Capítulo 59. Una canoa de locos

La nereida se tomó muy a pecho la repentina petición de Makoto, o al menos eso es lo que él creyó al sentir cómo la criatura daba un salto hacia atrás, a la manera de los delfines, para regresar al agua. Sin embargo, cuando se destapó los ojos y alzó la cabeza lo que vio fueron nuevas burbujas amontonándose hasta adoptar la altura de una persona. Una no muy alta, eso sí. Desde los extremos de la parte superior salieron dos brazos delgados de muchacha, a la vez que desde la inferior, deshaciendo buena parte de las burbujas en nubecillas de vapor, salían sendas piernas ágiles que pisaban la superficie del lago como si esta fuera sólida. Al final, cuando lo que quedaba de las burbujas se había reducido a un sencillo vestido blanco que llegaba hasta las rodillas del ser, un chorro de agua adquirió la forma del rostro de Aqua, la hija de Nereo ahora vestida. Makoto, aliviado, estaba por darle las gracias, pero mientras lo hacía la nereida dio otro salto, pasando por encima de él hasta la canoa.

—No necesitarás esto —dijo Aqua, agarrando los remos y lanzándolos hacia el muelle—. Ni esto. —Con un gesto, las cuerdas que ataban a la canoa fueron cortadas por una fuerza invisible. Telequinesis—. Yo te guiaré en tu viaje.

—Gracias —susurró Makoto.

—Eres el primero por aquí que me pide que me vista, ¿sabes? —contó Aqua, a las claras sorprendida por esa solicitud. Siguió hablando mientras creaba, con la espuma que nació sin más de su mano abierta, un lazo que usó para atarse el cabello—. El mundo humano es muy raro para mí. Salí una vez hace miles años y una loca por poco me mata, después esperé hasta que muriera y no quedara ni el polvo de sus huesos solo para que… ¿Adivina? Me mataran. Unos gigantes. Muy horrible, no quieres saberlo —aseguró, tal vez tomando el silencio de Makoto como curiosidad—. Al revivir, descubro lo mucho que valoráis el dinero y la apariencia los humanos de hoy en día. ¡Con lo cómoda que es la vida en el océano! Bueno, me acostumbraré. Viví mi primera vida con miedo cuando mis hermanas se divertían por todo el mundo. La segunda no será así. ¡No, no y no! Quiero nuevas experiencias, quiero estar orgullosa de haber revivido.

Por lo que respectaba a Makoto, podía pasar la totalidad del viaje dejando que Aqua hablara sin parar. No se veía capaz de conversar con ella; incluso si no tenía el mismo comportamiento malicioso de Bianca, era una deidad menor y eso afectaba a los hombres. Existía una razón por la que era tabú entre la gente decente del Santuario acercarse al bosque, y esa era lo vulnerable que era el ser humano a las bajas pasiones; no era culpa de las ninfas, ellas habían nacido así, sin más. Y ahora que ningún sátiro y ningún dios caprichoso los perseguía, podían disfrutar de ser ellas las que perseguían a los demás. Una curiosa inversión de la presa y el cazador, de la que nadie se quejaba.

Sin embargo, donde hubiera dos personas, habría una conversación tarde o temprano. Como un sonido lejano, Makoto escuchó algo que extinguió por completo la tensión.

—¿Me oyes? —dijo Aqua, dándole golpecitos en la cabeza—. Te pregunto qué pasó con tu novia. ¿No la habré matado, verdad?

—No —contestó Makoto, serio—. Ella estuvo con vida un año más.

—Vaya. Lo siento.

—¿Por qué lo ibas a sentir?

—Por los humanos. Tenéis vidas tan breves y frágiles. A algunos dioses les parece que eso os hace brillar, a otros que es la razón por la que sois tan belicosos. A mí solo me parece triste. Como ver caer las hojas de los árboles en otoño.

—Estamos acostumbrados a vivir poco.

Y a pesar de decir eso, Makoto era consciente de que las vidas que iban dejando atrás dejaban huella. Medio año después de los acontecimientos en la isla de las Greas, estos seguían afectándole. No se arrepentía, estaría insultando a Geist y los demás si se arrepintiera ahora, pero le afectaba. Al final de la guerra que se les venía encima, era muy posible que muchos en el Santuario perecieran. ¿Podría sobreponerse a ello? En cierta forma, le daba más miedo que pudiera. Que no le afectase.

—Ah, mira, nos invaden —exclamó Aqua, señalando al cielo.

Makoto miró allí con gesto hosco. Los cambios de humor de la nereida empezaban a hacerla tan frustrante como año y medio atrás. ¿Cómo podía saltar de la futilidad de la vida humana a gastarle una broma en tan solo un momento?

—No es posible —dijo Makoto. Veía algo, algo diminuto que se iba agrandando. Un pájaro, no, un avión de combate—. ¡Es cierto!

—Tengo buen ojo.

—Sí. ¡No, espera, no dispares!

Pero Aqua ya había lanzado el ataque preventivo. La Pulsión hídrica, un chorro de agua proyectado a velocidades demasiado altas como para que él las siguiera, salió desde el dedo de la nereida hacia al avión, desintegrándolo sin dejar ni rastro.

—¿Qué has hecho? —gritó el santo—. ¡Has matado a Azrael!

—¿Cómo sabes quién iba en el avión? —dijo Aqua, todavía con la mano formando una pistolita. Al soplar sobre el dedo, salieron unas burbujas que flotaron hacia la mano vendada de Makoto—. Yo no sentí ningún cosmos.

—Porque Azrael no es un santo —dijo el santo, moviendo con violencia la mano hasta estallar todas las molestas burbujas—. ¡Es el único lo bastante animal como para querer venir hasta el Santuario en un caza de combate!

—Está muy loco.

—¡Eso es lo que estoy diciendo!

—¿Por qué cae desde tanta altura sin paracaídas si no es un santo?

—¡Porque te has cargado el avión! Un momento…

De verdad había alguien cayendo desde el avión desintegrado. Un hombre, sin duda, vestido con una armadura de la Guardia de Acero algo más aparatosa que el resto.

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Entretanto, la reunión en la Torre del Reloj se había extendido más allá de lo admisible. En el momento en que Arthur y Lucile se manifestaron en sus respectos puestos, solo había allí un par que no había mostrado al menos un signo de impaciencia. Y fue peor cuando supieron que los santos de Leo y Libra no darían explicación alguna al retraso.

«¿Qué dirán? —pensaba Shaula, harta de estar de pie sin hacer nada. Y eso que no estaba en la posición de Akasha, cuyo destino estaba en juego—. Lucile tiene que apoyarla, se lo debe; acabó en el exilio porque la ayudó en Oriente Medio.»

El problema era Arthur. Al Juez no le había importado que hubiesen sido compañeros de entrenamiento cuando la mandó al exilio. Y si se contaba que aprobó la Pacificación… No, él no era un hombre que actuase movido por la emoción.

«Bueno, Sneyder dijo que no. En este día todo puede ocurrir.»

—Dinos, Lucile de Leo. ¿Cuál es tu respuesta? Me basta con un gesto.

Las expectativas de Shaula se hicieron añicos una vez más después de que el Sumo Sacerdote contabilizara el voto de Lucile. Sí, ¡la Bruja había dado un sí, con la cabeza!

«Si todo falla… Yo… Padre, hermano, dadme fuerzas —pidió Shaula, haciendo todo lo posible para que nadie sospechara nada—. Sin Mithos y Subaru aquí, escapar de nueve santos de oro va a ser muy difícil. Y luego…»

La santa de Escorpio no quería pensar en lo que ocurriría después, pero tampoco podía hacer otra cosa. El Sumo Sacerdote pidió a Arthur una respuesta y este se quedó callado. ¡Nadie se lo había pensado tanto! ¿Qué podría estar ponderando el santo de Libra? ¿Si era bueno condenar a una de los doce antes de la guerra?

«No puede ser tan inhumano.»

—Arthur de Libra —insistió Kanon—. ¿Cuál es tu respuesta?

Ni siquiera en esa ocasión el Juez contestó. Algo había cambiado en el tiempo que estuvo fuera. Algo de lo que solo él y Lucile tenían constancia.

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Aqua y Makoto tuvieron que hacer un desvío para recoger a Azrael. No estaba muerto, aunque sí malherido: el casco de la armadura Perseus, junto al visor, precedente de Corvus, estaba destrozado, revelando un nada agradable corte en la cabeza del que no paraba de fluir sangre. Cualquier otro estaría gritando de dolor y luego de rabia contra la agresora, sobre todo si esta no se disculpaba; Azrael, en cambio, le dio las gracias.

—He podido poner a prueba la pieza del Centro de Investigación Asamori, de tipo exoesqueleto y nombre en clave Perseus, tal y como quería el profesor —informaba el asistente, en una ridícula posición de firmes mientras flotaba en el agua. No parecía ver que Makoto le tendía una mano para que se subiera a la canoa—. La capacidad de absorción de energía sigue funcionando, reduciendo la potencia del golpe hasta el 1%. No obstante, fue excesivo y Perseus deberá ser reparado a la brevedad. En cuanto a la capacidad de vuelo, no se ha activado en caída libre por razones desconocidas. Los daños, incluido el casco, ascienden a un total de…

—¡Súbete de una vez si no quieres que te termine de matar! —gritó Makoto. Estaba tan irritado que acabó agarrando a Azrael con la mano vendada, sin darse cuenta hasta que el asistente pudo subirse a la canoa—. ¡Si seré…! ¿Por qué no me duele?

Mientras el santo de Mosca movía los dedos entre las vendas mojadas que se iba quitando, Aqua se acercó a Azrael y volvió a hacer ese gesto infantil de soplar el dedo y lanzarle un montón de burbujitas. Solo que el asistente, demasiado desorientado, dejó que las burbujas estallasen en sus cabellos por sí solas. Gracias a eso Makoto entendió por qué tenía la mano tan sana como antes de que Hipólita se la aplastara. Aqua tenía el poder de la sanación, al igual que Minwu de Copa y el médico real de Bluegrad.

—Un regalo, por pedirme que me vistiera —dijo Aqua, convirtiendo el agradecimiento del santo de Mosca en rubor. No tenía por qué decir esto.

—Makoto. ¿Qué le has hecho a esta mujer?

—Cállate, Azrael.

—¿Por qué estás sonrojado?

—Cállate, no lo repito más.

—Si te gusta, deberías decírselo.

—Como vuelvas a hablar, te envío con los restos de tu avión.

—No es un avión cualquiera. Es una pieza del Centro de Investigación Asamori, de tipo transporte y denominación Pegasus. El único caza tripulado que teníamos. Muy costoso —señaló Azrael, mirando a Aqua de reojo—. Hasta ahora no había entendido por qué sacaste el tema del matrimonio antes. ¿Es que te vas a casar?

—No, no me voy a casar con nadie —gruñó Makoto—. Cásate tú, si quieres.

A pesar de todo, no le apetecía pegar a alguien que acababa de ponerse en riesgo de muerte solo porque él no estuvo atento. O quizá se estaba acostumbrando a que Azrael lo sacara de quicio. No podía ser siempre un chiquillo impresionable de trece años.

Una risita llamó la atención del par. Aqua se había subido al pico de la canoa para poder verlos mirando abajo, con cierto aire de superioridad.

—Me honráis, señor caballero negro y señor suicida, mas no pasé toda una vida en la casa de mi padre con miedo a que una loca me mate para que mi nueva oportunidad se agote en la casa de otro hombre. Quiero creyentes, no pretendientes.

—No soy un caballero negro, sino un santo de Atenea —dijo Makoto.

—Yo nunca he sido religioso —confesó Azrael.

Frente a tan claro rechazo, Aqua se dejó caer en la canoa, y con un chasquido, hizo que esta continuara el viaje hacia el otro lado de la costa.

El silencio entre tal grupo no duró ni medio minuto. De repente, Aqua se acordó de quien era Azrael y los tres acabaron hablando del pasado que los unía.

Una noche de invierno, coincidió que Makoto y Geist cazaban a un criminal protegido por cuatro guerreros azules, en realidad los Campeones del Hades Alexer, Aqua, Ignis y Terra. Aquellos se infiltraron como guerreros azules ingresando a la Ciudad Azul para traer lo recaudado. De algún modo, todo se echó a perder y acabaron liquidando al cliente y el resto de guardaespaldas. Ninguno de ellos podía correr el riesgo de que la misión que estaba por llevarse a cabo, un golpe de Estado contra el rey Piotr, se echara a perder porque alguien abrió la boca de más. En teoría, cuando eso pasó, los caballeros negros tendrían que haber dado media vuelta, pero Makoto no pudo hacerlo. El destino quiso que se enterara de los planes del grupo contra un hombre que, según entendía, era una buena persona. Así que convenció a Geist de que lo ayudara a impedirlo.

A partir de ahí, todo era una locura en la que se vieron envueltos santos de Atenea —Lesath de Orión vigilaba la Ciudad Azul por órdenes de Akasha de Virgo; los santos de Ballena, Lagarto, Centauro y Auriga vinieron en medio de la noche para tratar el asunto del ánfora de Atenea—, guerreros azules, mercenarios profesionales de Bluegrad y caballeros negros. Lesath acabó luchando con Ignis en las montañas, mientras que Alexer y Terra fueron derrotados por la fuerza combinada del rey Piotr y los santos que lo apoyaban. ¿Y los caballeros negros? Les tocó la peor parte, debiendo sobrevivir a una nereida invulnerable el tiempo que tardó la capitana de los guerreros azules en enterarse de lo que pasaba y venir desde la otra punta del mundo.

Makoto dijo en esa pelea que Aqua no se comparaba con Hipólita, pero incluso si todavía sería capaz de sostenerlo, la verdad es que lo decía para darse ánimos. Sintió miedo en esa pelea, creyó que iban a morir, él y Geist, que iban a acabar como dos cadáveres sin identificar bajo los escombros que quedaban de cada edificio que se interponía entre Aqua y sus oponentes. ¡Tenía una defensa de otro mundo, esa mujer! Al término de la batalla él estaba medio muerto y ella con la armadura azul reluciente.

Por supuesto, Aqua no pidió disculpas por eso, como tampoco se interesó en lo que costó reparar los daños que causó y lo que costaban el caza Pegasus y el exoesqueleto Perseus de Azrael. En verdad, pese a los años que llevaba de nuevo en la Tierra, no parecía haberse acostumbrado a la vida en la superficie.

—¿Qué pasó después? —cuestionó Makoto—. ¿Por qué no volviste al mar?

—¿Viste cómo la sobrina del príncipe me convirtió en una bonita estatua, verdad? —dijo Aqua—. Pues me quedé ahí en las mazmorras mucho rato, hasta tuve que ver cómo cuatro compañeros tuyos tenían que juntarse para sacarle información al príncipe a punta de golpes en el estómago. ¡Cómo me gustó saber que el duodécimo Campeón les dio una paliza después! ¡A ellos y a la mocosa que tenían de general!

La fallida operación de la división Cisne era ya asunto viejo, lo bastante como para que Makoto no tuviera ánimo de decirle a la nereida que ese fracaso no era para reírse. Y ya que Aqua no había estado presente allí, pronto el tema se dejó por una revelación sorprendente: Alexer, tras ser perdonado por el rey Piotr, como una marioneta de un plan con el objetivo de distraer la atención del Santuario, decidió compensar a Aqua por haber permanecido con él hasta el final. No podía ofrecerle el puesto de capitana de los guerreros azules, ocupado por la nieta del monarca, Katyusha, sin embargo…

—¿¡Te ofreció matrimonio!? —gritó Makoto.

—Se sentía responsable de mi situación, verme con medio cuerpo congelado impresiona a cualquiera —aseguró Aqua, despreocupada—. Hasta cuando le dije que estaba siendo injusto con Terra e Ignis, por escapar en el último momento, insistió en que era en esas ocasiones cuando se demostraba la lealtad de una persona.

—¿Rechazaste ser la próxima reina de Bluegrad?

—No puedo esperar que ore por mí alguien con el que comparto lecho. ¡Es una broma! —acotó Aqua—. El príncipe fue un buen jefe, no podía dejar que se casase para pagar una deuda, de modo que salté al mar cuando me lo propuso.

—Si rechazó al príncipe, no me extraña que nos rechazara a nosotros —murmuró Makoto entre dientes, poniendo bien cuidado de taparle la boca a Azrael para que no dijera nada inapropiado—. ¿Y luego fuiste al Santuario?

La nereida no respondió de inmediato. De repente había adquirido un súbito interés por Azrael, si se podía llamar así a la mirada asesina que le dedicaba.

—Vi una conversación que no debía ver y la jefa del señor suicida me ofreció un empleo con mucha amabilidad. Es una broma, de nuevo —gritó Aqua de repente—. ¡Me dijo que si no ayudaba al Santuario de alguna forma, me cortaría la cabeza!

—La señorita no dice esas cosas —terció Azrael.

—Me dio mucho, mucho miedo —proseguía Aqua—, sentí que en cualquier momento saltaría sobre mí y me golpearía hasta matarme, de modo que acepté. Con mis poderes, puedo asegurar que los ríos del inframundo no vuelvan a manifestarse por aquí con tanta facilidad. A eso me he dedicado todo este tiempo, a purificar hasta la última gota del lago —concluyó, abarcándolo con un gesto amplio.

—No suelo coincidir con Azrael —señaló Makoto—, pero es verdad, Akasha no va amenazando de muerte a la gente. Creo que estás confundida.

Los dos debieron arrepentirse de haberla contradicho, porque la nereida empezó a gritarles una detallada descripción de la santa de Virgo con tal intensidad, que hasta en Rodorio estarían preguntándose ese día por qué el pelo castaño era cosa de psicópatas.

Después de las peleas, las bromas, los enojos y las historias, el silencio del resto del viaje resultaba agotador, en especial porque el resto del viaje duraba y duraba. A Makoto se le antojaba que estaban cruzando un océano, en lugar de un lago.

—No parecía tan grande cuando combatíamos en el fondo.

—Diría que suele ser promedio. Ni demasiado grande ni demasiado pequeño.

Makoto miró a Aqua, perplejo. No esperaba que le dijera nada, mucho menos eso.

—¿Cómo que suele ser?

—Es que cada vez que quiero entrar al Santuario se activa un bucle espacio-temporal que me mantiene dando vueltas un buen rato. Según el santo de Libra, es una prueba que debo superar si quiero convertirme en santa de Atenea.

—¡Nunca dijiste nada de ese bucle! ¡Ni de que querías servir a Atenea! ¿No querías creyentes, en vez de pretendientes? ¿No querías que te dedicaran oraciones?

—¡Viva el politeísmo!

—Estoy hablando en serio.

—Ah, ¿sí? Entonces, ¿por qué nunca me preguntaste por qué quiero ir al Santuario? ¿Por qué nunca se lo preguntaste al señor suicida, secretario de la señorita loca? Lo arrastraste hasta aquí, te quejaste de él y hasta lo amenazaste, sin preguntarle ni una sola vez si quería que lo lleváramos a la otra orilla.

Puesto que Aqua hablaba con más seriedad que nunca y decía la verdad, Makoto tardó mucho en articular palabra.

—Yo… este… tengo prisa…

—Yo también voy al Santuario —dijo Azrael, sacándole del apuro.

—¿Ves?

—Veo que nos queda mucho tiempo aquí, tiempo que podrán aprovechar para llevarse mejor. No es bueno pelearse siempre, así que hablen.

Sin añadir más, Aqua se sentó en el otro extremo de la canoa y se cruzó de brazos.

—De verdad que tengo prisa —dijo Makoto, un minuto después.

—Aun así, no me parece correcto echarla para nuestro beneficio —dijo Azrael.

—Te recuerdo que ella intentó matarte y que en el Santuario podrían estar juzgando a Akasha ahora mismo —apuntó Makoto—. ¿No es por eso por lo que estás aquí?

—Es alto secreto.

—¿Si Akasha estuviera en Brasil tomándose unas vacaciones, dónde estarías?

—En Brasil.

—Eres demasiado predecible.

Y también paciente, más allá de lo humano, por eso él perdía los nervios mientras que el correcto asistente podía terminar esa discusión con un gesto de asentimiento.

—Oye… —murmuró Makoto, volteando hacia Aqua—. Creo que esto… ¡Dioses!

La nereida lo miraba con los mismos ojos que él dirigía a Azrael cuando decía y hacía alguna locura. Eso no importaba, Makoto podía entender que estaba insoportable desde ayer, demasiada tensión acumulada, entre la Guardia de Acero, el juicio de Akasha y la guerra inminente. Lo que le hizo caer de espaldas fue el aura que rodeaba a la Campeona del Hades. Exhibía un cosmos inmenso, más cercano al de un santo de oro que al de los santos de plata. Alrededor de ella, todo temblaba, desde la canoa hasta la superficie entera del lago, una pizarra en la que no paraban de dibujarse ondas.

Los pedazos del casco de Azrael, que este mantenía cerca para una futura reparación, fueron atraídos hacia Aqua. El mero contacto entre el metal y la energía cósmica de la Campeona del Hades los desintegró.

—¡Lo siento! —exclamó Makoto—. ¡Siento tener tan poca paciencia! ¡Dioses!

Al mismo tiempo que Aqua empezó a flotar sobre la canoa, lo hicieron un entusiasmado Azrael y un muy preocupado Makoto.

—Creo que me molesta tu actitud porque me veo reflejada en ti, soy igual de cabeza hueca y apurada —confesó Aqua a modo de disculpa—. Por eso voy a destruirlo.

La cara de desesperación en el santo de Atenea disfrazado de guardia tenía algo de divertido. Aqua había sido ambigua a propósito y él debía estar pensando que los iba a matar, como la Campeona del Hades que era. Le gustó verle moverse hacia Azrael, hasta le echó una mano en eso, porque con eso le demostraba que era más que un quejica latoso. Era un santo de Atenea, valiente como ningún otro mortal.

—Yo también quería ser así, pero este bucle me tiene harta. ¡Lo destruiré!

—No puedes destruir un bucle espacio-temporal —dijeron, a un mismo tiempo, Azrael y Makoto. Una coincidencia que no se repetiría nunca más.

«Ya veréis.»

Se elevó más alto de donde estaba el par, y desde ahí, primero juntó las manos tal y como le vio hacer a cierto monstruo con forma de chica en el remoto pasado: primero, las palmas juntas, luego cada una apuntando a un lado. Las aguas del lago, en este momento interminable en apariencia, se separaron y quedó a la vista el fondo, a donde fue a parar la canoa. El estrépito del transporte usado por tantos santos los últimos años al estrellarse en el fondo casi le dolió, estaba segura de que se iba a llevar una buena reprimenda por eso.

Lo peor era que no había conseguido nada, el nudo gordiano del santo de Libra no estaba en el fondo del lago, tampoco en el aire, donde las nubes, por la misma fuerza que Aqua había ejercido sin control sobre las aguas, se separaban dejando una amplia franja en la que sol brillaba en toda su plenitud. La nereida respiró hondo. Recordando palabra por palabra el consejo que le dio aquel hombre antes de ponerle esa prueba.

—Tu cosmos es vasto. Si bien no lo bastante para un santo de oro, no existe un santo de plata en esta generación que esté a tu altura. Tu problema no es la fuerza, sino la habilidad. Tienes que aprender a moldear la energía que late en tu interior, de lo contrario, tu potencial será desperdiciado como el agua de una presa rota.

A parecer de la nereida, el presuntuoso santo de Libra pudo haberse ahorrado la segunda frase. No obstante, aceptaba que si quería ser una guerrera —una diosa guerrera— tenía que contar con algo más que fuerza. Concentró el poder que desplegaba entre las manos, ahora unidas, hasta que estas brillaban con la intensidad de un sol azulado en miniatura; la energía condensada en ese punto era tal, que corrientes de agua y aire eran atraídas a toda velocidad, fundiéndose con la luz hasta que esta fue adquiriendo la sencilla forma de una daga. Tal arma, la Daga real que materializaba las aspiraciones de Aqua, fue blandida por esta con gran entusiasmo, de izquierda a derecha.

«La loca lo hacía así —recordaba la nereida—. Ni siquiera tenía que tocarnos, con mover un solo dedo desataba tempestades.»

Incluso si había llovido mucho, en más de un sentido, desde esa batalla olvidada por la humanidad, Aqua seguía conservando el miedo de entonces. Lo conservaría por muy fuerte que se hiciera, de modo que tenía que darle un uso, convertirlo en la inspiración para moldear ese increíble poder suyo. Impulsada por tal determinación, desgarró el mar y el cielo en un solo corte. El lago entero se vaporizó —el del bucle de Libra, no el auténtico, esperaba—, llenando toda la atmósfera de un blanco que pronto fue tragado por el vórtice ínter-dimensional que había abierto. Por esa grieta, de por lo menos cien metros de longitud, podía verse un espacio extraño lleno de planetas en miniatura.

Por desgracia, la Daga real se había deshecho a la vez de ese portentoso ataque. Aqua ni siquiera tuvo tiempo de admirar el arma de hoja blanca y empuñadura nacarada

—¿Qué gigante iba a poder matarte a ti? —tartamudeó Makoto. Tanto él como Azrael seguían en el aire gracias a la telequinesis de Aqua. Uno un poquito asustado, el otro más contento que un niño pequeño—. ¿Una montaña con piernas?

—Es mejor que no toque ese tema —aseguró Aqua, haciendo unos estiramientos—. Los humanos siempre os quedáis cortos describiendo a Tifón. Es una especie de tabú y…

No pudo terminar la charla. La fuerza de atracción que nacía de la grieta ínter-dimensional crecía segundo a segundo, hasta que ella no podía resistirse a la vez que cuidaba del par. Al menos tuvo tiempo de juntarse con el santo de Atenea y el asistente una fracción de segundo antes de que los tres fueran devorados.

Nada quedó del bucle de Libra, todo lo que contenía fue consumido para que la grieta en el tejido espacio-temporal se cerrase y el lago volviera a la normalidad. Y así fue, las ninfas del bosque no notaron nada de lo ocurrido más allá del eco lejano de una maldición al responsable de tan extraña prueba.

xxx

Los santos de oro en la Torre del Reloj, de consciencia más elevada que la de la mayor parte de mortales, sí que habían percibido esa distorsión. Más de uno dedicó miradas a los posibles responsables: Arthur de Libra y el Sumo Sacerdote.

—Cortarlo es lo mismo que desatarlo, ¿eh? —murmuró el Juez.

—¿Ocurre algo, Arthur? —cuestionó Kanon.

—Un asunto sin importancia —descartó el Juez—. En cuanto a la pregunta…

—¡Responde de una vez, desconsiderado! —gritó Shaula, colmada de sobra la paciencia que podía reunir. Entendió que se había excedido un largo minuto después, en el que todos los presentes la miraban—. Si nadie lo iba a decir, qué menos que decirlo yo.

—Tienes razón —accedió el Juez—. Os he dejado en vilo por demasiado tiempo, en especial a una compañera muy valiosa. —No miraba a Shaula, sino a la que con encomiable paciencia seguía en el centro de aquella Reunión Dorada tan agotadora—. Hubo cuestiones de extrema importancia que debí ponderar para llegar a esta conclusión, os aseguro que esto que estamos decidiendo aquí no es ningún capricho, sino un paso necesario para el mundo que vendrá después de la guerra.

—¿Entonces, cuál es tu respuesta? —repitió Kanon, conduciendo la Reunión Dorada hasta el final inminente.

—Sí. Pienso que Akasha de Virgo debe ser vuestra sucesora, Su Santidad.

Tan pronto el santo de Libra dio la respuesta, Shaula voló hasta Akasha, como protegiéndola de una manada de enemigos.

—¡Serás hijo de puta! —En el tiempo que tardó en entender las últimas palabras de Arthur, llegó a extender el dedo mortal. Fue un milagro que no empezara a ejecutar la Aguja Escarlata; así solo quedaba como una loca que señalaba a la gente.

—Si los santos de Aries, Cáncer, Escorpio y Acuario desean conocer mis razones para escoger a Akasha como nueva Suma Sacerdotisa, estaré encantado de explicárselas en privado. No obstante, la elección ya está tomada, según entiendo.

Ni Ofión, ni Nimrod, ni Sneyder dijeron nada al respecto. Shaula tampoco, aunque por razones muy distintas. Sintiéndose una tonta redomada, solo quería desaparecer.

—Oye, Shaula —le habló Akasha—, ¿no te explicaron qué se decidía aquí?

La santa de Escorpio volteó a la joven con mucha, mucha lentitud.

—Ayer mismo te iban a ejecutar. ¡Ayer mismo te iban a ejecutar!

Y así empezaron los laboriosos días de Akasha como Suma Sacerdotisa, estrenados con un súbito coscorrón de la más que confundida Shaula de Escorpio.

Notas del autor:

Shadir. No lo dudo, Atenea es la diosa de la guerra inteligente y la innovación es parte de la guerra, aunque su ejército es bastante tradicionalista, como sabemos. Puede haber sido arriesgado retomar el concepto de los Santos de Acero, pero aquí vamos. Con todo.

Sí, desde luego, nadie sufre como Makoto ese mal tan propio de las series niponas.

Karel00. Las fiestas son así, no te preocupes, incluso el dos mil vete merecía ser cerrado bien… ¡Y voy yo y revelo que los santos no eran tan santos!

Ya hay una historia desde el punto de vista de los espectros, de hecho, empezó en diciembre. Sobre cuán mala era la humanidad y qué tan buenos eran los del Pueblo del Mar, ¿qué puedo decir? Un bando perfectamente bueno en la guerra es, como poco, improbable. Siempre hay sombras y grises.

Lost Canvas tiene el récord de una historia larga sin recorridos de templos. Me parece que tuvo 140 capítulos sin que hubiera uno, aunque no he mirado.

Si creemos al pie de la letra lo que nos cuenta Oribarkon, hay una frase en concreto del capítulo que explica por qué Atenea actuó de ese modo y qué es lo que buscaba. Si dudamos de su buen nombre por estar manchando a Atenea, ídolo de grandes y pequeños, solo nos queda pensar que los caminos de los dioses son inescrutables.

No eres el primero que me lo pregunta. Yo creo que estaban agotados de luchar y solo esperaban que alguien les dijera que podían dejar de luchar. ¿Qué tiene Pirra? El corazón de Deucalión. ¡Mira que hacerlo salir del arca no es fácil!