Capítulo 139. León titánico
A ninguno de los argonautas les sorprendió que el Ataúd de Hielo hubiese desaparecido. Todos dieron por sentado que Hugin, de algún modo, había hecho lo que juró hacer, así que se centraron en lo apremiante: dilucidar quién podía ser el guerrero que se hallaba en la cima del monte Estrellado, fuente de un poder superior al de los santos de oro.
Tras varios minutos de deliberaciones, se decidió que Shun de Andrómeda actuaría como el representante del barco, pues ese había sido su papel designado antes de que las circunstancias obligaran a la Suma Sacerdotisa a acompañarlos. Era, además, la opción lógica, no tanto porque Shun fuera el único que podría sobrevivir en la más elevada montaña si quien allí lo esperaba resultaba ser un enemigo, ni porque la guerra entre los vivos y los muertos sostenida por Caronte había minado toda confianza que pudieran tener los hombres frente a las promesas de paz de los Astra Planeta, sino que, tal y como Akasha aseveró en más de una ocasión, la llamada era para Shun y nadie más que Shun. Que Arthur lo acompañara no fue más que una formalidad.
Tiempo más tarde, llegó el santo de Libra, encontrándose un escenario relativamente calmado. Emil custodiaba la trampilla que daba a los camarotes, Hugin y Sneyder se hallaban justo donde estuvo el Ataúd de Hielo, mientras que era Hipólita quien permanecía en el mástil, descansando por primera vez en aquel viaje agitado.
—¿Dónde está Akasha?
—Abajo, con Orestes —dijo el desconfiado Emil—. Necesita dormir.
—Lo sé —dijo Arthur en tono conciliador—. Mi intención es llevarla al Santuario.
Que no hubiese asombro en ninguno de los presentes implicaba que estos ya sabían que la montaña estaba allí. Arthur asumió que Hipólita había sobrevolado Hiperbórea.
—Esperaba una tripulación más numerosa —observó Arthur.
—Adremmelech lleva tiempo desaparecido —dijo Emil—. Su Santidad está convencida de que está vivo en alguna parte, recuperando fuerzas. Ah, es que ahora vuelve a ser el santo de Capricornio. Los santos no mueren —sonrió, nervioso—. ¿Sabe algo, Juez?
—Nos fue de mucha ayuda durante la batalla contra Titán —puntualizó Arthur—. No obstante, lo pagó caro. No quedó ni rastro de él. —Claro que eso no era garantía de nada. El Caballero sin Rostro no era el auténtico santo de Capricornio, sino un gólem creado por aquel. Uno de los tantos misterios que le gustaría desentrañar un día—. ¿Y el resto de la tripulación? —Por el modo en que el santo de Flecha se le había quedado mirando un buen rato, parecía creer que al Juez solo le interesaban los santos de oro.
—Ban y June están abajo también —aclaró Emil—. Makoto, Munin y Soma regresaron a la Tierra. Bueno, a los caballeros negros los transportaron, más bien.
«Regresaron a la Tierra.» A Arthur le extrañó que Hugin no aportara algún comentario cínico, como que se habían quedado los más valientes o algo por el estilo, pero sentía más curiosidad por el camino de regreso. Navegar por los mares olvidados no era tarea sencilla, incluso con un barco que realizaba por sí solo todas las tareas de mantenimiento, este necesitaba de un capitán que de algún modo le indicara a dónde debía dirigirse. Y ahora estaban en Hiperbórea, un lugar que quizás ni siquiera Hybris había visitado. ¿Sería posible regresar en tales circunstancias?
Reservándose aquellas dudas, el Juez hizo un ademán para que Emil se apartara. Al caminar hacia la trampilla, sin embargo, el santo de Flecha no se movió, más bien parecía que iba a objetar. No pudo hacerlo porque un borrón oscuro le cayó encima, dejándolo inconsciente con un golpe en la nuca.
—Ha estado muy pesado desde que Akasha regresó —explicó Águila Negra, apartando con el pie al inconsciente Emil—. Muy, muy pesado, el pequeño arquero.
Arthur asintió, aprobando la extrema medida. La trampilla se levantó sin que él hiciera ningún movimiento y en cuanto empezó a bajar, volvió a cerrarse.
Pasó el tiempo en medio de un silencio que solo interrumpía Hugin de tanto en tanto, alabando a Sneyder por ser capaz de lidiar día a día con un poder tan inhumano y terrible. Él apenas había tocado la superficie del hielo creado por el santo de Acuario, de forma indirecta, además, y todavía sentía pinchazos por todo el cuerpo, como si acabara de entrar desnudo en lo más profundo del más frío de los océanos.
—Je, pensar que durante el viaje desde el cabo de Sunión pensé en usar un eidolon, como en Reina Muerte. ¡Mi alma y mi mente se habrían roto en un suspiro!
—¿Habrías usado el mismo poder para enfrentar a una sombra que para mantener encerrado el cuerpo huésped de uno de los Astra Planeta?
—¡Por supuesto que no, señor Sneyder!
—Minusvalorarte no nos hará ningún bien. Tu alma y tu mente habrían aguantado lo que por tu propia voluntad decidiste hacer, no necesitabas ayuda.
Hugin mantuvo bien abiertos los ojos y la boca, pero no añadió nada más tras esa llamada de atención. Reflexionando sobre cómo la dependencia hacia los santos de oro estancaba el crecimiento de los santos de plata y de bronce fue como Hugin pasó la espera hasta que Arthur regresó, acompañado.
—Estoy bien. No es necesario que me lleves.
—Necesitáis reservar fuerzas, Suma Sacerdotisa. Si queremos regresar a la Tierra va a ser necesario el poder del mayor número de santos de oro disponibles.
Ya por el tono de voz era claro que Akasha había pasado por una milagrosa recuperación. Incluso podía mantener al manto de Virgo, en forma de tótem, flotando a su diestra mientras discutía con el santo de Libra. Para los de sentidos más agudos, resultaba evidente la firma del cosmos en el aura de la Suma Sacerdotisa, así como la menos notoria presencia del micénico en el interior del navío.
—No era necesario dejar a Ban y June vigilándolo —dijo la joven líder, retomando una conversación que había empezado abajo—. Él me ha ayudado.
—Orestes de la Corona Boreal ha ayudado al Santuario desde el día en que lo conocimos hace trece años —aceptó Arthur—. No obstante, cada ayuda nos ha salido más cara que la anterior. Cuando regresemos a casa, podré contároslo todo.
—¿Por qué no ahora?
—Tenemos mucho que hacer. Andrómeda y el actual regente de Júpiter están combatiendo. El ganador tendrá el poder de decidir el rumbo de nuestras vidas y… —calló, guardándose de tener que hablar del destino—. Si ganara Andrómeda…
—Shun.
—Si él ganara, podríamos concentrar nuestras fuerzas en regresar a la Tierra. Si no, es posible que tengamos que emplearlas para enfrentarnos a un astral.
—¿También desconfías de él?
—Al menos trato de confiar en que Andrómeda seguiría siendo un compañero si se convierte en uno de los Astra Planeta —replicó Arthur, con un tono que dejaba entrever las dudas que tenía al respecto—. ¿De verdad creéis sensato dejar a Orestes aquí?
La pregunta flotó en el aire algunos segundos, dejando al resto de oyentes claro que no iban a regresar de inmediato a la Tierra.
—Arthur cree que podemos trasladarnos junto el Santuario —informó Akasha a todos, como percibiendo las dudas que debían tener—. Usará nuestro poder para moverlo y el cosmos de Atenea latente en Grecia como guía. ¿Qué pasó con todos?
Emil estaba recostado contra el mástil, inconsciente, mientras que Hugin andaba de un lado a otro, muy nervioso. En contraste, Sneyder, tuerto y sin una mano, permanecía firme, tan ajeno al dolor y a las dudas como cabía esperar de él.
—Emil tenía sueño —dijo Hipólita, encogiéndose de hombros.
—Yo estoy bien. Eso creo —añadió Hugin tras unos segundos.
—También luché contra un santo de oro de otro mundo —explicó Sneyder—. Sugita de Capricornio, aquel que alcanzó el Filo Absoluto.
—Comprendo. Sé que Makoto, Munin y Soma regresaron. Pronto todos podremos volver —aseguró Akasha—. Pero, mientras tanto…
—Necesitáis que alguien cuide del barco —completó Hipólita—. ¿Sois conscientes de que los miembros más fuertes de la tripulación no son del Santuario?
—Soy consciente de que todos os habéis vuelto muy fuertes —replicó Akasha—. Y que seguiréis creciendo, porque vivís en la misma Tierra que yo, bajo el mismo Sol. Sé que compartimos el deseo de defender nuestro hogar, a pesar de nuestras diferencias.
—Algún día tener tanta confianza en los demás te hará daño —apuntó Hipólita—. Pero no será hoy. Incluso un ave oscura puede cuidar de unos brillantes polluelos, ¿no?
La Suma Sacerdotisa asintió. Entretanto, Hugin se acercaba a paso lento.
—A donde vaya el señor Sneyder, yo iré.
—Te quedarás aquí.
—¡Exacto! ¡Eso mismo haré!
No hubo más reclamos. Los tres santos de oro bajaron a la vez del barco, seguidos del tótem de Virgo. En tierra, ya habiéndose alejado lo suficiente, Akasha se atrevió a preguntar aquello que prefería considerar una posibilidad remota.
—¿Ellos también tendrán que luchar contra Ío, verdad? Si él miente.
—Toda ayuda es poca contra un astral —dijo Arthur—. Nuestra garantía es que tenéis fe en la sinceridad de ese hombre, a pesar de que no lo llegasteis a ver. Es la primera vez que confiáis en uno de los Astra Planeta. Eso es una buena señal.
—Solo es intuición. Tú nunca te guías por esas cosas.
—Nadie debería. No obstante, el astral está enfrentando al más poderoso de los cinco héroes legendarios. El poder de Andrómeda está más allá de las temperaturas extremas, una voluntad inquebrantable o la paradoja de la lanza que todo lo atraviesa y el escudo irrompible. Él puede hacer suya cualquier forma de energía, incluida la del enemigo.
—Siempre has subestimado a Seiya —objetó Akasha, quien había sido entrenado por tan grandes guerreros. Ni uno solo puso en duda la fuerza de aquel que nunca se rinde.
—Es por eso que deberías descansar. ¡Estás delirando! Todavía estoy a tiempo de seguir mi instinto y mantener a Orestes incapacitado hasta que regresemos.
Ya que conocía demasiado bien al Juez y el genuino rechazo que sentía por Seiya, Akasha se limitó a dar un largo suspiro. Sin embargo, en ese momento recibió la inesperada ayuda del tercer miembro del grupo.
—Podemos confiar en el caballero.
—¿Intuición?
—Razón —replicó Sneyder, el único entre los santos de oro capaz de tomar decisiones bajo la misma fría lógica que el Juez—. Para compensar las faltas que ha cometido, incluso el siervo de otro dios se convertirá en el más leal de los aliados. Porque ese es el modo en el que viven todos los guerreros sagrados.
xxx
A Ío de Júpiter le bastó un vistazo para entender que Shun de Andrómeda era más fuerte que él. Era fácil aceptarlo porque comprendía la razón.
Los cinco jóvenes habían estado al lado de un avatar de Atenea que vivió, sufrió y murió como una humana. La conexión entre la diosa y los mortales debió ser única en la larga historia de las Guerras Santas, así como la batalla en Elíseos era un milagro prácticamente único. En comparación, los primeros santos de oro se obsesionaron con una deidad inalcanzable, ansiando el poder que no les fue otorgado con el único fin de poder ser dignos de volver a tenerla entre ellos.
—¡Mis oraciones acaban aquí! —clamó Ío, abarcando cuanto tenía enfrente. Las estatuas del más sabio y poderoso entre los dioses y su regia esposa destellaban como las más grandiosas constelaciones de ese espacio—. Mis señores, ya que a vuestros pares pude agradecer la vida que he vivido, ahora os doy las gracias por cuanto ha sido creado. La insignificante y hermosa Tierra en la que viven los hombres; el magnífico universo, lleno de misterios, que por milenios pude defender como guerrero y maestro. ¡Deseo seguir haciéndolo al menos una vez más! Por eso, permitidme luchar con todo mi inmerecido poder. ¡Que Hashmal de Leo, aquel que destruye las galaxias con sus fauces, aparezca de nuevo aquí y ahora!
Hasta el último momento, Shun no había querido interrumpir los rezos del astral, por respeto a quien parecía ser un campeón de tiempos pretéritos. Sin embargo, cuando sintió que el cosmos de aquel crecía más allá de todo límite, hizo que una docena de portales se abrieran a la vez, de los cuales emergieron cadenas de pura energía. Estas debían haber podido inmovilizar al enemigo, pero tan pronto lo alcanzaron fueron aplastadas por la fuerza de la gravedad hasta quedar reducidas a meras partículas.
—Siento la espera.
Aun cuando aquella batalla sin duda deparaba muchas sorpresas, a Shun le dejó por un momento sin palabras ver al astral vistiendo la piel del León de Nemea. La divinidad podía intuirse en aquel manto de Leo transformado, no solo en el blanco inmaculado que había sustituido el característico brillo solar del Zodíaco, a excepción de los bordes y los detalles en relieve, sino sobre todo en el aura que rodeaba a Ío. Transparente. Celestial. Era como un velo divino que nadie podría traspasar.
—Tu expresión me dice que no hubo tiempo para contarte la historia de los primeros santos de oro —dedujo Ío—. En pocas palabras, todos fuimos entrenados en persona por Atenea, y nuestros mantos empezaron a vivir porque recibieron el icor de la diosa. Tuvimos seis mil años para despertar esa fuerza y aprender a dominarla.
—Mi experiencia no puede compararse con la tuya —admitió Shun.
—Es la ventaja que tengo —dijo Ío con deje de malicia—. La tuya es poseer un poder mayor. Asegúrate de aprovecharla al máximo, yo haré lo mismo.
El combate reinició con más violencia e intensidad que nunca, pues las heridas sufridas durante el combate con Ikki ya no limitaban la fuerza de Ío. Igualando la velocidad de expansión inicial del universo, el astral impactó contra una barrera recién levantada por Shun. Mientras, el cuerpo de Ío liberó chispazos a razón de miles por cada paso que daba, llenando el escenario de incontables rayos a la vez que más y más cadenas de energía invocadas por el santo de Andrómeda rasgaban el espacio, bloqueándolos. Los cosmos de ambos rivales se neutralizaban entre sí en un duelo llamado a ser eterno.
Destellando luces doradas, las cadenas de Andrómeda dominaron la distancia que separaba al astral del santo, tratando de apresar al primero. Ío procuraba evitarlas mediante aumentos imposibles de velocidad, ajenos a cualquier fenómeno ocurrido en el universo. Pero en ningún momento se alejó, sabedor de que era en el cuerpo a cuerpo donde podría tener ventaja. Buscó atacar desde algún punto ciego, descartando de antemano los ataques aéreos, donde desde tiempos mitológicos la defensa de Andrómeda era inexpugnable. Los golpes, aunque devastadores para los más excelsos mortales, eran neutralizados por la férrea barrera de Shun.
Habiendo comprendido que la fuerza bruta no le sería de ayuda, Ío abrió el puño cerrado con el que pretendía atravesar la espalda del santo de Andrómeda. De la palma abierta, un haz luminoso surgió mucho después de que la técnica hubiese impactado sobre el ateniense, ignorando la barrera. Cada átomo del manto divino quedó sometido a una fuerza que los instaba a separarse. El efecto deseado, sin embargo, no ocurrió. El icor de Atenea, alimentado por el cosmos y la voluntad de Shun, mantuvo intacto incluso el campo eléctrico de este, lo primero que la Luz Ley deshacía.
Ese error de cálculo costó a Ío ser alcanzado por la cadena triangular. A Shun le sorprendió que de un golpe directo solo recibiera un pequeño corte.
Cuando la primera gota de sangre cayó sobre el suelo, el campo de batalla desapareció.
xxx
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Shun al encontrarse de nuevo en el Salón del Destino. Las estatuas de los dioses olímpicos seguían rodeándolos, grandes, pero no comparables a los espectros cósmicos que había en el universo donde combatieron—. ¿Acaso todo esto ha sido una ilusión?
No lo podía ser. Tanto él como Ío vestían mantos celestiales, y este último sangraba desde el corte en la frente que acababa de provocarle.
—Más allá de los sentidos convencionales y aquel que solo unos pocos desarrollan, está el séptimo —empezó a decir Ío—. Dejamos de observar el mundo que nos rodea y contemplamos nuestro universo interior. Al hacerlo lo dotamos de vida, empieza a expandirse y si nuestra voluntad es lo bastante fuerte, logramos alcanzar un poder increíble. Entonces ese microcosmos que atesoramos contacta con el macrocosmos. Los hombres se vuelven algo más que hombres. ¿Y cuál es la chispa que empezó todo?
—La voluntad —dijo Shun, aunque enseguida cambió de opinión—. El alma.
—Las almas pueden desaparecer, al menos en apariencia. El espíritu que formamos con nuestras vivencias y emociones, es posible que eso sea destruido. Lo que permanece, indestructible, es la chispa de la Gran Voluntad que tienen todos los seres vivos. Está aún más profundo que el cosmos, por lo que el Séptimo Sentido no basta para comprenderla. Nadie puede a menos que haya muerto.
—Es porque el resto de sentidos lo entorpece —comentó Shun, rememorando la explicación que él y varios compañeros recibieron del Viejo Maestro, hacía una eternidad. Morir implicaba abandonar toda conexión con el mundo físico, solo quedaba el alma—. ¿Quieres decir que alcanzar el Séptimo y el Octavo Sentido no era más que pasos hacia este momento? Parecía como si estuviéramos en otro universo.
—Había tres —dijo Ío. Se pasó el dorso de la mano por la frente y el corte desapareció. La sangre que quedaba en el suelo y el puño cerrado del astral brilló con intensidad—. En el mío, la luz y el rayo son ley. En el tuyo, infinitas nebulosas giran por lapsos de tiempo que crees instantáneos, aunque dentro de ti cada uno sea una eternidad. Es el poder de los santos, que se expande a través de incesantes batallas.
—En ese caso, el tercero es la unión de ambos —dedujo Shun—. Cada vez que nuestros cosmos colisionan, reconstruimos ese espacio.
—Donde para mí fortuna la gravedad sigue siendo la fuerza a la que todos estamos sometidos —añadió Ío—. El Noveno Sentido es la facultad de convertir nuestro microcosmos en un macrocosmos. Es lo que distingue a un potencial miembro de los Astra Planeta del resto de mortales. Ya que los dos competimos por regir la Esfera de Júpiter, lo que determinará la victoria será quién se apropie del poder del otro. Al final, nuestro tercer universo se contraerá, consumiéndonos a ambos.
—¿Por qué me cuentas todo esto?
—Porque ya lo intuías. ¿De qué otro modo podrías atacarme desde otro universo si estábamos en un lugar que solo existe como representación de nuestro cosmos entrechocando? Además, he sido el maestro de todas las regentes de Júpiter que han existido. Creía que Titania sería mi última discípula, mas los dioses dispusieron otra cosa. ¡Aquí estoy, con el deseo de vencerte y el deber de enseñarte!
—En verdad los dioses son crueles.
—¿No lo es el mundo que nos rodea, acaso? Ni las catástrofes naturales ni los males humanos, que tantas vidas destruyen, nos impiden apreciar la naturaleza y a la humanidad. Del mismo modo, por todos aquellos que han abandonado a los dioses, alguien debe mostrarles gratitud, ¿no crees?
—Yo no podría —tuvo que aceptar Shun—. No lucharé por aquellos que dan y arrebatan por igual. Quizá no sea el discípulo que buscas.
—Como he dicho, enseñarte es mi deber, no mi deseo. Aunque ambos deseemos impedir que los hombres se involucren en una guerra contra los cielos, considero que yo sería más contundente. No caeré.
—Es lo mismo para mí. Para evitar las batallas futuras, yo… ¡Lucharé!
xxx
Al volver a cargar, los dos rivales se hallaron en medio de un descomunal campo de energías enfrentadas que los arrancó del suelo, arrastrándoles a las alturas. Volar, por supuesto, no era un problema para ninguno de aquellos campeones.
Ío y Shun luchaban en el centro de la esfera recién formada, donde los puños del primero chocaban no solo con las cadenas doradas, perfecta combinación de ataque y defensa, sino con otra infinidad de encadenados eslabones de cosmos. Aquellos últimos eran especialmente difíciles de evadir, pues más que invisibles, en realidad solo empezaban a existir en el momento en que ya estaban sujetando al astral. Aquel, sin embargo, lograba evitarlos de algún modo que escapaba a la comprensión del santo de Andrómeda, el cual pronto pensó en dejar de intentarlo.
Entretanto, el campo energético se fue comprimiendo hasta quedarse en unos diez kilómetros de anchura. La mitad estaba conformada por Chispas de Vida, los rayos del regente de Júpiter, que pulsaban contra una espiral rosada girando a una gran velocidad. El choque constante, sobre todo en los polos, expulsaba una suerte de radiación cósmica, nociva para todas las formas de vida, mientras que en el interior la densidad sometía a los oponentes al peso de incontables soles y un calor que superaba los cuatro mil millones de grados, suficiente para aplastar protones y electrones.
Era semejante a uno de los fenómenos más terribles del macrocosmos. Así como los santos de bronce y plata lograron reproducir desastres naturales, por milenios de historia la élite del ejército ateniense había tratado de imitar lo que ocurría en el lejano cielo estrellado. Pero ni Ío ni Shun seguían siendo pares de los santos de oro o cualquiera de sus símiles, cima del poder que se les estaba permitido poseer a los hombres.
Shun emergió de la prisión manteniendo aún en el corazón de aquella a Ío. Nada podía hacerle la radiación, en realidad, desde el momento en que despertó el poder divino que Atenea le concedió, había muy pocas cosas en el universo que podrían llevarle a la muerte. Una de ellas era el astral al que había logrado contener empleando las cadenas de Andrómeda y unas cuantas hechas de cosmos, que no tardarían de romperse.
A diferencia de ocasiones pasadas, esta vez no dudó ni siquiera un instante. Tomó el control de los rayos y la nebulosa, ordenándoles comprimirse sobre el prisionero. Aquella implosión dejó tras sí una luz que llenó el caótico cosmos en el que combatían. Shun cerró los ojos por instinto, creyendo que de otro modo estos estallarían.
—Dos a cero, ¿eh? —dijo Ío. No debía poder hablar en el vacío que aquel despliegue de fuerzas había dejado alrededor suyo, en el que ni siquiera quedó oxígeno, pero Shun imaginaba que en ese lugar siempre usaban la telepatía, incluso sin saberlo—. Sí que me estoy haciendo mayor. Lo lamento. Ninguno de los dos puede permitirse una batalla de mil días. Hay demasiado que hacer en este largo día.
En cuanto Shun abrió los ojos, vio la mano del astral a medio cerrar, como conteniendo algo. Aun sin verlo, el santo de Andrómeda podía intuir qué era: una raedura en el tejido del espacio, un agujero negro potencial capaz de devorar soles y planetas. Tan terrible fenómeno no era más que un pequeño obstáculo que Ío logró aplastar sin esfuerzo. Y a pesar de la devastadora temperatura, el manto de Leo seguía intacto, la piel descubierta apenas tenía algunas quemaduras menores.
—Mataré al Hijo —afirmó Ío con decisión—. Romperé la regla de un traidor para cada generación de Astra Planeta, lograré que la voluntad de los olímpicos sea unánime y con ello acabaré con el dios sin nombre. Ese es el alcance de mi determinación, Shun de Andrómeda, mi último discípulo.
—Los dioses no pueden morir —dijo Shun—. Persiguiendo un imposible, ¿no estás aceptando que no conseguirás hacer uso de los dones de Júpiter desde un principio?
—Esto es todo lo que logré obtener digno de un santo de Atenea. ¡La necedad de un hombre hundido en la más fútil esperanza!
Tras aquel grito de guerra, Ío se impulsó como un león embravecido. Colmillos blancos chocaron con las cadenas en el Salón del Destino, desintegrando el suelo de oricalco como un mero efecto colateral. Así cayeron a la Galería de Héroes.
Notas del autor:
Ulti_SG. El título me remonta al Oso y la Doncella, de Una canción de hielo y fuego. (Juego de Tronos para los amigos.).
Típico, vas a pelear a muerte y escoges de escenario tu lugar de trabajo.
"Fue la primera qué nació. La primera a la que Cronos devoró. Y la última a quien vomitó, ¡la llaman la más joven y la más mayor!" Desde siempre que Hestia me ha dado curiosidad. Si Hades es el dios olímpico más tranquilo, lo que no quita que tenga algunos episodios negativos, Hestia es la diosa olímpica más humilde y tranquila, al punto que cedió su puesto en el dominio del mundo. También es la única hermana a la que Zeus no intentó seducir, porque… "Agarró a Zeus del cabezón para jurar que no la iba a tocar ni Dios." Tenía que darle una mención de honor.
Sí, cuando Shun usa la Tormenta Nebular, sabes que es el momento de que gane la batalla. Me gusta el tropo, incluyendo la parte en la que Shun, por su bondad, anima al rival a rendirse. Pero también me gustó reflejar el poder de Ío haciendo que camine sin más a través de la tormenta, como bien señalas. ¡Parece que será una dura batalla!
Hasta el autor de Fate/Stay Night dejó eso atrás en cuanto la franquicia se popularizó, pero el chiste perdurará por los siglos de los siglos.
Ya van tres que Akasha tiene atravesados. Caronte, Gestahl Noah, El Hijo. Por suerte, Orestes, aunque empleado de uno de ellos, logró darle una buena razón para aceptar su ayuda. Y así no queda tan mal por haber luchado tan poco en el arco anterior.
«La tangente de Mercurio.» Genial.
Desde antiguo que me dicen que mis antagonistas parecen siempre los jefes finales de un fanfic, de tan fuertes que los hago. ¡No lo puedo evitar! Solo me queda esperar que disfruten de las locas batallas que se dan contra estos duros enemigos. Y alegrarme de que se sienta que Shun no está teniendo problemas porque se le acabaron las pilas, como en las películas clásicas, sino porque enfrenta a alguien muy poderoso.
Kamei Time, Bitches!
Shadir. Es un contraste que impacta, como poco, porque si bien Kurumada recicla sus batallas más de lo prudente, en general en el manga mantiene a Shun como alguien de gran poder, aunque no le guste usarlo y lo mantiene oculto. En las películas, en cambio, mayoritariamente estaba para que Ikki lo rescatara, no sé si porque TOEI no estaba al tanto de la auténtica fuerza del personaje o porque así lo concebían los responsables de las películas. (Digo esto, aclaro, como alguien que aún hoy disfruta verlas.).
Es un poco de todo, su aspecto, naturaleza pacifista y voluntad de sacrificarse por los demás de ser necesario, lo hicieron objeto de mofas. Yo creo que es un gran personaje, si bien bastante desaprovechado en Next Dimension.
Así es, hasta ahora era un calentamiento, la batalla de verdad empieza ahora.
Curioso, de Los Anillos del Poder he escuchado más bien críticas duras. No sabía que habían sacado una nueva película de Predator.
Me dejas bastante preocupado, no solo por el lado personal (FFnet es la tercera página donde empecé a publicar mis historias, hace ya bastantes años), sino por todo el material de otros autores que se perderá si ocurre. La Última Guerra Santa en particular está bien respaldada, tendría que revisar si el resto lo están. Y hacer respaldo de los reviews. ¿Sabes si hay alguna manera de descargarlos todos en un solo archivo?
