Capítulo 60. Se reúnen las cinco divisiones
Después de un tiempo indeterminado, a la deriva de las dimensiones, Makoto, Aqua y Azrael cayeron cerca de la Torre del Reloj, por suerte desde no mucha altura. El santo de plata, de hecho, cayó de pie y pudo ver en directo cómo a la nereida le caía encima un cofre de plata —una caja de Pandora— sobre la cabeza cuando ya estaba en el suelo.
En cuanto a Azrael, si la caída de antes no le había matado, esta menos.
—¿Qué tienes en la cabeza?
—Aire, según mis hermanas —contestó sin pensar la nereida. No le prestaba atención, demasiado ocupada admirando la caja de Pandora que le había caído del cielo.
—¿Qué haces con eso? No es un juguete.
—Mi tesoro —murmuraba la nereida—. ¿Qué importa si no puedo ser una de los doce? ¡La plata es mil veces más bonita que el oro!
—Bueno, estoy de acuerdo… pero…
La situación empezaba a ser demasiado rara hasta para él, de modo que miró hacia los lados en busca de Azrael. El asistente, empero, ya no estaba interesado en los sobrenaturales poderes de Aqua, sino en las puertas de la Torre del Reloj. Las estaba inspeccionando con tal seriedad que no se atrevió ni siquiera a llamarle.
—¡Ah, mira, es Cefeo! —gritó la nereida—. ¡Buen Libra! ¡Muy buen Libra!
—¿Qué tiene que ver…? Oye, no me digas que el bucle era una Prueba de Armadura.
La sola idea era absurda. ¿Él tuvo que ganarla en una sucesión de combates y a ella le imponían resolver un bucle espacio-temporal? Bucle que no había resuelto…
—Con mi suerte, pude acabar siendo Mosca —se quejó Aqua.
—¡O-oye! ¿Qué tiene de malo ser el santo de Mosca? Además, no te la has ganado. Uno no se convierte en santo de Atenea por abrir…
—¡Mundo, prepárate, que viene Aqua de Cefeo! —gritó la nereida a la vez que abría el cofre metálico. Entonces, una luz plateada la cubrió por completo, dejando a Makoto enmudecido hasta que de nuevo pudo ver a Aqua, en efecto convertida en una santa de plata. Así. Sin más—. ¿Me queda bien?
Lo cierto era que sí. El vestido que se había creado solo para llevar algo puesto, con el añadido del manto argénteo, le daba la apariencia de una guerrera de los tiempos mitológicos. El yelmo encajaba a la perfección con la nereida, dándole la dignidad de una soberana siempre y cuando no se le ocurriese abrir la boca. Y ese era el problema: Makoto no tendría que estar viendo la boca de una santa de Atenea.
—¡Por todos los dioses del Olimpo, Aqua, tápate!
Un portón de dos hojas, de bronce y de plata respectivamente, se alzaba como la única entrada de la Torre del Reloj, rodeada por un marco de oro en el que podían verse los doce signos del zodiaco. En lugar de un motivo que aludiese a Atenea, la cerradura era la efigie del Jano, el dios bicéfalo que presidía sobre los comienzos y finales. Azrael seguía considerando que la alusión de tal deidad apenas conocida no podía ser cuestión de azar; como en el pasado, cuando pudo inspeccionar la construcción al no tener detrás un ejército de muertos vivientes, ya había teorizado que el estatus de inexpugnable de la Torre del Reloj tenía que ver más con la imagen de esa deidad y lo que representaba que con los materiales de la puerta, fueran los que fuesen.
No es que eso le hiciera sentir mejor. Si, como temía, se había convocado la Reunión Dorada, le sería imposible entrar en ella hasta que acabase. A menos que pudiera desatar un poder mayor del de los doce —once— santos de oro. Miró la armadura que lo cubría, semejante a los exoesqueletos de Tomomi Asamori que potenciaban la fuerza, velocidad y defensa excepto en un detalle: no estaba hecho de gammanium, era uno de los que creó su abuelo mediante el costoso proceso que expuso en la posada. En teoría, bebía de una fuente de energía inagotable en términos prácticos, que entre otras cosas era lo que le permitiría oponerse a la fuerza gravitatoria y volar. Si eso no había funcionado, tampoco tenía por qué funcionar la otra característica, originaria de Hercules y transmitida a las otras dos como una actualización a lo largo de la última década: poder dar un uso ofensivo a la energía absorbida por la armadura.
Lo que se le había pasado por la cabeza era re-utilizar la energía cinética del ataque que lo derribó con todo y avión en un punto muy pequeño, microscópico incluso, para repetir aunque fuera en miniatura la increíble proeza de Aqua. Sin embargo, no terminaba de decidirse en probar, no solo por las repercusiones de crear un agujero de gusano sin pensar bien lo que estaba haciendo, sino también porque sospechaba que el ataque de Aqua había excedido por amplio margen las expectativas del profesor Asamori en el momento de crear ese dispositivo. Destruir átomo a átomo un caza Pegasus, creado por Centro de Investigación, debía requerir muchísima energía.
—¿Cómo destruyes átomos con agua? —preguntó a nadie en particular.
—Es lo mismo que destruirlos con rosas, con práctica y precisión —respondió la voz del segundo hombre más viejo del Santuario—. Yo prefiero hacerlo a puño pelado.
Nimrod de Cáncer pasó por la puerta de Jano de la misma forma que lo harían los fantasmas con los que pasaba buena parte del día. Como para hacer énfasis en lo que había dicho, tenía los puños alzados, acaso listo para gastarle otra broma pesada a Azrael. Este, empero, no se dejó provocar esta vez.
—¿Qué? ¿No quieres dejar mal a un viejo como yo, eh?
—Digamos que el manto de Cáncer te favorece.
—¡Ah, no seas aburrido, señor secretario de la honorable general de la división Pegaso, Akasha de Virgo! —dijo Nimrod en tono jocoso—. Ah, esa era una buena época para la Fortaleza de Atenea, más activa. Casi extraño que la mano derecha de la encargada de poner todo en orden me tratara como un rufián y hasta me retara a un duelo.
—Fuiste tú quien me desafió —objetó Azrael.
En ese momento, hacía ya unos cuantos años, a él no le había parecido mal. Nimrod no era un santo de Atenea, sino un nuevo recluta, de cabello y barba ya gris oscuro, que iba por los barracones de la guardia con postura encorvada y una boca muy suelta. No se callaba nada: fallo que veía, fallo que expresaba de la peor manera posible, incluso en las comidas tachaba de inútiles a la mitad de los soldados, los cuales levantaron quejas, por supuesto. Azrael trató de solucionarlo sin que Akasha tuviera que perder tiempo en eso y acabó aceptando el reto del sujeto. Ya con mirarlo sabía que era alguien fuerte, que los achaques y la espalda arqueada eran un teatro, pero tenía un buen entrenamiento encima y experiencia lidiando con enemigos más fuertes que él, nada tenía que salir mal si usaba la cabeza. Todo estaba permitido, después de todo.
No fue la pelea más dispareja en la que había estado metido, al contrario, Nimrod no dio muestras en ella de haber despertado el cosmos, ni siquiera dio todo de sí, sino que se mantuvo en todo momento a la altura de Azrael. La misma fuerza, la misma velocidad y una habilidad sorprendente hasta para un santo de Atenea, según le dijeron los que vieron el espectáculo. ¡No existía truco ni maña alguna que el viejo no conociese! A todo movimiento que realizaba, Nimrod tenía una respuesta preparada, siempre. Pese a eso, no terminó la batalla pronto, la extendió a placer para conseguir lo que no pudo con lo que después llamaría críticas constructivas: dar lecciones de verdad a la guardia, terminar con la idea de que una vez allí el entrenamiento solo era rutina.
Cuando Azrael llegó hasta Akasha más impresentable que nunca, esta tuvo que confesarle que Nimrod era el santo de Cáncer, aunque nadie sabía cómo había encontrado el cuarto manto zodiacal, ni por qué este le había reconocido.
—Siempre me extrañó que la señorita lo supiera y yo no —confesó Azrael.
—¿Qué? ¿Acaso sois hermanos siameses? —dijo Nimrod—. La verdad es que yo lo planeé todo, aprovechando que tratabas de restarle trabajo a la general, me colé cuando no estabas y le conté que me estaba haciendo pasar por guardia. Quería comprobar que tenías madera de santo, ya que entrenaste para serlo con un gran maestro.
—No completé el entrenamiento.
—Lo que hace al santo es el cosmos, no el manto. Si me hubieses aceptado como maestro, las cosas podrían haber sido distintas.
—No me arrepiento de las decisiones que tomé. El señor Shiryu fue un gran maestro, como dices. Es solo que yo no fui un gran alumno.
Lo que ahora decían era una verdad a medias. Nimrod sí que había entrenado a Azrael en un aspecto: el auto-control. Por alguna razón, no tenía una buena opinión de Akasha y disfrutaba dejarlo claro cada que se encontraba con Azrael, estuviera o no presente la general. Al principio, Azrael respondía a las provocaciones con una súbita agresividad y Nimrod le hacía morder polvo; después, actuó con la cabeza más fría y buscó un modo de sorprenderle, sin éxito, hasta que entendió lo que ese curioso maestro pretendía con todo eso. Desde entonces, mantener las formas en todo momento era como respirar para él la mayoría de veces. La única excepción era el encuentro con Gestahl Noah.
Conversaron un poco más, sobre el papel de Nimrod como instructor de la guardia desde que inició el exilio de Akasha. Los chicos mejoraban, Tiresias era un blando y Faetón un inútil. Lo que siempre opinaba. Solo un detalle, todavía delicado, se guardaron ambos para sí: la participación del santo de Cáncer en la manipulación de gammanium, en especial el que se usaba para crear armas.
—Ya, ya tengo máscara, ¿contento? —decía Aqua mientras se acercaba a Azrael y el viejo lúgubre. En efecto, una pieza de metal le cubría la cara, distinguiéndola como sierva de Atenea—. Ya nadie va a venerarme como la diosa de la guerra y la sabiduría.
—Yo no inventé la ley —apuntó Makoto—. Y si de verdad eres una santa de Atenea, es mejor que no vuelvas a soltar blasfemias.
—Los dioses no pueden blasfemar… ¿O sí?
—¿Cómo llamarías a usurpar el nombre de la deidad por la que luchamos?
Aqua y Makoto miraron a Azrael, pero antes de que este pudiera responderles, un mensaje estridente resonó en las mentes de ambos. Kiki les exigía que fueran al punto de reunión. Ya. Eran los últimos, al parecer.
—¿Ves? ¡El Santuario me reconoce como Aqua de Cefeo! ¡Corté el nudo gordiano!
—¿El qué…?
—Así llamaba el santo de Libra al bucle. ¿Y tú, Makoto? ¿Cuál es tu constelación?
—Ya lo sabrás si un día coincidimos en una misión.
La respuesta de Makoto, que solo quería salir del paso, emocionó a Aqua. Pronto le puso las manos en los hombros, apretando quizás un poco fuerte. Las hombreras se hicieron añicos y el santo de Mosca tuvo que contenerse para no soltar un quejido.
—¿Cuándo, cuándo?
—El treinta de febrero lo tengo libre.
Aqua hizo un gesto de asentimiento.
—¿El treinta de febrero? Bien, no falta mucho para eso.
Libre de la presa de Aqua, Makoto sonrió para sí. La nereida se dirigió a Azrael para despedirse. A este no parecía sorprenderle en lo más mínimo que la hubiese reconocido un manto sagrado, ya había algunos casos por el estilo en el Santuario, como el hombre al que la nereida había tratado de no mirar siquiera, por si le echaba mal de ojo.
—Así que la hija menor de Nereo luchará con nosotros, ¿eh? Buena cosa.
—Disculpe, viejo lúgubre, ¿nos conocemos?
—Lisandro te conoció —dijo Nimrod, misterioso—. Le habría gustado salvarte.
—¿Lisandro? Eso pasó hace muchísimos siglos. ¿Qué tan viejo es usted? —Con gran descaro, la nereida señaló a Nimrod, esperando una respuesta concreta.
—Lo bastante como para que no tengas que hacerme caso cuando hablo.
De esa forma, Nimrod se salvó de la enésima charla ociosa de la tarde.
—Bueno, Makoto, Azrael, nos vemos en el punto de reunión. ¡Y esperaré con ansias el día en que luchemos juntos! Sois muy divertidos. Team Azrael! Go! Go!
Aun si el santo de Mosca hubiese tenido paciencia para preguntarle por qué serían el Team Azrael, Aqua no le habría escuchado. Salió de allí muy rápido.
—Vosotros deberíais hacer lo mismo —aconsejó Nimrod—. Si lo que esperas es que acabe la Reunión Dorada, te digo yo que ya ha acabado, así que puedes irte tranquilo con el resto del ejército. Y tú también, Makoto, ya es hora de que recibas como se merece a Akasha, nuestra nueva Suma Sacerdotisa.
—¿La nueva Suma Sacerdotisa?
—¿La señorita lo consiguió?
—En lo que tardé en decidir si os sacaba de la Otra Dimensión, di un paseo hasta Rusia y traje tu manto de Mosca. Que no te avergüencen tus precedentes, Makoto.
Con un chasquido, Nimrod hizo aparecer la caja de Pandora a los pies del portón de Jano. No esperó a ver cómo reaccionaba el dueño, mucho menos a que el par se recuperara de la noticia. Ya tendrían tiempo para eso.
—¡Nos vemos al pie de la montaña, muchachos! —exclamó a la vez que desaparecía, convertido en una estela de luz.
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Era la primera vez en cinco años que toda la guardia se reunía en el mismo lugar. La tensión se notaba en el ambiente.
Cubriendo buena parte de la explanada a los pies de la montaña, miles de guardias podían contarse, muchos de ellos —vigilantes y guardianes— con pesadas corazas y armas de gammanium, un bien de lujo durante la última invasión, más corriente ahora. Los más destacados ocupaban la segunda línea, compuesta por las amazonas, los Arqueros Ciegos de Triela, los Heraclidas de Icario y los Toros de Rodorio, vástagos de guerra y tragedia, armados con pesados martillos y sin ninguna protección, salvo el yelmo taurino de bronce, pantalones de cuero curtido y botas del mismo material.
Solo tres personas eran tan respetadas como para formar una línea aparte: Tiresias, capitán de la guardia, Faetón, jefe de los vigilantes, y Helena, primera entre las amazonas. Personas clave en la unidad de la guardia.
Delante se extendían dos columnas de santos. La primera, división Pegaso, estaba encabezada por Arthur de Libra y su lugarteniente, Marin de Águila. Eran un grupo tranquilo, como siempre, donde destacaba la presencia de Minwu de Copa, fuera de la Fuente de Atenea para honrar a la nueva líder, y las jóvenes promesas Rin de Caballo Menor, Alicia de Delfín, Elda de Casiopea, Xiaoling de Osa Menor y Presea de Paloma, destacado grupo de santas de bronce con maestría en el arte del combate aéreo. A la derecha, poseedores de una dignidad comparable, estaba la división Dragón comandada por Garland de Tauro y Zaon de Perseo. Entre los miembros de ambas divisiones, cierta camaradería podía vislumbrarse, en especial entre los santos de Lagarto, Centauro y Auriga. Año y medio atrás, como parte provisional de la división Cisne bajo el mando del santo de Ballena, estuvieron involucrados en la detención del príncipe Alexer y la posterior batalla con el rey Bolverk; a pesar de que la segunda acabó en fracaso y hasta alegaban no haber estado ahí, los tres esperaban con ansias volver a combatir juntos.
Fue hasta que ingresaron las divisiones de Cisne y Fénix que la paz empezó a torcerse un poco. Shaula, por razones que solo los santos de oro podían conocer, no estaba tan encendida como de costumbre, mientras que Sneyder era un líder de pocas palabras y Hugin, siempre cercano al santo de Acuario, estaba hoy sin ganas de hablar. No tendría que ocurrir nada si no fuera por una vieja rencilla entre Bianca de Can Mayor y el que seguía siendo en teoría lugarteniente de Shaula, a pesar de que eran Mithos de Escudo y Subaru de Reloj los que la seguían a todas partes. Espigado, de largos cabellos negros y un rostro severo que era la viva materialización de la disciplina, Ishmael de Ballena había sido víctima de un plan de la santa de plata, instigado, según había denunciado el mismo, por la anterior líder de la división Fénix, Lucile de Leo. Tal denuncia, lejos de servir para lavar su honor, lo convirtió en comidilla de rumores desagradables; ya nadie hablaba de la derrota sufrida en Bluegrad hacía año y medio, sino del tórrido romance que mantuvo con la mano derecha de Lucile en isla Thalassa.
—¿Qué hacéis aquí? —cuestionó Ishmael. Estando las divisiones una al lado de la otra y ya que Sneyder no tenía un lugarteniente oficial, Bianca y Hugin estaban detrás del santo de Acuario, a la vista del santo de Ballena—. ¿A quién piensas seducir?
—¿Cómo puedes pensar tan mal de mí, Willy? —contestó Bianca—. Soy Can Mayor, fiel como nadie. ¿No lo sabe ya todo el mundo, gracias tu indiscreción?
—Inaceptable.
—Ya lo creo. Es más divertido cuando es un secreto…
—No —cortó Ishmael, contenido a duras penas—. Tú eres inaceptable, una vergüenza para las guerreras del Santuario. —Antes de continuar, miró de reojo a las jóvenes de la división Pegaso y a la subcomandante de esta, todas los miraban, a buen seguro con gesto desaprobador—. Si no te comportas, yo…
—¿Me castigarás?
—¡Inaceptable! —Ishmael sacudió la cabeza. Entendiendo que ese sin sentido no llegaba a nada, prefirió mirar al frente y asumir que no estaba al lado de esa persona.
Sin embargo, Bianca no era un can que dejaba escapar una presa a la que mordía.
—Si buscas consuelo, dilo Willy. Me parece muy feo lo que te hicieron. Tú eras el más equilibrado entre la segunda casta de nuestra orden, luchaste contra Hipólita como el mejor de los cuatro subcomandantes y ahora… ¡Te sustituyen por un jovencito! —exclamó Bianca a viva voz, sin lograr provocar más que una mueca del santo de Escudo, en la fracción de segundo durante la que volteó la cabeza hacia ella—. Podrías pasarte a nuestra división. A mí no se me da bien mandar, ni obedecer a Hugin.
—¿No haréis nada con esta… esta…? —cuestionó Ishmael a Sneyder, sin obtener respuesta—. Esto es vergonzoso. Inaceptable.
No obstante, él había sido el comenzó con los problemas por esta vez, eso lo sabía el santo de Ballena incluso si no podía parar. Siempre que Bianca se comportaba así, él tenía que responder, no podía quedarse callado si nadie hacía nada.
En cada división, Pavlin de Pavo Real y Nico de Can Menor palmearon las espaldas de los implicados, en un intento de calmar los ánimos. Un intento que habría sido inútil de no ser por el repentino ingreso de la última división: los irregulares de Andrómeda.
El último grupo de santos, formado a lo largo de dos años y medio, contaba con una subcomandante menos exigente que el resto. Cuando Akasha no estaba y la autoridad recaía en June, tenían la costumbre de ser informales y así se comportaron, para escándalo y alegría de unos y otros de los presentes. Lesath se metió en la división Cisne para compartir pan con Aerys, quien no les guardaba ninguna clase de rencor. Ban pasó entre las miradas compasivas de los correctos miembros de Dragón para ver cómo se encontraba Fang: el santo de Cerbero, pese a las vendas tapándole un ojo medio ciego, estaba listo para salir a combatir ahora mismo… y para echarse una siesta, aunque eso era lo normal en él. Soma, rompiendo todo protocolo imaginable, acompañaba a su padre y les dedicaba a Ishmael y a Bianca gestos obscenos.
Emil de Flecha se comportó bien solo el tiempo que tardó Shun en quitarle el ojo de encima, al querer conversar con Marin sobre los últimos acontecimientos. El santo de Andrómeda tuvo el buen juicio de emplear la telepatía para que el Santuario entero no supiese que existía alguien tan poderoso como para forzar sobre él una teletransportación, incluso si no le había causado daño alguno y pudo regresar sin percances. No obstante, era justo porque Emil no podía oír de qué hablaba aquel héroe legendario por todos respetado que terminó haciendo lo peor que podía hacer.
—Éramos pocos y parió la abuela —gruñó entre dientes el santo de Cuervo.
—Hola, Hugin, ¿cómo lo llevas?
—Esta no es tu división, arquero, vuelve a tu puesto.
—Primero respóndeme. ¿Ya has practicado tu postura? Mira que hincar la rodilla ante nuestra querida general es una gozada, pero si no lo haces bien podría darte dolor de espalda. ¿Quieres practicar en lo que llega?
—Más tonto y no nace —murmuró el santo de Cuervo, mirando a otro lado. El parecer de él sobre la situación era bastante claro. Y el gusto de Emil por picarle, todavía más.
Una pequeña distracción cortó la discusión entre los dos santos de plata, así como cualquier conversación que se estuviese dando. Desde la Torre del Reloj, una veloz santa —mucho más rápida que Mera, superior incluso a las saetas del Arco Solar de Emil— apareció frente a todos. Aqua de Cefeo, pues nadie más podía ser, saludó al ejército de forma casual, presentándose a cada guardia, amazona y santo con el que se tropezaba hasta llegar hasta lo que consideraba su sitio: la división Pegaso, donde abundaban guerreras enmascaradas como ella.
—Se presenta Aqua, hija de Nereo —dijo la nereida al santo de Libra—. No una santa de oro, mas sí la más fuerte entre los santos de plata.
Arthur y Marin intercambiaron miradas. El Juez dio su aprobación, tranquilizando a todos. Ya fuera que lo admirasen o temiesen, todos respetaban al santo de Libra.
—¿Tú también, eh? —saludó Marin de Águila a la nueva subordinada. Como esta no entendía la referencia, indicó con un gesto a la división Cisne, donde estaba el anterior merecedor de ese título, Ishmael de Ballena, y el actual, Mithos de Escudo.
La escena no dio para más. El ejército de Atenea estaba acostumbrado a los santos autodidactas, formados de la nada; hasta había ninfas vistiendo un manto sagrado, por lo que apenas que se les uniese el hijo de un olímpico, no iban a mostrarse sorprendidos a esas alturas por la ascendencia de nadie. Se retomaron, pues, todas las conversaciones, excepto una de ellas: Emil notaba que alguien lo estaba mirando y pronto entendió que se trataba del comandante de la división Fénix.
—Un santo solo hinca la rodilla ante Atenea. ¿Acaso ha vuelto a reencarnar, Flecha?
—N-no s-señor Sneyder.
En comparación a la mirada condenatoria del santo de Acuario, el clima de Bluegrad podía pasar por veraniego. Emil dio un paso hacia atrás.
—Hay momentos para hablar y momentos para callar, Flecha.
No fue necesario decir nada más. Emil se fue hacia donde Aerys repartía pan a todo el mundo y Hugin admiró un poco más al general Sneyder, si eso era posible.
Kiki, Makoto y Azrael llegaron poco después. El primero se quedó escuchando las opiniones de la guardia sobre el equipo —buena parte de él era obra suya—, mientras que los otros dos, sin saber bien dónde colocarse terminaron siendo parte de la discusión de Ishmael y Bianca. Esta última fue quien dio un breve resumen del problema.
—Willy me considera una vergüenza para las guerreras de Atenea.
—Es que… —Makoto tragó saliva. No debía titubear tratándose de la santa de Can Mayor, cualquier punto débil sería aprovechado por ella para manipularle—. Para una mujer que ha sacrificado su feminidad con el propósito de servir a Atenea como cualquier otro santo, tu actitud deja mucho que desear.
—No estoy de acuerdo —intervino Azrael—. Un guerrero es alguien que hace la guerra, del modo que sea. Recurre a las armas que encuentra y también a las que tiene, como el ingenio o el cuerpo. No hay una diferencia real entre ganar una batalla a puñetazos o explotando el atractivo para engatusar al enemigo.
—Eso es horrible, hasta viniendo de ti —se quejó Makoto—. Y machista.
—¿Por qué lo sería? —preguntó Azrael, confundido—. Tanto el hombre como la mujer cuentan con encantos que pueden y suelen explotar.
—Makoto lo sabe bien —terció Bianca, encantada con el rumbo de la conversación—. Para dormir a Hipólita no tuvo reparos en plantarle un beso de película.
—Una buena táctica.
—Ni era una buena táctica, ni pretendía ser un beso.
Sin embargo, toda altura moral que el santo de Mosca pudiera tener para apoyar a Ishmael se esfumó con la revelación de Bianca. Avasallado por la mirada aprobadora de Azrael, Makoto se retiró de ese debate disparatado, mientras que el santo de Ballena hundía el rostro en la mano. Debía tener un dolor de cabeza de mil demonios.
—Inaceptable. ¿Qué clase de ejército es este en el que los oficiales sueltan insensateces a las puertas de una guerra? ¿Siquiera podemos considerarnos un ejército?
—Claro que sí. —Lesath apareció atrás de Bianca, limpiándose las migas con una mano y usando la otra para darle un suave golpe en la cabeza. Por un momento dio la impresión de que seguía siendo el subcomandante de la división Fénix y no un irregular más—. El ejército más poderoso del mundo. Y con la mejor líder que podríamos pedir.
Varios haces de luz cayeron sobre la explanada, formando un semicírculo frente a los cuatro generales. A varios los conocían: Nimrod de Cáncer se veía extraño con el yelmo picudo enmarcando el cabello gris y un manto dorado sobre un cuerpo que no solía necesitar protección, porque nadie alcanzaba a darle un golpe; Lucile, en cambio, se veía ajustada al manto de Leo, portadora y armadura habían nacido para ser uno, como era también el caso de Triela. La santa de Sagitario, última en unirse a los doce, solía vestir un traje negro como recordatorio de la vida que pudo tener, pero ahora, con el décimo manto zodiacal cubriéndola y las alas de oro extendidas en toda su envergadura, más que confundirla con una matona de la mafia, muchos en el lugar la percibieron como un ángel vengador listo para fulminar al enemigo. La cuarta de los aparecidos era un misterio. Podían reconocer el templo que resguardaba gracias a las características dobles hombreras y las escamas, pero por lo demás, Shizuma Aoi no tenía más fama que la de un rumor intercambiado de boca en boca.
—La Dama Blanca está aquí —dijo alguien, señalando a un tiempo la máscara sin rasgos de la joven y el cabello albino—. Esto es serio.
—¿Y qué hay del Ermitaño? —apuntó otro, cerca.
—Dicen que algo pasó en el Pacífico y lo está investigando.
—¿En el Pacífico? Eso es muy grande, ¿qué parte del Pacífico?
—Allí es donde estaba Reina Muerte. ¿Habrá reaparecido?
—¡No digas tonterías! El Gran Abuelo destruyó Reina Muerte.
Pero si la presencia de Shizuma Aoi y la ausencia de Ofión dio de qué hablar entre muchos de los presentes, el siguiente en aparecer dejó el lugar en un completo silencio. Para la mayoría, fue la primera vez que veían al Sumo Sacerdote sin la túnica papal y quedaron extrañados de que hubiese un santo de Géminis, tuvieron que ser los veteranos los que explicaran que aquel hombre con el yelmo de doble cara en los laterales era el mismo que lideró el Santuario todos estos años. Nadie pudo decir nada después, a pesar de que era bien sabida la razón por la que todos estaban allí.
—Cuando os miro a todos vosotros, siento orgullo. No debería, porque solo he cumplido con la tarea que Atenea me encomendó, lo conseguido en estos trece años es mérito vuestro, no mío. Sin embargo, me enorgullezco igualmente, porque de todo el daño que sufrimos en el pasado, nos hemos recuperado. ¡No somos el mismo ejército que enfrentó a la legión de Aqueronte! Nos hemos vuelto fuertes, más fuertes de lo que fueron quienes nos precedieron. Eso es lo que siempre pretendí: un Santuario renacido, capaz de valerse por sí mismo y superar cualquier adversidad. Eso era lo que esperaba de vosotros, eso es lo que sois. Ahora ya no tengo nada que enseñaros, porque caminamos en la misma senda, porque podéis valeros por vosotros mismos y andar el camino hasta el mañana. Permitidme, pues, dejad de observaros desde las alturas como un padre orgulloso, ¡permitidme luchad a vuestro lado como un hermano de armas!
Un clamor se extendió por el lugar desde miles y miles de gargantas. Ya perteneciesen a los Escudos, la Lanza o la Fortaleza de Atenea, todos los santos de todas las divisiones despidieron de esa forma al que fuera Sumo Sacerdote hasta ese día. En eso, los irregulares de la división Andrómeda fueron iguales que el resto, fue la guardia la que destacó esa vez, entrechocando lanzas, espadas, escudos y otras piezas de metal a modo de saludo. Tal era el orgullo que sentían, pues Kanon de Géminis no hizo distinción entre ellos y los santos, entre las amazonas enmascaradas y los hombres armados.
Kanon alzó el brazo y los sonidos se fueron apagando. Al bajarlo, la Otra Dimensión se abrió tras él, dando paso a una leyenda viva, Seiya de Pegaso, quien en esta ocasión tan solo precedía a una persona por todos conocida, y sin embargo, ahora irreconocible.
No era fácil distinguir la identidad de alguien que llevase puesto el yelmo papal.
—Los santos de oro hemos decidido por unanimidad quién será nuestra nueva líder —afirmó Kanon, de cuya palabra nadie dudó—. Nuestra Suma Sacerdotisa, Akasha.
Notas del autor:
Shadir. En un universo alternativo, Makoto le pidió ayuda a Shaula y todo fue mejor. O peor, ¿quién sabe? Mal por Kanon por no exponer el orden del día al inicio de la reunión, aunque solo el pobre corazón de Shaula y la cabeza papal sufrieron por ello.
Bueno, el primero en caer esta vez fue Azrael, quién sabe si es Makoto el epicentro de los problemas en este dúo que a saber cuándo tendrán un rato de paz.
Karel00. Me alegra mucho que esté siendo tan bien recibida la idea de la Guardia de Acero, un ejército adaptado a los tiempos que corren. Hay varios grupos dentro de la guardia. Algunos usan lanzas y espadas, como los guardianes y vigías, mientras que otros más selectivos, luchan a la manera de los santos de Atenea, sin armas, como los Heraclidas y las amazonas. Algunos tienen labores de vigilancia y otros de defensa. No todos son antiguos aspirantes, ni tienen las mismas capacidades físicas.
Creo que llevas bien la cronología, ¿dónde está la confusión? La hija de Asamori (si dije que era su esposa la que se prendó de Azrael, o que Asamori es el padre de Tomomi, cometí un desliz, es su abuelo) salió en un flashback hace tiempo; es inventado, eso sí. Azrael es parte de este particular universo de Saint Seiya y ya sabes la fama que tienen esos personajes. Sobre mi estilo, realmente no tengo una razón, solo me sale así.
El sentido del humor viene después del noveno, no está al alcance de cualquiera. ¿Makoto, relajándose? Eso habría que verlo, es tan improbable como lo de Akasha amenazando de muerte a la gente. Improbable, ojo, no imposible. Creo que es más que la armadura elige al santo a que lo haga el Santuario, independientemente de que luego lo juzguen indigno y lo hagan matar, aunque bueno, por algo Kanon se jubiló.
Aquí voy a admitir que toda la trama de Alexer es una historia corta que estaba escribiendo y quedó inconclusa, pero quise aprovechar para enriquecer este universo. Ya había hecho alguna mención a ella en el arco de Neptuno y aquí vemos un poco más. Los santos estaban en Bluegrad por el asunto del ánfora de Atenea. Así es, el fracaso del que se hablaba entonces era que la división Cisne, al completo, no pudo detener a un Campeón del Hades, Bolverk, aun sabiendo dónde iba a resucitar. ¡Haces que me sienta mal por Shaula! Sí que le ha dado golpes esta historia, pero ella sigue luchando igual.
Mantener la ambigüedad en la escena hasta el final fue complicado, y habría sido imposible de no ser por Shaula, tan confundida como el lector. Diría que la mitad de la culpa es de ella, por no preguntarle a nadie, y la otra mitad de Kanon, ¿nadie le explicó al Sumo Sacerdote que una reunión comienza exponiendo los puntos del día? Sí, Shaula es única, como bien expresó Lucile cuando quiso chincharla hace un tiempo.
Uh, ¿vía libre para Azrael? Veo mucho peligro ahí. Dada la situación, con tantas sospechas entre uno y otro bando, creo que era fundamental que se resolviera el asunto de Akasha antes de la guerra.
