Capítulo 124. Unidos en el nombre de Atenea

El cuarteto de santos logró llegar hasta la bota de Titán sin percances, gracias a que el Vacío consumió no solo el ejército irregular sino también la bruma en derredor. Aun así, la tranquilidad no duraría mucho: la notable colina que era el pie del regente de Saturno estaba atestada de soldados tratando de salir.

—Sea lo que sea lo que vayáis a hacer. ¡Hacedlo ya! —exigía Iskandar, descargando sobre cada nuevo grupo enemigo veloces haces escarlata. Era Antares, no una aguja dispuesta para causar dolor y desangrar al adversario, sino una energía volátil que se adhería al enemigo para, segundos después, estallar como una bomba terrible. Una avalancha de soldados marinos quedó reducida a una serie de cuerpos despedazados que se unió al resto de cadáveres—. Un hombre puede cansarse de pisar hormigas si lo hace durante toda una vida, ¿sabéis?

—Es abominable —dijo Mystoria—. Una deshonra.

—No peor que despertarte una mañana como una marioneta —dijo Afrodita, quien tuvo tiempo de explicarles por encima la razón de que él y Saga luchasen allí—. Nuestros ataques no le hacen nada y esa cosa es como un ejército de santos de oro.

Gugalanna carraspeó a la vez que una nueva explosión detenía a doce guerreras de Artemisa. Los mantos de Acuario y Tauro se habían restaurado con el tiempo, pero la flecha seguía ahí, usada como punto de apoyo para las manos entrelazadas.

—Habláis de la Exclamación de Atenea, ¿no? Es una buena idea. ¡Hagámoslo!

—¡Está prohibida! —reclamó de nuevo Mystoria, quien descubría que ni el cero absoluto era capaz de contener la ira que empezaba a sentir—. Es desleal, es…

—Necesaria —insistió Afrodita—. Para empezar, ningún hombre podría luchar mano a mano contra esa cosa.

—¿La diosa os lo prohibió? —soltó Gugulanna entre risas—. ¡Qué habréis hecho! ¿Qué será lo próximo? ¿Qué no podemos usar armas?

—Queridos compañeros —dijo Iskandar, con tanto sarcasmo como le era posible. Frente a él, seis metros de metal se enrojecían precediendo una atronadora explosión, llevándose a su portador—. Haced esa Interrogante de Atenea o vámonos. Decidid. Ya.

Gugalanna y Afrodita asintieron, listos para posicionarse. Mystoria los miraba estupefacto, compungido por la imperiosa necesidad de pisotear el honor de un santo de oro para lograr la victoria. Ese conflicto, manifestado en el labio que él mismo se hirió al morderse, le permitió percatarse de la imagen que ahora mostraba Titán.

—Nos vamos —susurró Mystoria, casi sin habla.

Si el resto tenía algo que decirle, cambiaron de opinión al ver que en lugar del ejército ilimitado había una imagen de santos de oro unidos como una trinidad, armonizando las fuerzas que poseían para rozar, a menor escala, el poder infinito que dio origen al universo. ¡Eran ellos mismos, Mystoria, Gugalanna y Afrodita a punto de cometer el peor de los errores! Incluso Iskandar comprendió lo que se avecinaba si seguían allí.

Justo a tiempo, la mano de Adremmelech aterrizó a las espaldas del osado cuarteto. Los santos se subieron al improvisado navío sin dudar.

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Poco después de que Sugita y Seiya regresaran, un exhausto Atlas de Aries apareció sostenido por un hombre sin manto alguno. De todos los presentes, solo Saga y el santo de Sagitario pudieron reconocerlo como el antiguo líder del Santuario, Shion, cubierto por la sagrada vestidura del pontífice y un inmenso poder.

—No trajeron al anciano —susurró Saga. Los labios del falso líder se curvaron en una sonrisa por el lado izquierdo, mientras que el derecho era inmutable.

—Os doy las gracias —dijo Atlas.

—Dámelas cuando hayamos terminado, por favor —pidió Shion—. Más bien, cuida tu mente. Trataron de destruirte de todas las formas posibles.

—No es la primera vez.

Atlas sonrió. Aquel hombre excepcional no necesitó que le dijeran que seguir las órdenes de Titania basándose en una visión era un error. Le debía bastar la fe a la diosa para decidir qué hacer. Era digno de haberse convertido en Sumo Sacerdote.

—Akasha de Virgo. Si no me equivoco, eres mi sucesora.

—Hubo otros antes que ella —intervino Arthur, sabiendo que Akasha estaba concentrada en mantener la barrera que les separaba de la incansable ofensiva de Titán. Una y otra vez, retazos de combates del pasado eran reproducidos por el regente de Saturno y lanzados sobre el velo con el que ambos habían envuelto la mano abierta de Adremmelech—. Dos hermanos. No tenemos mucho tiempo.

Sugita, quien había acudido a auxiliar a Atlas, se acercó al grupo en cuanto entendió que el santo de Aries solo necesitaba algo de descanso.

Resultaba un poco intimidante ver a Shun, Arthur y Akasha manteniendo la barrera etérea. Gracias a los portales que Saga abría sin descanso, obligando a cada evento a viajar por distancias astronómicas para llegar hasta Adremmelech, y el mismo gólem bendecido por Capricornio, cuyo fuerte brazo aguantaba bien los rayos de Leo y el soplo glacial de Acuario, el velo podía devorar el cosmos restante que Titán lanzaba contra ellos. Cada reproducción del ataque de algún santo de oro alimentaba la esfera perfecta que los protegía. Sabía que aquella joven no podría seguir en pie sin ayuda, así como que ni su Excálibur podría atravesar aquella Defensa Perfecta. De hecho, esperaba que fuera así, porque todo lo que él pudiera hacer, también lo haría Titán.

—Recomiendo ataques a distancia —dijo Sugita—. Luchar sobre la superficie nos expone a todas las formas de matar o causar daño que los santos de oro han desarrollado a través de todos los mundos y épocas. Desde lejos, eso se reduce.

—También nuestras opciones… —dijo Saga, de pronto comprendiendo la clase de enemigo al que enfrentaban—. Puede copiar todo lo que ha ocurrido y reproducirlo aquí. Eso significa que también imitará lo que hagamos nosotros.

—Esto no —intervino Arthur, viendo de reojo la espada de luz que Akasha sostenía. Rebosaba de fuerza, al punto que los guanteletes de Virgo vibraban—. Los Astra Planeta no traerán el alma de nadie luego de nuestra pequeña rebelión.

—Una habilidad de entre un millón de millones —recalcó Saga.

—No hay que perder la esperanza, joven —dijo Shion, extrañándole la reacción del santo de Géminis: estuvo a punto de retroceder, como si le temiera—. Eso es todo lo que nos queda a los hombres, es el legado que los santos protegemos.

—Hay más —terció Atlas, ya recuperado—. Tritos y Titania no pueden causarnos ningún daño. Copias o no, somos santos de Atenea y ellos no tienen permitido enfrentarnos —se ahorró decir el porqué, sabiendo que nadie preguntaría. ¿Por qué hacerlo? Lo contrario sería negarse a sí mismos hasta la más pequeña esperanza—. Concentremos nuestros esfuerzos en Titán y olvidémonos de ellos.

—Titán es el peor de nuestros problemas. No puedo atacar y manteneros a salvo a la vez —espetó Saga, más sincero de lo que pretendía. ¡No podía siquiera reservar fuerzas para mentir! Estaba lidiando con los ataques de un ejército que el mundo jamás podría conocer, hecho de santos de oro, muchísimos. Mandándolos a un millar de puntos de una dimensión en la que tiempo y espacio eran conceptos difusos.

—Pensar solo en las fortalezas del enemigo no nos ayudará —advirtió Arthur—. ¿Acaso no lo habéis sentido en todo este tiempo?

La mano libre de Adremmelech pasó por encima del grupo dejando caer a Gugalanna, Iskandar, Mystoria y Afrodita. El cuarteto atravesó Brahmastra sin percances, mientras el gólem volvía a la defensiva. Ninguno de los recién llegados dijo nada, notando la tensión en el ambiente. Solo el empeño de Gugalanna en arrancarse la flecha interrumpía el prolongado silencio y las reflexiones de los santos.

—¿Cómo no hacerlo? —dijo Sugita al fin—. Creía que era el único.

—No lo eres —dijo Atlas—. Pienso que todos lo acabamos percibiendo.

Incluso Iskandar, Mystoria, Afrodita y Gugalanna entendieron de lo que hablaban aquellos dos. Al luchar todos, así fuera divididos en tres grupos, hubo una cierta sinergia entre los cosmos, favorecida por la resonancia que los mantos dorados creaban a pesar de pertenecer a distintos universos, si no es que por esa misma razón. De algún modo se estaban fortaleciendo unos con otros, lo quisieran o no, avanzando por una vía de comprensión del cosmos distinta a la de los sentidos.

—Titán reproduce nuestros ataques a la perfección. Toma, o le hacen tomar, el insignificante lapso de tiempo en el que algún santo de oro golpea a un enemigo y lo expresa aquí. ¿Sabéis lo que eso significa?

—Es evidente —dijo Mystoria—. No puede incrementar la fuerza con la que nos ataca, solo buscar técnicas más fuertes.

—Ni la mejor fotografía puede contener el infinito —completó el Juez—. Bien, ya habéis tardado bastante. ¡Es la hora de atacar!

—Apuntad a… —Sugita calló. No sabía cómo describir las partes del alba de Titán. Eran como escamas gigantescas, cada una reflejando alguna batalla del pasado. Pero sí que imaginaba lo que era la parte dorada: una serpiente, con la superficie llena de un idioma más viejo que el mundo, reptando por todo su cuerpo desde los amplios pies hasta el montañoso cuello—. Evitad a Ouroboros. Devorará el tiempo de cualquier cosa que se le acerque, aun si es un ataque de puro cosmos.

—No vais a atacar de lejos —aclaró Arthur.

Aquel apunte cerraba una secreta conversación entre Adremmelech y el Juez. De los costados kilométricos del gólem surgió un centenar de brazos, como ramas de un árbol. Cada uno era igual a los originales, incluso estaban revestidos por Capricornio.

—Supongo que la mejor defensa es un buen ataque —dijo Saga, quien ya estaba buscando un hueco en la Otra Dimensión que Adremmelech pudiera usar.

—¡Esperad!

Casi todos estaban listos para retomar el combate, cuando oyeron el grito de Akasha. Miraron hacia atrás a tiempo de percibir cómo ocho puntos blancos volaban desde Brahmastra hasta ellos, atravesando los mantos de oro sin causar el menor daño.

—Os estaré vigilando. Recordad, los santos… —La confusión en las caras de Sugita, Atlas, Iskandar, Gugalanna, Mystoria, Afrodita, Seiya y Saga le hizo repensar lo que estaba diciendo—. Como Suma Sacerdotisa, os ordeno regresar con vida.

—¿De verdad? —Iskandar no había recibido una orden tan extraña nunca, aunque pronto pudo poner su atención en otro tipo de rarezas—. ¡Deja esa flecha de una vez!

—Sí, sí… —contestó Gugalanna, aún con la vista fija en aquella guerrera tan parecida a aquella que gustó y odió llamar señora—. ¡Que no te confunda lo que pasó allá bajo! ¡Mira los prodigios que realizaré y siente como se humedece tu áureo manto!

Escorpio dio un manotazo al de piel oscura y ambos saltaron abajo, donde les esperaba otro brazo de Adremmelech. Les siguieron Atlas, Sugita, Saga y Afrodita.

—Los santos de oro del pasado no eran muy... —Akasha tardó un tiempo en encontrar la forma más adecuada de decirlo, creando un silencio extraño—. Corteses.

—Aún no existía Inglaterra —bromeó Arthur. Algo que pasaba una vez cada mil años.

También Seiya se animó a unírseles, volando, no sin antes dar un último vistazo al callado Shun: el santo de Andrómeda parecía absorto en la misión de defender el fuerte, si no es que era otra cosa lo que lo atribulaba.

«No hubiese querido llegar a esos extremos —pensaba Seiya. Todos los daños que el hermano de Ikki había recibido, incluido un ojo que le costaba abrir debido a las heridas, eran culpa suya—. Pero incluso ahora dudo de vuestra inocencia.»

Se lanzó a la batalla sabiendo que no debía convertir tales pensamientos en palabras, o todo se desmoronaría. Shion también se unió a la lucha luego de dar un respetuoso saludo a quienes se quedaban, incluyendo a Orestes, apartado de todo, paralizado incluso, y Mystoria, quien tenía un mensaje que dar.

—Vais a necesitar mucho poder si vuestra intención es destruir a Titán.

—No hace falta —indicó Arthur—. Si Titán rige la Esfera de Saturno, bastará con abrir una brecha para irnos de aquí. Lo sé.

«Urano es la Llave y la Puerta hacia todo lugar —recordaba el santo de Libra—, mas solo en Saturno hallaréis la cerradura.»

—No, no lo sabes —negó Mystoria, desconocedor de los pensamientos de Arthur y del mensaje de Shizuma—. Desconoces demasiadas cosas de los Astra Planeta.

—¿Por ejemplo…?

—De dónde vienen.

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Como un noble disfrutando del mejor espectáculo desde el palco real de algún antiguo teatro, Tritos de Neptuno contempló cómo los santos regresaban a la ofensiva mientras flotaba alrededor de la extensa frente de Titán.

Tras las largas deliberaciones, el improvisado batallón ateniense atacó con todo. Adremmelech, un centímano quizá protegido por la misma Amaltea, azotaba al regente de Saturno con cien puños dorados, y cuando los Muros de Cristal vibraban repeliendo tamaña fuerza, siete santos de oro llegaban usando los alargados brazos del gólem como superficie. Los escudos de un centenar de santos de Aries, fortalecidos por las voces robadas de igual número de santos de Virgo, pronunciando el mantra Kan, iban cayendo uno tras otro por los esfuerzos de aquellos guerreros.

El peto de Titán quedó al descubierto, pero los brazos de Adremmelech ya se retiraban a la seguridad de la Otra Dimensión que Saga controlaba, llevándose a la mayoría de santos. Solo Seiya, desde el aire, y Shion, apareciendo y desapareciendo en todo punto del gigantesco cuerpo, permanecieron allí. El uno arrojando una lluvia de incontables meteoros y haces de luz dorada a cada segundo que pasaba, el otro sumergiendo cada extremidad que viera en un espacio oscuro, que pronto era rasgado por una infinidad de luces destructoras. Seiya era demasiado rápido y Shion era un maestro en el arte del desplazamiento instantáneo, así que aguantaban a la perfección el tiempo que los cien brazos de Adremmelech volvían a la carga junto al resto de la vanguardia dorada.

Tras cada lance, Adremmelech volvía a resguardar los puños y otro par de santos de oro se quedaba. A veces el letal Sugita, que parecía poder cortarlo todo a excepción del propio Titán, y Atlas, hijo de Poseidón. Otras, Iskandar cruzaba el peto de Saturno como un tifón carmesí al tiempo que siete esferas de intensa luz, acaso soles en miniatura, estallaban en la superficie comandados por Gugalanna. Las duplas que se quedaban luchando allí variaban siempre para evitar que la respuesta del astral fuera sencilla, y nunca pasaba demasiado tiempo antes de que el regente de Saturno debiera lidiar con todos aquellos guerreros a la vez más el incansable gólem centímano.

—Son muy tenaces —dijo Tritos—. No he visto un despliegue de fuerzas tan grande en una sola batalla desde la Guerra del Hijo. ¿Néctar?

Arriba, Titania observaba cada inútil intento de herir a Titán con cierta indiferencia, el rostro apoyado sobre los nudillos de la mano derecha. No parecía haber escuchado el ofrecimiento de Tritos, pero habló antes de que este decidiera repetirlo.

—¿Insultarías los esfuerzos de estos jóvenes comiendo ahora? El tiempo pasa incluso para los inmortales. Has envejecido, Erudito de la Atlántida.

Lo cierto era que Tritos estaba impresionado. No tanto por el poder que aquel inesperado ejército empleaba contra Titán, ni por la osada estrategia de utilizar a Adremmelech y la Otra Dimensión como transporte instantáneo, sino porque sobrevivían. Tenía sentido, claro, era la característica más reconocida de los santos, así como los marinos destacaban por lo leales que eran, pero de un vago discurso sobre la esperanza y la Caja de Pandora al hecho que contemplaba había una cierta distancia.

Que Titán estuviese inmovilizado gracias las cadenas del Olimpo no lo volvía una amenaza pasiva. Él, un registro de todos los eventos posibles, no cesaba de enviar todo aquello que pudiera matar o causar daño. Pero tenía que pasar por encima de decenas de brazos, todos protegidos por Amaltea, encarnación de Capricornio, y la creciente cooperación entre los santos. Afrodita detenía cualquier veneno mortal que se arrojase sobre el resto; Saga y Shion podían rescatar a quien estuviese en peligro en un instante, fuera mediante portales o teletransportación; si huir no era una opción, Gugalanna el inmortal recibía gustoso cualquier cosa que Titán desatase sobre el cuerpo, la mente o el alma, sabiendo que tarde o temprano regresaría. Y por si eso fuera poco, estaba la sinergia entre los cosmos de todos, que tendían al infinito.

—¿No tienes la impresión de que esto se nos está yendo de las manos, Titania? Ellos desperdician energía como si la estuviesen regalando en alguna parte, pero no engañan a nadie. —Señaló a donde estaba la retaguardia, a salvo en un escudo que las sobras de la batalla entre los santos y Titán eran incapaces de atravesar—. Están concentrando mucho poder. ¡Acabarán por desbordarlo todo!

—Este lugar se encuentra más allá de conceptos como masa y volumen —le recordó Titania con sequedad, sabiendo que él tenía que ser consciente de algo tan evidente—. Así creáramos un universo aquí mismo, no tendría el menor efecto en el todo.

—¡Sí que tendría! —replicó Tritos, apareciéndose enfrente de la regente de Urano. Le tapaba las vistas a propósito, esperando que reaccionase—. Cuando Atenea sienta el cosmos de tantos de los suyos vendrá aquí y nos aplastará. Lo sabes.

—Lo sé.

—¿Titania…? —Una idea empezaba a aparecer en la mente perezosa de Tritos, alejado por milenios del conocimiento hasta que le resultó imposible seguir siendo el erudito que fue al nacer. Empezaba a darse cuenta de que aunque Titán podía replicar cualquier forma de defensa o destrucción en aquel combate, la práctica totalidad de los eventos que reconstruía pertenecían a las distintas historias del Santuario.

—Es por eso por lo que estamos aquí. Esperamos la llegada de Atenea.

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Ninguno de los santos de oro había contado el número de veces que habían dado todo para no hacer la menor mella en el aparentemente indestructible Titán. La intensidad de la batalla crecía por momentos y resultaba cada vez más difícil dedicar tiempo para pensar. Apenas notaron cuando Mystoria se les unió sobre uno de los veloces puños del gólem, derramando en el rostro inhumano de Saturno la copa de Ganímedes. El aire en torno a los siete ojos, sin embargo, no llegó a congelarse, pues ardió atravesado por el Resplandor de Luz del caballero Orestes.

Como sucedía en cada ocasión, Titán reavivaba las defensas. Muros de Cristal unidos entre sí como los paneles de una colmena de abejas gigantes, Muros de Hielo alzados como fortines a lo largo de todo el pecho, brazos de oro listos para arrojar los escudos de Libra allá donde fuera a ser atacado… ¡Y todos esos intentos se veían reforzados por las voces de los santos de Virgo diciendo: Kan! Tener que lidiar con ese bastión reforzado por decenas de versiones de Shaka, desde quien luchó en una guerra contra Eris hasta el que desafió a los mismos dioses, mermaba la eficacia de cada ataque conjunto que, como casi todos ya habían asumido, era la única forma de lograr algo.

A medio embate, con los cien puños de Adremmelech en el aire y nueve guerreros saltando de un brazo a otro para esquivar los portales que se abrían gracias al Vacío, el descomunal pecho de Titán empezó a ennegrecerse. Gugulanna vio aquello sabiendo que no podía tratarse de la técnica que él dominaba y el astral había empezado a copiar. Aquel negror no podía preceder al Caos, apestaba a sufrimiento y malevolencia.

Las tinieblas se proyectaron sobre todos antes de que pudieran darse cuenta del error que habían cometido. ¡Titán no les estaba atacando con el Vacío para matarlos sino para obligarles a reunirse en un área relativamente pequeña! De un momento para otro, ocho de los nueve combatientes se hallaron inmersos en un ambiente frío y asfixiante que parecía poder matarlos en cualquier momento. Un astro del color del océano se formó sobre todos, iluminando el nauseabundo reino al que habían ido a parar.

—Eso es el Aqueronte —acusó Mystoria.

Estaban apretados en el extremo de una barca tan alargada como el Argo Navis, la cual no paraba de balancearse. Allá donde miraban solo había el agua amarillenta que era el río Aqueronte, más parecido a un océano. El firmamento, en el que tendría que imperar un permanente crepúsculo, era dominado por la oscuridad.

Notas del autor:

Shadir. ¡Bienvenida de vuelta! Sí, estos capítulos son de pura acción frenética. ¡Ni los propios personajes tienen un respiro para pensar bien las cosas! (Excepto en la sala de guardado, como en todo buen videojuego.).

El honor me obliga a decir que el diálogo no es mío, sino de Megumu Okada, el autor del Episodio G. Me pareció un momento oportuno para transcribirlo.

Me dejaría sin palabras que FFnet cayera… Junto a Saiyajin´s Heaven y Saint Seiya Foros, es de las primeras páginas en que publiqué. Tomo nota de AO3. ¡Gracias!

Ulti_SG. Ojo, ojo, ojo… Este capítulo (el juego de Mario Bros más inclusivo del planeta) es genialísimo, no genial, ni bueno. ¡Genialísimo!

Como es la Tejedora de Planes, de seguro alguien le habría dicho que era astuto como un zorro de haber nacido hombre. Así es, el mítico Miss/Merma de FFVII apareció, sobre Titán, como cuando ves la animación de ataque tan impresionante, épica y sobre todo larga solo para que los enemigos lo esquiven. ¿No se trata de eso Saint Seiya? ¿Cómo harán los protagonistas para ganarle a alguien muy poderoso? Claro que la cosa se pudo haber descontrolado con Titán… A Iskandar le queda ese papel de rescatar damas. Él sí que es todo un caballero acorde al doblaje clásico.

Sí, has entendido bien.

La auto-reparación viene de fábrica. Si vas a crear copias de universos paralelos para que metan en problemas a tus enemigos, qué menos de darles regeneración. El hecho de que me ayude a no tener en cuenta las heridas que tuvieron los convocados por todas las batallas previas es tan solo una coincidencia. De veras. ¡Esa flecha pugna por el protagonismo! La técnica prohibitiva más usada del mundo.

Aqueronte: Soy el enemigo más tramposo del fanfiction de Saint Seiya.

Titán: Sujeta mi cerveza.

Se ve que a Orestes los Astra Planeta le dejaron PTSD.

Como toda escritora primeriza, se fija antes en las reseñas que le dejan que en el mero hecho de tener publicada su historia por fin. ¡Pienso lo mismo! No podía tener al hijo primogénito de Atlas y Clito y al tercero en un mismo escenario y que actuaran como si fueran solo dos vecinos más en el multiverso. Así que una vez más te agradezco que eligieras esa identidad para el santo de Aries. Debe estar en el currículo de Astra Planeta el complicarse la vida. A todos parece pasarles lo mismo.

Uno esperaría que entre hermanos hubiera un poco de compasión. ¿En qué estás pensando Tritos? ¡Ánimo Atlas, no vayas a dejarnos tan pronto!