Capítulo 135. Shaula y el país de los gigantes
Al abrirse el portón, el amanecer llenó la amplia sala hasta llegar al único huésped: una joven de mediana estatura que dormía en una cama envuelta de tela escarlata, donde bien podría estar descansando un elefante.
Como en no pocas ocasiones, Mithos se quedó en la entrada sopesando las ventajas e inconvenientes de despertarla. Aun ahora, cuando los rayos de sol hacían que se moviera de un lado a otro, refunfuñando con los ojos entreabiertos, tenía la oportunidad de echarse para atrás, cerrar el portón y que ambos tuvieran una mañana tranquila. Podía elegir entre eso y enfrentar el humor con que despertaría.
«Parece tan inofensiva ahora. Podría quedarme aquí, en silencio.»
Enseguida desechó tan descabellada idea. No solo porque fuera deshonesto vigilar a una dama mientras dormía, sino porque desde hacía tiempo Mithos intuía que el latido de un corazón humano, en especial el suyo, podría bastar para que despertara descubriendo que alguien podría haber estado observándola toda la noche.
Armándose de valor, Mithos atravesó la estancia, demasiado grande, con pasos lentos y cautelosos. En parte se debía a la ausencia casi total de decoración, pero sospechaba que aun si hubiese estado amueblada los cincuenta metros de pasillo seguirían estando allí, flanqueados por dos hileras de altísimas y gruesas columnas de base rectangular.
—Buenos días, Mithos.
El susodicho quedó paralizado a un par de pasos de la cama. La chica estaba sentada, frotándose los ojos. La manta escarlata ya no la cubría, pero por fortuna aquel no era de esos días en los que se había acostado sin nada puesto. Llevaba la holgada túnica que le obsequiaron la noche anterior, la cual dejaba al descubierto el hombro izquierdo. Tal ropa, propia de la Antigüedad, le sentaba muy bien a quien era hija de una ninfa.
—B-Buenos días, señora Shaula —saludó Mithos, avergonzado por el tartamudeo que no había sabido corregir a pesar de los meses.
—Señorita —corrigió Shaula, haciendo un mohín que no duró mucho. Mientras se colocaba las sandalias, añadió—: Soy más joven que Akasha, ¿recuerdas? Que fuera me llamen señora lo puedo dejar pasar, que lo hagas tú no.
—¡Perdón! Buenos días, señorita, digo, lady Shaula.
Ella no le hizo caso. Bajó de la cama y empezó a mirar en todas direcciones, como buscando algo. Resultó ser la corona de laurel extrañamente azulada, otro regalo de la pasada noche, que se había quedado en el centro del amplio lecho.
—¿Y a qué has venido, Mithos? ¿Por qué llevas puesto el manto sagrado?
En los ojos de Shaula, azules como un cielo límpido, estaba reflejado el santo de plata Mithos de Escudo, un chico, no mucho mayor que ella, que había resucitado como el decimotercer Campeón del Hades. Este tenía en la mano una máscara dorada.
—Ya has visto mi rostro —le recordó, avanzando. Con cada que paso que daba, Mithos retrocedía dos más—. Lo ves cada mañana, ¿no?
Ruborizado, Mithos asintió, aunque seguía ofreciendo la máscara, rezando porque Shaula no se lo tomara como un insulto. La muchacha, acostumbrada a esa timidez tan extraña en quien en el pasado año la salvó de una muerte segura, se limitó a esperar, sin darse cuenta de que se estaba rascando la mejilla.
—T-Tenemos que salir —logró explicar Mithos—. Ha ocurrido algo.
—Está bien, está bien. Dámela.
Al ponerse la máscara, algunos mechones del pelo se movieron, revelando unas pequeñas orejas puntiagudas, legado de la ascendencia materna de Shaula. No era el único: los ojos celestes también le venían de la madre, y la piel, aunque clara debido a la sangre humana, era tan perfecta e imperecedera como la de una ninfa. Aquellos rasgos, junto a la ropa antigua y la corona de laurel que llegó flotando desde la cama hasta posársele sobre el cabello, castaño con destellos rojizos, le daban la apariencia de una deidad menor. Una que por la tradición debía ocultar el rostro.
—¿Ya estás conforme? —Antes de que Mithos respondiera, Shaula cabeceó negativamente—. ¿Me veo bien?
—Como una diosa.
Fue una respuesta espontánea. Demasiado literal, tal vez, pues de un momento para otro el dedo de Shaula apuntaba al peto plateado como el aguijón de un escorpión.
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El cuerpo de Mithos salió volando al exterior, donde chocó de lleno contra una manzana de unos cuatro metros de altura. Aun mientras caía, deslizándose a través de la rojiza superficie, la fruta subía y bajaba al son del conteo de un hombre.
—Novecientos noventa y siete, novecientos noventa y ocho, novecientos noventa y nueve… ¡Y mil!
Tras ese último grito, el sujeto que se ejercitaba con la manzana más grande del mundo alzó los brazos con tal fuerza que terminó por enviarla más allá de las nubes.
—Uf, pensé que llegaría a los mil levantamientos antes de que llegaras. ¡No en vano eres Mithos de Escudo, que se enorgullece de ser el saco de arena más resistente del Santuario! Oh, ese no puede ser el título. ¿Cuál era?
Este no pudo responder de inmediato, ya que tenía los sentidos adormecidos. Poco a poco reconoció a Subaru, vestido como un civil de Rodorio. Muy atrás estaban dos cajas de Pandora, una de plata con la imagen en relieve de un reloj de arena, y otra dorada, que contenía el manto de Escorpio.
—Podrías haberme avisado —se quejó Mithos, ya de pie, mientras se quitaba el polvo—. Habría sido más eficaz que hacer mil flexiones con esa manzana gigante.
—Ahora que lo dices… —Subaru cerró los ojos, pensativo. Por unos cuantos segundos pareció posible que admitiera un error—. No. Las relaciones maduran con los golpes del día a día. Además, necesitaba hacer ejercicio para desentumecerme.
Mithos se guardó las ganas de darle un manotazo al no saber si este lo había previsto. Aquel japonés risueño y optimista tenía la misteriosa facultad de ver el futuro con nitidez. En concreto, estaba al tanto de la línea del tiempo de una persona, Shaula de Escorpio, a quien acompañaba siempre por ese motivo. Nadie en el Santuario podía explicarse cómo funcionaba esa habilidad, mucho menos habían podido replicarla.
Entretanto, la joven ninfa salía de la inmensa edificación que le habían dejado para descansar, semejante al octavo templo zodiacal de no ser por un par de detalles: las dos estatuas en la entrada, que representaban el mito de la muerte de Orión, y que la construcción era entre diez y quince veces más grande que el templo de Escorpio.
—Si has sobrevivido a esto, es que eres el auténtico Mithos —dijo Shaula, quien caminaba hasta el par de santos de plata—. Por un momento lo dudé. Ese halago exagerado no era propio de ti. En absoluto.
—Lo lamento, no quería… ¡No era mi intención ofenderte!
En realidad, en el interior del templo Mithos había dicho lo primero que se le pasó por la cabeza, pero no pensaba discutirlo. Ella siempre encontraría una razón para golpear a alguien sin que pudiera interpretarse que simple y llanamente se había enojado.
—No me he ofendido —insistió Shaula.
Y justo en ese momento, la manzana gigante cayó sobre la joven ninfa, a quien le bastó un solo dedo para detenerla en seco.
—Podrías haber avisado de esto.
—Ay, Mithos, tienes mucho que aprender de las mujeres —dijo Subaru—. ¿Alguna vez has visto a un santo de plata dudar de la capacidad de un santo de oro?
—No…
—Pues no debería ser distinto según el género del santo de oro en cuestión.
—Subaru —dijo Shaula, aún teniendo encima el fruto. Usaba el tono neutro que solo empleaba cuando llevaba puesta la máscara, casi imposible de interpretar—. ¿Por dónde quedaba el pueblo más cercano?
—En un valle nueve kilómetros al sur desde aquí, más o menos.
—Gracias.
Como si aquella manzana no fuera más que una diminuta pelota de béisbol en manos de un jugador profesional, Shaula la arrojó en la dirección marcada por Subaru. Lo hizo con tanta fuerza que en un instante ya se había perdido en el horizonte.
—Y así se extinguieron los dinosaurios…
Se oyó un largo suspiro. Mithos no supo discernir si Subaru bromeaba o había dinosaurios en aquellas tierras. Tan extrañas eran estas, donde quienes medían dos metros y medio eran considerados enanos, los árboles llegaban a alcanzar los quinientos metros y las briznas de hierba eran tan altas que podrían derribar a un hombre que corriera hacia ellas de forma descuidada, que encontrarse de pronto con un tiranosaurio sería casi normal. Era el país de los gigantes, después de todo.
—¿Listos para partir? —dijo Shaula, entusiasmada por la partida de caza que habían planeado el día anterior. No todo los días tenía uno la oportunidad de enfrentar extintas bestias que solo aparecen en la mitología.
—C-Creo que antes de hacer cualquier movimiento deberíamos pensar en nuestra situación. Han ocurrido demasiadas cosas.
Aunque miraba a Shaula, Mithos no pudo evitar ver con el rabillo del ojo a Subaru, que aprobó la propuesta con un gesto afirmativo. Mientras la joven ninfa usara máscara, esa era la única forma de saber si se habían usado las palabras correctas.
Los tres formaron un círculo y empezaron a reconstruir los acontecimientos desde la destrucción del Santuario.
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Aunque todos los santos que se hallaban en el Santuario durante el ataque habían intentado mantener en pie la montaña sagrada, el poder que enfrentaban era demasiado grande y al final debieron desistir. De los que los que intervinieron, solo Shizuma de Piscis pudo escapar de alguna forma, mientras que Shaula quedó a medio camino por intentar proteger a quienes por cuidar que no volviera a salir a hacer alguna locura se habían quedado varios días en la Fuente de Atenea.
Por primera vez, Subaru enfrentó algo demasiado grande como para poder predecir todas las posibilidades, de modo que los tres acabaron en medio de la distorsión. Uniendo fuerzas como habían hecho desde el día en que se conocieron, lograron capear la tormenta espacio-temporal y acabaron cayendo en aquella tierra extraña.
Fue un día agitado. Ni siquiera habían terminado de entender lo que estaba sucediendo cuando empezaron a sufrir los ataques de los lestrigones, gigantes antropófagos cubiertos con armaduras de bronce y armados con grandes mazos y espadas hechos de un metal proveniente de las estrellas. Medían entre cuatro y seis metros y gozaban de una fuerza prodigiosa con la que hacían cimbrar la tierra tras cada golpe fallido. Sin embargo, poco podía hacer el poder bruto contra quienes dominaban el cosmos. Cien de aquellas bestias sedientas de sangre cayeron durante el avance de Shaula de Escorpio por una ciudad donde hasta la más humilde casa podría tener dentro un castillo de considerables proporciones. Mithos y Subaru se limitaban a seguirla.
Llegaron a una plaza donde les esperaba un millar de lestrigones, aunque ninguno se atrevió a dar un paso a donde estaba Shaula y el mortal aguijón que era su dedo extendido. Más bien, se apartaron en dos densas columnas para dejar paso a un gigante con rasgos más humanos, protegido por una pesada coraza compuesta por polígonos de cristal con un brillo hipnótico, del color de una esmeralda. Sendas gemas resaltaban en las hombreras, mágicas y misteriosas. Aquella armadura podría haber sido considerada bella de no ser por los picos que había por todas partes.
El nombre de aquel era Alcioneo, que poco tenía que ver con los lestrigones. Pertenecía a la élite del pueblo de gigantes, los hijos de Gea, y aunque no estaba en su tierra natal, donde era invencible, seguía siendo el más fuerte allí. Shaula, sin embargo, no se dejó impresionar por la ascendencia de aquel, ni por su vestidura adamantina, ni por su capacidad para hacerse tan grande como se le antojara. De algún modo, la joven ninfa intuyó el miedo que los demás sentían por el manto dorado, así que ofreció un trato a quien parecía ser el señor de aquel curioso país: pelearían sin protección.
—Si yo gano, nos dejaréis en paz. No pensamos quedarnos mucho tiempo, en todo caso, solo estaremos por aquí hasta que encontremos una salida.
—¿Y si gano yo?
—¡Podremos comérnoslos! —propuso el único de los lestrigones que no estaba con los demás, uno muy viejo y encorvado que se apoyaba en un bastón.
Los labios de Alcioneo se abrieron entre la maraña oscura que era su barba, a buen seguro cortada con el más afilado cuchillo. No dijo nada que Shaula, Mithos o Subaru pudieran entender, solo soltó un rugido de desprecio que obligó al anciano lestrigón a retroceder. En ese momento, los visitantes no lo sabían, pero Alcioneo mataba hombres por razones que nada tenían que ver con comérselos; él, de hecho, se alimentaba con las grandes y apetitosas frutas que caían de los árboles de aquellas tierras.
—Tú eres una mujer.
—Muy agudo.
—¡Silencio, Subaru! —exigió Mithos, que miraba con preocupación a la en apariencia imperturbable santa de Escorpio. ¿No se suponía que la máscara dorada haría que el enemigo la viera tal y como si fuera un guerrero? ¿Tenían los hijos de Gea alguna clase de privilegio frente al que la magia de la máscara dejaba de servir?
—Si gano, serás mi esposa —dijo Alcioneo, provocando en Mithos la palidez de un cadáver—. ¿Estás de acuerdo con eso?
—Sí —respondió Shaula sin dudar.
Todo estaba dicho. Los lestrigones, incluido el viejo, se dispusieron en círculo alrededor del centro de lo que denominaban Plaza de Pirra. Allí, entre doce grandes estatuas que parecían representar a antiguas deidades, estaba Alcioneo, con quince metros de altura para la ocasión, el pecho al descubierto, los pies descalzos y un trapo hecho de placas de bronce a modo de falda. Shaula estaba enfrente, vestida con la ropa de entrenamiento que los santos utilizaban cuando no portaban el manto sagrado.
La batalla más corta que Mithos recordaba haber visto dio comienzo. Apenas empezaba a dar ánimos a la joven ninfa, débiles chillidos en medio de la algarabía bestial de los lestrigones, cuando Shaula ya había paralizado por completo a Alcioneo de un solo golpe. No lo hirió ni lo derribó, simplemente bloqueó el sentido del tacto.
Los lestrigones tardaron algo más de tiempo en entenderlo. Gritaban y gritaban, peleándose entre ellos, chocando unos con otros mientras Subaru esquivaba las pisadas con una gracilidad que impresionaba a Mithos. Este último no tenía que moverse; ni en mil años aquellos salvajes podrían pasar siquiera la primera capa defensiva del Rho Aias. Ambos santos de plata observaron cómo muchos gigantes entraban en la improvisada arena solo para caer al suelo, locos de dolor, atravesados por la Aguja Escarlata. Parecía que el duelo había sido en vano.
—Has ganado —admitió Alcioneo al sentir la masacre que se avecinaba—. No sé cómo lo has hecho, vi que había un escorpión grande como un hombre entre nosotros, sentí un picotazo en el pecho y desde entonces no soy capaz de mover mis brazos y mis piernas.
—Petes, el primero de los Siete Escorpiones de Isis —dijo Shaula—. No debes sentirte mal por esto, ya que es la técnica que supera la Aguja Escarlata de mis predecesores.
—Te creo —dijo Alcioneo—. Está bien, te dejaremos en paz.
—¿Cómo? —Veloz, Shaula pateó el pecho de Alcioneo, mandándolo al suelo. Con la única excepción de Subaru, todos los espectadores quedaron atónitos al ver a la joven ninfa sobre el cuerpo del gigante—. ¿Ya no quieres que sea tu esposa?
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En cuanto terminaron de recordar aquel alocado evento y las historias y regalos que compartieron después con el señor de los gigantes, Subaru se atrevió a decir lo que por prudencia Mithos había callado desde entonces.
—Sí que lo complicaste todo.
—El camino más corto hacia la victoria es siempre el mejor —se defendió Shaula, muy tranquila—. Ahora sabemos que esto es Hiperbórea, una ciudadela que orbita alrededor de la Esfera de Júpiter junto a al menos otras sesenta. Sin el permiso del regente, es imposible viajar de una a otra, perderíamos nuestras fuerzas si lo intentáramos.
—¿Y es por eso que propusiste como condición para casarte con Alcioneo que se convoque un gran torneo en el que los mejores de cada ciudadela puedan participar?
—¡Así es! —exclamó Shaula, entusiasmada y orgullosa—. Todas las criaturas fantásticas concebidas por el hombre están aquí. Hay una ciudadela para los gigantes, otra para las ninfas, otra para los más sabios entre la raza de los centauros… Tal vez haya dragones, aunque Alcioneo asegura que ellos no se interesan en esos asuntos.
La familiaridad con la que Shaula nombraba al líder de los gigantes provocaba en Mithos un malestar que no era capaz de disimular. Por fortuna, Subaru sabía cómo distraer a la joven ninfa con bien calculadas palabras.
—Un torneo de artes marciales con criaturas fantásticas. ¡La idea es tan absurda que sin duda al descerebrado pueblo de los gigantes le encantará! —aseguró Subaru.
Luego de un par de segundos de tenso silencio y que Mithos sintiera haber pasado por un infarto imaginario, Shaula volvió a hablar:
—Sí. Ese era el plan. Una idea descerebrada para un pueblo descerebrado. —A la joven ninfa no le quedaba ni un ápice del ímpetu de hacía unos momentos, pero se escuchaba enojada—. ¿Listos para la caza? ¡Me comería un leviatán! —aseguró, a pesar de que no había visto ninguno en la vida.
—Puedo decir con total seguridad que el día de hoy no podremos ir de caza.
—Oh —soltó Shaula, desanimada—. ¿Lo has visto?
—L-Lo vimos —dijo Mithos, levantándose con mucha cautela. Subaru lo imitó enseguida, mientras que Shaula seguía sentada, ladeando la cabeza—. El gran lago que había al norte, ya no está. El Santuario apareció allí.
—¿Cuando dices que el Santuario apareció allí…?
—Es la montaña sagrada, está aquí, intacta.
—¿Desde cuándo?
—Eh, hace una hora, más o menos. Pensaba que el terremoto te habría despertado.
Detrás del cohibido Mithos, Subaru se colocaba las cajas de Reloj y Escorpio, una encima de otra, atadas a él gracias a fuertes correas de cuero. Lo que fuera que fuese a ocurrir, él lo sabía y no parecía preocupado, así que no había razón para tener miedo. ¿O sí? El santo de Escudo no podía estar seguro.
—Subaru —dijo Shaula, quien no se había levantado. Los dedos de la joven, conocidos por ser los más amables del Santuario, tronaron de forma amenazante—. ¿Dónde apareció el Santuario? Más o menos.
—Cinco o seis kilómetros al noroeste. Es difícil de ver porque…
El brazo izquierdo de Shaula apuntaba a Subaru, mientras que el derecho señalaba a Mithos, tan paralizado como este último. La joven ninfa mantenía extendidos solo dos dedos, los cuales brillaban con un intenso color escarlata.
—Será mejor que nos demos prisa, en ese caso.
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Sin un obstáculo en medio, los cuerpos de Mithos y Subaru volaron hasta los pies del templo de Aries, chocando contra el suelo al mismo tiempo que Shaula aterrizaba. No habían terminado de levantarse los santos de plata cuando dos lestrigones amenazaron con largos espadones de hierro estelar a la joven y desprotegida ninfa.
—Esto es tu culpa —acusó uno de los gigantes, señalando la mancha de sangre seca que habían estado investigando—. ¡Antífates ha muerto!
—Es pan de cada día en este lugar. Si no os mato yo, os matáis entre vosotros por aburrimiento —acusó Shaula.
—¡Él es diferente! —dijo el otro gigante—. Siendo muy joven quisieron enterrarlo bajo una gran montaña y sobrevivió. Aun sin la inmortalidad y la indestructible adamas que solo los mayores poseen, Antífates era fuerte. ¡Mucho más que cualquiera de los gusanos que ahora infectan la Madre Tierra!
—Esa montaña —empezó Subaru, mientras se quitaba el polvo—, ¿qué tan grande era? Porque una vez, Mithos…
Furiosos, los lestrigones se abalanzaron sobre la única de aquel grupo que parecía representar un peligro. El primero en llegar fue el más afortunado, pues Shaula se limitó a detener el espadón con un solo dedo. El gigante siguió presionando, perlado de sudor y con los músculos tensados, sin éxito, mientras el otro se retorcía de dolor en el suelo, soltando alaridos inhumanos, tal era el efecto de la Aguja Escarlata de Shaula de Escorpio. Cuando este último expiró, quien seguía con vida retrocedió, agotado.
—Alguien vino. —El lestrigón superviviente buscaba una apertura por la que pasar la espada, negándose a creer que una ninfa podía ser así de fuerte—. Antífates iba a aplastarlo como el gusano que era. Él detuvo el gran pie de nuestro rey sin siquiera moverse y habló con la arrogancia de los hombres: «¿Gigante, tú? No. En este mundo de criaturas mortales e imperfectas, solo estoy dispuesto a aceptar grandeza en una sola cosa.» ¡Así habló! Y entonces el cielo cayó sobre nuestro rey.
Con cada frase recuperaba las fuerzas y el aliento, a la par de las cuales crecía una furia que todo habría de arrasar. No lucharía ahora como una bestia antropófaga, sino como un terrible gigante capaz de arrasar montañas. Alzó la espada de hierro estelar, rodeada por una espiral de llamas, y la hizo descender con violencia, enviando un viento flamígero que terminó chocando contra una barrera. Alrededor de aquella pared invisible, para asombro del lestrigón, giraba el fuego como un remolino.
—No volveréis a acercaros a ella —sentenció Mithos—. Largo.
El viento ardiente, comparable al calor que late en las entrañas de la Tierra, fue regresado al lestrigón potenciado por el notable cosmos de Mithos. En un parpadeo, no quedó del violento enemigo más que unas pocas cenizas.
—Valió la pena nuestro medio de transporte al Santuario con tal de poder actuar de forma tan varonil —comentó un despreocupado Subaru—. ¿Eh, Mithos?
—Me dijiste que no la avisara antes porque se enfadaría…
—No deberías hacerle caso en todo —dijo Shaula, quien de repente parecía estar muy interesada por el bienestar del santo de Escudo. Lo palpó desde los pies a la cabeza en busca de cualquier herida, por minúscula que fuera, a una increíble velocidad—. Por ejemplo, si te propone luchar sin que yo esté presente. ¡Le golpeas!
—Pero lo verá venir… —dijo Mithos, dubitativo.
—Aun así, le golpeas —insistió Shaula—. Debes combatir a mi lado siempre.
—Si lo hiciera —terció Subaru, clarividente—, nunca recibiría ningún daño, así que no tendría la oportunidad de ser curado por las amables manos de su amada.
—Ahora, por ejemplo, puedes golpearle.
Con una maliciosa sonrisa, Mithos se alistó para hacerlo, pero Subaru ya caminaba hacia el templo de Aries, de lo más tranquilo.
—Eso de que el cielo cayera sobre el tal Antífates me suena al God Hammer de Arthur —comentó santo de Reloj—. Como dije, no iremos de caza hoy.
Al mismo tiempo, Mithos y Shaula se encogieron de hombros. Era duro tener de compañero a alguien que veía el futuro con tanta claridad. Con rápidos pasos, se pusieron a la par de Subaru enseguida.
—Sí que es terrible tu Rho Aias, Mithos.
—Eso no fue nada —dijo Shaula, orgullosa—. Incluso si hubiese convocado las llamas del sol, ni siquiera la primera capa del Rho Aias habría cedido.
—¿De verdad?
—¡Claro! —exclamó Shaula—. Si dudas, solo dime dónde está el sol ahora mismo.
—Por todos los dioses, Subaru, no respondas a eso.
Notas del Autor:
Shadir. Oh, sí, divide y vencerás. Aquí el problema no es tanto el enemigo que tienen delante, como la incertidumbre de si el mañana tendrá paz o guerra. Los santos de Atenea no se originaron como una fuerza invasora (aunque incluso en la obra original los protagonistas debieron cumplir ese rol, siempre es el bando enemigo el que ataca primero, mientras que ellos van para rescatar/proteger a Atenea), sino defensivo. Nacieron para garantizar la paz y la justicia en la Tierra. Presuntamente.
Ulti_SG. La embajada de paz más conflictiva del mundo.
Sí, desde un principio lo visualicé como alguien que chocaría con los demás. No tiene sentido manejar a un personaje así si luego no es libre de decir y hacer lo que piense, así incomode al resto. O justo por eso. ¡No es cristiano desearles mal a los demás! Aunque sí que rechazaron la buena voluntad de Sneyder de hacer el trabajo… Uno pensaría que Makoto sería de los que se quedaban en el barco sí o sí, pero nos sorprendió a todos con su deseo de ayudar a su amigo. Ah, tiempos lejanos en los que uno solo tenía que preguntar si esa intensa amistad era algo más en contadas historias, salvo que se dijera lo contrario. Hoy en día de lo que tiene que haber pruebas es que es solo amistad.
¡Bien hecho, Makoto! Tus razones para irte convencieron a todos…, si bien no habrá el que querría saber cual sería tu respuesta a esa ya legendaria pregunta. Cuántas vueltas da la vida, hace solo… ¿¡Cien capítulos!? Esos dos eran enemigos a muerte y ahora se prometen reencontrarse. Parece que lo que decía Akasha de un ejército terrestre unido no es tan loco como parecía. El que se quedó sin un ojo y una mano va de cabeza al peligro mientras que el inmortal que no ha peleado vuelve a la Tierra. ¡Vaya, vaya, Garland! Por lo menos allí Soma y Munin podrán recuperarse. Confiemos.
¡Ese meme! La ironía estriba en que la frase es una adaptación de las palabras que dedica el villano de Bleach a Hitsugaya luego de dejar herida de Bleach a un ser muy querido para él. Irónico, porque Hitsugaya es el santo de Acuario del Gotei 13. (¿Qué? Es obvio en quiénes basó Tite Kubo al Gotei 13.). Me encantó verla en su día y me alegro de haberla podido implementar aquí. ¡La frialdad de Sneyder levanta pasiones!
«Queremos paz.»
«Nosotros también.»
*Se estrechan las manos y cada uno para su casa.*
Con lo fácil que es, ¿¡por qué no lo resuelven por las buenas, gente!?
Qué gran vigilante es Hugin. ¡Y qué conveniente es la telepatía! Probablemente el 80% de villanos de telenovelas jamás serían descubiertos si tuvieran telepatía. Nada de preocuparse por si un personaje secundario escucha debajo de las puertas, todo Top Secret. Como sea, aunque aliada, las lealtades de Hipólita se revelan muy claras aquí.
