Capítulo 155. Promesa de paz
Desde el momento en que debió convencer a los atenienses convocados por Titán de que debían luchar juntos, no entre sí, Arthur no había dejado de darle vueltas al alcance de la corrupción que había en el Santuario al que pertenecía. Debía de ser grande, pues incluso vistiendo otro manto sagrado, Seiya siempre sería el mismo, no enfrentaría a Shun, un amigo, un hermano, por un simple engaño. Era demasiado cabeza hueca como para interesarse en cualquier discurso sobre el bien mayor, de por sí.
Sin embargo, el momento nunca era el apropiado. No podía causar una escisión teniendo que enfrentar a un enemigo de la talla de Titán de Saturno o Ío de Júpiter. Incluso después de que Titania les asegurara que los Astra Planeta no seguirían inmiscuyéndose en los asuntos de la orden ateniense, pensó que el mejor modo de proceder sería regresar a la Tierra y purgarla de hasta el último engendro del inframundo que quedase. Y entonces, como caído del cielo, apareció Azrael.
No podía desaprovechar la oportunidad de descubrir de una vez por todas si Akasha en verdad no era parte de la sombra que se cernía sobre el Santuario. ¿Era inocente, o la batalla con Leteo había borrado en ella todo rastro de culpabilidad? Tal era la ansiedad que lo embargó en ese momento, que llegó a levantar algunas sospechas sobre sí mismo. A pesar de ello, siguió adelante aprovechando el apoyo de Sneyder, el exceso de confianza de Shaula y Lucile, y el empeño de Akasha por salvar a todos.
El resultado superó toda expectativa. Doblegado por el Satán Imperial, Azrael confesó el propósito detrás del Ocaso de los Dioses: cambiar a la humanidad. Todavía no sabía cómo, pero el qué ya le decía mucho. Y más aún podía suponer con solo saber quién estaba enterado. Contuvo un estremecimiento y preguntó:
—¿Cambiar al hombre? El Santuario nunca se ha entrometido en esos asuntos.
—No es lo que se cuenta —replicó Azrael, cansado ya de oponer resistencia. Tenía la frente perlada de sudor, bajo la cual movía frenético los ojos, hacia el siempre implacable Sneyder, a una cabizbaja Shaula y a Lucile, aún prisionera de un anillo de aire helado—. Los santos tuvieron que ver con la caída de muchas naciones humanas.
—Solo equilibramos la balanza cuando había amenazas sobrenaturales en juego —cortó Arthur, severo—. Nuestro papel en la Tierra es defender la posibilidad de que el hombre se salve a sí mismo. Para juzgarlo ya están otros.
—Un juez que no quiere juzgar… —murmuró Azrael con una sonrisa forzada—. No has respondido a mi pregunta, Arthur. ¿Crees que la humanidad puede sobrevivir padeciendo catástrofes globales cada vez que un dios decida bajar a la Tierra?
—No. Es por eso que al reencarnar en el pasado milenio, Atenea quiso poner fin a los enfrentamientos que libraba con Hades desde la era del mito.
—Y eso nos lleva al problema actual.
—Que solucionaremos. ¿No es por eso que firmamos una alianza con Poseidón, el rey Alexer y el líder de Hybris? Todo gracias al buen juicio de nuestra actual Suma Sacerdotisa, a la que tú dices servir.
—Como ya te he dicho, no pongo en duda la capacidad de los santos de Atenea para defendernos. Solo…
—… Crees que somos una solución temporal, nunca definitiva. —Asintiendo, Arthur formó una sonrisa, aunque la mirada seguía fría e implacable—. Bien, dejémonos de rodeos. ¿Cómo el Ocaso de los Dioses ayudará a cambiar al hombre?
Azrael alzó la cabeza, inclinándose en dirección a Lucile.
—¿Es así como pagas tantos años de amistad? —cuestionó la leona de oro, divertida—. Ni siquiera dudaste un poco antes de delatarme. ¡Qué terrible!
En un instante, Arthur procesó todo lo que aquello podía suponer. Sin hacer el menor gesto, sometió a Sneyder en un campo gravitatorio antes de que se abalanzara sobre Lucile espada en ristre. La tierra se hundió bajo los pies del santo de Acuario y el anillo de aire frío que rodeaba a la santa de Leo se extinguió de inmediato.
—Si piensas que puedes convencerme de que todo esto no es uno más de tus teatros, es que durante todo este tiempo he sobrestimado tu inteligencia.
Ante aquellas severas palabras, Lucile solo se encogió de hombros. Palpándose los brazaletes dorados cubiertos por finas capas de fría escarcha, dijo:
—Gracias, gracias, gracias —repetía en tono melodioso, siempre dando la espalda al paralizado Sneyder, burlándolo—. Era tan incómodo fingir que estaba atrapada. ¡Y estar al margen de esta conversación! Qué terrible si solo está Azrael para dar explicaciones.
Arthur miró con el rabillo del ojo a Lucile, quien hacía una leve inclinación. Al mismo tiempo, decidió liberar a Sneyder del Martillo de Dios. Sabía que en ese momento solo podría contar con él si todo empeoraba; en el mejor de los casos, Shaula, quien seguía callada, solo estaría confundida, sin saber a quién apoyar.
—Siempre he confiado en tu buen juicio, Sneyder. ¿Acaso debo dejar de hacerlo?
—Pregunto lo mismo.
—Escuchemos lo que tienen que decir.
—Sabes lo que piensan hacer, el peligro que supone que ella regrese a la Tierra con nosotros. —Extendiendo el brazo, Sneyder apuntó a Lucile con la Espada de Cristal—. Tiene el poder de manipular las emociones y pretende usarlo sobre nuestro mundo.
Un extraño sonido, entre el comienzo de una carcajada y un grito de frustración, sacó a los santos de Libra y Acuario de aquella tensa discusión. Azrael se había levantado.
—Eso es lo que todos habéis querido que haga desde que se convirtió en la hija de Kiki. Los héroes legendarios, la nueva generación de santos de oro que ellos entrenaban —apuntó, fulminando con la mirada a Arthur, Shaula y Sneyder— y el Sumo Sacerdote. Los dirigentes del Santuario desecharon a la señorita Akasha…
—Que fracasó bajo la tutela de seis maestros.
—¡Y apostaron por ti, Lucile! —bramó, con un enojo que apenas controlaba—. Ya que tú sí pudiste recibir la herencia de los Mu. Y fuiste más allá, obtuviste el poder de manipular las emociones, convirtiéndote en el arma definitiva contra un enemigo que podría arrojar sobre nosotros a todos los muertos que hay bajo la tierra.
—Si tu intención es halagarme, lo estás consiguiendo —rio Lucile, siguiendo con la broma. Como imaginó, Azrael vio detrás de su juego y logró serenarse por sí mismo.
—Ni un solo ateniense, desde el más bajo rango hasta el más alto, se habría opuesto a la decisión del Santuario de usar a Lucile de Leo para amansar a las almas que Caronte pudiera usar, de no haber estado incapacitada. Ni siquiera tú, Sneyder de Acuario.
El aludido no respondió. Sin embargo, eso le bastaba a Arthur como prueba de que no trataría de matar a Lucile, de momento. Y el tono formal de Azrael le daba algunas esperanzas de poder sonsacarle más información antes de que todo se descontrolara.
—Entonces —dijo, carraspeando—, ¿es cierto? El Ocaso de los Dioses consiste en utilizar el poder de Lucile para cambiar al hombre.
—¿No es lo que íbamos a hacer para devolver al mundo a su estado natural, antes de que el Santuario fuera despedazado? —preguntó Lucile, empleando un tono inocente.
—Una solución probable para un problema concreto, con la que ni yo ni la Suma Sacerdotisa estamos conformes —se defendió Arthur, sabiéndose escrutado por Sneyder—. Según entiendo, el Ocaso de los Dioses es un plan ideado con mucha antelación, no para restablecer el equilibrio, como hicieron los santos de Atenea a la sombra de la Historia más de una vez, sino para crear uno nuevo. ¿Estoy en lo correcto?
—Sí —contestó Azrael sin dudar—. La diosa Atenea dio poder a los santos para proteger al resto de los hombres. Creo que es tiempo de empezar a hacerlo.
—¿En qué os diferencia eso de los caballeros negros? Ellos matan a aquellos que consideran malvados por el bien de quienes consideran justos. Usan el poder que poseen para cambiar al hombre. Todos en el Santuario condenamos esa senda, ¿cierto?
—El mundo no va a cambiar porque mueran unos cuantos criminales.
—Quiero saber la verdad —espetó Arthur—. Solo si respondes a mis preguntas, puedo garantizarte un juicio justo.
—He respondido —replicó Azrael—. El crimen no es más que el síntoma de una enfermedad. Incluso si todos los criminales de nuestro mundo fueran exterminados, otros podrían sustituirles. ¿Puedes estar de acuerdo con eso?
—Lo estoy. Es por eso que condeno las acciones de los caballeros negros. Las considero inútiles, incluso en un sentido práctico, olvidándonos de la ética y la moral.
—Eso es lo que diferencia lo que buscan los caballeros negros del Ocaso de los Dioses. Tratar el síntoma o la enfermedad. No castigar a los malvados, sino destruir el mal.
—Todos los hombres que han buscado ese imposible terminan formando parte de aquello que querían destruir —observó Arthur—. No puedes destruir un concepto que apenas puedes comprender.
—Hay otra diferencia —apuntó Azrael sin perder un ápice de determinación—. Cambiar al hombre está mucho más allá de impedir que cometan crímenes.
—Ese es otro punto en el que podemos concordar.
—No he terminado. La guerra trae muerte sea o no aceptada por la comunidad internacional. La pobreza y la enfermedad, incluso reconocidos como un problema prioritario en un millón de discursos, solo son tratados en la medida que es conveniente para los grandes intereses que mueven el mundo. Muchas de las leyes de los países que aseguran defender la justicia y la libertad son injustas. El crimen, incluso como síntoma, es uno entre otros muchos, pero ninguno de los esfuerzos para cambiar esto ha funcionado porque seguimos siendo prisioneros de nuestro pasado. Puede que ya no seamos cavernícolas consiguiendo cuanto deseamos con palos y piedras, pero el espíritu de esa forma de vivir nos ha perseguido hasta el día de hoy. Es parte de nosotros. Una parte que solo podemos cambiar a través de un poder sobrehumano.
Arthur escuchó con atención la exposición de Azrael, sumido en sus pensamientos. Entretanto, Shaula decidió abandonar el silencio en que se había recluido.
—¿No es algo malvado manipular la mente de las personas para que piensen lo que quieres? —cuestionó al fin—. Creo que eso es lo que el Juez ha querido decir al hablar de los que se convierten en el mal mientras tratan de destruirlo.
Mientras reía, Lucile pasó la mano por el cabello de la joven ninfa, dejando al descubierto la oreja puntiaguda. Shaula la apartó de un brusco movimiento.
—Yo no puedo obligar a nadie a que piense como quiero. ¡Ojalá pudiera! Tantos dejarían de actuar como simios… —Dejó la frase en el aire, como transmitiendo lo mucho que le tentaba esa posibilidad—. Yo manipulo las emociones, no la mente.
—¡Eso es peor! —gritó Shaula, negando con la cabeza.
—Oh, qué tierno el árbol. Dulce como la miel —comentó Lucile acercando a Shaula el rostro enmascarado. Sus dedos, blanca porcelana cubierta de oro, tintinearon sobre el peto de Escorpio, a la altura del corazón—. ¿Oyes eso? Es el sonido de tu preocupación. Mithos, Subaru, papá… —enumeró, alegre—. No puedo cambiar eso tampoco, ¿sabes? Aun si la ciencia definiera el amor como una reacción química, en el momento y lugar apropiados, las personas lo sienten como algo elevado, puro, por encima de las emociones que yo moldeo con la misma facilidad que respiro. Así que no te preocupes, nadie detendrá este hermoso sonido. Es más, a quien quiera hacerlo, lo destruiré.
Cansada del descaro de la santa de Leo, que en ningún momento abandonó aquel tamborileo, Shaula intentó agarrarle la muñeca. La leona de oro apartó a tiempo las garras, mostrando luego las palmas abiertas.
—Esto no es un juego, Lucile.
El santo de Libra no se molestó en intervenir, si bien escuchó cada palabra con el mismo detenimiento que con el improvisado interrogatorio a Azrael. Hacerlo le servía para entender que la actitud de Lucile estaba más allá de la de un zorro atrapado; ella había escogido ese momento para exponerse, aunque no imaginaba por qué.
—¿Cuándo conociste al líder de los caballeros negros? —lanzó sin dudar el Juez, dirigiéndose a quien empezaba a poder leer como un libro abierto—. Todo lo que dices parece provenir de la boca de Gestahl Noah.
—Lo conocí antes de llegar al Santuario —tuvo que admitir Azrael debido a la influencia del Satán Imperial. Notó el sobresalto en Shaula de Escorpio, cuyo hermano fue consumido por la orden que aquel hombre dirigía. También podía oler la sed de sangre en Sneyder, poco menos que una estatua desde hacía rato—. Fue mi mentor. Pero hace mucho que mi lealtad no está con él.
—¿Y con quién está tu lealtad? —cuestionó Arthur, a punto de hacer la pregunta que tanto tiempo llevaba retrasando hacer—. Ahora que sabemos cuál es el plan, es el momento de que me digas quién está detrás del Ocaso de los Dioses.
—¡No! —exclamó Lucile con potente voz, aunque aún melodiosa, sin la menor sombra de miedo. Mientras las miradas de todos se dirigían a ella, alzó un solo dedo, como la batuta de la directora de una orquesta desordenada, o acaso una maestra queriendo desperezar a unos alumnos rezagados—. No sabéis cuál es el plan.
—Ah, ¿no? —dijo Arthur, interesado.
—Azrael es el más eficiente asistente que nuestra atolondrada Suma Sacerdotisa podría pedir, podría decir que goza de mi simpatía, mas eso no lo salva de ser un poco simio para estas cosas —expuso, aún con el dedo alzado—. Quienes lo han oído podrían estar pensando que el Ocaso de los Dioses es pulsar un botón mágico que lo arregle todo. Como si fuera a hacer que seis mil millones de personas se convirtieran en obedientes corderitos con solo cantar un poco. ¿Puedo hacerlo? ¿No puedo? No importa —dijo luego de una larga pausa—. Porque eso no sería un plan, sino una acción.
—¿Acaso sugieres que Azrael no está al tanto de la verdad detrás del Ocaso de los Dioses? —cuestionó el Juez, quien en parte deseaba creerlo.
—Mis poderes pueden servir para cambiar al hombre, mas eso es solo una parte del plan, no el plan en sí mismo. Azrael debió empezar por el principio. ¿Qué clase de impulso creéis que voy a dar a la humanidad? ¡Cálmate, Juez! Te lo diré. Lo que diferencia a los simios de hoy en día de los seres humanos que surgirán gracias a mi talento son dos cosas muy valiosas: claridad y empatía.
Ahora eran dos los dedos que Lucile mostraba. Arthur tuvo que esforzarse para no reír. ¡Aun en esa situación, la leona de oro quería jugar con él!
—¿Eso es todo?
—¿Te parece poco? ¿No encaja con tu visión de unos demonios que buscan corromper las mentes de unos cuantos simios? ¡Perdón! —exclamó, inclinando la cabeza—. De la inocente humanidad que sin ningún lugar a dudas hallará la salvación si solo le damos tiempo. Lamento decir que ese es mi papel en el plan, dar a los animales la claridad y la empatía que les permitirá aspirar a convertirse en humanos.
—Todos aquí sabemos lo mucho que disfrutas paseándote por el campo de batalla —observó Arthur con frialdad, no usando un tono de reproche, sino constatando un hecho—. Nadie en el Santuario ha olvidado la matanza que provocaste.
—Eso es cierto. Amo el arte —aseguró Lucile, orgullosa—. Y a veces el arte nace de todas las cosas que podrían terminar luego de este plan. Iré más lejos. El Ocaso de los Dioses es también el fin de la humanidad tal y como la conocemos, porque desde que empezó a andar el hombre no ha podido vivir sin el conflicto. Como raza, necesitamos de la adversidad para crecer y no estancarnos, para progresar.
—¿Debo molestarme en responder a eso?
—Por supuesto que no. Amo el arte —reiteró—, no a la humanidad; admiro lo que unos pocos han aportado a este mundo y siento indiferencia por el mundo en sí. Así que no lamentaré que el ritmo al que crecemos baje o se estanque si la recompensa es un futuro que me maraville. ¡Me he aburrido de este planeta en el que se vierte tanta pasión en la guerra para luego condenarla! Estoy de acuerdo en que debe cambiar, muy a mí pesar. Al principio de todo esto dijiste que el Ocaso de los Dioses era un plan para controlar el mundo, ¿verdad? Espero haber oído bien.
—Eres muy joven para tener problemas de oído.
—Es un alivio. Bien, haré una pequeña corrección —dijo Lucile, acercando los dedos hasta que las yemas se rozaron—, no son dos los impulsos que daré a la humanidad, sino tres. Todo comenzará con… ¿Cómo los llamó a Azrael? ¿Los intereses que mueven el mundo? Es algo complicado lo que haré con ellos, así que dejémoslo en que poder y responsabilidad estarán unidos por un lazo irrompible. Los dirigentes de un país, una comunidad, una ciudad o incluso un pueblo, se verán atados por las bienintencionadas promesas que hacen. Tener poder, sea político, económico, social, religioso o de cualquier otra índole implicará perder la libertad.
»El siguiente paso —añadió antes de que alguien la interrumpiese—, será derramar sobre todos los simios sin poder la tranquilidad que necesitan para pensar un poco. Se podría decir que abriré las puertas de la sabiduría, no del conocimiento o de la inteligencia —aclaró con tono severo, agitando ambos dedos—, para todo aquel que quiera atravesarla. A decir verdad, más que manipular las emociones de los seres humanos, les libro de los problemas que sufren por ellas: un amigo que mata a otro dominado por la furia, un académico que pierde el camino cegado por el orgullo…
»Una vez todos los que tengan un par de neuronas posean algo de claridad, terminaré con la empatía. Si quieren seguir sintiendo odio, ira, envidia y todas esas intensas emociones podrán hacerlo, mas las acciones pasarán por un filtro en el que lo que pase a los demás importará. Siento escalofríos solo de pensarlo —admitió—. Hasta podría ser una respuesta al problema de la sobrepoblación…
»Gracias a este par de impulsos no tendremos que esperar a nadie excepcional para liderar a los simios, hasta ellos pueden lograr grandes cosas siendo seis mil millones.
De todos los presentes, Shaula era la que menos se esforzaba por ocultar lo que sentía. Quizá porque estaba desbordada por la situación. Arthur, observador, cavilaba sobre la forma de ponerla de su lado mientras confrontaba a Lucile:
—Quieres otorgar a todos los seres humanos el don del entendimiento. Una evolución espiritual forzada, podría decirse.
—Lo primero es un buen resumen. El resto hace que sienta todo esto como los delirios de una secta. Empiezo a dudar… —musitó—. Adecuaría este proceso a las diferencias culturales de los pueblos de la tierra, algunas de ellas —acotó—, el fin de este plan no es crear un mundo unificado ni un gobierno mundial. ¡No hay nadie en la actualidad por el que tener tan altas expectativas!
—Lo único que se me escapa es el lazo que usarás para unir poder y responsabilidad. Parece un añadido de último momento.
—Es una estupidez, puedes decirlo con toda confianza. Por eso olvidé mencionarlo al principio, ya que solo tiene una función de transición. Mientras los simios se convierten poco a poco en personas, el viejo mundo debe seguir funcionando. Además —comentó, extendiendo los brazos—, debe haber un enlace entre el cielo y la tierra.
—Te refieres al Santuario —entendió Arthur—. Se suponía que este plan acabaría con las Guerras Santas, por lo que los santos de Atenea dejarían de ser necesarios.
—Es el Ocaso de los Dioses. Atenea también es una diosa. Mas, que los santos dejen de ser necesarios, no significa que el Santuario deje de serlo también. Todo el conocimiento que ha permanecido guardado bajo esa montaña debe ir a algún lado, ¿no? Allá donde están quienes pueden aprovechar esos recursos.
—Comprendo. Tus poderes servirán para dar a los hombres comunes la capacidad de aprovechar el conocimiento que atesoraban los siervos de los dioses. Estoy seguro de que la misma Atenea vislumbraba ese final para la orden.
—Dentro de miles de años, millones, tal vez. Un simio siempre será un simio. La piedra que fue pateada volverá a ser pateada. Sea como sea, las manecillas del reloj se mueven con mares de sangre e insensatez. Adelantar el cambio que permitirá a los hombres servirse del último regalo de los dioses es el segundo paso del plan.
—¿Y el tercero? ¿A dónde va a parar todo esto? ¿Qué esperas tú conseguir apoyando un plan que solo forzará el amansamiento de la humanidad?
—Yo solo siento curiosidad —aceptó sin reservas avanzando al firme Juez—. Quiero ver qué clase de mundo puede crearse si desvío la capacidad de los hombres para la destrucción hacia vías más creativas. Azrael cree que hasta podríamos llegar lejos, ¡tan optimista él! —rio—. Sobre cuál es el objetivo del plan… Depende.
Esta vez fue Shaula la que intervino, pues Arthur se había quedado sin palabras.
—¿Depende?
—Mi música llegará a seis mil millones de almas. Tendrán claridad para pensar por sí mismos y empatía para conectarse con el todo. ¿Y qué deseo habrá en el inconsciente colectivo? ¿Auto-destrucción? ¿Salvación? ¿Todos se unirán en una nación mundial o cada hombre será como una nación aparte, sin necesidad de someterse a las leyes de la sociedad? El Ocaso de los Dioses apunta a un futuro en concreto, claro, mas llegados a este punto todo queda en manos de los seres humanos. He terminado.
De tan brusca forma, Lucile acabó la exposición, dilatada lo más posible con un fin que solo ella podía conocer.
Arthur, reservando para sí las sospechas que tenía al respecto, lanzó sendas miradas a Shaula y Sneyder, que durante la mayor parte del tiempo solo habían escuchado.
—Si se puede imponer el bien al hombre, también es posible imponerle el mal —espetó el santo de Acuario, cuya Espada de Cristal seguía activa.
—Si la humanidad desea la paz, es más fácil convencerlos de buscarla que de lo contrario. —Ya que Lucile se había apartado, cruzada de brazos y tarareando, fue Azrael quien quiso responder a las inquietudes del resto.
—Yo… —Abrumada por cuanto había escuchado, Shaula apenas podía conectar dos palabras. Pero debía hablar. Como parte de la orden ateniense que nació para defender el mundo, no podía estar al margen de algo así—. No puedo aprobar algo que pasa por encima del libre albedrío. Cambiar, si no es por ti mismo, no tiene significado.
—Día a día, el libre albedrío es pisoteado —espetó Azrael, frunciendo el ceño—. La mayoría piensa lo que otros quieren que piense o no piensan en lo absoluto. En comparación, el mundo tal cual es nos manipula con mayor descaro.
—En mi opinión —intervino Arthur, previendo que el airado Azrael hiciera dudar a la santa de Escorpio—, la vuestra es una forma pomposa de forzar a la gente a portarse bien. No es la primera ni la última vez que alguien sueña con hacer algo así, gracias a los dioses el resto no tuvo el poder para lograrlo.
—Para alguien que vive recluido en una montaña estudiando las estrellas debe ser muy fácil escudarse en una armadura de ética y moralidad.
—Estás fuera de ti, Azrael. Siempre supe que eras un idiota, pero un idiota agradable, al menos. La armadura a la que te refieres es la humanidad en sí misma, caótica, falible, que hace todo lo posible por crecer a pesar de ello. La perfección que buscas está en el resto del universo. Quizá eres tú el que debió recluirse en una montaña estudiando las estrellas —sugirió—. ¿Estás seguro de que tu lealtad no está con Gestahl Noah?
—Necesitamos el poder de los santos de oro. De todos los santos.
—Responde a mi pregunta.
—El don de Lucile no es suficiente.
—Azrael…
—¡Necesitamos que perdure! ¡No por la eternidad! Solo un tiempo prudencial, mientras vivimos. Después, las futuras generaciones sabrán proteger este legado… —trataba de explicar. La cabeza le ardía, sudaba a mares. El esfuerzo por no responder lo estaba matando—. ¡Escúchame!
—¡Ya he escuchado suficiente! —gritó Arthur, ya sin poder ocultar la furia. Azrael, golpeado por una fuerza invisible, salió volando contra las gradas. A parecer del Juez, era un milagro que no se partiera en dos—. Solo quiero saber una cosa más. Akasha.
—No… —dijo Azrael, suplicante.
—¿Es parte de esto?
—¡Basta!
—¿Ella forma parte de este plan?
Por un segundo, el corazón de Azrael se detuvo, el asistente escogía la muerte antes que responder a aquello. Pero Arthur no se lo permitió. De algún modo, con un golpe en el pecho lo obligó a regresar al mundo de los vivos.
Completamente desesperado, buscó ayuda. Shaula retrocedía cada vez más, Sneyder era peor que Arthur y Lucile, en el otro extremo del coliseo, seguía tarareando. Por poco que le gustase, aquella mujer era todo con lo que podía contar.
—¡Por favor, sálvala! —Mientras se mordía la lengua con fuerza, ese fue el mensaje que envió a la en apariencia distraída Lucile—. ¡Sálvala! ¡Sálvala!
La sangre bajaba a través del mentón, donde se juntó con las lágrimas que era incapaz de contener. Unos segundos más y se desprendería de esa lengua maldita que estaba a punto de condenarlos a todos. Pero Arthur tampoco le permitió esa decisión.
—Gracias —murmuró, apareciendo detrás del suicida asistente antes de dejarlo inconsciente de un golpe en la nunca.
Lucile escogió ese breve instante para viajar como el relámpago a la montaña sagrada. Para cuando el resto lo notó, era tarde para perseguirla.
En realidad, Arthur no la habría perseguido aun si no fuera así. Lo que tenía que hacer ahora lo superaba. ¿Acaso Lucile le había hecho algo tarareando una canción infantil? ¡Hasta Sneyder seguía quieto como una maldita estatua!
—No eres tú mismo, Pacificador —advirtió Arthur, mediante telepatía.
—Juez, he cometido un error —respondió Sneyder por la misma vía, apretando los puños—. Esa Bruja… No, incluso antes, confié en el hombre que trató mis heridas. Antes de morir, Atlas de Aries me aseguró que él y Sugita de Capricornio estaban equivocados. Que la Suma Sacerdotisa era inocente de al menos esa falta.
Arthur asintió. Recordaba ese momento en la Esfera de Saturno, que por desgracia se explicaba por los eventos en Reina Muerte: Leteo había consumido todo recuerdo sobre ese nefasto plan en la mente de Akasha. Iba a incidir en eso cuando Shaula intervino.
—Yo lo haré. Permíteme que sea yo quien la detenga. A Akasha.
Notas del autor:
Ulti_SG. Concuerdo, saltarse el vídeo es una traición. A qué, no sé, pero lo es.
En otros tiempos me preguntaba por qué las historias con mil y un personajes terminaban centrándose en unos pocos mientras el resto solo estaba para figurar. Hoy en día lo sé, es complicado tener grupos de personajes en distintos escenarios.
Tiene sentido, porque Shaula es la hija de toda una ninfa. Lo que no pasó en la guerra entre vivos y muertos, pasó aquí. ¿Todavía los shipearías?
Por suerte, esta Papisa sí da permiso, porque si fuera Dohko…
¡Santas distorsiones espacio-temporales Batman!
Por alguna razón, todo ese asunto de saltarse los vídeos me recuerda al infierno de los JRPG (Vamos a Jugar VII), donde saltarse un diálogo con un personaje cualquiera imposibilita tener acceso a una información importante. ¡Y no hay guías para esto! Mal hecho, Shaula, el primer paso del entrenamiento Jedi es saber controlar tus emociones. Pues sí, en otras circunstancias Shaula tendría que dar muchísimas explicaciones, primero a Akasha y luego a los lectores, que Azrael está en el Top 10. (¿Tal vez?). Esa es otra complicación de manejar muchos personajes, ser consciente de que no todos tienen la misma información, no ya de asuntos importantes, sino de cosas más cotidianas, como que el asistente de la Papisa es secretamente un santo de oro.
Azrael sigue teniendo cabeza y eso ya es mucho decir. Porque aquí nos tomamos en serio la velocidad de la luz. Más o menos, no sé en qué cosa pensaba Kurumada cuando hizo a los santos de oro así de rápidos. Habría sido de locos, no hay duda.
Así es, Akasha y Azrael se encuentran una vez más después de decenas de capítulos. Alrededor de cincuenta si no tenemos en cuenta las escenas con el gólem.
Es normal que tengas miedo, porque Fobos está implicado.
Akasha tuvo que repetir tantas veces su entrenamiento Jedi que controla sus emociones mejor que Shaula. Grande, Makoto, ni siquiera estás presente y aun así aportaste el grano de arena justo que esta escena necesitaba. Me alegra poder haber producido ese sentimiento, pues considero que la escena debía sentirse especial. Obvio que sí, si Saga pudo hacer de todo sin que nadie le tosiera, Akasha puede aceptar un abrazo. Aunque quizá Arthur y Sneyder no estén muy de acuerdo.
Sí, Sneyder, mantente en tu personaje antes de que el multiverso entre en implosión, que lo normal es que seas tú el que esté en desacuerdo con Akasha, no Lucile. Ni cómo culpar a nuestra estimada Papisa, no solo esta historia es larga, sino que cada vez que se involucran con los Astra Planeta las cosas se complican más y más. ¿Pedirle ayuda a Damon…? Bueno, él quería que sus enemigos del ayer fueran los aliados del mañana, así que podría ser una buena idea. ¡Los Astra Planeta en el cielo, todo bien en la Tierra! (Y Akasha, escondiendo el rostro tras las manos enguantadas y entrelazadas.).
Pues fue sin intención, pero no te lo puedo discutir. Para lo útiles que fueron, Lucile y Shaula habrían hecho mejor quedándose calladas. Se ve que Sneyder te hizo caso, y fiel a su personaje, decidió ser implacable aun en circunstancias tan problemática.
Azrael ya usaba el sexto sentido antes de saber que lo tenía. Por desgracia, no solo lidia con alguien muy fuerte, sino que este también es muy listo.
Todo un ejemplo del estilo Jedi, nuestra Papisa. Tenacidad es el segundo nombre de Alcioneo. Iba a decir pesado, pero eso se da por sentado, ya que es un gigante. La Tejedora de Planes siendo la Tejedora de Planes. Nada nuevo bajo el sol.
Como he dicho en alguna ocasión, esta historia es una fábrica de hacer preguntas, pero con el tiempo las responde. ¡Aquí se desvela el misterio que sirvió de base al loco Arco de Saturno, con todos esos santos de oro venidos de otros mundos! Parecía que todo estaba aclarado con el hecho de que tuvieron libre acceso a todas las redes sociales de Akasha, pero estaba ese pequeño detalle de la pérdida de recuerdos que también parecía haberse resuelto. Nuestra Papisa no parecía dar muestras de haber olvidado algo de lo que le vimos hacer. Para desentrañar el misterio, Arthur de Libra deja su toga de Juez para hacer de Fiscal y encontrar la verdad, para bien o para mal.
Así es, por lo menos en esta historia, guerrear con los dioses del Olimpo no es tarea fácil. ¡Si ya guerrear con los Astra Planeta es un dolor de cabeza! Claro, si eliminas la justa causa para la Guerra Santa, no puede haber Guerra Santa, solo guerra.
¡Cliffhanger!
Ojo, que este capítulo no es solo bueno, sino también MUY tenso. ¡Ojo al detalle!
