Capítulo 145. El camino a seguir
Alrededor de Jäger, todo había perdido consistencia y color. El tiempo había sido detenido, dedujo, por Titania de Urano. Ese era el nombre que Cratos mencionó al verle, como si fuera ahora ella quien dirigiera a los Campeones del Hades que no estuviesen aliados al Santuario, así como a las legiones del inframundo, si las sospechas de Alexer sobre el doble juego de los ángeles eran ciertas. El ojo que lo observaba con fijeza, lo único que por el momento parecía real, debía pertenecer a la séptima astral.
Con gran dificultad, pues era mucha la presión que sentía en ese momento, miró hacia Aqua y Terra, tan quietos que podrían ser parte de una fotografía descolorida.
—No les hagas daño —se descubrió pidiendo el santo de Orión.
—¿Sigues con ese plan tuyo de revivir a los gigantes? —cuestionó Titania, ignorando por completo el ruego de Jäger y obligándole a devolver la mirada a aquel enorme ojo de ambarina pupila—. No, no eres ese evento. Estás vivo.
A Jäger le costó decir algo más durante un rato. ¿Qué podía mantener tan ocupada a una de los Astra Planeta como para no entender eso enseguida? Por el tono que usaba, además, parecía estar combatiendo en ese momento. Se notaba apresurada, deseosa de acabar ese asunto cuanto antes. Jäger decidió no alargar la situación.
—El Rey de la Magia, Damon pretende revivir a los dioses del Zodíaco. Debe ser detenido cuanto antes. Por favor, señora Titania, prestadme vuestra ayuda.
—Poseidón me niega poner un pie en tu planeta, mortal. Solo manifestarme de este modo supone un gran riesgo para mí. Así que escucha con atención.
Esperanzado por lo que aquella campeona divina pudiera hacer por el mundo, Jäger asintió enseguida, pero no fueron palabras lo que esta le transmitió. El ojo destelló con un resplandor cegador, llenándole la mente de la conversación que la astral sostuvo con una versión pasada de sí mismo, creada por Titán de Saturno para ocupar el lugar de Jäger como Portador del Dolor en la guerra entre vivos y muertos. Al parecer, los Astra Planeta no estaban al tanto de que seguía con vida en la caótica Colina del Yomi.
El objetivo inicial no era obtener el ánfora de Atenea. Eso vino después, y exigió que un segundo astral, Tritos de Neptuno, tomara el control de la mente de la réplica de Jäger. Este había sido enviado para infiltrarse en Bluegrad, llegar hasta el castillo y generar contacto con el Trono de Hielo. Siendo aquella misión un imposible, planteó otra mejor: liberar a los gigantes sellados bajo el monte Etna. La respuesta de Titania de Urano a tal empresa tardó en llegar, siendo por supuesto negativa. La guerra entre vivos y muertos había sido ganada por los primeros, lo que restaba de los enfrentamientos era un remanente que no tenía más función que distraer, ya que Titania no había encontrado el ánfora de Atenea en el Santuario. La réplica de Jäger trató entonces de desligarse de los indolentes amos que eran los Astra Planeta y tomar su propio camino.
«Solo para ser manejado como una marioneta y arrojado a la muerte —reflexionó Jäger de Orión, el auténtico, como quería considerarse—. ¿Impelido a matarse a sí mismo? Alexer, no soy el único insensato, los cuatro lo éramos —decidió con amargura.»
Por lo menos, Titania de Urano no había tratado de engañarlo. Podía elegir entre una sumisión voluntaria y otra impuesta. Se tragó todas las maldiciones que se le ocurrieron para aquel ser tan superior a cualquier otro mortal, decidido a no correr el mismo destino que su réplica, mientras miraba el metal que ahora cubría su cuerpo: el manto de Orión, tan sólido y cálido como cuando luchó en la Guerra de Troya, miles de años atrás. Era una sensación maravillosa, muy superior a la de vestir la armadura de un guerrero azul y la de padecer el oscuro manto que llevó como Portador del Dolor, incluso si de nuevo sentía la presencia del Aqueronte dentro de sí. Setenta mil almas le hablaban desde sus entrañas, trayéndole sus lamentos y gritos de sufrimiento.
«Necios —pensaba el santo de Orión—. ¿Cómo queréis que os salve si no puedo salvarme a mí mismo? No tengo elección.»
—¿Entiendes lo que es necesario para derrotar a Damon?
—Sí.
El poder del Trono de Hielo, del que Alexer haría uso, con la raza de los gigantes como un ejército que a buen seguro seguiría al más fuerte. ¿Y quién era el más fuerte en un mundo donde solo quedaban cuatro santos de oro y ningún dios hacía acto de presencia? Tenía que ser el último Señor del Invierno, henchido del poder de todos los guerreros azules. Ni siquiera el Rey de la Magia debería poder con algo así.
—Transmíteles a Cratos y Bía lo que has aprendido, ellos podrían ayudar a derrotar a Damon —advirtió Titania—. Encárgate tú del ánfora de Atenea.
—Son ellos quienes tienen esa misión, mi deber es… —empezó a decir Jäger.
La voz de Titania se elevó, haciendo temblar todo el cuerpo del santo, así como el manto de plata. Sintió que en cualquier momento sus átomos iban a dispersarse por los cuatro rincones del mundo, a pesar de que el tono seguía siendo el mismo.
—¿Crees que podrías aportar en la batalla contra Damon lo mismo que dos ángeles del Olimpo? Caza, Cazador. Es por eso que te escogí a ti y solo a ti para este trabajo.
—¿Para buscar ese recipiente? Si es tan importante, ¡hacedlo vos!
Para cuando Jäger terminó de gritar, ya no estaba ante aquel ojo, ni siquiera en Bluegrad. Había sido teletransportado contra su voluntad hacia una isla que conocía muy bien. Recordaba haber aceptado una misión que Alexer, Terra y Aqua rechazaron con tal de visitar aquella región, Sicilia, donde el monte Etna seguía dormido. En aquel entonces, por supuesto, solo era su pasado de santo de Atenea el que lo obligaba a cerciorarse de que tan temible enemigo no resurgiría en esa época. Resultaba irónico que ahora pensara hacer todo lo contrario, con la venia del Olimpo, además.
—Revivir a los gigantes —dijo Jäger, por momentos asqueado de sí mismo—. Solo un santo de Atenea puede atravesar la barrera que rodea el Etna y contemplar su verdadera forma. ¿Y voy a pagar esa confianza que nos da la diosa para romper el sello? Sé que detener a Damon es necesario, pero… pero…
Varias ideas empezaron a rondarle por la cabeza de repente, como una voz de su interior animándole a analizar los últimos acontecimientos desde otra perspectiva. Tanto a los ángeles como a Titania parecía tenerles sin cuidado lo que hicieran los santos de Atenea; la séptima astral le pedía transmitir un mensaje a sus sirvientes, por lo que era posible que no pudiera comunicarse con ellos de forma directa; los ángeles no habían aparecido en ningún momento, aun si debieron sentir el momento en que su ama se hubo manifestado, de lo que cabía suponer que Nimrod de Cáncer no les había dejado salir de la Colina del Yomi, por el momento. En resumidas cuentas: ahora mismo, todo dependía de él, era Jäger de Orión quien tenía la información, no los ángeles y los santos de oro, ni siquiera el Señor del Invierno y el Gran General de los marinos, sino él, un hombre revivido que creía haber cumplido ya su papel en este mundo.
—¿Y si puedo apropiarme de ese poder?
No se atrevía a explicar a qué se refería allí, bajo el cielo de Italia que bien podría estar siendo vigilado por ojos indeseados. Sentía una presencia conocida en la isla, un santo de plata trabajando en solitario. Debía actuar rápido si quería lograr lo que se proponía, ejecutar esa misión antes de que otros se inmiscuyeran, y sin embargo, parte de él lo obligaba a reflexionar bien el paso que estaba a punto de dar.
Las leyendas de la Guerra de la Magia ya eran vagas en su época. Se hablaba de un ingenio que estuvo en poder de los Nueve de Rodas hasta que los dioses del Zodíaco lo tomaron como trofeo de guerra. Mezcla de magia y ciencia, según se decía era capaz de hacer realidad los pensamientos. Si había algo de verdad en ese mito, debía ser esa la herramienta que usaría Damon para revivir a los más viles hombres que hubieron pisado la Tierra, una proeza considerable ahora que las puertas del Hades estaban cerradas, en palabras de Nimrod de Cáncer. ¿Qué podría hacer él si se apoderara de semejante fuente de poder? Con el respaldo de los gigantes, Alexer se vería obligado a aceptarlo. Juntos vencerían al Rey de la Magia sin que esos ángeles tuvieran que enterarse. Después, ya se las apañaría para tomar el control de aquella máquina de deseos.
«Máquina de Rodas —pensó Jäger, sin saber bien por qué—. Con ella, puedo rehacer este mundo corrupto. Aplastar el Santuario y crear uno nuevo, limpio de suciedad.»
Recordar el daño que hizo al mundo la primera mujer que dirigió al Santuario, lo llevó de forma irremediable a pensar en la líder actual y en Aqua, esa latosa compañera que con todo se había arriesgado a la pena de muerte por salvarle, por darle la oportunidad de defenderse en un juicio justo, incluso si no era probable que tuviera uno.
«La Suma Sacerdotisa debe morir —decidió enseguida el santo de Orión—. Pero quizás no sea malo que una mujer sirva a Atenea, siguen siendo seres humanos, después de todo. El error está en darles poder, es ahí cuando se desdibuja la línea entre dioses y mortales. La Ley de las Máscaras garantiza que cada quien ocupe su lugar.»
Ahí radicó el error de la actual generación. Prestando el manto zodiacal a una mujer, allanaban el camino para que una tomara el trono papal y se repitiera la historia. Eso no sería posible en su nuevo Santuario. No habría otra Pirra de Virgo en el mundo.
«… de Jäger de Orión —completó en su fuero interno, llenándose de una nueva clase de temor. No sentía temía al enemigo, el futuro y los dioses, sino a sí mismo—. ¡No, no puedo convertirme en lo mismo que ellos, no lo permitiré!»
Las dudas empezaron a consumirlo, paralizándolo un tiempo. Enfrentado entre sus remordimientos y sus planes, Jäger de Orión se ocultó hasta aclarar sus ideas. ¡Si tan solo aquella voz interior le dejara un momento de tranquilidad! Hasta los más nobles pensamientos desembocaban en el mismo punto que todos los demás.
«Debo actuar rápido. Aqua y Terra podrían estar en peligro por mi culpa. Tengo que salvarlos, pero para hacerlo necesito poder. Poder absoluto.»
Revivir a los gigantes. Destruir a Damon. Construir un nuevo Santuario.
¿Qué había de malo en ello? Tal vez su destino era repetir ese papel.
Jäger de Orión, Sumo Sacerdote de Atenea y Rey de la Magia.
xxx
—¿Dices que no hay rastro de él? —inquirió Folkell al mejor explorador que había traído del Reino de Asgard, un arquero de baja cuna y sin par puntería que respondía al nombre de Tremy—. ¡Tenemos a una santa de plata inconsciente, por todos los dioses!
—Proseguiremos la búsqueda, Lord Folkell, pero no esperamos encontrar nada.
Sin esperar a recibir confirmación, Tremy marchó dándole la espalda, donde colgaba el arco mágico que tanto les había servido durante la Batalla por la Torre de los Espectros. Con eso quedaba muy claro que no esperaba encontrar peligro alguno, ni siquiera de algún monstruo rezagado del Flegetonte. Aun Erik, Stenn y el resto de berserkers debían pensar igual, incluso si enarbolaban sus armas ansiando algún desafío antes de volver a casa. Tremy se diferenciaba del resto en la medida en que era el único que no quería volver. Todavía no, por lo menos. Deseaba correr aventuras.
—Aventuras, ¿eh? —Rascándose la barba, Folkell miró hacia su compañero. Baldr, quien junto a él fungía como guardián de la entrada principal de Bluegrad como favor solicitado por el rey Alexer, asía meditabundo una serie de talismanes entregados por la dama Tetis. Lo hacía con tal descuido que era posible leer parte del texto, en griego antiguo y con letras azules, por encima de su mano—. ¿Tú también dudas, eh?
Al igual que Tremy, el siempre prudente Baldr de Alcor había desechado mantener levantada la guardia por el momento. En lugar de la armadura de Alcor Zeta vestía una túnica sencilla; junto al cinto, donde debería pender algún arma lista para ser desenvainada, colgaba un saco en el que introdujo los talismanes con sumo cuidado. Eso último no era extraño: Baldr siempre había tenido unos puños demasiado fuertes y rápidos como para perder el tiempo en empuñar una espada, salvo que fuera Balmung.
—La armadura de Odín es tuya —constató Folkell mucho tiempo atrás, cuando salieron victoriosos de la sangrienta guerra civil que cambió Midgard para siempre—. ¿Por qué no tomar Balmung, también? ¿Por qué hacer que yo la guarde?
—Porque esta guerra la ganamos juntos —advirtió Baldr ese día—. Mi ambición y tu rectitud. Es bueno que el fuego queme el viejo mundo para que uno nuevo nazca, para lograr un mañana sin falsos dioses y viejos farsantes, pero si nada lo limita, no será el cambio lo que suceda al estancamiento, sino la muerte.
De ese modo, Lord Folkell, llamado traidor por sus viejos amigos y héroe por quienes en su juventud había creído sus enemigos, se convirtió en guardián del mayor tesoro de Midgard. Una espada capaz de cortar cualquier mal, incluido el que se apoderara del propio Baldr, como este le había insinuado desde el momento en que le dio tal honor.
Gracias a esa revolución que iniciaron, la influencia del caballero del Hijo, Ionia, nunca los puso en la mira de los dioses del Olimpo. El mundo al que todavía llamaban Midgard podría seguir existiendo bajo la vigilancia del Reino, al que Baldr había decidido llamar Asgard en memoria de quien empezó todo. Baldr no debía lealtad a nadie que llevase muerto miles de años, desde Skadi, también llamada Selvaria de Acuario, hasta Bolverk, en verdad el padre fundador de muchas Grandes Casas, incluyendo la de los Señores del Invierno. Era un hombre práctico, pero no malagradecido. Sin la ambición de Bolverk y su padre Bor, los guerreros azules nunca habrían nacido, serían por siempre un grupo de sirvientes aislados, muriéndose de hambre sin que el mundo siquiera notara que habían existido alguna vez. Parecía correcto, entonces, que la tierra que había vuelto realidad el sueño de Bolverk se convirtiera en el Reino de Asgard, aun si allí nunca habría dioses.
Había otra razón, desde luego, para levantarse en armas contra el orden establecido. Ionia de Capricornio ni siquiera cayó durante la parte más importante de la guerra civil, donde el verdadero Baldr, Lord del Reino y portador de la armadura de Mizar Zeta, murió a manos de su propio hermano. Además de desligarse tanto del Hijo como de los dioses del Zodíaco, Baldr, Folkell y sus aliados buscaban restablecer lazos con la línea familiar de los Señores del Invierno, cosa que no les sería posible mientras fueran peones de cualquier enemigo del Olimpo, pero eso no lo sabían en esa época. Solo pensaron por un momento en las posibilidades de dos mundos uniendo fuerzas por un mismo propósito y cargaron sin arrepentimientos contra todo cuanto estuviera en contra de ese sueño. Después vinieron los primeros encuentros con el rey Piotr, el compromiso con su sobrina nieta Katyusha y la visita de esta última al Reino de Asgard, donde Valgriud de Merak Beta la instruyó más allá de lo que cualquier otro guerrero azul podría soñar. A Folkell se le antojaba que todo eso había sido un sueño, un engaño de Loki, sobre todo cuando pensaba en los talismanes que Baldr llevaba guardados.
El Reino de Asgard no tenía dioses, pero no por ello podía oponerse a la voluntad de los que reinaban en la Tierra original. Si Poseidón designaba que las Otras Tierras debían aislarse, los Lores del Reino tenían que acatar la orden, si no querían correr la misma suerte que Bolverk y los falsos dioses. Tenían que estar agradecidos, incluso, de que un dios de la talla de Poseidón les permitiera regresar a casa en lugar de cerrar toda entrada y salida entre la Tierra y Midgard sin dar ninguna explicación, como sin duda podría.
—Katyusha bailó toda la noche con el cuervo —observó Baldr de repente.
—¿Cómo dices? —preguntó Folkell, tratando en vano de entender el significado de eso—. ¿Cómo es eso de que Katyusha bailó con un cuervo?
—Toda la noche, para celebrar la victoria. Estaba borracha. Es probable que lo besara.
—¿A qué viene todo esto, Baldr?
—Puedo aceptarte heroico y moralista, Folkell, mas no melancólico. Nunca melancólico. Vamos, sé un hombre y ve a cortarle la cabeza al cuervo.
—Si tuviera que celar a esa mujer por un baile, ya te habría cortado la cabeza hace días. Como has dicho, estaba celebrando la victoria con un compañero de armas.
—Yo dije que estaba bailando con un cuervo toda la noche —insistió Baldr.
—¿Crees que es tiempo para esto? —dijo Folkell—. Alexer está a punto de usar el Trono de Hielo, Julian Solo se halla en el castillo y en cuestión de horas tendremos que sumar a nuestra lista de enemigos a dos ángeles del Olimpo.
Lejos de mostrar preocupación, Baldr esbozó la más desagradable sonrisa a la vez que desenfundaba un talismán y lo usaba para dar un golpecito en el hombro de Folkell.
—Te veo muy preocupado por un mundo que tendrás que abandonar en menos de doce horas —señaló Baldr—. ¿Eres consciente de que la dama Tetis jamás dijo que estábamos obligados a volver? ¡Por las barbas de Odín, ni siquiera creo que la separación entre mundos será permanente!
—Sí —concedió Folkell—. En el futuro, es posible que no haya motivo para que los Nueve Mundos estén aislados, mas, Baldr, es mi deber regresar. Lo sabes.
—No eres el Sumo Sacerdote.
—Soy la voz de su consciencia.
Se miraron por largo rato, bastante, a decir verdad, como esperando que el otro riera. Alguna vez, mucho tiempo atrás, rieron juntos en posadas y tabernas de las que huían como simples muchachos, no los líderes de una rebelión. Pero ahora, hasta esa etapa revolucionaria la habían dejado atrás. Por mucho que Baldr gustara hablar del fuego que ardía en su pecho, el trabajo que le tocaba era impedir que el nuevo Reino de Asgard se desmoronara. Tenía que dejar atrás la pasión desbordante de la juventud y cambiarla por algo que equilibrase las fuerzas de Niflheim y Muspelheim. Folkell no podía perdonarse abandonar a Baldr antes de lograr ese ideal de gobernante que siempre tuvo en mente.
«Mi rectitud y tu ambición —pensaba el Lord del Reino—. Eso es lo que convirtió Midgard en Asgard. Eso es lo que hace falta para regirla, hasta que no me necesites.»
Entonces, cuando el ambiente estaba más tenso que nunca, una risa estalló desde el interior de la ciudad. Femenina, refrescante. Los dos amigos giraron a la vez y ya la responsable estaba ante ellos, envuelta en una reluciente armadura azul.
—¡Oribarkon es genial! —gritó, emocionada, Katyusha—. ¡Diez guerreros azules, diez, quisieron impedir a Julian Solo reunirse con mi tío! Con el rey —carraspeó la siberiana, notando que se estaba excediendo—. ¿Qué hace ese mago? ¿Pedirles que le cedan el paso? ¿Llamar a un superior? ¿Dejar que hable su señor? ¡Nada de eso!
Alzando un dedo envuelto en aire gélido, generó un disco compacto liso como un espejo a partir de las moléculas en el aire. Después pronunció una frase ininteligible para los oyentes, generando imágenes de diez veteranos de blancas barbas y cuidados bigotes bloqueando el portón previo a la cámara del Trono de Hielo. El único del grupo que no pintaba canas, cansado de la insistencia de Oribarkon, cargó contra el mago como un bólido supersónico, pero antes de alcanzar al objetivo quedó reducido a una diminuta rata que resbaló por el frío suelo hasta chocar contra una pared. Allí, sangrando por la cabeza, el roedor volvió a adquirir forma humana, aunque ya sin las pieles y armadura que vestía como guerrero azul, las cuales estaban desperdigadas por la estancia.
A Oribarkon le había bastado un guiño para transformar a aquel sujeto en roedor y hombre. Los de Bluegrad, empero, eran demasiado leales como para desobedecer una orden expresa del Señor del Invierno así tuvieran que enfrentarse a lo que más temían: un mago furioso a punto de convertirlos en bebés berrinchudos a bastonazos. Tuvieron que acudir Günther, Nadia y la propia Katyusha a poner orden. Y ni a ellos habría hecho caso Oribarkon si Julian Solo no hubiese aceptado pedir permiso al rey emérito, Piotr, para entrar en la sala del trono, toda una cortesía viniendo de alguien como él.
—Te veo muy contenta —observó Folkell, frunciendo el ceño con extrañeza—. ¿No ordenó ese hombre una invasión a Bluegrad hace veinte años?
—Se supone que debemos perdonar el pasado y mirar hacia adelante —contestó Katyusha, quien era demasiado joven en esa época como para pensar en Julian Solo como un posible enemigo—. Eso te lo digo en confidencia, Folkell, porque cuando Oribarkon me propuso crearme una armadura nueva a cambio de cualquier agravio que pudieron cometer en el pasado, mi boquita se quedó más cerrada que el barril de hidromiel secreto de Günther —aseguró, golpeando la pechera con los nudillos—. ¡Dan ganas de entrar en combate con esto! ¡Se siente mejor que las escamas de sirena!
—¿Has bebido?
—No demasiado.
Por un momento, Folkell rio, aunque más por la embarazosa situación que porque se estuviese divirtiendo. Miró hacia Baldr y descubrió que ya se había ido.
—Lo voy a extrañar —admitió Katyusha sin tapujos—. Es la peor persona que he conocido nunca, pero lo voy a extrañar.
—¿Te gustaría acompañarlo? —soltó Folkell.
—Tú te quedas, ¿no?
—¿Qué tiene que ver…? Quiero decir, ¿cómo lo sabes?
Katyusha se encogió de hombros.
—Intuición femenina.
—Yo… he prometido a Mime darle algunas lecciones…
—Él las espera con mucho entusiasmo. Apenas se fue Fantasma y ya solo habla de espadas en vez de liras. Günther ya puede respirar tranquilo. —Al notar sorpresa en la cara de Folkell, Katyusha dio una explicación que al parecer consideraba sobreentendida—: El santo de Lira no está en Bluegrad. Le habría gustado esperar a que Aqua se recupere, ya que a ella se le ocurrió la idea de vigilar el monte Etna y solo él la tomó en serio, pero esa nereida sigue tan dormilona como siempre.
Era más lo que Katyusha decía que lo que callaba. El propio Folkell había pensado ya en la intervención de uno de los Astra Planeta en todo aquel asunto, pues si bien Ignis —Jäger de Orión— tenía poder suficiente para derrotar a Aqua de Cefeo, no lo lograría sin que nadie notara que se hubo desatado una batalla. Tampoco encajaba que los ángeles hubiesen intervenido antes de plazo, y con ellos la lista de los trece Campeones del Hades quedaba completa. Tenía que ser un astral, actuando de algún modo aprovechando que las restricciones impuestas por Poseidón no aplicaban todavía.
Pensar en eso hizo que Folkell volviera a pensar en la decisión que tenía que tomar.
—Yo me quedo, Katyusha. No me queda familia en mi mundo, como bien sabes. De la casa de Benetnasch Eta, solo yo me uní a la rebelión. Mime no es mi hijo —aclaró enseguida el Lord del Reino, temiendo ser malinterpretado—, pero de haber tenido uno, me gustaría que fuera como él. Por eso quiero cumplir mi palabra.
—¿Quieres hijos? —preguntó Katyusha, impredecible como siempre.
—Quiero que busques tu felicidad, así como yo he escogido buscar la mía. Si no voy a regresar al Reino de Asgard, tu compromiso conmigo pierde sentido. Katyusha, ve con Baldr, él te proveerá uno de los talismanes que Poseidón nos ha obsequiado. Con él podrás recorrer nuestro mundo en libertad, como sé que quieres.
—Te has dado cuenta de cómo lo miro, ¿eh?
—¿Quién no se daría cuenta de eso?
—Me gustan los hombres grandes. ¡Y Hrungnir es muy grande!
—Sí… ¿¡Qué!?
Debía estar furioso por aquel comentario, quizás incluso herido porque aquella mujer tomara a broma un momento como ese, pero la siberiana lo besó antes de que pudiera encenderse con esos fuegos de los que tanto gustaba hablar Baldr. Fue rápido, apenas un roce entre los labios de esa siberiana, perfumados de alcohol, y su barba. Pero fue tibia como el agua recién derretida y dulce como las manzanas doradas de los dioses.
—¿Sabes? —dijo Katyusha, acariciándole los cabellos, entrecanos debido a las duras batallas que libró en la guerra entre vivos y muertos—. También me gustan los hombres maduros. Te queda muy bien tu nuevo aspecto.
—Te gustan demasiadas cosas —repuso Folkell, apartándola no obstante con suavidad—. El blanco de mis cabellos no es fruto de la edad y la experiencia, sino una herida en mi espíritu, en mi alma. —Tuvo que carraspear, porque la siberiana seguía mirándolo como si fuera un pastel parlante—. No moriré, me niego a perder la vida por algo tan tonto como una maldición. Aun así, me siento más blando que de costumbre —mintió, creyéndolo una buena excusa—. Es un buen momento para dejarme atrás. ¿Te gustan los hombres grandes y maduros? Bien, Baldr es más alto y viejo que yo. Ve con él —pidió, cuidándose de no atragantarse—. Ve con él y sé feliz.
—Tu amigo me parece interesante, Munin me cae bien y de verdad tengo mucha curiosidad de ver lo que Hrungnir esconde debajo de todas esas pieles —confesó la desvergonzada Katyusha, riendo—. Pero, que yo sepa, es contigo con quien estoy comprometida. Allá donde estés tú, estaré yo también.
—¡Necia! —exclamó Folkell, cansado de esos juegos, sobrepasado por esas maneras tan libres—. Entregándote a mí de ese modo, me obligas a dejar atrás cualquier consideración. No soy un hombre que comparta a su mujer, ni con amigos ni con nadie.
—Pues despósame y célame como buen norteño. Será divertido.
—Puede que lo haga, mujer. Cuando esta guerra acabe.
Con esa promesa flotando entre ambos, Folkell tomó con delicadeza el rostro de la más descarada mujer de la Ciudad Azul. Se acercó a ella con lentitud, maldiciendo al cuervo, el gigante y al tigre, hasta que al fin la besó y todos ellos dejaron de importar.
Notas del autor:
Shadir. No conocía esa expresión, porfiado, es muy apropiada para definir a Jäger. También Alexer, aunque dada su ascendencia y posición era lo que cabía esperar.
¡Prepárate, público, que viene Sauron de Marte!
Tengamos fe.
Ulti_SG. Bienvenida de nuevo a esta historia, ¡veamos los comentarios!
Suena pesado, porque si el volumen tercero, Urano, tuvo una guerra de vivos y muertos, ¿qué tiene Marte para ofrecernos? ¿¡Qué!?
Por ahora, charlas sobre guerras antiguas que todo el mundo olvidó por usar GF…
Sí, la Canción del Cosmos y los Sentidos debe ser pasada de generación en generación para que la Casa Targaryen, digo, la familia Solo cumpla con su deber. Pues sí que es raro que recuerden una guerra que todos debieron olvidar, sí que lo es.
Lo reconozco, me lo paso bien escribiendo al personaje de Oribarkon. Es un soplo de aire fresco entre tanto diálogo serio y solemne.
De repente me imagino a Julian y Adrien como Otacon y Solid.
La intención es lo que cuenta, soñar es gratis y a Poseidón le gusta dormir.
¿Poseidón reina en el mundo de ELDA? ¡Sin duda debe ser un mundo lúgubre y gris, con la humanidad sometida a la férrea tiranía de…! ¿Ah? ¿Cómo es eso de que todos viven felices y contentos? ¿No hay guerra, ni rebelión, ni siquiera elecciones? ¡Vaya! Tantos años peleándonos por si votar a Atenea o Hades cuando Poseidón era la respuesta. En ELDA al menos. Veremos cómo le va al multiverso.
Desde que viste esa escena por primera vez que bromeas con eso, qué bueno que no profundicé en la historia y cada quien puede sacar sus cuentas. La verdad creo que lo de que se casaron ya siendo padres fue despiste mío por dejarme llevar.
Si a los dieciséis no le pides matrimonio a alguien, te expulsan de la familia Solo. *Guiño.* Por eso Julian era hijo único. *Guiño.*
Pensé un rato en qué podría regalarle un mago a un chico de dieciséis años y lo vi claro: un coche a prueba de aparcamientos y atascos.
Al final la única que se llamaba de verdad Aqua era Aqua.
Los viejos compañeros reunidos de nuevo, recordándome a mí mismo que a veces los personajes se salen de sus bandos para lidiar con sus propios problemas. Por supuesto, nada como un poco de suspense para cerrar bien un capítulo.
El asunto del otro Jäger se ve en el siguiente capítulo, que también has comentado.
Hace falta que un Vito Corleone ponga los puntos sobre las íes en esta historia. Tanta diplomacia no es buena para la salud. ¿O era la guerra lo que no era bueno?
Sí, ya era hora de regresar a ese otro frente de la historia, tan olvidado.
Una vez más, el primero en morir fue un santo de Cáncer. ¿Coincidencia…?
Pues, la verdad es que sí, me acabo de dar cuenta ahora mismo.
Hacía falta un guardián de la frontera en ese lugar, Next Dimension nos lo ha demostrado. Al final te diste cuenta, pero aprovecho para aclarar que el Jäger que ve Nimrod es el que formaba parte de la cuadrilla elemental con Aqua, Terra y Alexer. Me gusta respetar la jerarquía porque si no siento que está de más que haya rangos, aunque también respeto que hay excepciones, como los viejos protagonistas.
Dependiendo de lo que entiendas por débil, Jäger podría contar. Los personajes que se regeneran ya son un clásico en esta historia.
Trece años, trece Campeones del Hades. (Contando a Jaki.). El círculo se ha cerrado.
Aunque creo que no es la primera vez que se sugiere, quizá los Astra Planeta habrían logrado más avances si desde un principio hubiesen dicho que no pensaban abrir el ánfora de Atenea. O no. De siempre me ha gustado la figura del santo de Altar como el que debe ocupar las funciones del Sumo Sacerdote cuando no está. Pasó en el intento de encajar al Papa Ares (Anime) en la trama, pasó en la Gigantomaquia (de donde me inspiré para crear a Nicole) y pasó en Lost Canvas. Jäger tiene estrés post-traumático de veterano de guerra, agravado por miles de años en el inframundo, tengámosle paciencia. La paciencia que no tienen con él, que lo apartan de las reuniones importantes.
Así es, el Jäger de este capítulo no es la copia, lo es el otro, el que Alexer mató. ¡Ni los lectores, ni el autor! Tener dos personajes que son técnicamente el mismo es un engorro.
Alexer está empezando fuerte, ¿querrá ser el MVP del sexto volumen?
¡En el nombre de Atenea, Tritos, sal de ese cuerpo! (Pero creo que lo de manifestarse como un ojo es característico de otro astral… ¿Quizá Sauron de Marte?)
