haber tenido ese mismo pensamiento cuando la Guerra Santa había iniciado, seis años atrás. No fue el único al que engañaron las maneras de actuar del rey del inframundo, tan retorcidas, y por eso después de la guerra tuvo tiempo suficiente para hacer gracia de aquella idea junto a sus compañeros. Hoy decidió evocar una de esas conversaciones.
—En la Batalla de las Doce Casas, el santo de Cáncer cayó a las profundidades del infierno, ¿crees que quedaba algo de él bajo su tumba el día en que resucitó como un espectro de Hades? —preguntó el santo con una amplia sonrisa—. ¿Y qué me dices del santo de Capricornio, que según se dice quedó reducido a polvo estelar?
El guardia agachó la cabeza como gesto de disculpa y dio la vuelta. ¿Cómo había podido ser tan ingenuo? Era bien sabido que el poder de un dios carecía de límites. La orden de Shaina bien podía achacarse a la desesperación del momento. Entonces llevaban ya varias semanas en alerta máxima, después de todo.
Más o menos como ahora, tras varios años de paz.
«Saga. Santo de oro de Géminis.»
Junto a la lápida de aquel hombre de torcido destino, Nachi descansaba a pierna suelta, confiando tanto en la buena vista del vigilante como en el olfato de su compañero, Ban. O al menos le habría gustado descansar, pues entre las caminatas de aquel último, siempre en círculos, y la respiración más violenta que recordaba haber escuchado jamás, le estaba entrando dolor de cabeza. Al final se tuvo que levantar, hastiado.
—Basta ya, hombre, ni que estuvieras enfermo —se quejó. Poco después, mientras se hurgaba un oído, añadió—: ¿Crees que haya vuelto? Ya sabes. Él.
—Puede ser. Los dioses son inmortales —dijo Ban—. Kiki siempre sospechó que el enemigo vendría del inframundo y sería numeroso. Por eso mandó a Azrael a reclutar a la escoria de Reina Muerte para hacer bulto. Ahora que tenemos confirmación de que el enemigo está relacionado con el Hades, nos toca darle la razón a ese duendecillo.
—Me parece que lo de reclutar a los caballeros negros fue idea de otra personita. Una encantadora niña a la que ni siquiera tú podrías evitar consentir.
—Ya no es una niña, Nachi, lleva la máscara.
—Como siempre, eres el alma de la fiesta, Ban. No fuiste el único al que Ikki conectó el Puño Fantasma, ¿sabes? Deja de actuar como si fueras el hombre más sufrido del mundo. ¡Y sobre todo deja de respirar de esa forma, que me das grima!
—No creo que oírme respirar sea más desagradable que lo que estoy oliendo.
Aunque siempre predispuesto a responder usando de espada la ironía y unos hombros alzados de escudo, esta vez Nachi guardó silencio. Olía muy mal, eso no se podía negar, y además a lo lejos empezaban a escucharse pasos, muchos pasos acompañados de chapoteos, como un batallón que estuviera vadeando un río poco profundo.
—Estuvo aquí —gritó Ban, mirando el suelo ahora lleno de líneas amarillentas—. ¡Ese invasor estuvo aquí, delante de nuestras narices!
Antes de que Nachi pudiera partir en busca del vigía, este llegó corriendo y dando gritos. Estaba tan pálido que bien podría haber salido de una de las tumbas.
—¡Señores! ¡Se acercan quinientos soldados! ¡Llevan la armadura de la guardia!
—La guardia. Nunca quemamos los cuerpos de la guardia —dijo Nachi, sin saber bien por qué, para luego menear la cabeza. No era momento para bromas ni preguntas inútiles. Decidido, dirigió hacia su compañero una mirada significativa y se lanzó a la batalla, sabiendo que él lo seguiría.
Las túnicas que hasta ahora habían cubierto los cuerpos y mantos sagrados de aquellos dos acabaron en manos del vigía. Este, que se había puesto a correr desde que pudo contar el número de enemigos que venían, se permitió volver a respirar con normalidad. Aun entre la guardia, unos tenían el deber de luchar y otros el de observar la batalla. Él formaba parte de aquellos últimos, cumpliendo siempre ese trabajo con gran orgullo en su pecho. No huiría como un cobarde, se quedaría ahí hasta que los santos alcanzasen una vez más la victoria, dispuesto a ofrecer toda la asistencia que fuera necesaria.
Corriendo en zigzag para sortear las lápidas de sus antecesores, el León y el Lobo se acercaban a la mancha negra que cubría el otro extremo del cementerio. Cientos de hombres, pálidos como cadáveres y cubiertos por armaduras oscuras, avanzaron, y el sonido de los pasos y las lanzas se oyó por todo el lugar.
Notas del autor:
Ulti_SG. Mucho ha llovido desde que supe que la diferencia importaba, en un fanfiction del gran Eagle, me gustó poder encontrar la manera de incluir el título de caballero en la historia. Lo sentí apropiado. Respecto a la máscara, mitad y mitad, no se da esa explicación en el manga, pero yo la saqué pensando en por qué Seiya no tuvo reparos en golpear a Shaina la primera vez que lucharon y después, cuando la mujer más peligrosa del planeta va a verlo al hospital, sí tiene.
¡Nadie habría imaginado la identidad del lancero! Sobre la dupla de Makoto y Azrael, no es más que el choque entre nuestros tiempos y la Antigüedad, las redes sociales y los teléfonos que solo sirven para llamar y recibir llamadas.
Obviamente, el malo es el personaje que no es Kiki. Kiki es bondad desde la cabeza a los pies, rellenada por una engañosa capa de malicia.
La mitad de bueno que Kiki, ese es Makoto, el dispensador de alimentos para extraños. ¿Realmente lo salvará de lo que se avecina haber dado un mendrugo de pan? ¿Tanta hambre tenía aquel amistoso sujeto de bestial comportamiento? Lo veremos, espero, pronto, porque en este 2019 se acerca el invierno. Sí, no pude evitar la referencia, dada la fecha en la que estamos y lo apropiado que suena. ¡Pido disculpas!
