Capítulo 127. Principio y final

La falsa diosa sacó el pie del zapato, del mismo color que las prendas que vestía, y lo dejó a solo un metro de distancia del débil y ciego creyente. Gugalanna no cabía en sí de gozo, se inclinó hacia la delicada piel, deleitándose con la risilla que oyó cuando los pelos de su barba se mezclaron con los dedos, y abrió la boca.

A punto estuvo de morder el más suculento de los manjares, pero la falsa diosa lo conocía demasiado bien y apartó el pie solo para ver, divertida, cómo los dientes del santo de Tauro chocaban entre sí. Ahora tenía el talón a la altura del pecho del frustrado inmortal, con dos dedos jugueteando con la Maldición de Apolo.

—Por favor —se oyó decir Gugalanna, pues cuando estaba frente a ella no podía asegurar que fuera él quien hablaba—. La odio.

Pirra, primera elegida de la constelación de Virgo, esbozó aquella sonrisa tan suya. Todo está bien, decía. Luego alzó la pierna, arrancando la odiosa flecha con la sola fuerza de dos pequeños dedos, como si todo el tiempo hubiese sido solo una molesta astilla que incluso un niño pudo haberle arrancado. La saeta giró sobre sí misma un par de veces hasta que, a la altura de la mujer, esta la agarró con la mano.

—Eres tú —repitió el santo de Tauro, anonadado al ver desaparecer sin más el proyectil. La tal Akasha podía verse igual, pero no tenía ni por asomo ese poder ilimitado frente al que todas las cosas se doblegaban—. Sigues siendo tú. Atenea.

—Lo mismo podría decirse de ti —dijo la mujer, bajando la mano hacia la mitad inferior del traje—. No te importaba tanto esa flecha, mi toro travieso.

Gugalanna, que había seguido la mano con la mirada, no pudo ver la planta del pie estampándosele en la amplia frente. Para aquella que fue llamada diosa por sus pares, era un gesto casi amistoso, una manera de hacer que el santo de Tauro volviera a recostarse. Pero el cuello del inmortal se rompió.

—Mi señora —dijo una voz serena proveniente de todas partes—. ¿Tan inesperado es que un perro actúe como lo que es, como para recibir semejante castigo?

—A veces olvido que existen muy pocos hombres en el mundo capaces de aguantar mi fuerza —dijo la falsa diosa. Lo más parecido a una disculpa que ella diría—. Es por eso que lo aprecio. Como es inmortal, no tengo que preocuparme de que se muera.

El cuello de Gugulanna se restauró a tiempo de que el guerrero pudiera oír el halago y ver aparecer al primer santo de Géminis. Era un hombre de largos cabellos castaños y un rostro imperturbable, de una tranquilidad tan plena que era imposible saber si alguna vez decía algo de lo que no se pudiera dudar. Aun entre el Zodiaco, casi nadie sabía la historia detrás de aquel sujeto venido de Oriente antes de que se les uniera durante la segunda guerra atlante, ya que usaba una identidad distinta cada vez que alguien le preguntase; durante miles de años solo llegó a repetir un nombre alguna vez, Sousuke.

—Huele mal —dijo Gugalanna al fin, mientras se incorporaba—. ¿Por qué huele mal? Titán había borrado todo el universo, ¿no?

—Estoy seguro de que eso es lo que cree —dijo Sousuke—. Al menos, el mundo en el que todos habéis estado luchando hasta ahora.

Al percibir confusión en Gugalanna, el santo de Géminis decidió mostrarle lo que estaba ocurriendo. Titán había borrado el suelo en un vano intento de librarse de las cadenas, pero estas parecían estar ancladas a la nada misma, así que optó por borrar todo aquello que podía ver, lo que abarcaba la totalidad del mundo que había sido creado en la Cámara de las Paradojas, y el grupo que creía estar a salvo en el interior de Brahmastra, una esfera formada por el alma de…

—Es ella —dijo el oriental, interrumpiendo la conexión con Gugalanna.

—Sí —dijo la santa de Virgo—. Es por eso que estamos aquí, mi travieso, mentiroso e incompetente toro inmortal. Mi esposo quiere que ella sea feliz, así que tenemos que ayudarla a escapar. Es porque sigues aquí que no pude traer a quien no me falló.

—¡Fue por culpa de Enkidu y esas malditas cadenas! —exclamó Gugalanna, avergonzado—. Si no nos hubiese traicionado, te habría traído la cabeza de Gilgamesh en una bandeja de plata y… y…

Cabeceó con fuerza. ¿Qué importaba todo eso? Ahora tenía la oportunidad de demostrar su valía. Solo tenía que salir de aquel lugar, que cada vez le recordaba más al Hades. Desde luego, el hedor que le llegaba solo podría provenir del Aqueronte.

—La Tierra es plana —afirmó el santo de Géminis, lo que pareció divertir a quien era señora de ambos—. La Esfera de Saturno recoge todas las posibilidades y nuestro enemigo decidió crear una tierra plana, sin horizonte, con el infierno bajo tierra.

—¿Ese es el lugar en el que hemos estado luchando todo este tiempo? —preguntó Gugalanna, percatándose de que no le habían prestado mucha atención a lo que los rodeaba. Cosa de tener que luchar con un Santuario andante y viviente que podía reproducir cualquier ataque, fuera de santos o de los enemigos que estos enfrentaban.

—Ese es el lugar en el que seguiremos luchando.

Así habló la santa de Virgo antes de que los tres desaparecieran del submundo.

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El campo de batalla que Titania le había ordenado construir volvió al blanco puro original, sin materia, ni espacio, sobre el que podría crearse un nuevo escenario. Solo un pequeño punto permanecía en pie, ofreciendo resistencia a la Negación de Titán: el manto de Shun se había restaurado, tomando los restos de cosmos que se habían unido en las pasadas luchas para despertar la auténtica fuerza de la constelación de Andrómeda. ¡El milagro de Elíseos se repetía frente al impotente gigante!

Pero más grande que la frustración de no haber acabado con ese humano era el desagrado que le provocaba no ver nada a excepción de aquel. El cuerpo de Titán dejó de mostrar imágenes de muerte, ahora solo había vida en él, nacimientos de toda suerte de vidas determinantes, las primeras estrellas de los albores del tiempo y el propio comienzo de todo, el paso de un insignificante punto que acabó convirtiéndose en una infinidad de universos, pura posibilidad manifiesta. Big Bang.

Con cuidado de no pensar en Brahmastra y los que estaban en el interior, Titán recreó el mundo plano que había estado construyendo incansable. No podía hacer nada con el infierno de la batalla interminable, pues ya estaba en su interior cuando decidió usar la Negación, pero dejaría de molestarle una vez se cerrara esa grieta, y el otro brazo ya estaba libre. Shun había tenido que deshacer la Tormenta Nebular para sobrevivir. Solo tendría que esperar un poco y lo destruiría; si no era capaz de desaparecer las cadenas, incluso negándoles un soporte, solo tenía que nulificar la distancia.

Ajeno a las cavilaciones del astral, depósito de órdenes no muy precisas sobre luchar sin descanso, una trinidad de santos de oro apareció de improviso en el renacido mundo. Shun no pudo reconocer al que portaba el manto de Géminis, pero la mujer cuyas espaldas eran cubiertas por Gugalanna sí que le sonaba.

—A eso lo llaman milagro de Elíseos —susurró Gugulanna, quien como la mayoría de los santos convocados había conocido la historia entrando en la mente de Akasha—. Usando el icor como catalizador, adquirieron un poder semejante al de nosotros…

Las últimas palabras fueron apenas audibles. Después de todo, estaba hablando a aquella a la que los primeros santos de oro, auto-proclamados dioses, elevaron por sobre todo lo demás. ¿Qué mortal podría comparársele? Abrumado por una mezcla de fe y pasión frustradas, Gugalanna prefirió no decir nada más.

—La divinidad está presente en este mundo —afirmó el santo de Géminis—. En cada vida sacrificada, tras cada acto de valor y bajo la luz de cada rayo de esperanza seguido por los santos que aquí lucharon y murieron. El icor es solo un medio.

El nombre de Atenea no fue pronunciado por el enigmático sujeto. Era tabú hacerlo estando Pirra de Virgo presente, así ella jamás se los hubiese prohibido. Al fin y al cabo, durante miles de años creyeron que esta era la diosa de la sabiduría encarnada. Pero todos tenían muy claro que era Atenea quien estaba presente, de algún modo.

—El poder de Capricornio fue despertado a través de la lealtad. No del todo, ya que solo era la marioneta del auténtico campeón de Amaltea. —Pirra vislumbró la batalla librada en un solo destello, para luego transmitírsela al santo de Géminis y los que pronto llegarían—. Virgo ascendió gracias a todos los demás —comentó con un deje de nostalgia—. El rey Atlas de otro mundo obtuvo el poder de Aries mediante la ira, Titán fue un necio al provocarlo. En cuanto a Andrómeda… Sacrificio, ¿no?

Los ojos de Pirra y Shun se cruzaron por un momento en el que el santo de bronce sintió que nada podía ocultarse a aquella mirada. Solo una vez en la vida se sintió así, cuando una voluntad divina lo usó como receptáculo, y la sonrisa cruel de la santa de Virgo, tan parecida a la que él conocía y a la vez tan distinta, no mejoró las cosas. Fuera quien fuese la de platinados cabellos y ojos violeta, ya lo sabía todo de él; tenía un dedo levantado, rozándole los labios, como indicando que le guardaría el secreto.

Y, acto seguido, lo hizo desaparecer.

A Titán no le gustó aquello. El hombre que había resistido la Negación no podría morir con tanta facilidad, así que aquella recién llegada lo había enviado a algún lugar al que él no tenía acceso. Echó atrás el brazo izquierdo mientras reducía a cero la distancia que separaba a aquellos tres santos de oro de su campo de acción, y lanzó un potente puñetazo que no llegó a alcanzar a ninguno. Habían desaparecido.

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Tan pronto reaparecieron, a una distancia segura de donde Titán rugía con la misma intensidad de una catástrofe natural, pudieron ver una esfera de luz traslúcida donde se hallaban Orestes, Sugita, Seiya, Arthur, Shun y Akasha. Para Gugalanna era un dolor de cabeza mirar a la tímida Suma Sacerdotisa teniendo a aquella que veneró como una diosa justo al lado, pero pronto encontró algo que lo distrajera.

—Zemus está aquí. ¿¡Por qué ese anciano está aquí!?

Aun sin armadura, el primer santo de Cáncer quitaba el aliento con su sola presencia. Lo cubría una holgada túnica más negra que el cielo nocturno, hecha de almas en pena, espíritus quebrados más allá de toda solución e hilos de sufrimiento y lamentaciones. La pura esencia de todos los males que el hombre aquejaba era el manto que vestía aquel hombre, criado por Telquines, que siempre había repudiado la raza a la que pertenecía. Lo dejaba muy claro con el aspecto decrépito que nunca se había molestado en cuidar, a diferencia de sus igualmente longevos compañeros del Zodiaco: una larga barba sucia, parecida a una nube gris; la piel vieja y apergaminada, casi pegada a los huesos, llena de manchas; dos ojos hundidos tras dos cejas tan pobladas que parecían una sola, reflejo de una demencia casi total. ¡Hasta tenía las orejas puntiagudas y retorcidas de los brujos del mar! Lo único que le faltaba era ser azul.

—Lo necesitamos —dijo una voz musical—. Deucalión no debe luchar aún. Adremmelech ha decidido no venir…

—¡Shemhazai! —gritó Pirra en cuanto apareció la primera santa de Sagitario, lo más cercano a una confidente que tuvo entre la orden que por milenios debió dirigir—. ¡Estaba segura de que tú vendrías!

Gugalanna rechinó los dientes. Shemhazai de Sagitario era hermosa, desde luego. Tenía el cabello dorado de una princesa de cuento, así soliera recogérselo en una cola de caballo, y una piel muy, muy suave, bien lo supo él el día en que acabó con la cara destrozada. Pero no era más que apariencia: todas las mujeres del Pueblo del Mar eran bellas, solo que Hashmal no quiso esperar a conocer a más y decidió llevarse a la primera que vio. ¿Y qué ocurrió luego? Que desposó a un espíritu libre que lo desobedecía cada que quería. ¡Una mujer! ¡A un hombre! Desde los primeros días que debieron luchar juntos, Gugalanna ya pensaba que Shemhazai no merecía la belleza con la que los dioses la habían bendecido, más bien debía haber nacido varón.

—Hashmal tampoco vendrá —advirtió Shemhazai, esbozando una sonrisa forzada al ver que Gugalanna parecía a punto de echársele encima. Pero pronto cambió el semblante, señalando la esfera que estaba a escasos minutos de hundirse en el interior de Titán—. Está con ellos. No, es uno de los Astra Planeta.

Pirra asintió, acariciándose el vientre por acto reflejo. En ese momento, Shemhazai se percató de un detalle peculiar.

—¿Por qué tienes solo un zapato?

—Se lo dejó en el infierno —dijo el santo de Géminis como fuera algo cotidiano, dejando a todos estupefactos—. Eso es lo que ocurrió, en apariencia, pero se dice que los designios de nuestra señora son inescrutables.

—¿Lo son? —cuestionó Pirra, distraída.

—Sí —dijo Shemhazai—. Parece que ellos se están impacientando —les hizo notar, cabeceando hacia donde estaba Brahmastra, justo al lado de Zemus.

—Estoy de acuerdo con la yegua alada —dijo Gugulanna—. ¡Ataquemos! ¡Estando unidos siempre hemos sido invencibles!

—Faltan muchos —advirtió el santo de Géminis.

—Me basta con ella —insistió Gugalanna, señalando a la falsa diosa—. Si es poder lo que necesitamos, a ella le sobra. ¡Esa cosa no podrá detenerla!

—¿Y si soy tan fuerte por qué me morí? —cuestionó Pirra. Fue cruel de su parte: Gugalanna no estuvo en la guerra en la que la mayoría murieron—. Esperaremos a que Zemus traiga a los demás. Si no hubiesen tardado tanto en decidirse podríamos haber entrado todos junto a ese santo de Cáncer, Manigoldo.

El variado grupo que permanecía en el interior de Brahmastra no había querido intervenir en esa conversación tan extraña. No por el gran poder que cada uno de los recién llegados tenía, sino porque al fin y al cabo era gracias a ellos que seguían a salvo. Pero la grieta en el muñón derecho de Titán estaba a poco de cerrarse.

—Sea lo que sea que queráis hacer —dijo Seiya—, hacedlo ya. No nos queda más tiempo que desperdiciar viéndoos no hacer nada.

Aquel reclamo enfureció a Zemus, cuyas largas y huesudas manos no llevaban todo aquel tiempo girando en mano. ¡Si no fuera por él, pionero en el viaje entre los universos y guía del Zodiaco, Titán ya los tendría a todos a tiro! Pirra lo tranquilizó, sonriéndole, ya que tanto entendía a aquel venerable sabio como a los demás dioses del Zodiaco. La lucha que Zemus de Cáncer libraba con Titán de Saturno era silenciosa, lo que uno hacía el otro lo negaba y al final nada ocurría. Era lo mismo por su parte: el astral había pretendido usar la Negación con ellos, borrar las existencias molestas que le impedían hacer lo que fuera que quisiese hacer, y aunque solo ella, falsa diosa, los mantenía a salvo, estaba consciente de que para la mayoría no estaba pasando nada. El único que tal vez entendía el tira y afloja era el santo de Libra.

—Todo está bien —indicó la falsa diosa, sonriéndoles a todos, mirando a la joven tan parecida a ella. ¿De verdad había reencarnado luego de la derrota de Hades, o no era más que otra broma de los dioses para castigar a Deucalión? Sin tener una respuesta, aquella que una vez creyó saberlo todo miró a Arthur, el observador—. El Santuario ha vuelto a depender de una santa de oro tras milenios poniendo una máscara a las mujeres. Y Capricornio sigue siendo el principal apoyo para Virgo. ¿Qué más semejanzas hay entre nosotros, la primera generación de santos de oro, y vosotros, los últimos santos que el mundo necesitará? —vaticinó, generando sorpresa en el frío y racional corazón del santo de Libra—. Observa lo que ocurre, Demonio de LaPlace, e informa bien a tus camaradas. La Otra Dimensión no se abre por arte de magia.

Todos se miraron entre sí, confundidos solo al inicio. ¿Tanto tiempo llevaban siendo ayudados por esos desconocidos? La atención de la mayoría estaba en Arthur, quien parecía guardarse algo para sí. Los ojos del Juez brillaron cuando nuevas presencias aparecieron al son de un chasquido de dedos.

—¿Ves, Gugalanna? —la temperatura de todo el lugar bajó estrepitosamente, señal de que la salvaje santa de Acuario era la primera en llegar—. Ahora sí que podemos ir.

La falsa diosa fue cubierta por el manto de Virgo, mientras que el anciano Zemus, riendo como debían reír los demonios, fue cubierto por el manto de Cáncer, siendo el primero en seguirla. Gugulanna no entendió por qué, nunca lo había entendido: ¿qué motivaba al más perverso ermitaño que hubiese pisado a la tierra a seguir a una humana, por mucho que la llamaran diosa? ¿Por qué fue leal incluso durante la Guerra de la Magia, contra los Nueve de Rodas? ¿Por qué acudió a la guerra en la que la mayoría cayó pudiendo gobernar su propio mundo por siempre? ¿Qué promesa…?

«Viejo verde… —pensaba, dubitativo. No podía meterse en la piel de algo tan inhumano, así que decidió juzgarlo como se juzgaría a sí mismo—. ¡Cerdo putrefacto!»

Mientras dudaba, Shemhazai, Sousuke y otros cuatro bólidos de luz —Belial de Aries, Sephiria de Libra, Selvaria de Acuario y Mateus de Piscis— se le adelantaron, pero igualmente él pudo ponerse a la altura de Pirra enseguida. La mayoría prefería ser la vanguardia de aquella a la que decidieron obedecer.

No sabía que supiera volar.

No sabías volar —contestó Pirra—. Yo decidí que aprendieras.

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Era ahora o nunca. Aquellos santos de oro paralizaban el cuerpo de Titán, el sexto mundo se adentraba en el interior del alba y la grieta empezaba a cerrarse.

—Un último esfuerzo —pidió Sugita a la joven apenas consciente que mantenía la barrera—. Y podrás descansar.

El tono amable del santo de Capricornio llegó al corazón de Akasha, quien, agotada por completo, tornó Brahmastra, la barrera que los rodeaba, en un túnel etéreo directo a la brecha en el brazo derecho de Titán, el portal que Atlas abrió para ellos. Arthur impidió que cayera de bruces al suelo, todavía atribulado por la similitud entre ella y la que sin duda debía ser la misma santa de Virgo de la que le habló Oribarkon. ¿Podían ser la misma persona? ¿Podía ser Akasha la reencarnación de Pirra de Virgo?

«Nosotros logramos servirnos de las cuatro fuerzas del universo. Yo de aquella que mantiene el balance del macrocosmos, tú de la que es fundamento de toda materia. Ella… —La sonrisa de la primera santa de Virgo, diabólica, le impedía pensar en ella como Akasha—. Es la encarnación de una fuerza que es la suma de todas las demás. La clase de ser que busca asir los hilos del destino y doblegar la misma realidad.»

No se atrevió ni siquiera a pensar que era el poder al que algún día aspiró. La antítesis del demonio en el que poco a poco se estaba convirtiendo.

A medio viaje, Sugita y Seiya fueron los primeros en entender que ni con la velocidad que podían alcanzar recorrerían aquel corto tramo antes de que la grieta se cerrara. Fue una corazonada para ambos, pero estaban acostumbrados a que aquello bastara.

Seiya miró una última vez a Shun, que corría decidido. Aunque el manto de Andrómeda había renacido, seguía teniendo las heridas que él le provocó. Un ojo permanecía cerrado, tal vez para siempre. El guerrero alado, aun repudiando aquel acto pasado, no lo dio a entender; lamentaba más el terrible destino que le esperaba a su amigo.

De un gran salto, salió del túnel para afrontar el cataclismo con el que Titán pretendía echarlo abajo. Para aplastar la última obra de Akasha de Virgo, el astral convocó cien brazos de oro, réplica de un evento reciente: el combate entre Adremmelech y el propio Titán. El santo de Sagitario se alistó para retenerlos, a sabiendas de que algo más venía desde el rostro deforme del gigante. El Clamor del Zodiaco de Regulus de Leo llegó hasta Seiya a una velocidad imposible, llenando todo de un destello cegador.

Sugita sí que se despidió de los desconocidos, o al menos de Arthur, ya que Orestes era como una piedra, Akasha dormía y Shun solo miraba hacia la salida, resuelto. No sabía qué nuevos desafíos enfrentarían, pero confiaba en que el destino les sonriera.

Luego corrió más veloz que quienes le seguían, dejando atrás el más valioso tesoro que pudieron concederle los dioses: su condición de ser humano. Hizo arder su cosmos más allá de todo límite, abrazando la misma bendición celeste que mantuvo en pie al gólem Adremmelech. Las extremidades, el cuerpo, el rostro, el poder que poseía… Todo se convirtió en un haz terrible que, al impactar con el alba de Saturno, logró volver a ensanchar la grieta que Atlas había abierto.

Así lograron los viajeros, embajada de paz, alcanzar el interior del alba de Saturno, que daba acceso a todo tiempo y lugar. Allí descubrieron que la esfera a la que se dirigían no era la suma de los seis mundos, sino tan solo el sexto, el de las batallas interminables; el Santuario se había reformado allí por la acción de una fuerza más allá de la imaginación de los mortales, que tan solo podía pertenecer a uno de los Astra Planeta.

La cadena triangular se clavó en la esfera. Orestes corrió a través de ella. Shun le siguió, dejando la cadena circular en manos de Arthur como ancla. Este último se dejó arrastrar solo después de tocar el borde del alba abierta de Saturno, cuyos componentes —eventos de incontables batallas— llevaba tiempo estudiando.

Al cierre de la grieta. El cuerpo de Titán empezó a estremecerse. Miles de almas surgían de él, autónomas y con una insaciable sed de venganza. Pronto el titiritero quedaría frente un ejército de marionetas sin hilos, con los dioses del Zodiaco comandándoles.

Notas del autor:

Con este capítulo, culmina el cuarto arco de esta historia. ¡Mil gracias a todos los lectores que siguen pendientes de ella!

Ulti_SG. ¡Que el Cosmos os acompañe!

Por las leyes del RPG, nunca es posible matar al boss de un solo golpe. O te falta fuerza, o ese límite de 9999 de daño te juega una mala pasada. ¡Al menos no fue miss!

Akasha y los Astra Planeta están condenados a no entenderse nunca, al parecer.

Ya se puso la armadura. Bien, ahora falta que se rompa el casco para poder decir que la batalla… ¿Cómo, Tritos? ¿Atacas mostrando spoilers? ¡Eso no se hace! Y encima se va después, ¡vuelve ahora mismo! Bromas aparte, por lo que vimos en el capítulo 120, por no hablar de toda esta historia, era de esperar que Akasha reaccionara de ese modo. Muy acertada la comparación entre el gesto de Titán y querer aplastar una mosca. Por suerte los demás deciden intervenir. ¡Incluso Orestes hizo algo! Parece que su PTSD respecto a los Astra Planeta ha remitido, o al menos encontró el valor de intervenir.

Cómo me alegra haber podido volver a Iskandar tan carismático. Desde que lo conocí en la primera versión de Némesis Divino me ha caído bien. Mis problemas con el excesivo humor del cine actual me hicieron plantearme borrar esa última línea, pero al final la conservé. ¡Los santos de Atenea están hechos de otra pasta! Y aparte me sirve como nexo para la escena con la que cierra el capítulo.

En efecto, los dos santos de Aries cayeron en este capítulo. En el caso de Atlas, abriendo la puerta hacia la salvación. Pensar que el otro grupo de personajes solo tuvieron que lanzar un barco hacia el Hades para escapar… ¿Porque escaparon, no?

La técnica de Titán impresiona, sí, nada más mortífero para un fanfiction que te ha llevado tanto escribir como ver cómo se borra la única copia que tienes.

Sí, es una flecha bastante problemática. No lo mata, porque es inmortal, pero tampoco lo abandona. Jamás. Debe de ser frustrante. Como ponerse de pie justo cuando alguien decide cargarse el suelo. Y para rematar, un giro que el grandullón no se veía venir. ¡La Atenea de sus sueños aparece ante él! ¿Será que en realidad murió y fue al cielo?

¡Ojo, que este es otro capítulo excelente de esta excelente tanda, no solo uno bueno como los demás! Menuda racha llevamos.

¡Salud!

Shadir. Nada como crear tu propio mundo para batallar sin pensar en las consecuencias. Como todas esas veces en las que en Dragon Ball convencían al enemigo de turno de alejarse de las zonas pobladas. Aquí pudieron darse con todo.

Por desgracia, Titán es un monstruo fuera de toda proporción e incluso huir de él es una batalla en sí misma, no una mera decisión a tomar.

¿Te refieres a Ares? Todo es posible en esta loca historia.