Capítulo 84. Cólera divina

Mientras la Batalla por la Torre de los Espectros tenía lugar, otros enfrentamientos de similar intensidad se daban en el antiguo territorio de los Heinstein. Las horas pasaban sin que aquella entrada al inframundo dejara de escupir más y más monstruos, y aunque el santo de la Cruz del Sur y las santas de Caballo Menor, Delfín, Casiopea, Osa Menor y Paloma se habían retirado para unirse al frente sur, el poder bruto de los que restaban y los refuerzos que vinieron bastaba para contenerlos, de momento. Todos se esforzaban por equilibrar las fuerzas que empleaban con las que necesitarían más adelante, en espera de que llegara la primera Abominación. No tuvieron que esperar mucho más.

Del profundo abismo, rodeado por vapores verdes, emergió un centauro de unos doce metros de altura, hecho de sombras y fuego, con dos alargados cuernos partiendo de la amplia frente. Tamaña bestia blandió furibunda un hacha colosal, rasgando el aire y desatando con ello vientos huracanados. Era un mero saludo en comparación a la fuerza que poseía, pero cuando vio que ni uno solo de los santos presentes era apartado del suelo, rugió colérico. ¡Ninguna de aquellas hormigas era un santo de oro!

El arma, negra como el ébano, descendió en vertical sobre el portador del sagrado manto de Perseo, en cuyos ojos rasgados quedó grabado el destello del Puño Meteórico que Marin desató para desviar la hoja. Una vez más, la Abominación soltó un rugido que pudieron oír no solo el par de santos de plata, sino también quienes luchaban lejos, desde otros santos hasta los Heraclidas, la única unidad de la Guardia de Acero que había en ese frente para lidiar con los soldados del Aqueronte en la retaguardia.

De un salto, Zaon de Perseo se interpuso entre Marin y el salvaje enemigo. Nada le aseguraba que la maldición de Medusa funcionaría con esa clase de ser, pero no por ello dudó un instante en mostrarle una de las armas más terribles del Santuario. Los ojos de la efigie de la Gorgona se abrieron en una fracción de segundo, liberando un destello que llegó de lleno a las cuencas llameantes de la bestia.

El santo de Perseo no había terminado de aterrizar cuando el cuerpo del enemigo lucía ya como una estatua carente de poder.

—No puede ser tan fácil… —murmuró, palpándose las leves quemaduras que tenía en la cabeza rapada debido al aliento liberado por la flamígera bestia.

—Sabes que no lo será —dijo Marin.

Más monstruos emergieron de las profundidades del abismo. Centauros grises de perversas sonrisas desataron una lluvia de flechas energéticas sobre los santos, quienes ágiles como eran pudieron evadir con holgura todos los ataques. Les siguieron criaturas descomunales: serpientes pétreas deslizándose alrededor del ente petrificado, una salamandra hecha de fuego casi tan grande como aquel… ¡Hasta la legendaria hidra había aparecido de improviso, llenando la tierra de un veneno de leyenda!

Kanon de Géminis vio con cierta satisfacción cómo el poder combinado de Marin y Zaon reducía a polvo por igual a la práctica totalidad de las criaturas. Solo la hidra y la salamandra salieron con vida de la primera andanada de meteoros y tajos de Harpe. La primera, con una sola cabeza restante, fue congelada por el Polvo de Diamantes de Pavlin de Pavo Real antes de que pudiera impregnar a alguien con la sangre que no paraba de expulsar, la cual quemaba como el ácido y podría condenar a un hombre inmortal a una vida de eterno sufrimiento. Por otra parte, a la salamandra la detuvo por unos segundos Iolao de Serpiente Terrestre, siendo apoyado por otros que, como él, se habían convertido en santos en la Isla Andrómeda.

Una vez más, Marin y Zaon atacaron a la criatura de llamas, apoyados en esta ocasión por el aire gélido de Pavlin. La salamandra pareció desaparecer por completo luego del ataque combinado, pero enseguida un nuevo fuego ardió donde estaba, latiendo como un corazón, para que en cuestión de un parpadeo volviera a estar el terrible monstruo flamígero soltando un bramido que tanto podría ser de dolor como de burla. Un coletazo le bastó para desviar las cadenas con las que pretendieron aprisionarla de nuevo.

«Quizá debo intervenir —reflexionó el santo de Géminis, oculto bajo una bien elaborada ilusión. No solo contemplaba la batalla contra los monstruos de la legión de Flegetonte, sino también otras más allá, entre los hábiles Heraclidas, desarmados a excepción de los cuchillos Hydra, y un batallón de guardias manipulado por el Aqueronte—. Quizá no nos preparamos lo suficiente.»

Incluso si el resto de enemigos había sido derrotado de un modo u otro, la sola presencia de la salamandra elevaba la temperatura del lugar. A cada paso, el suelo se derretía, si abría la boca consumía el oxígeno circundante. Tanto Marin como Zaon contaban con el poder suficiente para destruir el cuerpo, pero eran incapaces de darle un final definitivo, por lo que en conjunto con Pavlin se limitaron a poner a salvo a los santos de bronce. Estos, dejando de lado el orgullo, se retiraron para apoyar a los aliados que aun desconociendo del cosmos luchaban con todas sus fuerzas para proteger el mundo.

—No, yo no —dijo el antiguo Sumo Sacerdote, iniciando una conversación telepática con una guerrera que también permanecía oculta—. Aqua. Creo que ha llegado el momento en que nos demuestres que no eres solo palabrería.

¿¡Palabrería!? —repitió la santa de Cefeo, sin reparos en dirigirse a gritos a quien fuera Sumo Sacerdote—. Soy una diosa. ¿Cree que esa es la forma de dirigirse a una diosa que humildemente ofrece su bendición a los mortales?

Eres una nereida que por azares del destino y la intuición de mi mejor discípulo viste un manto sagrado… Y si no me falla la memoria, pediste un descanso.

Después de pelear varias horas sin que nadie me echara una mano. ¡Se quedaban mirando! Ni siquiera noté cuándo mis amigas se fueron.

Eres tú la que no dejaba que nadie te ayudase. Tienes que aprender a escoger tus batallas, hasta que lo logres, yo decidiré por ti.

¿Y quién le puso a usted al mando?

Nuestra Suma Sacerdotisa.

Oh, rayos. Es verdad.

Un sonido repentino, como de mil olas rompiéndose a la vez más allá de las nubes, hizo que Kanon sonriera. De algún modo, no le sorprendía que aquella nereida decidiera actuar antes de admitir que lo haría.

Los expectantes santos de plata sí que quedaron impresionados cuando una cadena hecha de agua cayó del cielo a través de más de diez kilómetros de altura. No solo por el notable cosmos que percibían detrás de aquella técnica, sino por lo desproporcionada que era. ¡En cada eslabón podría construirse todo un barrio residencial! Y la punta, más que atravesar a la salamandra, la aplastó por completo, reduciéndola a nada.

—He aquí el Sello del Rey. ¡Regresa de eso, lagartija!

—Oh, por Atenea… —lamentó Zaon—. ¿Ella otra vez?

—Me temo que lo es —dijo Pavlin—. Supongo que debemos…

—No lo digas —cortó Marin—. Nada de agradecimientos —ordenó al par vía telepática—. Es capaz de pedirnos que le rindamos tributo.

En las alturas, mientras bajaba por el aire como si en este hubiera una escalera, la santa de Cefeo apuntó a la inmensa cadena enterrada en la roca. A una velocidad inaudita, el Sello del Rey se desplazó hacia el abismo pulverizando el suelo y aplastando la estatua de la Abominación. La cadena arrastró los pétreos pedazos a los que fue reducida hasta la entrada del Hades, donde, al hacer contacto con las llamaradas que de esta surgían entre desagradables vapores, cambió de forma.

—Esta es la Gran Inundación.

Fue difícil para los presentes escuchar la presentación de la técnica, pues billones de toneladas del agua más pura posible caían sin descanso a una velocidad endiablada, colmando la anchura del abismo. Si alguna otra criatura trató de ascender a la Tierra, sin duda había acabado destrozada por un poder tan terrible como sagrado.

Pavlin de Pavo Real no perdió ni un segundo. En cuanto la Gran Inundación terminó, se apresuró a congelar la última capa de agua, generando de ese modo una imitación del Ataúd de Hielo por sobre la entrada al Hades. Aquel sello, sin ser comparable a lo que habría podido lograr el actual maestro del agua y el hielo, Sneyder, se ganó un silbido de aprobación y una palmada en la espalda por parte de Aqua.

—Sé que no servirá de mucho —tuvo que admitir la guerrera rusa—. Pero cada minuto de paz que logremos vale oro, ¿cierto?

—Has hecho un buen trabajo, Pavlin —dijo Marin—. Y percibo que la batalla de los Heraclidas también ha acabado.

—Claro, yo me encargué —dijo Aqua al tiempo que, con un chasquido de dedos, extinguía las heridas de Zaon—. ¡Qué mal gusto tiene mi hermano mayor! Con todas las almas que podría emplear contra nosotros, sigue enviando a las de antiguos guardias de Atenea, una y otra vez. Es desagradable.

Todavía bajo el velo de una hábil ilusión, Kanon aprobó el temple de Marin, Zaon y Pavlin. La santa de Cefeo tenía esa tendencia de querer resolver cualquier problema del que estuviese enterada, sin atender a si con ello pasaba por encima del orgullo de los demás. Por esa razón Rin de Caballo Menor y sus compañeras decidieron marcharse, al ver que no estaban siendo de mucha utilidad. Ahora ese pensamiento debía estar en las mentes de todos en el frente occidental. Hasta los Heraclidas pusieron cara de niños avergonzados al ver que aquella muchacha aplastaba con suma facilidad a los soldados del Aqueronte, que tantos problemas causaban a los simples mortales. Por suerte, se repusieron a tiempo de clavar en sus cuerpos revividos las únicas armas que portaban.

—Increíble, me siento completamente revitalizado —dijo Zaon de Perseo, palpándose la cabeza ahora libre de quemaduras—. Un momento. ¿No decías ser una nereida?

—Así es, así es. Hija de Nereo y Doris, hermana de ilustres deidades como Tetis, Dione y Anfitrite —dijo Aqua, henchida de orgullo—. ¿Sabías que Anfitrite es la esposa…?

—Estoy seguro de que Aqueronte es uno de los hijos de Tetis y Océano —puntualizó Zaon, ceñudo—. Tetis la titánide, no la nereida.

—Todos los hijos del mar nos consideramos hermanos —explicó Aqua luego de pensarlo un rato—. Los mortales incluso llaman hermanos a aquellos con los que ni siquiera comparten una gota de sangre, ¿no?

Ni Marin ni Zaon entendían por qué eso era importante en aquel momento. Más bien, como todos en ese frente aprendían de un modo u otro, ambos preferían no hablar nunca de la supuesta ascendencia de Aqua a menos que esta sacara el tema.

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Después de aquel extraño debate, nada ocurrió por un largo rato. Los refuerzos, agotados durante las pasadas oleadas de monstruos, se unieron con los santos de plata y fortalecieron el sello sobre el abismo. En un extremo del abismo, los guerreros azules que Bluegrad envió al frente unían sus fuerzas con Cristal y sus Caballeros de Ganímedes, en el otro extremo, recubriendo el Ataúd de Hielo de Pavlin con capas de cristal blanco y negro que habría de permitirle resistir el perpetuo castigo del inframundo. Con tales aliados de nuevo apoyando la vanguardia, los santos de bronce se permitieron un descanso, reuniéndose con su superior inmediato, Fang de Cerbero.

Podían oírse incluso risas de ese lado del frente, porque el perezoso Fang había dedicado en susurros alabanzas hacia Aqua de Cefeo, por haberle asegurado una siesta.

Pero Kanon seguía atento, por eso fue el primero en notar una fuerza terrible bajo el gélido y amplio muro que Pavlin, junto a un centenar de aliados, entre sombras y guerreros azules, mantenía a una temperatura lo más cercana al cero absoluto que le era posible. Estaba por actuar cuando el instinto le indicó de nuevo que no lo hiciera, animándolo a confiar en la nueva generación que él mismo había ayudado a construir.

El Ataúd de Hielo coronado por cristales oscuros cimbró junto a toda la tierra. Grietas se abrieron por el suelo y de estas emanó el nauseabundo olor del miasma. Los guerreros que rodeaban el abismo, hábiles en el arte de la congelación, no cedieron esa vez ni en el segundo envite, pero en el tercero la misma Marin tuvo que ordenar a todos que se retiraran. Pavlin, rápida como un rayo, se alejó a tiempo junto a algunas destacadas sombras de Pavo Real, Corona Boreal y el propio Cristal, también los guerreros azules pudieron evitar daños mortales, mientras que los caballeros negros de Cisne y Corona Austral fueron calcinados en un mero parpadeo.

«¿Ese es el alcance de quienes viven a la sombra de un héroe legendario? Es decepcionante —pensaba Kanon de Géminis, imperturbable.»

Así como el agua de la Gran Inundación había llenado los cielos y las profundidades de la tierra, ahora todo aquello era una columna llameante de mayor altura que la más alta montaña de la Tierra. Era un fuego antinatural, que no consumía combustible y podía perdurar por la eternidad. La superficie de la sangre del Tártaro, Flegetonte.

Una sombra atravesó las llamas para caer sobre los guerreros que se habían replegado, pero el hacha negra con la que pretendió destrozarlos fue repelida por el escudo de Perseo. El portador de tan confiable defensa no cedió ni un ápice ante el enemigo, aun cuando la tierra bajo sus pies parecía querer devorarlo y traerlo al Hades.

—Veo que eres de los que tropiezan dos veces con la misma piedra —comentó Zaon al reconocer a la bestia: era la misma Abominación a la que había derrotado hacía poco. De hecho, sospechaba que también era la criatura a la que su superior, Garland de Tauro, había perseguido al inicio de la batalla—. No me quejo.

Fuera por orgullo o ignorancia, el ser no dejó de presionar el escudo irrompible de aquella hormiga enfundada en plata, así que cuando los ojos de Medusa se abrieron volvió a convertirse en una estatua de piedra.

—Qué débil —dijo una voz proveniente de las llamas, la cual sonaba como si un hombre y una mujer hablaran a un mismo tiempo—. ¿Tan pequeña es la rabia de los monstruos, presa de los héroes, bufones de los dioses?

El pilar de llamas se comprimió en un instante en un ser de tamaño humano, el cual de inmediato liberó una ola de pura energía en todas direcciones.

Zaon logró alzar el escudo mientras la estatua del enorme centauro desaparecía junto al suelo sobre el que estaba, pero en esa ocasión alguien más debió intervenir. Veloz, Aqua se interpuso entre el santo y el ataque, dando hacia el frente un fuerte puñetazo recubierto de un cosmos sagrado que neutralizó la mayor parte de la destrucción.

De los restos, una lluvia de fuego que amenazaba con reducir todo el lugar a cenizas, se ocuparon Pavlin y las sombras supervivientes, junto a los guerreros azules. Cuando todo terminó, la tierra quedó envuelta en un extraño vapor que separaba el grupo de santos de plata del de los santos de bronce y los Heraclidas, que sin duda volvían a luchar contra soldados de la legión de Aqueronte. Era fácil saberlo por el inconfundible hedor que aquel río dejaba cada vez que se manifestaba, buscando absorber algo de cosmos para poder construir nuevos cuerpos y dar así más dolor y muerte a los hombres. Fang de Cerbero vio a sus compañeros de rango desde el otro lado, en el que él también estaba, cuidando de los jóvenes. Con un gesto de asentimiento dejó claro que él se ocuparía de cualquier percance, que ellos podrían seguir lidiando con los monstruos.

—De verdad que tienes mal gusto, hermano mayor —susurró Aqua, viendo entre las grietas de la tierra el agua amarillenta pugnando por robar una pizca del cosmos de algún santo de plata, incluida ella—. Ni siquiera tratas bien a tu familia.

—Qué débil —volvió la voz, ahora visible a ojos de todos—. Soy tan débil. ¿Tan pequeña es la fuerza de los hijos de Océano y Tetis?

El cuerpo del ente era el de un ángel andrógino, carente de facciones al estar hecho de luz. Sin embargo, la armadura que lo cubría, de tonos oscuros y carmesís, le daba un aspecto completamente opuesto. Los brazos y las piernas acababan en garras y zarpas de bestia, dos cuernos largos y retorcidos sobresalían de la tiara, las alas flamígeras estaban recubiertas por plumas de un metal tan rojo que parecía sangre solidificada y al final de la coraza, por la zona de la espalda baja, dispuesta en forma de cuña, nacía una cola alargada que terminaba en un aguijón de afilada punta, como la de un escorpión.

Era otra Abominación, reconoció al punto Zaon. También había aparecido al comienzo de la batalla, junto al monstruoso centauro. Saberlo le hizo sonreír: aquel miserable había huido de su general con la cola entre las patas, para después regresar allá donde no había ningún santo de oro que pudiera darle una paliza.

—Mi nombre es Ker —anunció el ente—. Todo lo que mata, tortura y destruye me alienta. A vosotros mortales que vivís y morís en la violencia, os doy las gracias.

La muestra de agradecimiento que el ente decidió darles fue un proyectil de cosmos luminoso, el cual habría impactado de lleno sobre Pavlin —la más hábil en el arte de la congelación en el frente—, si Aqua no lo hubiese interceptado. Una vez más, el cosmos de la nereida mostró ser bastante eficaz contra la fuerza del Flegetonte, río de la cólera. Del veloz ataque no quedó nada más que una gran nube de vapor.

—Qué débil —insistió Ker—. Así que eres tú quien me ha impedido incendiar toda indigna tierra, tal cuál era mi deseo.

—¡Ningún espectro del Hades atravesará esta barrera! —exclamó Aqua, llena de seguridad, al tiempo que Pavlin, Zaon y Marin se posicionaban junto a ella, formando un semicírculo frente al abismo sobre el que Ker levitaba—. Veo que mi hermano Flegetonte no puede abandonar las puertas del Tártaro, así que no tienes posibilidades. ¡Ya mismo deberías estar llamando a Caronte para que te ayude!

—Normalmente apruebo el valor en mis compañeros —dijo Zaon—, pero en verdad la presencia de Caronte es lo último que necesitamos ahora.

Esos eran los pensamientos de los demás, tanto los caballeros negros como los guerreros azules que permanecían en la retaguardia. Aqua, intuyendo el temor en los corazones de todos, alzó el pulgar. «No hay nada que temer, vamos a ganar.»

—Mi debilidad no hará que uno de los Astra Planeta pierda el tiempo con un pez insignificante. ¡Todos moriréis aquí y ahora! —juró Ker, alzando los brazos.

—¿Pez? ¿¡Pez!? ¡Vas a ver lo que este pez puede hacerte!

El cosmos de Cefeo brilló con destellos azules, transformando el agua de la atmósfera en siete cadenas de un aspecto mágico, entre líquido y sólido. Sin perder ni un segundo, Aqua lanzó aquella variación del Sello del Rey sobre Ker, pero en esta ocasión, la técnica de la nereida fue desviada por el gran poder que de este emanaba. ¡Un sol rojo se estaba formando por sobre las palmas extendidas del demonio!

—Ese fuego… No creo que podamos apagarlo… —tuvo que admitir Pavlin.

—Claro que podréis —dijo Aqua, quien de nuevo impulsó el Sello del Rey contra el enemigo. Ninguna de las cadenas pudo alcanzarlo a él o la esfera—. Somos santos de Atenea, ¿no? Los santos hacemos milagros.

—Yo creía que eras una diosa —bromeó Zaon—. ¡Realiza tú un milagro!

—Pero no esperes por nuestros rezos —apuntó enseguida Marin—. Los santos solo otorgamos nuestra fe y lealtad a una entre los inmortales.

—¡Ja! Los seguidores de una diosa griega presumiendo ser monoteístas, ¡qué desfachatez! —rio Aqua, transformando el Sello del Rey en un gran muro—. Bueno, rezos o no, os ayudaré en esta ocasión. ¡Les daremos una lección a mis hermanos!

Varios de los santos de plata tuvieron deseos de comentarle que Ker no era un hijo del mar, mientras que los caballeros negros y los guerreros azules no estaban muy convencidos de tratar a esa joven como una diosa, incluso si era una broma. Sin embargo, cuando la esfera de poder descendió sobre la Muralla Real, ni uno solo de los presentes dudó en unir los cosmos al unísono para reforzar aquella barrera.

—Qué débil… ¡Qué débil!

El grito de Ker fue ahogado por un bramido todavía mayor, proveniente de las profundidades del abismo. La entrada al inframundo escupió de nuevo una erupción de llamas antinaturales, trayendo consigo otra vez al centauro que en dos ocasiones había caído frente a la maldición de Medusa, pero no solo él.

Aquella manifestación del Flegetonte se elevó más allá de las nubes, donde acabó dividiéndose en dos lluvias de fuego, cada una protegida por una bandada de criaturas enfundadas en armaduras bestiales, semejantes a la de Ker. Esa era la forma que el río de la cólera había escogido para transportar aliados para Aqueronte en Bluegrad y Leteo en Mu. Cada meteoro contenía en realidad la esencia de varios monstruos mitológicos, cuya fuerza estaba más allá del alcance de los únicos hombres en la Tierra capaces de liberar las almas que el dios del dolor estaba utilizando.

Pero ninguno de los santos pudo impedir aquello, pues el choque entre el ataque de Ker y la Muralla Real desprendía chispas que al caer contra la tierra, en lugar de quemarla, se transformaban en toda suerte de criaturas. Sorprendida, Pavlin vio a la hidra renacer, para luego percatarse de que no era la misma que derrotó: ¡había tres monstruos idénticos, con nueve cabezas de serpiente a punto de alcanzarles! También decenas de centauros aparecieron en los flancos, cabalgando hasta rodear por completo el grupo de santos, caballeros negros y guerreros azules. Los arcos se tensaron antes de que el menos seguro de los caballeros negros presentes optara por romper la formación.

—¡Quemadlos a todos! —ordenó Ker. Un grito que resonó por todo el lugar, más allá incluso del velo vaporoso que los envolvía.

Sin embargo, aunque todas flechas fueron disparadas, a pesar de que todos debieron separarse para luchar con los monstruos y solo Aqua y Pavlin quedaron para oponerse a toda la potencia que Ker les había arrojado, mientras Zaon y Marin enfrentaban a las tres hidras esquivando a la bestia de fuego y sombras, nadie recibió una sola herida.

Alrededor de la variada vanguardia del bando de los vivos, se había abierto una distorsión en el espacio que devoró todas las flechas al tiempo que estas aparecían sobre los pechos de los centauros. Un instante después, un bólido de luz golpeó la esfera de Ker, extinguiéndola en el momento justo en que la Muralla Real era superada, para luego atravesar con toda violencia al mayor de los monstruos del Flegetonte. Entre las dos mitades que quedaron de la Abominación, todos pudieron distinguir al que por trece años fue líder del Santuario; aunque vistiera el manto de Géminis en lugar de la toga papal, ahora correspondiente a la Suma Sacerdotisa, el tiempo que pasaron bajo su dirección y cuidado era irremplazable. Aunque el monstruo al que acababa de partir en dos mostraba signos de seguir con vida, a tan capaz campeón de Atenea le bastó mover el brazo para que un inmenso poder lo desintegrase por completo.

—Nada mal —aprobó el guardián del tercer templo zodiacal, tanto a la labor defensiva de Aqua de Cefeo, cuanto a la rapidez con la que Zaon y Marin se habían encargado de las hidras: las tres eran ahora un montón de piedras dispersas por el suelo. No hubo ni una sola palabra para los guerreros azules, mucho menos a las sombras que miraban desde atrás y su líder, Cristal, aunque sí que tuvo algo que decirle a Ker—: No creas que tu falsa superioridad impresiona a todo el mundo.

Notas del autor:

Shadir. ¿Frío o calor, qué es mejor? Cuando hablamos del hielo y del fuego del infierno, el clásico debate se intensifica hasta el infinito.

Ulti_SG. ¡Ojo que el capítulo no es solo bueno, sino genial!

Es la mejor forma de tratar una guerra de estas características, para la salud mental del autor y el dinamismo de la historia.

Sí, creo que ya habíamos quedado en que todos los soldados del inframundo son unos tramposos de cuidado. En los problemas que me meto yo solo, porque es tan complicado pelear con alguien que ve el futuro como narrar una pelea así sin que se resuelva por un milagro de esos característicos. Esa bala no es bueno gastarla tan pronto. Sneyder es único en su clase, frente a tanto personaje parlanchín por ahí. Seguro Casandra y Gestahl Noah se habrían pasado toda la guerra hablando. Y algo más.

Sabía que pillarías la referencia enseguida. Yo también me acordé de Un Mundo Sin Athena, de Android, y quise hacer un homenaje. Por suerte nadie tuvo que cargar a la estatua de Sneyder por todo el mundo, habría sido bochornoso. Y sí, el Ratón sumó su par de referencias ya de paso. ¿Quién nos iba a decir que se nombraría a Walt Disney en una historia de Saint Seiya? Si esto se vuelve profético, acuérdate de mí y ríe mucho.

Es complicado hacer peleas distintivas en una historia tan larga, pero creo que lo opuesto de los personajes le ha dado su toque a esta. Y puede que ese instinto maternal de Casandra haya ayudado un poco. ¡Ya ves! A veces basta un solo golpe para que el combate se defina a un lado u otro, aunque yo seguiría cruzando los dedos por si acaso.

Mejor aprovechar ahora que el contador está en stand by para tomar por otros motivos, como la primera batalla on screen de Sneyder de Acuario.