Capítulo 125. Traición
El primer pensamiento de varios fue que se trataba de una bien construida ilusión, pero ni los esfuerzos combinados de Atlas, Saga y Shion bastaron para negar la aplastante realidad de que aquella cosa solo les había arrojado al infierno.
—Hogar, dulce hogar —dijo Gugalanna.
—Es una copia —dijo Iskandar—. Titán puede copiar cualquier evento, no solo nuestras técnicas, ¿cierto? Pues lo ha hecho con el Hades. Si no, estaríamos muertos.
Shion, Seiya y Mystoria, quienes habían luchado contra las fuerzas del Hades y sabían de las características de aquel reino, asintieron, instando a todos a pensar en una salida. Era más fácil decirlo que hacerlo, pues no estaban solos.
Gordon de Minotauro cayó desde el cielo a toda velocidad, manteniendo la mano alzada como un hacha dispuesta para segar la vida de alguno de aquellos invasores. A pocos metros de llegar al barco, sin embargo, el espectro vio cómo los dedos y el pecho eran cortados por una patada aérea de Sugita. La Estrella Celeste de la Prisión desapareció antes de que siquiera terminara de partirse en dos.
—Parece que ya no le basta con enviarnos una técnica —apuntó Afrodita. El santo de Piscis percibió de nuevo la Fragancia Profunda, esta vez viniendo desde todas direcciones por encima del Aqueronte. Como si no fueran bastante problemáticas las aguas creadas para consumir toda vida—. Son muchos.
Ciento siete presencias giraban de forma incesante, guiadas por el remolino oscuro que era el cielo del Hades. Todas hablaban a la vez, gritando, sin que pudiera escucharse nada más que una tempestad de ruidos ininteligibles.
Todos los presentes eran conscientes de que ningún dios que hubiese bajado a la Tierra haría algo semejante: colocar todas las fuerzas de las que disponía frente a las del otro, reduciendo la Guerra Santa a una sola batalla, a un mísero momento. ¡Era un sinsentido, un insulto a la estrategia! Para empezar, el ejército ateniense gozaba de una mayor confianza por parte de la diosa, que permitía tal libertad que no era imposible descubrir más de una traición en la larga historia de cualquier versión del Santuario, y aun así se ganaba la lealtad de los más excelsos héroes. Reducir a un todo o nada la lucha contra esa clase de deidad era la apuesta de un loco.
Pero no importaba lo mucho que se racionalizase la situación. Los espectros cayeron en masa como una lágrima derramada por el cielo oscuro, así que el grupo de oro se preparó para atacar. Afrodita, que protegía el barco del astuto ardid de Niobe de las Profundidades, y Gugalanna, quien impedía que el estrafalario Youma de Mefistófeles, oculto entre los Jueces, los tratara de convertir en inofensivos bebés retrocediendo el tiempo, maldijeron en silencio no poder unirse a tan increíble ofensiva.
Vida y muerte chocaron con gran estrépito durante largos segundos de precario equilibrio. Entretanto, el Astro Marino de Atlas dejó caer sobre el Aqueronte lucillos de tonos verdes y azules, precediendo al mejor de los recursos con los que contaba.
De la enfermedad hecha río emergió una inmensa cola de pez, destellando las escamas como si fueran zafiros. Luego, mientras el Sol Negro de Kagaho se manifestaba junto al otro centenar de fuerzas para horadar la ofensiva dorada, un tritón de unos doscientos metros de envergadura se elevó en gloria y majestad.
Tenía el torso cubierto por una resplandeciente armadura de puro oricalco, solo interrumpido por las joyas que le decoraban el yelmo. La mano derecha sostenía un tridente casi tan largo como el ser, mientras que adherido al brazo izquierdo había un enorme escudo pulido al punto de que podía reflejar el inusitado fenómeno que había enfrente: el Zodiaco de Atenea y los espectros de Hades pulsando por determinar si era vida o muerte lo que debía perdurar en el universo.
Otros tritones como aquel se alzaron desde las profundidades del averno, liberando olas de podredumbre y almas en pena con cada batir de las brillantes colas. Entre las puntas de cada arma bailaban rayos blancos.
Como señor de aquellos seres, Pretorianos de la Atlántida, el santo de Aries les dio la guía que habrían de seguir. El Astro Marino que daba luz a aquel reino sin sol descendió a toda velocidad, digna muestra de la noble sangre que le corría por las venas.
Una explosión de brillo aguamarina llenó la totalidad del Aqueronte, negando toda visión. Ni santos ni espectros sabrían jamás el resultado de tal contienda, pues ya los primeros eran de nuevo arrastrados por el ilimitado poder de Titán.
Sin Saga de Géminis manejando la Otra Dimensión y sin el resto de santos turnándose para atacar sin descanso a Titán, la estrategia que tan bien habían ejecutado hasta ahora se vino abajo. Ni siquiera el hecho de que Seiya, de todos los convocados el más veloz, se hubiese librado del viaje al Hades cambiaba nada en absoluto.
Y eso a Tritos no podía importarle menos.
—¿Fuiste tú, no? Quien vio el futuro. Tú eres la traidora de nuestra generación.
—No —aseveró Titania, algo decepcionada por la falta de perspicacia del atlante—. ¿Acaso creíste que un dios podía aparecer solo para darnos los buenos días?
—¡En la Esfera de Júpiter! —exclamó Tritos—. Fobos había visto el futuro, por eso no estaba interesado en la reunión. Y te lo mostró a ti. ¡Tenemos…!
—Mi padre lo sabe ya, sin duda —interrumpió Titania—. Creo que lo supo desde que los hijos de Ares me mostraron la destrucción a la que estamos abocados. Es por eso que nos propuso a todos atisbar lo que habría de venir.
—¡Espléndido! ¡El comandante podrá cambiar lo que sea que hayas visto!
—Ese es el peor de los escenarios. —Titania cabeceó en sentido negativo—. En cuanto a lo que los hijos de Ares me mostraron, no es nada que no pudiera imaginar por mí misma. Si no hacemos algo para evitarlo, Caronte morirá a manos de Atenea.
—Imposible. —Tritos, asombrado, imaginó lo terrible que sería tener a la diosa de la guerra en el mismo bando que el Hijo. ¡Peor! Pues también Poseidón podría unírseles. Contra semejante trinidad, dudaba de que pudieran vencer por sí solos—. ¿Y aun así quieres que venga ahora? ¿Por qué no los hemos matado a todos todavía?
El pulcro rostro de Titania cayó hasta apoyarse en los dedos entrelazados. Costaba no molestarse con un compañero tan distraído. A Tritos no le sentaba bien el poder.
—Recibí mis dones divinos de Atenea —dijo al fin—. No somos dos partes de un contrato, sino diosa y adalid. La llamo desde el distante futuro hasta aquí permitiéndole sentir cómo santos de distintos mundos combaten en su nombre. Espero una lucha justa.
—La Esfera de Urano depende de Atenea. Si la diosa viene y decide cortarte las alas, le bastará un pensamiento para devolverte a la mortalidad.
—¿Qué tan distintos somos de los humanos si le tememos a la muerte?
—¡No puedes decir algo así mientras vistes la eternidad! Podrías morir… —rogó.
—A ellos no parece importarles. Míralos, Tritos. Conozco la envidia que ese ejército de necios va a despertar en tu inmortal corazón.
Todo había cambiado en el corto tiempo que los santos pasaron en el falso infierno.
El incesante aluvión de cosmos había debilitado la mayor parte del centenar de brazales con los que Capricornio bendijo a Adremmelech, quien no había parado de atacar. Nunca regresó a la defensiva, y eso costaba caro en semejante lucha.
Entretanto, Titán había descubierto algunas de las veces en las que las armas de Libra fueron arrojadas. Por los santos de bronce del mundo de Seiya de Sagitario, para derribar los pilares del reino marino, por Itia de Libra en un acto desesperado… Espadas, escudos, tridentes, bastones y barras, dobles y triples, impactaron en las muescas de una docena de guanteletes, cercenando dedos con gran facilidad.
Muchas de las manos del gólem se vieron azotadas por los eventos que imitaban cuanto había ocurrido en la batalla. El Vacío apareció en medio de nueve puños, no solo consumiéndolos, sino atrayendo la práctica totalidad de los brazos; las protecciones, vacías de contenido, enseguida caían. Otros tantos empezaban a ceder a la aplastante combinación del Astro Marino, Excálibur, la Explosión de Galaxias, las Rosas Pirañas, la Tormenta de Furia, la Ejecución de la Aurora y la Revolución Estelar. Mientras que Seiya solo podía neutralizar las perfectas imitaciones de sus técnicas.
Pero lo peor estaba esperando al regreso de los santos. Cuando todos aparecieron al borde del muñón de uno de los sesenta brazos que le quedaban a Adremmelech, del cuerpo de Titán nacieron cinco cosmos magníficos. Pegaso, Dragón, Cisne, Andrómeda y Fénix cayeron sobre el ejército ateniense con todo el poder que lograron desplegar en el lejano Elíseo, al término de la Guerra Santa con Hades.
Tener miedo en aquella situación era lo más natural. Miles de metros de oricalco, un prodigio imposible de ver en el mundo de los hombres, estallaban como el cristal. Los fuertes brazos del gólem caían uno tras otro sin que nada pudiera hacerse. Cualquiera que hubiese visto esa demoledora realidad, podría entender que los santos se rindieran. Podría comprender que los corazones de aquellos guerreros, desconocidos unos de otros, se llenaran de desesperación. Y sin embargo, ninguno claudicó.
Mientras Saga estabilizaba la Otra Dimensión, usada hasta entonces para volver los movimientos de Adremmelech casi instantáneos, el resto dio todo de sí para sobrevivir el eternizado segundo en el que aquellos cinco poderes sin parangón se manifestaron, usando los trozos del gólem, que ya caían, como plataformas para impulsarse. Desplegando la máxima fuerza que podían imaginar hacia el frente, trataron de reducir aunque fuera una fracción del milagro que un día nació para desafiar a los dioses.
La última visión que tuvo Mystoria fue la de un fuego más intenso que el de las estrellas, acaso a la par que la fragua cósmica de la que todas ellas nacieron, devorando la Ejecución de la Aurora antes de consumir hasta la última partícula de su ser. Cerca de él, Afrodita era congelado por una terrible tempestad junto a decenas de brazos mutilados en descenso, quedando todo reducido a un muro helado que llegaba desde el suelo hasta la altura del pecho del regente de Saturno.
Si ni el frío ni el calor divino avanzaron más, fue porque fueron absorbidos por el Vacío que Gugulanna invocó mientras moría en medio del choque entre una inamovible pared de una temperatura imposible y las llamas del inmortal Fénix.
Los Pretorianos de la Atlántida, autónomos, se movilizaron para afrontar el avance de un gran dragón esmeralda. Interponiendo los más sólidos escudos y descargando rayos de gran poder, lograron salvar la vida no solo del rey al que servían, sino también la de muchos más. El precio, sin embargo, fue alto. La mitad de los colosales tritones quedó reducida a una explosión de lucillos al quedar atrapados en las fauces del dragón, que representaba el más poderoso puño de entre los hombres.
A Saga no le fue mucho mejor que al resto de caídos. Mientras trataba, apoyado por el veloz santo de Sagitario, de enviar al infinito la hecatombe cósmica que se les venía encima, la cadena de Andrómeda lo atravesó de lado a lado, partiéndole la columna como un mero preludio al viaje que en realidad hacía.
Más allá de la Otra Dimensión, una barrera hecha de treinta enormes brazos recubiertos de oricalco fue reventada por los Meteoros que Seiya y Saga no pudieron detener, y ese fue el mismo destino que tuvo el peto de Adremmelech, reducido en un instante a meras partículas invisibles. Todo alrededor de Brahmastra parecía a punto de desaparecer, y ni siquiera la barrera estuvo a salvo, pues la cadena triangular de Andrómeda logró abrir una pequeña brecha por la que habría de pasar una tempestad cósmica.
Era el fin de todos los sueños y esperanzas que Titania había vaticinado, y aun así, todos seguían luchando. Ese era el tipo de hombres con los que Atenea contaba.
—Sí que los envidio… Un poco, poquito.
Tritos acercó las yemas de los dedos hasta que casi se rozaron.
—Ellos son insignificantes —aclaró Titania con seguridad—. Sin embargo, nosotros también éramos insignificantes frente al poder del Hijo. Es natural que admiremos lo que aquí ocurre. Es correcto que tengas miedo, Tritos.
—¡No exageres! —refunfuñó el regente de Neptuno—. No pueden hacernos nada.
Al pisar uno de los picos de la corona de Titán, sintió el temblor que recorría el cuerpo de Saturno. Ahora los restantes Pretorianos de la Atlántida podían reventar todas las defensas del gigante antes de que los santos llegaran, siempre respaldados por Adremmelech. El gólem tenía solo media docena de brazos, pero atacaba con el brío de quien tuviera miles. Atlas, Sugita y Seiya, ya acostumbrados a luchar juntos, combinaban la increíble fuerza que habían desarrollado a través de la experiencia con la indoblegable tenacidad de Iskandar, el escorpión menos dispuesto a morir que Tritos hubiese conocido. ¡Hasta Saga, desangrado como un cerdo en el vacío del espacio que se negaba a cerrar, estaba ensanchando la Otra Dimensión para abarcarlos! Shion lo ayudaba en esa tarea a la vez que lo mantenía con vida, sin saber que era inútil, sin saber que apoyaba al hombre que puso la semilla para todo lo que ahora ocurría.
El milagro de Elíseos en el mundo de Akasha había durado nueve días y nueve noches de lucha, el tiempo que duró el Gran Eclipse y donde nada murió bajo la luz de Helios, pero de todas formas no era la clase de evento que debía manifestarse a la ligera. Era parte de la misma ley no escrita que detenía a Titán de reproducir los rayos del tridente de Poseidón o las imbatibles barreras que Atenea podía levantar, entre otros. No era prudente meterse con poderes divinos, no estaba bien y, de todas formas, Shun había deshecho la Tormenta Nebular como quien frenara un soplo de aire fresco, solo levantando la mano. ¡Era tan molesto, aquel hombre! Parecía indefenso ante Seiya de Sagitario, se quedó en la retaguardia durante el mayor combate que vería jamás, y sin embargo ahora no tenía reparos en mostrar lo mucho que superaba a todos solo porque recibió unas cuantas gotas de sangre divina. ¡En verdad quería golpearle!
—Tengo miedo, Titania. Por ti. Por mí, porque deseo seguirte. ¡Y yo diciéndole a mi hermano que era mezquino! —gritó elevando la voz, preguntándose si Atlas, allá abajo cubierto no con el aura dorada de la élite ateniense, sino con el místico velo aguamarina de los hijos del mar, lo oiría—. Tú me haces elegir entre todo lo que importa y los únicos amigos que he tenido luego de… ¿Dos tercios de la eternidad?
—Todo lo que importa desaparecerá una vez Caronte muera, si eso te ayuda —dijo Titania sin titubear, hacía tiempo que había tomado la decisión—. No es una forma de hablar, es lo que va a ocurrir. Más allá de eso, solo habrá… —se detuvo, pensando que debía decir «oscuridad», sabiendo que eso no le hacía justicia—. Ausencia.
—Sí, sí, eso es lo que nos espera si morimos —le recordó—. No seremos juzgados ni premiados. No iremos a ninguna parte. Solo habrá ausencia. ¡El olvido!
Aun hablando con aquel tono desesperado, Tritos no lloraba, tampoco temblaba más allá de las vibraciones que recibía por el sacudido cuerpo de Titán. Solo reía con nerviosismo, descubriendo la locura que lo embargaba.
—¿Podemos considerarnos mejores que los humanos si no somos capaces de arriesgarnos? —cuestionó Titania, esbozando una leve sonrisa que desarmó al regente de Neptuno. Los ojos ambarinos le brillaban con gran determinación—. ¿Qué harás?
Tritos bajó la cabeza a aquella pregunta que hacía tiempo esperaba. La risa se cortó de repente, los hombros tensos se relajaron y la túnica hecha de agua dejó de moverse. Cuando alzó los ojos, habló pensando en el hombre más sabio al que conocía.
—Abrazaré mi destino con alegría.
—¿Por qué?
—Porque soy el estúpido compañero de viajes del aún más estúpido Ilión de los makhai. Dos veces he sido traidor en el pasado, abandoné incluso el amor que sentía por el conocimiento luego de milenios de encierro, ¿qué más da una tercera?
—¿Cuándo?
—Aún combates contra las fuerzas del Hijo que habitan en las Otras Tierras —advirtió Tritos—. Te creo cuando me dices que lucharás con o sin los dones divinos, pero sin ellos no podrás luchar en tantos sitios a la vez.
—Necesitaré todo mi poder para esto —asintió a Titania—. Para cambiar el nefasto futuro que a todos nos espera.
Sobre la palma de Titania, algo apareció, o más bien algo dejó de ser. Ni siquiera los vastos poderes psíquicos de Tritos podían ver la mayor de las armas de Titania, Oblivion, pues no había nada que pudiera verse. Era la negación de toda existencia.
—Regresaré cuando todo haya acabado, cuando todo empiece. Cuida de este lugar hasta entonces, Tritos. Seguirás siendo mis ojos y mis oídos durante un tiempo más.
La regente de Urano desapareció junto al trono desde el que había contemplado la batalla. Dentro de sí, Tritos casi sintió compasión por todo aquel que se pusiera enfrente de aquella ola de ilimitada devastación, que estaba más resuelta que nunca.
—Bueno, mientras ella aplasta a unos cuantos ángeles caídos, a mí me toca poner fin a la farsa en la que los santos parecen tener alguna oportunidad. ¡Desafiando a las Hilanderas, nada menos, por un amigo! Qué bajo he caído.
La Otra Dimensión y Titán estaban a punto de hacer contacto. Los cuerpos celestes perdidos en la infinidad de aquel espacio se aproximaban a toda velocidad. Lo primero era ocuparse de ese pequeño problema.
«¿Por qué no la cierra?»
Tan pronto tuvo aquel meditado pensamiento, Tritos vio que las paredes del vórtice se cerraban en un solo instante, dejando atrapados a todos los miembros de la vanguardia dorada durante unos valiosos segundos. Los pocos brazos que le quedaban a Adremmelech, ya desprotegidos, fueron cercenados por la violenta presión de la realidad recuperando la forma que debía tener; solo le quedaban dos. Y sobre uno, Akasha de Virgo había acumulado una cantidad de cosmos que no podía ignorarse.
«Me pregunto si alguna vez los ochenta y ocho santos de Atenea unieron fuerzas contra algún enemigo imbatible, haciéndolas crecer sin límite.»
Esa vez fue más descarado, incluso temió que Poseidón se le apareciese para darle el peor de los castigos, pero lo único que ocurrió fue que en el rostro entero de Titán apareció casi un centenar de jóvenes y valientes guerreros, cuyos cosmos se proyectaron al punto que miraban los siete ojos del gigante. Ondas Celestiales, así lo había llamado el santo de Altar de algún mundo lejano; la antítesis de la milenaria técnica de los santos de Cáncer, que en lugar de enviar almas al infierno las sacaba de allí. De los santos que quedaban, el único que podría detener algo así era Shun, y Tritos aun dudaba de él, ya que la Tormenta Nebular que detuvo seguía siendo producto del cosmos del santo de Andrómeda. En cuanto al cosmos que Brahmastra había estado absorbiendo, no era más que los residuos de sucesivos combates, descontrolados.
Las Ondas Celestiales pudieron recorrer la mitad del camino que separaba a Titán de Adremmelech, quien estaba en carne viva. Toda una generación de santos de oro, plata y bronce marcharon como figuras espectrales listas para sellar el alma del enemigo que los llevó a la desesperación, el dios del sueño Hipnos. Era arriesgado traer tantas almas así fuera por un segundo, pero seguía siendo un solo ataque, impulsado por un propósito ya definido y, más importante, bendecido por la siempre injusta Victoria.
Entonces, el invencible ejército de almas chocó con una fuerza tremenda que surgía de una brecha en el tejido del espacio.
«¿Por qué no la mantiene cerrada?»
Aquel pensamiento llegó a Titán como los demás, pero esta vez fue un consejo errado. ¡El poder que chocó con las Ondas Celestiales no provenía de la Otra Dimensión, sino que había llegado hasta la Esfera de Saturno desde aquel espacio extraño en que moraba el Segundo Hombre, Gestahl Noah, derribando todos los obstáculos que se le interpusieron! Era un sol de fuego fatuo nacido de la extinción de millones de almas, el rencor de la humanidad para con el padre ausente. Y alrededor de las llamas azules, brillaban con fuerza los doce signos del Zodiaco.
«Perderán.»
El recién llegado había traído un poder más allá del de los simples mortales, pero no lo bastante grande como para superar el fenómeno inaudito que tenía enfrente: las voluntades de todo el ejército de Atenea unidas con único fin, incluido el maestro que le enseñó todo lo que sabía. Entre las llamas del odio y la marcha de la justicia, Manigoldo de Cáncer ardió por completo, riendo.
Tritos no tardó en imaginar por qué. El sol azul expulsó una lluvia de fulgentes meteoros que cubrió todo el cuerpo de Titán, deteniendo por un momento cualquier ataque que estuviera a punto de reproducir. Y el ejército de almas que el mismo regente de Neptuno había traído llegaba hasta Brahmastra, sí, pero para fundirse con el éter que daba cobijo a Akasha, la escolta y los santos convocados que seguían con vida.
—Gracias, muchas gracias por vuestra ayuda —dijo Akasha con voz trémula. La sola presión del poder que estabilizaba, aún con la ayuda de Arthur, estaba fragmentando a Virgo e incluso hiriéndola. Cualquier error significaría la muerte de todos.
—¿Por qué? No hemos logrado nada y casi todos estamos muertos. Me pregunto si la princesa se habrá librado al fin de esa flecha en el corazón que le hacía decir tantas sandeces —bromeó Iskandar. Estaba acostumbrado a situaciones desesperadas como aquella, cuando sin importar lo que se hiciera la victoria era imposible.
—Lo he visto todo —aseguró Akasha, callándose la respuesta a la incógnita de Iskandar—. Luchasteis como los santos que conozco, con el mismo valor y justicia. Desde hace tiempo solo veía oscuridad y vosotros me habéis mostrado que en todos los mundos hay esperanza. Gracias, muchas gracias.
—Si… necesitabas… que te mostraran eso… —La vida de Saga, tendido sobre el suelo, se le escapaba a través de los labios manchados, pero no podía irse sin decir lo que sentía—. No mereces ser Suma Sacerdotisa… No tienes la fuerza…
Shion, quien había sacado a todos del forzado encierro en la Otra Dimensión, sintió mejor que nadie la angustia que aquejaba al santo de Géminis.
—El líder del Santuario no solo necesita fuerza. Sabiduría, justicia, compasión… Como representantes de Atenea, debemos seguir la senda que ella nos mostró. Ser como ella. Podemos errar porque somos humanos, pero sé que al final haremos lo correcto. Me siento agradecido de haber luchado a tu lado, Saga de Géminis. Espero que allá donde vayas encuentres la paz que buscas.
Avanzó hacia aquel hombre atribulado, e inclinándose, le cerró los ojos en un acto casi instintivo. ¿Cuántas de aquellas palabras le habían llegado antes de morir?
Para entonces, la última de las almas de las Ondas Celestiales se había fundido con Brahmastra. El escudo se concentró en una alargada lanza cuyo núcleo, cálido entre las manos descubiertas de Akasha, era la voluntad de ochenta y ocho santos.
—Es el momento, Akasha —dijo Arthur—. Sé que podrás sola.
La joven asintió, avanzando a paso lento por el dedo que Adremmelech extendía hacia abajo. Su propia alma conversaba con valerosos guerreros a los que jamás llegaría a conocer, pidiendo humilde la fuerza para usar bien todo el poder que había acumulado. Y cada uno asentía, porque eran santos de Atenea, como ella.
—¿No vas a decir nada? —comentó Sugita.
—No hay nada que pueda decir —susurró Atlas, pensativo. Evocaba un pasado remoto en el que, como ahora, sentía que todo lo que dijera sería insuficiente—. Creo que nuestras acciones le han dicho todo lo que necesitaba saber de nosotros.
—Es verdad que no he sido una digna representante de Atenea —aceptó Akasha. El Ojo de las Greas observaba a Seiya, percibiendo con claridad la desconfianza de la que este no podía desprenderse—. Pero es mi deseo estar la altura de todos vuestros esfuerzos. ¡Que lo que ha ocurrido aquí no sea en vano!
—Atacar. Hablar durante media hora. Atacar. Contarme tu vida. Atacar —refunfuñaba Tritos, impaciente. Titán seguía ardiendo como una antorcha inextinguible y aquellos necios, en lugar de aprovechar la situación, hablaban y hablaban. Desperdiciaban el tiempo, como él. Quizá eso era lo que más le molestaba—. ¡Atenea!
Era un grito desesperado, no esperaba que le contestaran, pero sí que hubo una reacción. Akasha estaba ahí, sobre él, con Brahmastra entre las manos y Virgo cayéndose a pedazos por el poder masivo que emitía. Si Titán hubiese atacado no habría tenido importancia: la joven fue más veloz que cualquiera de los ataques que el regente de Saturno había recreado hasta ahora.
«¿Y si el tiempo se detuviera? —pensó Tritos.»
Otro consejo inútil. Gugalanna seguía vivo y flechado en alguna parte. Incluso pudo oír a aquel santo de Tauro decir que no eran más que principiantes. Titán no le estaba siendo de mucha ayuda desde que Titania se había retirado.
—Si no empleo mis dones divinos, quizás…
No muy seguro, Tritos alzó la mano y una cúpula transparente cubrió la cabeza de Titán. Era una variable del Muro de Cristal sin el punto débil que tantos santos de Aries creían imposible de negar, habituados a los límites propios de los mortales.
Lo primero que golpeó la barrera fueron los dos puños de Adremmelech, quien ya no atacaba de lejos, sino que estaba frente a frente con el inmovilizado Titán. A bordo venían todos los demás, compensando las pérdidas de Gugalanna, Saga, Afrodita y Mystoria con la incorporación de Arthur, para quien la gravedad era como el Martillo de Dios que él podía asir a placer para hacer vibrar toda la cúpula, y los Pretorianos de la Atlántida, más silenciosos y veloces de lo que debían ser cinco tritones de doscientos metros. ¡Incluso Orestes encontró el valor de luchar contra ellos!
La cúpula cedió enseguida, y Tritos pudo ver cómo los fragmentos de puro poder psíquico ascendían para fundirse con Brahmastra. Era lo mismo con el fuego que cubría a Titán. Todo era devorado por esa alma avariciosa hasta que el manto de Virgo terminó de desintegrarse. Akasha atacó solo cuando todos se alejaron.
Todos, a excepción de Tritos, cuyo cuerpo estaba rodeado por la Corriente Nebular.
Notas del autor:
Ulti_SG. Típico, escribes un fanfic inspirado por los grandes del mundillo y enseguida esperas que ellos te lean. O, yendo más lejos, que te lea el autor de la obra original y no sea un George RR. Martin que quiera quemarte vivo por hacer esas cosas.
Sí, nadie quiere que choquen dos Exclamaciones de Atenea si no hay santos de bronce con carnet de protagonista cerca. Qué bueno que te caiga bien Iskandar.
Creo que la primera pista que di de que además de los doce santos de oro convocaron a un Papa es que el templo papal estaba sobre el yelmo de Titán. ¿Dónde estaba Shion y qué hacía? Esas son preguntas que jamás obtendrán respuesta, ¿está claro?
La suerte de los santos de Atenea es conocida en el mundo entero.
Me gustó darle ese toque a Seiya, aprovechando que Omega nos ofreció a una versión del personaje más centrada y con más matices. ¡Gracias TOEI!
Estoy seguro de que a Tritos le gustaría tener palomitas, no solo para darle sabor al espectáculo sino para tener algo que hacer mientras Titania lo deja boquiabierto con sus sorprendentes ideas. Puedo imaginar a Atenea dándole una crítica hiriente y mordaz, en sintonía con su versión de los mitos, o demasiado buena, para no herir sus susceptibilidades. Es lanzar una moneda al aire y esperar de qué lado cae.
Los mayores tramposos del fanfiction de Saint Seiya reunidos en una sola batalla. Si los santos de Atenea salen vivos de esta, ellos sí que se merecen una cerveza.
Shadir. Sí, creo que ya llegó el momento de dejar de apostar y quedarse con lo ganado… Excepto que el portero del edificio mide miles de metros y no te deja salir.
De Toro de las Tempestades, a perro pulgoso, ¡hasta allí caíste, Gugalanna!
Me acuerdo de que en Lost Canvas los dioses gemelos decían que esperar doscientos años era nada para ellos, mientras que los humanos en ese tiempo, bien mueren, bien acaban viejos, viejos. Visto de ese modo, las vacaciones de Atenea deben ser breves, breves. ¡Y aun así la gente se empeña en interrumpirlas! Recemos por sus almas.
