Capítulo 68. Almagesto
Dos días antes del inicio de la guerra, la nueva Suma Sacerdotisa se reunió en secreto con el guardián del cuarto templo, sin imaginar ni por asomo lo que este iba a revelarle.
—Listo, ahora sabes quién soy —concluyó, honesto, Nimrod de Cáncer al término de una larga exposición bajo el cielo crepuscular de la Colina del Yomi. Faltaba mucho para que los ríos lo conquistaran, de modo que seguía igual que siempre: una imagen devastadora sobre la única constante en la vida de los hombres—. Lo de Nimrod fue una ocurrencia de último minuto, tenía toda la intención de presentarme como Deatharmy.
—Un nombre ridículo.
—¡Qué fría sois, Su Santidad! —El santo de Cáncer rio voz, un gesto extraño, desagradable incluso cuando filas interminables de moribundos avanzaban hacia la colina en la que ellos mismos conversaban. Este contraste, empero, no afectó en absoluto el ánimo del hombre. Siempre había sido así—. Cualquiera que os oyera, pensaría que estáis por ordenar mi decapitación. ¿Se lo pediríais a Sneyder? ¡Me encantaría ver eso! El Pacificador amará cortarme la cabeza, pero sentirá ganas de vomitar ante la idea de obedecer vuestra primera orden como líder del Santuario.
—Si crees eso, es que no lo conoces. No hay espacio suficiente en el corazón de Sneyder para el rencor, así como no lo hay para la compasión. Obedecer mis órdenes no le supondrá mayor molestia que cuando atendía a las de mi maestro.
En vez de seguir con la conversación, el santo de Cáncer dio la vuelta y empezó a andar al borde del abismo. Allí es donde dirigía ambos ojos, a la entrada del reino invasor, no como lo haría un hombre cualquiera, con temor, no como lo haría un santo de Atenea, con una esperanza obstinada. No, en el corazón de Nimrod sí que había espacio para el rencor y eso era lo que delataban sus ojos bajo el pelo gris y la picuda tiara dorada. Rencor, odio… y algo más, algo que había alimentado las sospechas de los elementos más desconfiados del Santuario. Y no sin razón. Después de oír lo que había oído, como Suma Sacerdotisa, Akasha tenía, más que el derecho, la obligación de mandar a juicio a Nimrod de Cáncer. La pregunta de Nimrod, pese al humor del viejo, no era un chiste.
—Si vais a condenarme, matadme vos —soltó de pronto el santo de Cáncer—. Odiaría tener que humillar a vuestra matona personal.
—Lucile se recuperará.
—Subestimáis a los Astra Planeta si creéis que los remedios de ese viejo chocho resolverán el problema —repuso Nimrod después de hacer un gesto desdeñoso. Todavía no la miraba a ella—. Lucile de Leo tendrá que conformarse con ser como el resto de los santos de oro, es decir, alguien del que yo me pueda escabullir con un poco de ingenio y habilidad —aseveró sin el menor asomo de modestia.
—Basta, por todos los dioses. ¡Basta! Somos aliados, lo fuimos incluso en los mares olvidados, cuando no era más que una exiliada. Ni yo te quiero muerto ni tú deseas mi enemistad, así que mírame a los ojos, Pequeño Abuelo, y hablemos.
Nimrod obedeció enseguida mirándola con una cara en pleno sobresalto. Akasha, reflejada en los ojos del viejo —el rostro oculto, incognoscible hasta para él—, se descubrió igual de sorprendida. Nunca pensó que tendría tal autoridad para hablarle así a un santo de oro, un igual. Por suerte, el resto de la conversación no requeriría ese tono, ya que las facciones de Nimrod se relajaron en cuanto al fin entendió que en verdad no pensaba ejecutarlo. ¿Cómo podría? Demasiadas cosas se debían a quién era él. Aun si ahora se sentía una estúpida por permitirle acercarse a ella y Azrael en los duros días en que fue general de la división Pegaso, llegando a confiar lo bastante en él para incluirle en el proyecto Edad de Hierro y dejarle el paso a las fábricas secretas de Ludwig von Seisser, donde se producía el gammanium artificial, y el Centro de Investigación Asamori, donde los miembros de la Guardia de Acero eran armados, era consciente de que no tomaría otra decisión aun habiéndolo sabido todo. Según el propio Nimrod de Cáncer explicó en el pasado, la bendición que otorgaba al gammanium artificial tornaría a la Guardia de Acero en la Ruina de Aqueronte. Lo juró por Atenea.
—Tenéis preguntas —adivinó Nimrod.
—Deseo saber cómo funciona.
—Como deseéis —asintió Nimrod—. Como os dije en cuanto empecé a revisar ese proyecto vuestro… de la Fundación —se corrigió tras un carraspeo de la Suma Sacerdotisa—, en los tiempos de Saori Kido, claro, no pretendía ofender. Como os dije entonces, el gammanium es en sí mismo el material menos valioso de entre los que componen un manto sagrado, a saber el propio gammanium, el oricalco, el polvo de estrellas y la sangre. Al oricalco le debemos la extraordinaria resistencia que poseen, el polvo de estrellas es el lazo que los une con los cielos y la sangre es otro lazo igual de importante, uniendo el metal no solo con quienes lo portan, sino con quienes lo portaron en el pasado y quienes lo vestirán en el futuro, un lazo con la tierra, podría decirse. Entonces, ¿qué aporta el gammanium? ¿Puedes adivinarlo?
La Suma Sacerdotisa no contestó enseguida, a sabiendas de estar ante una pregunta importante. Un largo minuto pasó mientras reflexionaba y hacía conexiones entre otras charlas con el santo de Cáncer, terminando por decidir que la pista no estaba tan lejos. El mismo santo de Cáncer se la estaba dando al hablar de los mantos sagrados como metal cuando cualquiera que vistiese uno sabía que eran más que eso. Eran seres vivos.
—El gammanium es la razón por la que nuestros mantos sagrados están vivos, a diferencia de las escamas de los marinos de Poseidón y los mantos mortuorios de los espectros de Hades. Pero no lo es por sí solo, de lo contrario cualquier caballero negro vestiría el manto sagrado de un santo y no una réplica, necesita el resto de componentes.
—¡Exacto! El gammanium es un metal carente de vida que, no obstante, puede contenerla gracias a las habilidades del pueblo de Mu. Al derramar la sangre sobre un manto sagrado muerto, lo que se transmite es en realidad el cosmos que late en cada gota, esa es la razón por la que solo la sangre de un santo de Atenea sirve para revivir un manto sagrado. Y no es de extrañar, ya que así era desde su construcción. Las armaduras negras no son imitaciones de los mantos portados por santos legítimos, sino la base sobre la que podrían construirse unos nuevos, si Atenea no lo hubiese prohibido expresamente, desde luego —aclaró en el momento en que creyó escandalizada a la Suma Sacerdotisa—. Lo demás, podéis deducirlo vos, Su Santidad, pero lo resumiré: desde el principio he querido utilizar vuestro proyecto para dar un contenedor a las almas atrapadas en el Aqueronte mientras le damos unos azotes a algunas de las fuerzas del inframundo, aquellas que han olvidado cuál es su lugar y cuál el de hombres.
En ese momento, Akasha entendió por qué debían reunirse en la Colina del Yomi. A Arthur no le gustaría nada todo aquel asunto, incluso sin el problema de la identidad de Nimrod. Las implicaciones de la estrategia propuesta por el santo de Cáncer eran ya demasiado evidentes como para dar más vueltas. Decidió ser directa.
—Los cuchillos ceremoniales Hydra, las lanzas Draco, las cadenas Andromeda… Todas las armas de la Guardia de Acero tienen el poder de arrebatar almas al Aqueronte y al mismo tiempo guardarlas para sí, otorgando nuevas fuerzas a sus portadores.
—¡No las balas, desde luego! No me dediqué a bendecir cada bala, sería inútil. Es fundamental que el alma permanezca cerca de cada soldado, y además esos obstinados Heraclidas que Icario nos legó se niegan a usar armas, así que me centré en algo que todos debieran llevar consigo. El resto de armas son, digamos, un complemento. Primero usarán Hydra, todos ellos, después descubrirán que están llenos de una fuerza nueva y podrán cargar en primera línea contra la legión de Aqueronte, sin que esta pueda quitarles el cosmos que no poseen, despedazando las hordas del inframundo a golpe de espada y lanza, como debe ocurrir con los santos de hierro. Al final, cuando el Aqueronte vea mi treta, formará Abominaciones sin descanso, ahí es donde entrarán los santos de bronce, para proteger a la Guardia de Acero, y los de plata, para destruirlas. Por todos los dioses del Olimpo, no dejéis que un santo de oro pise las aguas del Aqueronte durante demasiado tiempo. No seáis idiotas.
A un tiempo, Akasha hizo un gesto de asentimiento y sacudió la cabeza. Aquel último comentario era más propio de Nimrod que el resto. El santo de Cáncer estaba siendo demasiado solícito, leal, podría decirse, como un súbdito a un rey. ¿Esa era la clase de trato que merecía como Suma Sacerdotisa? ¿Cuándo iba el Pequeño Abuelo a mostrarle sus falencias, como cuando era general de la división Pegaso? En esa época también tenía autoridad y no por ello le daba explicaciones con tanta emoción.
«Puede que sea eso —decidió la Suma Sacerdotisa—. Está emocionado porque al fin podrá acometer la misión que tenía en mente desde que pisó el Santuario.»
—¿Y qué hay del final de la guerra? Aunque las fuerzas del inframundo sean el enemigo, la muerte es su dominio, los hombres no podemos retener las almas de quienes ya murieron, no por siempre. ¿Qué haremos cuando todo acabe?
—Quemarlos, por supuesto —contestó Nimrod—. Los cuchillos Hydra, quiero decir. Reunidlos en una pila y haced que ardan todos hasta que no quede nada. Las almas de los hombres tendrán una nueva oportunidad de aceptar que murieron y pagar así la deuda al Barquero. No creo que ninguno cometa el mismo error por segunda vez.
—Bien. Entonces se procederá como has dicho.
—¿Pensabas que iba a quedarme con esas almas, verdad? —acusó Nimrod.
—He dicho que estoy conforme.
—Y yo pensando que escoger los cuchillos Hydra como recipientes para las almas aprisionadas por el Aqueronte serviría para despertar tu niña interior —se lamentó Nimrod—. ¡Te imaginaba llorando de alegría! Dándome un abrazo, incluso.
Ese, ese era el santo de Cáncer que recordaba, uno que ya estaba deseando poner detrás del impagable aliado que con tanta cordialidad aclaró sus dudas. En ese momento consideró la toga papal un disfraz y el yelmo un adorno vulgar, ya que Nimrod parecía haberle leído la mente. En verdad pensó en la batalla de trece años atrás ahora, al oír mencionar Hydra. En Ichi hallando la forma de convertir la fortaleza del Aqueronte en debilidad, en Nachi y Geki enfrentando las hordas inmortales hasta el último suspiro… Tal situación no ocurriría de nuevo. Ahora estaban preparados y eso le llenaba de paz. Una tan acogedora como para poder turbarse ante los certeros comentarios de Nimrod.
—Recuerda con quien estás hablando, Pequeño Abuelo.
—Recordadlo vos, Su Santidad —pidió Nimrod, sin hacer empero ninguna reverencia—. Sois la Suma Sacerdotisa, ya nadie te hará chanzas, ya nadie te criticará una nimiedad, aunque no por ello estarás falta de ser juzgada si cometéis un disparate, como por ejemplo intentar matar a Atenea en su próxima encarnación —se atrevió a bromear el viejo con una amplia sonrisa—. Ahora todos los santos debemos seguirte con fe ciega, por eso, vivid a la altura de ese título, Su Santidad, y no os sintáis intranquila si parece que os respeto ahora, de la noche a la mañana. Es posible que lo haga, en realidad, es inadmisible no hacerlo, en especial para quienes os irrespetaron en el pasado. Recordad la última petición del último Sumo Sacerdote.
Akasha no necesitó esforzarse para ello, lo tenía muy presente. Varios santos de oro no la consideraban apta como Suma Sacerdotisa. No obstante, ahora lo era y ellos tenían la obligación, más que ningún otro, de creer en ella. Y ella tenía el deber inexcusable de corresponderles a todos, de ser quien se esperaba que fuera. Esa fue la lección más importante que aprendió aquel día, bajo el cielo crepuscular de la Colina del Yomi.
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Tal y como le ocurría en los tiempos en que no era más que una pupila siguiendo las directrices de cada uno de sus maestros, la lección del ayer se convirtió en el desafío de mañana, solo para demostrarle que apenas la había aprendido a medias.
Ocurrió en la tarde del segundo día del plazo dado por el rey Bolverk. De repente, Arthur de Libra apareció con la excusa de acompañarla en uno de los paseos que daba por la villa de Rodorio, para calmar los ánimos de la gente e incluso ayudar a quienes lo necesitaran ahora que le era posible. En medio camino, le dio a entender que estaba en desacuerdo con dar autoridad a un asistente sobre todo un ejército que ya debía tener una cadena de mando si es que quería ser considerado como tal. Agni, o Mil Manos Shiva, Leda Tiresias y Faetón tenían un historial con dotes de mando; Azrael era leal, diligente y hasta ingenioso, pero si eso era suficiente para ser soldado, no ocurría lo mismo si se pretendía elevarlo no ya a oficial, sino al alto mando.
Tarde descubrió Akasha que todo eso era una estratagema de Arthur para llegar a lo que de verdad quería decir.
—¿Dices que sobreprotejo a Azrael? —cuestionó Akasha.
—Por lo que sé, te has reunido con cada santo de bronce, de plata y de oro de los que tenemos noticia para darles un ofrecimiento. Unos lo hemos recibido —apuntó Arthur, dando a entender que él era consciente de la naturaleza de ese regalo—, otros no. Más allá de nosotros, los santos, solo Azrael parece poseerlo. Una chispa de tu cosmos, capaz de mantenerlo con vida hasta cierto punto.
A Akasha no le extrañó que Arthur lo descubriera. Era una técnica sencilla, apenas basada en imponer a su habilidad innata para retrasar la muerte de otros un mínimo de orden. Era más efectivo cuanto mayor era el cosmos de quien recibía la Gracia, como decidió llamarla, ya que la chispa usaba la fuerza de estos para sanar heridas fatales, incluso si estaban inconscientes. En cuanto a Azrael, quien no pudo despertar su cosmos, contaba con una versión primitiva de la Gracia, en la que la técnica actuaba por sí misma sin interferir con su propia fuerza vital. Después de todo, fue él quien la ayudó a desarrollarla a través de los años. Ninguno de sus maestros aprobaría tal gasto de fuerzas en un mundo en el que cada santo de oro debía darlo todo en combate.
—¿Es malo desear que regresen todos con bien? —cuestionó la Suma Sacerdotisa.
—Lo es si te preocupas por un soldado entre miles, lo es cuando tratas de preocuparte por todos. Si Azrael va a ser el líder de la Guardia de Acero, debes dejar que lo sea. Permite que cumpla su deber mientras tú cumples el tuyo.
—Me pides imposibles. No puedo apartar la mirada si la muerte les acecha. Ahora menos que nunca.
—Recuerda a Tiresias —insistió Arthur—. Todo ese problema ocurrió porque el capitán de la guardia no supo separar a la persona del líder. ¿Cometerás tú el mismo error?
—No puedo —dijo Akasha.
—No debes —corrigió Arthur—. La santa de Virgo podría permitirse una insensatez, la Suma Sacerdotisa no. Atenea no caminará entre nosotros hasta dentro de doscientos años. Tú eres quien nos guía ahora. Se acabaron tus días como mártir exiliada que vela por un puñado de hombres. En adelante velarás por el mundo entero —aseveró, tomando con las dos manos una de las que Akasha levantaba para callarlo.
—Me tratas con demasiada familiaridad —se le ocurrió decir Akasha. Allí, en Rodorio, vestir las ropas de Suma Sacerdotisa era un signo tanto de bondad como de una dignidad que solo podía atribuirse a un hombre. Nadie sabía que hubo alguna vez un usurpador en el trono papal, a excepción de Seika. Ellos no podían entender la necesidad de que el santo de Libra estuviera hasta cierto punto exento de obedecer a quien representaba a Atenea en la Tierra, no necesitaban ese temor—. ¿Qué haces?
El cosmos de Arthur se encendió, dando una apariencia majestuosa aun sin vestir en ese momento el manto de Libra. Un instante después, la energía fue transmitida a Akasha, dándole nuevas fuerzas, o más bien, viejas.
—Los días del novato inglés al que curabas después de darle una paliza también han acabado —susurró Arthur una vez renunció a la Gracia—. Ahora no necesito ayuda. No soy alguien al que se pueda matar. Ni los ejércitos del Hades ni Caronte. Así que deja de preocuparte por mí, hermanita… Suma Sacerdotisa —se corrigió al fin, dando un par de pasos atrás. Ya ningún aura lo cubría y presentaba un semblante más serio—. Dejad de preocuparos por todos nosotros, así podremos luchar seguros de que contamos con vuestra confianza.
—Pensaré en ello —dijo Akasha, bajando la mano.
No pudo quitarse esas palabras durante su largo paseo por Rodorio, descubriendo que las palabras de Arthur no eran sino la parte dura de la lección de Nimrod. Ser la Suma Sacerdotisa acarreaba algo más que la fuerza, el valor, la sabiduría y la bondad, al menos para ella. ¿Podía hacerlo? ¿Podía aceptar la posibilidad de que no sería capaz de salvarlos a todos? ¿Podía vivir sabiendo que la guerra podría cobrarse las vidas de los santos? ¿Podía seguir adelante si Azrael perecía luchando junto a la Guardia de Acero?
«No puedo. No debo. No quiero —confesó al final, solo para sí—. Todos sobrevivirán, así tenga que gastar con ello mi vida. Ese debería ser el objetivo de una Suma Sacerdotisa, mantener el mundo en paz, asegurarse de que la humanidad esté a salvo.»
Con esa convicción fue como encaró un nuevo desafío al final del día, cuando después de muchos rostros felices, de hombres, ancianos y sobre todo niños, topó con la ceñuda cara de Seika. Al principio, le pareció una broma de los dioses, después de tenerla presente en la pequeña discusión con Arthur. Por supuesto, tenía sentido que estuviese allí, siendo la alcaldesa. Más bien, era raro que hasta ahora se encontraran y era todavía más raro que no estuviese humor. Hasta donde recordaba, tuvieron un buen trato en el pasado. Por ello, no tuvo ningún reparo en aceptar sus saludos y prestar oído a las explicaciones que tenía reservadas para el anterior Sumo Sacerdote. Sin embargo, concluidas estas, Akasha se apresuró a sacudir la cabeza. Eso sí que era una locura. Era demasiado lo que Rodorio había padecido a lo largo de los milenios por la relación antaño entablada con la diosa de la guerra y la sabiduría, y quienes servían a Atenea se aseguraban de compensar tal sacrificio permitiéndoles vivir en paz. Así debía ser.
—No nos subestiméis —dijo Seika—. No pienses que porque no poseemos un cosmos como los santos vamos a limitarnos a esperar mientras todos lucháis.
De esa forma se dirigió a la Suma Sacerdotisa, hablando con una increíble tranquilidad y un gran orgullo inundándole el pecho, convencida de que ninguno de los aldeanos aceptaría una paz regalada en los tiempos en los que tantos habrían de luchar y morir. ¡No insultarían de ese modo a quienes cayeron durante la invasión trece años atrás!
—No se trata de ser valiente o cobarde —replicó Akasha, indispuesta a ceder, aunque al tiempo calmada—. Esto es la Guerra Santa. Rodorio siempre ha ofrecido al Santuario una ayuda muy valiosa, pero no en la batalla. Esta gente no nació para combatir.
—¿Y acaso en la batalla solo se necesitan combatientes?
Akasha no replicó enseguida, pues las palabras que había empleado le habían calado hondo. Sin embargo, en la Suma Sacerdotisa pesaban las palabras de Nimrod y Arthur. Si ya se preocupaba por guerreros curtidos, algunos más fuertes de lo que ella misma llegaría hacer, ¿cómo se sentiría sabiendo a un vecino de la villa corriendo innecesarios riesgos en el campo de batalla? Tal argumento la animó a continuar una discusión que duró horas, sin alzamientos de voz ni pérdidas de control por parte de ninguno. Akasha era paciente, no en vano era conocida por la Tejedora de Planes, y como líder del Santuario esa paciencia adquiría un nuevo matiz, debiendo ahora coordinar tantos puntos de vista como hombres debía dirigir, algunos tan desconocidos y misteriosos como para no dudar de ellos solo porque la diosa los había escogido. Seika, por otra parte, siempre hablaba con franqueza, tanto si trataba con el capitán de la guardia como con un santo de oro, pero era consciente de que ahora se dirigía a quien representaba a Atenea en la Tierra. Habló de todas formas con honestidad, sin miedos, porque firmemente creía estar haciendo lo correcto, pero mantuvo la calma en todo momento.
La gente de Rodorio ayudaría en todo lo que fuera posible. Transportar provisiones, labores de vigilancia, asistir a los guerreros tal que haría un escudero, curar a los heridos… En esto último, Akasha pudo objetar por fin. Era poco lo que la medicina humana podía hacer, pues aun careciendo las legiones del Hades de la facultad de hacer arder un cosmos, poseían un poder capaz de dar muerte con un solo roce. Seika, conocedora de la batalla entre la guardia del Santuario y la legión de Aqueronte, puntualizó que el hierro del inframundo no era el único peligro que habría en la batalla. Eran muchas las heridas no letales que podrían tratar, incluso las de la mente.
En cierto momento, mientras descubría que Seika estaba bien informada de algunos de los movimientos del ejército ateniense, Akasha tuvo que reconocer que la línea defensiva entre la frontera de Naraka y la torre en la que estaban sellados los espectros era demasiado grande. Era demasiado para Minwu, el santo de la Copa, habiendo otros tres frentes igual de importantes que aquel. Los meros humanos no podían compararse con Minwu, por supuesto, pero sí que podían encargarse de los daños y labores menores, permitiendo que aquel pudiera estar donde de verdad se le necesitaba.
—En otras circunstancias, estaría de acuerdo con tu razonamiento, Seika —interrumpió la Suma Sacerdotisa en el momento en que la alcaldesa empezaba a mostrarse triunfante, segura de que estaba por convencerla. En verdad estuvo por lograrlo—. Sin embargo, tenemos a nuestra disposición a treinta mil soldados, unos entrenados por la Fundación, otros por el Santuario. ¿Crees de verdad que solo han aprendido a dar muerte, que la mayoría no sabe de primeros auxilios? ¿Se te ha ocurrido pensar que a la hora de formar ese ejército Azrael, yo y el resto de implicamos no pensamos que tenían que haber médicos al día de los últimos avances? Sí, Seika, admito que la buena gente de Rodorio podría hacer algo en esta guerra, pero toda la ayuda que pudieran prestar no compensaría los riesgos que correrían. Vive, Seika —añadió al final, rememorando las palabras de Arthur, tan certera—, vive y asegúrate de que todos vivan felices y en paz. En parte, es por eso que la guardia del Santuario marchará a la guerra. ¡La gente de Rodorio luchará y vengará la invasión de hace trece años, con la lanza y la espada y hasta el martillo de los bravos Toros de Rodorio! ¿No es eso suficiente?
Cuando Seika asintió por fin, Akasha no pudo evitar un acceso de remordimientos. Había aplastado la determinación de Seika, había apagado el ardiente brillo de sus ojos y todo porque era ella quien no quería correr riesgos.
«¿Que me deje de preocupar, Arthur? Me pides imposibles —pensaba mientras Seika se retiraba sin mediar palabra—. No es la clase de líder que quiero ser.»
Sin embargo, desde ese momento dejó de vigilar las acciones de Azrael y de los santos. Si Seika era capaz de confiar en la guardia de Rodorio, ella debía hacerlo, de lo contrario, todo cuanto había dicho no serían más que mentiras vacías de significado.
Y esa tampoco era la clase de líder que quería ser.
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En el tercer día, acercándose la fecha esperada, Akasha decidió no permanecer en la villa. Después de aceptar las razones de Tiresias para no recibir ningún ingenio de la Guardia de Acero, a fin de no hacer sentir desplazados a los guardias del Santuario que escogieron tal camino, puso rumbo a la montaña para ocupar el papel que Kanon de Géminis había dispuesto para sí mucho tiempo atrás.
—El privilegio del Sumo Sacerdote —le explicó Kanon después de ser nombrada Suma Sacerdotisa, en una solitaria reunión llena de secretos, cartas del triunfo y viales de sangre divina. Todo se había preparado a lo largo de los años, excepto el aporte de Nimrod, eso era algo que el santo de Géminis desconocía—. Almagesto.
La seguía de cerca Lucile, una de los pocos santos que quedaban en el Santuario. Oribarkon no había podido terminar un remedio lo bastante eficaz como para curar su mal, si es que eso directamente no era posible y el mago se negaba a aceptarlo, por lo que una de las valiosas cartas del triunfo de Kanon quedó reducida a ser la guardaespaldas de la Suma Sacerdotisa. Si eso la ponía de mal humor, Lucile no se molestaba en hacérselo notar, ya ni siquiera pateaba cada piedra que se encontraba a su paso cuando no tenía a algún guardia que corría para dar un mensaje sin mantener las debidas formas. Aun así, Akasha se guardó de comentar que apreciaba su compañía ahora que Azrael se hallaba al otro lado del mundo. ¡Era muy capaz de tomarlo como un agravio! Era mejor guardar silencio, como ella, como una muestra de respeto, y así lo hizo durante la caminata hasta el templo de Aries, donde alguien les esperaba.
—Las amazonas, los Toros de Rodorio, dos mil guardias y tres santos de plata más y nuestro magnífico plan de dejar el Santuario desprotegido habrá dado resultado —explicó Kiki—. Ah, también está el Juez en la villa, y la Silente, y Seiya se esconde por algún lado. Será divertido si esos tres discuten a última hora.
Lucile pegó un salto hacia su maestro, para luego quedarse quieta, tal vez recordando entonces la mudez de la que era presa. Kiki dejó de sonreír.
—¿Triela piensa marcharse? —increpó Akasha. Se tomaba muy a pecho dejar de prestar atención a lo que ocurría. El Ojo de las Greas llevaba tiempo sin mostrarle imágenes—. ¿No es importante que siga aquí, por Almagesto?
—¿El manto divino de Atenea? —preguntó Kiki, evitando seguir mirando a Lucile. No era la clase de persona que deseara ser compadecida—. No veo cómo la Silente pueda ayudar a recuperarlo, a menos que arrancar los ojos a la gente sea la forma de despertar un sentido desconocido hasta para la gente de mi pueblo.
—Es una técnica. Reúne un gran poder sobre el Sumo Sacerdote para lograr grandes hazañas, siempre que cuente con el catalizador adecuado. La sangre de Atenea.
—¿El cosmos de Atenea presente en el Santuario? ¿Hasta qué punto podríamos servirnos de él ahora que ni la diosa ni sus tesoros se hayan aquí?
«Te sorprenderías, Kiki —pensó Akasha, rememorando la última lección que Kanon le impartió, o más bien, la dura carga que puso sobre sus hombros—. Cada roca de este lugar fue creado por Atenea, no para que estas fueran indestructibles, sino para que el conjunto pudiera sobrevivir a las Guerras Santas. A todas ellas.»
No obstante, estaba hablando demasiado. Así se lo hizo notar Lucile sin el menor reparo, dándole una palmada en el hombro con demasiada fuerza.
—No me gusta ver cómo mis queridas hijas se pelean —objetó Kiki.
—¿Sigues viéndonos como tus queridas hijas? —cuestionó Akasha, atónita—. ¿La líder del Santuario y la santa de Leo?
—¡Por supuesto! —exclamó Kiki—. Si yo no hubiese despertado vuestros sentidos, jamás habríais despertado el cosmos y seríais a estas alturas una encantadora muchacha de Rodorio y la más retorcida psiquiatra de toda Alemania. ¿O era psicóloga? ¡No me mires así, Lucile, sabes que acabarías manejando la mente de la gente de un modo u otro! —aseveró, a lo que Akasha rio con ganas, sabedora de que Kiki no podía saber cómo lo estaba mirando Lucile—. Si yo no hubiese hecho nada…
Kiki bajó los hombros y entonces Akasha entendió todo. El maestro herrero de Jamir no estaba allí para descubrir si Arthur y Seiya serían capaces de pelearse estando tan próxima la batalla, ni tampoco para sonsacarle la información ahora que había una nueva líder en el Santuario que no lo mantuviese alejado de decisiones más importantes que reparar este o aquel manto sagrado. Quería hablar con ella. Deseaba hablar con ella a solas, pero eso no podía ser, Akasha no podía rehuir más su deber.
—¿Nunca me he disculpado, verdad?
—No tenías que hacerlo —dijo Akasha.
Kiki sacudió la cabeza.
—Claro que sí. Mentí a la niña que fuiste —confesó, incapaz de darle en ese momento la forma en la que le había tratado. Akasha no sintió deseos de corregirlo—. No tenías un potencial destacado para el manejo del cosmos, solo sueños y un poco de valor. Desperté tus sentidos a sabiendas solo para darle una lección a alguien que pretendía unirse al Santuario como un aliado. Gestahl Noah, imagino, él nos dio el suministro de gammanium. Compartí mi mente con la tuya y así descubrí que serías más grande de lo que esperaba, una santa de oro, la primera de la nueva generación. ¡Sentí tanto orgullo!
—¡Basta, Kiki! —rogó Akasha, acercándosele y sosteniendo los caídos hombros del maestro herrero—. No es necesario.
—Te vi fracasar una y otra vez. Debiste sacrificar tanto. ¿Nunca te has arrepentido? ¿Y tú, Lucile? ¿Habrías preferido una vida distinta?
La leona de oro no dudó en negar con la cabeza. Así lo hizo también Akasha.
—Jamás podría. Soy en verdad la persona que deseo ser.
—Pero…
—Solo en esta vida pude haberos conocido a todos. A Azrael. A Lucile. Y Ethel. También mis maestros y el resto de santos. ¿Podré luchar junto a ellos porque tú quisiste aleccionar a Gestahl Noah? Me parece bien. Puedo vivir con ello.
«Podré luchar junto ellos —oyó al tiempo en su mente, como un eco. Los remordimientos por la discusión con Seika regresaban—. En otra vida, yo podría estar en el lugar de Seika, relegada a solo esperar y observar.»
Pero ya no había tiempo para dar marcha atrás. Y el nombre de Ethel había hecho mella en Kiki, quien se enderezó, ya libre de una carga que llevaba tiempo arrastrando.
—¿Puedo acompañarte? ¡Acompañaros, por todos los cielos!
—No te preocupes por los formalismos —pidió Akasha—. Son raros viniendo de ti. Y por supuesto que puedes acompañarnos.
—Me gustaría ver a mi hija sentada en el trono papal antes de… ¡Ay! —A media frase, que decía como si no hubiese oído las palabras de Akasha, Kiki recibió un codazo de Lucile en el costado. Su forma de decir que había prisa—. Bien, vamos. Si a Sneyder no se le ocurre perder el manto de Acuario otra vez, puede que me quede aquí un rato.
No sería esa la última broma que Kiki haría durante el ascenso a través de los templos zodiacales, aunque Akasha no le reprendió por ninguna, cosa que sí haría Lucile de vez en cuando. La Suma Sacerdotisa era por fin consciente de lo duro que sería cumplir los requisitos para Almagesto. Recordó las palabras de Nimrod, de Arthur y de Seika. Todo parecía conectado a las que desde un inicio Kanon de Géminis le dirigió, como si todos supieran de antemano cuál sería su papel, el mismo en parte que había exigido tomaran los aldeanos de Rodorio: confiar en los santos y esperar. Esperar mientras entraba en comunión con el cosmos de Atenea, presente en la montaña y en la sangre divina. Un poder capaz de sellar el inframundo. Y también de rechazar a la misma Muerte.
Fue por ello que atesoró ese tiempo en compañía. De cada minuto con su padre.
Notas del autor:
Ulti_SG. Dormidos, con toda probabilidad. Me gusta pensar que la saga de Poseidón fue tan corta porque Kanon despertó al dios de los mares antes de tiempo.
¡Como debe ser! ¿Qué es eso de que el ejército de la diosa protectora de la humanidad le esté rindiendo cuentas a Hacienda? ¿Y la ONU? ¡Si nadie le hace caso a la ONU! Lo bueno es que el Santuario no abusa de su posición.
La culpa es de Shiryu, por quedarse dormido.
Dominar una de las fuerzas fundamentales del universo tenía que requerir una mente privilegiada. Y sí, casado con Seika, ¿quién lo diría? Seiya no, desde luego.
Ataque preventivo, le dicen. Algunos países amarían tenerlo de presidente, pero él quiere ser rey, rey de los que mandan, y eso no está muy bien visto en tiempos modernos. Ya era hora, sí, con todo lo que llevamos de historia los santos de oro no hen peleado mucho bajo los focos. Fuera de ellos sí, pero eso no cuenta.
Lo bueno que ya algunos lo habían demostrado, porque si por hablar fuera Deathmask de Cáncer sería un guerrero invencible.
Ver el futuro es una habilidad muy molesta, como nos enseñó Mirai Nikki, ¡y ella no necesita ni leer los mensajes del teléfono! Por su parte, Shaula no cuenta con su pitoniso particular, y como dices, deberá demostrar lo que vale por sí sola. Mucha suerte para ella, porque estoy seguro de que Sneyder no nos la aceptaría si se la ofreciéramos.
¿Saiyajin? Quién sabe. ¡Qué tiempos cuando leía esos crossover clásicos entre Dragon Ball y Saint Seiya! Entonces no imaginaba que tendría tanto que decir sobre una sola de esas obras y aquí estamos, con la Guerra de las Estrellas de fondo.
Buena cosa, Devil May Cry es una buena saga, con una oveja negra.
Sí, cada quién tiene su papel en esta guerra. Ninguno puede quedarse mirando. ¡Esta Aqua es un desastre! Los demás queriendo reservar fuerzas y ella yendo a lo loco.
Ahí tenemos un santo de oro diligente, sí señor. Y misterioso, como bien dices.
Han tenido trece años para prepararse (¡Gracias, Caronte!), pero esta legión de Aqueronte es más pesada que una vaca en brazos y tiene multitud de recursos.
¡Ese es un dato de vital importancia que será importante para el desarrollo del arco!
Apenas en la Ilíada nos dan los nombres de todos los caídos en una guerra, pero tiempo al tiempo. Las batallas apenas empiezan y lo hacen ya con intensidad.
Shadir. Que no se pasen mucho estos guerreros de la vida y la muerte, que la última vez que Gea se enojó nació el temible Tifón.
Guerrear contra el infierno es una de las peores cosas que hay, si algo le sobran son efectivos y cuando menos Aqueronte usa y abusa de ellos. Tantos recursos tiene el dios del sufrimiento que haría que el señor Burns se muriese de envidia. Cortar el agua sería una buena contramedida, ¿dónde estará Poseidón que no lo hace?
Karel00. Descuida, me consta que son tiempos difíciles y más bien me alegra que hayas podido retomar esta lectura.
Oh, este es un punto delicado. Considero que una historia hace bien su trabajo cuando notamos que la amenaza que enfrentan los héroes es tan grande que nos creemos que puedan perder, o al menos, nos preguntamos cómo podrán salir airosos. A la vez, si algo caracteriza a los santos de Atenea es su perseverancia y como encarnan tan bien la esperanza, ese mal que quedó olvidado en el fondo de la caja de Pandora. ¿Podré balancear estas dos ideas sin que se destruyan la una a la otra? ¡Otra de las tantas preguntas que genera este fanfic! Con tantos personajes que manejo, que me digas que Arthur brilla por sí mismo me alegra la tarde la mitad de lo que me divierte hacer que él y Seiya discutan. ¡Y conste que eso último me divierte muchísimo!
Bluegrad es una ciudad más de Rusia, ese fue el trato que alcanzó Piotr para que su gente no tuviera que depender de si sus mercenarios conseguían dinero suficiente para sobrevivir al duro clima de ese rincón del mundo. Como dices, todavía no han tenido mucha cámara, pero siendo uno de los frentes de esta guerra contra el Hades, huelga decir que es el momento de saber más de su presente y tal vez algo más de su pasado. Sobre el futuro, uf, ahí me reservo decir nada, ¡tendrás que seguir leyendo para saber!
Eso es estupendo, porque es justo mi intención. Es posible que Kurumada haya escogido el término de Guerra Santa por su sonoridad más que por haber pensado nunca en que fuera a escribir guerras como tales, porque narrar algo tan vasto con personajes sobrehumanos es más difícil de lo que suena, pero yo siempre he querido leer algo así y por tanto decidí animarme a escribirlo. Menos mal que decidí publicarlo por semana y no de forma quincenal, como era la idea original, ¿por dónde iríamos si ese fuera el caso? Sobre la extensión de Urano, lo cierto es que en mis documentos, Urano acababa en lo que es ahora el capítulo 74, Últimos preparativos, mientras que lo que viene después entra en un nuevo documento llamado Guerra. Cuando empecé a publicar, tras preguntar por consejos, decidí unir ambos arcos en uno solo.
¿Dar mi opinión sobre por qué Seiya está en la Tierra sin adelantar por ello nada? Eso es todo un desafío, pero haré el intento. Yo pienso que el santo de Pegaso se siente en deuda con todos, con los que murieron en la Noche de la Podredumbre y con los que sobrevivieron a ella, atormentados, como esa aspirante que le pedía perdón al final del arco de Plutón. Ellos estaban bajo una maldición divina, claro, pero esta consistía en soñar un mundo en el que no eran santos de Atenea, algo así creo que pesaría en ese quinteto de héroes que tanto llegamos a apreciar, más aún si varios de ellos se están marchando porque es su deber. Seiya siente que debería hacer más de lo que ha hecho, y al tiempo, sabe que hace lo que debe, siendo la conversación de Shun solo una forma de que él lo acepte. Espero que eso sirva por el momento.
Tengo un Hipermito personal, podría decirse, en mi cabeza. Conforme escribía esta historia, a la vez se expandía el trasfondo, con guerras y otros eventos sucedidos desde el diluvio universal hasta la actualidad. Descuida, si el que se excede en detalles del pasado soy yo, ¿cómo iba a pesarme que te intereses por ellos? ¡Al contrario!
Yo también espero verte por aquí. ¡Mucha suerte y ánimo!
