Capítulo 149. La tumba de los gigantes

Cuando Jäger tomó al fin una decisión, los males de Cocito y Flegetonte empezaron a despertar en Sicilia. Él podía sentirlos. Monstruos marinos en los mares circundantes, un frío que nacía de la tierra, helando la ciudad que acababa de abandonar. Sentía que al igual que las almas que latían en su anterior, presas del Aqueronte, esperaban que les ordenara actuar. ¿Era cosa de Titania de Urano? ¿Le había convertido la astral en el nuevo caudillo de los muertos? Dudaba que fuera así. Consideraba más probable que estuviese sirviendo a los intereses de Cratos y Bía de algún modo. Querían responsabilizarlo de cuanto había ocurrido en la Tierra tras la guerra, para poder obtener la dichosa ánfora de Atenea sin ensuciarse las manos.

«Ella perdonará tus faltas —dijo una voz venida de ninguna parte.»

Jäger siguió caminando, si bien más despacio. Reconocía esa voz. Fue lo primero que escuchó al despertar y encontrarse con Terra y Aqua en aquella cueva.

«Ella perdonará tus faltas —repitió la voz.»

Desde que llegó a Sicilia, sentía que dos fuerzas tironeaban de él. Una lo animaba a salvar el mundo, tal y como era su deber como santo de Atenea; la otra, por el contrario, juzgaba sus pasadas acciones como un crimen que debía redimir. Ambas actuaban de una forma tan sutil que no podía distinguirlas de sus propios recuerdos y emociones. Si dejaba de pensar en ello un minuto, era posible que olvidara que eran algo externo.

«Ella perdonará tus faltas —oyó por tercera vez.»

Aceleró el paso, si bien todavía ocultando su presencia a cualquiera que estuviese lejos de ese país. La voz empezaba a antojársele un recuerdo al tiempo que entendía de quién se trataba: Shizuma de Piscis. Ella se lo había dicho en el momento en que salió de la Colina del Yomi, tal vez también había sido ella quien se aseguró de transportarlo a Bluegrad, si es que eso no se lo debía a los ángeles. Seguía creyendo ser por igual una herramienta de aquellos dos y de su ama. ¿Qué era más bajo que un siervo?

«Tú.»

«Ella perdonará tus faltas.»

—¡Basta! —gritó el santo de Orión, corriendo hacia el monte Etna.

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Fantasma de Lira no tenía por qué seguir a aquel hombre.

La telepatía desde Sicilia a cualquier parte del mundo había sido cortada, pero eso no le impedía salir de la región y pedir ayuda. E incluso si no hacía ni eso, según opinaba, tendría que estar bien. Algún santo de oro se daría cuenta de que había problemas y vendría, como en Bluegrad. Y si no, bueno, siempre le quedaba Aqua. Ella era fuerte.

Él no lo era. Entrenado por Lucile de Leo, sabedor de que sucedía a un santo de plata legendario que incluso despertó la Octava Consciencia, Fantasma tuvo una gran meta que perseguir. Pero no la alcanzó. No pudo cumplir ni una sola de las exigencias de su maestra. No obtuvo la fuerza de Marin, Lesath, Zaon, Ishmael y Nicole, no logró reproducir a la perfección el poder manipular las emociones y ni tan siquiera llegó a ser un gran músico. Era un guerrero promedio dentro del segundo rango del ejército más poderoso del mundo; un campeón para los de fuera, un tipo corriente para los de dentro. Por eso él ya no era Lino, el músico, sino Fantasma. Contentado con ayudar a los débiles mientras los fuertes libraban las grandes batallas.

En esta situación, los débiles eran los hombres comunes que habitaban Sicilia. Fuera lo que fuese lo que se avecinaba, lo mejor que él podía hacer era protegerlos. Pero entonces, algo cambió, una nota disonante en la melodía que formaban todas las almas de la isla. Fantasma oyó que aquel enemigo con el que luchó en Bluegrad le pedía ayuda a gritos, incluso sin saberlo, y no pudo ignorarlo.

Acudió en auxilio de quien tal vez debía matar.

xxx

El santo de Orión lo esperaba, con la guardia alzada y la marca de la sorpresa redibujándole el semblante. Se suponía que nadie debió haber notado su presencia y ahí estaba aquel santo de plata, aterrizando ante él tras recorrer como una estrella fugaz el mismo camino sobre el que anduvo con prudencia. Era el mismo que había sentido al aparecer en Sicilia, el guerrero que elevó las fuerzas de los guerreros azules hasta el punto de superar a Rigel. No esperaba que tuviera sentidos tan agudos.

—La señora Lucile solía decir que cada alma humana es como la nota de una canción que el mundo prepara para conmover, una vez más, a los reyes del inframundo. La tuya no funciona muy bien, héroe, por eso te sentí.

—Mientes, Lira. Siempre me estuviste vigilando.

Jäger habría podido apostar por ello, pues él sí que estuvo pendiente de aquel débil cosmos que ahora tenía enfrente. Fantasma no se había movido en ningún momento, como esperando que algo ocurriera. ¿Era posible que el Santuario hubiese previsto que alguien pensaba resucitar a la raza de los gigantes? ¿Era eso parte del plan de Cratos y Bía? Convertirlo en el mal a vencer, mientras ellos formaban una alianza conveniente con el Santuario, mientras los santos de Atenea se apoderaban de todo y de todos.

«Ella perdonará tus faltas —escuchó muy dentro de sí.»

—Por mucho que te ocultes, héroe, nunca dejarás de tener un alma —aseveró Fantasma, poniendo enseguida una cara de extrañeza—. ¿Verdad? No es posible no tener alma y moverte. Hasta la legión de Aqueronte funciona así, en cierto modo.

—¿Qué quieres? —exclamó Jäger. Con el mar a la espalda y el monte Etna enfrente, era como si las opciones que le daban las voces se hubiesen vuelto realidad, teniendo él solo ojos para el volcán dormido. Ese era el primer paso de su camino hacia la salvación del mundo. No tenía paciencia para discursos.

—Ayudarte —dijo Fantasma, no muy convencido.

Quizá era por la extrañeza en el santo de Lira que Jäger no estalló en carcajadas. En la era mitológica, él era llamado Cazador, porque poseía una capacidad innata para detectar a las presas y porque había aprendido a actuar como estas; podía ser tanto un fiero guerrero como una débil sombra, deslizándose entre las paredes sin que nadie lo notara. Empleó esa facultad en contadas ocasiones como guerrero azul a las órdenes de Alexer, pero todavía consideraba decente su habilidad para camuflarse con el entorno, y el hombre que tenía enfrente lo había sentido, de lejos, además. No era alguien al que debiera tomar a la ligera, incluso si no podía compararlo a sus cuatro compañeros.

—¿Quiénes son? —preguntó Fantasma.

—¡No leas mi mente! —exigió Jäger.

—Son tus emociones las que bullen sin control —se defendió Fantasma—. ¿Quiénes son? Maya de Flecha, Orfeo de Lira…

—Héroes —cortó Jäger, apretándose las sienes—. Los héroes junto a los que luché por la única causa que era correcta. Deberíais conocernos, pero nos habéis olvidado. A nosotros y los pecados enterrados bajo la montaña que por tres milenios fue vuestra fortaleza. Habéis olvidado, en efecto, toda lección que pudisteis haber aprendido, por esa razón repetís en este tiempo los mismos errores uno tras otro. No permitiré que sigáis así, no permitiré que todo fuera en vano.

«Ella perdonará tus faltas —su propia voz se hizo eco de ese vaticinio de nuevo, como el murmullo de las olas, tratando de calmar la ira que lo embargaba.»

Él respondió a esa muestra de debilidad con más furia, cerrando los puños y los ojos hasta que pudo ver las cuatro nobles almas que los acompañaron. De algún modo, en ese momento descubrió que todas ellas reencarnaron para volver a servir en el ejército de Atenea, si bien vivieron en épocas en las que no fueron capaces de crecer tanto. Aun tras la caída del Zodiaco, la diferencia entre los santos de plata y de oro nunca fue cubierta salvo contadas excepciones que siempre acababan en tragedia. ¿Sucedería lo mismo con su alma, una vez muriera? ¿Escogería de nuevo ser un santo de Atenea, tal y como ellos, al reencarnar? Sí, lo haría. No tenía dudas de ello. Pero para eso, lo primero era cumplir con su deber. Acabar con la negra historia del Santuario.

Al abrir los ojos no vio a ninguno de sus compañeros, sino a un hombre corriente que jamás brillaría como un verdadero héroe, pues servía al mal, lo supiera o no.

—¿Vas a llorar, héroe? —preguntó el santo de Lira, tironeándose del cabello.

—Me sorprende tu descaro —acusó Jäger—. En Bluegrad estabas respaldado por un ejército y perdiste. Aquí estás de nuevo, sin un ejército, para perder de nuevo.

—Ya te dije que he venido a ayudarte. Desesperación. Arrepentimiento. Tu alma es aplastada por deseos contradictorios, diría que eres más humano que algunos de mis compañeros. Por eso quiero hacerte rectificar.

—Hablas demasiado.

Impulsado como un rayo devastador, Jäger acometió contra Fantasma, desgarrando una mera ilusión. Detrás, el auténtico salto de Lira acarició el instrumento con los largos dedos, activando el Réquiem de Cuerdas. Mil hilos de tenue luminosidad se proyectaron hacia el santo de Orión, quien los esquivó todos. Al menos los que pudo ver.

La segunda parte de la técnica de Fantasma lucía mejor si se hacía bajo un cielo cuajado de estrellas, pero el funcionamiento no variaba. Nuevos hilos caían en el firmamento y atraparon a Jäger en pleno salto. Estos, transmitiendo el poder del santo de Lira según aquel rasgaba las cuerdas, convirtieron en música la desesperación del cautivo, haciéndole caer de rodillas y gritar ya no como un cazador, sino como una bestia herida. Los ojos inyectados en sangre odiaban al músico; los dientes apretados ansiaban destrozarle la garganta en un mordisco propio de un perro rabioso.

—Es necesario —dijo Fantasma, preocupado al ver cómo Jäger luchaba contra el Réquiem de Cuerdas sin importarle que los hilos tocaran la piel no protegida por el metal. Él no tenía la fuerza para herir a alguien así, desde luego, pero el mal que tenía dentro era otra cosa. Cuando vio una gota de sangre bajar desde un corte en el cuello, añadió—: ¡Recuperarás tu humanidad! ¡Solo espera un poco!

Jäger no esperó. Envuelto en un cosmos de plata que poco a poco se teñía del mismo color que la sangre derramada, avanzó hacia Fantasma. Los hilos que este dirigía para impedirle caminar se rasgaban sin remedio. El resto seguía allí, dificultando los movimientos del santo de Orión, pero a medio camino este pudo sacar el brazo.

Disparó una Aguja Escarlata, acertando. El grito de Fantasma se fundió con los alaridos que Jäger dejaba escapar, enfrentado a fuerzas con sus propios demonios.

«Mátalo.»

«Ella perdonará tus faltas.»

Tales eran los caminos que se abrían ante el enloquecido Jäger, en verdad bullendo como un surtidor de lava ardiente. Por eso Fantasma continuó la melodía aun cuando recibió el segundo y tercer proyectil carmesí. Con los dedos pálidos y temblorosos, añadió las notas que, consideraba, equilibrarían la de aquella alma maldecida que ya disparaba la cuarta Aguja Escarlata, poniéndolo de rodillas por decisivos segundos.

Jäger rasgó la mitad de los hilos que quedaban con aquel dedo extendido. Acto seguido, los agarró todos y zarandeó al músico tal que fuera un bulto al final de una cuerda, azotándolo contra la piedra con tal fuerza que formaba cráteres cada vez más grandes. Fue un acto necio aquel. Otra Aguja Escarlata habría sido letal en el santo de Lira. Sin embargo, ya que este no detuvo la melodía en ningún momento, Jäger no era capaz de pensar en el modo más eficiente de acabar ese combate. La dinámica siguió así por todo un minuto: el santo de Lira chocando contra la tierra, añadiendo nuevas notas antes de ser elevado de nuevo a los cielos, donde también seguía. Tenía que salvarlo.

Entonces, Jäger soltó lo que restaba del Réquiem de Cuerdas, viendo con nuevos ojos su argéntea mano, bañada en sangre. Ya no había voces.

—Te dije que esperaras un poco —dijo Fantasma, saliendo del cráter.

Por acto reflejo, Jäger disparó la quinta Aguja Escarlata.

—Detesto que me manipulen —oyó Fantasma al despertar—. Incluso si es por mi bien, no deseo ser manipulado por nadie.

El santo de Lira trató de levantarse, sin éxito.

—Vas a morir —advirtió Jäger, de pie junto a él.

—Ya está bien. La nota ha sido corregida —aseguró Fantasma, sonriendo.

—Pobre loco. Un santo de Atenea no puede morir tratando de salvar a un enemigo. Es el mundo lo que debe proteger, la humanidad, no una persona.

—Ya te lo dije, héroe. Tu nota era discordante con la melodía de esta isla. Y una nota basta para cambiar una canción por completo. Nunca se me permitió nada distinto a la perfección. Por eso tenía que ayudarte, arreglarte.

—Si eso es así —dijo Jäger, advirtiendo que Fantasma acercaba la mano a su lira—, ¿por qué quieres matarme ahora?

—Ah, porque en este mundo hay muchas notas que quiero proteger —contestó Fantasma, mirando sin tapujos su instrumento. Acercando a él la mano hasta rozarlo; no podía hacer nada más—. En Bluegrad, las notas están cambiando. Debo ir con ellos.

—Te dejaré ir.

—Yo no puedo hacer lo mismo.

Jäger quedó sorprendido. ¿Ese hombre allí, incapacitado, pensaba luchar con él?

—¿Por qué razón no puedes dejarme ir?

—Porque vas a revivir a los gigantes, héroe. Puedo hacer que los hombres dejen de tener miedo, pero no que dejen de ser idiotas.

Un halo de plata bañó el cuerpo de Fantasma, cuyos ojos destellaban de determinación. Con un esfuerzo titánico se arrojó sobre el precioso instrumento, solo para ver cómo estallaba en mil pedazos entre sus manos.

Betelgeuse —rezó Jäger—. Brazo del Gigante.

—No —dijo Fantasma. Incapaz de ver las extremidades invisibles que emergían de la espalda y los hombros del santo de Orión, se limitaba a mirar los fragmentos desperdigados por su pecho—. A Mime le gustaba. Mime quería oír mi música.

Cuando sendas lágrimas nacieron de los ojos de Fantasma, Jäger le dio la espalda.

—Necio. Si tanto querías proteger a las gentes de Bluegrad, debiste ir allí en lugar de aquí. No puedes salvar a enemigos y aliados por igual.

«Aun así, Terra y Aqua pretendieron eso —reflexionó Jäger, con la vista puesta en el monte Etna—. Quisieron salvarme, a pesar de que soy el enemigo.»

—¿No es de eso lo que se trata el Ocaso de los Dioses? ¿De salvar a todos?

Los pensamientos del santo de Orión fueron cortados. El paso que estaba por dar hacia el volcán no llegó a darse. Violento y encendido por una furia que solo comprendía a medias, Jäger giró hacia el santo de Lira, quien con dificultad se ponía de pie.

—¿Qué es el Ocaso de los Dioses? —exigió saber Jäger.

—Al menos he salvado al amigo de Aqua —murmuró Fantasma.

Parecía ido, por esa razón Jäger lanzó un ataque sencillo, proyectando los brazos invisibles hacia el santo de Lira. Grande fue su sorpresa al ver que estos eran cortados una y otra vez por unos hilos apenas perceptibles, más parecidos a rayos de luz lunar que a las cuerdas del argénteo instrumento. Los sentidos de Jäger se agudizaron, siguiendo aquellos hilos hasta el cielo. ¿Fantasma se había convertido en su propia marioneta? ¡Ni siquiera Orfeo podía ejecutar el Réquiem de Cuerdas sin la lira!

—¿Qué es el Ocaso de los Dioses? —repitió Jäger, colérico, añadiendo nuevos brazos a los anteriores. La mayoría eran cortados por la insólita barrera de Fantasma, pero otros lo alcanzaban, aplastándole las perneras y brazales, los guanteletes y las botas, al son de otra repetición que no hallaba respuesta—. ¡Responde, maldita sea!

Los huesos del santo de Lira crujieron. La sangre manó abundante de las manos y los pies destrozados. La marioneta humana en la que Fantasma se había convertido era un guiñapo incapacitado cuando Jäger volvió en sí. Asqueado de sus actos, ejecutó Rigel para cortar aquellos hilos de plata. No permitió que Fantasma cayera como un muñeco desmadejado, sino que dio un salto para atraparlo en el aire. ¿Qué había hecho? ¡Solo se estaba protegiendo! En ningún momento lo había atacado, tras librarlo de ese mal que lo atormentaba. ¿Por qué tratar a alguien así con tanta brutalidad?

—Yo no quiero salvar al mundo —habló el santo de Lira, a la vez que vomitaba sangre—. Yo quiero salvar a la gente.

—Es lo mismo —aseguró Jäger—. Salvar al mundo y a la humanidad.

—No a la humanidad, a la gente.

—Dices cosas extrañas.

—Y tú haces cosas extrañas, héroe.

Jäger tuvo que darle la razón en eso. Asintió, estremeciéndole la idea de que en realidad no se arrepentía de sus actos. Le bastaba recordar esas blasfemas palabras para desear aplastar la cabeza de ese moribundo. El Ocaso de los Dioses.

—Espero que hayas disfrutado de la música.

—Tu nota vuelve a ser discordante. Todas las notas. Oh, tenían razón, yo estaba equivocado. Debe hacerse, debe hacerse.

El deseo de matar a Fantasma volvió a anidar en el corazón de Jäger. Este, empero, tuvo la suficiente fuerza de voluntad para dejarlo caer con suavidad. Mientras lo hacía, se dio cuenta de dónde provenía ese odio que sentía por un noble hombre capaz de querer salvar a amigos y enemigos, incluso si esto último era quizá debido a una petición de Aqua. Era el Réquiem de Cuerdas que aquel santo de Lira ejecutaba, manipulando sus emociones, lo cual le provocaba un rechazo instintivo, propio de una bestia que se niega a ser enjaulada. Tan pura era esa reacción, que a un mismo tiempo quería dejar atrás a ese hombre y aplastarle el corazón. Puso la bota sobre su peto.

—Reviviré a los gigantes —confesó Jäger—. Ya que soy un santo de Atenea de la era mitológica, puedo pasar a través de la barrera que la diosa puso en el volcán. Los cuerpos inmortales de los hijos de Gea recibirán de nuevo su espíritu, traído desde Cocito, marcando el fin de un Santuario corrupto y el comienzo de uno nuevo.

—Hazlo de una vez, héroe —pidió Fantasma. Había perdido las manos y los pies, su cosmos había sido cortado y el dolor de cada Aguja Escarlata recibida había terminado de anular su sentido del tacto. Ya no podía moverse, ni luchar—. Uno no puede salvar hasta a sus enemigos, ¿no es cierto?

No se molestó en responder, sino que empezó a presionar la bota contra el peto de plata, decidido a que fuera él quien diera muerte a aquel extraño hombre. El frágil metal se cuarteó en cuestión de segundos, saliendo sangre a borbotones poco después. Y él solo lo miraba con una perturbadora sonrisa y unos ojos llenos de extrañeza.

De repente, una lluvia de balas cayó sobre la espalda del santo de Orión, demasiado desconcertado con la actitud de Fantasma como para preocuparse de las insignificantes armas de los hombres comunes. Con cierto desgano, giró mientras decenas de balas lo golpeaban una y otra vez; sabía que a esa velocidad no sufriría daños así alguno le diera de lleno en el ojo. Miró hacia arriba, donde un caza —el único depredador clase Pegasus que le quedaba a la Guardia de Acero—, emitió un mensaje inesperado.

—Mi nombre Azrael —se oyó desde el depredador, si bien Jäger tenía claro que el emisor no estaba allí. No había vida en el interior del caza—. Como comandante general de la Guardia de Acero, tengo que agradecerte que nos hayas informado de tus planes con tanto detalle. Una amiga nuestra ya había vaticinado que revivir a los gigantes sería el próximo movimiento del ejército de Hades, pero siempre ayuda que la información sea corroborada. Gracias, Jäger de Orión.

Una risa explotó a la espalda del desconcertado Cazador. Este no podía imaginar que Fantasma no se reía de él, sino de los disparatados métodos del asistente. Él, por supuesto, había visto venir de lejos el depredador Pegasus, había sentido a Azrael.

—¡Así es como debe sonar una nota! —exclamó Fantasma, con una alegría impropia de su estado—. ¡Él está libre! ¡No es un santo de Atenea, por eso está libre de esa cosa!

Jäger dio por supuesto que la cosa de la que hablaba el santo de Lira era esa otra voz que lo manejaba antes, y que quizás siguiera manejándolo de forma más sutil, pero la insistencia del tal Azrael hacía difícil pensar en esos asuntos. Golpeando el aire con el brazo, liberó contra el Pegasus tal onda de choque que lo redujo a nada junto a las balas que seguía disparando sin resultado. El cosmos desplegado no se detuvo ahí, sino que como un huracán de pura destrucción, atrajo a todos los aviones Equuleus que Azrael había dispuesto, invisibles, alrededor de aquella área, desintegrándolos.

Haberse mantenido oculto para los sentidos de los santos le hizo olvidar a aquellos que carecían de un cosmos, un error que el santo de Orión no volvería a cometer. Ahora, más consciente de la clase de enemigo con la que lidiaba, Jäger detectó de inmediato el Egeón cerca de la costa siciliana. Vio, casi como si lo tuviera enfrente, a cuatro veloces guerreras enfrentando a las bestias marinas que al punto habían surgido. En verdad estas no le obedecían del todo, solo aparentaban hacerlo por orden de alguien más.

—¿Cuántas mujeres hay en este Santuario? —se preguntó, molesto, mientras una inmensa ballena era alzada del mar en todo su peso por la patada de una joven, Alicia de Delfín, solo para que una guerrera pelirroja liberase sobre la criatura miles de proyectiles luminosos, los Meteoros, hasta partirla en dos—. No son nada…

Aunque contaba no menos de veinte criaturas en ese lado de la isla, ninguna parecía estar a la altura del original al que Perseo petrificó para salvar a la princesa Andrómeda en tiempos antiguos. Una de ellas, incluso, pareció morir sin ninguna herida visible. Jäger ya estaba considerando la posibilidad de que la atmósfera o el océano fueran nocivos para los monstruos de antaño cuando una quinta joven apareció sobre el cadáver: Presea de Paloma se había fundido con el aire respirado por la bestia, introduciéndose en ella hasta llegar al corazón y destrozarlo.

Consciente de que no tardarían en acabar con los monstruos del Flegetonte, Jäger apuntó con la palma abierta hacia la costa a la que sin duda pretendía llegar el Egeón. Pensaba encargarse él mismo de las santas de bronce, pero no tenía intención de perder el tiempo con la tripulación del Egeón ni con ese capitán general. Pensó en el sufrimiento que hace a los hombres caer de rodillas, manifestando de ese modo una esfera líquida y amarillenta. El regalo de Titania de Urano.

—Esta es mi respuesta a tu agradecimiento, Azrael.

Las aguas del Aqueronte se proyectaron desde el santo de Orión hasta más allá de las tierras y el mar de Sicilia como un géiser velocísimo. Sin embargo, en el último momento una fuerza aún mayor apareció frente a Jäger, pateándole primero el brazo y luego encajándole un puñetazo en pleno rostro. El santo de Orión salió volando mientras veía una cara conocida y percibía el resultado de su invocación.

—Bastará —dijo, percibiendo la presencia del Aqueronte no solo en la tierra que pisaba, sino por toda la cubierta del Egeón. Allí, un comando de mujeres con armas y artefactos extraños, pobres imitaciones del poderío de los santos, veían una vez más cómo guardias del Santuario, pertenecientes a épocas lejanas, eran empleados por el Hades como carne de cañón—. Todos ellos van a morir.

—No digas estupideces —dijo Makoto de Mosca, envuelto en un halo de plata—. Los santos no mueren tan fácilmente. Ni siquiera los de hierro.

Notas del autor

Shadir. Mientras leía esta reseña el pasado año, en concreto la parte en la que no hay descanso para el soldado, me entraron ganas de darme contra la pared, porque se me había pasado avisar de que me tomaría unas vacaciones de la publicación, las cuales se terminaron alargando más de lo previsto. Mil disculpas por eso.

Viendo a todos estos personajes, cualquiera diría que la guerra concluyó hace días. ¡No paran de brotar problemas por doquier! ¿Podrán resolverlos nuestros héroes?

Me alegra que esta historia siga manteniendo el interés. ¡Ojalá siga así!

Ulti_SG. ¡Bienvenida de vuelta! Y disculpas también a ti por la tardanza, de verdad no esperaba que mis vacaciones (de publicar) duraran tanto.

¿Grandes y maduros? ¿Por qué siento que suena mal?

Ya ves, el tema de los dos Jäger confunde a todos, incluidos a los todopoderosos Astra Planeta. Como diría Cersei Lannister: «El poder es el poder.» Los dioses bendigan al que inventó el teletransporte, ahorra toneladas de tinta en narración. ¡Por eso la directora nunca puede dejar el escenario sin vigilancia! Enseguida empiezan a improvisar para ganarse a la crítica, o al público, o a ambos. Bien dice el dicho que la ambición no tiene límites, ¡Jäger lo quiere todo para él!

Bueno, creo que las risas del señor Burns no las quiere.

*Insertar Serious Cat aquí.*

Sí, por fin un universo donde Folkell vive bien y feliz. Aunque lo de feliz está por verse, con esa prometida tan alocada. No olvido los orígenes de Drbal, ese sacerdote asgardiano tenía en la película la mitad de ambición de Jäger, hacía falta un seguro para tenerlo tranquilo. ¿Ese seguro es de verdad la espada, o es su amigo, prometido de la mujer a la que le hace ojitos cuando no mira? Me agrada escribir sobre esos dos, la verdad, siento que se complementan. En el texto original, describía la escena y no terminaba de gustarme cómo quedaba. Así narrada creo que está mejor. ¡Qué cruda forma de describir la propuesta de Folkell! Pero así fue, Katyusha tuvo la oferta sobre la mesa y escogió. La telenovela Amor en el Norte concluye al fin.

Lo que no concluyen son las reseñas, veamos qué más has leído.

Era indispensable añadir la coletilla de heterosexuales.

Así Makoto se perdió el viaje a Hiperbórea con todos los gastos pagados, excepto los gastos hospitalarios por la batalla con Ío de Júpiter, dudo que los Astra Planeta sufraguen eso. ¡Ese es el espíritu de Saint Seiya! Armaduras ropas, gente reparando armaduras… Y algo sobre la paz, la justicia, el amor y la amistad. Se ve que Gugalanna le dejó una gran impresión. Nunca se olvida la primera vez que te usan de servilleta.

Si Norton I pudo declararse emperador de los Estados Unidos, solo los dioses saben hasta dónde llegaría Azrael si le dieran tiempo.

Aquel encuentro entre el grupo de Helena y Azrael durante la guerra sí que llegó lejos. ¡Una unidad especial para la Guardia de Acero! Oh, sí, Makoto y Azrael se reencuentran después de más de cincuenta capítulos y poco ha cambiado entre ellos. Azrael dice locuras, Makoto se desespera, vuelta a empezar. ¿O no? Porque Azrael ya no es que haga desesperar a Makoto por accidente, sino que sabe gastarle bromas porque lo tiene pillado. ¡Fue tu elección venir a verlo, Makoto, ahora asume las consecuencias! Aunque muy a la ligera se toma nuestro amigo Azrael la idea de que Akasha pueda no servir a Atenea… Sí, no me cabe ninguna duda de que así ocurriría.

¡Adremmelech, deja el puesto libre que ya tenemos un candidato mejor!

Desde siempre que esta historia le ha dado una importancia especial a la Ley de las Máscaras. Esta es mi forma de darles continuidad a lo que fueron y no pudieron seguir siendo, a causa de la batalla contra Caronte que sucedió hace días, en tiempo cronológico, y años, en tiempo de publicación. Considerando cómo le ha sentado a Makoto que su amigo fuera candidato a santo de oro, yo creo que su corazón no resistiría verlo con el áureo manto, digan lo que digan sobre las posibilidades infinitas del multiverso. Como escritor, también extrañé poder manejarlos juntos, no solo en este arco, sino también durante la guerra, donde cada cual cumplió su papel. Como decía la madre de Forrest Gump, la vida es como hablar con Azrael, nunca sabes lo que te vas a encontrar. Antiguo candidato a santo de oro, padre de las santitas… ¿Y qué más?

Quizá lo más complicado de manejar muchos personajes en diferentes escenarios es que tienes que estar pendiente de quién sabe qué cosa. Las mecánicas de Saint Seiya (telepatía, sentir cosmos…) ayudan, pero hay que estar atento de todos modos. ¡Gracias por la ayuda, Garland de Tauro! Lo que nos faltaba, gigantes ilusorios. Por lo menos nuestro amigo no hace honor al cliché del grandullón tonto y algo se huele.

Tardé más de ciento sesenta capítulos, pero sí, lo dije.

¡Qué bueno que hayas podido ponerte al corriente! Veamos la última reseña.

Los problemas, como se suele decir, de uno en uno.

Así es, en la escena de Julian y Adrien mencionan ese misterioso plan. Haber sido el segundo dios más poderoso del universo te cambia la perspectiva.

Por respeto a la historia, no afirmaré, ni negaré nada.

Aun a día de hoy, no he encontrado mejor frase para describirlo. A pesar de eso, o justo por eso, me divierto mucho escribiendo sobre ellos. Sí, hay un tiempo y lugar para cada cosa, incluido el humor. Típico, después de guerrear contra los muertos, tocan gigantes. Team Azrael! Go! Go! Go! (¿Dónde te has metido, Aqua?)

No tendrás que esperar mucho porque, salvo imprevistos, vuelve la publicación normal.