Capítulo 175. Un mal permitido

Makoto había escuchado las palabras de Gestahl Noah, pero era incapaz de procesarlas. Ya tenía una visión de lo que ocurrió con el viaje final del Argo Navis, una visión maravillosa, que no admitía una alternativa tan terrible.

—¿Qué has dicho? —fue todo lo que el santo de Mosca pudo preguntar.

—Fue asesinada —respondió Gestahl Noah, tajante, aunque luego permaneció en silencio por algunos segundos, observándole. Tal vez pensaba que se le arrojaría encima en cualquier momento, tal vez decidía qué detalles de los grandes acontecimientos que habían ocurrido podían ser conocidos por un simple santo de plata—. Los dioses. Sí, los dioses —decidió, asintiendo para sí—. Ellos los llevaron a la muerte. A Akasha y a Azrael —enumeraba, inconsciente de la palidez de quien lo escuchaba—. Es posible que toda la tripulación del Argo Navis haya muerto. He perdido mi conexión con Hipólita y ya no sé qué está ocurriendo en los confines del universo.

Cabeceando, Makoto rechazó tan nefastas noticias.

—Lo que dices es imposible. ¡Hicimos una promesa!

Antes de responder, Gestahl Noah se llevó el dedo a los labios y miró a Eco.

—Lucile de Leo, Akasha de Virgo, Arthur de Libra, Shaula de Escorpio y Sneyder de Acuario. Si sumamos a Nimrod de Cáncer y a Shizuma de Piscis, que lleva un buen tiempo sin aparecer, diría que el Santuario ha sufrido un muy duro golpe, la Corona del Zodiaco está rota. Pensé que era el momento de decir la verdad. Me dirigí a Kanon de Géminis. —Los muy abiertos ojos de Makoto fueron todo lo que necesitaba el líder de Hybris para comprender que no entendía nada—. Debido a las acciones de los dioses, Caronte de Plutón está libre, y por tanto, también vuestro antiguo Sumo Sacerdote. A él le revelé mi auténtica identidad. Soy Deucalión, primer representante de Atenea en la Tierra y el primero en portar el manto de Escorpio. Mis ropas datan de esa época, aunque me temo que no hay más de un yelmo papal —explicó, palpándose la sien.

Por un momento, Makoto rememoró el encuentro con Gugalanna y algunos de los comentarios de Jäger, Portador del Dolor, sobre el auténtico pasado de los santos de Atenea, descubriendo lo poco que le importaba esa revelación.

—Me da igual quien seas —dijo el santo de Mosca—. Me da igual todo.

Comprendía que la pesadilla no era tal, sino un sueño que lo preparaba para lo peor. En verdad Azrael y Akasha habían muerto, sin duda para proteger el mundo. Era más de lo que podía soportar, pero lo hacía, pues él sí había sobrevivido.

—Está bien —dijo Gestahl Noah, con más comprensión de la que recordaba en él—. Aun así, debo informarte de que ya no soy el líder de Hybris. Los caballeros negros pidieron asilo a Bluegrad para protegerse de la justicia del Santuario.

—Eso tiene gracia —rio Makoto, captando la ironía—. ¿Puede existir la justicia del Santuario si no hay Santuario? Y hablando de eso —dijo, endureciendo la mirada—, ¿os vino bien que no lo hubiera, verdad? Solo hay una razón para que los caballeros negros teman la justicia de los santos de Atenea. Hicisteis justo lo que prometisteis no hacer a cambio del perdón papal. Mientras los santos de Atenea, los marinos de Poseidón y los guerreros azules luchábamos la guerra entre vivos y muertos, vosotros engrosabais las filas del Hades asesinando criminales. Sois unos aliados muy confiables, ¿eh?

—Los caballeros negros mataron, es cierto —admitió Gestahl Noah—, aunque no solo criminales. Esa era solo la primera fase, destinada a purgar el mundo de la mano de obra del verdadero objetivo. Los políticos, empresarios, periodistas, jueces, abogados, banqueros… Toda esa gente que movía el mundo por su propio interés ya no está. El equilibrio de poder del mundo contemporáneo, que se mantenía a base de que el débil siempre fuera débil y el poderoso cada vez más poderoso, ha sido destruido, aunque eso no es algo que un simple soldado pueda comprender —apuntó, respondiendo de esa forma a la desaprobación presente en el rostro del santo de Mosca—. Si el Santuario no nos hubiese perseguido, habríamos podido realizar la segunda fase de la operación de un modo más limpio y ordenado. Pero las cosas se dieron como se dieron y para poder enfrentar a las fuerzas del Hades debimos hacer ciertas concesiones, lo que dejó todo un patio de juegos a los dioses para hacer del mundo un caos.

—Cuando dices dioses —le interrumpió Makoto con sincera preocupación—, ¿te refieres a…? —Si Akasha había muerto sin lograr la paz que buscaban, todo habría sido en vano. Cada muerte. Cada batalla librada. Solo habrían logrado una prórroga.

—Fobos fue la mano ejecutora, si eso es lo que preguntas —dijo Gestahl Noah—. Fue enviado por los Astra Planeta para liberar a Caronte de Plutón y causó un gran daño en el proceso. Primero Bluegrad, después todo el mundo. Las naciones estuvieron a punto de entrar en guerra con el Santuario, la anarquía cundió en las ciudades y los demonios ejercían sobre los hombres una justicia por mucho más salvaje que lo que Hybris tenía previsto hacer. Para las fuerzas del Hades, después de todo, justicia es aquello que Hades considera justo. Y todo pudo ser mucho peor, si mis muchachos y otras fuerzas aliadas no hubiesen contenido a Dagoth, el Príncipe Durmiente, y los horrores en el continente Mu. Defendimos la Tierra tanto como vosotros lo hicisteis.

—Fue una guerra brutal —entendió Makoto, apesadumbrado—, incluso después de que ganáramos. Akasha… La Suma Sacerdotisa es… era muy sabia.

—Lo era —aseguró Gestahl Noah con sincera tristeza—. No habríais podido proteger este mundo sin números. Crear la Guardia de Acero, aliarse con Poseidón y perdonar a sus enemigos fue la clave de esta victoria. —Pocas veces esa palabra era pronunciada con tanto desgano—. La Tejedora de Planes. Un buen título. No me sorprendería saber que ella supo, o incluso preparó de algún modo, que Alexer iba a ser rey de Bluegrad. Lo tenía todo previsto, hasta el más mínimo detalle.

—Eso es falso. No previó vuestras acciones.

—Cumplimos nuestra parte del trato.

—Los Cazadores, seguro que sí —dijo Makoto, sin dejarse convencer—. ¿Qué hay de los Observadores, los que solo estudiaban quién iba a ser el objetivo?

Era una institución más bien decorativa en Hybris, que poseía a un telépata de la talla de Munin de Cuervo Negro, pero existía. Muchos caballeros negros viviendo vidas normales en apariencia, con la fuerza para hacer una matanza donde y cuando quisieran.

—Sabía que tarde o temprano lamentaría haber dejado vivir a un santo de Atenea que fue parte de mi organización. —Contrastando con esas palabras, Gestahl Noah sonrió, tal vez satisfecho de poder hablar con franqueza—. Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas. ¿Qué preferiría el mundo? ¿Una Tercera Guerra Mundial que agitara los cinco continentes y los siete mares? ¿O extirpar las malas hierbas para que el jardín llamado humanidad pueda seguir viviendo? Los Observadores tuvieron que tomar una decisión y lo hicieron. Llevaban tiempo viendo de cerca a los que aseguraban un mundo en el que el malvado sale bien librado y los justos son aplastados. Te habría sorprendido ver esa lista, porque muchos de ellos son celebrados como filántropos e intachables defensores de los Derechos Humanos a la luz de los focos. Lo que hacen en la sombra se pierde en la larga lista de conspiraciones que ha llenado la Red con su venia, un regalo de la era digital. Todo se sabe, la verdad y la mentira. Rituales satánicos, redes de prostitución para la élite de la élite, crisis mundiales calculadas para mantener el status quo… En comparación, los que solo matan, roban y dañan son mera mano de obra, como ya he dicho. No hay peor malvado que aquel que está convencido de estar haciendo lo correcto, lo que siempre se ha hecho.

—¿No te muerdes la lengua? —acusó Makoto.

—No hemos hecho lo correcto, solo lo necesario.

—Porque el Santuario lo ha permitido.

—No tiene otra opción —aseguró Gestahl Noah—. Hay un tercer grupo en Hybris. Los Pastores, preparados para aminorar las consecuencias de que todos los poderosos de este mundo desaparezcan de la noche a la mañana. Los Observadores mutilaron el poder militar, político y económico de las grandes potencias y otros grupos de poder. Los Pastores son el único medio que tiene el Santuario para que las naciones no desaparezcan merced del caos perpetrado por Fobos.

—Felicidades —dijo Makoto—. Has conquistado el mundo.

Gestahl Noah se encogió de hombros.

—Al mundo le fue mejor que si las fuerzas del Hades hubiesen hecho el trabajo y peor que si el plan se hubiese llevado a cabo como debía ser. No me arrepiento de haber dejado que esos muchachos cumplieran su sueño de traer paz y justicia a la Tierra.

—¿Paz y justicia?

El tono de burla de Makoto no hizo mella en Gestahl Noah.

—Es una etapa temporal. La economía, la política y hasta la propia sociedad de cada país se resentirán por un tiempo, en lo que gente mejor ocupa tantos puestos de poder ahora vacíos. Entretanto, los hombres se preguntarán por qué. ¿Por qué tanta muerte? ¿Tuvo una razón de ser la Semana Sangrienta? Puedo imaginarlo porque yo mismo me hice esa pregunta mientras oía caer la lluvia sobre el arca, a sabiendas de que debía abandonar a la única persona que pude salvar, la única que me amaba y a quien yo aprendí a amar. ¡Porque un día fui el único hombre en toda la Tierra digno de sobrevivir! —Por un breve momento, se llevó una mano a la cabeza. Quizá para limpiar algunas lágrimas, quizá solo por un repentino dolor de cabeza.

A Makoto no le importó. ¿Cómo iba a compadecer a quien instigó el asesinato de…?

—¿Cuántos?

—La Semana Sangrienta duró…

—No, ¿cuántos muertos? —le interrumpió—. ¿A cuántos mataste?

—Alrededor de setecientos —respondió Gestahl Noah—. Desconozco la cifra exacta.

—Setecientos mil personas… —repitió Makoto, consternado. El diluvio de Poseidón había barrido con un millón de vidas en más de dos semanas. Eso era peor, mucho peor. Setecientos mil asesinatos calculados a detalle eran comparables a los peores actos de la humanidad. Un genocidio basado en una brújula moral retorcida.

—Setecientos millones —corrigió Gestahl Noah—. Una décima parte de la humanidad.

De inmediato, Makoto se llevó las manos al estómago, revuelto. Horrorizado, ni siquiera fue capaz arrojarse a aquel asesino dominado por la ira.

—Una Tercera Guerra Mundial habría dejado más muertos. Con el armamento actual, solo una de cada diez personas en todo el mundo sobreviviría, en el mejor de los casos.

—Cállate.

—Y aun sin una guerra, en cien años habríamos tenido cien veces ese número de muertos. Si supieras cuántos mueren cada segundo por el hambre y la enfermedad…

—Cállate.

—Los Pastores se asegurarán de que el mundo cambie —dijo Gestahl, suponiendo que eso tranquilizaría a Makoto—. A diferencia de los Observadores y los Cazadores, los Pastores son una institución encarnada en un solo hombre, Munin, y en las memorias que ha logrado manipular a lo largo de estos seis años. Cuervo Negro supo cubrir con creces el puesto que había reservado para Ethel.

—¡Cállate, maldita sea! —gritó Makoto. Oír ese nombre borró la sonrisa que le produjo saber que Munin estaba vivo. ¿De qué le servía saberlo si era partícipe de semejante monstruosidad?—. Ella era demasiado pura para vosotros.

—Todos somos inocentes alguna vez, hasta que empezamos a vivir demasiado —lamentó Gestahl—. Eso es todo sobre los caballeros negros. No llores por los muertos, Makoto, deja que yo lo haga por ti. Son mis hijos, después de todo. Soy el padre de todo aquel que nunca podrá vestir un manto sagrado. Ya que estoy, te agradezco lo feliz que hiciste a mi hija hoy —añadió, señalando la espalda desnuda de Eco.

El santo de Mosca también miró a la amazona, sorprendiéndole que siguiera dormida. Luego se levantó, removiendo la manta para cubrirla mejor. Sabía que Gestahl le estaba diciendo algo importante sobre quién era en realidad, pero fue sincero al decirle antes que no le interesaba en absoluto. Las pocas veces que no pensaba en el daño que Hybris había hecho, lo hacía en Akasha, Azrael y el resto de argonautas. No quería creer que habían muerto justo los que habían viajado para lograr la paz, mientras los que solo pensaban en nuevas guerras que iniciar seguían pavoneándose por la Tierra, cuando no exhibiéndose como mártires. Con todo, Makoto no se sentía capaz de enfrentar a Gestahl Noah, porque al fin y al cabo él mismo no llegó a hacer nada para impedir esa matanza. Desconocerla no lo exculpaba; era un santo y le había fallado al mundo.

—Si eso es todo, ya te puedes largar —dijo Makoto, sin siquiera mirarle.

—Solo quería sincerarme con al menos una persona en este mundo —dijo Gestahl Noah—, el resto del Santuario y las fuerzas aliadas, aunque sospecha, asume que Fobos nos volvió a todos un poco locos. —Sin decirlo de forma directa, el líder de Hybris, dejaba entrever que conocer la verdad de palabra no cambiaría nada a esas alturas. El Santuario necesitaba mantener el mundo en paz y solo los Pastores, es decir, Munin, podían lograrlo—. Pero hay algo más que debo decirte.

—¿Por qué tendría que escucharte? —preguntó Makoto, apretando los puños.

—Porque soy el Sumo Sacerdote de Atenea, claro —respondió Gestahl Noah—. Una hora antes del amanecer, todos los santos de plata y de oro han sido convocados aquí, en la cubierta del Egeón. Puedes venir, y puedes no hacerlo, nadie te lo reprochará.

Así, sin más explicaciones, Gestahl Noah se marchó. Tan pronto Makoto oyó la puerta cerrarse se giró listo para patearla y aplastar con ella al nuevo Papa.

Pero alguien le agarró el brazo y lo arrojó a la cama.

—Al fin se larga —dijo Eco, risueña—. Joder con el nuevo Sumo Sacerdote, habla hasta por los codos. ¡No me dejabais dormir, joder!

—¿Estabas…? —El rostro de Makoto enrojeció.

—Estuvisteis hablando media hora conmigo delante, ¿quién puede dormir así? ¡Espero una compensación! —exigió Eco, muy seria.

—Yo… —A su pesar, Makoto sintió que reaccionaba a la exigencia como cualquier hombre mortal—. Ahora no puedo… ¿Sabías…? ¿Sabías lo de Azrael y Akasha?

Ella pareció preguntarse si debía responder. Él le acarició el rostro, sin dejar de mirarla.

—En cuanto al comandante general, vi cómo una sombra lo raptaba cuando nos reunimos cerca del monte Etna, después de que vencieras al Portador del Dolor —respondió Eco—. Tú estabas ahí, decías que era un santo de oro. ¿No lo recuerdas?

Makoto se llevó las manos a la cabeza. No podía recordar nada después de descubrir la verdad sobre Azrael. Quizá por culpa de esa sombra, quizá porque no quería hacerlo.

—No, no lo recuerdo. ¿Estás segura de que solo fue raptado?

—Segurísima. Según lo que se cuenta por ahí, debió ser cosa de Fobos. El dios del miedo se ha convertido en el Coco al que culpamos de todos los males.

—Él dice que han muerto.

Y, por lo menos esa noche, estaba seguro de que había sido sincero.

—Le conviene —dijo Eco, bajando la voz con un aire de secretismo—. Cuantos más muertos, más fácil le resulta movilizar a los santos de Atenea. A algunos no les gusta esto, como a Helena, por eso buscó batallas después de que terminara la asamblea. Sentía que si los de oro y de plata iban a darle la espalda al mundo, los de hierro teníamos que echarle una mano a los de bronce. —Sacudió la cabeza, como tachándola de loca, antes de volver a la habitual sonrisa—. ¿Quieres saber mi opinión?

—Sí —dijo Makoto, quien si bien oía todo lo referente a santos de plata y de oro movilizándose para alguna batalla próxima, no lo escuchaba en realidad.

—Conociendo al comandante general, habrá ido al infierno, vivo, para rescatar a la Suma Sacerdotisa y salvarnos de este Papa que no respeta las horas de sueño —dijo Eco, henchida de orgullo. Le ofrecía una nueva fantasía para que lo arropara.

Él no pudo aceptarla, estaba harto de fantasías.

—Están en el Hades. Han muerto.

Conforme más lo repetía, más se lo creía, más se le quebraba la voz. Eco lo abrazó, de modo que sus sollozos se apagaron contra la piel de la amazona, que le susurraba palabras de aliento y le peinaba el cabello con inesperada dulzura.

Así, abrazado a aquella mujer, Makoto volvió a los dominios de Morfeo.

Por un tiempo interminable, anduvo por un páramo infinito, lleno de cadáveres, señoreado por Akasha y vigilado por Azrael.

xxx

Eran las cuatro de la mañana en los mares del archipiélago Fénix cuando Rin, Alicia, Xiaoling, Elda y Presea aterrizaron en la cubierta del Egeón. De todas ellas, la líder era la única que conservaba el manto de bronce en condiciones para un nuevo combate, aunque no se engañaba: tras la apariencia de una armadura intacta, había grietas que solo un habilidoso herrero como Kiki y sus dos desaparecidos discípulos, Fjalar de Escultor y Nenya Cincel, podrían ver.En esos momentos, en los que los santos de Atenea habían tomado por misión cazar hasta el último de los demonios del Hades, tal situación era la de muchos compañeros.

Durante el viaje hasta el Egeón, después de librar un duro combate en Sicilia que podría o no estar relacionado con un intento de las fuerzas del inframundo por romper el sello del monte Etna, Elda, sin pelos en la lengua, señaló que la orden del Sumo Sacerdote era un suicidio. Si querían combatir al mayor de todos los enemigos del Santuario, no podían ir a la batalla con mantos sagrados al borde de la muerte, cuando no muertos, sin más. Necesitaban tiempo, para terminar para siempre con esa guerra, para restaurar los mantos sagrados y reponer fuerzas. Alicia y Xiaoling coincidieron, por lo que Rin se atrevió a dar el paso que llevaba tiempo deseando dar.

—Yo iré —dijo la santa de Caballo Menor.

—¿Qué? —preguntó Xiaoling.

—Los santos de bronce estamos exentos —observó Elda—. El santo de Altar nos necesita para mantener el orden. El mundo no puede depender solo de los ejércitos de Poseidón y Bluegrad. —Tras el pedido de asilo de Munin de Cuervo, era normal pensar que Hybris se desmantelaría y los caballeros negros pasarían a engrosar las filas de Bluegrad, o de la Guardia de Acero, según la voluntad de cada quien.

—Estoy de acuerdo —intervino Alicia—. Somos los santos de Atenea, nuestra misión es defender el mundo, no cobrarnos venganzas personales.

—Mientras Caronte de Plutón viva, el mundo no estará a salvo —dijo Presea.

Las cinco tuvieron esa conversación mientras sobrevolaban los cielos sin prisas. Gracias a esa sensación de privacidad, Rin pudo sincerarse con sus hermanas de armas.

—Mi padre está allá, en el otro extremo del universo. Es por eso que debo ir.

—Rin, tu padre… —Alicia fue incapaz de decir lo que pensaba.

—Podría estar muerto —declaró Elda—. Lo sabes, ¿verdad?

—Creo que es por eso que Rin quiere ir —dijo Xiaoling—. Ya sea que esté vivo, o muerto, Rin no podría vivir el resto de sus días sin saberlo, pensando que pudo hacer algo. Aun así, ¿de verdad podemos hacer algo? ¿Nosotras?

En las mentes de las cinco persistía la idea de que pese a las batallas libradas estaban muy verdes. En comparación a Pavlin, Mera, Marin y Bianca eran poca cosa. Y si añadían a Aqua a la ecuación eran nada, sin más.

—Es la hija del Juez —señaló Presea, mirando a la santa de Caballo Menor—. Por supuesto que puede hacer algo. Su puño es más rápido que el rayo.

Nada de eso significaba demasiado contra un enemigo por mucho superior al santo de Libra, sin embargo, reconfortaba a las santas saber que su compañera se iría a combatir, no a abrazar la muerte. Olvidando las comparaciones con otros guerreros más veteranos, vieron fuerza genuina en las proezas del pasado. No les había ido mal contra aquel demonio en Sicilia, pese a todo. Xiaoling incluso le aplicó un súplex aéreo.

—No será lo mismo sin ti —decía la santa de Osa Menor cuando aterrizaban.

—Pero nos las apañaremos —aseguró Alicia, palmeando el hombro de la santa de Caballo Menor mientras daba un golpecito a la espalda de Xiaoling.

—Insisto en que deberíamos esperar. —Elda, cruzada de brazos, no dejaba de darle vueltas al asunto—. Aunque sea reparar los mantos sagrados. Minwu de Copa no ha podido tratar a los santos de plata porque no han parado de luchar en todo este tiempo. ¡Dioses, si hasta el propio maestro sanador ha tenido que luchar todo este tiempo!

Una vez más, tuvo que ser Presea la que impactara a las demás contra la realidad.

—Nuestra líder —empezó a decir la santa de Paloma, ignorando el alborozo que aquel título causaba en Rin—, va a luchar contra Caronte de Plutón, el ser más poderoso que hemos visto nunca, solo por debajo de los dioses. ¿Podría hacerlo si diera su sangre para reparar uno de los mantos de plata muertos? ¿Podrían los santos de plata ir a luchar si vertieran un tercio de su vida para que el manto de Caballo Menor esté en perfecto estado? ¿Debemos hacerlo nosotros y dejar indefenso el mundo?

—Si primero eliminásemos a los demonios, podríamos… —empezó a decir Elda.

Justo en ese momento aterrizaban tres santos de plata, cada cual en peor estado que el anterior. Zaon de Perseo vestía una prenda sin brillo, si bien conservaba el escudo de Medusa. Marin de Águila había perdido el brazo izquierdo. Grigori de Cruz del Sur, en los tempranos veinte hasta donde sabían las santas de bronce, lucía la misma vejez antinatural por la que el león de bronce, Ban, se hizo famoso. Los pocos pelos que le quedaban eran blancos, los ojos las veían cansados y la sonrisa que pese a todo exhibía, como desafiando a la muerte tan cercana, estaba rodeada de arrugas.

Las cinco se cuadraron de un modo muy gracioso que hizo reír a Rin. Ella no había pasado tanto tiempo con Azrael como las otras, adoptadas por la Fundación Graad a través de él para ser entrenadas como santas de Atenea. Pero sí que había luchado a la par que las demás, y como solía decirse, todo se pegaba.

—Es como ver a Azrael por quintuplicado —dijo Zaon, riendo.

—Descansad, soldados —ordenó Marin, haciendo que el santo de Perseo estallara en carcajadas. Rin, por el contrario, calló de súbito.

Todas obedecieron, relajando la postura.

Aquel trío argénteo era conocido como la Perdición de los Demonios. Pocos en el ejército de Atenea habían dado muerte a tantos como ellos, lo que decía tanto del poder que poseían como de la compenetración con la que luchaban y lo diligentes que eran. No en vano, dos de ellos eran subcomandantes de división. Por tanto, Rin sentía por ellos algo más que el respeto a un superior, los tenía como modelo a seguir.

—¿Sabéis que los santos de bronce están exentos, verdad? —preguntó Marin.

—Solo iré yo —dijo Rin de inmediato, ahorrándoles a las demás el mal trago de admitir que no se sentían capaces. Ella los comprendía, pero todo santo de Atenea tenía su orgullo—. Rin de Caballo Menor se presenta voluntaria para luchar.

—¿Para luchar, eh? —repitió Marin. La burla chocó contra Rin como un soplo de tormenta; ella resistió—. Yo pensaba que te presentabas voluntaria para vencer.

Con gran esfuerzo, Rin contuvo un suspiro de alivio.

—Así es —confirmó Rin—. Ya hemos vencido a muchos demonios, toca vencer al mayor de todos ellos. A Caronte de Plutón.

Ambas, subcomandante y subordinada, asintieron.

Entretanto, Presea empujaba de un golpecito a Elda, quien la miró por un momento.

—¿Tienes algo que decir? —dijo Marin, dándose cuenta.

—¿Por qué no…? —Elda, mirando al ahora viejo Grigori, dudó en hablar. Ya no estaba segura de que estuviera sonriendo, llevaba todo el rato con la misma expresión apacible; si fuera Fang de Cerbero, pensaría que estaba dormido—. ¿Por qué no esperar?

Asumiendo que era a él a quien preguntaba, el santo de Cruz del Sur respondió:

—Porque odiamos a Caronte de Plutón. El daño que nos ha hecho, no es algo que podamos perdonar. El fuego que arde en nuestro corazón, solo su sangre podrá apagarlo.

Elda hubo de hacer un gran esfuerzo para no retroceder ante la crudeza de Grigori.

—Hay otra razón —añadió Zaon de Perseo—. Según se nos ha informado desde Bluegrad, Caronte de Plutón padece una maldición que le impide luchar con todo el poder que posee, debido a la batalla que libró contra el Señor del Invierno. Un poder que no puede ser derrotado sin intercesión divina. Cuanto más esperemos…

—Vamos, Zaon —dijo Marin, cuya única mano se posaba en la hombrera de Cruz del Sur. Grigori temblaba, aunque era difícil decidir si era de ira o solo una prueba de lo cerca que estaba de la muerte; él no podía esperar—. Puedes decírselo.

El santo de Perseo frunció el ceño, dudando. Rin y las demás se miraron, confundidas, hasta que Zaon se les acercó, muy serio.

—¿Sabéis a dónde nos dirigimos, no?

—Al Jardín de las Hespérides. —Rin, que desde que oyó el aviso telepático del antiguo Sumo Sacerdote había decidido ir, solo convenciéndose al escuchar las dudas de sus compañeras, sabía bien que ese lugar estaba más allá de las estrellas, en los confines mismos del universo. Hasta ese punto había exiliado Poseidón al enemigo del Santuario, negándole la entrada a la Tierra. Y había otra razón para conocer ese lugar—. Es a donde se dirigía el Argo Navis, antes de que…

Según se rumoreaba, todos los argonautas podían estar muertos. Y eso incluía no solo a la tripulación original del barco, sino a los que se sumaron a ella durante la embajada de paz, provenientes del Santuario fragmentado. Arthur de Libra, por ejemplo.

—Es posible que tu padre haya sobrevivido —dijo Zaon—. Solo posible.

—¿Cómo…? —Rin no estaba segura de preguntar. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo era posible que su padre hubiese sobrevivido?

—Para alcanzar el Jardín de las Hespérides, ahora que no contamos con el Argo Navis, es necesario crear un túnel de gusano. La entrada se abrirá aquí, sobre el Egeón, en el mismo momento del amanecer. Tendremos doce horas exactas para viajar a través de millones y millones de galaxias, antes de que caiga la tarde. En ese tiempo podríamos perdernos, incluso conectando dos puntos de nuestro planeta hay un billón de desvíos que podrían tomarse si el portal es creado por alguien inexperto. Ahora hablamos de conectar dos extremos del universo. —El silencio absoluto con el que Rin aceptaba las explicaciones hizo sonreír a Zaon, quien negó con la cabeza—. Parecía imposible, por eso el señor Kanon ha convocado a todos los santos de oro y de plata, para aprovechar los cosmos de todos y formar un camino sin incidentes.

—Sería sencillo si mi papá estuviera en el otro lado, ¿no? —entendió Rin—. Él podría abrir el otro extremo del túnel de gusano. Juntos, mi papá y el Sumo Sacerdote… el señor Kanon —se corrigió la santa de Cabello Menor—, podrían reunirnos.

La esperanza llenó el corazón de Rin por un breve momento.

—El señor Kanon ha sentido el Argo Navis. El barco sigue en pie.

—¡Eso significa…!

—Sí —asintió Zaon—. Con las muertes de la Suma Sacerdotisa y Shun de Andrómada, tan solo el Juez podría mantener en pie ese navío contra la voluntad de los dioses.

—¿Qué demonios? —dijo una voz conocida por todos, recién llegada a cubierta.

Makoto de Mosca no habría podido escoger un momento más inoportuno para llegar. Tras un buen rato atormentado por pesadillas, despertó abrazado a la nueva capitana de la Unidad Themyscira. No le costó mucho irse del cuarto sin despertarla, si ella misma no se despertaba con aquellos ronquidos de osa. Después, vestido con la sencilla ropa de pieza única que llevaban los pacientes, anduvo por el interior del Egeón, saludando a más santos de los que recordaba haber visto nunca. Tantos que las cuentas no le salían y se sentía mal por no reconocerlos, porque ellos sí lo conocían a él.

Devolvía los saludos con cabeceos y otros gestos vagos. Necesitaba escapar. Respirar aire fresco. Corroborar por sí mismo cuanto le habían dicho.

Entonces llegó a la cubierta del Egeón, oyendo nuevas noticias funestas.

—El bello durmiente —saludó Elda, recibiendo un sutil codazo de Alicia.

—Me alegra que estéis bien —les dijo Makoto. La última vez que se vieron estaban en guerra—. Hicisteis un buen trabajo en Sicilia, por lo que me han dicho.

—¡Le hice un súplex aéreo a un demonio! —presumió Xiaoling, golpeándose el pecho.

—Tonta —negó Presea—. Creo que se refiere a lo del alma del gigante. Aunque en esa batalla recibimos ayuda de alguien, no sabemos bien de quién.

Podía ser que se pasara de impertinente, pero mientras Rin se acercaba para contarle esa batalla, Makoto se adelantó hacia los tres santos de plata. Tan desmejorados, y aun así, listos para aceptar el llamado del nuevo Sumo Sacerdote.

—¿Qué es eso de que Shun ha muerto, subcomandante?

—Según ha dicho el Sumo Sacerdote, el santo de Andrómeda murió en batalla contra Ío de Júpiter. Los dos cayeron, acabando con la embajada de paz. Después, nuestra antigua Suma Sacerdotisa y su asistente, Azrael, murieron. Fueron asesinados —se corrigió Zaon, quien ni tan siquiera mostraba sorpresa de que Azrael hubiese llegado hasta Akasha—. También tenemos constancia de la muerte de June de Camaleón.

—Por supuesto —dijo Makoto con voz quebrada.

Así como Azrael no podría vivir en un mundo sin Akasha, tampoco lo haría June en un mundo sin Shun. Aun así, le causaba pesar que personas tan buenas hubiesen muerto.

—Les vengaremos —juró Zaon, acercándose.

—No —negó Makoto, evitando la mano argéntea del santo—. Les vengaréis.

Él no podía seguir luchando. Ya no tenía fuerzas. Corriendo a toda velocidad, saltó del Egeón demasiado rápido para que los gritos de Rin y las demás lo alcanzaran. Después aceleró hasta volverse un rayo que sobrevoló el archipiélago Fénix. Sabiéndose observado por los habitantes de ese nuevo y fantástico mundo, Makoto se impulsó todavía más, tornándose en una estela de luz que al punto se hallaba en la otra punta de la Tierra. Una ciudad desconocida en la que aterrizó como un meteorito.

Notas del autor:

Shadir. Ya era hora, no veíamos a Makoto desde aquella batalla de Mosca VS Gigante en el sexto volumen. Varios lectores me han dicho que Makoto parece programado para sufrir, siempre le pasa de todo, así que igual le tocaba algo bueno antes de las noticias inquietantes que mencionas. Toca digerir lo que ocurrió durante su forzosa ausencia.

Esperemos, yo por lo pronto publico el nuevo capítulo, que ya es lunes.