Capítulo 156. Traición
En otras circunstancias, la Suma Sacerdotisa habría podido estar al tanto de la conspiración que sucedía fuera. Después de convencer a Alcioneo de que ayudar a los argonautas, en especial a Ban, podría ayudarle a sumar puntos con Shaula, centró esfuerzos en abrir un acceso a los mares olvidados, sin éxito. Alguien se lo impedía.
Tanteó a aquel poderoso enemigo, el más fuerte de los rezagados de la Esfera de Júpiter, pensando en que quizá sería necesaria la intervención de otros santos de oro. Tres podrían vencer cualquier resistencia. De forma subconsciente, contó a todos los que estaban atrapados, aparte de ella: Lucile de Leo, Arthur de Libra, Shaula de Escorpio y Sneyder de Acuario. Entre los dos últimos hizo una pausa, descartando contar a Adremmelech de Capricornio: el Caballero sin Rostro había llevado al límite su capacidad para reconstruirse durante la batalla con Titán de Saturno, desapareciendo sin dejar rastro. En el caso de aquel gólem, desaparecer no era lo mismo que morir. Ya luchara con las fuerzas del Hades, ya combatiera a los Astra Planeta, siempre encontraba la manera de volver. Porque era un santo y los santos no morían.
Tras la muerte de Ío de Júpiter se le ocurrió buscarlo con el Ojo de las Greas, por precaución, sin que ninguna imagen le llegara por mucho que lo intentara. En parte, quería asegurarse de que no quedara atrapado por el cataclismo, en parte deseaba darle las gracias, pues sin la intervención del Caballero sin Rostro, ahora estaría de muerta. Siendo tan personales sus motivaciones, prefirió mantenerlas para sí incluso cuando habló de quienes debía rescatar. Entendía que sus compañeros tardarían en ver a Adremmelech como un legítimo santo de oro, al ser todavía recientes los tiempos en que sirvió a Hybris, y momentos convulsos como aquel requerían serenidad y unidad. Mas con el tiempo esto cambiaría. Aun si el santo de Capricornio era la clase de aliado que aparecía y desaparecía según disponía él y solo él, este comportamiento no distaba mucho del que según algunos de sus maestros caracterizaba a Ikki, el santo de Fénix, acostumbrado a reaparecer tras morir. También él empezó como un enemigo y pronto fue visto, primero, como un inapreciable aliado y luego como un héroe legendario.
De haber seguido ese hilo de pensamientos, habría sido consciente una vez más de que Azrael apareció poco después de que exigiese al Ojo de las Greas una imagen de Adremmelech, donde fuera que estuviese. Habría recordado cómo Adremmelech acudió en su ayuda cuando, de forma egoísta e irracional, quiso la asistencia de Azrael en su momento de mayor debilidad, tras atravesar la Puerta de la Vida. La Tejedora de Planes habría atado cabos y de forma irremediable el Ojo de Greas le habría transportado al juicio que se estaba dando en ese momento, pues saber quién era de verdad Adremmelech, o más bien, reconocerlo, rompería toda concentración.
Sin embargo, no lo hizo. Escogió confiar en el buen hacer de sus compañeros. Eligió buscar una salida para todos, por encima de cualquier otra inquietud personal, lo que le exigía olvidarse del mundo y de las dudas. Al igual que en la guerra.
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Shaula se consideraba una persona afortunada. Había sido ungida como santa de Atenea como lo era su padre, tenía a los mejores compañeros que podía pedir y uno de ellos era capaz de ver todo lo que le deparaba el futuro.
A los pies de la montaña sagrada, la joven ninfa rememoró la más vaga e imprecisa profecía de Subaru. «Un día, cuando todo esté en tu contra, lo único que puedes hacer es lo último que estarías dispuesta a hacer.» Nunca pudo sonsacarle más al respecto, a excepción de la advertencia que le dio antes de que los tres saltaran al abismo. Justo antes de separarse de Mithos y Subaru para después encontrase con Fobos y luego con Azrael. Justo antes de que todo se descontrolara.
Avanzó hasta adentrarse en el templo de Aries, de cuya entrada surgía una intensa luz dorada. Era el aura de Akasha, quien había llegado al límite adoptando una postura meditativa semejante a la de los anteriores guardianes del sexto templo zodiacal.
La voz de Akasha resonó como proviniendo desde todas las direcciones.
—¿Ha ocurrido algo?
—Lo sé todo, Su Santidad —contestó sin dudar.
—Oh, lo habéis notado, entonces —comentó Akasha al tiempo que el aura que la rodeaba desaparecía sin más, dotando al templo de una cierta oscuridad. Levantándose, añadió—: No tienes de qué preocuparte. Puedo arreglarlo.
—¿Arreglarlo? —repitió Shaula, atónita.
—Hice una promesa y pienso cumplirla —asintió la Suma Sacerdotisa—. Un ángel del Olimpo me impide abrir un acceso a los mares olvidados. Pretende destruir el Argo Navis y a todos los que se encuentran allí. ¡Luchan con valor! —aseguró.
En ese momento, pareció que Akasha hablaba de algo muy lejano, aunque Shaula no tardó en ser consciente de que ese era el problema más inmediato que tenían, al menos antes de saber sobre el Ocaso de los Dioses. Fue por esa razón que Arthur pudo apartar a Akasha de Azrael, logrando con ello revelar la verdad.
—No me refiero a eso. Lo cierto es que no sabía que Mithos y los demás tuvieran que enfrentar a un ángel del Olimpo —confesó, apretando con fuerza ambos puños. Le sorprendía no salir corriendo a abrir la Esfera de Marte a golpes. ¿Hasta ese punto estaba determinada a hacer lo que debía?—. Lo sé todo sobre vuestro plan.
—¿Mi plan?
—Puede que no recordéis nada, pero eso no los detendrá —murmuró Shaula, despertando todo el poder que poseía. Siete escorpiones de tamaño humano la rodearon, así como según la leyenda siete de aquellas criaturas acompañaron a la diosa Isis—. ¡Porque sigue siendo vuestro plan!
Al son de aquel grito de guerra, los aguijones carmesí se abalanzaron sobre la santa de Virgo, pero todos y cada uno la atravesaron como si fuera un fantasma.
Sorprendida, Shaula vio como quien creía Akasha desaparecía como una mera imagen residual. Ya que estaba en medio de un ataque, no fue capaz de evadir la infinidad de hilos que vinieron desde las paredes del templo, cubriéndole los pies, las manos y el cuello a la vez que la elevaban un par de metros en el suelo.
—¡Mi cosmos! ¡No puedo…!
Entre las sombras que rodeaban a la sorprendida ninfa empezaron a oírse algunos pasos. La primera en aparecer fue la auténtica Akasha de Virgo, desde cuyas manos surgían los hilos que había dispersado a lo largo de la estancia. Era Brahmastra, el alma misma de la muchacha, capaz de adoptar ochenta y ocho formas para servirle como arma.
—Tenías razón —murmuró, mirando hacia atrás—. Por mucho que prometan la paz, los malditos Astra Planeta seguirán atormentándonos. ¿¡Qué hiciste con mis compañeros, Fobos!? ¡Responde! —ordenó, dominada por la rabia. La parte de Brahmastra que rodeaba el cuello de Shaula presionó la piel, abriendo leves cortes.
—Esto es una locura —dijo Shaula con dificultad—. No soy Fobos, soy…
—Un peón del dios del miedo —se adelantó Lucile al tiempo que por fin salía de las sombras. Tenía los brazos extendidos y las palmas abiertas, como dando a entender que no tenía nada que ocultar—. O puede que solo una víctima. La Esfera de Marte los está volviendo a todos un poco locos.
—¡A mis compañeros…! —exclamó Akasha.
—Ya, ya… —Lucile paseó tranquila por la estancia hasta estar a la diestra de la santa de Virgo, cuya espalda palmeó con un ritmo calculado—. Y no somos tus compañeros, eres la Suma Sacerdotisa, ¿recuerdas?
—Eso ahora no tiene importancia. Tenemos que resolver esto.
—Lo segundo es cierto. —De forma distraída, Lucile apuntó hacia el rostro de la inmovilizada Shaula y recitó—: Alte Schrecken.
Una oleada de terror llenó el alma de la joven ninfa, cuyo cuerpo se convulsionó a pesar de la presión de los hilos. Enseguida Akasha hizo que aquella cárcel de hebras luminosas volviera a la forma usual de un sable de luz.
Shaula cayó pesadamente al suelo. Seguía paralizada, pero ya no por algo físico. Solo el espíritu era fustigado por la perversa técnica de Lucile, quien por un corto tiempo la sumergiría en una prisión mental hecha de miedo y terror.
—¿A qué esperas? —dijo Lucile, poniendo los brazos en jarras. No parecía afectada en lo más mínimo por la situación—. Ve, ve. Yo me encargo de esto.
Akasha no dio un solo paso.
—¿Qué piensas hacer con Shaula?
—Solo tres santos de oro luchando unidos podrían matar a Arthur.
—Nadie va a morir —aseveró, sacudiendo la cabeza—. Los santos no mueren.
—Solo tres santos de oro luchando unidos podrían derrotar a Arthur —se corrigió, suspirando—. ¿Mejor?
—Es una técnica prohibida.
—Y tú la Suma Sacerdotisa, autorízanos a ejecutarla como medida disuasoria. —De repente, una idea pasó por la mente de la leona de oro. Simple y por lo mismo eficaz—. ¿Tengo que recordarte que Azrael también está en la Esfera de Marte?
Mentalmente, Lucile contó hasta cinco. Ni siquiera llegó a la mitad cuando Akasha se puso en marcha al fin, desapareciendo en un fugaz instante. Esa era la única carta que podía usarse cuando se empecinaba en proteger a todos. ¡Qué desafortunado habría sido que Leteo hubiese consumido también los recuerdos que tenía de Azrael!
—El Alte Schrecken mantiene a la víctima paralizada un minuto. Ya debió pasar más de la mitad, así que no podremos hablar mucho.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano, Shaula empezó a levantarse, pero entonces Lucile se sentó sobre su estómago, usando las manos para mantener en el suelo los brazos de la joven ninfa. La leona de oro se inclinó hasta que ambas guerreras quedaron cara a cara.
—Yo no quería matar a Akasha —juró, cubierta por los largos y sedosos cabellos de Lucile—. La quería salvar.
Cada sílaba que pronunciaba le costaba un dolor inenarrable. Y eso solo reforzaba la sinceridad que respaldaba la débil voz de Shaula.
—Querías convertirla en un cadáver en vida, regresarla a la Tierra y luego pedir ayuda al resto de santos de oro —enumeró Lucile mientras palpaba con los dedos los brazales de Escorpio, como una hábil pianista—. No permitiré que tu falta de visión niegue lo que se avecina. Un mundo de pura creación. De vida.
Una vez supo que la santa de Escorpio no se levantaría, movió la mano derecha hasta colocarla entre ambas, y luego empezó a tamborilear el peto. En parte seguía el ritmo de los latidos del corazón, pero poco a poco eso fue cambiando al de una canción. La misma que tarareó para insertar la duda en los santos de oro en el coliseo. Claro que ahora pretendía ir un poco más allá. No era suficiente con impedir que mataran a Akasha, aquel trío de necios podía encontrar otras formas de estropearlo todo.
Los recuerdos de la temprana infancia, en la que demostró dotes de canto casi al mismo tiempo que al empezar a hablar, la empujaron a cantar en voz baja mientras seguía dando golpecitos sobre el peto de Escorpio.
—Twinkle, twinkle, little star, how I wonder what you are.
—Sneyder y Arthur… —trató de decir Shaula.
—Up above the world so high, like a diamond in the sky —seguía Lucile, con una extraña alegría empapada de crueldad. No ignoraba a Shaula, era consciente de que Sneyder podría poner las cosas en riesgo si se unía a Arthur, pero había intuido algo al estudiar las emociones de Azrael. A la vez una locura y una vía de escape si no podía convencer a Akasha de acabar con el santo de Libra—. Twinkle, twinkle little star…
—No quería matar a Akasha —repitió Shaula, febril. La improvisada técnica de Lucile, en forma de canto, estaba a punto de someterla.
—… how I wonder what you are…
—¡Pero a ti sí! —gritó con voz débil, dando un cabezazo.
Lucile pudo esquivar el ataque, demasiado lento y predecible, pero tan pronto lo hizo se sintió mareada, débil, vulnerable. Más que saltar, voló hacia las sombras de las profundidades del templo, temblorosa. Al abrir los labios, en lugar de un dulce canto o crueles palabras para la insolente ninfa, salió sangre, demasiada. Debido a la máscara sintió que todo el rostro era manchado por el cálido líquido.
Cinco segundos, solo quedaban cinco segundos para que el Antiguo Terror dejara de hacer efecto. Caminó de nuevo hacia Shaula, obstinada. Una y otra vez tambaleó, los sentidos se le estaban adormeciendo, pero no se permitió caer. ¡No podía caer!
Cuando supo que no llegaría a tiempo, pensó en matarla. Rebanarle el cuello con la Daga Magnífica. Se maldijo por ese achaque de debilidad. Ella, que podía manipular las emociones de los invencibles santos de oro, no tenía ese control sobre las suyas, seguía siendo capaz de ser cegada por la ira, el orgullo o el odio. No sería racional cortar aquel árbol antes de tiempo, se dijo; sin ella, Arthur las aplastaría como a un par de hormigas.
—Hace mucho tiempo, un espectro de Hades acabó con la vida de Aldebarán de Tauro, que se enorgullecía de poseer el cuerpo más vigoroso entre los santos de oro —explicó Shaula, de nuevo de pie. Libre del Antiguo Terror y del sello temporal que Brahmastra había impuesto sobre su cosmos—. La técnica que empleó, Fragancia Profunda, lo llevó a la muerte tan rápido que solo le dio tiempo a dar un único pero decisivo ataque.
La voz de Shaula era ahora para Lucile algo más que un sonido irritante. Un concierto había empezado en la cabeza de la leona de oro, uno en el que incontables músicos sin el más mínimo rastro de talento hacían lo que querían.
—Con la ayuda de Garland de Tauro, pude rescatar una parte del veneno más letal que existe en las profundidades del templo que él resguarda. Incoloro, sin ningún olor y capaz de entrar a través de la piel aun si esta está cubierta por un manto de oro. Tardé todo un año en aprender a reproducirlo con exactitud, pero ha valido la pena. No soy la clase de guerrera que queda indefensa si la paralizan.
Tronó las manos y el cuello mientras Lucile gemía de dolor. La leona de oro no estaba dispuesta a morir de esa forma, pero el precio a pagar era un sufrimiento inimaginable. Tal era el destino de quienes padecían la Muerte Roja, la técnica que había desarrollado usando la Fragancia Profunda como punto de apoyo, y que logró perfeccionar durante su estancia en la Fuente de Atenea, sabedora de que sanación y enfermedad eran las dos caras de la moneda de la vida. Por querer especializarse en venenos aprendió a curar heridas; por ser sus propias heridas curadas por un mejor maestro sanador de lo que ella sería, logró convertir lo que llamaba veneno en una muerte garantizada. Le pesaba haber tenido que emplearla con una compañera, pero no estaba dispuesta demostrarlo.
—Ya no ríes como antes —apuntó Shaula, adoptando una postura de combate. El dedo extendido como el aguijón de un escorpión.
—¿Quieres que ría? —dijo Lucile, conteniendo con notable esfuerzo los temblores que la dominaban. La palidez que estaba adquiriendo la piel apenas se notaba, debido a lo blanca que siempre había sido. Como un reto a aquel veneno supuestamente letal, rio por breves segundos—. Serás tú la que no podrá hacerlo en mucho tiempo. ¡Después de esto quedarás reducida a lo que siempre has sido, un palo insignificante!
Los cosmos de ambas guerreras ardieron con una intensidad única. Ninguna pensaba contenerse, así como no lo hicieron al combatir por separado a Ío de Júpiter.
«La Violenta Marcha Fúnebre —pensó Lucile, cuyo rostro enmascarado era rodeado por el largo cabello levitando, como bailando con el viento—. Mi as en la manga, la supresión de todas las emociones de mi oponente para convertirlo en un peón más o menos valioso. Usarlo con este dolor es una locura…»
En torno a la mano de Shaula, un inmenso poder empezaba a concentrarse, sediento de sangre. Con un solo vistazo, Lucile supo que pensaba usar la Aguja Escarlata; pretendía dejar que muriera desangrada, como un perro.
—¡Sea! ¡Que la locura reine una última vez, como el último espectáculo para nuestros dioses ausentes! —exclamó, dichosa. Poco importaba la debilidad del cuerpo si el cosmos seguía ardiendo—. ¡Escuchad, inmortales! ¡Die Heftig Trauermarsch!
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Azrael despertó todavía sintiendo el sabor metálico de la sangre, aunque la lengua herida era la menor de sus preocupaciones. Solo un santo de oro se había quedado a vigilarlo, Sneyder de Acuario, cuya presencia había hecho bajar la temperatura muy por debajo de los cero grados. El coliseo entero estaba congelado, él mismo estaba cubierto de escarcha; apenas sentía la mayor parte de su cuerpo.
—¿Qué ha pasado? —preguntó al estoico señor de los hielos, sin obtener respuesta alguna—. ¿Acaso…?
—Akasha de Virgo morirá —espetó Sneyder.
—¡Ella ya no sabe nada del plan! —aseguró. Al abrir tanto la boca para gritar, sintió que todo el rostro le ardía—. Lo ha olvidado. Todo.
—No importa. —Sneyder caminó hacia el asistente con pasos cortos y disciplinados, exponiendo el filo de la Espada de Cristal todo el tiempo—. Los pecados del hombre pueden ser perdonados. Pero Akasha de Virgo no es solo eso, es la Suma Sacerdotisa. Debió saber lo que implicaba ser nombrada representante de Atenea en la Tierra.
—Cuando recibió esa propuesta ya había olvidado todo sobre el Ocaso de los Dioses.
—No importa —repitió Sneyder, con una mirada carente del menor atisbo de piedad.
—Sí que importa —replicó Azrael, alzándose. Le costó un mundo hacerlo, o al menos aparentó que era así, pero no hablaría con el santo de Acuario desde el suelo, como un niño asustado. Sonrió—. Por eso estás aquí.
—Estoy aquí para asegurarme de que no pueda huir.
—Estás aquí —dijo Azrael, alzando la voz—, porque los demás no quieren que te acerques a la señorita Akasha. Si fuera por ti, nos cortarías a todos la maldita cabeza, pero Arthur debe haber pensado otra solución.
—No hay más remedio. Si pensó eso una vez, nada puede impedir que no lo haga de nuevo. Se olvida por conveniencia, no por inocencia.
Apretando los dientes y los puños, Azrael espetó:
—¡Deja de inventar excusas! ¡Siempre has querido esto! Desde aquella noche tras la Rebelión de Ethel, seis años atrás, siempre has querido verla muerta.
—Sí —respondió Sneyder con sequedad, callando al asistente—. Fue entonces cuando entendí la auténtica naturaleza de quien hoy llamamos Suma Sacerdotisa. Yo fui enviado a cortar de raíz nuevas rebeliones. De haber concluido mi tarea, el Cisma Negro no habría ocurrido —aseveró, duro y gélido como un glaciar—. No pude hacerlo, porque esa persona actuó en el momento justo y luego dijo las palabras adecuadas. Muchos han celebrado sus acciones desde entonces, sin imaginar hasta qué punto todo, incluido el final de la batalla que sostuvimos, estaba calculado.
—Si estás insinuando que la señorita planeó la muerte de Kushumai, déjame decirte que estás aún más ciego de lo que pensaba, Pacificador —acusó Azrael—. Ella no es un bloque de hielo como tú y el Juez, ella sí conoce lo que es la compasión.
—Lo sé —dijo Sneyder—. Lo he visto.
La sorpresa dominó el semblante de Azrael por un momento.
—¿Qué quieres decir?
Mientras que al principio solo trataba de mantener distraído al santo de Acuario, ahora sentía auténtica intriga. ¿Qué podría saber él de Akasha?
—Los Astra Planeta sabían de ese plan —acusó Sneyder, mirando al cielo—. Por eso mandaron en nuestra contra no a nuevos enemigos, sino a quienes debían ser nuestros aliados. Santos de Atenea de otros tiempos, de otros mundos. Yo luché contra uno llamado Sugita de Capricornio, quien por boca de alguien del que no es posible desconfiar supo lo que nuestro Santuario deparaba para el mundo y la humanidad. No llegó a contarme los detalles —aclaró, siéndole irrelevante si Azrael podía seguir el hilo de las explicaciones. Ni siquiera lo miraba—. No hubo tiempo, primero porque me negué a escuchar, después porque el Juez hizo un llamamiento a los santos de oro convocados para luchar contra los Astra Planeta responsables de manipularlos. Atlas de Aries curó mis heridas antes de marcharse, asegurándome que llegaría al fondo de todo este asunto. Tiempo después de eso, antes de que el Argo Navis apareciera en el cabo de Sunión, donde me recuperaba junto al santo de Tauro, el fantasma de Atlas de Aries me visitó en sueños. —El semblante de Sneyder se endureció—. Aprovechando la conexión que formó al tratar mis heridas, saltó desde el campo de batalla hasta mí para asegurarme que estaban equivocados, que nuestra Suma Sacerdotisa era inocente. Como prueba, me mostró su pasado, el pasado de la santa de Virgo que todos los santos de oro convocados pudieron observar y juzgar, con su consentimiento —especificó a destiempo—. Así vi que no había la malicia que había supuesto en sus actos tras la Rebelión de Ethel, solo el desesperado deseo de alguien incapaz de aceptar la muerte como una parte del orden natural de las cosas. No era un monstruo que planeaba todo al milímetro, haciendo del mundo y las personas una obra de teatro llena de actores que cumplían su papel, sino un ser humano que hacía lo que mejor podía para salvar este planeta de su inminente fin. Acepté esa prueba y callé todo este tiempo. No informé de nada a los argonautas, no pensé en ponerme en contacto con el Juez. Me avergüenza reconocer que en ningún momento me planteé si esto podía ser a causa de los eventos de Reina Muerte, cuando como santa de Virgo enfrentó al dios del olvido.
Azrael escuchó todo en respetuoso silencio, consciente de que Sneyder estaba siendo más honesto de lo que querría. En verdad había pensado que Akasha era solo una persona que hacía lo mejor posible, en verdad sentía vergüenza de no ser tan observador y tortuoso como Arthur. Resultaba extraño escucharlo, pues Sneyder no era de los que daban explicaciones. ¿Qué había cambiado? ¿Lucile había hecho caer alguna clase de hechizo sobre él y los demás mientras canturreaba, antes de retirarse? Agarrándose a esa vana esperanza, trató de apelar a la compasión que apenas atisbaba en el Pacificador.
—Confiaste en ella —aseveró a Azrael—. ¿Por qué no seguir haciéndolo? La persona a la que pretendéis juzgar es la misma a la que consideraste inocente. Los recuerdos tomados por Leteo, no hay forma de recuperarlos. Esto es innecesario.
—Ahora que lo pienso —dijo Sneyder, cortante—. Es posible que el santo de Tauro también conociera de ese plan y aun así calló. ¿Es parte de la conjura?
—¿Garland? —preguntó Azrael—. Por supuesto que no.
—Dudo que lo sepas todo —comentó Sneyder—. Eres demasiado débil, de cuerpo y de mente. Me encargaré en persona de interrogarlo cuando lleguemos a la Tierra.
Y en eso, también era sincero. Azrael pudo verlo en el único ojo del Pacificador, clavado en los suyos, acusador e implacable. Sneyder podía tener dudas, pero no se iba a dejar llevar por ellas. Destruiría el mal sin hacer preguntas, porque no era compasivo como Akasha, ni tortuoso como Arthur. Quizá ni siquiera era un ser humano.
—No eres más que un perro rabioso, Sneyder.
—Soy un siervo de la justicia, como debería ser un santo de Atenea. Sé dónde está mi lealtad. Tú ni siquiera fuiste capaz de decir dónde estaba la tuya.
Tras limpiarse con la mano la sangre que le resbalaba por el labio, ignorando el dolor de que emitía cada corte que se hizo en la lengua, Azrael alzó la vista hacia el cielo rojo.
—Akasha —susurró, envuelto en una repentina serenidad—. Mi lealtad está con la señorita Akasha, mi Suma Sacerdotisa.
Por un momento, los labios de Sneyder se torcieron, formando una mueca.
—No es tu Suma Sacerdotisa —le recordó—. No eres un santo. Solo un sirviente que ha recibido demasiada atención.
—Llevo esperando esto mucho tiempo. —Azrael, que todavía miraba al cielo, bajó lentamente la cabeza—. No imaginas cuánto.
Sneyder estaba preparado para que aquel hombre lo golpeara, pero fue incapaz de imaginar la velocidad a la que vendría el ataque. Contra todo pronóstico, el puño de Azrael voló a la velocidad de la luz, acertándole de lleno.
—¡Ah…! —exclamó Sneyder, sintiendo cómo el aire se le escapaba. Aunque el puñetazo no había dañado el manto de Acuario, llenó el metal de vibraciones que se extendieron a través de la sagrada protección, ignorándola para alcanzar directamente el estómago. Acto seguido, sin darle espacio para reaccionar, la bota de Azrael pisoteaba su rostro en una veloz patada que lo mandó directo al suelo.
El santo de Acuario rodó por la arena escarchada para esquivar un nuevo pisotón, pero al tratar de cortar la pierna del asistente, la Espada de Cristal empezó a quebrarse. Azrael, aun vistiendo el uniforme de un miembro de la Guardia de Acero, estaba rodeado por un halo dorado que solo doce personas en el mundo poseían.
—Esto es el cosmos de Adremmelech —gruñó Sneyder, retrocediendo de un salto.
—Te equivocas —negó Azrael, alzando aquella energía solar hasta el firmamento, como un faro de luz que habría de guiar a una vieja compañera—. ¡Este es mi cosmos! ¡El cosmos de Azrael, santo de Capricornio!
Si Sneyder tenía intención de poner en duda eso, solo él lo sabría, pues al ver el objeto que se manifestó sobre Azrael, tuvo que callar ante los hechos. El tótem de Amaltea había acudido al llamado del asistente de Akasha, y enseguida se deshizo en piezas de sólido metal que lo cubrieron por completo.
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Desde que Akasha salió del templo de Aries, la distancia entre la montaña sagrada y el coliseo no había dejado de extenderse con cada paso que daba.
La Suma Sacerdotisa, que conocía muy bien las batallas que los héroes legendarios libraron con la pasada generación de santos de oro, recordó el laberinto que Saga de Géminis, hermano del maestro de Arthur, podía conjurar sobre el tercer templo del Zodíaco. Cerró los ojos e ignoró lo que le decían los sentidos antes de avanzar.
Con el paso de los minutos, fue siendo cada vez más claro que era inútil. Arthur no manipulaba su percepción, en verdad estaba afectando al espacio en sí mismo, así fuera en un grado limitado. Era un mortal, después de todo.
—¡Nunca fuiste un cobarde! —exclamó, retándolo—. Si tienes algo que decir, ¡dímelo de frente, Arthur de Libra!
Ocurrió que en ese momento una columna de luz resaltó en el horizonte, donde debía hallarse el coliseo en el que miles, tal vez millones de jóvenes habían realizado la Prueba de la Armadura en el pasado. Era un cosmos de oro que no era el de Shaula o Lucile, quienes habían comenzado a pelear hacía poco, ni tampoco el de Sneyder.
Ella sabía bien quién era la fuente de aquel tremendo poder. Los sentidos le decían que se trataba de Adremmelech, el Caballero Sin Rostro; el Ojo de las Greas que aún poseía le mostraba que no era otro que Azrael, el asistente.
—He estado tan ciego todo este tiempo —lamentó Arthur, apareciendo de la nada, caminando hacia Akasha con una triste expresión—. Tan ciego.
Akasha trató de avanzar, pero el Martillo de Dios cayó sobre ella. Una presión gravitacional que amenazaba con aplastarla, como si el cielo estuviera a punto de descender sobre la tierra. El suelo bajo los pies de Akasha se hundió un par de metros.
—¿Sabes quién es él? —cuestionó el Juez, mirando hacia atrás con el rabillo del ojo—. El hombre que está luchando con Sneyder. ¿Quién es, hermanita?
—Azrael —contestó Akasha, sosteniendo Brahmastra con firmeza.
—¿Y sabes lo que eso significa? —Akasha sacudió la cabeza—. ¿También ese recuerdo te lo arrebató Leteo? Empiezo a preguntarme si te arrojaste al abismo a propósito, para que el olvido lavara tus culpas… Es todo tan conveniente…
—Arthur, estás confundido, la Esfera de Marte te está afectando. Deja que te ayude.
—Soy yo el que quiere ayudarte, hermanita —cortó Arthur, cansado. No quedaba nada del trato deferencial que había usado con Akasha desde que él mismo la ayudó a ser Suma Sacerdotisa, ya no la reconocía como tal—. No obstante, es difícil. Tu asistente resulta ser uno de los santos de oro, el mismo que por más de un lustro fue parte del Consejo de los Seis de Hybris. Peor, el mismo que se llevó a tantos de los nuestros en el pasado, después de la muerte de Ethel.
—Todo esto es muy extraño, lo sé —tuvo que admitir Akasha—. Pero aunque eres implacable, siempre has escuchado a aquellos a los que juzgas. Estoy segura de que Azrael tiene una buena explicación.
—Oh, sí, la tiene. Lucile te habrá dicho ya que lo interrogué, ¿cierto? —Akasha asintió, manteniendo baja la espada de luz—. Él es parte de un plan para forzar un cambio en el rumbo que sigue la especie humana. Obligando a los poderosos a cumplir lo que prometen, imponiendo al resto la claridad y la empatía necesarias para que el mal deje de ser una opción. Y admitió que tú eras parte de él.
—Yo no sé nada de eso —negó Akasha, vehemente—. Azrael podría haber sido influenciado por la Esfera de Marte, como tú y Shaula. ¡Si escucharais a Lucile…!
—Seríamos las primeras víctimas de vuestro plan.
—¡No hay ningún plan!
—Lo hay, solo que tú lo has olvidado. Leteo arrebató algunos de tus recuerdos, tu sueño de moldear el mundo a tu capricho. ¿Desde cuándo tenías tan viles intenciones? ¿Antes de recibir a Virgo? ¿Pediste a tu asistente que reformara a los caballeros negros?
De repente, la confusión y la preocupación que habían dominado el corazón de Akasha fueron agitadas por algo más. Cólera.
—¿Qué es lo que estás insinuando?
—El santo de Altar no es más que el asistente del Sumo Sacerdote. ¿Por qué no iba la sombra de Altar a cumplir ese mismo rol, una vez tú alcanzaras el trono papal?
—Sabes muy bien el daño que ese hombre me hizo. —A Akasha le resultaba difícil pronunciar cada palabra sin estallar, demasiados recuerdos le invadían en ese momento. El Cisma Negro, la primera vez que habló con Gestahl Noah, la promesa que le hizo después de firmar una alianza con Poseidón y aquella conversación en el Gran Salón, justo antes de que Titania de Urano despedazara el Santuario. De aquel último encuentro, Arthur no solo conocía lo que dijo, sino también lo que pensó y sintió, ¿cómo podía sugerir ahora que estaba aliada con ese hombre?—. Lo aborrezco. A él que corrompió todo por lo que habíamos trabajado. ¡A él que destruyó tantas vidas!
—Él no te odia. Al contrario, hermanita, cada vez que habla de ti, le brillan los ojos. Solo hablamos lo necesario para formar la alianza, así que pensé que solo estaba embelesado. Ahora que sé lo que sé, ya no estoy tan seguro.
—¿¡Qué me importa lo que ese monstruo piense de mí!? —gritó Akasha, haciendo notables esfuerzos por no arrojarse sobre quien claramente trataba de provocarla—. ¡Si pudiera, lo mataría con mis propias manos! ¡Él lo sabe bien!
—Tranquilízate, hermanita, solo estoy especulando ahora. Hubo un plan del que formaste parte, si no es que tú misma lo ideaste, y el hecho de que Azrael posee el mismo manto que un desertor, así como un cosmos idéntico. Si reniegas de ese plan, puedo perdonarte, aunque me temo que no podrás seguir siendo la Suma Sacerdotisa.
—No dejaré que le hagáis nada a Azrael —advirtió Akasha, empleando un tono amenazante que ni el propio Arthur esperaba escuchar de parte de ella.
—Aun si Azrael fuera Adremmelech mismo, él ya fue indultado y los caballeros negros son aliados. De momento, no tienes que preocuparte por él.
Eso pareció calmar a la santa de Virgo, hasta que notó que había alguien a quien Arthur no había mencionado. La única persona capaz de poner en práctica un plan que supusiera manipular a toda la humanidad.
—¿Y qué pasará con Lucile?
—Morirá. No puedo permitir que la mera posibilidad de que este plan sea ejecutado exista. Lucile de Leo es tan peligrosa como incontrolable. Ya le perdoné una vez la vida y empiezo a arrepentirme.
Ante las frías palabras de Arthur, cuyo rostro no se había turbado en lo más mínimo a la hora de dictar sentencia, Akasha terminó de alzar Brahmastra.
—Nadie va a morir. Los santos no mueren.
—Esos son solo palabras bonitas. —Arthur suspiró, hastiado, a la vez que negaba con la cabeza—. La realidad es que esta clase de traición solo se paga con la muerte. ¿No te das cuenta de que hasta tú podrías estar siendo su marioneta? Llegaste sola al Santuario, viajando desde Jamir, el día en que Ethel murió. Te creímos cuando dijiste…
Akasha saltó fuera de sí espada en ristre. No permitiría al santo de Libra ni tan siquiera pronunciar aquella insinuación. Ya le había consentido demasiados insultos.
Pero Arthur había previsto eso, lo había preparado, y bloqueó la espada con otra de oro.
Notas del autor:
Ulti_SG. En efecto, de eso se trata. Sin justa causa, no hay Guerra Santa, solo guerra. (¿Por qué siento que Ares se está riendo a mi costa). Sí, Azrael no tardó ni medio minuto en delatar a Lucile, ojalá eso pasara en los juicios de Ace Attorney. (El juego de abogados y fiscales protagonizado por Phoenix Wright. Tuvo un Anime y un Live Action, ambos recomendables.). Es normal en los casos policiales, no sirve de mucho eliminar a una de las partes de una conspiración si no conoces al resto y quien mueve los hielos. Aun sin Lucile, quien ideó un plan así podría tratar de llevarlo a cabo por otros medios. Aun así, dejo apuntada esta genial idea del genial Juez.
Pese a que tuve esta idea desde hace muchos años, desde que acabé el borrador no he dejado de ver cosas parecidas en diversos juegos, películas y series de animación. Muchas veces, para facilitar el dilema, hay un enorme pero en el que impulsa la reforma de la humanidad, como segundas intenciones, corrupción de los instigadores y fatales consecuencias. (Por ejemplo, ya que mencionaste Death Note, más allá de discutir si está bien que un estudiante de instituto matando criminales con un cuaderno y conexión a Internet pueda crear un mundo sin crimen, desde el capítulo 1 que el chico ya está seguro de ser el Influencer del Nuevo Mundo.). Aquí quise que se debatiera el asunto en bruto, sin distracciones. ¿Está bien, o no está bien forzar la evolución espiritual de toda la de la humanidad? Unos hablan a favor, otros en contra. Me gustó poder tocar ese tema, la verdad… Y vaya, también mencionas Ace Attorney, sí, imagino que el debate pudo ser parte de uno de esos juicios locos. Mis personajes son conscientes de que nunca competirán con el finado Fantasma de Lira en duelos de Rap.
Oh, sí, hay muchísimos métodos para cambiar a la humanidad, probablemente la idea es tan vieja como el mundo. (El método clásico es hacer que llueva mucho y todo el mundo se ahogue.). Aquí fui específico, en parte porque es lo mío serlo, en parte porque lo sentí necesario. Cambiar a la humanidad no es un plan, sino un objetivo, ¿cuál sería el método? Pues ya lo dijo Lucile, la clave es el Amor, como los alienígenas de Los Simpsons. (Genial meme, por cierto. Recomiendo al que guste verlo en SSF, ya que en FFnet no es posible subir imágenes en las reseñas.). Claridad por el bien del individuo, empatía por el bien del grupo, que en este caso es el género humano.
A buen seguro que habrá mundo en mil años, que haya, o no, humanidad, ya sería objeto de debate. En cualquier caso, Arthur sabe que los pelijuegos son aburridos y apunta al momento de la acción, porque uno de los hitos de los casos policiales es saber quién es el culpable de todo. Un momento, ¿Akasha? ¿¡Qué pasó aquí!?
Siendo Azrael, obviamente, leal como nadie. ¡Sería un dolor de cabeza! Las conversaciones con Makoto pasarían a ser: el asistente con carteles, Makoto sufriendo, como siempre. No me arrepiento de haber vuelto muda a Triela, pero sin duda que tener a dos personajes mudos le quita el encanto al asunto, como los ciegos OP del Anime/Manga. La más débil entre los santos de oro huye del más fuerte de los santos de oro, en otras circunstancias pensaríamos en Deathmask huyendo de forma cómica del invencible Afrodita (¡Me niego a ser partícipe de los bandos doradistas de siempre!), pero Lucile tiene muchos recursos y va a usarlos. Levanto la carta que puse boca abajo para decirle a Arthur: La culpa no es de Sneyder, él iba a hacer su trabajo.
Ofión de Aries, El Ermitaño.
Garland de Tauro, el Gran Abuelo.
Kanon de Géminis, el ex-Papa.
Nimrod de Cáncer, el Pequeño Abuelo.
Lucile de Leo, la Bruja.
Akasha de Virgo, la Tejedora de Planes.
Arthur de Libra, el Juez.
Triela de Sagitario, la Silente.
Adremmelech de Capricornio, el Caballero sin Rostro.
Sneyder de Acuario, el Pacificador.
Shizuma de Piscis, la Dama Blanca.
Y Shaula de Escorpio, la Chica Colador… ¡Hey, no, ella es la Muerte Roja! Tengamos fe en que esta vez hará bien su trabajo.
Ahora dices que es buen capítulo, pero pronto eso cambiará…
Shadir. Ya me estaba preocupando, es bueno verte de vuelta.
El calor es una de las grandes cosas que Apolo nos dio, junto con la música. (En realidad el tema del sol como tal es más cosa de Helios, pero no nos metamos en el copyright de la Antigua Grecia, por nuestro bien.).
Oh, muchas gracias. He querido contar muchas cosas, sobre todo, un mundo grande que vaya más allá de los lugares comunes, pero trato de que todo esté conectado.
¡El Santuario no es tal si no hay al menos una conspiración!
Sí, con los años fui viendo que era un tropo, pero creo que tiene potencial.
