Capítulo 61. Suma Sacerdotisa

Akasha había soñado con esa visión durante demasiados años como para creer que al fin era real. El ejército de Atenea, unido; los legatarios de sus maestros y compañeros de antaño, cuando solo era una niña con un gran potencial, realizados. Hierro, bronce, plata y oro, relucían en ese día al unísono, ninguna clase de oscuridad podría cambiar eso, ni siquiera una semejante a la de la Noche de la Podredumbre, la invasión de Caronte y la legión de muertos. Estaba convencida de ello.

Fijándose mejor, había algunas ausencias. Icario de Boyero no estaba entre los miembros de la división Cisne, jamás lo estaría de nuevo; por tanto, no era raro que Mera, más que una aprendiz de aquel sabio guerrero, casi una hija, no estuviese presente para ayudar a mantener el orden. Entendía eso, como entendía que si Kiki había encontrado un hueco en su apretada agenda de reparador para esa convocatoria, sus discípulos reparadores de mantos no estuviesen. De los asuntos de Ofión de Aries y Nicole de Altar ya había sido informada una vez le otorgaron las vestiduras papales: el Ermitaño investigaba la aparición de una enorme isla, acaso un pequeño continente, en los alrededores de la extinta Reina Muerte, mientras que la sombra del Sumo Sacerdote, como era conocido Nicole de Altar, se ocupaba de las tareas administrativas de la Fortaleza de Atenea. Aun si Minwu de Copa, quien tampoco era un guerrero, se presentó para rendir sus respetos, no podía culpar al santo de Altar por cumplir su deber. En cambio, sí que sentía que tendría que felicitar a Fang de Cerbero y Bianca de Can Mayor por su tesón: heridos de gravedad el día de ayer, ahí estaban.

«No —reflexionó Akasha, observándolos no a través de la máscara de una amazona, sino del velo, protector de su mente e identidad, levantado por el yelmo papal—. Lo que tengo que hacer es enviarlos a la Fuente de Atenea de inmediato.»

Si le hacían caso, eso era un asunto muy aparte. No todos los santos de Atenea eran tan cumplidores de las reglas como Makoto, y hasta él se había saltado una norma, al viajar hasta el Santuario para salvarla. Tal vez por eso Seiya de Pegaso, el único al que se le permitía seguir más allá de la línea formada por los santos de oro, veía con aprobación a quien él mismo entrenó para que tuviera una segunda oportunidad. O tal vez esa era solo una impresión que tenía y aquel héroe de leyenda, también maestro suyo, contemplaba lo mismo que ella henchido del mismo orgullo. Él era, después de todo, uno de los padres fundadores de la actual generación. Por él y sus compañeros, podía haber una nueva generación, para empezar. Ellos salvaron a la humanidad.

«Aunque Arthur siempre diga que el hombre nunca hace justicia a la leyenda —recordó Akasha con una sonrisa—. Vestiduras dignas para un hombre no tan digno.»

Ella no podía pensar de ese modo. Notaba una gran fuerza en el manto de Pegaso, así como una presencia única en la sencillez de aquel hombre de cabellos revueltos y mirada siempre determinada. Hasta ella, una santa de oro, había experimentado lo que eran la desesperación y el miedo. No creía que él pudiera sucumbir a tales emociones.

Vio más allá, a donde Makoto trataba de arrastrar a Azrael. Faetón mantenía la compostura mejor de lo que habría esperado, Tiresias tenía de nuevo orgullo en el rostro y Helena llenaba con honra el puesto que una vez ocupó Geist. Le pareció que el aura de líder que emanaban estaba a la par de los subcomandantes de división. ¡Y qué menos que fuera así! Si Marin de Águila, Ishmael de Ballena, Zaon de Perseo, June de Camaleón y el dueto formado por Bianca de Can Mayor y Hugin de Cuervo tenían que mantener bajo control a un puñado de santos, esos tres tenían que dirigir a la facción más numerosa del ejército. Una que ya era numerosa ahora, estando incompleta. ¿Qué ocurriría en el futuro, cuando los que se fueron volvieran a casa? Por el momento, guardó para sí el secreto deseo de ver a Hybris disuelta y a todos sus miembros siendo lo que siempre debieron haber sido: parte del Santuario. La guerra no era el momento para esos cambios, se necesitaba tiempo, tiempo en período de paz. Cuando el poder de la Guardia de Acero quedase demostrado, la necesidad de vestir una armadura negra desaparecería y Gestahl Noah no tendría ya ningún poder en aquellos jóvenes.

«Aun así, muchos murieron vistiendo esas armaduras —pensó Akasha. Para ella, acusada de ser en parte responsable, en parte solución a medias, del Cisma Negro, no era difícil reconocer en la guardia a quienes se quedaron después de la Pacificación. Como tampoco le costó ver a los que se fueron en varios cientos de los muertos a través del Ojo de las Greas, el año anterior—. Si quiero convencerlos, tengo que comprenderlos primero. Ya no puedo permitirme pensar solo de una forma.»

¿Qué palabras podía darles? ¡Estaba muda! Antes de ese momento, cuando Arthur le sugirió tamaña locura, pensó que sabía qué debía decirles. Empezaría hablando sobre el peso del destino y la fuerza necesaria para cargar con él… ¡Inútil! No sentía que las sagradas vestiduras con las que iba cubierta pesaran más que el manto de Virgo, todo lo contrario. Se sentía ligera, como si ese fuera el lugar que siempre quiso ocupar. ¿Era así? ¿Leteo pudo haber consumido aspiraciones en lugar de recuerdos? No podía saberlo. Solo podía hablar por quien era ahora, la Suma Sacerdotisa. Y todos la veían como tal en ese momento, sin la reticencia que pudo imaginar en los últimos días. Tal era el efecto que tenía ser la representante de Atenea en la Tierra: la misma protección que mantenía a salvo la mente del primero entre los santos, lo volvía indistinguible a primera vista. Simplemente nadie podía disfrazarse como Sumo Sacerdote, eso era algo que cualquier santo de Atenea aceptaba sin más. También era la razón de que Saga de Géminis durase trece años en el poder sin ser cuestionado.

«Las barreras —pensó Akasha—. Las barreras que nos separan. Eso es.»

Desconocedores de lo que ocurría bajo el yelmo de la Suma Sacerdotisa, pocos tuvieron la cabeza lo bastante despejada como para ocupar su puesto. Apenas los santos de oro presentaban un orden mínimo, con Nimrod de Cáncer, Lucile de Leo y Triela de Sagitario a la diestra de Garland de Tauro, Sneyder de Acuario y Arthur de Libra, por una mera cuestión de compatibilidad con la división que estos últimos dirigían. Si la división Andrómeda no estuviese dispersa por todo el escenario, Shizuma Aoi, acostumbrada a vigilarlos, estaría a la cerca de ellos. En cambio, ella y Kanon de Géminis permanecían apartados, en los dos extremos de la línea zodiacal.

—No, no puedes pasar, ni siquiera tendrías que estar aquí —gruñó Makoto, todavía tirando de Azrael—. El asistente del Sumo Sacerdote es el santo de Altar, ¿recuerdas?

—Yo soy el asistente de la señorita —replicó Azrael.

—Eso ha sonado a enfadado. ¿Estás enfadado? —susurró Makoto, con una sonrisa maliciosa—. Pues ese enfado te lo vas a tragar como hacemos todos.

Siendo un santo de plata, vistiendo el manto y con la mano sana, por supuesto que Makoto pudo mover a Azrael a través de los pequeños grupos en que se habían dispersado las divisiones. Sin embargo, el asistente seguía pudiendo hablar.

—Tú no estás enfadado.

—¿Por qué debería estarlo?

—Hay descontento por este cambio, lo huelo en el ambiente. Y a ti no te gustan los cambios. Según mi experiencia deberías estar muy, muy enfadado.

—¿Bromeas? Esto tiene más sentido que cualquier otra cosa que haya visto desde el día de ayer. No, desde que acabé en vuestra división.

—¿De verdad?

—No me hagas hablar, Azrael. Aunque susurre, estamos entre los mejores guerreros del mundo. Nadie aquí tiene problemas de oído.

Con eso, Makoto dio por terminada la corta discusión. No mentía, de verdad era capaz de entender el razonamiento detrás del Juez para sanar el Santuario antes de que se destruyese a sí mismo. Convirtiendo Akasha en Suma Sacerdotisa, los pecados se tornaban en decisiones duras, difíciles de entender para el resto, pero necesarias. Así, de un solo movimiento, todos los santos de Atenea volvían a serlo. Eso tenía, al menos, más sentido que tantos pactos bajo la mesa y el endemoniado proyecto de la Guardia de Acero, que Azrael exhibía con su sola presencia en el lugar.

«Habrá que vivir con eso —decidió Makoto, resignado. Por lo menos, se aseguraría de que el asistente no cometiera ninguna locura quedándose cerca. No parecía que a Tiresias y Helena les molestase tenerlos a los dos por ahí. Y Faetón, su antiguo jefe, estaba tan confundido como él lo estuvo el tiempo que pasó con la división Andrómeda—. Hay un momento en el que la paciencia de un hombre supera todo límite y ya no hay nada que nos pueda sorprender. Atestiguar que una persona es condenada a prisión y nombrada líder en tan solo dos días debe ser uno de esos momentos.»

Para él, sin embargo, no lo era. Se sentía incluso cómodo con lo que ocurría.

«Porque más que poder y sabiduría, lo que de verdad necesitamos los santos en un líder es… —Tardó un poco en atreverse a pensarlo, a admitirlo—. Compasión.»

Ya que eran hombres imperfectos, necesitaban recordar que pese a los errores cometidos, seguía habiendo esperanza. Al menos, eso es lo que él pensaba.

—Os veo revueltos —fue lo primero que Akasha dijo, sorprendiendo a más de uno. Se oyeron risas nerviosas en uno y otro lugar, dos o tres se sonrojaron. La mayoría solo calló, receptores de una voz que llegaba hasta todos los presentes—. Eso es bueno. El sistema de divisiones fue creado para sobrevivir a una época de futuro incierto, en la que debíamos perseguir a los enemigos del presente mientras nos preparábamos para las amenazas del futuro y protegíamos esta tierra sagrada. Era un noble propósito, empero, terminó por hacernos olvidar que somos un único ejército, que cada división no debía tratar de ser mejor que el resto, sino complementarse. Al menos, por ser un cambio tan reciente, sabemos las razones de su existencia y en qué fallamos. No fue lo mismo en el pasado con la diferencia entre los santos de oro, de plata y de bronce, aunque puedo imaginar que las razones fueron semejantes, que se esperaba de cada rango una función particular, necesaria en tiempos convulsos, que quedó desdibujada hasta no ser más que límites para el potencial de quienes servían a Atenea. Hasta que ciertos jóvenes rompieron esos límites —acotó, mirando no solo a Seiya, que estaba a su diestra, sino también a Shun, uno más en aquel ejército donde era una leyenda—. Y creamos unos nuevos, que también habrán de romperse. Hoy habéis dado el primer paso hacia ese futuro. En verdad, no importa bajo qué constelación nacimos, los fuertes y los débiles, los violentos y los pacíficos, los valientes y los cobardes… Todos hemos sido escogidos por nuestra diosa, con nuestros fallos y aciertos, de entre millones de personas. Eso debe tener algún significado, ¿no creéis? Somos santos de Atenea, sin importar el manto.

La aprobación era unánime entre las cinco divisiones. Pronto, eso cambiaría.

—Lo somos —prosiguió—, desde el mismo día en que iniciamos nuestro entrenamiento. No es el manto sagrado que obtenemos al final de nuestros esfuerzos lo que nos convierte en dignos escogidos de Atenea, sino nuestros valores, nuestro deseo de luchar por sus ideales con todo lo que tenemos. Eso es lo que quise expresar hace cinco años —se atrevió a recordar, sabiéndolo indispensable—. Todos los que fuimos alguna vez elegidos por Atenea, moriremos siendo el orgullo de la única diosa que vela por la humanidad, somos sus soldados, sus santos. Aun en la muerte, cuando ninguna tela viste nuestros cuerpos espirituales, lo somos. La Corona del Zodiaco, la Espada de Plata, el Escudo de Bronce y el Muro de Hierro. Es cuando luchamos unidos que nos convertimos en el ejército invicto en que los hombres siempre han podido confiar.

Pausó un momento. Ya no necesitaba pensar lo que quería decir, lo sabía, pero era algo duro lo que estaba por contar a quienes por miles de años se supieron garantes de la paz y la justicia en el mundo. Los años y las últimas palabras de Kanon habían preparado el terreno para ver a los miembros de la guardia como algo más que sirvientes. Para las alianzas que se habían formado en la sombra, en cambio, nada podría prepararlos.

—¿Cuál es la misión de los santos de Atenea en este mundo? Nunca fue establecer una religión, ni mi posición como Suma Sacerdotisa, ni la de mis predecesores, ha supuesto nunca una influencia en el mundo mayor que la necesaria. —Estaba de más nombrar el preocupante caso de Saga de Géminis, que empero, tampoco pudo ver cumplidas sus ambiciones por tener su mente dividida—. Estamos aquí hoy porque la humanidad nos necesita, dejaremos de estar cuando eso cambie; porque Atenea siempre ha tenido fe en nosotros, debemos confiar en que tal futuro se verá realizado algún día. Nosotros, los santos de Atenea, solo rendimos homenaje a aquella que nos escogió, no obstante, eso no nos enfrenta a quienes no le rindan oraciones ni le juren lealtad. Así como no vestir el manto sagrado no hace que un santo deje de serlo, tampoco el hecho de no ser un santo impide que alguien luche por lo mismo que nosotros, ¿verdad? Porque hay algo más profundo que nos une, y es que todos somos seres humanos, ya sea un metal el que dé nombre a nuestros rangos, ya sea un color, desde el azul de Bluegrad hasta el negro de quienes un día, no hace tanto, fueron nuestros compañeros.

Hubo murmullos de descontento, así como miradas de reproche hacia el miembro de Hybris que se atrevía a pasear por ahí. Soma les respondió con gestos burlones.

—Y eso no es todo —continuaba Akasha, haciéndose oír sin necesidad de alzar la voz—, porque antes incluso de ser seres humanos, somos seres vivos compartiendo un mismo planeta. Los hombres respiran el mismo aire que nuestras nuevas vecinas, las ninfas, y navegan sobre los mismos mares que habitan las criaturas de Poseidón. Por muchas diferencias que existan entre nosotros, por muchas otras que se quieran levantar, seguirá siendo un hecho que compartimos un mundo, un mundo que ahora está en peligro. Es por eso que hoy, ante todos vosotros, se formalizará a los ojos de los inmortales una alianza entre todos los vivos, es por eso que hablaba del fin de las divisiones, porque la amenaza para la que debemos prepararnos no es ya un ser humano, ni siquiera un ser vivo, sino la muerte olvidando cuál es su lugar, allá en el hondo Hades y el aún más profundo Tártaro. Comprendo vuestro desconcierto —admitió, siendo ya imposible negar que viera cada suceso que ocurría en el lugar—, escogisteis un bando hace demasiado tiempo y eso siempre supuso no escoger otro. No os pido que cambiéis, nacimos para ser santos de Atenea y moriremos como tales, luchando en el lado escogido por la diosa de la sabiduría y las guerras justas. Bien, yo creo que el lado de Atenea es el de los seres vivos de este planeta, que fuimos entrenados para defenderlos a todos ellos, sin distinción. Como quienes no solo servimos, sino también creemos en aquella que nos dio un futuro, tenemos el deber de unirnos ahora, como un primer paso para la unidad del mundo entero. Eso es lo que pienso como Suma Sacerdotisa.

Una nueva pausa. La Noche la Podredumbre le vino a la mente ahora que había contado todo lo que quiso, pero alejó de su mente el aciago recuerdo. No iban a vengar a los caídos, no era ese el impulso que los legatarios de los héroes merecían. Si marchaban, sería para defender el mundo, como era el deseo de Atenea.

—¡A todos los seres de este planeta, oíd mi ruego! —exclamó sin pensarlo. Los muertos del ayer le sonreían, aceptando su resolución—. ¿Defenderéis conmigo nuestro mundo?

Kiki estuvo entre los primeros que respondió con gran ánimo, junto a Tiresias y la mayor parte de la guardia. Muchos más se unieron después, aun si no llegaban a la unanimidad conseguida por el antiguo Sumo Sacerdote. Akasha, debía reconocerlo, proponía cambios duros de aceptar. La equidad entre santos y guardias, alianza con Poseidón y los caballeros negros, identificarse como defensores antes que como santos de Atenea… Hablar de unidad conllevaba que la gente recordara las diferencias que tenían que superarse, tendría que haber seguido el tono del Sumo Sacerdote —ahora, de nuevo, Kanon de Géminis— sin distinguir a unos de otros, de milagro no se le ocurrió tratar de forma separada al santo del santo femenino.

«Será que está acostumbrada a que sea lo mismo.»

Fuera como fuese, consideraba que lo había hecho bien, no perfecto, pero bien. Como padre, estaba orgulloso de los logros de aquella niña de Rodorio a quien transmitió sus poderes por rebeldía. Y esperaba estar todavía más orgulloso por los siguientes.

—¿La unidad del mundo entero? ¿Piensas conquistarlo de nuevo?

El maestro herrero de Jamir se sobresaltó al escuchar esas extrañas palabras, recuperando la compostura al ver que se trataba de Aqua. Al parecer, el manto de Cefeo no impedía que siguiera siendo tan rara.

Ya las voces se habían apagado. El apoyo, sonoro e intenso, no tenía que durar más de lo necesario. Les esperaba una guerra.

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Terminada la presentación, quedaba claro que era aceptada como sucesora de Kanon de Géminis, ya fuera con entusiasmo, reticencia o indescifrable silencio. Ahora era el momento de hacer honor a tal título y dirigir a aquellos hombres.

—Nuestro enemigo son las legiones del inframundo, creemos que aparecerán en aquellos lugares en los que… —Akasha calló de pronto. Las gentes que veía estaban de paralizadas, como insectos en ámbar. Y no solo ellos, todo en el mundo parecía haberse detenido, adoptando incluso un tono desprovisto de color. El negro, el blanco y los tonos de gris imperaba allá donde mirase, excepto en el ser que apareció a su izquierda, sonriéndole—. ¿Quién eres tú? —cuestionó, hostil.

Una pregunta vana. Sabía quién era, no porque lo hubiese visto, sino porque lo conocía. Las ropas eran de agua oscurecida, acaso extraída de las mismas profundidades del océano, fluyendo hasta asemejarse a una túnica ceñida por un cinto hecho de espuma. El rostro, redondeado y pálido hasta parecer azulado, solo parecía vivo por el color de los cortos cabellos rizados y los ojos, de un tono semejante al coral rojizo.

Tritos de Neptuno, sabiéndose reconocido, dedicó a la Suma Sacerdotisa una sonrisa de oreja a oreja, acentuando la intensidad de la mirada.

—No han pasado los tres días —objetó Akasha.

—Mira a toda esta gente —repuso Tritos, abarcando a todos los soldados de Atenea, grises y estáticos en aquel tiempo detenido—. Muy pronto morirán. Todos ellos

—Los santos no mueren.

—Bromeas, ¿verdad? Morir es lo que se os da mejor.

—¿A qué has venido?

—Arrasará todo este planeta que pretendes defender —anunció Tritos, mirándola con una expresión seria, única en él—. Cuando el ejército de los muertos se levante, con Caronte como líder, será imparable.

—¿Admites que Caronte y esta guerra tienen que ver?

—Pudisteis haber evitado esta guerra olvidando un pequeño problema de comunicación —replicó Tritos, haciendo caso omiso al desagrado que Akasha mostró—. Caronte es el regente del Plutón, puede contener a las huestes del inframundo. Al traicionar su confianza liberando a Poseidón, le has obligado a buscar aliados más debajo de donde querríamos. Felicidades, has condenado a toda la humanidad. Otra vez.

—Poseidón no está libre.

—Bromeas, de nuevo. ¡Cómo quisiera reírme contigo! —exclamó Tritos con sincero arrepentimiento—. ¿Qué hice mal? ¿Cómo pude convencerte?

Akasha tomó aire. Nada de lo que Tritos decía tenía sentido. A decir verdad, era igual que en la Batalla del Pacífico, demasiado contradictorio.

—Tú fuiste quien quiso liberar a Poseidón, para empezar.

—El robo del ánfora y la manifestación de Leteo eran eventos que debían ocurrir —explicó Tritos, acelerado—. Yo no podía actuar, solo dar consejos. Si nadie hubiese hablado con Oribarkon antes de eso, habría podido hacerle entrar en razón.

—Cuando hablé con él ya estabas en su cabeza.

—Me metí en su cabeza para saber quién lo manipulaba —aclaró Tritos—. Fue inútil, como imaginarás. De haber sido por mí, el ánfora de Atenea estaría a buen resguardo durante todos los siglos de sueño que le quedaran a Poseidón. ¿Sabes por qué, niña? ¿Sabes por qué tu genial idea bañará este mundo de sangre? Porque Atenea no ha renacido. La única alianza que el dios del mar podría formar ahora es con el Hijo.

—¿De nuevo con eso? ¿Cuántas veces debemos deciros dónde está nuestra lealtad?

—¿En dónde más que en ti? —contestó Tritos—. Pretendes manipular a un dios para ejecutar una venganza pueril. Eso es lo que buscas, el resto son mentiras para que puedas dormir por las noches, hasta que entiendas que siempre existió una razón para que no hubiese un único dios encarnado en la Tierra.

Las últimas palabras del astral, acaso una advertencia desesperada, se oyeron a la vez que empezaba una melodía conocida por ambos.

Sorrento estaba ahí, envuelto por las escamas de Sirena y avanzando sin parar esa música lenta y tranquila, como una invitación al tiempo para que volviera a fluir con normalidad. A Akasha no le sorprendió demasiado verlo a él; Julian Solo le había dado el puesto de Gran General del ejército marino y era natural que tal personalidad viniese a ultimar los detalles de la guerra con la nueva líder del ejército terrestre. Sin embargo, la persona que caminaba al mismo son que el general marino era un asunto aparte.

Era un Solo, de eso estaba segura. Las mismas facciones, la misma mirada penetrante, evocando al mar, hasta la ropa que vestía, los gestos y la manera de andar se asemejaban tanto a las de Julian Solo que al principio Akasha lo confundió con él. Después, conforme Sorrento y aquel personaje se acercaban con notable tranquilidad, notó que era mucho más joven —con suerte pasaría los dieciséis años— y se distanciaba del solemne empresario en algunos detalles, como recoger el cabello en una coleta.

—Si debo enfrentarme a Poseidón para estropear tus planes, lo haré —advirtió Tritos, en cuyas pupilas se reflejaban los recién llegados—. Si eres lista, lucharás contra Caronte con honor, así muráis en el intento. Si no… —Negó con la cabeza, los nervios lo estaban dominando. No podía ver a los ojos aguamarina del joven Solo. Empezó a teletransportarse, no sin antes susurrar algo—: No admitiremos otros falsos dioses.

Akasha no tuvo tiempo de darle vueltas a ese último comentario ni nada que Tritos hubiese dicho. Podía pasar de largo la proeza de Sorrento, quizá porque luchaba contra el mundo gris que lo rodeaba, donde el tiempo seguía detenido. Al joven Solo, por el contrario, no podría ignorarlo ni poniendo en ello todo su empeño. Ni siquiera el hecho de que la fuerza de aquel muchacho no fuera visible la tranquilizaba; si era cierto lo que creía en ese momento, tal persona no requería exhibir el cosmos de un hábil guerrero para hacer notar su presencia. Le bastaba con existir para que los mortales se inclinasen.

—Soy Adrien Solo —saludó el muchacho, ya enfrente de la sorprendida Suma Sacerdotisa—. Es un placer conoceros, Su Santidad.

Tras decir eso con el tono de un muchacho —uno al que no le faltaban ni la fuerza ni la dignidad, pero un muchacho—, Adrien Solo tomó la mano de Akasha y la besó. No debió pensar mucho el gesto, ya que al alzar la cabeza lucía confundido.

—¿Te inoportuna mi presencia?

—Me sorprende —admitió Akasha—. ¿Sois…?

—Duerme dentro de mí. El dios del mar, Poseidón, a quien liberaste. Espero que no te incomode si te trato con familiaridad, no siento que pudiera ser de otro modo.

Después de que Sorrento confirmara tales pretensiones con un rápido intercambio de miradas, Akasha hizo un gesto de asentimiento. Desde luego, el avatar de Poseidón podía respetarla como representante de Atenea solo hasta cierto límite.

—He aprovechado que el tiempo está detenido para presentarme. No debería hacer grandes esfuerzos por unos días —confesó Adrien Solo, nadie menos que el hijo de Julian Solo, a la vez que se bajaba la manga de la blanca chaqueta. Tenía vendas en el brazo derecho, quizá también en el izquierdo. Se la subió enseguida—. Esto tiene que ser un secreto, también lo que soy. No nos conviene confundirlos más.

Adrien Solo hizo un gesto hacia el ejército de Atenea. Muchos ahí tenían varias verdades que tragar en los días previos a la batalla. Sumar a estas la idea de que Poseidón caminaba por la tierra, del modo que fuera, sería una locura.

—En el futuro, tendremos que dar algunas respuestas. Ahora me conformo con la victoria. ¿Me ayudaréis a alcanzarla?

—Por supuesto —contestó enseguida Adrien Solo—. Allá donde haya mar, mi ejército… quiero decir, el ejército de Poseidón estará para daros apoyo.

La melodía de Sorrento alcanzaba entonces el clímax, tan hechizante como lo era la mirada del joven en esos momentos, reflejo del alma divina que dormitaba en su ser. Akasha apenas notó que Adrian Solo besaba de nuevo su mano antes de que el tiempo volviera a fluir con normalidad, barriendo todo rastro de la escena.

No mucho después, cuatro cosmos se manifestaron en la entrada y al momento un igual número de estelas llegaron hasta el espacio que separaba a la Suma Sacerdotisa y Seiya de los santos de oro. Se trataba de los representantes de las fuerzas aliadas: Ícaro de Sagitario Negro, Alexer de Bluegrad, Sorrento de Sirena y Orestes de la Corona Boreal. Akasha recibió a este último con recelo, temiendo escuchar la propuesta de hace trece años. Pero el siervo del Hijo no habló de condiciones, sino que pronunció lo que solo podía llamarse un juramento de vasallaje.

—¿Renunciarías a tu dios para servir a Atenea? —tuvo que preguntar Akasha.

—Así como el Santuario sirve solo a uno entre los inmortales, yo también he jurado dedicar mi vida al Hijo —aseveró Orestes—. Un dios sabio, que a buen seguro desea reparar los daños que os ha causado al ofreceros ayuda. Contad conmigo hasta el día que juntos destruyamos a Caronte de Plutón, sin importar lo que ocurra después.

Por muchas reservas que Akasha tuviera del Hijo, no tenía una razón sólida para rechazar esa ayuda, sobre todo si el caballero era clave en mantener a Hybris bajo control. Aceptó, indicándole que sería una valiosa fuerza de reserva, para recibir después al orgullo de esa problemática orden.

Ícaro no tenía buena opinión de Orestes, eso quedó claro cuando cruzaron miradas. Le pareció que sentía más recelo hacia él que respecto a ella, una de las que combatieron a su madre. Con todo, no se confiaba: era el caballero negro de Sagitario; vistiendo la única réplica existente de un manto zodiacal, con la apariencia corrompida de uno de los héroes más queridos del Santuario, era el último de entre los miembros de Hybris que abandonaría los ideales de la organización, por la razón que fuera. Estaba orgulloso de quiénes eran y lo que hacían, por eso estaba allí en lugar de Gestahl Noah, para dejar claro que no eran un grupo derrotado aceptando la limosna del Santuario, sino una fuerza con la que tendrían que contar si querían ganar la guerra. Sabiendo de eso, Akasha alejó cualquier idea de acercarse a él como una amiga comprensiva; de momento eran solo aliados por necesidad, eso bastaría.

—El mal de Reina Muerte no ha desaparecido —admitió la Suma Sacerdotisa, conmocionando a los presentes, ya fueran siervos de Atenea o aliados—. Una extensa tierra ha aparecido, relacionada con Leteo, dios del olvido. ¿Podemos contar con los caballeros negros para esa empresa? —Ícaro asintió—. ¿Podemos contar con que enviéis refuerzos a otros campos de batalla? —Un nuevo gesto de asentimiento—. ¿Serás tú el general de todas las fuerzas de Hybris?

—Somos seis —dijo la sombra de Sagitario, henchido de orgullo—. Si lo que preguntas es si puedo luchar contra enemigos demasiado fuertes para vosotros, puedo, en Hybris no necesitamos permiso para decidir a quién matar y a quién no.

Era una respuesta como otra cualquiera, así que Akasha lo despachó. Ya maquinando dónde sería útil un segundo santo de Sagitario —no dudaba que el guerrero, por joven que fuese, estuviese a la par de Triela—, recibió a Alexer.

El príncipe de Bluegrad no debía nada a los caballeros de Sagitario Negro y Corona Boreal, contaba con una armadura notable, superior a la del resto de guerreros azules y a la par de los mantos sagrados. Era una buena cosa, demostraba lo mucho que Piotr confiaba en su hijo, al punto de confiar en quien alguna vez quiso derrocarle el papel de embajador y acaso futuro líder de la Ciudad Azul. Si eso era así, a Akasha no le extrañaría: Alexer tenía ya el porte de un rey. Reyes y dioses, tales eran los seres con los que tendría que lidiar de ahora en adelante, como Suma Sacerdotisa.

—He venido a reiterar la alianza que une a Bluegrad y el Santuario —dijo Alexer, con una respetuosa inclinación—. Confío en que sea intención de Su Santidad mantenerla en estos tiempos, cuando los muertos se atreven a aspirar al Trono de Hielo.

—Hacéis bien en confiar, príncipe Alexer —dijo Akasha—. En honor a la ayuda que nos prestó tu pueblo hace trece años, los santos de Atenea marcharemos en defensa de Bluegrad, para que siga siendo la más hermosa ciudad de Siberia, donde los vivos demuestran día a día al frío norte lo bien que arden las almas de los mortales.

—Entonces, ¿aceptaréis también nuestra ayuda? —apuntó Alexer, sorprendiendo incluso a Akasha—. Lord Folkell, un aliado de mi padre que se hospeda estos días en palacio, desea combatir en esta guerra a la diestra de los santos de Atenea. Y muchos guerreros azules quisieran ir a territorio enemigo a mandar saludos al viejo rey.

—Por supuesto, un pueblo de mercenarios nunca recibiría algo sin dar otra cosa, como tampoco daría ayuda sin recibir algo a cambio —entendió Akasha—. Sea. Acompañaréis a nuestra fuerza principal en el territorio enemigo. En cuanto a vuestro amigo, lord Folkell, habrá lugar para él en un gran campo de batalla, en China.

Alexer aceptó ese trato, realizando un gesto de asentimiento, y se retiró allí donde esperaba Ícaro, ambos querían saber los planes para la batalla antes de repartir órdenes a sus respectivos ejércitos. Orestes también estaba allí, dispuesto a no quitar un ojo de encima al miembro de Hybris, mientras que Sorrento, el cuarto del grupo, daba un paso adelante para hacer la misma oferta que había hecho su señor hacía tan solo un momento. Akasha se cuidó de no sonreír por esa curiosidad, pero por forzar tranquilidad acabó viendo con el rabillo del ojo un detalle particular.

Seiya fruncía el ceño. También Shun, entre los santos de bronce y de plata, lo hacía. ¿Tenían algo en contra de Sorrento? No podía ser. El santo de Andrómeda jamás había tenido queja del general marino de Sirena hasta ahora.

«Claro —entendió Akasha al punto—. Llevan mantos sagrados bañados por la sangre de Atenea. Han escuchado todo lo que dijo Tritos. Todo lo que dijo Adrien Solo.»

Tardó un minuto en decidir que el silencio de ambos demostraba un voto de confianza hacia ella. Debió ser raro para todos, excepto ellos tres y Sorrento.

—El ejército del mar estará al servicio de la humanidad en esta ocasión —dijo el Gran general, devolviendo la situación a la normalidad—. Allá donde halla océano…

—Me gustaría contar con tus valiosos hombres en el norte —interrumpió Akasha—. Si al príncipe Alexer le parece bien, nos serviría para defender más terreno y concentrar un mayor número de nuestras propias fuerzas en el ataque al enemigo.

Tanto Alexer como Sorrento mostraron su conformidad con parcos gestos.

—Hablamos de muchos soldados, Su Santidad, ¿estáis segura de que no necesitáis ayuda en otros campos de batalla? En esa nueva tierra, por ejemplo.

—Desde luego —dijo Akasha—. Es una tierra extensa, más que una isla, más que muchos países, pero si las fuerzas del mar se unen a los caballeros negros, estoy segura de que podríamos abarcarla. ¿Sería posible, pues, dividir el ejército en tres más pequeños? Uno en Bluegrad, uno en esa nueva tierra y otro en la superficie marina.

—Su Santidad, los mares no pueden siquiera concebir la idea de un ejército pequeño —se atrevió a bromear el Gran General—. Sí, podemos apoyar a Bluegrad y la orden los caballeros negros sin descuidar el resto de este mundo.

Aclarado tal asunto, se retiró, colocándose a la derecha de Alexer del mismo modo que Orestes quedaba a la izquierda de Ícaro. La Suma Sacerdotisa, aun estando atrás, parecía situarse en el centro, cabeza fáctica de esa alianza de defensores de la vida.

—¿Y bien, santos de Atenea? —dijo Akasha, de nuevo dirigiéndose a sus compañeros, sus hermanos bajo las alas de la diosa guardiana de los hombres—. ¿A cuál de estos honrosos aliados ayudaréis? Olvidad las rencillas del pasado, olvidad el rango que habéis ostentado y hasta el color de vuestro manto sagrado. Decidid la batalla que lucharéis como si esta fuera a ser la última y decídmela sin temor alguno.

Notas del Autor:

Shadir. No enseñaban de eso en el entrenamiento para Caballeros Je… digo, para santos de Atenea. Solo a no ver debajo de la máscara.

De la única forma posible: ¡prometiéndole más juegos! Exclusivos de nueva generación.

Cuando el pan falta en la mesa, estallan revoluciones, preguntémosle a María Antonieta si no. Para ser una reunión militar fue bastante agradable, sí, son un ejército único este.

Ulti_SG. Primero que nada, ¡bienvenida de nuevo a esta aventura!

Makoto no se queja. Bueno, sí, pero después.

Estoy de acuerdo. La saga de las Doce Casas es muy buena, tanto en manga como en anime, tanto que ha sido copiada una y otra vez. Pienso que meter otros personajes que nada que ver habría estropeado el ritmo de la historia, aunque aquí estoy, rescatando el concepto con esta Guardia de Acero. ¿Será para bien?

Aquí uno levanta una piedra y aparece un misterio nuevo. Supongo que es normal cuando hablamos de dioses y del ejército que ha defendido a la humanidad durante miles de años. Nimrod se suma a la larga lista no solo por su edad, sino puesto a prueba el auto-control de Azrael, ¡que Makoto no se entere! La pregunta clave es, ¿Garland o Nimrod, quién será más viejo? ¡Hagan sus apuestas!

Así es, siguiendo los pasos de su primer maestro. Saintia Sho empezó ya avanzada esta historia, pero no pude resistirme a homenajear esa historia. No habría querido estar en el pellejo de Emil en ese momento. Oh, sí, el Pacífico, ¡otro misterio más!

Confiemos en que esta nueva generación esté a la altura del reto que les espera. Kanon ya hizo la primera mitad del trabajo, le toca a Akasha dirigirlos. ¡Tengámosle fe!

Extrañaba ese postdata.

Karel00. ¡Vaya! En el mundo de Saint Seiya no veo muchas veces usar la palabra fanservice como algo positivo, ¿porque es positivo, no? Para que haya un verdadero ejército en una historia, este debe estar compuesto por personas, si no es solo como esa pantalla verde del cine que si quiere te mete un millón de soldados por píxel cuadrado sin derecho a bocadillo. Llevaba tiempo buscando un motivo para reunir a los santos de Atenea en un solo lugar y ver cómo se relacionaban cuando escribí estos capítulos, que me parecieron el momento idóneo. Nunca he sabido de una guerra en la que no muera nadie así que haces bien en estar preocupado. ¿Dark Aiolos…? ¿Cuándo, cómo…? ¡Ah!

Ser diosa tiene privilegios. Para cuando creé a Aqua no quedaban muchas armaduras de plata disponibles, pero no me arrepiento, tener la armadura que representa a un rey, el padre de Andrómeda ya de paso, le queda más que bien. Solo sabrás cuántos santos hay en activo… ¡Exacto, si sigues leyendo! Tampoco puedo decir nada sobre Shaina.

Bianca tiene sus recursos, pocos pueden resistirse. Apostaría porque Sneyder, ya que lo mencionas, es uno de ellos. También yo leí eso sobre las armaduras de bronce, me suena que fue en la estupenda página Guía de Saint Seiya, el problema es que como dices varios santos de plata también tienen sus recursos extra, como Flecha, Copa y Perseo. Ah, no te culpo, el comportamiento de Emil se aleja bastante de lo que solemos ver en los santos de plata de Saint Seiya, es todo un irregular el muchacho. ¿Lucile como la nueva líder de Andrómeda? Curiosa propuesta, muy curiosa.

Es que Garland es el Gran Abuelo, tiene que defender su título del más viejo del Santuario. Probablemente debí explicarlo en vez de solo contarlo, pero al destruir el bucle creado por Arthur de Libra, Aqua quedó atrapada junto a los otros dos entre las dimensiones hasta que Nimrod lo sacó. ¡Nunca jueguen con el espacio-tiempo sin la supervisión de un adulto! Así es, tal y como Nimrod dice, fue a por el manto de Mosca antes de sacar al trío maravilla de su nuevo problema. Es interesante lo que dices, aunque hay santos de oro que usan técnicas similares a las que estamos acostumbrados, en el caso de Libra creo que de haber tenido las de Dohko se habría sentido solo otra versión de Shiryu. Pienso que Kurumada quiso aludir al dualismo del tigre y el dragón para Libra, cosa que encaja con Dohko y expande la idea de los santos de Atenea como un ejército al servicio de una diosa griega pero que defiende y abarca todo el planeta, pero que no por eso debería repetirse con otros personajes. En contraste, no me habría sentido bien con un Acuario que no tuviera nada que ver con el hielo. Soy algo extraño, sí. Sobre la cuestión de si gravedad la disciplina original de Libra. ¡Eso es un secreto!