Capítulo 109. Conociendo al enemigo
Como avatar del recuerdo del viaje que reunió a varios de los mayores héroes de la Antigüedad, el Argo Navis contaba con infinidad de secretos que apenas podían entenderse como magia, los cuales debieron ser revelados por Hybris al Santuario como parte del acuerdo entre ambos, dado el poco tiempo que la división Andrómeda dispuso de tan mítico navío. Uno de ellos era la apariencia y forma del interior, el cual no solo podía ser más grande de lo que podría intuirse desde fuera del barco, sino que en el caso de los camarotes incluso se adaptaba a los pensamientos y necesidades del tripulante.
Aun Akasha se hallaba sorprendida. Nunca había esperado del Argo más que lo indispensable y eso había obtenido siempre: un cuarto sencillo donde poder descansar.
—Que pase —ordenó la Suma Sacerdotisa. A pesar de que tenía cerca la Caja de Pandora, había considerado prudente seguir llevando la toga papal mientras cumplía los deberes de tal cargo. Esperaba que no llegara el tiempo de vestir para la guerra.
Las doce habitaciones del Argo Navis destinadas a los santos de oro tenían puertas sencillas de madera, apenas decoradas por el símbolo de una constelación sobre el marco. Así se veía desde los pasillos, incluso la entrada al camarote del líder del Santuario no era especialmente distinguida. Sin embargo, en el interior se abrió un imponente portón de doble hoja, sonando de tal forma que parecía hecho de hierro.
En cuanto entró, Orestes se vio en principio invadido por la misma estupefacción que Akasha. Frente a él, una larga alfombra roja marcaba el paso hacia el trono que ocupaba la Suma Sacerdotisa. Imponentes columnas estriadas de base cuadrada sostenían el techo de un templo que no debía estar allí, y tras las cortinas, apenas tratando de ocultarse, estaba el santo de León Menor, sediento de una batalla en la que poder desahogarse. A la diestra de la Suma Sacerdotisa se encontraba Shun de Andrómeda.
—¿Qué clase de brujería es esta, Orestes? —exclamó Asterión, el hosco acompañante del micénico—. ¡Yo mismo vi cómo la cámara del Sumo Sacerdote era consumida!
—Y así fue. Mi Hilo de Ariadna puede alcanzar los cristales del pueblo de Mu entre los maderos de este lugar. —El caballero de la Corona Boreal no tenía intención de dar más explicaciones, pero al sentir la expectación de su compañero y los demás, terminó añadiendo—: Reaccionan a los pensamientos y emociones de un individuo en concreto, para dar forma con esa base a un espacio acotado. Es simple apariencia, así que lo aquí creado no existe más allá de los límites. Perfecto para atrapar a los ladrones.
—¡Se parece a las Esferas de Crono!
—Realmente tenéis la boca de un lebrel, Asterión —espetó Orestes, fulminándolo con la mirada—. Demasiado grande.
«Asterión —pensó Akasha. Notó que tanto Ban como Shun habían reaccionado al mismo tiempo en cuanto oyeron el nombre; debían conocerlo de algo—. Otro perro más para ese dios sin nombre que pretende manipularnos desde las sombras.»
—Hemos estado muy ocupados hasta ahora, pero tengo que preguntar —inició Shun de Andrómeda—. ¿Eres el mismo Asterión de Lebreles que combatió con Seiya y Marin hace veinte años? —El caballero asintió—. Creímos que estabas muerto.
—Mi destino era morir ese día. Marin me derrotó a pesar de mis habilidades telepáticas de las que tan orgulloso me sentía… Orgullo, sí, el orgullo me hizo pensar que podía presentarme ante el Sumo Sacerdote y exponerle mis dudas. Se podría decir que el día en que tomé esa decisión, mi vida como santo terminó, Asterión de Lebreles murió.
«Estabas muy vivo cuando volviste a entrenar a Nachi —pensó Ban.»
—Como miembro de las Alas del Rey y caballero de Lebreles, sí, estoy vivo, Ban —dijo Asterión—. No sé cómo has sobrevivido al lobo que crié siendo tan descuidado en los asuntos de la mente, león de bronce. Quien no puede proteger su privacidad no merece ser llamado un guerrero completo —añadió con tono acusador.
Ban soltó un gruñido a modo de respuesta.
—Por tus palabras, entiendo que ya no te consideras un santo de Atenea —advirtió Shun, devolviendo la conversación a su cauce.
—Sí y no, Andrómeda. Como caballero sirvo al dios que cambió el destino que las Moiras tejieron para mí, colocándome en un camino muy distinto al que un día recorrí, uno que no tiene por qué ser distinto al de los santos de Atenea.
»Para quienes lo sepan y para quienes no, fui el maestro de Nachi de Lobo, uno de los jóvenes santos de bronce que lucharon en las Galaxian Wars. La primera orden de mi señor fue que cambiara el rumbo, no debía dirigirme al Santuario sino a Jamir, donde moraba Mu de Aries. Él me ayudó a ocultarme, reparó mi manto sagrado y hasta me permitió darle unas últimas lecciones a mi holgazán alumno. No demasiadas —lamentó entre murmullos—, porque mi destino era morir y no es prudente desafiar a las Moiras por demasiado tiempo. Tuve que irme de este mundo, pensé que para siempre.
—¿Por qué me miráis, lebrel? —preguntó Orestes, notando que Asterión no dejaba de girar la cabeza hacia él—. He jurado lavar mis faltas siguiendo las órdenes de la Suma Sacerdotisa, eso me hace indigno de seguir siendo embajador del Hijo.
—Deja de decir sandeces, micénico —exclamó Asterión, burlesco—. ¿Quién mejor que tú para hacer ver a los santos de Atenea la semejanza entre la diosa a la que sirven y nuestro señor? ¡A mí me mandaron a vigilar al Segundo Hombre y ni eso hice bien!
Cansada de aquel teatro, Akasha decidió intervenir.
—Conozco bien la habilidad de Orestes como embajador. Trece años atrás, supo manipular a mi predecesor con labia y aparentes buenas intenciones para mezclar al Santuario con una guerra que no nos concernía. No caeré en el mismo juego. Será Shun quien haga las preguntas y escuche tus explicaciones, que deberán ser claras y precisas.
—¿Quieres que yo lo interrogue? —dijo Shun, dirigiéndose telepáticamente a Akasha—. Hugin habría sido una mejor opción si ese era el plan.
—Preferiría que Hugin no esté al tanto de esta conversación —dijo Akasha—. Además, tú sigues siendo el comandante de la expedición, ¿no?
—Vuestras mentes son un libro abierto para mí —aclaró Asterión—. No os sintáis mal, poseéis defensas psíquicas formidables. Ocurre que no sois los únicos que trabajaron esas habilidades durante años, sin ánimo de ofender al león de bronce.
Esta vez Ban hizo caso omiso a la pulla.
—Eso es justo lo que estábamos poniendo a prueba —dijo Shun, condescendiente—. ¿Y bien? ¿Accederéis a responder nuestras dudas, o preferís abandonar el barco?
Orestes y Asterión intercambiaron miradas que hablaban por sí solas. Abandonar el barco en esas circunstancias era un eufemismo para el suicidio.
—No importa quién haga las preguntas, siempre que sea escuchado por la máxima autoridad del Santuario. Si es por una causa justa, no debería importar la diferencia entre santos, sombras, guerreros del mar, guerreros azules y caballeros —acotó Orestes, citando en cierta forma el discurso que Akasha dio al aceptar a Adremmelech.
—Las circunstancias nos han unido —convino Shun—. Y soy el primero en desear que esta paz perdure, esa es la razón de este viaje. Desconozco lo que Altar Negro, el rey Alexer y Julian Solo harán en lo sucesivo, pero al menos sabemos que todos desean un futuro para la Tierra y la humanidad, esa es la base de nuestra alianza. ¿Se puede decir lo mismo de tu dios? ¿Desea en verdad el bien para los hombres?
—Intuyo, santo de Andrómeda, que tenéis algo que decir al respecto.
—¿Quién era el ser que respaldaba a Gestahl Noah? Tenía Niké en su mano.
—Existen otros mundos, gobernados por otros dioses. ¿Es tan extraño que haya una réplica exacta de vuestra diosa de la Victoria, más allá de vuestro espacio-tiempo?
—Más que extraño, conveniente.
Tanto Shun como Akasha estaban al tanto de lo que Shaula había oído sobre el multiverso. La santa de Escorpio tuvo tiempo para dar esa información a Minwu de Copa antes de cometer la insensatez de recorrer medio Santuario sin esperar a que las heridas terminaran de cerrarse, y el sanador, sin entender demasiado de esos asuntos, los transmitió palabra por palabra a la Suma Sacerdotisa y el santo de Libra. No era raro que hubiera una versión paralela de Niké que justo estuviese en manos de Gestahl Noah, pero eso abría las puertas a una posibilidad más escandalosa.
¿Y si Orestes jugó un doble juego el día que fue a salvar a los cinco santos de bronce? Si de algún modo intuía que el Santuario iba a ser atacado, ¿no pudo haber recurrido a algún ardid para sustituir la Niké original, con autoridad en este mundo, por otra? Ni siquiera hacía falta que él mismo pensara en hacer eso, bastaba con que hubiese sido mediador de ese dios misterioso al que solo conocían como el Hijo.
—No has respondido a la pregunta —observó Akasha, a lo que Shun asintió—. ¿Se trataba de Atenea, como dijo tu compañero?
Asterión enrojeció, avergonzado de algunas de las palabras que dijo entonces.
—Algunos la llamaron así —contestó Orestes, incómodo.
—¿Tiene algo que ver con los dioses del Zodiaco? —insistió Shun, retomando la batuta. Ese era otro de los misterios que trajo consigo Shaula, aunque no lo habría relacionado con la aparición si Akasha no hubiese visto brillar signos zodiacales en la frente de Gestahl Noah. Recordando la vez que habló en persona con Gestahl Noah, tras la declaración de guerra de Caronte, Shun repitió la pregunta con más intensidad.
—Olvidad a esos hombres, pues eso eran por muchos títulos que ostentasen. Sirvieron a los dioses, los traicionaron y fueron castigados por ellos. ¿Qué más cabe decir de ellos?
—Uno estuvo a punto de regresar. En el continente Mu, Belial de Aries se apoderó del cuerpo del último guardián del primer templo zodiacal, ¿qué tienes que decir de eso?
—Nada —dijo Orestes, sacudiendo la cabeza—. Ellos fueron derrotados cuando yo solo era el heredero de Micenas. Ni siquiera saber que orquestaron la guerra que trajo por igual la gloria y la ruina a mi familia bastó para que buscara saber de ellos.
En opinión de Shun, no era que Orestes estuviese poco interesado en el tema, sino que le guardaba el mismo temor que debía haber sentido en su juventud.
—Háblame del Hijo, entonces. ¿Quién es? ¿Qué es lo que busca?
Mientras contestaba, Orestes apretó los puños con fuerza.
—Quién es. El hecho de que ni siquiera podáis sospechar la identidad de mi señor habla por sí solo, Andrómeda. ¡Ojalá pudiera explicarlo! Al preguntarme quién es, lo que esperáis es un nombre, y mi señor jamás tuvo esa dicha. Nació sin padres, sin identidad y sin mundo. Todo le fue negado por el simple hecho de ser un hijo del Olimpo.
—¿Es un hijo de un dios del Olimpo? —cuestionó Shun, sorprendido.
—O diosa. La identidad de sus padres no es importante —aseguró Orestes—. Sean quienes sean, negaron la sola posibilidad de concebirlo. Extirparon la existencia de mi señor de la Creación incluso antes de haber nacido. Si la existencia es la suma de infinitos caminos, estos fueron limitados por la voluntad divina, y ni en el pasado y el pudo ser, ni en nuestro presente y los posibles futuros, hay cabida para el último de los dioses olímpicos. ¿He sido lo bastante claro y directo, Su Santidad?
La mirada de Orestes, intensa como nunca antes, fue más allá de quien lo interrogaba, por si aún no quedaba claro a quién se estaba dirigiendo. Akasha asintió.
—Comienzo a entender que la situación no es tan fácil de explicar —dijo Shun—. ¿Un ser borrado de la Historia Universal y la mitología? Es posible. Pero tú hablas de alguien que no ha nacido, que no puede existir en ningún punto del espacio-tiempo por mandato divino, y al que a pesar de todo conoces y sirves. Es contradictorio.
—Solo si creéis que este es el único mundo que existe —espetó Orestes—. Un verdadero dios no se rige por lo que dicten leyes arbitrarias. Reaccionó al rechazo del Olimpo naciendo más allá de todo espacio y tiempo, en la oscuridad, donde reptan las más abominables entidades. Allí nació y creció mi señor, observando la clase de mundo que los dioses habían creado, un mar de posibilidades incompleto, sin él.
—Buscando venganza.
—No —exclamó Orestes, haciendo un brusco gesto—. ¿A qué clase de dioses estáis acostumbrados? Mi señor simplemente comprendió los errores en la obra de Zeus, y en base a ello creó un nuevo mundo en las tinieblas eternas. Una nueva Tierra, tan llena de vida como la nuestra, pero en paz. Sin guerra, hambre o enfermedades.
«Empieza a sonar a la utopía de Poseidón —pensó Shun—. Tu compañero tendrá que ser más claro si quiere evitar malentendidos, Asterión.»
—¿Qué errores serían esos? —preguntó, al tiempo, el santo de Andrómeda.
—Como humano, mi visión de las acciones de mi señor es limitada —admitió Orestes—. Cuando Zeus derrocó a su padre, Crono, lo encerró en una prisión llamada posibilidad, y el tiempo empezó a avanzar. La victoria de vuestros dioses sobre los Titanes permitió un universo en el que el cambio es posible, a veces para mejor, y otras… No deseo poner en duda la fuerza y sabiduría del Olímpico, padre de la diosa a la que servís, mas siento que él simplemente tiró los dados y apartó la mirada.
—De ahí las infinitas posibilidades —meditó Shun de Andrómeda, asintiendo—, y nuestro libre albedrío. ¿Ese es el error de Zeus?
—Un gobernante ha de atender las necesidades de su pueblo. ¿De qué sirve que se autoproclame rey de los dioses si lo único que hace es derramar su semilla sobre mundos inhóspitos, sin ley ni guía?
—Tenemos leyes —replicó Shun—, y también guía. Fue Zeus quién entregó la Tierra a Atenea, tan sabia como él mismo. Pienso que tú vas más allá. Como príncipe del poderoso reino de Micenas, quizá esperabas de un dios que se convirtiera en un dictador celestial, controlando los destinos de todos los hombres para solucionar sus males.
—Si tan solo pudiera haceros comprender… No necesito la avanzada telepatía de Asterión ni mi Hilo de Ariadna para entender que no podéis imaginar un mundo distinto al que habitáis. ¡Ni siquiera ese erudito genocida puede!
—¿Erudito genocida? —repitió Shun, intuyendo la inquietud de Akasha—. ¿Hablas de Gestahl Noah, el caballero negro de Altar?
—Sí, ese insensato —dijo Orestes, sin contenerse—. Le advertí que ya no estaría al mando, pues ni yo ni mi señor apoyamos su infame cacería, mas siguió adelante con ella a pesar de todo. ¡Que el mar de las dimensiones consuma a ese hombre sin ley, a ese apóstata, que en nada debe importarnos más! —maldijo, sabedor como todos los presentes de que Gestahl Noah, como poco, habría acabado en tal destino por enfrentarse a una de los Astra Planeta—. Solo viendo el mundo que me recibió podréis comprender mis palabras, así que adelantaré mi relato al punto en el que vuestras historias y la mía se cruzan. El día en que fuimos invadidos.
—¿Por los dioses? ¿Los padres de tu señor, acaso?
—Sí y no. La principal diferencia entre los dioses y el resto de seres sentientes, es que ellos no tienen ningún interés en intervenir personalmente más allá de los límites de su propia obra. Es por eso que vuestra diosa sólo ha debido a enfrentar a Hades y Poseidón, quienes participaron en la creación de todo cuanto existe.
—También Ares y su descendencia —apuntó Shun, rememorando que el dios de la guerra había desaparecido por completo tras la única Guerra Santa que él mismo dirigió. Según las memorias del Sumo Sacerdote de aquella época, era posible que aquel inmortal estuviese conspirando desde las sombras, quizá contra el Olimpo mismo.
—Fueron los Astra Planeta —dijo Orestes, despertando en todos los presentes un interés súbito—. Caronte de Plutón, Proteo de Neptuno, Oberón de Urano, Egeón de Saturno y Calisto de Júpiter. Cinco semidioses con icor en las venas y un poder ilimitado, esa fue la respuesta del Olimpo a la paz que su indeseado hijo había creado sin su presencia. Sí, los nombres no parecen coincidir con los de los regentes que os han contactado, salvo Caronte de Plutón —se adelantó—. Eso me causa tanta sorpresa a mí como a vosotros, pues en la guerra solo vi a uno de ellos caer, la regente de Júpiter, Calisto.
—¿Caer? —repitió Shun—. ¿La sellasteis? —El caballero meneó la cabeza—. Caronte afirmaba ser inmortal, ¿acaso es distinto para el resto de Astra Planeta?
—En absoluto —dijo Orestes—. Todos han probado la ambrosía y pasado por un rito desconocido que los vuelve inmunes al paso del tiempo, así como a toda clase de venenos y enfermedades. No necesitan comer, ni dormir, y cualquier herida que se les provoque sana al instante. En persona llegué a contemplar cómo los brazos cercenados de Egeón de Saturno, derribado por nuestro dios, volvían a crecer. Podría decirse que son más dioses que humanos, mas creíamos que mientras existiera una diferencia, habría esperanza. Por eso nos animamos a plantarles cara.
—¿Cómo? —insistió Shun, sabiendo que era algo que Akasha deseaba saber. No iban sobrados de ánforas y sí de astrales con ánimos de causarles problemas.
—Lo sabéis —dijo Orestes, abarcando a todos en la instancia con un gesto amplio—. Los santos de Atenea habéis pulido desde hace miles de años el arte de hacer colapsar la materia a través de la destrucción de átomos. Nosotros también perfeccionamos ese arte, para el que ninguna capacidad de regeneración acelerada es rival. Asumimos que incluso un ser inmortal podía morir si se destruían las partículas que compusieran su cuerpo hasta que no quedara nada que reconstruir. De hecho, creímos que esa era la razón por la que nuestro señor nos escogió, porque sabía que podíamos aprender a controlar el cosmos. Él nos formó en persona, en el Santuario…
—Sospecho que no es una coincidencia.
—No lo es. Desde el primer día se nos habló con la verdad, para animarnos a ser sinceros. Para cuando confesé haber llegado allí huyendo del horrible crimen que había cometido, mi señor ya me había revelado la historia de su nacimiento y la de los dioses del Olimpo. Descubrí que los seres en los que mi padre creía eran tan reales como el cielo y la tierra. También supe de los santos de Atenea, y que nuestro Santuario, con todas sus viejas construcciones, manuscritos y armaduras, estaba inspirado en aquel ejército invicto. Solo que nosotros no éramos limitados por la autoridad del Olimpo. En nuestra orden no se hablaba del bronce, la plata y el oro; todo aquel que mostraba ser digno de una armadura, la vestía conociendo ya los secretos del Séptimo Sentido y regresado del mundo de los muertos tras despertar la Octava Consciencia.
—Ochenta y ocho caballeros —leyó Shun en la expresión de Orestes, brillante a causa del orgullo—, ¿dices que todos poseían la fuerza y velocidad de un santo de oro? En toda la historia escrita del Santuario no hay referencias a algo así.
Si se tenía en cuenta, además, que todos habían despertado el Octavo Sentido, la situación se volvía todavía más sorprendente. Shun trató de imaginar lo que podría lograr un ejército de cien hombres como él, Seiya, Shiryu, Hyoga e Ikki.
Era incapaz de pensar demasiado tiempo en la mera posibilidad.
—Porque así lo quisieron los dioses —afirmó Orestes—. El Séptimo Sentido era algo natural para los primeros habitantes del universo; la Raza de Oro lo utilizaba para comprender y manipular su estructura por un bien mayor. Según sé, no es así con la mayor parte de la humanidad por la misma razón que el Diluvio Universal sucedió, e incluso entre los santos de Atenea solo se permite a unos pocos descubrir todos los secretos del cosmos. Si yo hubiese permanecido en Micenas, perseguido por mis remordimientos, jamás habría sido consciente de poseer semejante poder.
—¿Era ese otro mundo ajeno a las restricciones del Olimpo, o vuestras fuerzas crecían por voluntad del dios sin nombre? —cuestionó Shun, desconfiado—. En esta generación, además de los doce santos de oro, otros de bronce hemos despertado y desarrollado el Séptimo Sentido —señaló, feliz de poder decir con toda seguridad que sus hermanos seguían con vida, allá en la Esfera de Venus.
—Tal vez el Olimpo no os reconoce como santos de Atenea, ya que fue gracias a mi señor, a quien ten alegremente juzgáis, que vos y vuestros hermanos no seguís en un sueño eterno —les recordó Orestes, frunciendo el ceño.
—Recapitulando —dijo Shun, deseoso de clarificar los complejos asuntos que trataban—. Un dios sin nombre llamó a algunos jóvenes con potencial para que lo ayudaran a proteger el mundo que había creado de los Astra Planeta. Os instruyó en persona con ese fin. Pero tú viviste milenios antes de que Asterión naciera…
—El tiempo no avanza al mismo ritmo en ese mundo y en el nuestro —aclaró Orestes, comprensivo—. Cada caballero en el Santuario pertenecía a un país y época distinta. Uno llegó a pisar la Atlántida, otro sirvió al rey Gilgamesh, y varios compañeros nos hablaban con frecuencia de las maravillas que la humanidad había hallado más allá de las estrellas. Lo que nos unía era un potencial oprimido y la firme creencia en la verdadera justicia. Incluso si no era nuestro mundo, ninguno podíamos olvidar a aquel que nos tendió la mano. Sobre todo yo.
—¿Por qué? ¿Acaso tiene que ver con tus amplios conocimientos sobre la maldición que Hipnos lanzó sobre nosotros? —inquirió Shun.
—La locura me perseguía —masculló Orestes—. Me avergüenzo del hombre que fui, rogando a un vástago de la noche por la dulce muerte que es el sueño eterno. Entonces ya conocía a mi señor, mas él no podía aceptar a alguien que ni siquiera podía enfrentarse a sí mismo. Y a pesar de mi cobardía, él me liberó del encierro de Hipnos, a costa del sacrificio de alguien cercano a mí. Alguien que no puedo recordar, pues así lo han querido los dioses, así es en este mundo incompleto.
Sin mediar palabra, Shun podía imaginar la idea que rondaba por la mente de Akasha ahora mismo, e hizo notables esfuerzos por evitar que Asterión se diera cuenta. Optó por cambiar de tema, de la larga, confusa y quizás manipulada historia del micénico, solo había algo que era indispensable conocer.
—Háblanos de los Astra Planeta. Todo lo que sepas.
—Sabemos muy poco de ellos. Se auto-proclaman campeones del Olimpo, los mejores soldados de los cielos, generales de sus ejércitos. Al principio parecían guerreros como nosotros, con vestimenta y maneras de épocas diferentes, aunque mucho más fuertes y experimentados. Ellos no usaban armadura alguna, sino que sus ropas parecían hechas a partir de la naturaleza misma, como la oscuridad que viste Caronte.
—Son parte de las Esferas de Crono —asintió Shun, rememorando cuanto Akasha le dijo de su encuentro con Titania—. Así las llamó tu compañero.
—Es de lo que menos sabemos. Se dice que más allá del Séptimo Sentido y la Octava Consciencia, está la capacidad de exponer el mundo interior, nuestro espíritu, nuestros pensamientos, sentimientos, deseos y temores, en el exterior, creando un reino que podemos manipular a voluntad. En términos simples, el Noveno Sentido. En teoría, las Esferas de Crono son lo mismo: la expresión del alma divina, la esencia de un astral manifestándose… Con el respaldo de un dios olímpico.
—Mencionaste que los dioses no intervinieron en tu mundo.
—Dije que no en persona —corrigió Orestes—. Cada astral fue en algún momento del pasado el guerrero de élite de un dios olímpico, y tras pasar por un ritual desconocido, no solo obtuvieron un cuerpo inmortal, sino también el respaldo del dunamis de su señor, así como autoridad sobre sus fieles. Ellos se refieren a esas habilidades como dones divinos, una bendición quizá comparable al don de Niké con el que contabais.
«Sí —lamentó Shun—. Antes de que Caronte, o tu señor, la sustrajera del Santuario.»
—Pondré un ejemplo que podáis comprender —prosiguió Orestes—. Mientras Caronte viste la capa externa de la Esfera de Plutón, puede atravesar barreras levantadas por otros dioses sin ser expulsado. Sus compañeros usaban esa forma para el reconocimiento; él, para el asesinato. Aun el poder combinado de tres caballeros no es nada para Caronte en ese estado. Un grupo numeroso puede hacerle retroceder, siempre y cuando no despierte la Esfera de Plutón. Cuando eso ocurre, solo importan las leyes del dios que lo respalda, leyes que funcionan siempre a su favor. Hasta la Noche de la Podredumbre, no supe de alguien que sobreviviera a su manifestación.
—Por las razones que fueran, estaba limitado —apuntó Shun—. Durante esa trágica noche no pudo matar a nadie en persona, ni siquiera a los guardias.
—Niké os sonrió. La única forma de equipararse a quienes han sido bendecidos por los dioses, es contando con el apoyo de un dios, y una fuerza de voluntad acorde a ese don. Los dones de Plutón son el poder del Hades, y pueden manifestarse como un desierto hecho del polvo de todos los seres que han muerto, donde las heridas no sanan, no es posible respirar y los peores tormentos del alma cobran vida. La antesala del Tártaro.
—Fue gracias al cosmos de Atenea que el Santuario no terminó de ser consumido por la Esfera de Plutón —dijo Shun.
—Pienso lo mismo. En realidad, fue un error evidente invocar la Esfera de Plutón en esa batalla. Los Astra Planeta pueden cristalizar el poder de las Esferas de Crono en forma de armadura. Las llaman albas, y cuando no las portan, se ven como coronas de laurel, aunque metálicas. Usarlas equivale a exponer sus almas a la batalla, mas también les permite ignorar las leyes de mundos ajenos. Ninguna restricción les afecta.
—Así como la sangre de Atenea nos protegió de la barrera de Hades en el castillo Heinstein diecinueve años atrás, ¿cierto?
—Empezáis a comprender —aprobó Orestes—. Vos y vuestros hermanos fuisteis bendecidos por Atenea, y gracias a ello y vuestra fuerza de voluntad, forjada a lo largo de las batallas, pudisteis marcar la diferencia en la Guerra Santa contra Hades.
—Nuestros recuerdos sobre la batalla en los Campos Elíseos son nebulosos. No puedo asegurar que fuéramos mejor que ochenta y ocho caballeros versados en el Séptimo Sentido. Tanto poder en un solo mundo, una sola época…
Seguía costándole imaginárselo, como si no estuviera bien que eso ocurriera.
—Era insuficiente —admitió Orestes, causando gran asombro entre quienes escuchaban el relato—. Por eso ideamos una estrategia que creímos adecuada. Quizá lo hayáis sentido antes: cada vez que Caronte libera la Esfera de Plutón, lo que hace es usurpar vuestro espacio-tiempo para hacer valer las leyes del dios que lo respalda. En la Noche de la Podredumbre lo habría hecho de no haber tenido que pasar por encima de la barrera de una diosa olímpica, y durante la guerra solo vuestra técnica secreta, Suma Sacerdotisa, impidió el peor resultado posible. Expresar las Esferas de Crono sobre algo distinto del vacío puede provocar una herida en el tejido de la realidad, así que es contraproducente que un astral luche en un dominio ajeno. Le resultaría imposible, o al menos muy difícil, luchar con todo su poder en esas circunstancias…. Y a pesar de ello tienen el deber inexcusable de proteger a la regente de Júpiter si es atacada en la Esfera de Júpiter. Una paradoja que supimos ver y quisimos aprovechar para acabar la guerra.
Akasha y Shun intercambiaron miradas y pensamientos. Esa revelación tenía sentido con lo que sabían del enfrentamiento entre Caronte y los santos de Pegaso, Dragón, Cisne y Fénix. El regente de Plutón no llegó a manifestar la Esfera de Plutón mientras luchaba con ellos en la Esfera de Venus, aunque sin duda le habría sido útil.
—Atacasteis a Calisto de Júpiter en sus dominios, su verdadero cuerpo. —Shun esperó la confirmación de Orestes antes de continuar, la verdad sobre el poder de los Astra Planeta parecía tan o más compleja que el pasado del micénico—. Sabíais que el resto acudiría, aun sin poder invocar sus propias Esferas de Crono. ¿Es lo mismo con las albas? Con ellas no pueden beneficiarse de las leyes del dios que los respalda, pero sí ignorar las restricciones que impone el enemigo.
—Calisto vestía el alba de Júpiter —respondió Orestes—. Por sí solo, un astral es el mejor guerrero con el que el Olimpo puede contar. En el interior de la Esfera de Crono que le corresponde, o vistiendo el alba, vale por todo un ejército de guerreros sagrados. Si visten el alba una vez la Esfera de Crono se ha manifestado por completo, son capaces de canalizar el poder del dios al que representan, el dunamis. En ese estado, solo mi señor podía derrotar a Calisto de Júpiter, de modo que fue él quien la combatió mientras yo y todos mis compañeros, los novatos y los veteranos, librábamos la última batalla contra el resto de los Astra Planeta. Aun entonces nuestro ejército contaba con sesenta caballeros, mas no nos hacíamos ilusiones. Ya habíamos comprobado que la inmortalidad de los Astra Planeta estaba más allá del alcance de ningún mortal. Nuestra única aspiración era resistir mientras nuestro señor daba muerte al as en la manga del Olimpo. Si lo pienso con retrospectiva, quizá ese fue el verdadero plan desde el principio, no matar a los Astra Planeta fingiendo que íbamos a por la más poderosa entre ellos, sino matar a la más poderosa fingiendo que íbamos a por los demás —murmuró el caballero con aire meditabundo. Admirado, más que enfadado.»
—Dunamis —susurró Shun, rememorando el tiempo en el que el dios Hades lo usó como avatar. «El poder de un dios.» Era una forma sencilla de decirlo, ya que el lenguaje de los humanos era insuficiente para dar una explicación exacta, y lo mismo ocurría con las Esferas de Crono, según preveía tras las descripciones de Orestes y el discurso con el que Titania de Urano se había presentado a Akasha—. ¿En verdad los dioses habían dado semejante fuerza a los Astra Planeta? En ese caso…
—Es una locura enfrentarlos —completó Orestes sin pretenderlo—. ¿Qué puedo decir, Shun de Andrómeda? Los caballeros nacimos a partir de la admiración que mi señor sintió por los más locos entre los hombres. —El antiguo príncipe de Micenas rompió la tensión que lo había acompañado aquella larga hora con una sonrisa—. Marchamos contra los Astra Planeta sintiendo sobre nuestras cabezas el verdadero alcance del poder de un dios. Con el alba y la Esfera de Júpiter, Calisto arrastró a nuestro señor al Tártaro. Con el alba y la Esfera de Plutón, Caronte puso fin a la guerra, y a nuestro mundo.
Notas del autor:
Shadir. Como poco, Apolo, Artemisa y Hermes. Ares y Hefestos están a sus pies, con una montaña de chichones sobre sus olímpicas cabezas.
Si algo nos enseñó Homero, es que después de una gran guerra viene un gran viaje.
Lo que nunca nos enseñó, empero, es qué sería de la Tierra con Azrael al mando.
Ulti_SG. Eso explica el descenso del rating en el episodio de la semana pasada. ¿Qué vamos hacer? ¡Si esta temporada no vende, no nos darán luz verde para la que sigue!
Como ven, es el Asterión que todos vimos y quisimos, no el mismo caso de todos los personajes exclusivos de la serie clásica que aquí tuvieron vida y roles nuevos.
Tal vez era su plan desde un principio. ¡Ay, Makoto! Lo tuyo es sufrir.
Salieron a su patrona, a la que igual le dijo Julian Solo de forma muy diplomática que liberar a Poseidón era una buena idea y tuvo la respuesta que tuvo. Esperemos que Atenea no vaya a aparecer para ver en qué quedó todo eso. Esperemos.
Y así fue cómo esta historia abandonó el cliché de los santos de oro traidores. ¡Amén!
Iba a hacer una broma sobre Freddy Krueger hasta que me di cuenta de que en realidad sí lo he mencionado al menos un par de veces en lo que llevamos de historia.
