Capítulo 102. Ley y heroísmo

El interior de la Esfera de los Héroes, al igual que el cataclismo que imperaba en las profundidades de su capa externa, dependía del actual regente. Los pensamientos, recuerdos, emociones, sentimientos y sueños de Ío daban forma al reino que se abría a los pies de los cuatro Astra Planeta: un cielo azul tan puro y luminoso como el día eterno del Elíseo, apenas interrumpido por sendas nubes en el horizonte que servían como base a las setenta y nueve ciudadelas satélite de Júpiter.

Atrás, una enorme columna servía como eje. La altura exacta se perdía en el infinito en ambos extremos, pero era sencillo determinar que la base tendría un radio de unos mil quinientos metros. La superficie era una espiral constante compuesta por imágenes en relieve. Siguiendo el flujo del tiempo del mundo de los hombres, todos los escenarios relevantes en todas y cada una de las Guerras Santas estaban representados en ese pilar. Sus actores, tanto los santos de Atenea cuanto los guerreros de las órdenes a las que habían derrotado, eran estatuas de tamaño natural, esculpidas a detalle hasta alcanzar un realismo inaudito. Al echar un vistazo, a Caronte le sorprendió ver la batalla contra la Abominación de Leteo, en la que incluso el pelirrojo que trece años atrás tocó con su mente la malignidad de Plutón llegó cumplir el rol de guerrero. Conforme alzaba la vista, podía ver el renacimiento del hijo de Medea a partir de aquella quimera de recuerdos, el momento en que fue armado santo de Escudo y varias de las proezas que realizó junto a los santos de Escorpio y Reloj, eslabones de la cadena de acontecimientos que concluían con la alianza entre el Santuario, Poseidón y los caballeros negros, con Akasha de Virgo como eje. Más allá de esa escena, nada podía verse, si bien Caronte era capaz de imaginar a aquella muchacha vistiendo la toga papal frente al ejército más numeroso que el Santuario había reunido jamás, porque a eso se encaminaba todo. Abajo, a través de incontables pasos, le esperarían millares de representaciones por cada evento importante en la larga historia de los santos de Atenea.

Solo pensar en ello bastaba para desalentar a cualquiera. Incluso sabiendo que aquel lugar era atemporal, que bien podrían recorrer cualquier distancia en lo que en el mundo de los hombres ni siquiera pasaba un segundo, la idea de arrojarse al vacío sin más tentaba poderosamente. Claro que los Astra Planeta contaban con la agudeza sensorial y mental necesaria para olvidar esa locura. En la Esfera de Júpiter no era posible un desplazamiento sobrehumano, fuera correr a altas velocidades, volar, teletransportarse, o abrir portales a otras dimensiones. También había restricciones para entidades incorpóreas y ondas psíquicas de toda clase, siendo inaplicables la telepatía o la telequinesis, entre otras artes. Aquellos límites —que quizás no afectaban al astral de Júpiter, aunque Caronte nunca se había molestado corroborarlo—, eran el prototipo de la barrera que había protegido el Santuario a través de los milenios, si bien sostenido por un poder superior, el del rey de los dioses.

—¿Era distinto cuando Tebe vivía? —preguntó Ío. El actual regente de Júpiter tenía la vista fija en la pétrea escalera que giraba hacia arriba en torno a la columna, en sintonía con las espirales y sin llegar a chocar con alguna estatua. Tenía un pie en el peldaño en el que estaban los demás, y otro en el superior.

—Había más columnas —contestó Tritos, más interesado en el tema que Caronte—. Los Pilares de la Historia, uno por cada pedazo de la historia de la humanidad, todos más anchos que este. Estaban unidos entre sí mediante varios puentes por sección, y estos a veces también se conectaban, como un laberinto demasiado intrincado. Los rodeaba un espacio estrellado, y las ciudadelas parecían pequeñas lunas debido a la distancia y los campos de fuerza. Según nos solía presumir, en los límites de sus dominios se extendía la gran muralla que separaba toda existencia del fin, y en ella estaban escritas, desde el albor de los tiempos, las leyes que los dioses establecieron para la Creación. Alguna vez le pregunté si las leyes humanas tenían algún sitio allí, ya que los pilares estaban tan relacionados con la humanidad; nunca me dio una respuesta.

—Se rio —apuntó Caronte, rememorando de pronto ese evento—. ¿Podíamos esperar otra cosa? Los humanos son pequeños.

—Ya veo —murmuró Ío. De repente estaba varios peldaños más arriba que los demás, quienes lo miraban expectantes: observar el futuro de cualquier forma era como forjarse una cadena usando el destino como materia prima; nada podría cambiar lo que vieras—. El muro también está en este lugar, eso no depende del regente, excepto por la forma. ¿Seres completamente distintos a los hombres concebirían que las leyes del cosmos están escritas en un muro, por grande que sea?

—Me gustaría verlo —admitió Tritos.

—Si Júpiter te lo permitiera, podrías viajar hasta allí. —Ío fijó la mirada el horizonte, y por un momento todos pudieron ser conscientes de lo lejos que estaban del fin de las cosas; más lejos de lo que la Tierra estaba de los confines del universo—. Temo que no es el caso —dijo, sonriendo.

—Padre, ascender fijaría nuestro futuro para siempre —advirtió Titania.

—Quizá ya es así —dijo Ío, girándose hacia la astral. Con terrible parsimonia, desanduvo sus pasos. Los peldaños que dejaba atrás eran engullidos por las brumas del tiempo, volviéndose ajenos a la atención de los Astra Planeta—. ¿No sentís curiosidad? —Los tres dejaron que el silencio fuera la respuesta—. Parece que no está todo perdido. Demos gracias a los dioses —susurró.

Nadie se opuso a que Ío encabezara la marcha. Al igual que arriba, la escalera no descendía toda la columna, sino que terminaba de forma abrupta en una línea irregular que partía hasta tres niveles de altura. No era hasta que Ío pisaba el peldaño más cercano al vacío que un nuevo pedazo de la escalera surgía de la nada para permitir al cuarteto avanzar más y más abajo, acompañados por la historia de las Guerras Santas.

Cada nivel ofrecía nuevas batallas. Los trece años que Caronte concedió al Santuario estaban cubiertos por la aparición de los Campeones del Hades y las Abominaciones, así como el enfrentamiento entre santos y sombras, con la figura del Segundo Hombre, hoy en día conocido como Gestahl Noah, siempre presente tras bambalinas. Claro que ni un hombre como él, bendito por los dioses, estaba más allá de los hilos tejidos por las Moiras, y el pilar que sustentaba la Esfera de Júpiter no eran más que una proyección del Telar del Destino, una pequeña parte del entramado, al menos.

—Es peligroso —dijo Titania luego de ver una estatua de aquel hombre, compartiendo escena con Julian Solo, Akasha de Virgo y un civil—. Deberíamos ocuparnos de él.

—Atenea no permitiría que lo toquemos —dijo Ío—. La bendición que los dioses otorgaron a mi viejo amigo no es muy distinta de nuestros dones.

—Sé que no podemos matarlo… ¿Y su ejército?

—Números —dijo Tritos—. Solo números. ¿Quieres que los ponga a dormir, Titania? ¡Bastaría un chasquido de dedos…!

—Las legiones del Hades se ocuparán de las sombras —cortó Caronte—. Nosotros tenemos problemas más urgentes de los que ocuparnos. El despertar de Poseidón, la presencia en nuestro mundo de una de las Alas del Rey…

—Tienen influencia en las Otras Tierras —añadió Titania—. Caronte, ¿el Hijo ha escapado del Tártaro? ¿Es por eso por lo que los dioses te concedieron la libertad?

—Nada escapa del Abismo —dijo Caronte con sequedad—. Como el último de los Astra Planeta con vida, mi misión era impedir que las Alas del Rey se reformaran incorporando a los cinco santos de Atenea que lucharon en los Campos Elíseos. Nos enfrentamos al remanente de un ejército que fracasó en todos los sentidos, nada más.

—Y la has cumplido a cabalidad —aprobó Tritos, empleando un tono sarcástico—. Hace trece años te las apañaste para llevar a la muerte a todo tipo de siervos de Atenea, excepto a los que tenías que matar. ¿Cuándo piensas ocuparte de los santos de bronce?

—¿Tú lo habrías hecho mejor? —inquirió Titania—. Te presentaste a Akasha de Virgo como diplomático y lo siguiente que ocurrió fue la liberación de Poseidón. Un fracaso vergonzoso para alguien que pretendía garantizar una alianza con el Santuario.

—Caronte la quería —aclaró Tritos—. Yo solo le apoyé en esa tarea. A pesar de las limitaciones que me impuso. ¿Por qué? Porque era una buena idea y me gustaba. Me sigue gustando, de hecho. Pero entonces ocurrió lo peor de lo peor: Oribarkon ignoró mi petición de posponer la liberación de Poseidón un tiempo prudencial, le entregó sus memorias a Leteo y despejó un tercer camino para la Suma Sacerdotisa. No necesitaba escoger entre los Astra Planeta, a quienes odia por la oveja negra de la familia, y las Alas del Rey, a quienes también odia por meter al Santuario en este lío, sino que podía pactar con un dios que podría mandar ambos problemas al Tártaro si le place. ¡Y apuesto a que esta elección es parte de los designios del Hijo, en cuyo nombre el Segundo Hombre quiso acercarse a Julian Solo en más de una ocasión! Tal vez no era una buena idea esa alianza, quizá Caronte debió hacer lo suyo y ya. Matar.

—Fue una buena idea —repuso Ío—. Por desgracia, ambos cometisteis el error que todo hombre o dios que enfrenta a Atenea y el Santuario comete. Nosotros podemos pensar en el bien mayor, la paz y la estabilidad en toda la Creación, pero los santos son humanos, de esos que nacen, viven y mueren en un suspiro; a veces uno más largo de lo habitual. —Rio, apartando al fin la vista del pilar—. Ni siquiera mi viejo amigo recuerda eso. Si fuera el mismo que conocí, habría tenido el Santuario en la palma de su mano desde hacía mucho. Una lástima por él, una oportunidad para nosotros.

—¿Seguimos con la estrategia «Convencer al Santuario de que el guerrero que masacró a sus hombres no es el enemigo»? —preguntó Tritos, a las claras sorprendido. Si algo podía hacer que reconsiderara ese plan de acción dadas las actuales circunstancias, era que Ío de Júpiter estuviera de acuerdo.

—Titania cree que aún tenemos una oportunidad —murmuró Ío—. Es descabellado, pero no nos quedan más opciones, y considero que el Santuario debe seguir existiendo. No, deseo que siga existiendo.

—El enemigo de mi enemigo es mi amigo —dijo Titania—. Ese principio puede jugar a nuestro favor o en nuestra contra. De momento nada está dicho. Akasha de Virgo pactó con Gestahl Noah, sombra de Altar, no con el Segundo Hombre. El Santuario aún no tiene lazos con el Hijo, y por tanto tampoco Poseidón. Si logramos que el ejército ateniense apoye al Olimpo, Poseidón también lo hará.

—Poseidón y Atenea —aventuró Caronte.

—Necesitamos dioses, no guerreros —dijo Tritos—. O al menos, no tener a dos dioses del Olimpo como enemigos a la vez que debemos lidiar con lo que queda de las Ochenta y Ocho Alas del Rey. Sigo sin comprender por qué no los eliminamos.

—Lo entenderás —dijo Ío—. De momento, todos debemos encomendarnos a lo que han dispuesto las Moiras para este tiempo y espacio. Él —exclamó, señalando a aquel hombre trajeado—, nada puede hacer por sí solo. Se convierte en un problema en el momento en que es respaldado por un ejército apropiado. Así como no podemos causarle ningún mal, está en nuestra mano impedirle que los cause.

Mientras hablaban, los astrales habían llegado hasta el nivel que representaba la Noche de la Podredumbre. Miles de soldados luchaban en distintas zonas de la tierra sagrada de Atenea, unos contra guardias y amazonas, otros contra santos. Arriba, en la cima de la montaña, una guerrera saltaba sobre un coloso hecho de cuerpos humanos.

—¿Quién es ella? —preguntó Titania; percibía cierto interés de parte de Caronte.

—Shaina de Ofiuco. Durante mi misión, impidió que me apropiara de Niké, Almagesto y la Égida. Combatió contra Aqueronte con valor y fuerza, y fue consumida por la Esfera de Plutón. Debe de estar muerta.

—Si lo dices así, es porque no estás seguro —apuntó Titania. Caronte asintió—. No lo comprendo. Quizá no puedas ser consciente de todo lo que abarca la Esfera de Plutón, pero como uno de los Astra Planeta deberías poder detectar un cuerpo extraño.

—Niké, la diosa de la victoria —intervino Ío—. Ese impulso divino ha permitido que los santos de Atenea, sobre todo los de la actual generación, lograran grandes proezas. No dudo que pudiera mantener oculta a la guerrera de Ofiuco, y la Égida es la mejor defensa que se ha forjado jamás. Aun sobrevivir en la Esfera de Plutón es posible si se cuenta con tan magníficos tesoros —afirmó con clara admiración.

Como ejemplo vivo de las palabras de Ío, el pilar mostraba las terribles batallas que los santos de Atenea debieron librar. La Muerte encadenada y rodeada de fuego, miraba a una ciudadela flotante en la lejanía, una Acrópolis en la que los dioses de la guerra y la muerte combatirían por última vez. Sirviendo a la diosa de vanguardia estaban Pegaso, Dragón y Cisne, cubiertos por mantos divinos. Más abajo, lejos de la caída de los espectros de Hades, Atenea sellando el alma de Poseidón encabezaba la espiral de enfrentamientos entre los Generales del Mar, herederos de la voluntad de los reyes de la Atlántida, y los mismos cinco santos de bronce que llegarían a atravesar los infiernos y el Elíseo. Pero antes de enfrentar los ejércitos de aquellos dioses, el pequeño grupo debió superar pruebas inimaginables para su rango. Enfrentaron a los santos de plata, derrotándolos, y cruzaron las Doce Casas, algo insólito. En las imágenes que reflejaban los sucesos transcurridos en cada templo podían observarse algunas de las circunstancias que hicieron eso posible, posiblemente gracias a Niké, pero ninguno de los astrales dudaba que, ya por aquel entonces, aquel quinteto de santos hubiera alcanzado un poder comparable al de la élite de Atenea por mérito propio. Fue solo una serie de instantes fugaces, vistazos a un manejo del Séptimo Sentido que solo necesitaba de tiempo para desarrollarse más allá de lo logrado por las pasadas generaciones.

Caronte había permitido que eso ocurriera. Les dio trece años para crecer hasta convertirse en maestros de la nueva generación. Ahora el Santuario contaba con trece guerreros versados en el Séptimo Sentido, y eso solo porque tres de los santos de bronce se habían marchado a alguna misión secreta, si no es que desertaron tal y como lo hizo el misterioso santo de Capricornio. Semejante situación no ocurría desde la Guerra del Hijo, y bien podría ser considerada un augurio de la reconstrucción de las Alas del Rey. Claro que la bendición de Atenea y Niké con la que aquel quinteto de santos de bronce contó a lo largo de todas sus batallas también podía jugar a favor de los Astra Planeta, el Olimpo y la totalidad de la Creación. Esa dualidad era lo único que separaba al regente de Plutón de ser juzgado y devuelto al Abismo.

«¿Por qué me sigo haciendo esas preguntas? —se cuestionó Caronte, perplejo—. Ya he hecho mi juramento. Si esa alianza entre Atenea, Poseidón y los Astra Planeta es posible, habré de ser entregado en sacrificio. Se decida lo que se decida aquí, debo enfrentarme a los santos de Atenea. Dar muerte o recibir la muerte, tanto da.»

—Supongo que tienes muchas preguntas —dijo Ío, bajo las imágenes de una serie de duros entrenamientos, los comienzos de los legendarios santos de bronce. Si estaba al tanto de las verdaderas tribulaciones de Caronte, no dio muestras de ello—. ¿Por qué Tritos y Titania, de entre tantos guerreros sagrados, son ahora parte de los Astra Planeta? ¿Por qué he vuelto a la Esfera de Júpiter, cuando se me había concedido el regalo de una vida tranquila y pacífica en la que podría velar por mi hija? No pudimos conversar sobre esos asuntos en el pasado, según recuerdo.

—Es una conspiración —se adelantó Tritos—. Somos los agentes de los dioses, y nuestra misión es vigilarte, Caronte —bromeó.

—No me dices nada nuevo —aseguró el astral de Plutón, encogiéndose de hombros—. Todos los Astra Planeta somos agentes divinos con la misión de velar por la Creación, y eso incluye vigilarnos entre nosotros. Es una buena razón para escoger a mi mentor y mis hermanos de armas como compañeros. Sin embargo, los dones divinos no son un regalo del que cualquiera puede disponer. Para controlar las Esferas de Crono, son necesarios un gran cosmos y una indoblegable fuerza de voluntad. No dudo de los méritos de Titania, y hasta puedo creer que la maestría de Tritos en las Artes de Plata lo hace un digno regente para Neptuno.

—Así que lo que no puedes explicarte es que yo haya vuelto —dijo Ío—. Los caminos de los dioses son misteriosos. ¿No es una buena respuesta, cierto?

—No, comandante —dijo Caronte.

—Escogí mi camino —dijo Titania—. Todos lo hicimos. El papel de los Astra Planeta no se encuentra en el telar de las Moiras.

—Eso no es del todo cierto —replicó Tritos—. Mientras la Creación esté sometida a los designios del destino, quienes a ella pertenecemos también lo estamos. Elegimos convertirnos en Astra Planeta luego de haber vivido en ella como marionetas. Nuestro pasado nos persigue. Yo no habría tomado esta decisión si la Atlántida no hubiese caído, y vosotros no habríais vivido si no hubiese ocurrido la Guerra de Troya. Por eso podemos ver a Caronte en los murales del pilar.

—No hay nada de malo en el destino —afirmó Ío—. Mal y bien, son conceptos que los humanos necesitamos para sobrevivir. Mientras elaboramos pequeñas estrategias para alcanzar nuestras insignificantes ambiciones, el mundo sigue girando, ofreciéndonos el papel para el que hemos nacido. ¿Y qué mayor dicha puede haber que un papel que consiste en asegurar que ese mundo siga girando, que siga habiendo todo un universo que lo sostenga a través de todas sus dimensiones? No tengo que preguntarme si he llegado hasta aquí por mi propia voluntad o la de los dioses, porque ambas son lo mismo. El día en que no sea así, será el último que este ojo vea.

—No queda mucho para ese día.

El cuarteto se detuvo de inmediato. Ninguno miraba siquiera con el rabillo del ojo los eventos que ahora los rodeaban, relacionados con la guerra entre Ares y Atenea. A diferencia de Hades y Poseidón, el dios de la guerra no luchó de frente contra la hija de Zeus, sino que instigó toda suerte de conflictos a lo largo de mil años, empezando por la Guerra de la Luna y culminando con un enfrentamiento final a tres bandas entre Atenea, Poseidón y Hades que terminó involucrando a fuerzas abominables a los ojos de los tres dioses, el fin de la era mitológica y el inicio de la era cristiana. Caronte recordaba bien esa época de caos, aquel milenio que desde la perspectiva los hijos de Ares era una sola y gloriosa Guerra Santa; el resto no guardaba interés alguno en contemplarla. Ío y Titania, como guerreros de honor, y Tritos, como un sabio que ha olvidado cuanto supo, jamás podrían pensar como los makhai, nacidos por y para las batallas.

Se manifestó ante ellos uno de los instigadores del más intenso y sangriento ciclo de Guerras Santas. El rojo de Marte brillaba en la corona de laurel y las hombreras, cráneos humanos entrelazados por una infinidad de líneas en relieve que insinuaban imágenes de locura. Colores que evocaban el fuego, la guerra y la muerte violenta, y que tanto a nivel consciente como subconsciente mostraban una infinidad de imágenes de hechos marcados por la crueldad del mundo, como un reclamo a la admiración que Ío sentía por el destino, o un recordatorio de la auténtica naturaleza de Caronte.

—Os saludo, Astra Planeta —dijo Fobos de Marte. Bajo la capa blanca, millones de hombres gritaban y se retorcían, presos de un dolor eterno, sin muerte.

—¿Dónde está vuestro hermano? —cuestionó Titania, adelantándose a los demás—. No siento su presencia.

—Tampoco yo —debió admitir Tritos—. Supongo que es normal.

—Estamos en vosotros —exclamó Fobos, usando varias voces dispares—. Deimos entiende que una forma física, incluso si solo es aparente, es mejor para los humanos. Por eso estoy aquí, frente a la renovada orden de los Astra Planeta.

—Aún no estamos todos —advirtió Caronte.

—Al contrario —dijo Fobos, empleando aún más voces. La sección del pilar reverberó, las estatuas de antiguos espíritus se movieron de forma amenazadora—. Todos estamos aquí, los de la vieja Guerra Santa. Mi padre lamenta tu elección, Ilión. Y mi hermana te extrañará en el baño de sangre que está por venir. Mas no tendréis que preocuparos por eso —aseguró, esbozando una maliciosa sonrisa—, ninguno estaréis vivos entonces.

—No será por tu mano —soltó Tritos—. Titania, ¿te ha contado nuestro comandante la historia de nuestro compañero?

—No puede matar —dijo la astral—. A ningún ser vivo. El dios de la muerte lo condenó a una existencia en la que no podría causar daño físico a nadie.

—Daño físico —repitió Fobos—. Esa es la palabra clave.

—Sigue siendo frustrante —insistió Tritos—. Te imagino a ti, con el icor de la más noble ascendencia corriendo por tus venas hinchadas, los músculos de la vieja mano exigidos al máximo, y aun así no siendo capaz de ahogar a un inocente pajarito. ¡Debió ser todo un alivio perder ese cuerpo incapacitado!

—Siguiendo las enseñanzas de nuestro actual comandante, abrazaré mi destino y lo aceptaré con alegría. ¿Por qué no hacerlo, si puedo lograr que un erudito atlante baile al son de mi baile? No solo teme el niño que se esconde bajo la cama, sino también el que lanza bravuconadas al cuarto oscuro, que nada puede hacerle.

Touché —dijo Tritos luego de un significativo silencio. Ni Caronte ni Titania tenían nada que decir a su favor—. También yo, el mago que desconoce el valor de la guerra, abrazaré mi destino y lo aceptaré con alegría.

Ambos sonrieron, contrastando con la seriedad de los otros dos astrales. Ío contemplaba todo desde atrás, atusándose la barba mientras buscaba en la violenta presencia de Fobos voces del pasado. La canción de Troya debía hallarse allí, en alguna parte, enterrada bajo incontables combates, cada cual con menos sentido que el anterior.

—Entendemos tu posición como mensajero, Fobos —dijo el regente de Júpiter—. Sin embargo, sólo puede haber un portador para cada una de las Esferas de Crono, y es tu hermano, Deimos, quien accedió a proteger el alba de Marte como un guardián. Esperábamos que estuviera en la reunión, como miembro de los Astra Planeta.

—Somos dos guardianes. Y no vendremos. —Según hablaba el regente de Marte, dos voces opuestas chocaban entre sí. Una aguda, llena de maliciosas intenciones, y otra grave, implacable como la muerte—. La Esfera de las Emociones nos ha solicitado muy amablemente aprovechar sus dones mientras encuentra un mortal que haga de peón, y eso significa, por desgracia, impedir toda guerra que atañe al Olimpo. No todos podemos permitirnos largas charlas bajando una escalera interminable, me temo.

—¿Qué tienes tú qué decir del Olimpo, a donde fuiste confinado y despojado de un cuerpo por tus faltas en el pasado? —cuestionó Caronte—. Yo soy la vanguardia de los Astra Planeta. Es mi misión cortar la guerra de raíz. Nada de esta ha alcanzado a los cielos imperecederos, por tanto, nada debes cambiar allí.

—Plutón es el asesino de los Astra Planeta —corrigió Fobos—. Cuando ni el asesinato ni el genocidio son suficientes, alguien debe pensar en otras tácticas y estrategias. Dejaremos que Plutón recorra el camino de la sangre y Urano el de una intrincada estrategia, inspirada a buen seguro por Atenea, la diosa a quien Titania juró obediencia —apuntilló, todo sarcasmo, dedicando a la astral una mirada divertida—. El primero fracasará, como siempre. La segunda tiene una oportunidad, si juega bien sus cartas. Si lo logra, bueno, los ángeles podrán seguir con sus vidas apacibles y ociosas, mientras que los santos de Atenea, defensa última de los mortales en la Tierra, llegarán al fin de sus vidas sin conocer la auténtica desesperación. Hasta que llegue ese día, no obstante, nadie puede recriminarme el recordar a los guerreros celestiales que fueron al Olimpo para luchar, no para el descanso que no se ganaron en vida. ¿Por qué otro motivo sería confinado al cielo, negándoseme cualquier influencia en el mundo de los hombres salvo cuando la Esfera de Marte se manifiesta en la Tierra, en busca de un nuevo regente? —lanzó Fobos al aire, como defendiéndose de la muda acusación que Ío le dirigía en medio de su soliloquio, para después sonreír en claro desafío—. Eso es lo que digo yo que insuflo en los corazones de vuestros más capaces subordinados, Astra Planeta, ¿queréis ir conmigo al Olimpo y comprobarlo por vosotros mismos? Acaso los cielos sean una cárcel demasiado amplia para un pecador consumado como yo.

Ío guardó silencio un momento, como sopesando la oferta de Fobos. Después, con una sonrisa lúcida de la que solo el dios del miedo y el propio regente de Júpiter tuvieron constancia, negó con la cabeza.

—Los Astra Planeta hemos hecho el solemne juramento de no pisar el Olimpo hasta que el último de los siervos del Hijo desaparezca de la Creación. Confío en la voluntad de los dioses que allí te pusieron, Fobos, así como confío en los que llamas nuestros más capaces subordinados. Cada quien cumple con su deber, así funciona el mundo.

Con no poco aire de rebeldía, Fobos inclinó la cabeza y dijo:

—Sea como dices. Yo también cumpliré con mi deber, que me impide acudir a vuestro llamado. Todo ese asunto de escoger al nuevo regente de Marte nos tiene ocupados.

—Vuestros deberes no son excusa —espetó Titania—. Este lugar es atemporal, lo que aquí decidamos queda fuera del tiempo y el espacio.

—¿Y? —dijo Fobos con desdén. Esperó unos segundos en silencio a que alguien dijera algo, y al final añadió—: No me apetece asistir a esa reunión. Nuestros planes respecto al Hijo y sus huestes son opuestos y en nada nos podemos apoyar. Hasta el más efímero instante allí sentado sería un desperdicio. ¿Era eso lo que querías oír, Titania?

El desafío fue evidente para todos. Así como los dioses, inmortales y de inimaginable poder, deben obediencia a Zeus, los Astra Planeta debían seguir las órdenes del regente de Júpiter. Si el señor de la Esfera de los Héroes y la Ley convocaba una reunión, acudir era un deber sagrado, no una opción. La osadía de Fobos estaba por minar la disciplina de Titania, pero una mirada de Tritos, quien ya había caído en el juego de Marte, la alejó de tales pensamientos. No debían subestimar a un enemigo, ni siquiera a aquel que no parece ser un peligro. Titania, conocedora de esa enseñanza, cedió en el mismo momento en que Ío daba un paso al frente, para sorpresa de todos.

—¿Me obligará a desperdiciar una minúscula porción de la eternidad, comandante? —preguntó Fobos, compartiendo la estupefacción del resto. Ío estaba a dos pasos, todavía sereno, pero sin duda en la posición de dar el primer golpe si así lo quisiera—. A su edad, debería tener más respeto por el tiempo. La vida es invaluable cuando antecede al olvido —afirmó, señalando con el dedo el pecho de Ío. Enseguida todos pudieron escuchar un único latido, y aunque los astrales eran conscientes de que bien podría ser una ilusión, por un momento llegaron a creer y temer que Ío había muerto.

—Marte tiene la obligación de asistir —subrayó Ío—, y lo hará. No es importante si no habla, tampoco yo creo que podáis aportar algo de provecho.

Con una leve sonrisa, Ío retomó la marcha bajando un escalón. Los otros tres le siguieron, aliviados, aunque solo Tritos lo demostró abiertamente.

—Hasta entre los más ilustres héroes, cuento con los dedos de las manos a quienes he visto ignorar una provocación tan directa de un dios de la guerra. Temí… Oh, bueno, ese es el problema cuando se trata de él —dijo entre risas, notando que Fobos seguía donde estaba, mirándoles con esa expresión que tantos planes torcidos ocultaba.

—El temor manda sobre cobardes y valientes, siempre que tengan alma —exclamó.

—Luchar por nada. Violencia sin propósito. Eso sí que es un desperdicio —murmuró Ío, a sabiendas de que Fobos lo escucharía; él todo lo escuchaba—. Tus palabras y acciones no son necesarias aquí ni ahora. Ve en busca de los hilos de las Moiras han tejido para ti y tu hermano, acéptalos, y abrázalos con alegría.

Al tiempo que Ío realizaba un gesto de protección contra los malos espíritus, Fobos desapareció del mismo modo que se había manifestado, reavivando en Titania las dudas sobre aquel evento que en medio de la conversación había olvidado.

—Comandante, ¿a qué se refiere al decir que Marte asistirá a la reunión? —preguntó Titania, asumiendo que ambas preguntas estaban relacionadas.

—Si preguntas eso es porque tus dones no funcionan en la Esfera de Júpiter, ¿cierto? —Al ver que Titania asentía, Tritos suspiró largamente—. Es Fobos, hijo de Ares, dios del miedo. Puede que haya una barrera a prueba de teletransportación y portales dimensionales, pero si yo entro y soy capaz de sentir miedo, se podría decir que sirvo como medio de transporte de un visitante no deseado. Bastante desagradable.

—Y práctico —acotó Caronte.

—Entiendo que eso ocurra en el Santuario, sede temporal de una diosa que encarna como humana —apuntó Titania—. Que una barrera erigida por el rey de los dioses tenga esa clase de vulnerabilidades es más difícil de creer —dijo mirando a su padre.

—Tenéis razón a medias, los dos —dijo Ío—. En condiciones normales, la Esfera de Júpiter es una fortaleza inexpugnable; basta una orden del regente, y hasta la influencia de los dioses de la guerra es expulsada, convirtiendo a los visitantes en seres verdaderamente libres, listos para tomar decisiones por el bien de la Creación. El problema es que… —Rio de pronto—. La Esfera de Júpiter me rechaza, desea mi derrota, y quizás mi muerte, por lo que en términos prácticos soy uno de los Astra Planeta solo de nombre. En las batallas que están por venir, no tengo intención de recurrir a los dones de Zeus, sino a mi propia fuerza. Tranquilos, eso habla bien de vosotros —añadió, echando un ojo a Tritos y Titania—; las restricciones de la Esfera de Júpiter os afectan, así que os reconoce como mis aliados. Doy gracias a los dioses.

Notas del autor:

Shadir. Un gusto volver a verte por aquí. Sí, era el momento perfecto para darle un descanso a esta historia sin que fuera muy brusco. Me ha venido muy bien.

Júpiter y Urano se suman a la plantilla de los ya conocidos Plutón y Neptuno. ¿Qué se traerá entre manos este misterioso grupo? Lo que sea que la historia nos depare, va a depender de los planes que los Astra Planeta logren formalizar.

Ulti_SG. Así es, un pequeño vistazo a lo que sucedió con los Astra Planeta entre el momento en que Poseidón fue liberado y aquella visita del regente de Plutón al concierto privado de Lucile de Leo.

Depende del punto de vista, hay quienes dirían que todas esas antiguas regentes de Júpiter suman un monto de mujeres innecesariamente muertas en batalla.

¡Titania de Urano e Ío de Júpiter se han unido a la fiesta!

Abrochémonos los cinturones, porque ya está aquí el cuarto volumen, Saturno. Y si esta historia fuera adaptada al Anime, sería la segunda temporada.